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El 15 de abril de 1912 se produjo la tragedia marítima más recordada de todos los tiempos.

El lujoso Titanic, que se consideraba inhundible, se hundió en su viaje inaugural.

Se consideraba el mayor logro de la tecnología humana y era la insignia del progreso del establishment de la época.

A tal punto que su soberbia les impidió equiparlo con suficientes salvavidas de emergencia.

Esta tragedia también es recordada porque tres sacerdotes católicos se mantuvieron en cubierta hasta el final, consolando, rezando el Rosario con la gente, confesando y absolviendo. Mira esta historia aquí.

Ríos de tinta y kilómetros de celuloide han relatado la historia desde ángulos diferentes.

Abajo hay una de las películas.

¿Por qué la historia del Titanic nos seduce tanto?

¿No habrá un mensaje oculto para nosotros en esta tragedia?

   

LA NAVE INHUNDIBLE

Todos los que podemos estar leyendo esto, no éramos nacidos cuando la tragedia sucedió.

Quizás tampoco nuestros padres, pero, nuestros abuelos la recordaban y nos daban su versión y comentarios de la misma, con un respetuoso temor de lo que había significado.

Hubo muchas leyendas, algunas basadas en hechos reales y otras no, o al menos, no totalmente.

Pero voces de algunos de los obreros responsables de la creación y fabricación del gran barco, aseguraban que debajo de la cubierta, se había estampado un letrero que decía “Not even God can sink this ship” (Ni siquiera Dios puede hundir este barco).

¿Verdad o solamente la opinión de algunos, maravillados de la suntuosidad y el tamaño de la inmensa nave?

Ya nunca lo sabremos.

Pero lo que sí sabemos es que el Titanic se hundió.

Lo hizo en el viaje inaugural contra todos los pronósticos y contra todas las seguridades.

La soberbia en su más alta expresión.

No llevaba botes salvavidas más que para la tercera parte de los que viajaban en él.

Era innecesario, había dicho la empresa armadora, ya que era imposible que el barco que era considerado el paradigma de lo inhundible, fuera a necesitarlos.

Además afeaban la cubierta, destinada al solaz de los acaudalados personajes que en él viajaban.

    

LOS AVISOS NO ESCUCHADOS

Había habido avisos.

Un barco carguero británico, el S.S. Californian, había enviado muchos mensajes informando de la existencia de témpanos de hielo errantes en el océano.

Al telegrafista de turno, saturado de trabajo por todos los telegramas de felicitación y augurios que recibía y debía enviar, dichos avisos le provocaban bastante mal humor.

Ya que cada vez que le llegaban, debía abandonar su puesto de trabajo para ir a entregárselos al capitán.

Eso le generaba un esfuerzo adicional y cuando retornaba a su puesto el trabajo se había multiplicado.

La insistencia del S.S. Californian lo sacó de quicio de tal manera, que rechazó todos los avisos, insultando al telegrafista, a los oficiales, a toda la tripulación y a la nave toda.

Razón por la cual el capitán del S.S. Californian decidió dejar de enviar dichas advertencias, apagar la radio y anclar el barco para disponerse a descansar.

Orquesta del Titanic

Dentro del Titanic todo era algarabío.

La orquesta tocaba, la gente bailaba, se descorchaban botellas de champagne, los mozos iban y venían con los bocadillos.

Eso en la primera clase, la de los que habían pagado fortunas para poder vivir personalmente la emoción de llegar al puerto de Nueva York en el más grande y sofisticado barco jamás construido por el hombre.

Su estatus así lo requería.

Todo era brillante, los pisos, las grandes lámparas de cristal, las selectas joyas de las damas, nada se escatimaba para demostrar poder y lujosa ostentación.

La película lo reflejaba muy bien.

Muy otra era la situación de los que viajaban en segunda y tercera clase.

Ellos eran los pobres, los que habían podido ahorrar para comprar un pasaje, y anhelaban llegar a destino para comenzar una nueva vida.

No había más placer para ellos en el viaje que algún juego de dados, algún baile regional amenizado por acordeones o armónicas que hacían sonar entusiastas músicos improvisados.

No había en sus mentes otra cosa que el deseo de que el viaje llegase a su fin, porque era su destino lo importante.

Lo que les prometía la esperanza de una prosperidad que hasta entonces le había sido negada.

