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Impresionantes Visiones de la vida de San Juan el Bautista

Juan el Bautista fue el profeta más importante.

Fue el encargado de señalar a Jesús como el mesías.

La Biblia nos habla poco de Juan.

Lo hace especialmente referido a la visitación de María a Su madre, a su bautismo de Jesús y a su decapitación.

Pero algunos místicos y videntes manifiestan que han recibido visiones, del propio Jesús, que les ha mostrado a Juan y sus bautismos.

La Iglesia celebra sólo tres cumpleaños durante el año litúrgico el de Jesucristo, el de la Virgen María y el de San Juan Bautista.

Por lo tanto debemos considerar a San Juan Bautista como un actor de primera línea en el plan de Dios.

Se celebra su fiesta 6 meses antes del nacimiento de Jesús; recordemos que la Virgen María era prima de Isabel pero era mayor edad, posiblemente fuera una tía o tía abuela.

La función de Juan Bautista fue muy importante en la historia de la salvación, porque fue el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Podemos considerarlo el último profeta el Antiguo Testamento y el profeta del Nuevo Testamento.

Él hablo sobre la venida del mesías como los profetas del Antiguo Testamento.

Pero a diferencia de ellos, lo pudo conocer y tuvo la misión de señalarlo al pueblo judío.

Y no sólo tuvo el privilegio de ver cumplidas las profecías antiguas de los judíos, sino que además tuvo el privilegio de bautizar al Mesías en el río Jordán.

Y de esta forma dar comienzo a la era mesiánica, siendo el punto de arranque del Ministerio Público de Jesús

San Juan Bautista identifica a Jesús como el cordero de Dios que quitará los pecados del mundo.

Que luego será corroborada por el Espíritu Santo y la voz del Padre que llama a la obediencia hacia su hijo

Juan fue apartado y preparado desde niño para esta misión.

Recordemos que su nacimiento fue anunciado por el Ángel Gabriel.

Y su nombre fue dado a su padre Zacarías también por el ángel.

Esto es similar a lo que sucedió con su primo Jesús.

Su padre Zacarías era un alto sacerdote del templo y por lo tanto lo instruyó debidamente en las tradiciones religiosas del pueblo judío; sabía perfectamente que en algún momento surgiría el mesías.

San Lucas precisa el momento en que comenzó el ministerio de Juan, que fue el décimo quinto año de Tiberio César; y en general se entiende que es una referencia al año 29 después de Cristo.

Y se sitúa entonces el bautismo de Jesús en el año 29 o principios del año 30.

Juan además no fue un profeta oculto sino que creó movimiento, que incluso tuvo seguidores fuera del pueblo judío mencionado por historiadores desde fuera del Nuevo Testamento.

Como por ejemplo el historiador judío Josefo, quién menciona que la destrucción de uno de los ejércitos de Herodes fue castigo por a haber decapitado a Juan Bautista.

El Nuevo Testamento dice que la decapitación de Juan Bautista se produjo porque Juan criticaba a Herodes Antipas por haber robado su esposa a su hermano Herodes Felipe; todo esto está contado en Marcos 6.

Pero también hay un relato político de Josefo, que dice que Herodes Antipas estaba cauteloso respecto a la gran influencia que tenía Juan sobre la gente y que esto podía aumentar la rebelión del pueblo.

Uno de sus seguidores de Juan fue Apolo, que luego se convirtió al cristianismo.

Sus seguidores fueron encontrados por San Pablo en Éfeso, a quienes convirtió al cristianismo.

Acá traemos un resumen de Ana Catalina Emmerich y María Valtorta sobre la vida publica de Juan.

   

LAS VISIONES DE ANA CATALINA EMMERICH

   

ESCONDEN A JUAN EN EL DESIERTO

Zacarías e Isabel conocían el peligro que amenazaba a los niños.

He visto a Isabel llevándose al niño Juan a un sitio muy retirado del desierto, a unas dos leguas de Hebrón.

Zacarías los acompañó hasta un lugar donde atravesaron un arroyuelo. Allí se separó de ellos.

He visto que Juan, en el desierto, no llevaba sobre el cuerpo más que una piel de cordero, y a los dieciocho meses ya podía corres y saltar.

Tenía en la mano un bastoncito blanco, con el que jugaba como juegan los niños.

Isabel llevó al niño Juan hasta una gruta.

No sé cuánto tiempo estuvo allí oculta Isabel con el niño; probablemente quedó todo el tiempo hasta que no podía ya temerse la persecución de Herodes.

Regresó con su hijo a Juta, pero volvió a huir cuando Herodes convocó a las madres que tenían hijos menores de dos años, lo cual tuvo lugar un año más tarde.

   

JUAN DA DE BEBER A JESÚS

Vi a la Sagrada Familia huyendo.

Más allá de Hebrón entraron en el desierto donde se encontraba entonces el pequeño Juan, pasando a un tiro de flecha de la gruta donde estaba refugiado.

El recipiente de agua y el cantarillo de bálsamo estaban vacíos.

María estaba sedienta y triste, y el Niño también tenía sed.

Pude ver al niño Juan lleno de inquietud y como si esperara algo.

De la misma manera que se había estremecido en el seno de su madre, como queriendo ir al encuentro de su Señor, esta vez se halla excitado por la vecindad de su redentor, que está sediento.

Tenía en la mano un bastoncito, en cuya alta punta flotaba una banderola de corteza.

Corrió impulsado por el Espíritu hasta el costado de una roca, y golpeó el suelo con su vara, brotando de inmediato agua abundante.

Juan corrió hacia el sitio donde caía, y allí se detuvo y vio a lo lejos a la Sagrada Familia.

María alzó al Niño en los brazos y, señalando hacia el lugar, dijo: ‘Mira a Juan en el desierto’.

Vi a Juan estremecerse de alegría junto al agua que caía; hizo una señal con su banderola y luego huyó a la soledad…

José cavó una pequeña hondura, que pronto se llenó del agua, y cuando estuvo limpia todos bebieron.

   

EL PEQUEÑO JUAN SE QUEDA SOLO

Santa Isabel, avisada por un ángel antes de la matanza de los inocentes, se había refugiado con el pequeño Juan nuevamente en el desierto.

Permaneció allí con el niño durante unos 40 días.

Más tarde volvió a su hogar, y un esenio del monte Horeb fue al desierto para llevar alimentos al niño y ayudarle en sus necesidades.

Este hombre, cuyo nombre he olvidado, era pariente de la profetisa Ana.

Al principio iba cada semana y después cada quince días, mientras Juan necesitó ayuda.

No tardó en llegar el momento en que al niño Juan le gustaba más estar en el desierto que entre los hombres.

Estaba destinado por Dios para crecer allí en toda inocencia, sin contacto con los hombres y sus maldades.

Juan, como Jesús, no fue a la escuela, y era instruido por el Espíritu Santo.

   

JUAN Y LOS ANIMALES

Tenía extraordinaria familiaridad con los animales, especialmente con los pájaros, que venían volando para posarse sobre sus hombros.

Y mientras él les hablaba parecía que le comprendieran.

Los animales lo querían tanto que le servían en muchas cosas.

Lo llevaban a sus refugios o a sus nidos, y cuando los hombres se acercaban él podía huir a los escondites sin peligro.

Se alimentaba de frutas silvestres y de raíces.

No le costaba mucho encontrarlas pues los animales mismos lo conducían donde estaban y se las mostraban.

   

ZACARÍAS ES ASESINADO POR HERODES

Una vez que Zacarías fue al templo a llevar víctimas para el sacrificio, Isabel aprovechó su ausencia y fue a visitar a su hijo al desierto.

Juan tendría unos seis años entonces.

Zacarías no había ido a ver al niño nunca, de modo que si Herodes le preguntaba por el niño podía, sin mentir, responder que lo ignoraba.

Se había hablado mucho del niño desde los primeros días de su vida.

Era conocido su nacimiento maravilloso y mucha gente afirmaba haberlo visto rodeado de resplandor.

Por esta causa Herodes quería apoderarse de él para matarlo.

Repetidas veces Herodes había preguntado a Zacarías dónde se escondía el niño.

Pero ahora, yendo Zacarías al templo, fue asaltado y maltratado por los soldados encargados de vigilarlo.

Lo llevaron a una prisión en el flanco de la montaña Sión.

El anciano fue torturado para que descubriese dónde se ocultaba su hijo, y como no pudieron obtener lo que deseaban terminaron por matarlo por orden de Herodes.

   

LA MUERTE DE ISABEL

Santa Isabel volvió del desierto a la ciudad de Juta para esperar la llegada de su marido.

Al entrar en su casa conoció la triste noticia de la muerte de su esposo.

Su dolor fue muy grande y parecía inconsolable.

Retornó al desierto, quedándose allí con el niño, hasta su muerte, que aconteció poco tiempo antes que la Sagrada Familia volviera de Egipto.

Después de esto, Juan se internó más en el desierto y se estableció junto a un pequeño lago.

Allí vivió mucho tiempo porque lo vi fabricarse una cabaña o glorieta en medio de los arbustos, para pasar la noche.

Era pequeña y baja, de modo que apenas podía acostarse para dormir.

Vi también que tenía una varilla atravesada en su bastoncito, de modo que formaba una cruz.

   

SE INICIA EL MINISTERIO DE JESÚS Y JUAN

Cuando Jesús se acercaba a los treinta años, José se iba debilitando cada vez más.

Después de la muerte de José se trasladaron Jesús y María a un pueblito de pocas casas entre Cafarnaum y Betsaida.

Luego Jesús partió de Cafarnaum, a través de Nazaret, hacia Hebrón, y comenzó a predicar.

Juan recibió una revelación sobre el bautismo y, debido a ella, al salir del desierto cavó un pozo en las cercanías de la Tierra Prometida.

En relación con el pozo que estaba haciendo Juan, tuve una visión sobre Elías.

Lo vi en el desierto, desanimado y soñoliento.

En ese momento fue cuando el ángel lo despertó y le dio de beber.

Esto sucedió en el mismo lugar donde Juan iba a hacer la fuente y el pozo.

Juan en medio de la fuente plantó un árbol especial, con brotes y espinas.

El árbol, que parecía reseco y marchito, reverdeció.

He visto después que Juan entró en el agua hasta medio cuerpo.

Abrazaba con una mano al árbol y con la otra sostenía su bastoncito con el cual pegaba en el agua haciéndola saltar sobre su cabeza.

Cuando hacía esto vi que descendía una luz sobre él y se derramaba sobre él el Espíritu Santo, mientras dos ángeles aparecían en el borde de su fuente y le hablaban.

Después de esta obra salió Juan del desierto y fue hacia donde le esperaba la gente.

Su presencia era imponente: alto de estatura, aunque delgado por los ayunos; de fuerte musculatura; de porte noble, atrayente, puro, sencillo y compasivo.

El color del rostro bronceado, la cara demacrada y el continente serio y enérgico.

Los cabellos castaño oscuros y crespos y la barba corta.

   

SU PREDICACIÓN

Juan no se dejaba impresionar por nada de lo que lo rodeaba y sólo hablaba de un asunto: hacer penitencia, pues se acercaba el Mesías.

Todos le admiraban permaneciendo absortos en su presencia.

Su voz era penetrante como una espada, potente y severa, pero con todo bondadosa.

Se asociaba con toda clase de gentes y con los niños.

En todas partes iba directamente a su objetivo: no le importaba nada más, no pedía ni necesitaba cosa de nadie.

   

¡PREPARAD LOS CAMINOS DEL SEÑOR!

En ninguna parte se paraba mucho.

Anduvo por los caminos de Galilea, alrededor del lago, sobre Tarichea y el Jordán, por Salem, en el desierto hacia Betel.

Y cerca de Jerusalén, que no quiso tocar en toda su vida ya que sus quejas y lamentos estaban dirigidos muchas veces contra la ciudad depravada.

Aparecía siempre clamando: ‘¡Penitencia! ¡Preparad los caminos del Señor! ¡El Salvador viene!’.

Tres meses antes de empezar a bautizar recorrió Juan el país, por dos veces, anunciando al que habría de venir después de él.

Su andar era acelerado, con pasos ligeros, sin descanso, pero sin agitación.

No se asemejaba al caminar tranquilo del Salvador.

Las palabras ‘preparad los caminos del Señor’ no eran sólo figuras retóricas.

He visto que Juan recorría todos los caminos que Jesús y los apóstoles hicieron después, removiendo los obstáculos y allanando las dificultades.

Limpiaba de matorrales y piedras los caminos y hacía sendas nuevas.

Colocaba piedras en ciertos lugares de vado, limpiaba los canales, cavaba pozos, arreglaba fuentes obstruidas.

Hacía asientos y comodidades, que después el Señor usó en sus viajes.

Levantó techados donde Jesús más tarde reunió a sus oyentes o donde descansó de sus fatigas.

   

PREDICACIÓN DE JUAN EL BAUTISTA Y EL BAUTISMO DE JESÚS: VISIÓN DE MARÍA VALTORTA

   

EL ENTORNO DONDE BAUTIZA EL BAUTISTA

Veo una llanura despoblada de vegetación y de casas.

No hay campos cultivados, y muy pocas y raras plantas reunidas aquí o allá en matas — vegetales familias — en los sitios en que el suelo está por debajo menos quemado.

Imagine que este terreno quemado y baldío está a mi derecha — teniendo yo el norte a mis espaldas — y se prolonga hacia el Sur respecto a mí.

A la izquierda veo un río de orillas muy bajas, que corre lentamente también de Norte a Sur.

Por el movimiento lentísimo del agua comprendo que no debe haber desniveles en su lecho y que fluye por una llanura tan achatada que constituye una depresión.

El movimiento es apenas suficiente para que el agua no se estanque formando un pantano.

El agua es poco profunda, tanto que se ve el fondo; a mi juicio, no más de un metro, como mucho uno y medio.

Tiene la anchura del Arno hacia S. Miniato-Empoli: yo diría que unos veinte metros. Pero no tengo buen ojo para calcular con exactitud.

Es de un azul ligeramente verde hacia las orillas, donde, por la humedad del suelo, hay una faja tupida de hierba que alegra la vista, cansada de la desolación pedregosa y arenosa de cuanto se le extiende delante.

Esa voz íntima que le he explicado que oigo y me indica lo que debo notar y saber me advierte que estoy viendo el valle del Jordán.

Lo llamo valle porque se emplea esta palabra para indicar el lugar por donde corre un río, pero en este caso es impropio llamarlo así porque un valle presupone montes y yo aquí no veo montes cercanos.

Pero, en fin, estoy en el Jordán, y el espacio desolado que observo a mi derecha es el desierto de Judá.

Si es correcto llamarlo desierto en el sentido de un lugar donde no hay casas ni trabajo humano, no lo es según el concepto que nosotros tenemos de desierto.

Aquí no se ven esas arenas onduladas que nosotros nos pensamos, sino sólo tierra desnuda, con piedras y detritus esparcidos.

Es como los terrenos aluviales después de una crecida. En la lejanía, colinas.

Además, junto al Jordán hay una gran paz, un algo especial, superior a lo común, como lo que se nota en las orillas del Trasimeno.

Es un lugar que parece guardar memoria de vuelos de ángeles y voces celestes.

No sé bien decir lo que experimento, pero me siento en un lugar que habla al espíritu.

Mientras observo estas cosas, veo que la escena se puebla de gente a lo largo de la orilla derecha — respecto a mí — del Jordán.

Hay muchos hombres, vestidos de diversas formas.

Algunos parecen gente del pueblo, otros ricos.

No faltan algunos que parecen fariseos por el vestido ornado de ribetes y galones.

Lugar del bautismo de Jesús actualmente

   

EL RECONOCIMIENTO A JUAN EL BAUTISTA

Entre todos ellos, en pie sobre una roca, un hombre a quien, aunque sea la primera vez que lo veo, lo reconozco enseguida como el Bautista.

Habla a la multitud, y le aseguro que no son palabras dulces.

Jesús llamó a Santiago y a Juan “los hijos del trueno”… ¿Cómo llamar entonces a este vehemente orador?

Juan Bautista merece el nombre de rayo, avalancha, terremoto…

¡Gran ímpetu y severidad, manifiesta, efectivamente, en su modo de hablar y en sus gestos!

Habla anunciando al Mesías y exhortando a preparar los corazones para su venida, extirpando de ellos los obstáculos y enderezando los pensamientos.

Es un hablar vertiginoso y rudo.

El Precursor no tiene la mano suave de Jesús sobre las llagas de los corazones.

Es un médico que desnuda y hurga y corta sin miramientos.

   

LLEGA JESÚS AL LUGAR DEL BAUTISMO

Mientras lo escucho veo que mi Jesús se acerca a lo largo de un senderillo que va por el borde de la línea herbosa y umbría que sigue el curso del Jordán.

Este rústico camino (más sendero que camino) parece dibujado por las caravanas y las personas que durante años y siglos lo han recorrido para llegar a un punto donde, por ser menos profundo el fondo del río es fácil vadearlo.

El sendero continúa por el otro lado del río y se pierde entre la hierba de la orilla opuesta.

Jesús está solo. Camina lentamente, acercándose, a espaldas de Juan.

Se aproxima sin que se note y va escuchando la voz de trueno del Penitente del desierto.

Como si fuera uno de tantos que iban a Juan para que los bautizara, y a prepararse a quedar limpios para la venida del Mesías.

Nada le distingue a Jesús de los demás.

Parece un hombre común por su vestir.

Un señor en el porte y la hermosura, más ningún signo divino lo distingue de la multitud.

Pero diríase que Juan ha sentido una emanación de espiritualidad especial.

Se vuelve y detecta inmediatamente su fuente.

Baja impetuosamente de la roca que le servía de púlpito y va deprisa hacia Jesús, que se ha detenido a algunos metros del grupo apoyándose en el tronco de un árbol.

Jesús y Juan se miran fijamente un momento.

Jesús con esa mirada suya azul tan dulce; Juan con su ojo severo, negrísimo, lleno de relámpagos.

Los dos, vistos juntos, son antitéticos.

Altos los dos — es el único parecido —, son muy distintos en todo lo demás.

Jesús, rubio y de largos cabellos ordenados, rostro de un blanco marmóreo, ojos azules, atavío sencillo pero majestuoso.

Juan, hirsuto, negro: negros cabellos que caen lisos sobre los hombros (lisos y desiguales en largura).

Negra barba rala que le cubre casi todo el rostro, sin impedir con su velo que se noten los carrillos ahondados por el ayuno.

Negros ojos febriles. Oscuro de piel, bronceada por el sol y la intemperie. Oscuro por el tupido vello que lo cubre.

Juan está semidesnudo, con su vestidura de piel de camello (sujeta a la cintura por una correa de cuero), que le cubre el torso cayendo apenas bajo los costados delgados.

Y dejando descubiertas las costillas en la parte derecha, esas costillas cubiertas por el único estrato de tejidos que es la piel curtida por el aire.

Parecen un salvaje y un ángel vistos juntos.

     

EL BAUTISMO DE JESÚS POR JUAN BAUTISTA

Juan, después de escudriñarlo con su ojo penetrante, exclama:

– He aquí el Cordero de Dios. ¿Cómo es que viene a mí mi Señor?

Jesús responde lleno de paz:

– Para cumplir el rito de penitencia.

Jamás, mi Señor. Soy yo quien debe ir a ti para ser santificado, ¿y Tú vienes a mí?

Y Jesús, poniéndole una mano sobre la cabeza, porque Juan se había inclinado ante Él, responde:

– Deja que se haga como deseo, para que se cumpla toda justicia y tu rito sea inicio para un más alto misterio y se anuncie a los hombres que la Víctima está en el mundo.

Juan lo mira con los ojos dulcificados por una lágrima y le precede hacia la orilla.

Allí Jesús se quita el manto, la túnica y la prenda interior quedándose con una especie de pantalón corto.

Luego baja al agua, donde ya está Juan, que lo bautiza vertiendo sobre su cabeza agua del río.

La cual tomada con una especie de taza que lleva colgada del cinturón y que a mí me parece como una concha o una media calabaza secada y vaciada.

Jesús es exactamente el Cordero.

Cordero en el candor de la carne, en la modestia del porte, en la mansedumbre de la mirada.

Mientras Jesús remonta la orilla y, después de vestirse, se recoge en oración.

Juan lo señala ante las turbas y testifica que lo ha reconocido por el signo que el Espíritu de Dios le había indicado como señal infalible del Redentor.

Pero yo estoy polarizada en mirar a Jesús orando, y sólo tengo presente esta figura de luz que resalta sobre el fondo de hierba de la ribera.

   

JESÚS EXPLICA A LA VIDENTE EL SENTIDO DEL BAUTISMO

Dice Jesús:

– Juan no tenía necesidad del signo para sí mismo.

Su espíritu, pre-santificado desde el vientre de su madre, poseía esa vista de inteligencia sobrenatural que habrían poseído todos los hombres sin la culpa de Adán.

Si el hombre hubiera permanecido en gracia, en inocencia, en fidelidad para con su Creador, habría visto a Dios a través de las apariencias externas.

En el Génesis se lee que el Señor Dios hablaba familiarmente con el hombre inocente y que éste no desfallecía ante aquella voz y no se equivocaba al discernirla.

Era destino del hombre ver y entender a Dios, justamente como un hijo con su padre.

Después vino la culpa, y el hombre ya no se ha atrevido a mirar a Dios, ya no ha sabido ni ver ni comprender a Dios.

Y cada vez lo sabe menos.

Pero Juan, mi primo Juan, quedó limpio de la culpa cuando la Llena de Gracia se inclinó amorosa a abrazar a Isabel, un tiempo estéril, entonces fecunda.

El pequeñuelo saltó de júbilo en su seno, sintiendo caérsele de su alma la escama de la culpa, como costra que cae de una llaga que sana.

El Espíritu Santo, que había hecho de María la Madre del Salvador, comenzó su obra de salvación, a través de María, vivo Sagrario de la Salvación encarnada, sobre este niño que había de nacer destinado a unirse a mí.

