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La Iglesia Católica no es igual a las demás religiones.

Porque fue creada por y a instancias de Jesucristo.

Una persona que vivió hace 2000 años que dijo ser el Hijo de Dios.

Y lo probó con su resurrección de los muertos y gran cantidad de milagros.

Ningún otro profeta que apareció en la Tierra ha hecho nada igual.

Y ninguna religión ha propuesto un cuerpo de doctrinas tan elaboradas y realistas como para considerar que tiene una fuente sobrenatural.

En este artículo por qué la Iglesia que fundó Jesús está en la Iglesia Católica, es diferente a ella y tienen 4 características especiales.

 

LA IGLESIA QUE FUNDÓ JESÚS SUBSISTE EN LA IGLESIA CATÓLICA

Jesús antes de ascender al cielo instituyó su Iglesia sobre la «roca» de Pedro y los otros apóstoles (Mt 16:18; 18:18).

Esta Iglesia que Jesús fundó subsiste en la Iglesia Católica, según la doctrina, en forma visible y única.

Y lleva los cuatro signos distintivos que Jesús pretendía: una, santa, católica y apostólica.

Por eso en el Credo de Nicea profesamos: «Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.».

Éstas son las cuatro marcas de la Iglesia, inseparables e intrínsecamente ligadas entre sí.

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma además:

«Sólo la fe puede reconocer que la Iglesia posee estas propiedades de su fuente divina.

Pero sus manifestaciones históricas son signos que también hablan claramente a la razón humana« (CIC #812).

¿Pero para que está la Iglesia?

La iglesia está para proclamar el Evangelio de Cristo, y difundir su mensaje por todo el mundo a todos los pueblos.

La iglesia tiene la misión de ser un faro de esperanza.

Y a todos los que entran por sus puertas se les enseña los caminos de la salvación.

Lumen Gentium (#16) enseña que el Señor desea que todos sean salvos.

El regalo está allí, la gente sólo necesita recibirlo.

Esta enseñanza es importante porque distingue a la Iglesia Católica de otras denominaciones y religiones.

Fundamenta la enseñanza y las prácticas de la Iglesia Católica en la autoridad de Cristo.

Y advierte a la estructura de la Iglesia Católica que nunca tomen por sentado sus dones divinos, sino que trabajen incansablemente para compartirlos con todos.

Hoy sin embargo hay una fuerte presión del mundo para inculcar que todas las religiones son iguales.

 

¿TODAS LAS RELIGIONES SON IGUALES?

Esto es absolutamente falso.

El catolicismo sigue a un profeta que dijo que es Dios (el Hijo de Dios) y dio muestra de la credibilidad de su afirmación con su Resurrección, sus Milagros y su Doctrina.

Fue Dios el que vino al encuentro del hombre tanto en el caso del pueblo judío como cuando de repente se encarnó Jesús.

Por lo tanto el cristianismo no es un sistema del hombre buscando a Dios, sino que es parte de la historia de la búsqueda de Dios por el hombre.

Si la religión la creara el hombre sería arrogante afirmar que cualquier camino es el único válido.

Pero en el caso del cristianismo fue Dios el que se reveló y dio pruebas concretas de su veracidad.

Las religiones además no necesariamente carecen de por lo menos una parte de la verdad que Dios ha trasmitido a los hombres.

Según el Dr. Peter Kreeft las religiones del mundo pueden clasificarse según la cantidad de verdad que enseñan.

El catolicismo es el primero, con la ortodoxia por igual, excepto por el único asunto de la autoridad papal.

Luego viene el protestantismo y cualquier «hermano separado» que guarde los fundamentos cristianos como se encuentran en la Escritura.

Tercero viene el judaísmo tradicional, que adora al mismo Dios pero no a través de Cristo.

Cuarto es el Islam, la mayor de las herejías teístas.

Quinto, el hinduismo, un panteísmo místico.

Sexto, el budismo, un panteísmo sin teos.

Séptimo, el judaísmo moderno, el unitarismo, el confucianismo, el modernismo y el humanismo secular, ninguno de los cuales tiene ni misticismo ni religión sobrenatural, sino sólo ética.

Octavo, la idolatría.

Noveno, el satanismo.

Agrupar estos estos nueve niveles es como preparar una comida absurda, en que le pones papas, huevos, legumbres, gasolina, un poco de plástico y la espolvoreas con viruta de aluminio.