Como en la vida, no era posible que los de abajo pudieran subir a la cubierta superior.

Había puertas cerradas y guardianes que lo impedían.

Arriba se pulsaban los juegos de poder.

Las autoridades de la empresa armadora no sólo querían cruzar el Atlántico y llegar a Nueva York, querían también marcar un record.

Por dicha razón, el capitán fue presionado para acelerar los motores al máximo.

El Titanic debía hacer historia. Marcar un antes y un después.

En esa babel de triunfos, nadie recordó la presencia de los icebergs que se movían en el océano.

El monstruoso barco iba a toda marcha. Debía llegar a Nueva York aún antes de lo esperado.

El éxito debía superar todos los límites.

Mientras tanto en el mar todo era negrura y silencio.

Sólo resonaban los cantos y la música, las risas y el entrechocar de las copas de vinos selectos.

De repente el vigía se atragantó.

El enorme iceberg estaba allí, delante del barco y a la velocidad a la que éste iba, no había forma de no chocarlo de frente.

La orden inmediata fue virar hacia la izquierda “a babor”, para tratar de esquivar la gran masa de hielo.

En realidad, el iceberg estaba quieto, era el barco el que se iba a estrellar contra él.

La enorme mole no tuvo la flexibilidad necesaria para realizar la maniobra a tiempo y dio con su costado contra la enorme masa de hielo.

Los expertos dirían después que hubiera sido mejor un choque frontal, lo que hubiera provocado daños pero no hundimiento.

El choque lateral fue fatídico.

Una de las salas del Titanic

    

LA AGONÍA Y LA COMPASIÓN

Los pronósticos del técnico responsable del barco fueron espantosos, el inhundible se iba a pique.

¿Cuánto tiempo?, le preguntaron atónitos. Dos horas. Como mucho tres.

Lo demás, ya lo sabemos, las corridas, los gritos, la urgencia del telegrafista para enviar mensajes de auxilio a cualquier barco que estuviera cerca.

Nadie contestaba.

El primero en contestar, aún pensando que era una broma pesada, fue el Monte del Templo, pero estaba muy lejos, otros también.

El S.S. Californian, que estaba a sólo 20 millas y podía haber llegado a tiempo, tenía la radio apagada y su tripulación y pasajeros dormían tranquilamente.

Solamente un barco respondió al llamado angustioso, el R.M.S. Carpathian, un pequeño barco nada ostentoso, que realizaba el traslado de inmigrantes pobres y viajeros de toda índole.

Esa noche, el Carpathian iba en sentido contrario al Titanic. Se dirigía a Croacia llevando su pasaje habitual.

Su telegrafista no creyó al principio los llamados de socorro del Titanic, creyéndolos una broma pesada.

Cuando la insistencia lo convenció, se dirigió al capitán de la nave, quien de inmediato cambió su rumbo, avisando al capitán del Titanic que llegaría en cuatro horas.

No lo sabía pero llegaría dos horas tarde.

Pero, con un sentido de responsabilidad y solidaridad admirable, el capitán del Carpathian ordenó un protocolo destinado a preparar a su barco, en esas cuatro horas, para recibir náufragos.

Con el propósito de ahorrar energía, eliminó la generación de agua caliente y la calefacción, lo que le permitió dirigirse a toda velocidad al lugar donde lo esperaba el infortunado Titanic.

Se prepararon zonas públicas para alojar a los náufragos, se juntaron mantas, vendas, se pusieron escaleras a los costados del barco para facilitar la subida de los sobrevivientes y se bajaron botes a media altura, para hacer más rápida la operación.

También se iluminaron todos los costados de la nave, para darle visibilidad.

Pensando en la angustia de los pasajeros del Titanic, ordenó lanzar, cada 15 minutos, bengalas de aviso para darles esperanza.

Fue admirable cuántas cosas sacrificó el Carpathian esa noche para tratar de llegar a tiempo.

Cuando se menciona la tragedia del Titanic, no se recuerdan ni la abnegación de su capitán, de su tripulación y aún de los pasajeros, que no solo aceptaron la interrupción de su viaje, sino que cedieron sus camarotes para alojar a los náufragos.

Hacía dos horas que el monstruoso barco había desaparecido de las aguas cuando por fin el Carpathian llegó.

Pudo rescatar a 700 sobrevivientes y los llevó al puerto de Nueva York, en el que fue recibido con gran duelo.

