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LA RECONSTRUCCIÓN DE LA IGLESIA, LA GUERRA ESPIRITUAL, LAS DOS CIUDADES, MARÍA, PROTECTORA DE LA IGLESIA, EL COMBATE DE SAN MIGUEL, LA MUJER FUERTE, LA PURIFICACIÓN, LA CASA NUPCIAL, LA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA, EL PAPA FUTURO, EL LIBRO DE LOS SIETE SELLOS, LA VUELTA A LA UNIDAD CRISTIANA, EL TIEMPO DE PAZ, EL NUEVO PENTECOSTÉS, LA IGLESIA ESPIRITUAL, LOS DOCE APÓSTOLES FUTUROS, LOS QUE REHUSAN EL ADVENIMIENTO, VISIÓN DE LA ISLA DE LAS PROFECÍAS

  

 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA IGLESIA

Entonces vi reconstruir la Iglesia muy rápidamente y con más magnificencia que nunca. (AA.III.114)

Vi una mujer llena de majestad avanzar en la gran plaza que está ante la Iglesia. Ella mantenía su amplio manto sobre los dos brazos y se elevaba suavemente en el aire. Se posó sobre el domo y extendió sobre toda la extensión de la Iglesia su manto que parecía irradiar oro. Los demoledores se habían tomado un momento de reposo, pero, cuando quisieron volver al trabajo, les fue absolutamente imposible acercarse al espacio cubierto por el manto. (AA.II.204)

Después vi, a lo lejos, acercarse grandes cohortes, ordenadas en círculo alrededor de la iglesia, unas sobre la tierra, otras en el cielo. La primera se componía de hombres y mujeres jóvenes, la segunda de personas casadas de toda condición entre los cuales reyes y reinas, la tercera de religiosos, la cuarta de gentes de guerra. Ante ellos vi a un hombre montado sobre un caballo blanco. La última tropa estaba compuesta de burgueses y de paisanos de los cuales muchos estaban marcados en la frente con una cruz roja. (AA.III.113)

Vi la iglesia de San Pedro: estaba desnuda, con excepción del coro y del altar mayor. Después vinieron de todas partes del mundo sacerdotes y laicos que rehicieron los muros de piedra. (AA.III.118)

Mientras se acercaban, cautivos y oprimidos fueron liberados y se unieron a ellos. (AA.III.114)

Todos los demoledores y los conjurados fueron expulsados de todas partes y fueron, sin saber como, reunidos en una única masa confusa y cubierta de una bruma. Ellos no sabía ni lo que habían hecho, ni lo que debían hacer, y corrían, dándose cabezazos unos contra otros. Cuando fueron todos reunidos en una sola masa, los vi abandonar su trabajo de demolición de la iglesia y perderse en los diversos grupos. (AA.III.114)

Entonces vi rehacer la Iglesia muy rápidamente y con más magnificencia que nunca: porque las personas de todas las cohortes se hacían pasar las piedras de un extremo del mundo al otro. Cuando los grupos más alejados se acercaban, el que estaba más cerca del centro se retiraba tras los otros. Era como si ellos representasen diversos trabajos de la oración y el grupo de soldados las obras de la guerra. Vi en este a amigos y enemigos pertenecientes a todas las naciones. Eran simplemente gentes de guerra como los nuestros (como los soldados de su tiempo) y vestidos igual (con uniformes).

El círculo que formaban no estaba cerrado, pero había hacia el norte un gran intervalo vacío y sombrío: era como un agujero, como un precipicio. Tuve el sentimiento de que había allí una tierra cubierta de tinieblas. (AA.III.114)

Vi también a una parte de este grupo permanecer atrás: no querían ir hacia delante y todos tenían un aspecto sombrío y permanecían juntos unos contra otros. En todos estos grupos, vi muchas personas que debían sufrir el martirio por Jesús: había todavía ahí muchos malvados y otra separación tendría que suceder más adelante…

Sin embargo vi a la iglesia completamente restaurada; por encima de ella, sobre una montaña, el Cordero de Dios rodeado de un grupo de vírgenes con palmas en las manos, y también los cinco círculos formados por las cohortes celestiales correspondientes a aquellos de aquí abajo que pertenecen a la tierra. (AA.III.113-115)

 

LA GUERRA ESPIRITUAL

Vi grandes tropas viviendo de varios países dirigirse hacia un punto y combates que se libraban por todas partes. Vi en medio de ellos una gran mancha negra, como un enorme agujero; aquellos que combatían alrededor eran cada vez menos numerosos, como si muchos cayeran sin que se dieran cuenta.

Durante ese tiempo, vi todavía en medio de los desastres a los doce hombres, de los que ya he hablado, dispersados en diversos lugares sin saber nada los unos de los otros, recibir rayos del agua viva. Vi que todos hacían el mismo trabajo en diversos lados; que ellos no sabían de donde se les había pedido hacerlo y que cuando una cosa se había hecho, otra se les daba para hacer. Eran siempre doce de los cuales ninguno tenía más de cuarenta años… vi que todos recibían de Dios lo que se había perdido y que operaban el bien por todos lados; eran todos católicos. Vi también, en los tenebrosos destructores, falsos profetas y gentes que trabajaban contra los escritos de los doce nuevos apóstoles.

Como las fuerzas de los que combatían alrededor del abismo tenebroso se iban debilitando cada vez más, y como durante el combate toda una ciudad había desaparecido, los doce hombres apostólicos ganaban sin cesar un gran número de adherentes, y de la otra ciudad (Roma) partía como un cono luminoso que entraba en el círculo sombrío. (AA.III.159)

 

LAS DOS CIUDADES

Vi en dos esferas opuestas, al imperio de Satán y al imperio del Salvador. Vi la ciudad de Satán y una mujer, la prostituta de Babilonia, con sus profetas y sus profetisas, sus taumaturgos y sus apóstoles. Ahí todo era rico, brillante, magnifico, comparado con el imperio del Salvador. Vi allí a reyes, emperadores, sacerdotes magníficamente vestidos y subidos en carrozas; Satán tenía un trono magnífico.

Al mismo tiempo vi el imperio del Salvador, pobre y a penas visible sobre la tierra, sumergido en el luto y la desolación. La Iglesia me fue presentada a la vez bajo los rasgos de la Virgen y bajo los del Salvador en la cruz, cuyo costado entreabierto parecía indicar al pecador el asilo de la gracia. (BB.IV.168)

 

MARÍA, PROTECTORA DE LA IGLESIA

Vi por encima de la iglesia (San Pedro de Roma) muy disminuida, una mujer majestuosamente vestida con un manto azul cielo que se situaba a lo lejos, portando una corona de estrellas sobre la cabeza. (AA.III.160)

Vi una especie de gran manto que iba ampliándose constantemente y que acabó por abrazar todo un mundo con sus habitantes. Al mismo tiempo este símbolo fue para mi una imagen del tiempo presente, y vi a sacerdotes hacer agujeros en ese manto para mirar a través de él. (BB.III.344)

Vi en una gran ciudad una iglesia que era la mas pequeña, llegar a ser la primera. (AA.III.160)

Los nuevos apóstoles se reunieron todos en la luz. Creo haberme visto entre los primeros con otro que yo conocía. (AA.III.160)

Ahora todo volvía a florecer. Vi un nuevo Papa, muy firme; vi también el negro abismo retraerse cada vez más: al final llegó un momento que un cubo de agua podía cubrir la abertura.

En último lugar vi todavía tres grupos o tres reuniones de hombres unirse a la luz. Tenían entre ellos personas iluminadas, y entraron en la iglesia.

Las aguas abundaban por todas partes: todo era verde y florido. Vi construir iglesias y conventos. (AA.III.161)

Vi también que la ayuda llegaba en el momento de más desolación.