El camino de la salvación es uno porque hubo sólo una persona que demostró credibilidad al mostrarlo con su resurrección.

Veamos ahora las 4 marcas distintivas de la Iglesia.

 

LA IGLESIA ES UNA

La primera marca de la iglesia es que es una.

Uno es más que un número, también transmite unidad.

Esta unidad viene de su fuente que es la deidad eterna misma.

El Catecismo (# 813) señala que la Iglesia es una por tres razones:

Primero, por su fuente, que es la Santísima Trinidad, una unidad perfecta de tres personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Segundo, a causa de su fundador, Jesucristo, que vino a reconciliar a toda la humanidad a través de su sangre en la cruz.

Tercero, a causa de su «alma», el Espíritu Santo, que habita en las almas de los fieles, que une a todos los fieles en una sola comunión de creyentes, y que guía a la Iglesia

Dentro de la iglesia hay muchos dones y carismas que la gente tiene. Esa es la belleza de la unidad.

Una persona puede ser buena en la administración, otra en la enseñanza, y otra puede ser capaz de hablar en lenguas.

También las diversas culturas y tradiciones enriquecen nuestra Iglesia en sus expresiones de una sola fe.

Estos individuos se unen en la iglesia para edificarse unos a otros y proclamar la fe, que fue proclamada por los apóstoles.

Sin embargo afirmar que la Iglesia Católica es una puede parecer ingenuo en el mejor de los casos y triunfalista en el peor, para algunos interlocutores.

Especialmente cuando ven las diferencias entre obispos, que puede interpretarse que están bajo el mismo paraguas de la Iglesia Católica por conveniencia.

Pero aun así, a pesar de las diferencias coyunturales entre los obispos, su unidad puede ser apreciada incluso cuando los católicos individuales la oscurecen por error y pecado.

La «unidad» de la Iglesia es visible cuando los fieles congregados aceptan el Credo, la celebración de los sacramentos y la estructura jerárquica basada en la sucesión apostólica conservada y transmitida a través del Sacramento del Orden.

Es lo que sucede en la realidad si uno asiste a la Misa en lugares tan disímiles como Alejandría, San Francisco, Moscú, Ciudad de México o Kinsasa, y ve que la Misa es la misma

Aunque esto hay que considerarlo en su justa medida.

La mayoría de la gente está familiarizada con el rito latino u occidental de la Iglesia Católica, que se oficia en la mayoría de las parroquias de occidente.

Pero hay una parte oriental, que incluye a 21 iglesias que celebran la misa de acuerdo con sus propias tradiciones.

Juntas, las Iglesias Occidental y Oriental constituyen la unidad Iglesia: diversidad de ritos pero una misma misa.

 

LA IGLESIA ES SANTA

La segunda marca de la iglesia es que es santa.

Nuestro Señor mismo es la fuente de la santidad.

Esto se puede ver en la salutación de san Pablo a los corintios, donde escribe:

«A los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos» (1 Corintios 1: 2).

O sea santos en virtud de su llamado, su misión y su perseverancia.

La pretensión de la Iglesia de ser santa pudiera parecer falsa tomada a primera vista.

Por ejemplo es moneda corriente criticar su santidad aduciendo la pederastia de algunos sacerdotes.

Pero la Iglesia está compuesta de pecadores que, por la gracia de Dios, llevan a cabo la gran misión de enseñar y bautizar.

Y no enseñar lo que ellos piensan sino lo que heredaron de los apóstoles.

Si la santidad de la Iglesia dependiera de sus miembros humanos, entonces habría sucumbido al mal hace mucho tiempo.

Pero como una madre amorosa, la iglesia sostiene estrechamente a las almas y les proporciona los medios para ser salvos.

Es a través del ministerio de la Iglesia y del poder del Espíritu Santo, que Nuestro Señor derrama abundantes gracias, especialmente a través de los sacramentos.

A través del bautismo, hemos sido liberados del pecado original, llenos de gracia santificante, sumidos en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor, e incorporados a la Iglesia, «el pueblo santo de Dios».

Y no debemos olvidar que cada uno de nosotros como miembro de la Iglesia ha sido llamado a la santidad.

A pesar que es evidente que miembros individuales e incluso grupos dentro de la Iglesia pueden ser pecaminosos.

