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Dios creó el mundo para el hombre.

Lo dotó de todo para que viviera en paz y sin preocuparse por el futuro por toda la eternidad.

Sin embargo el hombre fue tentado por el demonio.

Camuflado como una serpiente le dio de comer a Eva el fruto del árbol que Dios había prohibido y ésta se lo dio a Adán.

Así pecaron contra el plan de la creación.

Y fueron condenados a padecer en la tierra: trabajar para su sustento, tener enfermedades y morir al cabo de unos pocos años.

Pero Dios que había creado al hombre como compañía y era “la luz de sus ojos”.
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Así que activó el Plan B para la salvación de la humanidad.
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Es un plan que está transcurriendo desde ese momento en el punto de las visitas de Nuestra Señora para nuestra conversión.
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Etapa que se cerrará con una purificación del mundo.

Porque la Biblia debe verse como una historia.

De cómo Dios creó un mundo bueno, la forma en que metimos la pata por el pecado, y cómo Dios está llevando a cabo nuestra salvación y llevándonos de nuevo a Él.

En pocas palabras, la Biblia es la historia de los tratos de Dios con la humanidad

Y una crónica de su plan para traer a sus hijos a la meta por la que nos hizo.

Así el Libro del Génesis se abre con la historia del origen de la vida humana.

Luego de contar cómo la humanidad pecó voluntariamente, el Génesis establece el plan del Señor para la reconciliación y salvación de la humanidad caída.

Porque la santidad de Dios requirió castigo y pago (expiación) por el pecado, que fue (y sigue siendo) la muerte eterna.

Sólo un sacrificio perfecto, impecable, ofrecido de la manera correcta, podía pagar por nuestro pecado.

Bajo este plan, Dios gradualmente se revelaría y, a través de un pueblo escogido, prepararía progresivamente a la humanidad para Cristo, su Evangelio y la Iglesia.

Jesús, el hijo de Dios, se convirtió en hombre para ofrecer el sacrificio puro, completo y eterno para quitar, expiar y hacer el pago por el pecado de la humanidad.

La historia comienza en el Jardín del Edén.

 

ADÁN Y EVA

El primer libro de la Biblia nos dice que la humanidad fue creada a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1: 26-27).

Este hecho ha sido tradicionalmente una de las piedras angulares de la comprensión de la Iglesia de nuestra naturaleza y dignidad.

Como la Biblia dice que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, somos sus hijos e hijas.

En consecuencia, porque todos estamos hechos a imagen de Dios, se supone que debemos vivir en armonía amorosa con nuestro padre celestial.

Desafortunadamente, nuestros primeros padres no cumplieron con esta vocación.

Dios les dio rienda suelta a comer de todo árbol del Edén, excepto uno.

Y el demonio tentó a Adán y Eva y comieron de ese árbol (Génesis 2: 16-17, 3: 1-6).

Este fue el primer pecado del mundo, y fracturó la relación de Adán y Eva, y de todos sus descendientes con Dios.

Ellos ya no vivirían en completa armonía amorosa con Él, como se simboliza en su expulsión del Edén (Génesis 3: 23-24).

Por lo que Dios tenía que formular un plan para rescatar a sus hijos descarriados y llevarlos de vuelta a su familia.

Así elabora un nuevo comienzo para ir purificando el mundo y buscar interlocutores humanos para su plan.

Arca de Noé

 

EL NUEVO COMIENZO DE NOÉ

Cuando el azote del pecado había llenado la tierra y había llegado la muerte, el justo Noé y su familia fueron salvos en el arca.

Mientras que las aguas arrastraron parte del pecado en una especie de nuevo bautismo. (Génesis 6: 8-9: 17, CIC: 1094, 1219).

Aunque el mal y el pecado pueden rodearnos, el pueblo fiel de Dios en su arca, será salvo.

Con la creación renovada, Dios entonces formó un vínculo especial – un pacto – con Noé y su familia y sus descendientes.

Generaciones posteriores, el Señor escogió a la familia de Abraham a través de la cual se daría a conocer al mundo (CIC 762).

Y aquí entra en escena el pueblo de Israel.

