Desvelamos cómo fue que se creó y desarrolló la devoción del Vía Crucis.
El Vía Crucis es una de las devociones más importantes de la Iglesia, especialmente para Cuaresma y Semana Santa.
Aunque Jesucristo mismo ha pedido que se rece más a menudo.
La Virgen María fue quien creó el Vía Crucis luego de Pentecostés sobre la base de recorrer el trayecto que hizo Jesús por la Vía Dolorosa durante Su Pasión y hacer paradas en lugares significativos para meditar y rezar.
Aquí hablaremos sobre cómo fue el Vía Crucis que creó la Virgen María y cómo el método que Ella creó fue tomado por los franciscanos y desarrollaron el Vía Crucis tal como lo conocemos hoy.
Vía Crucis es una expresión latina que significa “Camino de la Cruz», y hace alusión al camino que recorrió Cristo durante su Pasión, desde el Pretorio de Pilatos hasta el Calvario.
Muchas tradiciones afirman que María siguió a Jesús por el camino del Calvario, y por eso tenía grabado en su corazón cada centímetro del recorrido.
Y diversos textos del primer siglo relatan que María visitaba diariamente los escenarios de la pasión de su hijo, después de Pentecostés .
Y que vivió el resto de su vida contemplando el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, a través del Vía Crucis.
Ella trataba de revivir los poderosos eventos de la pasión de Jesús guardados “en su corazón”, contemplando el gran sacrificio que hizo.
De modo que la práctica del Vía Crucis comenzó con la Santísima Madre.
Porque Ella, más que nosotros, comprendió claramente el poder de aquellas horas de la agonía de Jesús.
María sabía la importancia de unir todos los sufrimientos y sacrificios a ese sacrificio perfecto de su Hijo.
Sin embargo, no creó la devoción popular con las oraciones y estaciones que conocemos hoy.
Eso se fue haciendo de a poco y cristalizó con los franciscanos, más de un milenio después, con las 14 estaciones de hoy.
Pero Ella fue la que creó el método, porque no bien murió Jesús, Ella comenzó a rememorar el recorrido que hizo Su hijo durante las últimas 9 horas de vida.
Después de la muerte de Jesús, María fue a casa de Lázaro.
E inmediatamente Ella partió con 17 mujeres para seguir el camino de la Pasión nuevamente.
El ardiente deseo de estar cerca de Jesús y de no abandonarlo, le dieron una fuerza sobrenatural, a pesar de Su dolor.
Dice la beata Ana Catalina Emmerich,
“Yo las vi cubiertas con sus velos llegar sin atender a las injurias del populacho, besar la tierra en el sitio en que Jesús cargó con la Cruz, y después seguir el camino que Él mismo había seguido”.
María vivió 5 años en Jerusalén y allí recorría diariamente la vía dolorosa siguiendo la misma ruta por la que pasó el Señor cargando con la cruz.
Se detenía en cada uno de los sitios que le ofrecían un recuerdo especial para meditar y considerar la angustia que sufrió.
Algunas veces, el dolor la inundaba tanto, que se desvanecía y quedaba enferma por largos días, a tal punto que muchos creían que tarde o temprano fallecería por estos desvanecimientos.
Luego María se mudó a una casa que había hecho construir San Juan en Éfeso, donde vivió otros 10 años.
En ese asentamiento se habían establecido varias familias cristianas antes de que estallara la gran persecución.
La casa de María era la única de piedra y estaba a 17 kilómetros de Éfeso, hoy en Turquía.
Ana Catalina Emmerich da muchos detalles de la casa en sus visiones, los que sirvieron luego para que una expedición encontrará la casa a finales del siglo XIX.
Había permanecido oculta para el mundo por siglos, pero paradójicamente tenía en el frente una imagen de la Virgen y era un lugar de peregrinación para honrarla, especialmente para los musulmanes.
No bien María se instaló en la casa construyó una réplica del Vía Crucis que hacía en Jerusalén, detrás de su casa, en el camino que conducía a la montaña.