Hasta ahí la historia. Su capitán fue condecorado.

Todo lo contrario al capitán del S.S.Californian, que debió enfrentar un juicio y pasó toda su vida con la carga de no haber hecho lo que hubiera debido hacer.

Morgan Robetson, autor de Futility

  

DOS PROFECÍAS

Hubo dos periodistas que años antes predijeron la tragedia del Titanic de 1912.

Uno fue William Thomas Stead que escribió un artículo en la Gaceta de Pall Mall en marzo de 1886.

En su historia de ficción trataba de advertir al público sobre la falta de botes salvavidas en los barcos que se construían en esa época.

La historia del artículo es sobre un marinero británico llamado Thomas que aborda el barco en su viaje inaugural a los Estados Unidos.

Thomas se da cuenta que los botes salvavidas eran insuficientes para todos los pasajeros y la tripulación, hace este comentario durante el viaje, pero nadie lo toma en cuenta.

Dos días después el buque navega en medio de una densa niebla y choca con un barco a vela.

Se produce una gran conmoción porque ahí se dan cuenta la poca cantidad de bote salvavidas y de las 916 personas del transatlántico mueren 700.

El personaje Thomas logra salvarse saltando el agua y subiéndose a uno de los botes.

La trama es impresionantemente similar pero más llamativo es lo que sucedió con el autor.

Increíblemente William Thomas Stead murió en el Titanic.

Había abordado la primera clase para ir a una conferencia de paz en el Carnegie Hall de Nueva York.

Lo último que se sabe de él es que después de la colisión se lo vio aferrado a un escombro junto a un escritor llamado John Jacob Astor, pero nunca se encontró su cuerpo.

La otra predicción se encuentra en la novela Futility de 1898, de Morgan Robertson.

La historia de la novela cuenta sobre un trasatlántico llamativamente llamado Titán, que era considerado insumergible.

Este transatlántico golpea con un iceberg en el Atlántico Norte y se hunde.

Pero los detalles de la novela y de lo que sucedió al Titanic son sorprendentemente parecidos.

Ambos se llamaban de manera similar, tenían tamaños parecidos y propulsiones similares, iban más o menos a la misma velocidad, no tenían suficiente cantidad de botes salvavidas, ambos chocaron con un iceberg y en una fría noche de abril.

La novela de Robertson trata de un oficial naval que se ha vuelto alcohólico y ha caído, fue despedido de la Marina y trabaja en el Titán.

Este personaje se salva del hundimiento y encuentra a Dios, recupera al amor de su vida y lucha contra el alcoholismo.

Luego del hundimiento del Titanic se habló que Robertson era un clarividente, pero él contestaba “sé de lo que estoy escribiendo, eso es todo”.

  

LA TRAGEDIA DEL TITANIC ¿UNA PROFECÍA DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS?

Pero ahora, se nos presenta una nueva y tal vez descabellada – o no – versión, de lo que pudo pasar y finalmente ocurrió.

En un video publicado en la web por una iglesia cristiana no católica, se intenta estudiar la similitud de ese accidente ocurrido inesperadamente con la actualidad del mundo presente y lo que podría – o no – suceder en un futuro.

Con gran ingenio, el responsable de dicho video comienza por hacer un paralelo de las fiestas, el lujo y la embriaguez de los sentidos reinantes, así como del olvido de Dios, tanto en ese momento en el Titanic, como en el mundo en la actualidad.

También realiza un paralelo de los avisos que, con gran insistencia realizó el capitán del S.S. Californian, que fueron todos, absolutamente todos, desechados y olvidados.

Paradójicamente, el nombre del capitán era Stanley Lord. Lord en inglés significa Señor. Con esa palabra reconocen los angloparlantes al Señor.

En este video se recalca esa extraordinaria coincidencia; un Lord que realiza innumerables avisos que son desechados como innecesarios e improbables.

La segunda coincidencia se refiere al primer barco que recibió el aviso, cuyo nombre era Monte del Templo.

Impresionante nombre, pero estaba tan lejos que no era posible contar con su ayuda.

Cuando se le preguntó al capitán Lord sobre el tema, él contestó algo que muy bien podría responder Nuestro Señor si se le hiciera la misma pregunta en una tribulación global repentina: “Yo les avisé”.