No tanto por la sangre, cuanto por la misión que hizo de nosotros como los labios que forman la palabra.

Juan los labios, Yo la Palabra.

Él el Precursor en el Evangelio y en la suerte del martirio; Yo, quien perfeccionaba, con mi divina perfección, el Evangelio comenzado por Juan y el martirio por la defensa de la Ley de Dios.

Juan no tenía necesidad de ningún signo.

Pero la cerrazón de los demás lo requería.

¿En qué habría fundado Juan su aserción, sino sobre una prueba innegable que los ojos y oídos de los tardos hubieran percibido?

Tampoco Yo tenía necesidad de bautismo.

Pero la sabiduría del Señor había juzgado que ése era el momento y el modo del encuentro.

E induciendo a Juan a salir de su cueva del desierto y a mí a salir de mi casa, nos unió en esa hora para abrir sobre mí los Cielos.

De donde habría de descender Él mismo, Paloma Divina, sobre aquel que bautizaría a los hombres con tal Paloma, y el anuncio, más potente que el angélico, porque provenía del Padre mío: “Éste es mi Hijo muy amado con quien me he complacido”.

Para que los hombres no tuvieran disculpas o dudas en seguirme o en no seguirme.

Fuentes:

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Beata Ana Catalina Emmerich Breaking News Demonio Infierno Jesucristo Movil NOTICIAS Noticias 2019 - enero - junio Religion e ideologías

¿Cuál es la Relación entre Dios y Lucifer?

Es doctrina de la Iglesia que el demonio existe y es el enemigo de la humanidad.

Son incontables los escritos de santos y videntes al respecto, y obviamente también en la Biblia.

Sin embargo esto no obsta para que algunos eruditos vean al maligno como un burócrata al servicio de Dios.

En este artículo trataremos sobre la visión de Catalina Emmerich sobre la liberación del demonio 60 años del 2000.
.
Pero también mostraremos la otra cara. La que plantea que el demonio es una criatura funcional a Dios y su aliado.

Los demonios son ángeles caídos que están organizados bajo lucifer en niveles jerárquicos, de la misma forma que los ángeles según Efesios 6.

Ellos pueden actuar sobre las personas demonizándolos de dos formas.

Una es mediante la tentación de que usurpen el lugar de Dios y hagan sus propias normas.

Y otro a través de lo que se llama posesión, que es la influencia menos frecuente.

La actividad principal de los demonios es desviar a los humanos de la creencia en Dios, utilizando mentiras y verdades a medias y llamándoles a adorar a dioses paganos o a sí mismos.

La historia final la sabemos por el Apocalipsis 20, donde dice que los demonios serán encadenados definitivamente en el nivel más bajo del infierno y permanecerán ahí por toda la eternidad.

Pero mientras tanto han sido liberados para actuar en la tierra, quizás como una forma de probar a los seres humanos.

Pero Dios no nos ha dejado solos en esta prueba y nos ha dado lo necesario para enfrentarnos a los demonios.

Sin embargo habrá tribulación final en la tierra, lo que se llama la Gran Tribulación y los demonios tomarán prácticamente el control de la Tierra; y es ahí donde se marcará a las personas con la marca de la bestia.

Y se saldrá de esto solamente con la presencia física de Jesús en su segunda venida y entonces derrotará definitivamente a las huestes demoníacas y vendrá el juicio final.

La caída de sociedades enteras e incluso de la humanidad en manos de la influencia demoníaca ha sucedido muchas veces a través de la historia.

Desde la caída de Adán y Eva hasta el diluvio de Noé, el mal había permeado tanto la tierra que Dios concluyó que la única manera de solucionarlo era la destrucción total, y por eso el diluvio  y el comienzo de una nueva vida en la tierra.

Y ahí Dios declaró que no destruiría más a la humanidad.

Sin embargo la humanidad luego del diluvio comenzó a volcarse de nuevo hacia el mal, aunque a un ritmo menor que antes.

Esta tendencia de la humanidad hacia el mal está relacionada con su naturaleza caída, a partir del pecado original.

Lo que es aprovechado y utilizado por los demonios para hacer su negocio.

Los demonios saben que si una persona ignora o rechaza al Espíritu Santo para hacer lo correcto, sucumbe a la tentación para hacer el mal.

Y saben que cuando la mayoría de una generación o población rechaza la voz del Espíritu Santo o no la conoce, la sociedad cae a niveles muy bajos de moral.

Y con cada generación esto se va acentuando.

Dios interviene de vez en cuando para reducir o retardar la degeneración moral, de la misma forma que un médico cauteriza una herida.

En el Antiguo Testamento nos encontramos con que Dios destruyó varias poblaciones por su fuerte inclinación al mal.

Pensemos en Sodoma y Gomorra, en Jericó, en el cautiverio de los israelitas por el rey Nabucodonosor, etc.

Y hay un solo caso que parece sintomático, que es el perdón a la ciudad de Nínive porque se arrepintió.

Sin embargo esto duró poco, porque Dios la salvó a la destrucción solamente por 160 años, porque luego cayó de nuevo en el pecado.

En toda esta historia de la humanidad, proclive al pecado, Dios envía mensajes constantes y a sus profetas para que las poblaciones oigan la voz del Espíritu Santo.

Pero en sentido contrario el demonio trata de apagar esa voz.

El gran misterio en todo esto es porque Dios no eliminó de una vez por todas a satanás para eliminar la tentación.

Y también por qué lo libera del infierno para asolar la tierra por un tiempo.

Es por esto que la relación de Dios con el demonio no es de un enfrentamiento total.

Porque Dios suele utilizar al demonio dejando pasar alguna de sus insidias para purificar a la humanidad.

Y es por esto que algún teólogo sugiere, como veremos, que el demonio es un funcionario del cielo, una especie de fiscal acusador.

Seguramente exagere en este criterio, pero nos hace pensar la realidad de que Dios deja actuar al demonio en muchas circunstancias para cumplir Sus planes.

Veamos primero la actividad de demonio en este momento histórico.

   

LUCIFER HABRÍA SIDO LIBERADO EN LA DÉCADA DE 1940 [Y ES CUANDO COMENZARON LOS GRANDES CAMBIOS EN EL MUNDO]

A partir de la década de 1940 el mundo entró en un espiral de cambios que lo han alejado de la espiritualidad y están destruyendo la civilización.

En 1939 comenzó la segunda guerra mundial con el infame holocausto, al que siguieron los holocaustos rusos y chinos.

En los 50 se consolidó la carrera nuclear y la revolución china.

En los 60 comenzó la revolución sexual, cuyo hito es el mayo del 68 francés.

Y hasta podemos mencionar también al Concilio Vaticano II que generó, tantas polémicas en la Iglesia Católica y que algunos dicen que por ahí entró el mal en la Iglesia.

Concomitantemente, en el siglo XIX, la beata Ana Catalina Emmerich tuvo una visión que Lucifer era liberado del infierno por el 1940 y un tiempo antes serían liberados algunos secuaces para preparar el terreno.

Los secuaces enviados antes para preparar el terreno pueden haber actuado en la Guerra Civil Española de 1936, en la Guerra Cristera de la década de 1926 y el Genocidio Armenio de 1915.

Todos los mencionados son eventos similares a los genocidios que sucedieron después como los genocidios comunistas perpetrados en Camboya, la Unión Soviétiva y en la China de Mao, el holocausto Nazi, el de Ruanda, y ahora el que lleva a cabo el Estado Islámico.

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UN HECHO DESAPERCIBIDO

Cuando Jesús bajó a los infiernos luego de su muerte, sujetó todas las cosas a su victoria.
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Hasta a los demonios, quienes se vieron obligados a “doblar la rodilla” en su presencia.
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Pero hay un hecho que ha pasado casi desapercibido.
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Ana Catalina Emmerich tuvo la videncia de que en ese momento se produjo la liberación de Lucifer de las cadenas del infierno.
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Que debía realizarse 50 o 60 años antes del 2000 y un tiempo antes serían liberados algunos demonios.

La vidente Beata A.C. Emmerich (1774 – 1824) escribió un libro (“La Dolorosa Pasíon de Nuestros Señor Jesucristo”) que en un capítulo contiene sus visiones sobre el descenso de Jesús a los infiernos.

Allí liberó desde Eva y Adán en adelante, que habían estado esperando su redención salvadora, hecho que se recuerda el Sábado Santo, ver aquí y aquí.

La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, Emmerich al parecer fue la base para la película de Mel Gibson, La Pasión de Cristo de 2004.

infierno

   

LA VISIÓN DEL INFIERNO

Uno de los capítulos de La Dolorosa Pasión muestra el Infierno.

El infierno se me apareció bajo la forma de un edificio inmenso, tenebroso, cerrado con enormes puertas negras con muchas cerraduras.

Un aullido de horror se elevaba sin cesar desde detrás de ellas.

¿Quién podría describir el tremendo estallido con que esas puertas se abrieron ante Jesús?

¿Quién podría transmitir la infinita tristeza de los rostros de los espíritus de aquel lugar?

La Jerusalén celestial se me aparece siempre como una ciudad donde las moradas de los bienaventurados tienen forma de palacios y de jardines llenos de flores y de frutos maravillosos.

El infierno lo veo en cambio como un lugar donde todo tiene por principio la ira eterna, la discordia y la desesperación.

Prisiones y cavernas, desiertos y lagos llenos de todo lo que puede provocar en las almas el extremo horror, la eterna e ilimitada desolación de los condenados. 

Todas las raíces de la corrupción y del terror producen en el infierno el dolor y el suplicio que les corresponde en las más horribles formas imaginables.
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Cada condenado tiene siempre presente este pensamiento.
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Que los tormentos a que está entregado son consecuencia de su crimen.
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Pues todo lo que se ve y se siente en este lugar no es más que la esencia, la pavorosa forma interior del pecado descubierto por Dios Todopoderoso.

hitler y tropas

   

LOS ÁNGELES DERRIBAN LA PUERTA DEL INFIERNO

Cuando los ángeles toman el infierno, todos tuvieron que adorar a Jesús.

Y ahí éste decreta la liberación de Lucifer 50 o 60 años antes del 2000, por un tiempo.

Pero antes libera a unos demonios para que vayan preparando el camino.

Cuando los ángeles, con una tremenda explosión, echaron las puertas abajo, se elevó del infierno un mar de imprecaciones, de injurias, de aullidos y de lamentos. 

Todos los allí condenados tuvieron que reconocer y adorar a Jesús, y éste fue el mayor de sus suplicios.

En el medio del infierno había un abismo de tinieblas al que Lucifer, encadenado, fue arrojado, y negros vapores se extendieron sobre él.

Es de todos sabido que será liberado durante algún tiempo, cincuenta o sesenta años antes del año 2000 de Cristo.
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Las fechas de otros acontecimientos fueron fijadas, pero no las recuerdo.
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Pero sí que algunos demonios serán liberados antes que Lucifer, para tentar a los hombres y servir de instrumento de la divina venganza
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construccion del muro de berlin

   

LAS ALMAS DE LOS REDIMIDOS SALEN DEL PURGATORIO

En el mismo momento también salen las almas del purgatorio.

La Beata Ana Catalina Emmerich también describe el encuentro de Jesús con Adán y Eva.

Así como la gran alegría que inundó las almas que habían estado esperando en el Purgatorio por los frutos meritorios de su Pasión Redentora.

Vi multitudes innumerables de almas de redimidos elevarse desde el purgatorio y el limbo detrás del alma de Jesús.
.
Hasta un lugar de delicias debajo de la Jerusalén celestial.
 

Vi a Nuestro Señor en varios sitios a la vez; santificando y liberando toda la creación; en todas partes los malos espíritus huían delante de Él y se precipitaban en el abismo.

Vi también su alma en diferentes sitios de la tierra.

La vi aparecer en el interior del sepulcro de Adán debajo del Gólgota, en las tumbas de los profetas y con David.

A todos ellos revelaba los más profundos misterios y les mostraba cómo en Él se habían cumplido todas las profecías.

revolucion sexual de los 60

   

QUE PASÓ EN EL MUNDO ALREDEDOR DE 1940

Sesenta años antes del 2000 (cuando habría sido liberado Lucifer y unos años antes algunos demonios) nos retrotrae a 1940, en plena segunda guerra mundial que comenzó en 1939.

En la cual el nazismo mató a seis millones de judíos, y cuyas bajas totales se estiman en alrededor de 70 millones de personas.

Pero también estaba en marcha una matanza peor y silenciosa, que exterminó a 50 millones de rusos y otras nacionalidades por el régimen comunista soviético.

Cuya cúspide fue durante el período de Iósif Stalin, que ascendió al poder en 1941 y lo retuvo hasta 1953.

En 1950 triunfa la Revolución China y se crea la República Popular China, bajo el liderazgo de Mao Tse Dong, que según las estimaciones tiene el record de 60 millones de fusilamientos.

El período post guerra, que comenzó con la reconstrucción de Europa, consolidó el liderazgo mundial de EE.UU., dando comienzo así a la “guerra fría”.

La que produjo enorme cantidad de conflictos, como la Guerra de Corea y la de Vietnam, ocasionó la guerrilla y las consecuentes dictaduras militares en América Latina, y numerosas revoluciones independentistas en África y Asia.

Pero la post guerra fue una época de grandes cambios de valores.

Abriendo la compuerta a la descristianización de occidente que se hizo especialmente visible en los movimientos del mayo de París ’68, donde se desencadenó formalmente la revolución sexual.

Dentro de la Iglesia Católica es llamativo que las estadísticas muestren que los abusos sexuales en EE.UU. tuvieron su pico en la década de los ’50.
.
Y otro hito a destacar es el Concilio Vaticano II, que comenzó en 1962, y que propició (intencionadamente o no) un descenso en la religiosidad, crisis en el sacerdocio y diversos movimientos cuestionadores de la doctrina tradicional que subsisten hasta hoy.

Algunos estudiosos llegan a decir que el Concilio tuvo un efecto negativo sobre la Iglesia.

Esto es una apretada síntesis de lo que sucedió.

No hemos mencionado a fondo todas las manifestaciones y probablemente nos olvidamos de hechos importantes.

Pero la intención fue mostrar la correlación entre la supuesta liberación de Lucifer y secuaces y los hechos en el mundo.

Ahora veamos la otra cara, una versión revisionista de Lucifer.

   

LA VERSIÓN REVISIONISTA DE QUE EL DEMONIO ES SÓLO UN BURÓCRATA CELESTIAL A LAS ÓRDENES DE DIOS

Más que el arquetipo del mal, el diablo es un alto burócrata celeste: no es ni enemigo de Dios ni se llamó Lucifer y ni siquiera fue él quien indujo a pecar a Eva y Adán.
.
Es un fiscal a quien le toca poner a prueba la virtud humana, como aparece en el libro de Job.

Esta loca y extravagante versión es del profesor de UCLA y ex director del Centro de la Universidad de Estudios Medievales y del Renacimiento, Henry Ansgar Kelly. 

La intención básica de satán es descubrir malhechuras y traiciones, por estrictos y poco escrupulosos que sean sus medios.
.
Pero así y todo es parte de la administración de Dios, asegura el investigador, dice el académico.

En los hechos Dios deja pasar algunas “maldades” de satanás que afectan a los hombres y diríamos que su existencia es casi funcional para la purificación de los hombres en su aspiración a entrar en el Cielo.

Pero considerar a satanás de la forma en que lo hace Kelly invalida la versión bíblica del Génesis, que a partir del demonio entro el mal y la muerte en el mundo.

invalida la versión bíblica del Apocalipsis, que relata la batalla de la mujer vestida de sol y los arcángeles con los demonios, y el triunfo del ‘cordero de Dios’.

Porque no sería lógico que una parte de la administración celestial termine aniquilando a otra parte.

Veamos lo que dice este revisionista sólo con el afán de informar sobre las extravagancias que andan por ahí.

Para el investigador, satanás fue transformado en sinónimo del mal merced a la acción del cristiano Justino de Samaria, mártir del siglo II.

Quien fue el primero en argumentar que el diablo se apareció como serpiente para tentar a Eva y Adán, y que al disparar la caída de ellos disparó su propio derrumbe.

Posteriormente, en el siglo III, el teólogo y exégeta Orígenes de Alejandría concluyó que un pasaje del libro de Isaías sólo podía aludir a satanás.

Ya que se dice que Lucifer cayó del cielo, aunque según el historiador esto no puede aludir a satanás, pues en los textos hebreos se llamaba Lucifer al monarca tiránico de Babilonia.

   

POCA EVIDENCIA BÍBLICA

El emérito profesor de UCLA y el ex director del Centro de la Universidad de Estudios Medievales y del Renacimiento, Henry Ansgar Kelly piensa que:

«Hay poca o ninguna evidencia en la Biblia de la mayoría de las características y obras comúnmente atribuidas a satán«, insiste el profesor de UCLA.

«Una lectura estricta de la Biblia muestra que satanás es menos como Darth Vader y más como un fiscal con exceso de celo«, dijo Kelly,

 «No es un orgulloso y enojado que da la espalda a Dios sino que la intención básica de satanás es identificar el delito y la traición, sin embargo exagerada y sin escrúpulos en los medios.
.
Pero sigue siendo parte de la administración de Dios»
.

Demonio en la oscuridad

   

EL ESCÁNDALO QUE SATANÁS NO ESTA EN OPOSICIÓN A DIOS

«Si satanás no está realmente en oposición a Dios, y él no es realmente malo, entonces eso significa que la lucha entre el bien y el mal no es una parte auténtica del cristianismo», dijo Kelly.
.
«Lo que digo va a ser escandaloso para algunas personas.»

Si lo de Kelly se pudiera considerar escandaloso, no es por falta de conocimientos.

Kelly comenzó su carrera académica en un seminario jesuita y fue ordenado en cuatro de las siete órdenes sagradas en el camino hacia el sacerdocio, incluyendo el orden de exorcista.

«Fue en ese momento que comencé mi campaña para rehabilitar al diablo – le libré del mal, por así decirlo», dijo Kelly.

El libro “Pobre Diablo, una biografía de Satanás” es la culminación de más de 40 años de investigación sobre el diablo y sus tradiciones religiosas y culturales que han crecido a su alrededor. El libro es el tercero de Kelly sobre el tema.

Su posición da pie para el refrán «no hay peor astilla que la del mismo palo».

   

BAJO PERFIL EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

En lo que respecta al Antiguo Testamento, Kelly insiste en que el perfil de satanás es considerablemente más bajo de lo que comúnmente se piensa y significativamente menos amenazador.

Según el conteo de Kelly, satanás sólo aparece tres veces en los 45 libros que componen las Escrituras pre-cristianas, siendo la más conocida en el Libro de Job.

En cada ocasión, satanás es todavía firmemente parte de lo que Kelly llama «administración de Dios», y sus actividades se realizan en el orden del «Gran Muchacho».

Sin embargo, sus acciones no son tan consistentemente malas con la traducción de «diablo» y «satanás», que literalmente significa «adversario» en griego y hebreo, respectivamente.

«Su trabajo es poner a prueba la virtud de la gente e informar de sus fracasos», dijo Kelly.

   

INTERPRETACIÓN MALIGNA POSTERIOR

Tal vez lo más sorprendente no son los recortes en la figura de satanás, sino sus ausencias notables en el Antiguo Testamento.

En la primera referencia de la Biblia a Lucifer, por ejemplo, satanás no aparece – aunque sólo sea implícitamente, Kelly señala.

«‘Lucifer’ en latín significa portador de luz», dijo, y fue el nombre dado a la estrella de la mañana, o el planeta Venus.

Originalmente escrito en hebreo antiguo, el pasaje se refiere al tiránico rey de Babilonia que se jacta de sus conquistas, pero que está ‘a punto de ser arrojado a la tierra’». Kelly insiste en que no hay nada más.

Pero el siglo III Orígenes filósofo cristiano de Alejandría argumentó en su obra más conocida, «On First Things», que la referencia se aplicaba a satanás.

«Orígenes dice que ‘Lucifer ha caído del cielo’», explicó Kelly.
.
«
Esto no puede referirse a un ser humano, por lo que debe referirse a satanás.
.
Padres de la iglesia posteriores encontraron persuasivo este razonamiento, al igual que todos los que les siguieron».

Irónicamente, la única mención de Lucifer en el Nuevo Testamento – y hay tres de ellas – se refieren a Jesús, dijo Kelly:

 «Jesús es llamado ‘Lucifer’ o ‘la estrella de la mañana’ porque representa un nuevo comienzo».

demonio rojo

   

SATANÁS Y LA SERPIENTE

Otra omisión importante en el Antiguo Testamento, dijo Kelly, se encuentra en el Génesis.

«Nadie en el Antiguo Testamento – o, para el caso, en el Nuevo Testamento – identifica a la serpiente del Edén con Satanás», dijo Kelly. 

«La serpiente es el animal más inteligente, y está motivada por la envidia después de haber sido abandonada por Adán por Eva».

Kelly traza la correlación de satanás y la serpiente a no mucho después que el Nuevo Testamento fue completado.
.
En su «Diálogo con Trifón», en el segundo siglo, el martir Justino de Samaria argumentó que satanás apareció como una serpiente para tentar a Adán y Eva a desobedecer a Dios, según Kelly.

«Esto es lo que yo llamo ‘la nueva biografía’», dijo Kelly. 

«Empieza con Justino Mártir, que implica a Satanás en la caída de Adán y Eva. Haciendo que Adán y Eva caigan, y con ello satanás y causó su propia caída».

«El segundo paso en esta nueva biografía viene con Orígenes, quien dijo: ‘No, el primer pecado de satanás no estuvo en el engaño a Adán y Eva o en negarse a ir con el plan de Dios de crear a Adán a su imagen’», dice Kelly. 