De tanto recorrer la vía dolorosa en Jerusalén sabía exactamente los pasos entre un lugar y otro, y diagramó 12 estaciones a las que daba más significación, con las distancias exactas que tenían en Jerusalén.
En cada estación erigió con el tiempo una piedra, o si allí había un árbol, le haría una señal. Y luego escribió una leyenda en cada lugar.
El camino terminaba en una altura que representaba el Calvario y una gruta a otra altura representaba el Santo Sepulcro.
Y con esta guía recorría el camino entregándose a las meditaciones de la pasión de Jesús.
Al principio iba sola pero luego lo seguiría diariamente en compañía de su sirvienta, sumergida en silenciosa contemplación.
Se sentaban en cada sitio que recordaba un episodio de la Pasión, meditando su significación misteriosa, dando gracias al Señor por su amor y derramando lágrimas de compasión.
En ocasiones San Juan, las santas mujeres y fieles de la primitiva Iglesia, acompañaban a Nuestra Señora a recorrer el camino.
Entre las santas mujeres que vivían en el asentamiento cristiano cerca de Éfeso y que visitaban el primer Vía Crucis, estaba la hija de una hermana de Ana, la profetisa del Templo.
Pero incluso llegaba gente desde Jerusalén y de otros lugares.
Luego de la Asunción de María, todo esto fue mejorado y ordenado y los cristianos que llegaban se postraban y besaban la tierra.
Cuenta Ana Catalina Emmerich que vio un Vía Crucis,
“La Santísima Virgen iba delante de todos ellos. Vi que estaba débil, su cara era bastante blanca y como transparente. Su apariencia era indescriptiblemente conmovedora.
Estaba muy delgada, pero no vi arrugas, no había señal alguna en ella de marchitamiento o decadencia.
Había una solemnidad indescriptible en ella”.
También relata la beata Emmerich que después del tercer año de estancia en Éfeso, María tenía grandes ansias de ir a Jerusalén, y Juan y Pedro la llevaron allí.
Parece que fue en ocasión de una especie de concilio de los apóstoles, donde María los asistiría con sus consejos.
Y a su llegada, por la tarde ya oscurecido, recorrió los santos lugares de la Vía Dolorosa de Jerusalén.
Y 1 año y medio antes de su asunción, volvió a Jerusalén de nuevo, e hizo el mismo recorrido con los apóstoles, otra vez por la noche.
Estaba indeciblemente triste y suspiraba continuamente «Oh hijo mío, hijo mío».
Después de la Asunción de María, Ana Catalina Emmerich vio que los cristianos visitaban este Vía Crucis, llevaban un asta con una cruz, clavaban el asta en una hendidura de cada piedra y se postraban para rezar.
Y una vez descubierta la casa de Éfeso siglos después, la Hermana Marie de Mandat-Grancey fue nombrada en 1891 responsable de adquirir, restaurar y preservar la Casa de María y las áreas circundantes de la montaña.
Y encontró las estaciones de la Cruz con las piedras marcadas por la propia Virgen María.
Estas piedras hoy se encuentran en un museo público en Turquía.
Pero con el tiempo y las persecuciones este Vía Crucis en Éfeso se fue desvaneciendo.
Mientras tanto la Iglesia Católica descubre las bondades de hacer el Camino de la Cruz en el siglo IV, cuando Santa Elena descubrió el Gólgota y la Tumba de Jesús.
Y los peregrinos pudieron hacer el recorrido visitando estos lugares, deteniéndose para meditar en las Escrituras y en las tradiciones piadosas transmitidas.
Y a medida que la fe se extendió por Europa, la gente que no podía viajar a Tierra Santa, comenzó a hacer construcciones con las estaciones, para imitar la práctica del Vía Crucis más cerca de casa.
Recién se conoció masivamente el Vía Crucis originario de la Virgen María en el siglo XIX, por lo que las estaciones del Vía Crucis popular de Jerusalén se hizo en base a tres devociones,
La de recorrer las caídas de Cristo bajo el peso de la Cruz.
El camino triste que hacían los cristianos recorriendo 7 ó 9 Iglesias diferentes conmemorando el camino de Jesús.