¿Sería posible pensar que Dios pueda utilizar ese terrible accidente para avisarle al mundo que algo similar podría ocurrir en la gran nave en la que todos viajamos, el planeta Tierra?

Bote salvavidas del Titanic

  

ÉL NOS ESTÁ AVISANDO

Muchísimas apariciones de la Santísima Virgen nos han advertido de lo que podría pasar si el mundo no se convierte.

No porque Dios pueda o quiera destruirlo, sino porque será el mismo hombre el que lo destruya, pero eso sí, sin que Dios mueva una mano.

El hombre ha creado y fabricado tecnología como para destruir toda la vida del planeta Tierra.

Sin entrar en elucubraciones sobre si esto podría ser cierto o no, tal vez lo lógico sería pensar que mejor nos preparamos para la irrupción de un súbito iceberg que pueda acercarse a nuestro planeta desde el espacio.

Ninguna tecnología sería suficiente para defendernos en esa situación.

Tal vez lo que deberíamos es escuchar, por fin, con el corazón sincero y humilde, todo lo que Dios nos pide.

Porque un corazón contrito y humillado Tú no lo desprecias, Señor” (Salmo 51,17).

Aprovechemos el tiempo de Gracia. Todavía las puertas están abiertas.

Cuando se cierren, será el tiempo de la Justicia.

Y en ese momento, no va a haber llanto que nos pueda salvar.

   

¿QUIENES FUERON LOS SALVADOS EN EL TITANIC?

Pero sin llegar a extremos apocalípticos, toda persona en el mundo sabe que está destinada a morir.

No sabe el día ni la hora y prefiere ignorar esa realidad que pende sobre su cabeza como una espada de Damocles.

Para aumentar su confort, genera ideas como la de que Dios no existe, que con la muerte todo se termina, que hay que aprovechar la vida al máximo y que el infierno es en este mundo.

Toda una colección de excusas fabricadas con el solo propósito de olvidar que la muerte camina a nuestro lado desde el día en que nacemos.

Y que esto es un designio divino desde la caída de nuestros primeros padres.

Ahora pensemos en el Titanic.

En realidad, tal vez desde nuestra perspectiva de creyentes, los que más probablemente se hayan salvado fueron los que se fueron al fondo del mar con el barco.

¿Por qué?

Porque en el barco viajaban tres sacerdotes que prepararon a los desahuciados para su viaje final.

Confesaron, aconsejaron, rezaron el Rosario, y en el último minuto antes del desenlace trágico, absolvieron a todos los que estaban en el barco.

Esto lo sabemos con absoluta certeza porque hubo testimonios de sobrevivientes que escucharon por entre los acordes musicales el rezo del Santo Rosario.

Y porque cuando el gran barco alzó su popa para caer al agua, algunos alcanzaron a ver a uno de los tres sacerdotes de pie con la mano levantada en actitud de dar la absolución y a muchas personas arrodilladas frente a él.

Pero sin estos testimonios, igual lo sabríamos, porque somos católicos y conocemos cual es la misión y la obligación de un sacerdote del Altísimo.

Y es esa certeza la que nos hace pensar que todas esas personas que se hundieron con el Titanic pudieron haber salvado sus almas.

Paradójicamente, los que tuvieron “la fortuna” de sobrevivir, volvieron a sus vidas, a sus conflictos, a su peregrinaje en este mundo.

Bien lo dijo a las niñas la Virgen en Garabandal: los que queden vivos envidiarán a los muertos”.

Sacerdotes que viajaban en el Titanic (mira lo que hicieron aquí)

   

RECUERDA AL TITANIC

Pero, sin llegar a pensar en un posible escenario apocalíptico, debemos tener presente en todo momento que nuestro propio fin del mundo puede alcanzarnos al cruzar una calle.

O pasar debajo de un balcón justo en el momento en que se cae una maceta.

Entonces, ¿no sería tal vez sabio pensar que cada uno de nosotros podría decirse cada día: “recuerda al Titanic, donde el fin sobrevino en un instante”, para animarnos a estar preparados por si nos sucede de improviso a nosotros?

Y bien podríamos convertirlo en un lema que nos despierte cada día de nuestras vidas: “Reza el Rosario, ve a confesarte hoy mismo. Recuerda al Titanic”.



María de los Ángeles Pizzorno de Uruguay, Escritora, Catequista, Ex Secretaria retirada

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