«’Fue pecar de orgullo como la estrella de la mañana, como Lucifer en el pasaje de Isaías’.  Volviendo a satanás como enemigo de Dios es un proceso de dos pasos».

   

EN EL NUEVO TESTAMENTO NO ES TAMPOCO MALO

Mientras tanto, en pasajes de Lucas, Mateo, Corintios y en otros lugares en el Nuevo Testamento, satanás sigue actuando como un probador, ejecutor y fiscal, pero no como el enemigo de Dios, Kelly señala.

«Todo el mundo ha dicho que para cuando llega satanás al Nuevo Testamento, es el mal, es un enemigo de Dios, pero eso no es así«, dijo Kelly. 

«Todo el cuadro bíblico de Satanás es el de un policía malo-policía bueno de Yahvé en el Antiguo Testamento, y de buen policía de Jesús en el Nuevo Testamento. Por lo tanto, Satanás es alguien que trabaja para Dios.»

   

LA SERPIENTE DEL APOCALIPSIS NO ES LA MISMA QUE LA DEL JARDÍN DEL EDÉN

Una escena en el libro del Nuevo Testamento del Apocalipsis es a menudo citada como evidencia de que satanás era el engañador de Adán y Eva, pero la interpretación es un malentendido fundamental, Kelly argumenta.

«’La serpiente antigua’ se refiere a la serpiente gigante del mar Leviatán no a la serpiente jardín del Edén«, dijo. 

«En el Apocalipsis, el Leviatán se ha transformado en un dragón o una serpiente grande, con siete cabezas y 10 cuernos, todavía alejada de la serpiente que engañó y sedujo a Eva».

demonio y mujer que duerme

   

LA CAÍDA DE SATANÁS

Además de vincular a satanás con el Jardín del Edén, el pasaje de Apocalipsis también se ha utilizado para demostrar que satanás cayó desde el principio en la Biblia, pero Kelly insiste en que no es exacta.

«La expulsión de satanás del cielo en el Apocalipsis se explica cómo teniendo lugar en el futuro», dijo Kelly. 

«En el Apocalipsis 12:10, una voz dice que ‘el acusador de nuestros hermanos es echado fuera, vencido por el testimonio de los mártires’. Como no hubo mártires hasta que Cristo murió, tiene que ser en el futuro».

Del mismo modo, un pasaje en el Evangelio de Lucas, cuando Jesús dice haber visto «a satanás caer como un rayo», ha sido mal interpretado, según Kelly.

«Jesús, vio la caída en el pasado porque tuvo la visión que describe a los apóstoles», dijo Kelly. 

«Pero Jesús se refiere a una futura caída [de Satanás] de su cargo de procurador general de Dios».

Esto no quiere decir, sin embargo, que Kelly afirme que satanás es agradable.

«A Jesús no le gusta, y a Pablo no le gusta», explicó Kelly.
.
«Él representa a la vieja guardia de la burocracia celestial, y todo el mundo anhela que sea inhabilitado como el principal acusador de la humanidad.»

Fuentes:

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Cómo fue la Visita de los REYES MAGOS al Pesebre de Belén según los VIDENTES

Varias místicas tuvieron visiones sobre el viaje de los Reyes Magos, la Estrella de Belén y la adoración de estos a Jesús niño.

Rafael Brown en «La Vida de María según lo visto por los místicos» reseña las visiones de Catalina Emmerich, María Valtorta, María de Jesús de Agreda, Santa Brígida de Suecia.

En este artículo resumiremos la reseña de Rafael Brown y comenzaremos a narrar las visiones de Catalina Emmerich, que lo haremos en tres artículos debido a su longitud.

   

EL ANUNCIO PARA QUE LOS REYES MAGOS SE PONGAN EN CAMINO

La Madre de Dios sabía por iluminación sobrenatural que en la noche de Navidad un ángel había sido enviado para anunciar el nacimiento del Salvador de la humanidad a los tres Reyes Magos de Oriente.

Y también sabía que pronto llegarían a adorar al Niño Jesús en el establo.

Sin embargo, cuando San José sugirió que se movieran a una vivienda más cómoda en Belén, María respondió simplemente, sin revelar el misterio:

“Mi esposo y señor, dondequiera que usted desee ir, voy a seguirte con gran placer”

En ese momento los Santos Arcángeles Miguel y Gabriel se aparecieron a los dos y dijeron:

“La Divina Providencia ha ordenado que los tres reyes de este mundo vengan del Oriente en busca del Rey del cielo, y adorarán al Verbo encarnado en este mismo lugar. Ya llevan diez días de camino y llegarán en breve”. 

Por lo tanto, José y María se dedicaron a la preparación de la gruta para la visita de los Reyes.

Y durante los siguientes días la Virgen vio en visiones a los magos viajar juntos a través de los desiertos al este de Tierra Santa.

Los tres Reyes, cuyos nombres (según la tradición) eran Gaspar, Baltasar y Melchor, gobernaron sobre lo que hoy es Irak e Irán.

Gaspar de la Mesopotamia, el más joven, era de color marrón claro, Baltasar de Partia era de color marrón oscuro, mientras que Melchor de los Medos, el mayor, era más bien corpulento y tenía una tez trigueña.

Los tres eran hombres inusualmente justos y honorables y también eran grandes eruditos y estudiosos de la religión.

A través de su conocimiento de las profecías del Antiguo Testamento y de ciertas tradiciones de sus propios pueblos, creían en la venida del Salvador de la humanidad. 

Y debido a que eran hombres amables, generosos y buenos, en la noche de Navidad se ganaron el privilegio de que los ángeles en un sueño les contaran que el rey largamente esperado de los Judíos acababa de nacer.

Que era el Redentor prometido y que fueron elegidos por el Señor para buscarlo y para honrarlo.

Aunque cada uno recibió esta revelación por separado, cada uno tuvo conocimiento de que también le había sido dada a los otros dos. 

Los tres Reyes se despertaron a la misma hora de la noche, llenos de alegría extraordinaria, y postrándose en el suelo humildemente agradecidos adoraron a Dios Todopoderoso.

Entonces decidieron irse inmediatamente para la Tierra de Israel con el fin de adorar al Niño Divino.

   

LA APARICIÓN DE LAS ESTRELLA Y LA PUESTA EN CAMINO

Sin pérdida de tiempo prepararon los regalos y adquirieron los camellos y demás recursos y criados para su viaje.

Cada rey de repente percibió una hermosa estrella mística, que fue formada por los Ángeles

Y en esta estrella veían una visión simbólica de una Virgen y un niño con una cruz, que era el rey de una ciudad celestial y a quien todos los reyes de la tierra adoraban.

La estrella guió a los tres reyes magos de tal manera que a los pocos días que se juntasen.

Melchor había viajado más rápidamente que los otros porque su reino era más distante.

Los tres, que ya eran amigos íntimos, después de consultar acerca de sus revelaciones, quedaron aún más inflamados con devoción por el Rey recién nacido.

Y siguieron juntos su viaje, siempre bajo la guía de la estrella, que se podía ver tan claramente durante el día como por la noche.

Cada rey estuvo acompañado por cuatro o cinco amigos y familiares y un gran número de servidores, todos montados en camellos, dromedarios y caballos.

Por lo tanto la caravana consistía en cerca de doscientas personas.

El viaje a través de los desiertos, montañas y ríos de Caldea y Siria tomó casi un mes, a pesar del hecho de que los camellos y caballos eran inusualmente veloces.

Toda la caravana viajó en perfecto orden, y todo el mundo parecía estar lleno de alegría y sencilla devoción. 

A veces, mientras contemplaban la estrella mística, los reyes espontáneamente componían y cantaban cantos preciosos.

Por fin, después de cruzar el río Jordán, llegaron ante los muros de Jerusalén, la cual, debido a que era la capital de Israel, pensaban que era el lugar lógico de nacimiento del nuevo Rey de los Judíos.

Cuando se acercaban a la gran ciudad la estrella casi desapareció de su vista. 

   

EN JERUSALÉN Y CON EL REY HERODES

En la puerta de la ciudad preguntaron a algunos de los guardias, diciendo:

“¿Dónde está el Rey recién nacido de los Judíos, porque hemos visto su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle”. 

Pero para su sorpresa, los guardias y otros judíos indicaron que no sabían nada sobre el nacimiento de un nuevo rey de Israel.

A continuación, a petición de los magos, enviaron mensajeros para concertar una entrevista con el rey Herodes en su palacio.

Y mientras esperaban, los tres reyes magos llegaron a estar muy desanimados y sólo recuperaron algo de su confianza después de un período de oración en silencio. 

Herodes había acordado ver a los Reyes a la mañana siguiente, la caravana acampó durante la noche en un gran patio. Pero los magos no pudieron dormir.

En vez, vagaron por la ciudad con guías, y estudiaron el cielo como si ellos estuvieran buscando a la estrella.

Pensaron que quizás Herodes quería ocultar al Niño Rey de ellos.

En realidad Herodes también estaba tan profundamente preocupado que no podía dormir, y durante la noche convocó a los sumos sacerdotes y doctores de la Ley para reunirse con él.

Y les preguntó dónde había de nacer el Cristo.

Desenrollando sus escrituras y apuntando a un pasaje en el libro de Miqueas, le dijeron:

“En Belén de Judea, porque así está escrito por el profeta”.

Herodes quedó aún más perturbado y temeroso por su trono, y acto seguido resolvió en secreto dar muerte al Rey Niño. 

Llevando algunos de los sacerdotes con él, salió a un porche y trató en vano de ver la estrella de los magos.

Mientras tanto, los eruditos le instaron a no prestar atención a las historias fantásticas de los gobernantes de Oriente.

Porque ellos insistieron en que, si el Mesías hubiera nacido, ya se hubiera conocido tanto en el templo como en el palacio.

Al darse cuenta de lo impopular que era entre la gente, Herodes decidió mantener todo el asunto tranquilo.

Por lo tanto, recibió a los magos en secreto, al amanecer del día siguiente en una gran sala en la que se habían preparado refrescos y ramos de flores para sus huéspedes.

Después de haberles hecho esperar un rato, entró, acompañado de varios doctores de la Ley, y procedió a interrogar a los magos en relación con el momento en que la estrella había aparecido a ellos y en relación a todo lo que sabían sobre el Niño Rey.

Entonces Gaspar describió la visión que habían tenido de una Virgen y un niño real, que los reyes de la tierra adoraban, porque su reino era más grande que todos los reinos del mundo.

Después de decirles acerca de la profecía referente a Belén, Herodes hipócritamente pretendió que él también deseaba adorar al Rey Niño, y dijo a los Magos:

“Vayan y hagan una investigación minuciosa con respecto al niño, y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya a adorarlo”. 

Dejando al rey, muy incómodos y sin tomar ninguno de sus refrescos, los magos partieron con su caravana a Belén. 

   

HALLAN AL NIÑO RECIÉN NACIDO Y LE ADORAN

Poco después de que hubieron pasado la puerta de la ciudad, una vez más percibieron la estrella y estallaron en gritos de alegría y cantaron canciones.

Luego acamparon durante un rato y dijeron que algunas oraciones.

Y de repente una fuente de agua clara, fresca, brotó de la tierra delante de sus ojos. 

Tomando esto como un buen augurio, construyeron una pequeña piscina y dejaron que sus animales bebieran hasta saciarse. 

Los tres Reyes ahora comieron su primera comida desde que salieron de Jerusalén.

Más adelante en el día continuaron su camino sobre las colinas de Judea a Belén.

Cuando llegaron a la ciudad de David hacia la tarde, la estrella desapareció de nuevo, y se sintieron un poco ansiosos.

Ellos se dirigieron al Valle de los Pastores considerándolo un lugar adecuado para el campamento de la caravana durante la noche.

Después que sus servidores hubieron puesto una gran tienda de campaña, los tres reyes de pronto percibieron la estrella, con un brillo extraordinario sobre una colina cercana. 

A continuación, un haz de luz de fuego descendió desde la estrella a la gruta, y en este rayo los magos vieron una visión del Santo Niño.

Reverentemente se acercaron a la colina y encontraron la entrada del establo. 

Gaspar abrió la puerta y vio a la humilde Madre de Dios sentado con el Niño Jesús en el otro extremo de la cueva, que estaba llena de una luz celestial.

Tanto la madre como el niño eran iguales a lo que los Reyes habían visto en la visión de un mes antes.

San José y un viejo pastor salieron de la cueva, y los magos le dijeron muy simple y modestamente que habían venido a adorar al recién nacido Rey de los Judíos y ofrecerle sus dones.

Con lo que José les dio la bienvenida con amabilidad y cordialidad.

Luego, acompañados por el pastor, regresaron a su tienda de campaña con el fin de prepararse para la ceremonia solemne que planearon en honor al Salvador.

Después de haber reunido sus regalos se pusieron sus grandes capas blancas de seda, y se encaminaron a la gruta en una procesión ordenada, con sus familiares y sirvientes.

Cuando María supo que los magos se acercaban, ella le pidió a San José a permanecer a su lado.

Y ella con calma les esperó, de pie con su hijo en brazos, la cabeza y los hombros cubiertos con un velo, en perfecta modestia y belleza, con una luz celeste que brilla en su rostro, derramando sobre ella una majestad que era más que humana, incluso en medio de la extrema pobreza del establo.

Los tres reyes entraron en la gruta.

En su primera vista a la madre y al niño, estaban abrumados con reverencia y admiración, y sus corazones puros se desbordaban con una alegre devoción.

Por un permiso especial de Dios también percibieron la multitud de ángeles resplandecientes que asistían al Rey de reyes.

Luego, los tres reyes magos se postraron al mismo tiempo muy humildemente en el suelo y adoraron fervientemente al Divino Infante, y le reconocieron como su Señor y Maestro, y como el Salvador de toda la humanidad.

reyes magos

   

LA VISIÓN DE LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH

Este es el relato de la beata Ana Catalina Emmerich del viaje de los Reyes Magos hasta llegar para la adoración al Niño de Belén, a quienes fue acompañando en su camino.

La visión comienza con el presentimiento que tiene la Virgen María de la llegada de los Reyes Magos mientras ellos van avanzando en su camino, y culmina con su llegada y el relato de los ritos de adoración que realizaron.

Lo entregamos en tres partes:

  

María había tenido una visión de la próxima llegada de los Reyes, cuando éstos se detuvieron con el rey de Causur, y vio también que este rey quería levantar un altar para honrar al Niño…

Comunicólo a José y a Isabel, diciéndoles que sería preciso vaciar cuanto se pudiera la gruta del Pesebre y preparar la recepción de los Reyes. María se retiró ayer de la gruta por causa de unos visitantes curiosos, que acudieron muchos más en estos últimos días.

Hoy Isabel se volvió a Gruta en compañía de un criado. En estos dos últimos días hubo más tranquilidad en la gruta del Pesebre y la Sagrada Familia permaneció sola la mayor parte del tiempo.

Una criada de María, mujer de unos treinta años, grave y humilde, era la única persona que los acompañaba.

Esta mujer, viuda, sin hijos, era parienta de Ana, quien le había dado asilo en su casa.

Había sufrido mucho con su esposo, hombre duro, porque siendo ella piadosa y buena, iba a menudo a ver a los esenios con la esperanza del Salvador de Israel.

El hombre se irritaba por esto, como hacen los hombres perversos de nuestros días, a quienes les parece que sus mujeres van demasiado a la iglesia. Después de haber abandonado a su mujer, murió al poco tiempo.

Aquellos vagabundos que, mendigando, habían proferido injurias y maldiciones cerca de la gruta de Belén, e iban a Jerusalén para la fiesta de la Dedicación del Templo, instituida por los Macabeos, no volvieron por estos contornos.

José celebró el sábado bajo la lámpara del Pesebre con María y la criada.

Esta noche empezó la fiesta de la Dedicación del Templo y reina gran tranquilidad.

Los visitantes, bastante numerosos, son gentes que van a la fiesta. Ana envía a menudo mensajeros para traer presentes e inquirir noticias.

Como las madres judías no amamantan mucho tiempo a sus criaturas, sino que les dan otros alimentos, así el Niño Jesús tomaba también, después de los primeros días, una papilla hecha con la médula de una especie de caña.Es un alimento dulce, liviano y nutritivo.

José enciende su lámpara por la noche y por la mañana para celebrar la fiesta de la Dedicación.

Desde que ha empezado la fiesta en Jerusalén, aquí están muy tranquilos.

Llegó hoy un criado mandado por Santa Ana trayendo, además de varios objetos, todo lo necesario para trabajar en un ceñidor y un cesto lleno de hermosas frutas cubiertas de rosas.

Las flores puestas sobre las frutas conservaban toda su frescura.

El cesto era alto y fino, y las rosas no eran del mismo color que las nuestras, sino de un tinte pálido y color de carne, entre otras amarillas y blancas y algunos capullos. Me pareció que le agradó a María este cesto y lo colocó a su lado.

Mientras tanto yo veía varias veces a los Reyes en su viaje. Iban por un camino montañoso, franqueando aquellas montañas donde había piedras parecidas a fragmentos de cerámica. Me agradaría tener algunas de ellas, pues son bonitas y pulidas.

Hay algunas montañas con piedras transparentes, semejantes a huevos de pájaros, y mucha arena blancuzca.

Más tarde vi a los Reyes en la comarca donde se establecieron posteriormente y donde Jesús los visitó en el tercer año de su predicación.

Me pareció que José, deseando permanecer en Belén, pensaba habitar allí después de la Purificación de María y que había tomado ya informes al respecto.

Hace tres días vinieron algunas personas pudientes de Belén a la gruta.

Ahora aceptarían de muy buena gana a la Sagrada Familia en sus casas; pero María se ocultó en la gruta lateral y José rehusó modestamente sus ofrecimientos.

Santa Ana está por visitar a María.

La he visto muy preocupada en estos últimos días revisando sus rebaños y haciendo la separación de la parte de los pobres y la del Templo.

De la misma manera la Sagrada Familia reparte todo lo que recibe en regalos.

La festividad de la Dedicación seguía aún por la mañana y por la noche, y deben de haber agregado otra fiesta el día 13, pues pude ver que en Jerusalén hacían cambios en las ceremonias.

Vi también a un sacerdote junto a José, con un rollo, orando al lado de una mesa pequeña cubierta con una carpeta roja y blanca.

Me pareció que el sacerdote venía a ver si José celebraba la fiesta o para anunciar otra festividad.

En estos últimos días la gruta estuvo muy tranquila porque no tenía visitantes.

La fiesta de la Dedicación terminó con el sábado, y José dejó de encender las lámparas.

El domingo 16 y el lunes 17 muchos de los alrededores acudieron a la gruta del Pesebre, y aquellos mendigos descarados se mostraron en la entrada.

Todos volvían de las fiestas de la Dedicación.

El 17 llegaron dos mensajeros de parte de Ana, con alimentos y diversos objetos, y María, que es más generosa que yo, pronto distribuyó todo lo que tenía.

Vi a José haciendo diversos arreglos en la gruta del pesebre, en las grutas laterales y en la tumba de Maraha. Según la visión que había tenido María, esperaban próximamente a Ana y a los Reyes Magos.


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Extraordinaria Revelación: Vidente vio Surgir una Isla donde fue Bautizado Jesús

El bautismo de Jesús en el Jordán por Juan el Bautista es una escena que certifica una vez más la divinidad de Jesús.

BAUTISMO DE CRISTO.-Joachim Patinir

Jesús es bautizado por Juan Bautista en el río Jordán.
.
Ungido por el Espíritu Santo y proclamado Hijo de Dios por la voz del Padre desde el cielo.
.
Esta es una escena trinitaria: el Padre revela que Jesús es su Hijo y lo unge con el don del Espíritu.
.
A partir de aquí, Jesús ya puede empezar la misión encomendada por el Padre en medio de los hombres. 

Las siguientes son visiones de Ana Catalina Emmerich sobre el Bautismo en el Jordán. 

Ver también:

 

BROTA LA ISLA PARA EL BAUTISMO DE JESÚS EN EL RÍO JORDÁN

El Bautista habló a sus discípulos acerca de la proximidad del bautismo y del Mesías. Afirmó nuevamente que no le había visto aún, pero añadió:

«Yo quiero enseñaros el lugar de su bautismo. Mirad: las aguas del Jordán se habrán de dividir y se formará una isla».

En ese momento las aguas del Jordán se dividieron en dos y se levantó sobre la superficie una pequeña isla redonda y blanquecina.

Era el mismo lugar por donde los hijos de Israel pasaron el Jordán con el Arca de la Alianza y donde Elías dividió con su manto las aguas.

fieles se bautizan en el jordan

 

Se produjo una gran conmoción entre los presentes: oraban y daban gracias a Dios.

Juan y sus discípulos trajeron grandes piedras, que pusieron en el agua, y luego, con ramas, árboles y plantas acomodaron un puente hasta la isla y cubrieron el pasaje con piedras pequeñas y blancas.

Cuando terminaron el trabajo, se veía correr el agua bajo el puente. Juan y sus discípulos plantaron doce árboles en torno de la islita y unieron sus copas para formar un techo con el follaje.

Entre estos arbolillos pusieron cercos de varias plantas que nacen muchas a orillas del Jordán.

Tenían brotes blancos y colorados, y frutos amarillos, con una pequeña corona, como nísperos.

La isla que había surgido en el lugar donde había estado depositada el Arca de la Alianza a su paso por el Jordán, parecía de roca, y el fondo del río, más levantado que en tiempos de Josué.

El agua, en cambio, me pareció más profunda; de modo que no sabría decir si el agua se retiró más o la isla se levantó sobre el agua, cuando Juan la hizo comparecer para formar el baptisterio de Jesús.

A la izquierda del puente, no en el medio, sino más bien al borde de la isla, hizo una excavación, a la cual afluía un agua clara.

Llevaban a esta fuente algunas gradas; en la superficie del agua había una piedra triangular, plana, de color rojo, donde debía estar Jesús durante su bautismo.

A la derecha se levantaba una esbelta palmera con frutos, la cual habría de abrazar Jesús.