Vi de nuevo a la Santa Virgen subir a la iglesia y extender su manto. Cuando tuve esta última visión, no vi al Papa actual. Vi uno de sus sucesores. Le vi a la vez suave y severo. El sabía atraerse a los buenos sacerdotes y expulsar a los malos.

Vi todo renovarse y una iglesia que se elevaba hasta el cielo. (AA.III.103)

 

EL COMBATE DE SAN MIGUEL

Ya toda la parte anterior de la iglesia se había derrumbado: no quedaba de pié más que el santuario con el Santísimo Sacramento. Estaba yo derrumbada de tristeza y me preguntaba donde estaba ese hombre que había visto otras veces sobre la iglesia para defenderla, llevando una vestimenta roja y un estandarte blanco. (AA.II.203)

Vi de nuevo la iglesia de San Pedro con su alta cúpula. San Miguel se mantenía en lo alto, brillante de luz, llevando una vestimenta roja de sangre y sosteniendo en la mano un gran estandarte de guerra.

Sobre la tierra había un gran combate. Los verdes y los azules combatían contra los blancos, y estos blancos que tenían por encima de ellos una espada roja y llameante, parecían estar derrotados: pero todos ignoraban por que combatían. (AA.II.205)

La Iglesia estaba completamente roja de sangre como el ángel, y se me dijo que ella sería lavada en la sangre.

Cuanto más duraba el combate, más el color sangrante se borraba de la iglesia y se volvió cada vez más transparente. Sin embargo el ángel descendió, fue hacia los blancos y le vi varias veces al frente de todas sus cohortes. Entonces fueron animados de un coraje maravilloso sin que ellos supieran de donde venía eso; era el ángel que multiplicaba sus golpes entre los enemigos, los cuales huían por todos lados. La espada de fuego que estaba por encima de los blancos victorioso desapareció entonces.

Durante el combate, las tropas de enemigos pasaban continuamente a su lado y una vez vino una muy numerosa.

Por encima del campo de batalla, tropas de santos aparecieron en el aire: mostraron, indicaban lo que había que hacer, hacían signos con las mano: todos eran diferentes entre ellos, pero inspirados de un mismo espíritu y actuando en un mismo espíritu.

Cuando el ángel descendió de lo alto de la iglesia, vi por encima de él en el cielo una gran cruz luminosa a la cual el Salvador estaba ligado; de sus cicatrices surgían haces de rayos resplandecientes que se extendían sobre el mundo. Las cicatrices eran rojas y semejantes a puertas brillantes cuyo centro era del color del sol. No llevaba corona de espinas, sino que de todas las heridas de la cabeza surgían rayos que se dirigían horizontalmente sobre el mundo. Los rayos de sus manos, del costado y de los pies tenían los colores del arco iris; se dividían en líneas muy menudas, a veces también se reunían y alcanzaban de esa manera a pueblos, ciudades, casas sobre toda la superficie del globo. Los vi por un lado y por otro, a veces lejos, a veces cerca, caer sobre diversos moribundos y aspirar las almas que, entrando en uno de estos rayos coloreados, penetraban en la llaga del Señor. Los rayos de la herida del costado se repartían sobre la iglesia situada por encima, como una corriente abundante y muy amplia. La iglesia estaba toda iluminada, y vi la mayor parte de las almas entrar en el Señor por esta corriente de rayos.(AA.II.205)

Vi también planear sobre la superficie del cielo un corazón brillando con una luz roja, del cual partía una vía de rayos blancos que conducían a la llaga del costado…

… y otra vía que se extendía sobre la Iglesia y sobre muchos países…

… estos rayos atraían hacia ellos un gran número de almas que, por el corazón y la vía luminosa, entraban en el costado de Jesús. Se me dijo que el corazón era María. (AA.II.205)

Tuve entonces la visión de una inmensa batalla. Toda la planicie estaba cubierta de una gran humo: había bosquecillos llenos de soldados de donde surgían continuamente. Era un lugar bajo: se veían grandes ciudades en la lejanía. Vi a san Miguel descender con una numerosa tropa de ángeles y separar a los combatientes. Pero esto no llegará más que cuando todo parezca perdido. Un jefe invocará a san Miguel y entonces la victoria descenderá.

Ella ignoraba la época de esta batalla. Dijo una vez que eso ocurriría en Italia, no lejos de Roma donde muchas cosas antiguas serían destruidas y donde muchas santas cosas nuevas (es decir desconocidas hasta entonces) reaparecerían un día. (AA.III.24)

San Miguel descendió en la iglesia (demolida con excepción del coro y del altar mayor) revestido con su armadura, y detuvo, amenazándoles con su espada, a varios malos pastores que querían penetrar allí. Los expulsó a un rincón oscuro donde se sentaron, mirándose unos a otros. La parte de la Iglesia que estaba demolida fue enseguida rodeada de una ligera claridad, de manera que se pudo celebrar perfectamente el servicio divino. Después vinieron de todas partes del mundo sacerdotes y laicos, que rehicieron los muros de piedra, ya que los demoledores no habían podido quitar las fuertes piedras de los cimientos. (AA.III.118)

 

LA MUJER FUERTE

Vi a la hija del rey de reyes atacada y perseguida. Lloraba mucho por toda la sangre que se iba a verter y pasaba su vista sobre una tribu de vírgenes fuertes que debían combatir a su lado. Tuve mucho que hacer con Ella y le supliqué que pensara en mi país y en ciertos lugares que le recomendé. Pedí para los sacerdotes algo de sus tesoros, Ella me respondió: «Sí, tengo grandes tesoros, pero son pisoteados». Ella llevaba una vestimenta azul cielo. (AA.III.181)

Allí arriba, recibí de mi conductor una nueva exhortación a orar yo misma y a animar a todo el mundo, todo lo posible, a orar por los pecadores y en particular por los sacerdotes desviados. Muy malos tiempos van a venir, me dijo él. (AA.III.182)

Los no católicos seducirán a muchas personas y buscarán por todos los medios imaginables quitarle todo a la Iglesia. Seguirá de ello una gran confusión (AA.III.182)

Tuve otra visión donde vi como se preparaba la armada de la hija del rey. Una multitud de personas contribuían a ello. Y lo que ellas aportaban consistía en oraciones, en buenas obras, en victorias sobre sí mismas y en trabajos de toda especie. Todo esto iba de mano en mano hasta el cielo y all, cada cosa, tras haber pasado por un trabajo particular, llegaba a ser una pieza de la armadura de la que se revestía la Virgen. No se podía dejar de admirar hasta qué punto todo se ajustaba bien y era impresionante ver como cada cosa significaba otra. La Virgen fue armada de la cabeza a los pies. Reconocí varias de las personas que daban su ayuda y vi con sorpresa que establecimientos enteros y grandes y sabios personajes no proveían nada, mientras que las piezas importantes de la armadura provenían de gentes pobres y de pequeña condición. (AA.III.182)

Vi la batalla. Los enemigos eran infinitamente más numerosos; pero la pequeña tropa fiel abatía a filas enteras. Durante el combate la Virgen armada estaba sobre una colina: yo corrí hacia Ella y le recomendé mi patria y los lugares por los cuales yo rezaba. Su armadura tenía algo de extraño: todo tenía un significado: llevaba un casco, un escudo y una coraza. En cuanto a las gentes que combatían, se asemejaban a los soldados actuales. Era una guerra terrible: al final no quedó más que una pequeña tropa de líderes de la buena causa, los cuales tuvieron la victoria. (AA.III.182)

 

LA PURIFICACIÓN

La incredulidad de la época (en la que vivía Ana Catalina) está en su plenitud: habrá todavía una confusión increíble; pero después de la tormenta la fe se restablecerá. (AA.II.132)

Sin embargo, del otro lado, aquellos que restauraban se pusieron a trabajar con una increíble actividad. Vinieron hombres de mucha edad, impotentes, olvidados, después muchos jóvenes fuertes y vigorosos, mujeres, niños, eclesiásticos y seglares y el edificio fue muy pronto restaurado enteramente. (AA.II.204)