Y la conmemoración de los momentos en que Jesús se detuvo cuando cargaba la cruz.
A partir de los siglos XIV y XV los franciscanos empezaron a desarrollar la devoción del Vía Crucis en sus capillas.
Y la devoción del Vía Crucis tal como la conocemos hoy con las 14 estaciones, nació entre los franciscanos en España en la mitad del siglo XVII y luego se extendió por Italia.
En 1686, el Papa Inocencio XI alentó formalmente a los franciscanos para erigir Estaciones de la Cruz en todas sus iglesias.
Y extendió las mismas indulgencias para rezar las estaciones en sus iglesias, que se concedían para rezar las estaciones en peregrinación en Tierra Santa.
Y Jesús mismo participó en la consolidación de esta devoción apareciendo a Santa Faustina Kowalska en el siglo XX, diciéndole que el mejor momento para rezar las estaciones de la cruz es el viernes a las 3 de la tarde, le dijo Jesús,
«Haz tu mejor esfuerzo para llegar a las Estaciones de la Cruz en esta hora; y si no puedes hacer las Estaciones de la Cruz, al menos entra en la capilla por un momento y adora al Santísimo Sacramento».
Y también dio a al Hermano Estanislao, de principios del siglo XX, una serie de promesas a quien rece el Vía Crucis, que te las dejo en el artículo de nuestro sitio web, que reproduce este video, y cuyo link está en la descripción de este video.
Bueno hasta aquí lo que queríamos hablar sobre cómo la Santísima VIrgen ideó y desarrolló el Vía Crucis, y cómo los Franciscanos lo desarrollaron a partir de devociones populares de Jerusalén.
Y me gustaría preguntarte si rezas el Vía Crucis y cuando y donde lo haces.
PROMESAS FUERON TRANSMITIDAS POR JESÚS AL HERMANO ESTANISLAO (1903-1927).
Yo concederé todo cuanto se me pidiere con fe, durante el rezo del Via Crucis.
Yo prometo la vida eterna a los que, de vez en cuando, se aplican a rezar el Via Crucis.
Durante la vida, yo les acompañaré en todo lugar y tendrán Mi ayuda especial en la hora de la muerte.
Aunque tengan más pecados que las hojas de las hierbas que crece en los campos, y más que los granos de arena en el mar, todos serán borrados por medio de esta devoción al Via Crucis.
(Esta devoción no elimina la obligación de confesar los pecados mortales. Se debe confesar antes de recibir la Santa Comunión.)
Los que acostumbran rezar el Vía crucis frecuentemente, gozarán de una gloria extraordinaria en el cielo.
Después de la muerte, si estos devotos llegasen al purgatorio, Yo los libraré de ese lugar de expiación, el primer martes o viernes después de morir.
Yo bendeciré a estas almas cada vez que recen el Vía Crucis; y mi bendición les acompañará en todas partes de la tierra.
Después de la muerte, gozarán de esta bendición en el Cielo, por toda la eternidad.
A la hora de la muerte, no permitiré que sean sujetos a la tentación del demonio.
Al espíritu maligno le despojaré de todo poder sobre estas almas.
Así podrán reposar tranquilamente en mis brazos.
Si rezan con verdadero amor, serán altamente premiados.
Es decir, convertiré a cada una de estas almas en Copón viviente, donde me complaceré en derramar mi gracia.
Fijaré la mirada de mis ojos sobre aquellas almas que rezan el Vía Crucis con frecuencia y Mis Manos estarán siempre abiertas para protegerlas.
Así como yo fui clavado en la cruz, igualmente estaré siempre muy unido a los que me honran, con el rezo frecuente del Vía Crucis.
Los devotos del Vía Crucis nunca se separarán de mí porque Yo les daré la gracia de jamás cometer un pecado mortal.
En la hora de la muerte, Yo les consolaré con mi presencia, e iremos juntos al cielo.
La muerte será dulce para todos los que Me han honrado durante la vida con el rezo del Vía Crucis.
Para estos devotos del Vía Crucis, Mi alma será un escudo de protección.
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