El borde de esta fuente estaba delicadamente trabajado y todo el conjunto presentaba un hermoso aspecto.

Cuando Josué llevó a los israelitas a través del Jordán, he visto que el río estaba muy crecido.

El Arca de la Alianza fue llevada bastante distante del pueblo hacia el Jordán. Entre los doce que la conducían y acompañaban figuraban Josué, Caleb y otro personaje, cuyo nombre suena como Enoi.

Llegados al Jordán tomó uno solo la parte delantera del Arca que solían llevar dos; los otros sostenían por detrás y en el instante en que el pie del Arca tocó las aguas, éstas se aquietaron, pareciendo como gelatinas que subían unas sobre otras, formando una muralla o más bien una montaña que se podía ver desde la ciudad de Zarthan.

Las aguas que corrían al Mar Muerto se perdieron en el mar, y se pudo pasar a pie enjuto por el lecho del Jordán.

Así cruzaron los israelitas que estaban distantes del Arca por el lecho del río.

El Arca fue llevada por los levitas aguas adentro, donde había cuatro piedras cuadradas colocadas con regularidad.

Eran estas piedras de color de sangre y a cada lado había dos hileras de seis piedras triangulares, planas y trabajadas.

Los doce levitas dejaron el Arca de la Alianza sobre las cuatro piedras del medio y pasaron doce por cada lado sobre las otras piedras triangulares que tenían su cono hundido en las aguas.

Otras doce piedras triangulares fueron colocadas a distancia: eran muy gruesas, de colores diversos, grabadas con figuras y dibujos con flores.

Josué eligió a doce hombres de las doce tribus para que llevaran sobre sus espaldas desnudas estas piedras y a distancia una serie de dos hileras para recuerdo del pasaje.

Más tarde se levantó allí una población. Fueron grabadas en las piedras los nombres de las doce tribus y los de los que llevaron las piedras.

Las piedras sobre las cuales estuvieron los levitas eran más grandes, y cuando pasaron el río, las piedras fueron vueltas con las puntas hacia arriba.

Las piedras que habían estado fuera del agua, no eran ya visibles en tiempos de Juan Bautista: no sé si fueron destruidas por las guerras o estaban simplemente cubiertas por tierra y escombros.

Juan había levantado su tienda en el lugar de ellas.

Más tarde hubo una iglesia allí, creo que en tiempos de Santa Elena.

El lugar donde había estado el Arca de la Alianza es exactamente el mismo de la isla y de la fuente donde fue bautizado Jesús.

Cuando los israelitas pasaron con el Arca y hubieron erigido las doce piedras, el Jordán volvió a seguir su curso como antes.

El agua de la fuente del bautismo de Jesús era de tal hondura que desde la orilla sólo se podía ver desde el pecho cuando estaba un hombre dentro.

La profundidad algo escalonada y esta fuente octogonal, que medía como cinco pies de diámetro, estaba rodeada de un borde, cortado en cinco lugares, desde donde podían algunas personas presenciar el acto.

Las doce piedras triangulares sobre las cuales habían estado los levitas se alzaban a ambos lados de la fuente bautismal de Jesús con sus puntas hacia arriba fuera del agua.

En la fuente del bautismo yacían aquellas cuatro piedras cuadradas coloradas, sobre las cuales había descansado el Arca de la Alianza, debajo de la superficie del agua.

Estas piedras aparecían con sus puntas fuera del agua en épocas de bajantes.

Muy cerca del borde de la fuente había una piedra triangular, en forma de pirámide, con la punta hacia abajo, sobre la cual estuvo Jesús cuando el Espíritu Santo vino sobre Él.

A su derecha estaba la palmera, junto al borde, a la cual Jesús se sujetó con la mano, mientras a su izquierda estaba el Bautista.

La piedra triangular donde estuvo Jesús, no era de las doce: me parece que Juan la trajo desde la orilla.

Había allí un misterio porque he visto que estaba señalada con dibujos de flores y estrías.

Las otras doce piedras eran también de diversos colores, dibujadas con flores y ramificaciones.

Eran más grandes que las llevadas a tierra: me parece que eran al principio piedras preciosas que plantó Melquisedec desde pequeñas, cuando el Jordán no pasaba sobre ellas.

He visto que en muchos lugares hacía esto; ponía los fundamentos de obras que venían luego a ser lugares sagrados o donde sucedían hechos notables, aunque por mucho tiempo quedaran en pantanos o escondidas entre matorrales.

Creo también que las doce piedras que llevaba Juan en la fiesta en el escudo del pecho eran trozos de aquellas doce piedras preciosas plantadas por Melquisedec. 

 

JESÚS ES BAUTIZADO POR JUAN

Cuando Juan recibió aviso de que Jesús se acercaba, cobró nuevos bríos para bautizar.
.
Acudieron grupos de aquéllos a quienes Jesús había exhortado a ir al bautismo, entre ellos publicanos.
.
Y he visto a Parmenas con sus parientes de Nazaret.

Cima_da_conegliano,_battesimo_di_cristo

Juan habló a sus discípulos sobre el Mesías y se humilló ante Él de tal manera que aquéllos quedaron contristados.

Llegaron también a Juan aquellos discípulos a quienes Jesús había rechazado en Nazaret: he visto a éstos hablando con Juan de Jesús y sus obras.

Juan ardía de tal amor por Jesús que casi se manifestaba impaciente de que el Mesías no se declarase más abiertamente.

Cuando Juan los bautizó, recibió la seguridad de que se acercaba Jesús. Vio una nube luminosa que envolvía a Jesús y a los suyos, y los vio en visión que se acercaban.

Desde entonces se muestra extraordinariamente contento y ansioso y mira con frecuencia hacia el lado de donde vendrá.

La islita con la fuente bautismal está toda verde y nadie va a ella fuera de Juan, cuando tiene algo que arreglar: el camino que lleva a ella está ordinariamente cerrado.

Jesús caminaba más ligero que Lázaro y llegó dos horas antes que éste al lugar del bautismo.

Era la alborada cuando llegó Jesús al mismo tiempo que otros. Éstos no lo conocían y caminaban a la par de Él.

Pero lo miraban con extrañeza, porque veían en Él algo admirable que no podían explicarse. Había una turba extraordinaria de gente.

Juan predicaba con mayor entusiasmo de la proximidad del Mesías y de la necesidad de hacer penitencia.

Decía que pronto él desaparecería. Jesús estaba en medio de los oyentes.

Juan sintió su cercanía, lo veía y se mostraba muy contento y animado; pero no dejó por eso de hablar, y comenzó luego a bautizar.

Había ya bautizado a muchos y eran como las diez de la mañana, cuando le tocó el turno a Jesús, que bajó a la fuente.

Entonces se inclinó Juan ante Él y dijo:

«Yo debo ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a mí?…»

Jesús le contestó:

«Deja ahora que se haga esto; es menester que cumplamos toda justicia: que tú me bautices y Yo sea por ti bautizado».

Jesús añadió:

«Tú debes recibir el bautismo del Espíritu Santo y de la sangre».

Entonces Juan le dijo que le siguiera a la islita.

Jesús dijo que así lo haría añadiendo que deseaba que las aguas con que eran bautizados los demás se dejasen afluir a aquel lugar, que todos los que debían ser luego bautizados fueran allí bautizados.

Y que el árbol que Él iba a abrazar fuera trasplantado adonde eran bautizados los demás y que todos lo tocasen al ser bautizados.

El Salvador pasó con Juan y sus discípulos Andrés y Saturnino sobre el puente de la islita.

Jesús se retiró a una pequeña tienda, junto a la fuente, al lado oriental, para vestirse y desvestirse.

Los discípulos lo siguieron a la isla.

Hasta el puente había gran multitud de gente y en la orilla del río más aún.

En el puente podían permanecer hasta tres hombres: entre ellos estaba Lázaro.

La fuente bautismal estaba hecha en una excavación escalonada, de forma octogonal y tenía debajo un borde de igual forma con cinco canales en el fondo que comunicaban con las aguas del Jordán.

El agua llenaba la fuente por medio de entradas cortadas en los bordes.

Tres de estas entradas eran visibles en la parte Norte, por donde las aguas entraban y dos salidas estaban cubiertas en la parte Sur de la fuente; por aquí se pasaba y por este lado no se veía el agua rodeando la fuente.

Del lado Sur subían unas gradas de hierbas verdes.

La isla misma no era del todo plana, sino un tanto más elevada en el medio, rellenada con piedras y partes blandas, todo cubierto de verdor.

Los nueve discípulos de Jesús, que en los últimos tiempos estaban con Él, acercáronse a la fuente y permanecieron en el borde.

Jesús dejó en la tienda su manto, su faja y su vestido de lana amarilla abierto por delante y cerrado con cintas, una banda de lana más angosta cruzada sobre el pecho, que alzaba sobre la cabeza por la noche o en la intemperie.

Y quedó con un vestido oscuro, con el cual salió de la tienda, para entrar en el agua, donde, por la cabeza, se quitó también esta prenda de vestir.

Tenía, dentro del agua, sólo una banda desde la mitad del cuerpo a los pies.

Todos sus vestidos los recibió Saturnino, el cual se los pasó a Lázaro, que estaba al borde de la fuente.

Jesús bajó a la fuente, donde quedó cubierto por las aguas hasta el pecho.

Con la mano izquierda se asió a la palmera y puso la derecha en el pecho, mientras la faja blanca flotaba sobre las aguas.

Juan estaba en la parte Sur de la fuente; tenía en la mano un recipiente de borde ancho del cual salía el agua por tres aberturas.

Se inclinó, tomó agua con el recipiente y la vertió en tres líneas sobre la cabeza del Salvador.

Una línea de agua cayó sobre la parte anterior de la cabeza y la cara; otra, en medio de la cabeza, y la tercera en la parte posterior.

No recuerdo bien las palabras que dijo Juan al bautizar, pero fueron más o menos éstas:

«Yaveh, por medio de los Serafines y Querubines, derrame su bendición sobre Ti, con ciencia, inteligencia y fortaleza».

No recuerdo bien si fueron estas tres últimas palabras; pero eran tres gracias o dones para el espíritu, el alma y el cuerpo, y allí estaba contenido todo lo que cada uno necesita para presentar al Señor un espíritu, un alma y un cuerpo renovados.

Mientras Jesús salía fuera del agua, los discípulos Saturnino y Andrés, que estaban a la derecha del Bautista, sobre la piedra triangular, sostenían una tela, que pusieron sobre Él para que se secara, y una túnica blanca y larga.

Al detenerse Jesús sobre la piedra triangular roja, a la derecha de la entrada de la fuente, pusieron sus manos sobre sus hombros, y Juan sobre su cabeza.

Hasta entonces se ponía a los bautizados sólo un paño pequeño; pero después del bautismo de Jesús se usó otro más extenso.

 

LA VOZ DEL PADRE DESPUÉS DEL BAUTISMO

Cuando estaban por subir las gradas para salir de la fuente se oyó la voz de Dios sobre Jesús, detenido solo en la piedra en oración.

Llegó como una ráfaga de viento desde el cielo y un trueno; de modo que todos los presentes se atemorizaron y miraron hacia arriba.

Descendió una nube blanca luminosa, y yo vi una figura alada sobre Jesús, que le llenó como un torrente.

He visto el cielo abierto, y vi la aparición del Padre celestial en forma y rostro común, y oí la voz que resonaba:

«Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias».

Era una voz como dentro del trueno.
.
Jesús estaba completamente rodeado de luz y apenas se le podía mirar: su rostro era transparente.
.
He visto ángeles en torno de Él.

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A cierta distancia, sobre las aguas del Jordán, vi a Satanás en figura oscura, como nube negra, donde se agitaba una confusión de sabandijas y de reptiles de todas clases.

Era la representación de cómo todo lo malo, todo lo pecaminoso, todo lo ponzoñoso de la región se concentraba allí, en su origen, huyendo de la presencia del Espíritu Santo que se había difundido en Jesús.

Era algo espantoso y horrible, que contrastaba mejor con la claridad y la luz que se difundía en torno de Jesús y del lugar del bautismo.

La misma fuente brillaba hasta el fondo; todo estaba como transfigurado.

Se veían las cuatro piedras, sobre las cuales había estado el Arca de la Alianza, resplandecer con brillo de regocijo en, el fondo de la fuente, y en las doce piedras donde habían estado los levitas aparecieron ángeles en oración, porque el Espíritu de Dios había dado testimonio delante de todos los hombres sobre

Aquél que debía ser la piedra viva, la piedra preciosa elegida, la piedra angular de la Iglesia.

De este modo nosotros debemos, como piedras vivas, formar un edificio espiritual y un espiritual sacerdocio, para poder ofrecer a Dios sacrificios aceptables, como sobre un altar, por medio de su Hijo divino en quien sólo encuentra sus complacencias.

Después de esto, Jesús se dirigió a la tienda. Saturnino le trajo sus vestidos, que Lázaro había tenido en custodia, y Jesús volvió a ponérselos.

Ya vestido, salió Jesús de la tienda, y, rodeado de sus discípulos, se colocó en el lugar libre de la isla al lado del arbolito central.

Entonces Juan habló con viveza y gran alegría al pueblo, dando testimonio de Jesús, diciendo que era el Hijo de Dios y el prometido y esperado Mesías.

Para confirmar su testimonio recordó las profecías de los patriarcas y profetas y señaló su cumplimiento, diciendo lo que él había visto y lo que todos habían oído ahora, agregando que no bien Jesús volviera, después de una ausencia, él, Juan, desaparecería del lugar.

Dijo también que en ese lugar había estado el Arca, cuando Israel recibió en herencia la tierra prometida y que ahora se producía el cumplimiento de la Alianza, de lo cual daba testimonio el mismo Dios Padre en su Hijo divino.

Recomendóles que siguiesen a Jesús, llamando feliz el día del cumplimiento de la promesa para Israel.

Mientras tanto habían llegado otras personas, entre ellas amigos de Jesús: Nicodemo, Obed, José de Arimatea, Juan Marcos y otros varios que había visto entre la turba. Juan dijo a Andrés que hablase en Galilea del bautismo de Jesús como Mesías.

Jesús, por su parte, dio testimonio de Juan, afirmando que había hablado verdad; añadió que se alejaría por algún tiempo; pero que luego viniesen a Él todos los enfermos y afligidos, pues quería consolarlos y ayudarlos; que se preparasen entretanto con penitencia y buenas obras.

Dijo que se alejaba por algún tiempo para luego entrar en el reino que su Padre le había encomendado.

Jesús expresó esto como en la parábola del Hijo del Rey, que antes de cumplir la voluntad de su Padre, quería recogerse, implorar su ayuda y prepararse.

Había entre los oyentes algunos fariseos, los cuales tomaron estas palabras en un sentido burlesco, diciendo:

«Quizás no sea el hijo del carpintero, como pensamos, sino el hijo bastardo de algún rey, y ahora quiere ir allá, juntar gente y luego venir a tomar Jerusalén».

Les parecía todo esto muy curioso e insensato.

En cuanto a Juan continuó ese día bautizando a los presentes sobre la isla de la fuente de Jesús: eran, en su mayoría, de los escasos hombres que fueron más tarde discípulos de Jesús.

Entraban en el agua que rodeaba la fuente y Juan los bautizaba desde el borde. Jesús, con sus nueve discípulos y otros que se le agregaron, partió de allí. Le siguieron Lázaro, Andrés y Saturnino.

Habían llenado, por orden de Jesús, un recipiente con el agua del bautismo de Jesús y lo llevaban consigo.

Los presentes se echaron a los pies de Jesús, rogándole se quedara con ellos. Jesús les prometió volver muy pronto, y se alejó.

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Visiones Sobrenaturales de la Boda de la Santísima Virgen con San José

Hay que colocar los desposorios de María y José dentro de las costumbres judías de aquella época.

En este artículo detallamos como eran esas costumbres.

Pero su boda no fue la de cualquiera pareja judía.

 

Y de las particularidades de la misma han tenido visiones místicas dos de las más reputadas videntes: Ana Catalina Emmerich y María de Jesús de Agreda.

 

VISIONES DE LOS DESPOSORIOS DE ANA CATALINA EMMERICH

La Santa Virgen vivía en el colegio con otras muchas vírgenes bajo la vigilancia de piadosas matronas.

Esas vírgenes se ocupaban de bordados y obras de esa clase para las colgaduras del templo y paramentos sacerdotales.

También cuidaban del aseo de los vestidos y de otros objetos pertenecientes al culto divino.

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Tenían celditas con vista al interior del santuario, en las cuales oraban y meditaban.
.
Cuando llegaban a la edad nubil, se procuraba casarlas.
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Sus padres las habían consagrado enteramente a Dios al conducirlas al templo.
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Y entre los más piadosos israelitas, había el presentimiento de que uno de estos matrimonios, produciría a su tiempo la venida del Mesías.

Habiendo pues cumplidos catorce años la Sma. Virgen y debiendo se salir del lugar santo pronto con otras siete niñas para casarse, ví que Santa Ana la vino a visitar.

Ya no vivía Joaquín.

La Santa Virgen tenía una cabellera abundante, de un rubio dorado, cejas negras y arqueadas, ojos grandes, habitualmente bajos, con largas pestañas negras, nariz de bella forma y un poco larga, boca noble y graciosa y barba afilada.

Su talla era mediana y marchaba con gracia, decencia y gravedad.

Cuando se anuncio a María que debía dejar el colegio y casarse, la ví profundamente conmovida.

Y declaró al sacerdote que ella no deseaba dejar el templo, que se había consagrado solo a Dios y que no le agradaba el matrimonio, pero se le respondió que debía de casarse.

Enseguida la vi en el oratorio rogar a Dios con fervor.

Me acuerdo también que, teniendo mucha sed, bajó con su cantarito para llenarlo de agua en un estanque o depósito y de allí oyó una voz sin aparición visible, que le consoló y la fortificó haciéndole conocer que debía consentir en casarse.

Después, se enviaron mensajeros a todas partes del país convocando al templo a todos los hombres solteros del linaje de David.

Reunidos y que fueron muchos de ellos al santuario en traje de fiesta, los presentaron a la santa Virgen; y ví entre ellos a un joven muy piadoso de la comarca de Belén.

Este joven había pedido a Dios con gran fervor el cumplimiento de la promesa y descubrí en su corazón un gran deseo de ser esposo de María.

Cuando María volvió a su celda, derramó santas lágrimas porque no podía ni siquiera imaginarse que tuviese que dejar de ser virgen.

Entonces vi que el gran sacerdote obedeciendo a un impulso interior que había recibido, presentó una vara a cada uno de los asistentes y les encargó que escribiesen su nombre en la respectiva vara y que cada uno la tuviera en la mano durante la oración y el sacrificio.

Cuando hubieron practicado todo lo que se les dijo, se recogieron las varas, se colocaron sobre el altar ante el SANTO DE LOS SANTOS y se les anunció que aquel cuya vara floreciera, sería el designado por Dios para ser el esposo de María de Nazaret.

En virtud de la orden del gran sacerdote, José vino también a Jerusalén y se presentó al templo.

También se le hizo tener en la mano una vara durante la oración y el sacrificio.

Cuando se disponía ponerla sobre el altar ante el SANTO DE LOS SANTOS, brotó de la vara una flor blanca semejante a una azucena y vi bajar sobre él cierta aparición luminosa; era como si hubiese recibido el Espíritu Santo.

Se conoció pues que, José era el hombre designado por Dios para esposo de la santa Virgen.
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Los sacerdotes lo presentaron a la santa Virgen María en presencia de su madre.
.
María resignada con la voluntad de Dios, lo aceptó humildemente como su esposo, porque sabía que todo es posible para Dios, que había recibido su voto de pertenecer a EL únicamente.

José, hijo de Jacob, era el tercero de seis hermanos.

Sus padres moraban enfrente de Belén, en una gran casa que en otro tiempo fue de Isaí o Jessé, padre de David.

En la época de José solo existían los gruesos muros de la antigua construcción.

José, que en esta visión tendría ocho años, era de un carácter muy diverso del de sus hermanos.

Al mismo tiempo que poseía una gran aventajada inteligencia y muy feliz memoria, era también sencillo, pacífico, piadoso y sin ambición.

Sus hermanos le hacían sufrir de varios modos y a veces lo maltrataban.

En una época en que él tendría doce años cumplidos.

Ví que para liberarse de las ofensas de sus hermanos, iba con frecuencia al otro lado de Belén, no lejos de lo que fue después la gruta del Pesebre, a pasar algún tiempo entre piadosas personas que pertenecían a una reducida comunidad de esenios.

La persecución de sus hermanos le hizo por fin imposible la permanencia en casa de sus padres.

Vi que un amigo de Belén, cuya casa estaba separada de la de José por un arroyuelo, le proporcionó vestidos con qué disfrazarse y con ese medio dejó la casa paterna; y se fue a otra parte a ganar la vida con su oficio de carpintero.

Tendría entonces de 18 a 20 años.

José era piadoso, bueno y sincero; y todos lo querían.

Más tarde lo vi en Tiberíades trabajando para un patrón.

José vivía solo en una casa a la orilla del agua, tendría entonces 33 años de edad.

Mucho tiempo hacía que sus padres habían muerto en Belén; dos de sus hermanos habitaban allí y los otros se hallaban dispersos.

José era justo y pedía vehementemente la venida del Mesías.

Se ocupaba en arreglar junto a su casa un oratorio donde poder orar con más fervor.

Cuando un ángel le dijo que no continuase el trabajo, porque así como en otro tiempo Dios había confiado al patriarca José la administración del trigo de Egipto, así ahora, iba a confiar a su cuidado el granero que encerraba la mies de la Salvación.

José en su humildad no comprendió estas palabras y siguió orando con empeño hasta que lo citaron a que fuese al templo de Jerusalén para aspirar, en virtud de una prescripción de lo alto; es decir, a ser esposo de la Santísima Virgen.