Vi entonces a un nuevo Papa venir con una procesión. Era más joven y mucho más severo que el precedente. Se le recibió con una gran pompa. Parecía listo para consagrar a la iglesia (San Pedro de Roma) pero oí una voz diciendo que una nueva consagración no era necesaria, que el Santísimo Sacramento había permanecido siempre allí. (AA.II.204)

Debían entonces celebrarse muy solemnemente una doble fiesta: un jubileo universal y la restauración de la iglesia. El Papa, antes de comenzar la fiesta, había ya dispuesto a sus gentes que echaron fuera de la asamblea de los fieles, sin encontrar ninguna oposición, una muchedumbre de miembros del alto y bajo clero. (AA.II.204)

Vi que ellos dejaron la asamblea murmurando y llenos de cólera. El Papa tomó a su servicio otras personas, eclesiásticas e incluso laicas. Entonces comenzó la gran solemnidad en la iglesia de San Pedro. (AA.II.204)

Los hombres del delantal blanco continuaban trabajando en su obra de demolición sin ruido y con cuidado, cuando los otros no les veían: eran cuidadosos y estaban al acecho. (AA.II.204-205)

En la fiesta de la Purificación, en 1822, ella contó lo que sigue:

He visto, estos días, cosas maravillosas en torno a la Iglesia. La iglesia de San Pedro estaba casi enteramente destruida por la secta: pero los trabajos de la secta fueron también destruidos y todo lo que les pertenecía, sus delantales y sus pertrechos fueron quemados por el verdugo en una plaza marcada de infamia. Era solamente cuero de caballo y la hediondez era tan grande que me puso enferma.

He visto en esta visión a la Madre de Dios trabajar de tal manera para la Iglesia que mi devoción hacia Ella todavía se incrementó más. (AA.III.115)

 

LA CASA NUPCIAL

El Esposo celebra su boda, es decir su indisoluble unión con la Iglesia, como renovándose constantemente, y para presentarla a Dios el Padre puro y sin mancha en todos sus miembros, Él vierte incesantemente torrentes de gracia. Pero cada uno de estos dones debe ser tenido en cuenta y entre aquellos que los reciben, un pequeño número solamente podría encontrarse en regla para esta rendición de cuentas, si el Esposo de la Iglesia no preparase en todas las épocas instrumentos que recojan lo que otros dejan perder, que hacen valer los talentos que otros rechazan, que paguen las deudas contraídas por otros.

Antes de haberse manifestado en carne en la plenitud de los tiempos para concluir en su Sangre el nuevo matrimonio, Él había, por el misterio de la Inmaculada Concepción, preparado a María para ser el tipo primordial y eternamente inmaculado de la Iglesia. (AA.II.247)

Hace veinte años ahora que mi novio me condujo a la casa nupcial y me puso sobre el áspero lecho de novia en el cual estoy todavía yaciendo. (AA.I.246)

Me encontraba en la Casa Nupcial y vi un ruidoso cortejo matrimonial llegar en varias carrozas. La novia, que tenía cerca de ella muchos hombres y mujeres, era una persona de gran talla, con aspecto descarado y con una apariencia de cortesana.

Tenía sobre la cabeza una corona, en el pecho muchas joyas, tres cadenas y tres broches de oropel de los que estaban suspendidos una cantidad de instrumentos, de figuras representando cangrejos de río, ranas, sapos, saltamontes, y también pequeños cuernos, anillos, silbatos, etc. Su vestimenta era escarlata. Sobre su hombro se agitaba un búho, que le hablaba a la oreja, tanto a la derecha, tanto a la izquierda: parecía ser su espíritu familiar.

Esta mujer, con toda su corte y numerosos equipajes, entró pomposamente en la casa nupcial y expulsó a todos los que allí estaban. Los viejos señores y eclesiásticos tuvieron a penas tiempo de recoger sus libros y sus papeles, todos fueron obligados a salir, unos llenos de horror, otros llenos de simpatía hacia la cortesana. Unos fueron a la iglesia, otros en diversas direcciones, marchando en grupo separados.

Ella dio la vuelta a todo lo que había en la casa, hasta la mesa y los vasos que estaban encima.

Tan solo la habitación donde estaban los hábitos de la novia y la sala que yo vi transformarse en una iglesia consagrada a la Madre de Dios permanecieron firmes e intactas.

Cosa remarcable, la cortesana, todos sus pertrechos y sus libros brillaban lustrosos, y ella tenía el olor infecto de ese escarabajo brillante que huele tan mal. Las mujeres que la rodeaban eran profetisas magnéticas: ellas profetizaban y la sostenían.

Pero esta innoble novia quería casarse y, lo que es más, con un joven sacerdote piadoso e iluminado. Creo que era uno de los doce que veo a menudo operar obras importantes bajo la influencia del Espíritu Santo. El había huido de la casa ante esta mujer. Ella le hizo volver dirigiéndole las palabras más aduladoras.

Cuando él llegó, ella le mostró todo y quería poner todo en sus manos. El se detuvo algún tiempo: pero como ella se mostraba con él presionante y sin discreción, y que ella empleaba todos los medios imaginables para llevarlo a tomarla como mujer, él tomo un aspecto muy grave y muy imponente: la maldijo así como todos sus manejos, como siendo los de una infame cortesana, y se retiró.

Entonces vi todo lo que había con ella, irse, ceder el lugar, morir y calumniar. Toda la Casa nupcial devino en un instante sombría y negra, y las cosas brillantes comenzaron a carcomerse. La mujer misma, carcomida enteramente, cayó por tierra y quedo en el suelo, conservando su forma exterior: pero todo en ella se había descompuesto.

Entonces, cuando todo se redujo a polvo y el silencio reinó por todo, el joven sacerdote volvió y con él otros dos, de los cuales uno, que era un hombre de edad, parecía enviado de Roma.

El viejo llevaba una cruz que plantó ante la Casa nupcial, que se había vuelto totalmente negra: sacó algo de esa cruz, entró en la casa, abrió las puertas y ventanas, y pareció que los demás que estaban ante la casa oraban, consagraban y hacían exorcismos.

Se levantó una tormenta impetuosa que pasó a través de la casa y salió de ella un vapor negro que se fue a lo lejos hacia una gran ciudad en la que se dividió en nubes de diverso tamaño. En cuanto a la Casa, fue de nuevo ocupada por un número elegido entre los antiguos habitantes. Se instalaron también algunos de aquellos que habían venido con la novia impura y que se habían convertido. Todo fue purificado y comenzó a prosperar. El jardín también volvió a su primitivo estado. (AA.II.398)

Vi una gran fiesta en la iglesia que, tras la victoria irradiaba como el sol

Vi un nuevo Papa muy austero y muy enérgico

Vi antes del comienzo de la fiesta, muchos obispos y pastores expulsados por él a causa de su maldad.

Vi entonces, cerca de ser cumplida, la plegaria: «Venga a nosotros tu reino». (AA.II.209)

El 27 de diciembre, fiesta de San Juan Evangelista, ella vio a la Iglesia romana brillante como un sol. Partían de ella rayos que se repartían por el mundo entero: «Se me dijo que eso se relacionaba con el Apocalipsis de san Juan, sobre el cual diversas personas en la Iglesia deben recibir luces y esa luz caerá toda ella sobre la Iglesia». (AA.II.202)

Mientras el combate tenía lugar sobre la tierra, la Iglesia y el ángel, que desapareció pronto, se habían vuelto blancos y luminosos. La cruz también se desvaneció y en su lugar se mantenía de pié sobre la Iglesia una gran mujer brillante de luz que extendía hasta lejos y por encima de ella su manto de oro irradiante.

