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Cómo Dios nos está pidiendo actuar para combatir al maligno.

La pandemia de coronavirus ha sido un punto de inflexión en la batalla espiritual que se está librando en el mundo.

Los poderosos, las élites, la han aprovechado para dar un golpe definitivo a los valores cristianos de la civilización. 

Y para promover un sistema de mayor control sobre la población, quitándole espacios a la libertad.

El mundo al que nos dirigimos, si es que Dios no interviniera, ya fue ampliamente descrito.

Pero Dios no va a permitir que se destruya su creación y quiere apoyarse en nosotros para su remodelación del planeta.

Por eso durante la pandemia ha crecido el pulmón del mundo que es la oración y son los testimonios de vida.

La mayoría de nuestros suscriptores nos están diciendo que están orando más y sacrificándose por los pecadores.

Y varios afirman haber redescubierto a Dios en la pandemia.

En este artículo hablaremos hacia dónde marcha el mundo si no hay una intervención decisiva del cielo y cómo está creciendo la intervención de Dios, desde lo pequeño, como un grano de mostaza.

La doctrina cristiana dice que el mal es la ausencia del bien.

O sea que cuando Dios, que es el bien supremo, comienza a ser expulsado del mundo, de las sociedades y de la mente de las personas, su lugar empieza a ser ocupado por la oscuridad, por el mal.

Y así el mundo y las personas se encuentran más a merced de las fuerzas oscuras.

Desde hace décadas hay poderosas fuerzas que quieren expulsar a Dios de la mente de la gente y de las manifestaciones sociales.

Y han ido ganando terreno, al punto que, primero los niveles de prescindencia y luego de rebelión contra Dios, se han hecho más profundos.

Por ejemplo, ¿qué rebelión más grande hay que negar la sexualidad con la que Dios nos hizo, intentar cambiarla físicamente a través de cirugías o incluso crear vida artificial en laboratorios?

Y ahora estamos en los momentos culminantes de la rebelión contra Dios.

Esta rebelión es liderada por una elite, adoradora de Lucifer, que ha ido ganando poder y fortunas a través del tiempo.

Y se propone esclavizar al resto de los habitantes del planeta a través de adicciones y modas dañinas, y luego mediante una dictadura al estilo chino.   

Diversos autores han profetizado hasta donde llegaríamos. 

George Orwell por ejemplo se ocupó de describir que llegaría una sociedad gobernada por un poder que todo lo ve y todo lo controla, en su famosa novela llamada “1984”, que fue publicada en 1949. 

Esta profecía ya está aquí cumpliéndose.

El desarrollo de la tecnología de la comunicación hizo realidad el Gran Hermano que él planteó, como una presencia vigilante que llegaba a todos los rincones de la intimidad, sin dejar resquicio sin escrudiñar. 

Los dispositivos móviles que hoy permiten la localización inmediata del usuario y saber todo lo que hace, dejan cada vez menos espacio para la privacidad, hasta convertir a quienes los usan en verdaderos presos de la tecnología.

Del mismo modo, Orwell se adelanta a un tema que hoy es candente, la manipulación de la realidad a través de los medios de comunicación.  

En su novela dice que el Estado tiene un Ministerio de la Verdad, que se ocupa de maquillar la realidad para servir a los intereses de la elite.

Y hoy vemos que son los propios medios informativos y las redes sociales, los encargados de falsear la realidad, evitando que la población se entere de ciertas noticias y manipulando las noticias que dan.

También la obra Fahrenheit 451, del escritor de ciencia ficción Ray Bradbury, plantea el tema de un Estado controlador que prohíbe tener libros, los expropia y los quema.

Los ciudadanos de ese estado trataban de memorizar los libros para no perder su contenido. 

Y hoy ya está sucediendo eso. En los regímenes comunistas, por ejemplo, ya no se puede comprar una Biblia y hasta quien la posea una puede ir a la cárcel.

Mientras que en algunas partes del civilizado occidente, ya no se pueden leer algunos pasajes de la Biblia en público.

Otro escritor profético Aldous Huxley, publicó en 1932 la obra “Un mundo feliz”, donde describe una sociedad que ha logrado generar seres humanos felices por medio de la tecnología reproductiva y de imposición de adicciones. 