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Las bodas de María y de José que duraron de siete a ocho días, fueron celebradas en Jerusalén en una casa vecina a la montaña de Sión, que se alquilaba casi siempre para fiestas de éste género.

Además de las maestras y de las condiscípulas de María en el colegio del templo, había muchos parientes de Ana y Joaquín.

Las bodas fueron solemnes y suntuosas y se inmolaron muchos corderos en sacrificio.

Vi muy bien a María en su traje de desposada.

Vestía una saya muy ancha con mangas y abierta por delante; sobre la saya lucía una capa o manto azul celeste que le caía sobre las espaldas, se plegaba por los dos lados y terminaba en cola.

En la mano izquierda llevaba una pequeña corona de rosas de seda encarnada y blanca, y en la derecha un hermoso candelero dorado en que ardía algo que producía una llama blanquecina.

Las vírgenes del templo, arreglaron los cabellos de María, haciéndolo con increíble destreza.

Ana había traído el traje de novia y la virgen por su humildad, no quiso volver a ponérselo después de su desposorio.

Prendiéronle los cabellos en torno de la cabeza, cubriéndola con un velo blanco que le caía sobre los hombros y sobre el velo, le pusieron una corona.

José vestía una saya larga de color azul, las mangas que eran muy anchas, estaban sujetas a los lados por cordones.

Le rodeaba el cuello un collar oscuro o más bien, una ancha estola y dos bandas blancas le colgaban sobre el pecho..

Ví a María y José durante la fiesta en traje de bodas y en una ocasión me pareció que san José ponía el anillo nupcial en el dedo de la Sma. Virgen.

Terminadas las bodas, la Sma. Virgen en compañía de su madre Ana, se fue a Nazaret; también la acompañaron hasta cierta distancia del camino muchas otras vírgenes que dejaron el templo juntamente con ella.

María hizo el viaje a pié, José había ido a Belén para arreglar negocios de familia y solo más tarde se marchó a Nazaret.

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EL ANILLO NUPCIAL DE MARÍA

He visto que el anillo nupcial de María no es de oro ni de plata ni de otro metal.
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Tiene un color sombrío con reflejos cambiantes.
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No es tampoco un pequeño círculo delgado, sino bastante grueso como un dedo de ancho.
.
Lo vi todo liso, aunque llevaba incrustados pequeños triángulos regulares en los cuales había letras.
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Vi que estaba bien guardado bajo muchas cerraduras en una hermosa iglesia.
.
Hay personas piadosas que antes de celebrar sus bodas tocan esta reliquia preciosa con sus alianzas matrimoniales.
.
En estos últimos días he sabido muchos detalles relativos a la historia del anillo nupcial de María; pero no puedo relatarlo en el orden debido.

He visto una fiesta en una ciudad de Italia (Perusa) donde se conserva este anillo.

Estaba expuesto en una especie de viril, encima del tabernáculo.

Había allí un gran altar embellecido con adornos de plata.

Mucha gente llevaba sus anillos para hacerlos tocar en la custodia.

Durante esta fiesta he visto aparecer de ambos lados del altar del anillo, a María y a José con sus trajes de bodas.

Me pareció que José colocaba el anillo en el dedo de María.

En aquel momento vi el anillo todo luminoso, como en movimiento.

A la izquierda y a la derecha del altar, vi otros dos altares, los cuales probablemente no se hallaban en la misma iglesia; pero me fueron mostrados allí en esta visión.

Sobre el altar de la derecha se hallaba una imagen del Ecce Homo, que un piadoso magistrado romano, amigo de San Pedro, había recibido milagrosamente.

Sobre el altar de la izquierda estaba una de las mortajas de Nuestro Señor.

Terminadas las bodas, se volvió Ana a Nazaret, y María partió también en compañía de varias vírgenes que habían dejado el Templo al mismo tiempo que ella.

No sé hasta dónde acompañaron a María: sólo recuerdo que el primer sitio donde se detuvieron para pasar la noche fue la escuela de Levitas de Bet-Horon.

María hacía el viaje a pie.

Después de las bodas, José había ido a Belén para ordenar algunos asuntos de familia.

Más tarde se trasladó a Nazaret.

 

VISIONES DE LOS DESPOSORIOS DE MARÍA DE JESÚS DE AGREDA

Llega María a la pubertad. Mándala el Señor que tome esposo.

Obedece a pesar de sus votos, y el Sumo Sacerdote congrega a los varones libres que aspiran a la mano de María.

Florece la vara de José, y se celebran sus desposorios con la Virgen.

Juan-de-Valdes-Leal-Los-Desposorios-de-la-Virgen-y-San-Jose

Sentía ya nuestra divina Princesa que se llegaba el claro día de la vista deseada del sumo bien, y como por crepúsculos y anuncios reconocía en sus potencias la fuerza de los rayos de aquella luz divina que ya se le acercaba.
.
Enardecíase toda con la vecindad de la invisible llama que alumbra y no consume.

Y con estas esperanzas y con la vista de los espíritus divinos se alentaron algo las ansias de María Santísima por la vista de su amado.

Pero aquel linaje de amor que busca al objeto nobilísimo de la voluntad, sólo con él se satisface, y sin él, aunque sea con los mismos ángeles y santos, no descansa el corazón herido de las flechas del Todopoderoso.

A los trece años y medio, estando ya en esta edad muy crecida nuestra hermosísima princesa María purísima, tuvo otra visión abstractiva de la Divinidad por el mismo orden y forma que las otras de este género.

En esta visión podemos decir sucedió lo mismo que dice la escritura de Abraham, cuando le mandó Dios sacrificar a su hijo querido Isaac, única prenda de todas sus esperanzas.

Tentó Dios a Abraham – dice Moisés – probando y examinando su pronta obediencia para coronarla.

A nuestra gran Señora podemos decir también que tentó Dios en esta visión, mandándola que tomase el estado de matrimonio.

Había celebrado el Altísimo con la divina princesa María solemne desposorio, cuando fue llevada al templo, confirmándole con la aprobación del voto de castidad que hizo, y con la gloria y presencia de todos los espíritus angélicos.

Habíase despedido la candidísima paloma de todo humano comercio, sin atención, sin cuidado, sin esperanza y sin amor a ninguna criatura, convertida toda y transformada en el amor casto y puro de aquel sumo bien que nunca desfallece, sabiendo que sería más casta con amarle, más limpia con tocarle y más virgen con recibirle.

Hallándola en esta confianza el mandato del Señor, que recibiese esposo terreno y varón, sin manifestarle luego otra cosa,.

¿Qué novedad y admiración haría en el pecho inocentísimo de esta divina doncella, que vivía segura de tener por esposo a sólo el mismo Dios que se lo mandaba?

Mayor fue esta prueba que la de Abraham; pues no amaba él tanto a Isaac, cuanto María Santísima amaba la inviolable castidad.

Turbóse algún poco la castísima doncella María, según la parte inferior, como sucedió después con la embajada del Arcángel San Gabriel.

Pero, aunque sintió alguna tristeza; no le impidió la más heroica obediencia, que hasta entonces había tenido, con que se resignó toda en las manos del Señor.

En el ínterin que nuestra gran Princesa se ocupaba cuidadosa con esta operación, ansias y congojas rendidas y prudentes, habló Dios en sueños al sumo sacerdote, que era el santo Simeón, y le mandó que dispusiese, cómo dar estado de casada a María, hija de Joaquín y Ana de Nazareth; porque Su Majestad la miraba con especial cuidado y amor.

El santo sacerdote respondió a Dios, preguntándole su voluntad en la persona con quien la doncella María tomaría estado dándosela por esposa.

Ordenóle el Señor que juntase a los otros sacerdotes y letrados, y les propusiese cómo aquella doncella era sola y huérfana, y no tenía voluntad de casarse.

Pero que, según la costumbre de no salir del templo las primogénitas sin tomar estado, era conveniente hacerlo con quien más a propósito les pareciese.

Obedeció el sacerdote Simeón a la ordenación divina; y habiendo congregado a los demás, les dio noticia de la voluntad del Altísimo y les propuso el agrado que Su Majestad tenía de aquella doncella María de Nazareth, según se le había revelado.

Y que hallándose en el templo, y faltándole sus padres, era obligación de todos ellos cuidar de su remedio, y buscarle esposo digno de mujer tan honesta, virtuosa y de costumbres tan irreprensibles, como todos habían conocido de ella en el templo.

Y a más de esto la persona, la hacienda, la calidad y las demás partes eran muy señaladas, para que se reparase mucho a quien todo se había de entregar.

Añadió también que María de Nazareth no deseaba tomar estado de matrimonio; pero que no era justo saliese del templo sin él, porque era huérfana y primogénita.

Conferido este negocio en la junta de los sacerdotes y letrados, y movidos todos con impulso y luz del cielo, determinaron que en cosa donde se deseaba tanto el acierto, y el mismo Señor había declarado su beneplácito, convenía inquirir su santa voluntad en lo restante.

Y pedirle señalase por algún modo la persona que más a propósito fuese para esposo de María, y que fuese de la casa y linaje de David, para que se cumpliese con la ley.

Determinaron para esto un día señalado, en que todos los varones libres y solteros de este linaje, que estaban en Jerusalén, se juntasen en el templo.

Y vino a ser aquel día el mismo en que nuestra Princesa del cielo cumplía catorce años de edad.

Y como era necesario darle a ella noticia de este acuerdo y pedirla su consentimiento, el sacerdote Simeón la llamó, y la propuso el intento que tenían él y los demás sacerdotes de darla esposo antes que saliese del templo.

Esto sucedió nueve días antes del que estaba señalado para la última resolución y ejecución del acuerdo.

Y en este tiempo la Santísima Virgen multiplicó sus peticiones al Señor con incesantes lágrimas y suspiros, pidiendo el cumplimiento de su divina voluntad en lo que tanto, según sus cuidados, le importaba.

Un día de estos nueve se la apareció el Señor y la dijo: Esposa y paloma mía, dilata tu afligido corazón, y no se turbe ni contriste.

Yo estoy atento a tus deseos y ruegos, y lo gobierno todo, y por mi luz va regido el sacerdote: yo te daré esposo de mi mano, que no impido tus santos deseos, pero que con mi gracia te ayude en ellos.

Yo te buscaré varón perfecto conforme a mí corazón.

Llegó el día señalado, en que cumplía nuestra princesa María los catorce años, de su edad, y en él se juntaron los varones descendientes de la tribu de Judà y linaje de David, de quien descendía la soberana Señora, que a la sazón estaba en la ciudad de Jerusalén.

Entre los demás fue llamado José, natural de Nazareth y morador de la misma ciudad santa; porque era uno de los del linaje real de David.

Era entonces de edad de treinta y tres años, de persona bien dispuesta y agradable rostro, pero de incomparable modestia y gravedad.

Y sobre todo era castísimo de obras y pensamientos, con inclinaciones santísimas, y que desde doce años de edad tenía hecho voto de castidad.

Era deudo de la Virgen María en tercer grado, y de vida purísima, santa e irreprensible en los ojos de Dios y de los hombres.

Congregados todos estos varones libres en el templo, hicieron oración al Señor junto con los sacerdotes, para que todos fuesen gobernado por su divino Espíritu en lo que debían hacer.

El Altísimo habló al corazón del sumo sacerdote, inspirándole que a cada uno de los jóvenes allí congregados pusiese una vara seca en las manos, y todos pidiesen con viva fe a Su Majestad declarase por aquel medio a quién había elegido por esposo de María.

Y como el buen, olor de su virtud y honestidad, y la fama de su hermosura, hacienda y calidad y ser primogénita y sola en su casa era manifiesto a todos, cada cual codiciaba la dichosa suerte de merecerla por esposa.

Sólo el humilde y rectísimo José entre los congregados se reputaba por indigno de tanto bien.

Y acordándose del voto de castidad que tenía hecho, y proponiendo de nuevo, su perpetua observancia, se resignó en la divina voluntad, dejándose a lo que de él quisiera disponer, pero con mayor veneración y aprecio que otro alguno de la honesta doncella María.

Estando todos los congregados en esta oración, se vio florecer la vara sola que tenía José, y al mismo tiempo bajar de arriba una paloma candidísima, llena de admirable resplandor, que se puso sobre la cabeza del mismo santo.

Con la declaración y señal del cielo los sacerdotes dieron a San José por esposo elegido del mismo Dios para la doncella María.

Y llamándola para el desposorio, salió la escogida como el sol más hermosa que la luna y apareció en presencia de todos con un semblante más que de ángel, de incomparable hermosura, honestidad y gracia, y los sacerdotes la desposaron con el más, casto y santo de los varones, José.

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Una visión de catalina Emmerich: Los Maravillosos Acontecimientos en el Orbe cuando el Nacimiento de Jesús

Este es un exquisito relato de la vidente Ana Catalina Emmerich sobre el nacimiento de Jesús.

adoracionpastores

Especialmente lo más llamativos son los signos en todo el mundo del nacimiento.

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He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no eran ya visibles. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada en su lecho, con la cara vuelta hacia el Oriente…

Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el aire, a cierta altura de la tierra. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho. El resplandor en torno de ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio, parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda.

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Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la tierra y aparecieron con toda claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba la mirada sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo Eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María.

Vi a nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mi mirada; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos.

Poco tiempo después vi al Niño que se movía y lo oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto y lo tuvo en sus brazos, estrechándolo contra su pecho.

Se sentó, ocultándose toda Ella con el Niño bajo su amplio velo y creo que le dio el pecho. Vi entonces en torno a los ángeles, en forma humana, hincándose delante del Niño recién nacido, para adorarlo. Cuando habría transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, prosternándose, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretara contra su corazón el Don Sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del cielo.

María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales. Más tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en muda contemplación. Ante María, fajado como un niño común, estaba recostado Jesús recién nacido, bello y brillante como un relámpago. «¡Ah, -decía yo- este lugar encierra la salvación del mundo entero y nadie lo sospecha!»

He visto que pusieron al Niño en el pesebre, arreglado por José con pajas, lindas plantas y una colcha encima. El pesebre estaba sobre la gamella cavada en la roca, a la derecha de la entrada de la gruta, que se ensanchaba allí hacia el Mediodía. Cuando hubieron colocado al Niño en el pesebre, permanecieron los dos a ambos lados, derramando lágrimas de alegría y entonando cánticos de alabanza. José llevó el asiento y el lecho de reposo de María junto al pesebre. Yo veía a la Virgen, antes y después del nacimiento de Jesús, arropada en un vestido blanco, que la envolvía por entero. Pude verla allí durante los primeros días sentada, arrodillada, de pie, recostada o durmiendo; pero nunca la vi enferma ni fatigada. 

Diego_Velázquez

 

SEÑALES EN LA NATURALEZA. ANUNCIO A LOS PASTORES

He visto en muchos lugares, hasta en los más lejanos, una insólita alegría, un extraordinario movimiento en esta noche. He visto los corazones de muchos hombres de buena voluntad reanimados por un ansia, plena de alegría y, en cambio, los corazones de los perversos llenos de temores. Hasta en los animales he visto manifestarse alegría en sus movimientos y brincos. Las flores levantaban sus corolas, las plantas y los árboles tomaban nuevo vigor y verdor y esparcían sus fragancias y perfumes.

He visto brotar fuentes de agua de la tierra. En el momento mismo del Nacimiento de Jesús, brotó una fuente abundante en la gruta de la colina del Norte. Cuando al día siguiente lo notó José, le preparó en seguida un desagüe. El cielo tenía un color rojo oscuro sobre Belén, mientras se veía un vapor tenue y brillante sobre la gruta del pesebre, el valle de la gruta de Maraña y el valle de los pastores.

A legua y media más o menos de la gruta de Belén, en el valle de los pastores, había una colina donde empezaba una serie de viñedos que se extendía hasta Gaza. En las faldas de la colina estaban las chozas de tres pastores, jefes de las familias de los demás pastores de las inmediaciones. A distancia doble de la gruta del pesebre se encontraba lo que llamaban la torre de los pastores. Era un gran andamiaje piramidal, hecho de madera, que tenía por base enormes bloques de la misma roca: estaba rodeado de árboles verdes y se alzaba sobre una colina aislada en medio de una llanura. Estaba rodeado de escaleras; tenía galerías y torrecillas, todo cubierto de esteras. Guardaba cierto parecido con las torres de madera que he visto en el país de los Reyes Magos, desde donde observaban las estrellas. Desde lejos producía la impresión de un gran barco con muchos mástiles y velas.

Desde esta torre se gozaba de una espléndida vista de toda la comarca. Se veía Jerusalén y la montaña de la tentación en el desierto de Jericó. Los pastores tenían allí a los hombres que vigilaban la marcha de los rebaños y avisaban a los demás tocando cuernos de caza, si acaso había alguna incursión de ladrones o gente de guerra. Las familias de los pastores habitaban esos lugares en un radio de unas dos leguas. Tenían granjas aisladas, con jardines y praderas. Se reunían junto a la torre, donde guardaban los utensilios que tenían en común. A lo largo de la colina de la torre, estaban las cabañas, y algo apartado de éstas había un gran cobertizo con divisiones donde habitaban las mujeres de los pastores guardianes: allí preparaban la comida.

He visto que en esta noche parte de los rebaños estaban cerca de la torre, parte en el campo y el resto bajo un cobertizo cerca de la colina de los pastores. Al nacimiento de Jesucristo vi a estos tres pastores muy impresionados ante el aspecto de aquella noche tan maravillosa; por eso se quedaron alrededor de sus cabañas mirando a todos lados. Entonces vieron maravillados la luz extraordinaria sobre la gruta del pesebre. He visto que se pusieron en agitado movimiento los pastores que estaban junto a la torre, los cuales subieron a su mirador dirigiendo la vista hacia la gruta.

Mientras los tres pastores estaban mirando hacia aquel lado del cielo, he visto descender sobre ellos una nube luminosa, dentro de la cual noté un movimiento a medida que se acercaba. Primero vi que se dibujaban formas vagas, luego rostros, finalmente oí cánticos muy armoniosos, muy alegres, cada vez más claros. Como al principio se asustaran los pastores, apareció un ángel ante ellos, que les dijo:

«No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría para todo el pueblo de Israel. Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor. Por señal os doy ésta: encontraréis al Niño envuelto en pañales, echado en un pesebre».

Mientras el ángel decía estas palabras, el resplandor se hacía cada vez más intenso a su alrededor. Vi a cinco o siete grandes figuras de ángeles muy bellos y luminosos. Llevaban en las manos una especie de banderola larga, donde se veían letras del tamaño de un palmo y oí que alababan a Dios cantando:

«Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra para los hombres de buena voluntad».

Más tarde tuvieron la misma aparición los pastores que estaban junto a la torre. Unos ángeles también aparecieron a otro grupo de pastores, cerca de una fuente, al Este de la torre, a unas tres leguas de Belén. No he visto que los pastores fueran enseguida a la gruta del pesebre, porque unos se encontraban a legua y media de distancia y otros a tres; los he visto, en cambio, consultándose unos a otros acerca de lo que llevarían al recién nacido y preparando los regalos con toda premura. Llegaron a la gruta del pesebre al rayar el alba.

 

SEÑALES EN JERUSALÉN, EN ROMA Y EN OTROS PUEBLOS

Esta noche vi en el Templo a Noemí, la maestra de María, a la profetisa Ana y al anciano Simeón. Vi en Nazaret a Ana y en Juta a Santa Isabel. Todos tenían visiones y revelaciones del Nacimiento del Salvador. He visto al pequeño Juan Bautista, cerca de su madre, manifestando una alegría muy grande. Vieron y reconocieron a María en medio de aquellas visiones, aunque no sabían donde había tenido lugar el acontecimiento. Isabel tampoco lo sabía. Sólo Ana sabía que tenía lugar en Belén.

Esta noche vi en el Templo un acontecimiento admirable y extraño: todos los rollos de escrituras de los saduceos saltaban fuera de los armarios donde estaban encerrados, dispersándose. Este suceso causó mucho espanto en todos, pero los saduceos lo atribuyeron a efectos de brujería y repartieron dinero a los que lo sabían para que mantuvieran el secreto.

natividad

He visto muchas cosas en Roma esta noche. Cuando Jesús nació, vi un barrio de la ciudad, donde vivían muchos judíos: allí brotó una fuente de aceite que causó maravilla a todos los que la vieron. Una estatua magnífica de Júpiter cayó de su pedestal en añicos, porque se desplomó la bóveda del templo. Los paganos se llenaron de terror, hicieron sacrificios y preguntaron a otro ídolo, el de Venus, creo, qué significaba aquello. El demonio respondió, por medio de la estatua: «Esto ha sucedido porque una Virgen ha concebido un Hijo sin dejar de ser virgen; y este Niño acaba de nacer». Este ídolo habló también desde la fuente de aceite. En el sitio donde brotó la fuente se alzó una iglesia dedicada a la Virgen María, Madre de Dios. Los sacerdotes paganos estaban consternados y hacían averiguaciones.

Setenta años antes de estos hechos vivía en Roma una buena y piadosa mujer. No recuerdo ahora si era judía. Se llamaba algo así como Serena o Cyrena y poseía algunos bienes de fortuna. Por ese tiempo se había recubierto de oro y piedras preciosas el ídolo de Júpiter y se le ofrecían sacrificios solemnes. La mujer tuvo visiones y a consecuencia de ellas hizo varias profecías, diciendo públicamente a los paganos que no debían rendir honores al ídolo de Júpiter ni hacerle sacrificios, pues vendría un día en que lo verían caer hecho pedazos. Los sacerdotes la hicieron comparecer y le preguntaron cuándo habían de suceder estas cosas. Como no pudo determinar el tiempo, fue encerrada en prisión y maltratada, hasta que Dios le hizo conocer que ello sucedería cuando una Virgen purísima diera a luz un Niño. Cuando dio esta respuesta, se burlaron de ella y la dejaron en libertad, reputándola por loca. Sólo cuando se derrumbó el templo, haciendo pedazos al ídolo, reconocieron que había dicho la verdad, maravillándose de la época fijada y del acontecimiento, aunque no sabían que la Santísima Virgen había sido la Madre, e ignorando el Nacimiento del Salvador.