 

LA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA

En la Iglesia se vio operar una reconciliación acompañada de testimonios de humildad. Vi a los obispos y pastores aproximarse unos a otros y cambiar sus libros: las sectas reconocían a la Iglesia, a su maravillosa victoria y a las claridades de la revelación que ellas habían visto con sus ojos irradiar sobre ella. Estas claridades venían de los rayos del surtidor que san Juan había hecho brotar del lago de la montaña de los profetas. Cuando vi esta reunión, sentí una profunda impresión de la proximidad del reino de Dios. Sentí un esplendor y una vida superior manifestarse en toda la naturaleza y una santa emoción embargar a todos los hombres, como en los tiempos cuando el nacimiento del Señor estaba próximo y sentí de tal manera la cercanía del reino de Dios que me sentí forzada a correr a su encuentro y a dar gritos de alegría.

Tuve el sentimiento del advenimiento de María en sus primeros ancestros. Vi su estirpe ennoblecerse a medida que Ella se aproximaba al punto en el que se produciría esta flor. Vi llegar a María, ¿cómo fue? Yo no sé expresarlo; es de la misma manera que tengo el presentimiento de un acercamiento del reino de Dios. Yo lo he visto aproximarse, atraído por el ardiente deseo de muchos cristianos, llenos de humildad, de amor y de fe; era el deseo que le atraía.

Vi una gran fiesta en la Iglesia que, tras la victoria conseguida, irradiaba como el sol. Vi un nuevo Papa austero y muy enérgico. Vi, antes del comienzo de la fiesta, muchos obispos y pastores expulsados por él, a causa de su maldad. Vi a los santos apóstoles tomar una parte muy especial en la celebración de esta fiesta en la Iglesia. Vi entonces muy cerca de su realización la plegaria: «Venga a nosotros tu reino». Me parecía ver jardines celestes, brillantes de luz, descender de arriba, reunirse en la tierra, en lugares donde el fuego estaba encendido, y bañar todo lo que está por debajo en una luz primordial.

(…)

Lo mismo que en la estirpe de David, la promesa fue preservada hasta su cumplimiento en María en la plenitud de los tiempos; lo mismo que esa estirpe fue cuidada, protegida, purificada hasta el momento en el que ella produjo en la Santa Virgen la luz del mundo, de la misma manera, este santo de la montaña de los profetas purifica y conserva todos los tesoros de la creación y de la promesa, así como el significado y la esencia de toda palabra y de toda criatura hasta que los tiempos se cumplan. Él rechaza y borra todo lo que es falso y malo; entonces es una corriente tan pura como cuando sale del seno de Dios, y es así como fluye hoy en la naturaleza entera.

Yo estaba en el jardín de la Casa nupcial. La matrona estaba todavía enferma, pero sin embargo ella ponía en orden, limpiaba y quitaba los escombros por aquí y por allí en el jardín.

Vi a varios santos revestidos de antiguos hábitos sacerdotales que limpiaban diversas partes de la iglesia y quitaban las telas de araña. La puesta estaba abierta, la iglesia se volvía cada vez más luminosa. Era como si los dueños hicieran el trabajo de los criados: ya que aquellos que estaban en la casa nupcial no hacían nada y muchos estaban descontentos. (AA.II.361)

Había sin embargo por aquí un gran movimiento. Parecía que algunos dudaran de entrar aun cuando la iglesia estaba totalmente puesta en orden: pero algunos entonces debían ser apartados a un lado. (AA.II.361)

Mientras que la iglesia se volvía cada vez mas bella y más luminosa, surgió de repente en su seno una bella fuente limpia que extendió por todas partes un agua pura como el cristal, salió a través de los muros y, fluyendo en el jardín, reanimó todo. (AA.II.361)

A la efusión de esta fuente, todo se volvió luminoso y más dichoso y vi por encima de ella un altar resplandeciente como un espíritu celeste, como una manifestación y un crecimiento futuros (AA.II.361)

Parecía que todo iba creciendo en la iglesia, muros, tejados, decoraciones, cuerpo del edificio, en fin todo; y los santos continuaban trabajando y el movimiento cada vez más grande en la Casa nupcial. (AA.II.361)

Entonces tuve una nueva visión. Vi a la Santa Virgen por encima de la iglesia, y alrededor de ella a los apóstoles y obispos. Vi por encima grandes procesiones y ceremonias solemnes.

Vi grandes bendiciones repartidas desde lo alto y muchos cambios. Vi también al Papa ordenar y regular todo ello. Vi surgir hombres pobres y simples de los cuales muchos eran todavía jóvenes. Vi muchos antiguos dignatarios eclesiásticos que, habiéndose puesto al servicio de los malos obispos, habían dejado en el olvido los intereses de la Iglesia, arrastrarse en muletas, como cojos y paralíticos; fueron llevados por dos conductores y recibieron su perdón.

Vi una cantidad de malos obispos, que habían creído poder hacer algo ellos mismos y que no recibían por sus trabajos la fuerza de Cristo por la intermediación de sus santos predecesores y de la Iglesia, alejados y reemplazados por otros. (AA.II.492)

Los enemigos que habían huido en el combate no fueron perseguidos; pero se dispersaron por todos lados. (AA.II.240)

Vi al sacerdocio y a las órdenes religiosas renovarse tras una larga decadencia.

Me parecía que una masa de personas piadosas había surgido y que todo salía de ellos y se desarrollaba (AA.III.176)

Vi en la iglesia de San Pedro, en Roma, una gran fiesta con muchas luces y vi que el Santo Padre, así como muchos otros, ha sido fortalecido por el Espíritu Santo.

Vi también, en diversos lugares del mundo, la luz descender sobre los doce hombres que veo tan a menudo como doce nuevos apóstoles o profetas de la Iglesia. (AA.II.429)

 

EL PAPA FUTURO

Le vi a la vez suave y severo. Sabía atraerse a los buenos sacerdotes y rechazar lejos de él a los malos. Vi todo renovarse y una iglesia que se elevaba hasta el cielo. (AA.III.103)

Vi un nuevo Papa muy firme (AA.III.161)

Hubo en la iglesia espiritual una fiesta de acción de gracias; había allí una gloria espléndida, un trono magníficamente adornado. San Pablo, San Agustín y otros santos convertidos figuraban allí de una manera muy especial. Era una fiesta en la que la Iglesia triunfante daba gracias a Dios de una gran gracia que no debe llegar a su madurez más que en el futuro. Era algo como una consagración futura. Esto tenía relación con el cambio moral operado en un hombre de condición esbelta y bastante joven, el cual debe un día llegar a ser Papa.

He visto también en esta visión muchos cristianos entrar en la Iglesia. Entraban a través de los muros de la iglesia. (AA.III.177)

Vi que este Papa debe ser severo y que él alejará de sí a todos los obispos tibios y fríos. Pero mucho tiempo debe todavía pasar hasta que esto ocurra.(AA.III.177)

Vi a este futuro Papa en la iglesia rodeado de otros hombres piadosos: estaba relacionado con ese viejo sacerdote que vi morir en Roma, hace algunos días.