 

EL PAPEL DE ISRAEL

El Señor hizo un gran pacto con el patriarca Abraham y sus descendientes, uniéndose a su pueblo en una relación de fidelidad y cuidado, como un marido promete fidelidad a su esposa.

Y promete hacer de ellos una gran nación en una tierra de abundancia (Génesis 12: 1-22: 19, Oseas 2: 21-22).

La señal del pacto fue marcada en la carne de Abraham y sus descendientes masculinos.

Así se creó la primera alianza.

“Bendeciré a los que te bendigan, ya los que te maldijeren maldeciré; y por ti todas las familias de la tierra serán bendecidas” (Génesis 12: 3).

San Pablo dice que era una predicción del Evangelio (Gálatas 3: 8), porque era en realidad la promesa de salvar a toda la raza humana de la difícil situación de pecado y muerte en que se había metido.

Más tarde, Dios reiteró esta misma promesa al hijo de Abraham Isaac (Génesis 26: 4) y al hijo de Isaac, Jacob (Génesis 28:14).

Y aquí viene un paso importante del plan.

Porque Jacob tuvo doce hijos, y los hijos se convirtieron en los progenitores de las doce tribus de Israel (Génesis 49: 1-28).

Con la promesa de rescatar a la humanidad a través de los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, Dios prometió salvar a la humanidad a través de la nación de Israel.

Mediante la operación de las 12 tribus de los israelitas.

Pero cuando Dios escogió a Israel como su pueblo especial, él no lo hizo porque los amaba más que a las otras naciones o porque eran diferentes de alguna manera.

No, él los escogió pensando en el bien de esas otras naciones.

Se suponía que iban a ser sus instrumentos para salvar al resto de la humanidad.

Y efectivamente los fueron.

 

LA REVELACIÓN DE SU PLAN A ISRAEL

De todas las tribus de la tierra escogió a un pueblo particular al cual se revela y le comparte el plan de salvación y su misión.

Pero Israel no pudo evangelizar directamente a todo el mundo.

Los hijos de Israel se suponía que evangelizarían a las naciones y las llevarían de vuelta a Dios.

Pero en cambio se sintieron superiores las otras naciones y se corrompieron adorando a dioses falsos.

En consecuencia, se hicieron tan pecaminosos como el resto de la humanidad.

Por lo que ellos mismos necesitaban ser salvados antes de que pudieran salir y salvar a cualquier otra persona.

En definitiva no eran la respuesta final de Dios para la evangelización sino un engranaje intermedio.

Su continua desobediencia y su idolatría finalmente llevaron a su conquista y a su exilio lejos de su tierra (2 Reyes 17: 7-23, 24:20, 25:21), y sólo una pequeña parte de la nación regresó.

La mayor parte de las doce tribus permanecieron en el exilio, asimiladas en las naciones donde habían sido dispersados.

Y sólo las tribus de Judá y Benjamín, junto con unos cuantos Levitas fueron dejados (Esdras 1: 1-12).

Sin embargo los integrantes de las 10 tribus perdidas de Israel que se dispersaron fueron un componente importante para trasmitir una parte crucial del plan de Dios.

Dios los había instruido a través de Sus profetas para que ellos fueran capaces de reconocer al Hijo de Dios cuando llegara la hora que Él viniera.

A partir de aquí ya se ve con claridad que se abría una nueva etapa con la encarnación de Su Hijo Jesús.

 

LA PREPARACIÓN PARA LA VENIDA DE JESÚS

Cuando llegó el tiempo, Él escogió a una mujer de una determinada familia preordenada, de la casa de David, de entre estas personas.

Era absolutamente necesario que ella fuera apartada en su pureza y virtud para no hacer de la Encarnación del Hijo de Dios un sacrilegio.

Y por eso concibe sin pecado original y es separada en un estado santo de pureza y perpetua virginidad.

De modo que del seno de la estirpe que se inició la primera alianza Dios eligió a una mujer para llevar a Jesús a la encarnación.

Lo cual implicaba un nuevo comienzo y una segunda alianza.

La obediencia de la Virgen María a la voluntad de Dios, que le fue transmitida en el mensaje del ángel Gabriel, contrasta con la desobediencia de Eva.