He visto que los magistrados de Roma se informaron de estos hechos, como de la fuente que había brotado. Uno de ellos fue un tal Léntulo, abuelo de Moisés, sacerdote y mártir y de aquel otro Léntulo, que fue amigo de San Pedro en Roma. Relacionado con el emperador Augusto he visto algo que ahora no recuerdo bien. Vi al emperador con otras personas sobre una colina de Roma, en uno de cuyos lados se encontraba el Templo, cuya techumbre se había derrumbado. Por unas gradas se llegaba hasta la cumbre de la colina donde había una puerta dorada. Era un lugar donde se ventilaban asuntos de interés.

Cuando el emperador bajó de la colina, vio a la derecha, encima de ella, una aparición en el cielo. Era una Virgen sobre un arco iris, con un Niño en el aire, que parecía salir de Ella. Creo que, el emperador fue el único que vio esta aparición. Para conocer su significado hizo consultar a un oráculo que había enmudecido, el cual en esa ocasión habló de un Niño recién nacido, a quien todos debían adorar y rendir homenaje. El emperador hizo erigir un altar en el sitio de la colina donde había visto la aparición, y después de haber ofrecido sacrificios, lo dedicó al Primogénito de Dios. He olvidado otros detalles de este hecho.

He visto en Egipto un hecho que anunció el Nacimiento de Jesucristo. Mucho más allá de Matarea, de Heliópolis y de Menfis había un gran ídolo que pronunciaba habitualmente toda clase de oráculos y que de pronto enmudeció. El Faraón mandó hacer sacrificios en todo el país a fin de saber por qué causa había callado. El ídolo fue obligado por Dios a responder que guardaba silencio y debía desaparecer, porque había nacido el Hijo de la Virgen y que en aquel mismo sitio se levantaría un templo en honor de la Virgen. El Faraón hizo levantar un templo allí mismo cerca del que había antes en honor del ídolo. No recuerdo todo lo sucedido; sólo sé que el ídolo fue retirado y que se levantó un templo a la anunciada Virgen y a su Niño, siendo honrados a la manera de ellos.

Al tiempo del Nacimiento de Jesucristo, vi una maravillosa aparición que se presentó a los Reyes Magos en su país. Estos Magos eran observadores de los astros y tenían sobre una montaña una torre en forma de pirámide, donde siempre se encontraba uno de ellos con los sacerdotes observando el curso de los astros y las estrellas. Escribían sus observaciones y se las comunicaban unos a otros. Esta noche creo haber visto a dos de los Reyes Magos sobre la torre piramidal. El tercero, que habitaba al Este del Mar Caspio, no estaba allí. Observaban una determinada constelación en la cual veían de cuando en cuando variantes, con diversas apariciones. Esta noche vi la imagen que se les presentaba. No la vieron en una estrella, sino en una figura compuesta de varias de ellas, entre las cuales parecía efectuarse un movimiento.

Vieron un hermoso arco iris sobre la media luna y sobre el arco iris sentada a la Virgen. Tenía la rodilla izquierda ligeramente levantada y la pierna derecha más alargada, descansando el pie sobre la media luna. A la izquierda de la Virgen, encima del arco iris, apareció una cepa de vid y a la derecha, un haz de espigas de trigo. Delante de la Virgen vi elevarse como un cáliz semejante al de la Última Cena. Del cáliz vi salir al Niño y por encima de Él, un disco luminoso parecido a una custodia vacía, de la que partían rayos semejantes a espigas. Por eso pensé en el Santísimo Sacramento. Del costado derecho del Niño salió una rama, en cuya extremidad apareció, a semejanza de una flor, una iglesia octogonal con una gran puerta dorada y dos pequeñas laterales. La Virgen hizo entrar al cáliz, al Niño y a la Hostia en la Iglesia, cuyo interior pude ver, y que en aquel momento me pareció muy grande. En el fondo había una manifestación de la Santísima Trinidad. La iglesia se transformó luego en una ciudad brillante, que me pareció la Jerusalén celestial.

En este cuadro vi muchas cosas que se sucedían y parecían nacer unas de otras, mientras yo miraba el interior de la iglesia. Ya no puedo recordar en qué forma se fueron sucediendo. Tampoco recuerdo de qué manera supieron los Reyes Magos que Jesús había nacido en Judea. El tercero de los Reyes, que vivía muy distante, vio la aparición al mismo tiempo que los otros. Los días que precedieron al Nacimiento de Jesús, los veía sobre su observatorio donde tuvieron varias visiones. Los Reyes sintieron una alegría muy grande, juntaron sus dones y regalos y se dispusieron para el viaje. Se encontraron al cabo de varios días de camino.

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Visión de Catalina Emmerich del Arribo de María y José a la Gruta de Belén

José y María llegan a la gruta de la Natividad y se refugian en ella.

En la extremidad Sur de la colina, alrededor de la cual torcía el camino que lleva al valle de los pastores, estaba la gruta en la cual José buscó refugio para María.

maria embarazada

Había allí otras grutas abiertas en la misma roca. La entrada estaba al Oeste y un estrecho pasadizo conducía a una habitación redondeada por un lado, triangular por otro, en la parte Este de la colina…

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La gruta era natural; pero por el lado del Mediodía, frente al camino que llevaba al valle de los pastores, se habían hecho algunos arreglos consistentes en trabajos toscos de mampostería. Por el lado que miraba al Mediodía había otra entrada que, generalmente estaba tapiada. José volvió a abrirla para mayor comodidad.

Saliendo por allí hacia la izquierda, había otra abertura más amplia, que llevaba a una cueva estrecha e incómoda a mayor profundidad, que terminaba debajo de la gruta del pesebre.

La entrada común a la gruta del pesebre miraba hacia el Oeste. Desde el lugar se podían ver los techos de algunas casitas de Belén. Saliendo de allí y torciendo a la derecha, se llegaba a una gruta más profunda y oscura, en la cual hubo de ocultarse María alguna vez.

Delante de la entrada, al Oeste, había un techito de juncos apoyado sobre estacas, que se extendía al Mediodía y cubría la entrada de ese lado, de modo que se podía estar a la sombra delante de la gruta. En la parte Meridional tenía la gruta tres aberturas, con rejas por arriba, por donde entraba aire y luz. Una abertura semejante había en la bóveda de la misma roca: estaba cubierta de césped y era la extremidad de la altura sobre la cual estaba edificada la ciudad de Belén.

Pasando del corredor, que era más alto, a la gruta, formada por la misma naturaleza, había que descender más. El suelo en torno de la gruta se alzaba, de modo que la gruta misma estaba rodeada de un banco de piedra de variable anchura. Las paredes de la gruta, aunque no completamente lisas, eran bastantes uniformes y limpias, hasta agradables a la vista.

Al Norte del corredor había una entrada a otra gruta lateral más pequeña. Pasando delante de esta entrada, se hallaba el sitio donde José solía encender fuego; luego la pared daba vuelta al Nordeste en la otra gruta, más amplia, situada a mayor altura. Allí he visto más tarde el asno de José. Detrás de este sitio había un rincón bastante grande, donde cabía el asno con suficiente forraje.

En la parte Este de esta gruta, frente a la entrada, fue donde se encontraba la Virgen Santísima cuando nació de Ella la Luz del mundo. En la parte que se extiende al Mediodía estaba colocado el pesebre donde fue adorado el Niño Jesús.

El pesebre no era sino una gamella excavada en la piedra misma, destinada a dar de beber a los animales. Encima tenía un comedero, con ancha abertura, hecho de enrejado de maderas y alzado sobre cuatro patas, de modo que los animales podían alcanzar cómodamente el heno o el pasto colocado allí. Para beber no tenían más que agachar la cabeza al bebedero de piedra que estaba debajo.

Delante del pesebre, hacia el Este de esta parte de la gruta, estaba sentada la Virgen con el Niño Jesús cuando vinieron los tres Reyes a ofrecerle sus dones. Saliendo del pesebre y dando vuelta al Oeste en el corredor delante de la gruta, se pasaba por frente a la entrada Meridional antedicha y se llegaba a un sitio donde hizo José más tarde su habitación, separándola del resto mediante tabiques de zarzos. En ese lado había una cavidad donde él depositaba varios objetos.

Afuera, en la parte Meridional de la gruta, pasaba el camino que conducía al valle de los pastores. Diseminadas por las colinas, veíanse casitas y en el llano, cobertizos con techos de cañas, sostenidos por estacas. Delante de la gruta la colina bajaba a un valle sin salida, cerrado por el Norte, ancho de más o menos medio cuarto de legua. Había allí zarzales, árboles y jardines.

Atravesando una hermosa pradera, donde había una fuente y pasando bajo los árboles alineados con simetría, se llegaba al Este del valle, en el cual se encontraba una colina prominente y en ella la gruta de la tumba de Maraha, la nodriza de Abrahán. Se llama también la Gruta de la leche. La Virgen Santísima se refugió allí con el Niño Jesús repetidas veces. Sobre esta gruta había un gran árbol, alrededor del cual veíanse algunos asientos. Desde aquí se podía contemplar Belén mejor que desde la entrada de la gruta del pesebre.

He sabido muchas cosas de la gruta del pesebre, sucedidas en los antiguos tiempos. Recuerdo, entre otras, que Set, el niño de la promesa, fue concebido y dado a luz en esta gruta por Eva, después de un período de penitencia de siete años. Fue allí donde un ángel le dijo a Eva que Dios le daba a Set en lugar de Abel. Aquí en la gruta de Maraha, fue escondido y alimentado Set, pues sus hermanos querían quitarle la vida, como los hijos de Jacob lo intentaron con José.

En una época muy lejana, donde he visto que los hombres vivían en grutas, pude verlos a menudo haciendo excavaciones en la piedra para poder habitar y dormir cómodamente en ellas con sus hijos, sobre pieles de animales o sobre colchones de hierbas. La excavación hecha debajo de la gruta del pesebre, puede haber servido de lecho a Set y a los habitantes posteriores. No tengo ya certeza de estas cosas.

Recuerdo también haber visto en mis visiones sobre la predicación de Jesús, que el 6 de Octubre el Señor, después de su bautismo, celebró la festividad del sábado en la gruta del pesebre, que los pastores habían transformado en oratorio.

Abrahán tenía una nodriza llamada Maraha, muy honrada por él y que llegó a edad muy avanzada. Esta nodriza seguía a Abrahán en todas partes montada en un camello y vivó a su lado, en Sucot, mucho tiempo. En sus últimos tiempos lo siguió también al valle de los pastores, donde Abrahán había alzado sus carpas en los alrededores de la gruta. Habiendo pasado los cien años y viendo llegar su última hora pidió a Abrahán que la enterrara en esa gruta, acerca de la cual hizo algunas predicciones y a la que llamó Gruta de la leche o Gruta de la nodriza.

Aconteció en ella un hecho milagroso, que he olvidado, y brotó allí una fuente del suelo. La gruta era entonces un corredor estrecho y alto, abierto en una piedra blanca, no muy dura. De un lado había una capa de esta materia que no alcanzaba hasta la bóveda. Trepando sobre esta capa de materia se podía llegar hasta la entrada de otra gruta más alta. La gruta fue ensanchada más tarde, puesto que Abrahán hizo excavar su parte lateral para la tumba de Maraha. Sobre un gran bloque de piedra había una especie de gamella, también de piedra, sostenida por patas cortas y gruesas. Quedé muy asombrada al no ver nada de esto en tiempos de Jesucristo.

Esta gruta de la tumba de la nodriza tenía una relación profética con la Madre del Salvador, al alimentar allí oculto a su Hijo, al cual perseguían; pues en la historia de la juventud de Abrahán se halla también una persecución figurativa de ésta, y su nodriza le salvó la vida ocultándolo en la gruta. Esta gruta era desde tiempos de Abrahán lugar de devoción, sobre todo para las madres y nodrizas: en esto había algo de profético, pues en la nodriza de Abrahán se veneraba, de modo figurado, a la Santísima Virgen; lo mismo como Elías la había visto en aquella nube que traía la lluvia y le había dedicado un oratorio en el monte Carmelo.

Maraha había cooperado en cierta manera al advenimiento del Mesías, habiendo alimentado con su leche a un antepasado de María. No puedo expresar esto bien; pero todo era como un pozo profundo que iba hasta la fuente de la vida universal y del que siempre se sirvieron, hasta que María surgió como única fuente de agua limpia e inmaculada.

El árbol que extendía su sombra sobre la gruta, desde lejos parecía un gran tilo; era ancho por abajo y terminaba en punta: era un terebinto. Abrahán se encontró con Melquisedec debajo de este árbol, no recuerdo ahora en qué ocasión.

Este coposo árbol tenía algo de sagrado para los pastores y las gentes de los alrededores: les gustaba descansar bajo su sombra y orar. No recuerdo bien su historia, pero creo que el mismo Abrahán lo plantó. Junto a él había una fuente donde los pastores iban por agua en ciertas ocasiones y le atribuían virtudes singulares. A ambos lados del árbol habían levantado cabañas abiertas para descansar y todo esto estaba rodeado de un cerco protector. Más tarde he visto que Santa Elena hizo construir allí una iglesia, donde se celebró la santa Misa.

natividad Robert Campin

 

JOSÉ Y MARÍA SE REFUGIAN EN LA GRUTA DE BELÉN

Era bastante tarde cuando José y María llegaron hasta la boca de la gruta. La borriquilla, que desde la entrada de la Sagrada Familia en la casa paterna de José había desaparecido corriendo en torno de la ciudad, corrió entonces a su encuentro y se puso a brincar alegremente cerca de ellos. Viendo esto la Virgen, dijo a José:

«¿Ves? seguramente es la voluntad de Dios que entremos aquí».

José condujo el asno bajo el alero, delante de la gruta; preparó un asiento para María, la cual se sentó mientras él hacía un poco de luz y penetraba en la gruta. La entrada estaba un tanto obstruida por atados de paja y esteras apoyadas contra las paredes. También dentro de la gruta había diversos objetos que dificultaban el paso. José la despejó, preparando un sitio cómodo para María, por el lado del Oriente. Colgó de la pared una lámpara encendida e hizo entrar a María, la cual se acostó sobre el lecho que José le había preparado con colchas y envoltorios.

José le pidió humildemente perdón por no haber podido encontrar algo mejor que este refugio tan impropio; pero María, en su interior, se sentía feliz, llena de santa alegría.

Cuando estuvo instalada María, José salió con una bota de cuero y fue detrás de la colina, a la pradera, donde corría una fuente y llenándola de agua volvió a la gruta.

Más tarde fue a la ciudad, donde consiguió pequeños recipientes y un poco de carbón. Como se aproximaba la fiesta del sábado y eran numerosos los forasteros que habían entrado en la ciudad, se instalaron mesas en las esquinas de algunas calles con los alimentos más indispensables para la venta. Creo que había personas que no eran judías. José volvió trayendo carbones encendidos en una caja enrejada; los puso a la entrada de la gruta y encendió fuego con un manojito de astillas; preparó la comida, que consistió en panecillos y frutas cocidas.

Después de haber comido y rezado, José preparó un lecho para María Santísima. Sobre una capa de juncos tendió una colcha semejante a las que yo había visto en la casa de Ana y puso otra arrollada por cabecera. Luego metió al asno y lo ató en un sitio donde no podía incomodar; tapó las aberturas de la bóveda por donde entraba aire y dispuso en la entrada un lugarcito para su propio descanso.

Cuando empezó el sábado, José se acercó a María, bajo la lámpara, y recitó con ella las oraciones correspondientes; después salió a la ciudad. María se envolvió en sus ropas para el descanso. Durante la ausencia de José la vi rezando de rodillas. Luego se tendió a dormir, echándose de lado. Su cabeza descansaba sobre un brazo, encima de la almohada. José regresó tarde. Rezó una vez más y se tendió humildemente en su lecho a la entrada de la gruta.

María pasó la fiesta del sábado rezando en la gruta, meditando con gran concentración. José salió varias veces: probablemente fue a la sinagoga de Belén. Los vi comiendo alimentos preparados días antes y rezando juntos.

Por la tarde, cuando los judíos suelen hacer su paseo del sábado, José condujo a María a la gruta de Maraha, nodriza de Abrahán. Allí se quedó algún tiempo. Esta gruta era más espaciosa que la del pesebre y José dispuso allí otro asiento. También estuvo bajo el árbol cercano, orando y meditando, hasta que terminó el sábado.

José la volvió a llevar, porque María le dijo que el nacimiento tendría lugar aquel mismo día a medianoche, cuando se cumplían los nueve meses transcurridos desde la salutación del ángel del Señor.

María le había pedido que lo tuviera dispuesto todo, de modo que pudiesen honrar en la mejor forma posible la entrada al mundo del Niño prometido por Dios y concebido en forma sobrenatural. Pidió también a José que rezara con ella por las gentes que, a causa de la dureza de sus corazones, no habían querido darles hospitalidad. José le ofreció traer de Belén a dos piadosas mujeres, que conocía; pero María le dijo que no tenía necesidad del socorro de nadie.

En cuanto se puso el sol, antes de terminar el sábado, José volvió a Belén, donde compró los objetos más necesarios: una escudilla, una mesita baja, frutas secas y pasas de uva, volviendo con todo esto a la gruta. Fue a la gruta de Maraha y llevó a María a la gruta del pesebre, donde María se sentó sobre sus colchas, mientras José preparaba la comida. Comieron y rezaron juntos.

Hizo José una separación entre el lugar para dormir y el resto de la gruta, ayudándose de unas pértigas de las cuales suspendió algunas esteras que se encontraban allí. Dio de comer al asno que estaba a la izquierda de la entrada, atado a la pared. Llenó el comedero del pesebre de cañas y de pasto y musgo y por encima tendió una colcha.

Cuando la Virgen le indicó que se acercaba la hora, instándole a ponerse en oración, José colgó del techo varias lámparas encendidas y salió de la gruta, porque había escuchado un ruido a la entrada. Encontró a la pollina que hasta entonces había estado vagando en libertad por el valle de los pastores y volvía ahora, saltando y brincando, llena de alegría, alrededor de José. Este la ató bajo el alero, delante de la gruta y le dio su forraje.

Cuando volvió a la gruta, antes de entrar, vio a la Virgen rezando de rodillas sobre su lecho, vuelta de espaldas y mirando al Oriente. Le pareció que toda la gruta estaba en llamas y que María estaba rodeada de luz sobrenatural. José miró todo esto como Moisés la zarza ardiendo. Luego, lleno de santo temor, entró en su celda y se prosternó hasta el suelo en oración.

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Narración de Catalina Emmerich sobre la Llegada de María y José a Belén y la Búsqueda de Refugio

Esta es la etapa final del viaje de María y José a Belén, en que llegan a la ciudad y buscan refugio.

maria y jose llegan abelen

En la ciudad María y José no encuentran un lugar para hospedarse, lo que definitiva los lleva a recurrir a la cueva donde en definitiva se produjo el nacimiento de Jesús.

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LLEGADA A BELÉN

Desde el último alojamiento, Belén distaba unas tres leguas. Dieron un rodeo hacia el Norte de la ciudad acercándose por el Occidente. Se detuvieron debajo de un árbol, fuera del camino, y María bajó del asno, ordenándose los vestidos.

José se dirigió con María hacia un gran edificio rodeado de construcciones pequeñas y de patios a pocos minutos de Belén. Había allí muchos árboles. Numerosas personas habían levantado sus carpas en ese lugar. Ésta era la antigua casa paterna de la familia de David, que fue propiedad del padre de San José. Habitaban en ella parientes o gente relacionada con José; pero éstos no lo quisieron reconocer y lo trataron como a extraño. En esta casa se cobraban entonces los impuestos para el gobierno romano.

José entró acompañado de María, llevando el asno del cabestro, pues todos debían darse a conocer cuando llegaban, y allí recibían el permiso para entrar en Belén. La borriquilla no está junto a ellos: va corriendo alrededor de la ciudad, hacia el Mediodía, donde hay un vallecito.

José ha entrado en el gran edificio. María se encuentra en compañía de varias mujeres en una casa pequeña que da al patio. Estas mujeres son bastante benévolas y le dan de comer, pues cocinan para los soldados de la guarnición. Son soldados romanos; tienen correas que cuelgan de la cintura.

La temperatura no es fría: es agradable; el sol se muestra por encima de la montaña, entre Jerusalén y Betania. Desde este lugar se contempla un paisaje muy hermoso.

José se halla en una habitación espaciosa, que no está en el piso bajo. Le preguntan quién es y consultan grandes rollos escritos, algunos suspendidos de los muros; los despliegan y leen su genealogía, como también la de María. José parecía no saber que también María, por Joaquín, descendía en línea directa de David. El hombre pregunta dónde se halla su mujer.

Hacía unos siete años que no habían regularizado el impuesto para la gente del país, a causa de cierta confusión y desorden. Este impuesto se halla en vigor desde hace dos meses: se pagaba en los siete años precedentes, pero sin regularidad. Ahora es necesario pagarlo dos veces. José ha llegado un poco retrasado para pagarlo, pero a pesar de ello lo tratan con cortesía. Aún no ha pagado. Le preguntan cuáles son sus medios de vida; él responde que no posee bienes raíces, que vivía de su oficio y que además recibía ayuda de su suegra.

Hay en la casa gran cantidad de escribientes y empleados. Arriba están los romanos y los soldados. Veo fariseos, saduceos, sacerdotes, ancianos, cierto número de escribas y otros funcionarios romanos y judíos. No hay ningún otro comité semejante en Jerusalén; pero los hay en otros lugares del país, como Magdala, cerca del lago de Genesaret, donde acuden a pagar las gentes de Galilea y de Sidón, según creo. Sólo aquéllos que no tienen bienes raíces, sobre los cuales recae el impuesto correspondiente, tienen que presentarse en el lugar de su nacimiento.