El joven estaba ya en las ordenes y parecía que recibiera hoy (27 de enero de 1822) una dignidad. No es Romano, sino Italiano, de un lugar que no está muy alejado de Roma, y pertenece, creo, a una piadosa familia principesca. (Se trataba del futuro Papa Pío IX) (AA.III.178)

 

EL LIBRO DE LOS SIETE SELLOS

Hubo una gran solemnidad en la iglesia y vi por encima de ella una nube luminosa sobre la cual descendían los apóstoles y los santos obispos que se reunían en coros por encima del altar. Vi entre ellos a san Agustín, san Ambrosio y todos aquellos que han trabajado mucho por la exaltación de la Iglesia. (AA.II.493)

Era una gran solemnidad; la misa fue celebrada, y vi en medio de la iglesia un gran libro abierto del que pendían tres sellos por el lado más ancho y dos otros sellos por cada uno de los otros lados. Vi también en lo alto al apóstol san Juan y aprendí que eran las revelaciones que él había tenido en Pathmos. El libro estaba situado sobre un pupitre en el coro. Antes de que ese libro fuera abierto, ocurrió algo que he olvidado. Es una pena que haya esta laguna en la visión. (AA.II.493)

El 27 de diciembre ella vio la Iglesia romana brillante como un sol:

Se me dijo que eso se relacionaba con el Apocalipsis de san Juan, sobre el cual diversas personas en la iglesia deben recibir luces y esta luz caerá toda ella sobre la Iglesia. (AA.II.202)

 

LA VUELTA A LA UNIDAD CRISTIANA

El Papa no estaba en la Iglesia. Estaba oculto. (AA.II.493)

Creo que aquellos que estaban en la iglesia no sabían donde estaba. No se si él rezaba o estaba muerto. Pero vi que todos los asistentes, sacerdotes y laicos, debían poner la mano sobre un cierto pasaje del libro de los Evangelios y que sobre muchos de ellos descendía, como un signo particular, una luz que era transmitida por los santos apóstoles y los santos obispos. Vi también que varios de ellos no hacían esto más que por la forma. (AA.II.493)

Vi muchos antiguos dignatarios eclesiásticos que, habiéndose puesto al servicio de los malos obispos, habían dejado en el olvido los intereses de la Iglesia, arrastrarse en muletas, como cojos y paralíticos; fueron llevados por dos conductores y recibieron su perdón. (AA.II.492)

Fuera, alrededor de la iglesia, vi llegar muchos judíos que querían entrar, pero que no lo podían hacer todavía. (AA.II.493)

Al final, aquellos que no habían entrado al comienzo llegaron, formando una multitud innumerable: pero vi entonces el libro cerrarse de golpe, como bajo el impulso de un poder sobrenatural.

Al fondo en lontananza, vi un sangriento y terrible combate y vi especialmente una inmensa batalla del lado norte y por el poniente.

Fue una gran visión muy impactante. Siento mucho haber olvidado el lugar del libro sobre el cual se debía poner el dedo. (AA.II.493)

Conocí, por una visión, que hacia el fin del mundo, una batalla será librada contra el Anticristo, en la planicie de Mageddo. (EE.I.234)

 

EL TIEMPO DE PAZ

Ese día Ana Catalina tuvo una larga conversación con dos de sus visitantes celestes, san Francisco de Sales y San Francisco de Chantal:

Ellos decían que la época actual era muy triste, pero que tras muchas tribulaciones, vendría un tiempo de paz en el que la religión retomaría su imperio y en el que habría entre los hombres mucha cordialidad y caridad, y que entonces muchos conventos reflorecerían en el verdadero sentido de la palabra. Vi también una imagen de este tiempo lejano que no puedo describir, pero vi sobre toda la tierra retirarse la noche y el amor extender una nueva vida. Tuve en esta ocasión visiones de toda especie sobre el renacimiento de las ordenes religiosas. (AA.II.440)

El tiempo del Anticristo, no está tan próximo como algunos piensan. Habrá todavía precursores. He visto en dos ciudades a doctores, de la escuela de los cuales podrían salir estos precursores. (AA.II.441)

 

EL NUEVO PENTECOSTÉS

He visto Pentecostés, en tanto que fiesta en la Iglesia, la comunicación del Espíritu Santo, a través del mundo entero, me ha sido mostrada en diversas escenas, tal y como me ha ocurrido a menudo. He visto también a los doce nuevos apóstoles y su relación con la Iglesia.. He visto todavía una iglesia espiritual formarse con muchas parroquias reunidas y estas recibir el Espíritu Santo. Era un nuevo despertar de la Iglesia católica. He visto un gran número de personas recibir el Espíritu Santo. (AA.III.144)

 

LA IGLESIA ESPIRITUAL

Tuve una visión del Espíritu Santo: era como una figura alada, en una superficie triangular, con una efusión de luz de siete colores. Vi como esta luz se extendió sobre la Iglesia espiritual flotando en el aire, y sobre aquellos que se encontraban en relación con ella. (AA.III.144)

Un incendio estallará en la Iglesia, amenazándola de una ruina total. (AA.II.244)

Este incendio, cuyo aspecto era espantoso, indicaba en primer lugar un gran peligro; en segundo lugar, un nuevo esplendor en la Iglesia, tras la tempestad. (AA.II.244)

Vi sobre toda la tierra una gran cantidad de efusiones del Espíritu: algunas veces era como un relámpago que descendía sobre una iglesia; yo veía a los fieles en la iglesia, y entre ellos a aquellos que habían recibido la gracia: o bien los veían aisladamente en sus moradas o en las iglesias en las que llegaba la luz y la fuerza. Esto me causó una gran alegría y me dio confianza, de que en medio de las tribulaciones siempre crecientes, la Iglesia no sucumbirá, puesto que he visto en todos los países del mundo al Espíritu Santo suscitar instrumentos. Si, he sentido que la opresión exterior que le hacen sufrir los poderes de este mundo prepara a la Iglesia mejor a recibir una fuerza interior.

Vi en la iglesia de San Pedro, en Roma, una gran fiesta con muchas luces y vi que el Santo Padre, así como muchos otros, fue fortificado en el Espíritu Santo. (AA.II.429)

Vi también, en diversos lugares del mundo, la luz descender sobre los doce hombres que veo a menudo como doce nuevos apóstoles o profetas de la Iglesia. (AA.II.429)

 

LOS DOCE APÓSTOLES FUTUROS

Del lado oriental de esta iglesia avanzó con un esplendor infinito una figura sacerdotal: era como si fuera el Señor. Pronto se mostraron alrededor de el doce hombres luminosos y alrededor de estos muchos más todavía. Entonces salió de la boca del Señor un pequeño cuerpo luminoso que, habiendo salido, se hizo cada vez más grande y con una forma más definida, después, repitiéndose de nuevo, entró como una figura de niño resplandeciente en la boca de los doce que rodeaban al Señor, después en la de los demás. No era la escena histórica del Señor haciendo la cena con los discípulos, tal como la vi el jueves santo, sin embargo lo que vi me la recordó. Aquí todos eran luminosos e irradiantes, era un oficio divino, era como una solemnidad eclesiástica.

Vi la fiesta eclesiástica llegar a su fin y eso fue par mi como si hubiera visto allí a esos hombres que iban a despertar y animar de un fervor nuevo el sentimiento adormecido del admirable misterio de la presencia de Dios multiplicándose sobre la tierra. (AA.II.425)

Los sacerdotes estaban sumidos en un profundo sueño y lo que hacían me parecía semejante a telas de araña. Por varios lados la malicia, la astucia y la violencia tomaban tal crecimiento que se traicionaban a si mismas. Vi a algunas personas perder sus lugares que eran tomados por otros, y todo un encadenamiento de infamias descendiendo de arriba hacia abajo hacia el mundo.

Entonces vi a un grupo de hombres que avanzaban por una gran pradera que veía a cierta distancia. Uno de ellos se elevaba por encima de todos los demás. Eran una centena al menos. Me preguntaba si sería el lugar donde el Señor dio de comer a siete mil hombres.

El Señor vino a mi encuentro con todos sus discípulos y eligió doce de entre ellos. Vi como ponía los ojos en uno y en otro. Los reconocí a todos: los viejos llenos de simplicidad y los jóvenes robustos con tez curtida. Vi también como Él les enviaba a lo lejos en todas direcciones, y los seguía con la mirada en sus caminatas lejanas entre las naciones. Y como yo me decía: «¡ay! ¿qué puede hacer un tan pequeño número de hombres entre las multitudes innumerables?» el Señor me dijo aproximadamente: «Su voz se hace oír a lo lejos por todos los lados. Así, ahora todavía, varios son enviados; cualesquiera que sean, hombres y mujeres, pueden lo mismo. Mira la salvación que esos doce han aportado; los que envío a tu época la aportan también, aunque permanezcan oscuros y despreciados. (AA.II.128)

Ella vio a los doce apóstoles futuros, cada uno en su lugar. (AA.II.422)

Vi la Iglesia de San Pedro que un hombre pequeño llevaba sobre sus hombros; tenía algo de judío en los trazos del rostro. El asunto parecía muy peligroso. María estaba de pié sobre la iglesia en el lado norte y extendía su manto para protegerla. (AA.III.124)

Ese hombrecito parecía sucumbir. Parecía ser todavía laico y yo lo conocía.