Así, el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María.

Lo que Eva había atado por incredulidad, la Virgen María desató por la fe

Es así como María hace el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Entre la primera alianza y la segunda alianza.

Que se materializa en la venida a la Tierra del Hijo de Dios.

El Antiguo Testamento registra el plan de Dios para la salvación del hombre en Sus prolegómenos para preparar al mundo para la Encarnación.

En el Antiguo Pacto el Arca Santa de la Alianza era la presencia de Dios con su pueblo de Alianza.

En el «sí» de María, al someterse humildemente al plan de Dios, se convirtió en el Arca de la Nueva Alianza.

Pero María, hija del Antiguo Pacto, no sólo es portadora de Cristo en la Anunciación; tiene otra función.

María también «trabaja» en la oración en el Cenáculo con los demás discípulos para el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés para la Nueva Alianza.

 

AQUÍ ES DONDE JESÚS ENTRA EN LA IMAGEN

Cuando comenzó su ministerio público, la historia del Antiguo Testamento estaba a la espera de su finalización.

Israel estaba en ruinas, y los Judíos estaban ansiosamente a la espera de la restauración de su nación (Lucas 2:25, 38).

Esas esperanzas se convirtieron en realidad con el ministerio, muerte y resurrección de Jesús.

Cuando escogió a doce apóstoles continuó con el Plan de Dios de evangelizar todo el mundo con el mismo esquema de las doce tribus de Israel.

Jesús murió para salvar a toda la humanidad pero Él era un judío encarnado en una madre judía.

Por lo que los primeros receptores de que la salvación eran los Judíos.

Es por eso que su propio ministerio se limitó a los Judíos, con sólo unos pocos encuentros casuales con personas de otras naciones (Mateo 15:24).

Pero después de su resurrección le dijo a sus discípulos que predicaran el Evangelio a todas las naciones (Mateo 28:19 -20).

El vino a restaurar la misión de Israel, para reunir en torno a sí al núcleo fiel de Israel.

Y después para permitir que el núcleo fiel saliera y llevara la salvación que Él, un israelita, ganó para toda la raza humana.

De esta manera, Dios cumplió su promesa a Abraham, Isaac y Jacob que iba a salvar a toda la humanidad a través de sus descendientes.

 

LA HISTORIA CONTINÚA

Pero la historia no ha terminado todavía.

A través de la Iglesia, la historia de la salvación continúa hasta nuestros días.

A medida que más personas de todas las naciones en la tierra son salvados de sus pecados y llevados de vuelta a la comunión de amor con su padre celestial (Romanos 8: 14-17).

Y en esto han colaborado los miembros de las tribus perdidas de Israel que en su momento difundieron el plan de Dios en la diáspora.

Recuerda que ellos fueron asimilados por las naciones en las cuales se dispersaron.

A pesar que desde el punto de vista humano pueda parecer que la historia de la salvación es larga y sinuosa, y tiene muchos giros inesperados, vista como la estamos contando se puede ver el detallado plan de Dios.

Así Dios ha permanecido fiel a todos sus hijos, tanto israelita y no israelitas, y continuará hasta que su creación este completamente restaurada en el cielo nuevo y la tierra nueva (Romanos 8: 19-22, Apocalipsis 21: 1- 4).

En la etapa que estamos transitando ahora, de evangelización de todos los rincones del mundo para que acepten la salvación de Dios (traída por su Hijo Jesús), Su madre está jugando un rol esencial.

 

EL PAPEL DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN EL PLAN DE SALVACIÓN

María se ha convertido en Mediadora de Todas las Gracias por deseo de Su propio Hijo.

Y esto significa dos cosas.

Primero, María dio al mundo su Redentor, fuente de todas las gracias, y en este sentido es el canal de todas las gracias.

Ella cooperó libremente con el plan de Dios (Lucas 1:38) en la Anunciación, en el momento clave de la historia de la salvación.

Y representó a toda la familia del hombre.

En segundo lugar, María es la Mediadora de todas las gracias a través de su papel de intercesión para nosotros en el cielo.