La felicidad se derrama allí como una epidemia a partir del Estado, que es el proveedor de una felicidad programada, sin rebelión, porque el miedo es el motor omnipresente.  

Esta trilogía de obras proféticas, 1984, Farenheit 451 y Un mundo feliz, nos mostraron un futuro en que la tecnología y la construcción de la realidad por los medios de comunicación, son los instrumentos de dominio del Estado todopoderoso y tiránico, dominado por una élite privilegiada, cuyo objetivo es perpetuarse en el poder y tener controlados al resto de la población.

Y el arma principal que usan, por sobre todas las otras es el miedo.

Hoy el planeta vive la pandemia de coronavirus, una situación inédita que quedará en la memoria de la humanidad como un punto de inflexión.

Rige el Ministerio de la Verdad del que hablaba Orwell, donde Dios brilla por su ausencia. 

Los medios de comunicación y las redes sociales propagan el miedo, llaman al confinamiento, y digitan y deforman las noticias que pueden llegar a la población. 

Y los más ricos del mundo quieren dar una vuelta más al torniquete de su control de la sociedad, a través del Gran Reinicio que proponen. 

Esta es la combinación perfecta para alejar el mundo de Dios. 

Y su gran arma es producir miedo.

Pero el miedo no es de Dios, lo genera el maligno para alejarnos del consuelo de la divinidad.

Tampoco lo es el ocultamiento de la realidad.

Y ante lo que sucede, Dios ya está interviniendo, porque no va a dejar que se destruya su obra.

Hemos visto que nuestros suscriptores dicen que durante la pandemia han comprendido mejor cómo escuchar a Dios y diferenciar su voz de las otras.

Y que se ha afianzado en ellos el convencimiento que Dios es el dueño de la historia y que nada pasa sin que él lo sepa y para nuestro bien.

Que rezan más y más fervientemente.

Y han redescubierto la bondad de la misa, la añoran.

Porque la eucaristía es un alimento espiritual, es la recepción de Cristo que ofrece una vida más abundante.

Y la situación del mundo los ha llevado a orar por la comunidad, por su familia, por la Iglesia.

Son más conscientes de las verdades de nuestra fe, de la doctrina, de lo que significa ser católico.

Han redescubierto la importancia de invocar a los santos, a los ángeles, a la Santísima Virgen, a San José, como intermediarios hacia Nuestro Señor.

Y de leer más sobre ellos.

También se ha preocupado por las almas de los muertos, por quienes pueden estar purgando en el purgatorio.

Han comprendido la importancia de la salud espiritual, de recibir la gracia de enmendar su propia vida.

Se han hecho más conscientes de lo destructivo que es el pecado.

Y por ahí están ansiosos de confesar sus pecados como nunca antes.

Se han propuesto más que antes ser testigos de Dios para servir como fuerza de conversión de los que tienen al lado.

Tienen más presente la presencia del maligno en el mundo y cómo está actuando en este momento

Y han buscado información sobre cómo defenderse de sus ataques.

Han aprendido la importancia de los sacramentales, medallas, crucifijos, agua bendita, señal de la cruz, etc. y han conocido cómo usarlos mejor.

Y han aprendido nuevas devociones.

Y algunos se han atrevido a comenzar a ayunar.
 

Debemos seguir con esto, es nuestra batalla.

Evitar caer en la tentación, refugiarnos en la oración, en los sacramentos e intensificar la vida espiritual para contrarrestar al maligno. 

Y tener en cuenta que la oración, entre ella de los religiosos y religiosas en los monasterios y los conventos, es una gran fuerza contra el mal.

El pulmón de Dios son los que oran y dan testimonio para que el Espíritu Santo derrame un nuevo pentecostés sobre el mundo y venga el triunfo del Corazón Inmaculado de María.

Bueno hasta aquí lo que queríamos contarte del mundo en el que vivimos, en el que aparece una fuerza dominante que tiene por meta alejar definitivamente a la humanidad de Dios, pero en el que Dios está actuando desde lo chiquito, como un grano de mostaza. 

Y me gustaría preguntarte qué transformación en tu vida espiritual ha sucedido durante la pandemia.

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