Los doce hombres que veo siempre como nuevos apóstoles debían ayudarle a llevar su carga: pero ellos venían demasiado lentamente. Parecía que él caería bajo el peso de la carga, entonces, finalmente, llegaron todos ellos, se pusieron debajo y numerosos ángeles vinieron en su ayuda. Eran solamente los cimientos y la parte posterior de la iglesia (el coro y el altar), todo el resto había sido demolido por la secta y por los servidores de la iglesia mismos. (AA.III.124)

Vi muchas abominaciones con gran detalle; reconocí a Roma y vi a la Iglesia oprimida y su decadencia en el interior y en el exterior.

Durante ese tiempo, vi todavía en medio de los desastres a los doce hombres de lo que ya he hablado, dispersos en diversos lugares sin saber nada los unos de los otros, recibir rayos del agua viva. Vi que todos hacían el mismo trabajo de diversos lados; que ellos no sabían de donde se les encomendaba ese trabajo y que cuando una cosa se había hecho, otra se les daba para hacer. Siempre eran doce de los cuales ninguno tenía más de cuarenta años.

No había nada de particular en su vestimenta, pero cada uno estaba vestido a la manera de su país y siguiendo la moda actual: vi que todos recibían de Dios lo que se había perdido y que ellos operaban el bien por todos los lados; eran todos católicos. (AA.III.159)

Vi también en los tenebrosos destructores a falsos profetas y a personas que trabajaban contra los escritos de los doce nuevos apóstoles. Vi también una centena de mujeres sentadas con en estado de maravillamiento y cerca de ellas hombres que las magnetizaban; las vi profetizar. (AA.III.160)

 

LOS QUE REHUSAN EL ADVENIMIENTO

¡El tiempo del martirio de los santo Inocentes está próximo! (AA.III.227)

Un día en la Casa nupcial, Ana Catalina vio un belén… «con imágenes de santos Inocentes y la escena del castigo infligido a Herodes por haber querido suprimir el advenimiento del Salvador. Conocí que esta imágenes se aplicaban al tiempo presente, sobre todo como se relacionaban con aquellos que quieren quitar del mundo y destruir la gracia renovada de este advenimiento. (AA.III.476)

Vi, próxima a ser realizada la plegaria «VENGA A NOSOTROS TU REINO». (AA.II.209)

 

VISIÓN DE LA ISLA DE LAS PROFECÍAS

Algunas semanas antes de la Navidad de 1819, Ana Catharina fue conducida por el ángel, su guía, como cada año, sobre el alto-lugar que ella llamaba «La Montaña de los Profetas» situada, según nos dice ella, encima de la cima más elevada y completamente inaccesible de una montaña del Tíbet.

Aquí está el relato casi entero de las impresiones que contó de su extraordinario viaje. Fue anotado por Brentano los días 9 y 10 de Diciembre de 1819. No fue más que algunos días más tarde, parece ser, cuando Ana Catharina comprendió todo el asunto. Ella lo describe aquí sin comentarios según su costumbre:

Esta noche he recorrido en diversas direcciones la Tierra prometida, tal como era en tiempos de Nuestro Señor… Vi varias escenas y fui rápidamente de lugar en lugar. Partiendo de Jerusalén, avancé muy lejos hacia Oriente. Pasé varias veces cerca de grandes cantidades de agua y por encima de las montañas que habían franqueado los magos de oriente para venir a Belén. Atravesé también países muy poblados, pero no tocaba los lugares habitados: la mayor parte del tiempo pasaba por desiertos. Llegue a continuación a una región en la que hacía mucho frío y fui conducida cada vez más alto hasta un punto extremadamente elevado; a lo largo de las montañas, desde el poniente al levante, se dirigía una gran ruta sobre la cual vi pasar grupos de hombres. Había una raza de pequeña talla, pero muy viva en sus movimientos, llevaban con ellos pequeños estandartes, los de la otra raza eran de una talla alta, no eran cristianos. Esta ruta iba descendiendo; mi camino me conducía hacia arriba a una región de una belleza increíble. Allí hacía calor y todo era verde y fértil, había flores maravillosamente bellas, bellos bosquecillos y bellos bosques; una cantidad de animales jugueteaban por alrededor, no parecían peligrosos.

Esta tierra no estaba habitada por ninguna criatura humana y nunca ningún hombre venía por aquí; porque de la gran ruta no se veían más que nubes.

Vi grupos de animales semejantes a pequeños corzos con las patas muy finas; no tenían cuernos, su piel era de un marrón claro con manchas negras. Vi también un animal rechoncho de color negro semejante a un cerdo, y después animales como machos cabríos de gran tamaño, pero más parecidos a corzos; eran muy familiares, muy ligeros a la carrera: tenían unos bellos ojos muy brillantes: vi a otros semejantes a corderos; eran muy gruesos, tenían como una peluca de lana y colas muy gruesas: otros parecían pequeños asnos, pero moteados; grandes aves con largas patas que corrían muy rápido, otros semejantes a pollos agradablemente adornados y finalmente una cantidad de bonitos pájaros muy pequeños y de colores variados. Todos estos animales jugaban libremente, como si ignoraran la existencia de los hombres.

De este lugar paradisíaco, subí más arriba y era como si fuera conducida a través de las nubes. Llegué así a la cumbre de esa alta región de montañas donde vi muchas cosas maravillosas. En lo alto de la montaña había una gran planicie y en esta planicie un lago; en el lago una isla verdeante. Esta isla estaba rodeada de grandes arboles semejantes a cedros. Fui elevada a la cumbre de uno de esos árboles y agarrándome fuertemente a las ramas, vi desde lo alto toda la isla.

(…)

Cuando desde lo alto de mi árbol, pasaba la mirada sobre la isla, podía ver en su otro extremo el agua del lago, pero no la montaña. Esta agua estaba viva y de una limpidez extraordinaria: el agua atravesaba la isla por diferentes afluentes y se derramaba bajo tierra a través de varios arroyos más o menos grandes.

Frente a la estrecha lengua de tierra, en la verde planicie, se elevaba una gran tienda extendiéndose a lo ancho, que parecía estar hecha de tejido gris; estaba decorada en el interior, en la parte de atrás, con largos paneles de tejidos de diversos colores y cubierta con toda especie de figuras pintadas o bordadas. Alrededor de la mesa que se encontraba en medio, había asientos de piedra sin respaldos y con forma de cojines: estaban recubiertos de un verdor siempre fresco.

En el asiento de honor situado en medio, tras la mesa de piedra que era baja y de forma oval, un hombre rodeado de una aureola como la de los santos estaba sentado con las piernas cruzadas, a la manera oriental y escribía con una pluma de caña sobre un gran libro. La pluma era como una pequeña rama. A la derecha y a la izquierda se veían varios grandes libros y pergaminos enrollados en varas de madera con bolas en sus extremos; y cerca de la tienda había en la tierra un agujero que parecía estar revestido de ladrillos y donde ardía un fuego cuya llama no sobrepasaba el borde. Todo el lugar alrededor era como una bella isla verde rodeada de nubes. El cielo por encima de mi cabeza era de una serenidad inexpresable. No vi del sol más que un semicírculo de rayos brillando tras las nubes. Este semicírculo pertenecía a un disco que parecía mucho más grande que en nuestro mundo.

El aspecto general tenía algo de inexpresablemente santo.