Este impuesto será dividido dentro de tres meses en tres partes, cada uno con destino diferente. Una parte es para el emperador Augusto, para Herodes y para otro príncipe que habita cerca de Egipto. Habiendo participado en una guerra y teniendo derechos sobre una parte del país, es preciso darle algo.

La segunda parte está destinada a la construcción del Templo: me parece que debe servir para abonar una deuda contraída.

La tercera debiera ser para las viudas y los pobres, que desde tiempo no reciben nada; pero como casi siempre sucede, aún en nuestra época, este dinero no llega casi nunca adonde debe llegar. Se dan estos buenos motivos para exigir el impuesto, pero casi todo queda en manos de los poderosos.

Cuando estuvo arreglado lo de José, hicieron venir a María ante los escribas, pero no pidieron papeles. Dijeron a José que no era necesario haber traído a su mujer consigo. Añadieron algunas bromas a causa de la juventud de María, dejando al pobre José lleno de confusión.

 

LA SAGRADA FAMILIA BUSCA REFUGIO

Entraron en Belén por entre escombros, como si hubiese sido una puerta derruida. Las casas aparecen muy separadas unas de otras. María se quedó tranquila, junto al asno, al comienzo de una calle, mientras José buscaba inútilmente alojamiento entre las primeras casas. Había muchos extranjeros y se veían numerosas personas yendo de un lado a otro.

José volvió junto a María diciéndole que no era posible encontrar alojamiento; que debían penetrar más adentro de la ciudad. Caminaban llevando José al asno del cabestro y María iba a su lado.

Cuando llegaron a la entrada de otra calle, María permaneció junto al asno, mientras José iba de casa en casa; pero no encontró ninguna donde quisieran recibirlos. Volvió lleno de tristeza al lado de María. Esto se repitió varias veces y así tuvo María que esperar largo rato.

En todas partes decían que el sitio estaba ya tomado y habiéndolo rechazado en todas partes, José dijo a María que era necesario ir a otro lado en donde, sin duda, encontrarían lugar.

maria y jose buscan refugio en belen

Retomaron la dirección contraria a la que habían tomado al entrar y se dirigieron hacia el Mediodía. Siguieron una calleja que más parecía un camino entre la campiña, pues las casas estaban aisladas, sobre pequeñas colinas. Las tentativas fueron también allí infructuosas.

Llegados al otro lado de Belén, donde las casas se hallaban aún más dispersas, encontraron un gran espacio vacío, como un campo desierto en el poblado. En él había una especie de cobertizo y a poca distancia un árbol grande, parecido al tilo, de tronco liso, con ramas extendidas, formando techumbre alrededor. José condujo a María bajo este árbol y le arregló un asiento con los bultos al pie, para que pudiera descansar, mientras él volvía en busca de mejor asilo en las casas vecinas. El asno quedó allí con la cabeza pegada al árbol.

María, al principio, permanecía de pie, apoyada al tronco del árbol. Su vestido de lana blanca, sin cinturón, caíale en pliegues alrededor. Tenía la cabeza cubierta por un velo blanco. Las personas que pasaban por allí la miraban, sin saber que su Salvador, su Mesías, estaba tan cerca de ellos. ¡Qué paciente, qué humilde y qué resignada estaba María! Tuvo que esperar mucho tiempo. Por fin sentóse sobre las colchas, poniéndose las manos juntas en el pecho, con la cabeza baja.

José regresó lleno de tristeza, pues no había podido encontrar posada ni refugio. Los amigos de quienes había hablado a María apenas si lo reconocían. José lloró y María lo consoló con dulces palabras. Fue una vez más, de casa en casa, representando el estado de su mujer, para hacer más eficaz la petición; pero era rechazado precisamente también a causa de eso mismo.

El paraje era solitario. No obstante, algunas personas se habían detenido mirándola de lejos con curiosidad, como sucede cuando se ve a alguien que permanece mucho tiempo en el mismo sitio a la caída de la tarde. Creo que algunos dirigieron la palabra a María, preguntándole quién era.

Al fin volvió José, tan conturbado, que apenas se atrevía a acercarse a María. Le dijo que había buscado inútilmente; pero que conocía un lugar, fuera de la ciudad, donde los pastores solían reunirse cuando iban a Belén con sus rebaños: que allí podrían encontrar siquiera un abrigo. José conocía aquel lugar desde su juventud. Cuando sus hermanos lo molestaban, se retiraba con frecuencia allí para rezar fuera del alcance de sus perseguidores.

Decía José que si los pastores volvían, se arreglaría fácilmente con ellos; que venían raramente en esa época del año. Añadió que cuando Ella estuviera tranquila en aquel lugar, él volvería a salir en busca de alojamiento más apropiado.

Salieron, pues, de Belén por el Este siguiendo un sendero desierto que torcía a la izquierda. Era un camino semejante al que anduvieran a lo largo de los muros desmoronados de los fosos de las fortificaciones derruidas de una pequeña ciudad: se subía un tanto al principio, luego descendía por la ladera de un montecillo y los condujo en algunos minutos al Este de Belén, delante del sitio que buscaban, cerca de una colina o antigua muralla que tenía delante algunos árboles: terebintos o cedros de hojas verdes; otros tenían hojas pequeñas como las del boj.

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Catalina Emmerich Presencia qué Sucedió a María y José en las Últimas Etapas de su Viaje a Belén

Estas son las visiones de Catalina Emmerich sobre las últimas etapas del viaje de María y José a Belén, donde en algunos lugares son tratados cortesmente y en otros no.

maria y jose van a belen

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LA FESTIVIDAD DEL SÁBADO

José preparó su lámpara y se puso a orar en compañía de la Virgen Santísima, guardando la observancia del sábado con piedad conmovedora. Comieron alguna cosa y descansaron sobre esteras extendidas en el suelo.Vi a la Sagrada Familia permanecer allí todo el día. María y José oraban juntos…

He visto a la mujer del dueño de la posada pasar el día al lado de María con sus tres hijos. Alejose también aquella mujer que los había hospedado la víspera, con dos de sus hijos. Se sentaron al lado de María amigablemente, quedando muy impresionados por la modestia y la sabiduría de la Virgen, que conversó también con los niños, dándoles algunas útiles instrucciones.

Los niños tenían pequeños rollos de pergamino. María les hizo leer y les habló de modo tan amable que las criaturas no apartaban la vista ni un instante de Ella. Era algo muy conmovedor ver esta atención de los niños y escuchar las enseñanzas de María.

Al caer la tarde vi a José paseando con el dueño de la posada por los alrededores, mirando los campos y los jardines y tratándose familiarmente. Así veo a las personas piadosas del país en el día festivo del sábado. Los santos viajeros quedaron en ese lugar la noche siguiente.

Los buenos esposos de la posada se encariñaron sumamente con María y le pidieron que se quedara con ellos hasta el nacimiento del Niño. Le mostraron una habitación muy cómoda, y la mujer se ofreció a servirles de todo corazón y con amable insistencia.

Pero los viajeros reanudaron su viaje por la mañana muy temprano y descendieron por el Suroeste de la montaña, hacia un hermoso valle. Se alejaron aún más de Samaria. Mientras iban descendiendo se podía ver el templo del monte Garizim, pues se lo ve desde muy lejos. Sobre el techo hay figuras de leones o de otros animales semejantes, que brillan a los rayos del sol.

Hoy los he visto hacer unas seis leguas de camino. Al atardecer se encontraban en una llanura a una legua al Sureste de Siquem. Entraron en una casa de pastores bastante grande donde fueron recibidos bien.

El dueño de casa estaba encargado de cuidar los campos y jardines, propiedad de una vecina ciudad. La casa no estaba en la llanura sino sobre una pendiente. Todo era fértil en esta comarca y en mejores condiciones que el país recorrido anteriormente; pues aquí se estaba de cara al sol, lo que en la Tierra Prometida es causa de una diferencia notable en esta época del año.

Desde este lugar hasta Belén se encuentran muchas de estas viviendas pastoriles diseminadas en los valles. Algunas hijas de pastores, que vivían en estos lugares, se casaron más tarde con servidores que habían venido con los Reyes Magos, y se quedaron en la comarca.

De uno de estos matrimonios era un niño curado por Nuestro Señor, en esta misma casa, a instancias de María, el 31 de Julio de su segundo año de predicación, después de su diálogo con la Samaritana. Jesús eligió luego a este joven y a otros dos para acompañarlo durante el viaje que hizo por Arabia después de la muerte de Lázaro. Este joven fue más tarde discípulo del Señor.

He visto que Jesús se detuvo aquí con frecuencia para predicar y enseñar. Ahora José bendice a algunos niños que encontró en la casa.

jose y maria en un burro

 

LOS VIAJEROS SON RECHAZADOS EN VARIAS CASAS

Hoy los he visto seguir un sendero más uniforme. La Virgen desmontaba a ratos, siguiendo a pie algunos trechos. A menudo se detenían en lugares apropiados para tomar alimento. Llevaban panecillos y una bebida que refresca y fortalece, en recipientes muy elegantes, con dos asas que parecían de bronce por el brillo. Esta bebida era el bálsamo que tomaban mezclado con agua. Recogían bayas y frutas de los árboles y arbustos en los lugares más expuestos al sol.

La montura de María tenía a derecha e izquierda unos rebordes sobre los cuales apoyaba los pies: de esa manera no quedaban en el aire, como veo a la gente de nuestro país. Los movimientos de María eran siempre sosegados, singularmente modestos. Se sentaba alternativamente a derecha e izquierda.

La primera diligencia de José, cuando llegaban a un lugar, era buscar un sitio donde María pudiese sentarse y descansar cómodamente. Ambos se lavaban con frecuencia los pies.

Era de noche cuando llegaron a una casa aislada. José llamó y pidió hospitalidad; pero el dueño de casa no quiso abrir. José le explicó la situación de María, diciendo que no estaba en condición de seguir su camino y agregando que no pedía hospedaje gratis. Todo fue inútil: aquel hombre duro y grosero respondió que su casa no era una posada, que lo dejaran tranquilo, que no golpeasen a la puerta. Ni siquiera abrió la puerta para hablar, sino que dio su respuesta desde el interior.

Los viajeros continuaron su camino, y al poco tiempo entraron en un cobertizo cerca del cual habían visto detenerse a la borriquilla. El refugio estaba sobre un terreno llano. José encendió luz y preparó un lecho para María, que lo ayudaba en todo esto. Metió al asno y le dio forraje. Rezaron, comieron y durmieron algunas horas. Desde la última posada hasta aquí habría unas seis leguas.

Se hallaban ahora a unas veintiséis de Nazaret y a unas diez de Jerusalén. Hasta aquel camino no habían seguido el sendero principal, sino atravesando otros de comunicación que iban del Jordán a Samaria, tocando las grandes rutas que llevan de Siria a Egipto. Los atajos eran muy angostos y en las montañas se hallaban a menudo tan apretados que les era necesario tomar muchas precauciones para poder andar sin tropezar ni caerse. Los asnos avanzaban con paso muy seguro.

Antes de aclarar el día partieron y tomaron un camino que volvía a subir. Me parece que llegaron a la ruta que lleva de Gábara hasta Jerusalén, que en este lugar era el límite entre Samaria y Judea. En otra casa donde pidieron hospitalidad fueron igualmente rechazados groseramente.

A varias leguas al Nordeste de Betania, María se sintió muy fatigada y deseó descansar y tomar alimento. José se desvió una legua de camino en busca de una higuera grande que solía estar cargada de higos, en torno de la cual había asientos para descansar a su sombra. José conoció el lugar en uno de sus anteriores viajes.

Al llegar a la higuera no encontró en ella ni una fruta, lo cual lo entristeció mucho. Recuerdo vagamente que Jesús halló más tarde esta higuera cubierta de hojas verdes, pero sin frutos. Creo que el Señor la maldijo en la ocasión que había salido de Jerusalén, y el árbol se secó por completo.

Más tarde se acercaron a una casa cuyo dueño trató asperamente a José, que le había pedido humildemente hospitalidad. Miró luego a la Santísima Virgen, a la luz de una linterna y se burló de José porque llevaba una mujer tan joven. En cambio la dueña de casa se acercó y se compadeció de María: le ofreció una habitación en un edificio vecino y les llevó panecillos para su alimento. El marido se arrepintió de haber sido descomedido y se mostró luego más servicial con los santos viajeros.

Más tarde llegaron a otra casa habitada por una pareja joven. Aunque fueron recibidos, no lo hicieron con cortesía y casi ni se ocuparon de ellos. Estas personas no eran pastores sencillos, sino como campesinos ricos, gente ocupada en negocios.

Jesús visitó una de estas casas, después de su bautismo. La habitación donde la Sagrada Familia había pasado la noche, la habían convertido en oratorio. No recuerdo si era propiamente la casa aquélla cuyo dueño se burló de José. Recuerdo vagamente que el arreglo lo hicieron después de los milagros que sucedieron al Nacimiento de Jesús.

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ULTIMAS ETAPAS DEL CAMINO

En las últimas etapas José se detuvo varias veces, pues María estaba cada vez más fatigada. Siguiendo el camino indicado por la borriquilla, hicieron un rodeo de un día y medio al Este de Jerusalén. El padre de José había poseído algunos pastizales en aquella comarca, y él conocía bien la región. Si hubieran seguido atravesando directamente el desierto que se halla al Mediodía, detrás de Betania, hubieran podido llegar a Belén en seis horas; pero el camino era montañoso y muy incómodo en esta estación.

Siguieron a la borriquilla a lo largo de los valles y se acercaron algo al Jordán. Hoy vi a los santos caminantes que entraban en pleno día en una casa grande de pastores. Está a tres leguas de un lugar donde Juan bautizaba más tarde en el Jordán y a siete de Belén. Es la misma casa donde Jesús, treinta años más tarde, estuvo la noche del 11 de Octubre, víspera del día en que por primera vez, después de su bautismo, pasó delante de Juan Bautista.

Junto a la casa, y un tanto apartada de ella, había una granja donde guardaban los instrumentos de labranza y los que usaban los pastores. El patio tenía una fuente rodeada de baños que recibían las aguas de aquélla mediante conductos especiales. El dueño parecía tener extensas propiedades y allí mismo tenía un tráfico considerable. He visto que iban y venían varios servidores que comían en aquella finca.

El dueño recibió a los viajeros muy amigablemente, se mostró muy servicial y los condujo a una cómoda habitación, mientras algunos servidores se ocuparon del asno. Un criado lavó en una fuente los pies de José y le dio otras ropas mientras limpiaba las suyas cubiertas de polvo. Una mujer rindió los mismos servicios a María. En esta casa tomaron alimento y durmieron.

La dueña de casa tenía un carácter bastante raro: se había encerrado en su casa y a hurtadillas observaba a María, y como era joven y vanidosa, la belleza admirable de la Virgen la había llenado de disgusto. Temía también que María se dirigiera a ella para pedirle que le permitiese quedarse hasta dar a luz a su Niño. Tuvo la descortesía de no presentarse siquiera y buscó medios para que los viajeros partieran al día siguiente.

Esta es la mujer que encontró Jesús allí, treinta años más tarde, ciega y encorvada, y que sanó y curó después de hacerle advertencias sobre su poca caridad y su vanidad de un tiempo.

He visto algunos niños. La Santa Familia pasó la noche en este lugar.

Hoy al medio día vi a la Sagrada Familia abandonar la finca donde se habían alojado. Algunos de la casa los acompañaron cierta distancia. Después de unas, dos leguas de camino, llegaron al anochecer a un lugar atravesado por un gran sendero, a cuyos lados se levantaba una fila de casas con patios y jardines. José tenía allí parientes. Me parece que eran los hijos del segundo matrimonio de su padrastro o madrastra. La casa era de muy buena apariencia; sin embargo, atravesaron este lugar sin detenerse.

A media legua dieron vuelta a la derecha, en dirección de Jerusalén, y arribaron a una posada grande en cuyo patio había una fuente con cañerías de agua. Encontraron reunidas a muchas gentes que celebraban un funeral. El interior de la casa, en cuyo centro estaba el hogar con una abertura para el humo, había sido transformado en una amplia habitación, suprimiendo los tabiques movibles que separaban ordinariamente las diversas piezas. Detrás del hogar había colgaduras negras y frente a él algo así como un ataúd cubierto de paño negro. Varios hombres rezaban. Tenían largas vestimentas de color negro y encima otros vestidos blancos más cortos. Algunos llevaban una especie de manípulo negro, con flecos, colgado del brazo. En otra habitación estaban las mujeres completamente envueltas en sus vestiduras, llorando, sentadas sobre cofres muy bajos.

Los dueños de casa, ocupados en la ceremonia fúnebre, se contentaron con hacerles señas de que entrasen; pero los servidores los recibieron muy cortésmente y se ocuparon de ellos. Les prepararon un alojamiento aparte con esteras suspendidas, que le daba aspecto de carpa. Más tarde he visto a los dueños de casa visitando a la Sagrada Familia, en amigable conversación con ellos. Ya no llevaban las vestiduras blancas. José y María tomaron alimento, rezaron juntos y se entregaron al descanso.

Hoy a mediodía, María y José se pusieron en camino hacia Belén de donde se hallaban sólo a unas tres leguas. La dueña de casa insistía en que se quedaran, pareciéndole que María daría a luz de un momento a otro. María, bajándose el velo, respondió que debía esperar treinta y seis horas aún. Hasta me parece que haya dicho treinta y ocho.

Aquella mujer los hubiera hospedado con gusto, no en su casa, sino en otro edificio cercano. En el momento de la partida vi que José, hablando de sus asnos con el dueño de la casa, elogiaba los animales de éste, y dijo que llevaba la borriquilla para empeñarla en caso de necesidad.

Los huéspedes hablaron de lo difícil que sería para ellos encontrar alojamiento en Belén, y José dijo que tenía varios amigos allá y que estaba seguro de ser bien recibido. A mí me apenaba oírle hablar con tanta convicción de la buena acogida que le harían. Aún habló de esto mismo con María en el camino. Vemos, pues, que hasta los santos pueden estar en error.

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Visión de Catalina Emmerich: Cómo se Preparó María para ir a Belén para Tener a Jesús

Desde el 16 de diciembre la Iglesia esta tradicionalmente a la espera del gran acontecimiento del nacimiento del Cristo el 25 de diciembre.

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Son varios los videntes que han tenido imágenes de los sucesos previos y del propio nacimiento, los que iremos publicando para completar una idea mejor de lo que rodeó al nacimiento, en el entendido que estos materiales son poco difundidos.

Comenzaremos por una visión de la Beata Ana Catalina Emmerich respecto a los Preparativos para el Nacimiento.

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En aquel tiempo Augusto César (Octavio) ordenó un censo para ser realizado a toda la gente y para esto era requerido que todos fueran a la ciudad o al pueblo de sus propias familias, para registrar las contribuciones impuestas por los Romanos. José, siendo de la casa y linaje de David tenía que ir desde Nazareth en Galilea a Belén en Judea, cerca de 10 kms de Jerusalén.

Desde hace varios días veo a María en casa de Ana, su madre, cuya casa se halla más o menos a una legua de Nazaret, en el valle de Zabulón. La criada de Ana permanece en Nazaret cuando María está ausente y sirve a José. Veo que mientras vivió Ana casi no tenían hogar independiente del todo, pues recibían siempre de ella todo lo que necesitaban para su manutención.

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Veo desde hace quince días a María ocupada en preparativos para el nacimiento de Jesús: cose colchas, tiras y pañales. Su padre Joaquín ya no vive. En la casa hay una niña de unos siete años de edad que está a menudo junto a la Virgen y recibe lecciones de María. Creo que es la hija de María de Cleofás y que también se llama María. José no está en Nazaret, pero debe llegar muy pronto. Vuelve de Jerusalén donde ha llevado los animales para el sacrificio. Vi a la Virgen Santísima en la casa, trabajando, sentada en una habitación con otras mujeres. Preparaban prendas y colchas para el nacimiento del Niño.

Ana poseía considerables bienes en rebaños y campos y proporcionaba con abundancia todo lo que necesitaba María, en avanzado estado de embarazo. Como creía que María daría a luz en su casa y que todos sus parientes vendrían a verla, hacía allí toda clase de preparativos para el nacimiento del Niño de la Promesa, disponiendo, entre otras cosas, hermosas colchas y preciosas alfombras.

Cuando nació Juan pude ver una de estas colchas en casa de Isabel. Tenía figuras simbólicas y sentencias hechas con trabajos de aguja. Hasta he visto algunos hilos de oro y plata entremezclados en el trabajo de aguja. Todas estas prendas no eran únicamente para uso de la futura madre: había muchas destinadas a los pobres, en los que siempre se pensaba en tales ocasiones solemnes.

Vi a la Virgen y a otras mujeres sentadas en el suelo alrededor de un cofre, trabajando en una colcha de gran tamaño colocada sobre el cofre. Se servían de unos palillos con hilos arrollados de diversos colores. Ana estaba muy ocupada, e iba de un lado a otro tomando lana, repartiéndola y dando trabajo a cada una de ellas.

José debe volver hoy a Nazaret. Se hallaba en Jerusalén donde había ido a llevar animales para el sacrificio, dejándolos en una pequeña posada dirigida por una pareja sin hijos situada a un cuarto de legua de la ciudad, del lado de Belén. Eran personas piadosas, en cuya casa se podía habitar confiadamente. Desde allí se fue José a Belén; pero no visitó a sus parientes, queriendo tan sólo tomar informes relativos a un empadronamiento o una percepción de impuestos que exigía la presencia de cada ciudadano en su pueblo natal.

maria orando

Con todo, no se hizo inscribir aún, pues tenía la intención, una vez realizada la purificación de María, de ir con ella de Nazaret al Templo de Jerusalén, y desde allí a Belén, donde pensaba establecerse. No sé bien qué ventajas encontraba en esto, pero no gustándole la estadía en Nazaret, aprovechó esta oportunidad para ir a Belén. Tomó informes sobre piedras y maderas de construcción, pues tenía la idea de edificar una casa. Volvió luego a la posada vecina a Jerusalén, condujo las víctimas al Templo y retornó a su hogar.