En contrapartida, nuestra Iglesia ha sido marcada por ejemplos sobresalientes de santidad en la vida de los santos de todas las épocas.

Son modelos de la fe que perseveraron porque nunca cedieron al pecado y siguieron a Cristo.

Los santos traen a la vida las palabras de Jesús:

«Yo soy la vid, ustedes son las ramas. El que permanece en mí y yo en él dará mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer» (Jn 15: 5).

En definitiva, a pesar de que los pobres y débiles miembros individuales de la Iglesia fallan y pecan, la Iglesia sigue siendo el signo y el instrumento de la santidad.

 

LA IGLESIA ES CATÓLICA

La tercera marca de la iglesia es que es católica, lo que significa mucho más que el nombre de la Iglesia Católica Romana.

San Ignacio de Antioquía usó esta palabra que significa «universal» para describir la Iglesia.

La Iglesia es ciertamente católica porque Cristo está universalmente presente en la Iglesia y ha encargado a la Iglesia que evangelice al mundo.

«Id pues, haced discípulos de todas las naciones» (Mateo 28:19).

La iglesia es universal no sólo para los judíos y los gentiles, sino para todas las personas.

Es para los ricos, pobres, esclavos o libres, porque todos somos hijos de Dios y su mensaje debe ser enseñado a todos.

La universalidad de la Iglesia se ve reforzada por su presencia hoy en todas las regiones del globo y por existir dentro de todos sistemas políticos en todo el mundo.

Cada diócesis o iglesia local hace presente a la única Iglesia Católica en su lugar particular.

Los Padres del Vaticano II estaban muy orgullosos de esta riqueza.

«La variedad de las iglesias locales con una aspiración común es una espléndida evidencia de la catolicidad de la Iglesia indivisa» (Lumen Gentium #23).

La iglesia también es católica porque se le ha dado el depósito completo de fe, la sagrada escritura y la tradición sagrada.

Además, no debemos olvidar la comunión de los santos.

La Iglesia aquí en la tierra – lo que llamamos Iglesia militante – que se une a la Iglesia triunfante en el Cielo y la Iglesia que sufre en el Purgatorio.

 

LA IGLESIA ES APOSTÓLICA

La iglesia es apostólica porque los apóstoles recibieron la autoridad de Cristo para establecerla.

Doce Apóstoles elegidos por Cristo durante su ministerio terrenal recibieron de Cristo la gran misión de difundir el Evangelio.

Él confió una autoridad especial a San Pedro, el primer papa y obispo de Roma, para actuar como su vicario aquí en la tierra.

Esta autoridad ha sido transmitida a través del Sacramento del Orden en lo que llamamos sucesión apostólica de obispo a obispo, y luego por extensión a sacerdotes y diáconos.

El Catecismo en el párrafo #857 afirma que

La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:

fue y permanece edificada sobre «el fundamento de los Apóstoles» testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo;

guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito, las sanas palabras oídas a los Apóstoles;

sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, al que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia.

Este grupo de hombres tiene el gran honor de llevar a cabo la enseñanza de los apóstoles.

Esto se conoce como la enseñanza del Magisterium.

La iglesia es apostólica porque la enseñanza de la iglesia, el Magisterium, fue dada como tarea divina para interpretar la escritura.

Pero además toda la Iglesia es apostólica en la medida en que tanto los laicos como los ministros están unidos en Cristo y comparten la misma misión de hacer conocer a Cristo y su reino a todos.

Por lo tanto, la Iglesia es también apostólica en la medida que el depósito de fe encontrado tanto en la Sagrada Escritura, como en la Sagrada Tradición, fue preservado, enseñado y transmitido por los sucesores de los apóstoles.

Bajo la dirección del Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, el Magisterio (la autoridad de la enseñanza confiada a los apóstoles y sus sucesores) tiene el deber de preservar, enseñar y defender el depósito de la fe.

Además, el Espíritu Santo protege a la Iglesia del error en su autoridad docente, en términos históricos.

Sin embargo estos sucesores, que hoy se llaman obispos, no son apóstoles y no pretenden serlo.

Lo que pretenden es estar en la línea de la sucesión apostólica que fue iniciada por los apóstoles a través de la imposición de manos.

Esta línea de sucesión es lo que obliga a los obispos a entregar la fe que han recibido, a guardarla y a protegerla, y a prohibir cualquier innovación desagradable a ella.

Fuentes:

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