Era una soledad, pero llena de encanto. Cuando tenía ese espectáculo bajo mis ojos, me pareció saber y comprender lo que era y lo que significaba todo ello, pero sentí que no podía llevar conmigo y conservar este conocimiento. Mi conductor había estado a mi lado hasta ese momento pero, cerca de la tienda, se hizo invisible para mí.

Como yo consideraba todo esto, me dije: «¿Qué tengo que hacer yo aquí, y por que es necesario que una pobre criatura como yo vea todas estas cosas?». Entonces la figura me dijo desde dentro de la tienda: «Es porque tu tienes una parte de todo esto». Esto redoblo entonces mi asombro y descendí o volé hacia esa figura, en la tienda, donde estaba sentada, vestida como lo están los espíritus que veo: la figura tenía en su exterior y en su apariencia algo que recordaba a San Juan Bautista o a Elías.

Los libros y los volúmenes numerosos que estaban por el suelo alrededor de esa figura, eran muy antiguos y muy preciosos. En algunos de estos libros había ornamentos y figuras de metal en relieve, por ejemplo un hombre sosteniendo un libro en la mano. La figura me dijo, o me hizo conocer de otra manera, que estos libros contenían todo lo que había de más santo de lo que venía de los hombres; ella examinaba, comparaba todo y desechaba lo que era falso en el fuego encendido cerca de la tienda. El me dijo que estaba allí para que nadie pudiera llegar a ello: estaba encargado de vigilar sobre todo eso y guardarlo hasta que el tiempo llegara de hacer uso de ello. Este tiempo había podido llegar en ciertas ocasiones; pero había siempre grandes obstáculos. Yo le pedí si él no tenía el sentimiento de la espera tan larga que se le había impuesto. Me respondió: «En Dios no hay tiempo».

Me dijo también que debería ver todo, me condujo fuera de la tienda y me mostró el país que la rodeaba.

La tienda tenía aproximadamente la altura de dos hombres: era larga como de aquí a la iglesia de la ciudad: su anchura era de aproximadamente la mitad de su altura. Tenía en la cumbre una especia de nudo por el cual la tienda estaba como suspendida a un hilo que subía y se perdía en el aire, de manera que yo no podía comprender donde estaba atado. En los cuatro ángulos habían columnas que no se podían abarcar con las dos manos. La tienda estaba abierta por delante y en los lados. En medio de la mesa estaba depositado un libro de una dimensión extraordinaria que se podía abrir y cerrar: parecía que estaba sujeto sobre la mesa. El hombre miraba en ese libro para verificar la exactitud. Me pareció que había una puerta bajo la mesa y que un gran santo tesoro, una cosa santa estaba conservada allí.

(…)

El me mostró entonces los alrededores y entonces hice, a lo largo del río exterior, la vuelta al lago cuya superficie estaba perfectamente nivelada con la isla. Esta agua que yo sentía correr bajo mis pies se diversificaba bajo la montaña por muchos canales y salía a la luz muy por debajo, bajo forma de fuentes grandes y pequeñas. Me parecía que toda esta parte del mundo recibía de ahí, salud y bendición: en lo alto, no se desbordaba por ningún lugar. Descendiendo por el levante y por el mediodía, todo era verde y cubierto de bellas flores; en el poniente y al norte, había también verdor, pero no flores.

Llegando al extremo del lago, atravesé el agua sin puente y pasé a la isla que recorrí circulando en medio de torres. Todo el suelo parecía ser una cama de espuma muy espesa y fuerte; se diría que todo era hueco por debajo: las torres salían de la espuma como un crecimiento natural…

Tuve el sentimiento de que en las torres se conservaban los más grandes tesoros de la humanidad: me parecía que allí reposaban cuerpos santos. Entre algunas de esas torres vi un carro muy extraño con cuatro ruedas bajas: cuatro personas podían sentarse bien; había dos bancos y mas adelante un pequeño asiento. Este carro, como todo el resto aquí, estaba totalmente revestido de una vegetación verde o bien de una herrumbre verde. No tenía timón y estaba adornado de figuras esculpidas, si bien que a primera vista creí que había en el personas sentadas. Las ruedas eran gruesas como las de los carros romanos. Este me pareció bastante ligero para poder ser tirado por hombres. Yo miraba todo muy atentamente, porque el hombre me había dicho: «Tu tienes aquí tu parte y puedes enseguida tomar posesión de él». Yo no podía de ninguna manera comprender que especia de parte podía tener ahí. ¿Qué tengo que hacer –me preguntaba– con este singular carro, estas torres y estos libros? Pero tenía una viva impresión de la santidad del lugar. Era para mi como si, con esta agua, la salvación de varias épocas hubiera descendido a los valles y como si los hombres mismos hubieran venido a estas montañas de donde ellos habían descendido para hundirse cada vez más profundamente. Yo tenía también el sentimiento de que celestiales presentes eran ahí conservados, guardados, purificados, preparados de antemano para los hombres. Tuve de todo ello una percepción muy clara: pero me parecía que no podía llevar conmigo esta claridad: conservaba solamente la impresión general.

Cuando entré en la tienda, el hombre me dijo todavía una vez lo mismo: «Tú tienes una parte en todo esto y tú puedes enseguida tomar posesión de ello». Y como yo le mostraba mi ineptitud, él me dijo con una tranquilidad llena de confianza: «Volverás pronto hacia mí». El no salió de la tienda mientras yo estuve allí, pero daba vueltas continuamente alrededor de la mesa y de los libros.

En la tienda, tuve la impresión de que un cuerpo santo estaba allí enterrado: me parecía que había allí debajo un subterráneo y que un olor suave exhalaba de una tumba sagrada. Tuve la sensación de que el hombre no estaba siempre en la tienda cerca de los libros. El me había acogido y me había hablado como si me hubiera conocido de toda la vida y supiera que yo iba a llegar a ese lugar: me dijo con la misma seguridad que yo volvería y me mostró un camino descendente; yo iba en dirección del mediodía, pasaba de nuevo por la parte escarpada de la montaña, después a través de las nubes y descendí a la risueña tierra donde había tantos animales. Vi muchas pequeñas fuentes surgir de la montaña, precipitarse en cascadas y correr hacia abajo: vi también pájaros, más grandes que una oca, aproximadamente del color de la perdiz, con tres uñas delante y una detrás, con una cola un poco baja y un largo cuello, después otros pájaros de plumaje azulado, semejantes al avestruz pero más pequeño: vi finalmente todos los demás animales.

En este viaje, vi de nuevo muchas cosas y más seres humanos que en los primeros viajes. Atravesé una vez un pequeño río que, como lo he sabido interiormente, surgía del lago de arriba: mas tarde, seguí sus orillas y después lo perdí de vista. Llegue entonces a un lugar donde pobres gentes de colores diversos vivían en chabolas. Me pareció que eran cristianos cautivos. Vi venir hacia ellos a otros hombres de tez morena con telas blancas alrededor de la cabeza. Les llevaban alimentos en cestas trenzadas: hacían esto extendiendo el brazo hacia delante como si tuvieran miedo, después se iban, con aspecto asustado, como si hubieran sido expuestos a algún peligro. Estas personas vivían en una ciudad en ruinas y habitaban cabañas de construcción ligera. Vi también agua donde crecían rosales de una densidad y una fuerza completamente extraordinarios.

Volví a continuación cerca del río: en este lugar, el río era muy ancho, lleno de escollos, de islotes de arena y de bellos macizos de verdor entre los cuales zigzagueaba. Era el mismo curso de agua que venía de la alta montaña y que yo había atravesado más arriba, cuando era todavía pequeño: una gran cantidad de personas con tez morena, hombres, mujeres y niños, vestidos de diferentes maneras, estaban ocupados en las rocas y los islotes, en beber y lavarse. Tenían el aspecto de haber venido de lejos. Había en su manera de ser algo que me recordó lo que yo había visto en los bordes del Jordán en la Tierra santa. Se encontraba allí también un hombre de gran talla que parecía ser su sacerdote. Llenaban con agua las vasijas que llevaban. Vi además muchas otras cosas: no estaba lejos del país donde estuvo san Francisco Javier: yo atravesaba el mar pasando por encima de islas innumerables.