Lo que esto significa es que ninguna gracia llega a nosotros sin su intercesión.

No hay nada en esta doctrina que contradiga el papel de Jesús como mediador.

La mediación materna de María de ninguna manera añade o quita la mediación única de su Hijo.

Su papel como Mediador no se disminuye porque a María se le ha permitido asistirle.

Pero por otro lado María se ha convertido en la evangelizadora moderna de grandes masas de personas a través de sus apariciones en la Tierra.

Hoy los grandes santuarios católicos, a los que concurren grandes masas de creyentes y son fuente de conversiones multitudinarias, son santuarios marianos.

Y no sólo eso, son santuarios en los que se produjo una aparición.

Piensa en Lourdes, Guadalupe, Medjugorje.

Y en respuesta a eso cada vez es más común que diócesis, arquidiócesis y conferencias episcopales enteras se Consagren al Inmaculado Corazón de María.

Esto va de la mano con el reconocimiento de 4 virtudes de María por parte de la Iglesia.

 

LOS CUATRO DOGMAS DE LA VIRGEN MARÍA

La Virginidad Perpetua de María es expresada en que fue virgen antes, durante y después del parto.

El uso de esta triple fórmula para expresar la plenitud de este misterio de fe se convirtió en estándar con San Agustín [354-430], San Pedro Crisólogo [400-450], y el Papa San León Magno [440-461].

María la Madre de Dios es definido como dogma en la misma ciudad donde María había vivido durante varios años [en el Concilio de Éfeso en el 431].

La Inmaculada concepción de María es definida como dogma por el Papa Pío IX [en 1854].

La Asunción de María al cielo es definida como dogma por el Papa Pío XII [en 1950].

Cada uno de estos dogmas marianos eran enseñanzas comunes desde el comienzo mismo de la formación de la Iglesia.

Pero se definieron formalmente cuando el Espíritu Santo expandió la comprensión de la Iglesia de la revelación de Cristo en la doctrina y la teología cristianas.

Y ahora hay un quinto dogma dando vueltas: María Co-redentora.

El uso de este título para María no sugiere que ella es igual a Cristo en su papel.

El prefijo «co» significa «en cooperación con» o «para ayudar».

Este prefijo no tiene el significado de «igual a».

La verdadera misión de María en el pasado y en el presente es conducirnos en obediencia y fidelidad con su ejemplo a su Hijo, Cristo Jesús.

 

EL ROL DE MARÍA APARECIÉNDOSE EN LA TIERRA

Dios supo siempre que no todos se iban a salvar por más que su deseo fuera que sí.

Nos dotó de libre albedrío y podemos optar por Él o no.

Previendo un ataque masivo del enemigo en esta época Dios encomendó a su esposa, la Santísima Virgen, para que tratara de salvar a la mayor cantidad de nosotros, convirtiéndonos.

Este período se inauguró en el primer tercio del siglo XIX con lo que se denominan las apariciones modernas de la Virgen María.

Comenzando con la Medalla Milagrosa en 1830 de una manera preparatoria.

Y de una manera ya más decidida y explícita hace 100 años con la aparición de la Virgen de Fátima.

A partir de ahí las apariciones y mensajes de María se han multiplicado con el mismo mensaje: mirar a Jesucristo y su Iglesia, conversión, rezar el Rosario, hacer sacrificios por los no creyentes.

En así como en este tiempo se ha desatado una intensa batalla espiritual entre el espíritu del mundo y la prédica de Nuestra Señora.

Etapa que culminará en una intervención decisiva del cielo con el Aviso a la humanidad.

En el cual cada uno sabrá que Dios existe, se le mostrarán sus pecados y estará enfrentado a decidir, con su libre albedrío, aceptando la oferta de Dios o rechazándola.

Esto significará una purificación del mundo, incluso con signos externos en la naturaleza y advertencias de castigo.

Y, aunque algunos tienen dudas aún sobre el tiempo en que esto va a pasar, parecería que será en nuestra generación, porque los videntes de Garabandal y Medjugorje serán los encargados por María de avisar al mundo el momento en que sucederán los eventos más grandes de la purificación.

Fuentes:

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