El 22 de diciembre, Ana Catalina dijo al Peregrino:

Ya se porque fui a la montaña: mi libro se encuentra entre los escritos que están sobre la mesa, se me dará para que lea las cinco ultimas hojas. El hombre sentado ante la mesa volverá en su tiempo. Su carro permanece allí como recuerdo eterno. Es sobre este carro que el subió a esta altura y los hombres, con gran extrañeza, le verán descender sobre este carro.

Es ahí, en esta montaña, la más elevada del mundo y donde nadie puede llegar, que se ha puesto a buen recaudo, cuando la corrupción se acrecienta entre los hombres, los tesoros y los misterios sagrados. El lago, la isla, las torres no existen más que para que estos tesoros sean conservados y garantizados de todo ataque. Es por la virtud del agua que hay en esta cumbre que todas las cosas son refrescadas y renovadas. El río que desciende de allí y cuya agua es objeto de una tan gran veneración para los hombres que he visto, tiene realmente una virtud y los fortifica: es por eso que ellos la estiman más que sus vinos. Todos los hombres, todos los bienes han descendido de esta altura y todo lo que debía ser garantizado de la devastación ha sido allí preservado.

El hombre que está sobre la montaña me ha conocido: porque yo tengo allí mi parte. Nosotros nos conocemos todos, nos sostenemos todos los unos a los otros. No puedo expresarlo bien; pero somos como una simiente repartida en el mundo entero.

El paraíso no está lejos de aquí. He visto ya anteriormente como Elías vive siempre en un jardín ante el paraíso.

El 26 de diciembre:

He visto de nuevo la montaña de los profetas. El hombre que está en la tienda presentaba a una figura que venía del cielo y planeaba por encima de él, hojas y libros y recibía otros en su lugar. Este espíritu tenía un exterior diferente del primero. Este que flotaba en el aire me recordó vivamente a San Juan. Era más ágil, más rápido, más amable, más delicado que el hombre de la tienda, el cual tenía algo de más enérgico, de más severo, de más estricto, de más inflexible. El segundo se relacionaba a él como el Nuevo Testamento al Antiguo, es por eso que yo le llamaría gustosamente Juan y llamaría al otro Elías. Era como si Elías presentase a Juan revelaciones que ya se habían cumplido y recibiera otras nuevas.

Allí encima vi de repente, saliendo de la nube blanca, una fuente semejante a un surtidor de agua elevarse perpendicularmente bajo la forma de un rayo de apariencia cristalina que, en su extremidad superior, se dividía en rayos y en gotas innumerables; las cuales volvían a caer, formando inmensas cascadas, hasta los lugares más alejados de la tierra: y vi hombres iluminados por esos rayos en las casas, en las cabañas, en las ciudades de diversas partes del mundo.

El 27 de diciembre, fiesta de San Juan Evangelista, vio a la Iglesia de Roma brillante como un sol. Habló de los rayos que se repartían sobre el mundo entero:

Se me dijo que eso se relacionaba con el Apocalipsis de San Juan, sobre el cual diversas personas en la Iglesia deben recibir luces y esta luz caerá toda entera sobre la Iglesia. He visto una visión muy distinta en torno a este tema, pero no puedo reproducirla bien.

Vi la Iglesia de Pedro y una enorme cantidad de hombres que trabajaban para destruirla, pero vi allí también a otros que hacían reparaciones (…) Vi de nuevo a la Iglesia de Pedro con su alta cúpula. San Miguel estaba en la cumbre brillante de luz, llevando una vestimenta roja de sangre y manteniendo en la mano un estandarte de guerra. En la tierra, había un gran combate.

¡Lo que vi era inconmensurable, indescriptible… vi también de repente como si la montaña de los profetas fuera empujada hacia la cruz y acercada a ella; sin embargo, la montaña tenía sus raíces sobre la tierra y permanecía unida a ella. Tenía el mismo aspecto que cuando la primera visión, y más arriba, tras de ella, vi maravillosos jardines completamente luminosos en los cuales percibí animales y plantas brillantes; tuve el sentimiento de que era el Paraíso…

Mientras el combate tenía lugar sobre la tierra, la Iglesia y el ángel, que desapareció pronto, se habían vuelto blancos y luminosos. La cruz también se desvaneció y en su lugar se mantenía de pié sobre la Iglesia una gran mujer brillante de luz que extendía hasta lejos y por encima de ella su manto de oro irradiante. En la Iglesia se vio operar una reconciliación acompañada de testimonios de humildad. Vi a los obispos y pastores aproximarse unos a otros y cambiar sus libros: las sextas reconocían a la Iglesia, a su maravillosa victoria y a las claridades de la revelación que ellas habían visto con sus ojos irradiar sobre ella. Estas claridades venían de los rayos del surtidor que san Juan había hecho brotar del lago de la montaña de los profetas. Cuando vi esta reunión, sentí una profunda impresión de la proximidad del reino de Dios. Sentí un esplendor y una vida superior manifestarse en toda la naturaleza y una santa emoción embargar a todos los hombres, como en los tiempos cuando el nacimiento del Señor estaba próximo y sentí de tal manera la cercanía del reino de Dios que me sentí forzada a correr a su encuentro y a dar gritos de alegría.

Tuve el sentimiento del advenimiento de María en sus primeros ancestros. Vi su estirpe ennoblecerse a medida de que ella se aproximaba al punto en el que se produciría esta flor. Vi llegar a María, ¿cómo fue? Yo no se expresarlo; es de la misma manera que tengo el presentimiento de un acercamiento del reino de Dios. Yo lo he visto aproximarse, atraído por el ardiente deseo de muchos cristianos, llenos de humildad, de amor y de fe; era el deseo que le atraía.

Vi una gran fiesta en la Iglesia que, tras la victoria conseguida, irradiaba como el sol. Vi un nuevo papa austero y muy enérgico. Vi, antes del comienzo de la fiesta, muchos obispos y pastores expulsados por él, a causa de su maldad. Vi a los santos apóstoles tomar una parte muy especial en la celebración de esta fiesta en la Iglesia. Vi entonces muy cerca de su realización la plegaria: «Venga a nosotros tu reino». Me parecía ver jardines celestes, brillantes de luz, descender de arriba, reunirse en la tierra, en lugares donde el fuego estaba encendido, y bañar todo lo que está por debajo en una luz primordial.

(…)

Lo mismo que en la estirpe de David, la promesa fue preservada hasta su cumplimiento en María en la plenitud de los tiempos; lo mismo que esa estirpe fue cuidada, protegida, purificada hasta el momento en el que ella produjo en la Santa Virgen la luz del mundo, de la misma manera, este santo de la montaña de los profetas purifica y conserva todos los tesoros de la creación y de la promesa, así como el significado y la esencia de toda palabra y de toda criatura hasta que los tiempos se cumplan. El rechaza y borra todo lo que es falso y malo; entonces es una corriente tan pura como cuando sale del seno de Dios, y es así como fluye hoy en la naturaleza entera. 

NOTAS AL PIE

AA.- Vie d’Anne-Catherine Emerich (3 volúmenes), por el Padre K. E. Schmoeger. Tequi, editor, 1950.
BB.- Vie de N. S. Jésus-Christ (6 volúmenes), según las Visiones de Anne-Catherine Emerich, recogidas por Clement Brentano. H. Casterman, editor, 1862.
CC.- Vie de la Sainte-Vierge (1 volumen) Tequi editor
DD.- La Douloureuse Passion de N. S. Jésus-Chris (1 volumen) H. Casterman, editor, 1865)
EE.- Visions de’Anne-Catherine Emerich (3 volúmenes). Tequi editor, 1965.

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