Atravesando hoy la llanura de Kimki, a seis leguas de Nazaret, se le apareció un ángel, indicándole que partiera con María para Belén, pues era allí donde debía nacer el Niño. Le dijo que debía llevar pocas cosas y ninguna colcha bordada. Además del asno sobre el cual debía ir María montada, era necesario que llevase consigo una pollina de un año, que aún no hubiese tenido cría. Debía dejarla correr en libertad, siguiendo siempre el camino que el animal tomara.

Esta noche Ana se fue a Nazaret con la Virgen María, pues sabían que José debía llegar. No parecía, sin embargo, que tuvieran conocimiento del viaje que debía hacer María con José a Belén. Creían que María daría a luz en su casa de Nazaret, pues vi que fueron llevados allí muchos objetos preparados, envueltos en grandes esteras.

Por la noche llegó José a Nazaret. Hoy he visto a la Virgen con su madre Ana en la casa de Nazaret, donde José les hizo conocer lo que el ángel le había ordenado la noche anterior. Ellas volvieron a la casa de Ana, donde las vi hacer preparativos para un viaje próximo. Ana estaba muy triste. La Virgen sabía de antemano que el Niño debía nacer en Belén; pero por humildad no había hablado. Estaba enterada de todo por las profecías sobre el nacimiento del Mesías que Ella conservaba consigo en Nazaret.

Estos escritos le habían sido entregados y explicados por sus maestras en el Templo. Leía a menudo estas profecías y rogaba por su realización, invocando siempre, con ardiente deseo, la venida de ese Mesías. Llamaba bienaventurada a aquélla que debía dar a luz y deseaba ser tan sólo la última de sus servidoras. En su humildad no pensaba que ese honor debía tocarle a ella. Sabiendo por los textos que el Mesías debía nacer en Belén, aceptó con júbilo la voluntad de Dios, preparándose para un viaje que habría de ser muy penoso para ella, en su actual estado y en aquella estación, pues el frío suele ser muy intenso en los valles entre cadenas montañosas.

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Catalina Emmerich Ve el Viaje a Belén, previo al Nacimiento de Jesús: el Comienzo de la Travesía

En esta visión, Sor Catalina nos narra el comienzo del viaje de María y José hacia Belén.

pesebre en salzillo maria embarazada

Comienza con la partida de la casa de Ana y finaliza cuando la sagrada familia pernocta en una posada en el camino.

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Esta noche vi a José y a María, acompañados de Ana, María de Cleofás y algunos servidores, salir de la casa de Ana para su viaje. María iba sentada sobre la albarda del asno, cargado además con el equipaje, José lo conducía.

Había otro asno sobre el cual debía regresar Ana. Esta mañana he visto a los santos viajeros a unas seis leguas de Nazaret, llegando a la llanura de Kimki, que era el lugar donde el ángel se le había aparecido a José dos días antes. Ana poseía un campo en aquel lugar y los servidores debían tomar allí la burra de un año que José quería llevar, la cual corría y saltaba delante o al lado de los viajeros.

Ana y María de Cleofás se despidieron y regresaron con sus servidores. Vi a la Sagrada Familia caminando por un sendero que subía a la cima de Gelboé. No pasaban por los poblados, y seguían a la pollina, que tomaba caminos de atajo.

Pude verlos en una propiedad de Lázaro, a poca distancia de la ciudad de Ginim, por el lado de Samaria. El cuidador los recibió amistosamente, pues los había conocido en un viaje anterior. Su familia estaba relacionada con la de Lázaro.

Veo allí muchos hermosos jardines y avenidas. La casa está sobre una altura; desde la terraza se alcanza a contemplar una gran extensión de la comarca. Lázaro heredó de su padre esta propiedad.

He visto que Nuestro Señor se detuvo con frecuencia durante su vida pública en este lugar y enseñó en los alrededores. El cuidador y su mujer trataron muy amistosamente a María. Se admiraron que hubiese emprendido semejante viaje en el estado en que se encontraba, dado que hubiera podido quedarse tranquilamente en casa de Ana.

He visto a la Sagrada Familia a varias leguas del sitio anterior, caminando en medio de la noche hacia una montaña a lo largo de un valle muy frío, donde había caído escarcha. La Virgen María, que sufría mucho el frío, dijo a José: «Es necesario detenernos aquí, pues no puedo seguir».

maria y jose rumbo a belen

No bien dijo estas palabras se detuvo la borriquilla debajo de un gran árbol de terebinto, junto al cual había una fuente. Se detuvieron y José preparó con las colchas un asiento para la Virgen, a la cual ayudó a desmontar del asno. María sentóse debajo del árbol y José colgó del árbol su linterna. A menudo he visto hacer lo mismo a las personas que viajan por estos lugares.

La Virgen pidió a Dios ayuda contra el frío. Sintió entonces un alivio tan grande y una corriente de calor tal, que tendió sus manos a José para que él pudiera calentar un tanto sus manos ateridas. Comieron algunos panecillos y frutas, y bebieron agua de la fuente vecina, mezclándola con gotas del bálsamo que José llevaba en su cántaro.

José consoló y alegró a María. Era muy bueno y sufría mucho en ese viaje tan penoso para Ella. Habló del buen alojamiento que pensaba conseguir en Belén.

Conocía una casa cuyos dueños eran gente buena y pensaba hospedarse allí con ciertas comodidades. Mientras iban de camino, hacía el elogio de Belén, recordando a María todas las cosas que podían consolarla y alegrarla. Esto me causaba lástima, pues yo sabía todo lo que sufriría: todo iba a acontecer de diferente manera.

A esta altura habían pasado ya dos pequeños arroyos, uno a través de un alto puente, mientras los dos asnos lo cruzaban a nado. La borriquilla que iba en libertad, tenía curiosas actitudes.

Cuando el camino era recto y bien trazado, sin peligros para perderse, como entre dos montañas, corría delante o detrás de los viajeros. Cuando el camino se dividía, aguardaba y tomaba el sendero recto. Cuando debían detenerse, se paraba como lo hizo bajo el terebinto.

No sé si pasaron la noche bajo este árbol o buscaron otro hospedaje. Este viejo terebinto era un árbol sagrado, que había formado parte del bosque de Moré, cerca de Siquem.

Abrahán, viniendo de Canaán, había visto aparecer allí al Señor, el cual le había prometido aquella tierra para su posteridad, y el Patriarca alzó un altar debajo del terebinto.

Jacob, antes de ir a Betel para ofrecer sacrificio al Señor, había enterrado bajo el árbol los ídolos de Labán y las joyas de su familia. Josué había levantado allí el tabernáculo donde se hallaba el Arca de la Alianza, y, reunida la población, le había exigido renunciar a los ídolos. En este mismo sitio Abimelec, hijo de Gedeón, fue proclamado rey por los siquemitas.

viaje de maria y jose a belen

Hoy vi a la Sagrada Familia llegar a una granja, a dos leguas al Sur del terebinto. La dueña de la finca estaba ausente y el hombre no quiso recibir a José, diciéndole que bien podía ir más lejos.

Un poco más adelante vieron que la borriquilla entraba en una cabaña de pastores, y entraron ellos también. Los pastores que se hallaban allí, vaciando la cabaña, los recibieron con benevolencia: les dieron paja y haces de junco y ramas para que encendieran fuego.

Los pastores fueron después a la finca donde había sido rechazada la Sagrada Familia, e hicieron el elogio de José y de la belleza y santidad de María, ante la señora de la casa, la cual reprochó a su marido por haber rechazado a personas tan buenas. Luego vi a esta mujer ir adonde estaba María; pero no se atrevió a entrar por timidez y volvió a su casa a buscar alimentos.

La cabaña estaba en el flanco Oeste de una montaña, más o menos entre Samaria y Tebez. Al Este, más allá del Jordán, está Sucot. Ainón se encuentra un poco más al Mediodía, al otro lado del río. Salim está más cerca. Desde allí habría unas doce leguas hasta Nazaret.

La mujer volvió en compañía de dos niños a visitar a la Sagrada Familia, trayendo provisiones. Disculpóse afablemente y se mostró muy conmovida por la difícil situación de los caminantes. Después que éstos hubieron comido y descansado, presentóse el marido de aquella mujer y pidió perdón a San José por haberlo rechazado. Le aconsejó que subiera una legua más por la cima de la montaña, que allí encontraría un buen refugio antes de comenzar las fiestas del sábado, donde podría pasar el día del reposo festivo.

Se pusieron en camino y después de haber andado una legua llegaron a una posada de varios edificios, rodeados de árboles y jardines. Vi algunos arbustos que dan el bálsamo, plantados a espaldera. La posada estaba en la parte Norte de la montaña.

La Virgen Santísima había desmontado y José llevaba el asno. Se acercaron a la casa y José pidió alojamiento; pero el dueño se disculpó, diciendo que estaba lleno de viajeros. Llegó en esto su mujer, y al pedirle la Virgen alojamiento con la más conmovedora humildad, aquélla sintió una profunda emoción. El dueño no pudo resistir y les arregló un refugio cómodo en el granero cercano y llevó el asno a la cuadra. La borriquilla corría libre por los alrededores. Siempre estaba lejos de ellos cuando no tenía que señalar camino.

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Presentación de María en el Templo: visión de Sor Catalina Emmerich

María era de tres años de edad y tres meses cuando hizo el voto de presentarse en el templo entre las vírgenes que allí moraban.

Era de complexión delicada, cabellera clara un tanto rizada hacia abajo; tenía ya la estatura que hoy en nuestro país tiene un niño de cinco a seis años.

La hija de María Helí era mayor en algunos años y más robusta.
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He visto en casa de Ana los preparativos de María para ser conducida al templo. Era una fiesta muy grande.
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Estaban presentes cinco sacerdotes de Nazaret, de Séforis y de otras regiones, entre ellos Zacarías y un hijo del hermano del padre de Ana.
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Ensayaban una ceremonia con la niña María.
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Era una especie de examen para ver si estaba madura para ser recibida en el templo.
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Además de los sacerdotes estaban presentes la hermana de Ana de Séforis y su hija, María Helí y su hijita y algunas pequeñas niñas y parientes.
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Los vestidos, en parte cortados por los sacerdotes y arreglados por las mujeres, le fueron puestos en esta ocasión a la niña en diversos momentos, mientras le dirigían preguntas.

Esta ceremonia tenía un aire de gravedad y de seriedad, aun cuando algunas preguntas estaban hechas por el anciano sacerdote con infantil sonrisa, las cuales eran contestadas siempre por la niña, con admiración de los sacerdotes y lágrimas de sus padres. Había para María tres clases de vestidos, que se pusieron en tres momentos. Esto tenía lugar en un gran espacio junto a la sala del comedor, que recibía la luz por una abertura cuadrangular abierta en el techo, a menudo cerrada con una cortina. En el suelo había un tapete rojo y en medio de la sala un altar cubierto de paño rojo y encima blanco transparente. Sobre el altar había una caja con rollos escritos y una cortina que tenía dibujada o bordada la imagen de Moisés, envuelto en su gran manto de oración y sosteniendo en sus brazos las tablas de la ley.

He visto a Moisés siempre de anchas espaldas, cabeza alta, nariz grande y curva, y en su gran frente dos elevaciones vueltas un tanto una hacia otra, todo lo cual le daba un aspecto muy particular. Estas especies de cuernos los tuvo ya Moisés desde niño, como dos verrugas. El color de su rostro oscuro de fuego y los cabellos rubios. He visto a menudo semejante especie de cuernos en la frente de antiguos profetas y ermitaños y a veces una sola de estas excrecencias en medio de la frente.

Sobre el altar estaban los tres vestidos de María; había también paños y lienzos obsequiados por los parientes para el arreglo de la niña. Frente al altar veíase, sobre gradas, una especie de trono. Joaquín, Ana y los miembros de la familia se encontraban reunidos. Las mujeres estaban detrás y las niñas al lado de María. Los sacerdotes entraron con los pies descalzos. Había cinco, pero sólo tres de ellos llevaban vestiduras sacerdotales e intervenían en la ceremonia.

Un sacerdote tomó del altar las diversas prendas de la vestimenta, explicó su significado y presentólas a la hermana de Ana, Maraha de Séforis, la cual vistió con ellas a la niña María. Le pusieron primero un vestidito amarillo y encima, sobre el pecho, otra ropa bordada con cintas, que se ponía por el cuello y se sujetaba al cuerpo. Después, un mantito oscuro con aberturas en los brazos; por arriba colgaban algunos retazos de género. Este manto estaba abierto por arriba y cerrado por debajo del pecho. Calzáronle sandalias oscuras con suelas gruesas de color amarillo. Tenía los cabellos rubios peinados y una corona de seda blanca con variadas plumas. Colocáronle sobre la cabeza un velo cuadrado de color ceniza, que se podía recoger bajo los brazos para que éstos descansaran como sobre dos nudos. Este velo parecía de penitencia o de oración.

Los sacerdotes le dirigieron toda clase de preguntas relacionadas con la manera de vivir las jóvenes en el templo. Le dijeron, entre otras cosas:

“Tus padres, al consagrarte al templo, han hecho voto de que no beberás vino ni vinagre, ni comerás uvas ni higos. ¿Qué quieres agregar a este voto?… Piénsalo durante la comida”.

A los judíos, especialmente a las jóvenes judías, les gusta mucho el vinagre, y María también tenía gusto en beberlo. Le hicieron otras preguntas y le pusieron un segundo género de vestido. Constaba éste de uno azul celeste, con mantito blanco azulado, y un adorno sobre el pecho y un velo transparente de seda blanca con pliegues detrás, como usan las monjas. Sobre la cabeza la pusieron una corona de cera adornada con flores y capullos de hojas verdes. Los sacerdotes le pusieron otro velo para la cara: por arriba parecía una gorra, con tres broches a diversa distancia, de modo que se podía levantar un tercio, una mitad o todo el velo sobre la cabeza. Se le indicó el uso del velo: cómo tenía que recogerlo para comer y bajarlo cuando fuese preguntada.

Con este vestido presentóse María con los demás a la mesa: la colocaron entre los dos sacerdotes y uno enfrente. Las mujeres con otros niños se sentaron en un extremo de la mesa, separadas de los hombres. Durante la comida probaron los sacerdotes a la niña María en el uso del velo. Hubo preguntas y respuestas. También se le instruyó acerca de otras costumbres que debía observar. Le dijeron que podía comer de todo por ahora dándole diversas comidas para tentarla. María los dejó a todos maravillados con su forma de proceder y con las respuestas que les daba. Tomó muy poco alimento y respondía con sabiduría infantil que admiraba a todos. He visto durante todo el tiempo a los ángeles en torno a ella, que le sugerían y guiaban en todos los casos.

Después de la comida fue llevada a la otra sala, delante del altar, donde le quitaron los vestidos de la segunda clase para ponerle los de la tercera. La hermana de Santa Ana y un sacerdote la revistieron de los nuevos vestidos de fiesta. Era un vestido color violeta con adorno de paño bordado sobre el pecho. Se ataba de costado con el paño de atrás, formaba rizos y terminaba en punta por debajo. Pusiéronle un mantito violeta más amplio y más festivo, redondeado por detrás, que parecía una casulla de misa. Tenía mangas anchas para los brazos y cinco líneas de adornos de oro. La del medio estaba partida y se recogía y cerraba con botones. El manto estaba también bordado en las extremidades. Luego se le puso un velo grande: de una parte caía en blanco y de otra en blanco violeta sobre los ojos. Sobre esto colocáronle una corona cerrada, con cinco broches, que constaba de un círculo de oro, más ancho arriba, con picos y botones. Esta corona estaba revestida de seda por fuera, con rositas y cinco perlas de adorno; los cinco arcos terminales eran de seda y tenían un botón. El escapulario del pecho estaba unido por detrás; por delante, tenía cintas. El manto estaba sujeto por delante sobre el pecho.

Revestida en esta forma fue la niña María llevada sobre las gradas del altar. Las niñas rodeaban el altar de uno y otro lado. María dijo que no pensaba comer carne ni pescado ni tomar leche; que sólo tomaría una bebida hecha de agua y de médula de junco, que usaban los pobres y que pondría a veces en el agua un poco de zumo de terebinto. Esta bebida es como un aceite blanco, se expande, y es muy refrescante aunque no tan fina como el bálsamo. Prometió no gustar especias y no comer en frutas más que unas bayas amarillas que crecen como uvas. Conozco estas bayas: las comen los niños y la gente pobre. También dijo que quería descansar sobre el suelo y levantarse tres veces durante la noche para rezar.

Las personas piadosas, Ana y Joaquín lloraban al oír estas cosas. El anciano Joaquín, abrazando a su hija, le decía: «¡Ah, hija! Esto es muy duro de observar. Si quieres vivir en tanta penitencia creo que no te podré ver más, a causa de mi avanzada edad». Era una escena muy conmovedora. Los sacerdotes le dijeron que se levantara sólo una vez, como las demás, y le hicieron otras propuestas para mitigar sus abstinencias. Le impusieron comer otros alimentos, como el pescado, en las grandes festividades.

Había en Jerusalén, en la parte baja de la ciudad, un gran mercado de pescados, que recibía el agua de la piscina de Bethseda. Un día qué faltó el agua, Herodes el Grande quiso construir allí un acueducto, vendiendo, para lograr dinero, vestiduras sacerdotales y vasos sagrados del templo. Por este motivo hubo un intento de sublevación, pues los esenios, encargados de la inspección de las vestiduras sacerdotales, acudieron a Jerusalén de todas partes del país y se opusieron firmemente. Recordé en este momento estas cosas.

Por último dijeron los sacerdotes:

«Muchas de las otras niñas que van al templo sin pagar su manutención y sus vestidos, se comprometen, con el consentimiento de sus padres, a lavar los vestidos de los sacerdotes manchados con la sangre de las víctimas, y otros paños burdos, trabajo muy pesado que lastima las manos. Tú no necesitas hacer esto, porque tus padres te costean tu manutención».

María respondió prontamente que quería hacer también eso, si era tenida por digna de hacerlo. Joaquín se emocionó grandemente al oírla. Mientras se hacían estas ceremonias vi que María, en varias ocasiones, había crecido de tal modo ante ellos, que los superaba en altura. Era una señal de la gracia y de su sabiduría. Los sacerdotes se mostraron serios, con grata admiración.

Por último fue bendecida la niña María por el sacerdote. La he visto de pie sobre el tronito resplandeciente. Dos sacerdotes estaban a su lado; otro, delante.

Los sacerdotes tenían rollos en las manos y rezaban preces sobre ella con las manos extendidas. Tuve una admirable visión de María. Me parecía que por la bendición se hacía transparente. Vi una gloria de indescriptible esplendor y dentro de ella el misterio del Arca de la Alianza como si estuviese en un brillante vaso de cristal, Luego vi el corazón de María que se abría en dos como una puertecita del templete, y el misterio sacramental del Arca de la Alianza penetró en su corazón. En torno de este misterio había formado un tabernáculo de variadas y muy significativas piedras preciosas. Entró en el corazón, como el Arca en el Santísimo, como el Ostensorio en el tabernáculo.

Vi a la niña María como transformada, flotando en el aire. Con la entrada del sacramento en el corazón de María, que se cerró luego, lo que era figura pasó a ser realidad y posesión, y vi que la niña estuvo desde entonces como penetrada de una ardorosa concentración interior. Vi también, durante esta visión, que Zacarías recibió una interna persuasión o una celestial revelación de que María era el vaso elegido del misterio o sacramento. Había recibido él un rayo de luz que yo vi salir de María.

Después de esto condujeron los sacerdotes a la niña adonde estaban sus padres. Ana levantó a su hija en alto y estrechándola contra su pecho la besó con interna dulzura y afecto, mezclada de veneración. Joaquín, muy conmovido, le dio la mano, lleno de admiración y veneración. La hermana mayor de María Santísima, María de Helí, abrazó a la niña con más vivacidad que Santa Ana, que era una mujer muy reservada, moderada y muy medida en todos sus actos. La sobrinita, María Cleofás, le echó los brazos al cuello, como hacen las criaturas. Después los sacerdotes tomaron a la niña de nuevo, le quitaron los vestidos simbólicos y le pusieron sus acostumbrados vestidos. Todavía los he visto de pie, tomando algún líquido de un recipiente, y luego partir. 

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LA PARTIDA AL TEMPLO DE JERUSALÉN

He visto a Joaquín, a Ana y a su hija mayor, María de Helí, ocupados toda la noche preparando paquetes y utensilios. Ardía una lámpara con varias mechas. A María Helí la veía con una luz ir de un lado a otro. Unos días antes Joaquín había mandado a sus siervos que eligieran cinco de cada especie de los animales de sacrificio, entre los mejores y los había despachado para el templo: formaban estos animales una hermosa majada. Después tomó dos animales de carga y los fue cargando con toda clase de paquetes: vestidos para la niña y regalos para el templo.

Sobre el lomo del animal acomodó un ancho asiento para que se pudiera sentar cómodamente. Los objetos que se cargaron estaban acondicionados en bultos y atados, fáciles de llevar. Vi cestas de diversas formas sujetas a los flancos del animal. En una de ellas había pájaros del tamaño de las perdices; otros cestos, semejantes a cuévanos de uvas, contenían frutas de toda clase. Cuando el asno estuvo cargado completamente, tendieron encima una gran manta de la que colgaban gruesas borlas.

Todavía quedaban dos sacerdotes. Uno de ellos era muy anciano, que llevaba un capuz terminado en punta sobre la frente y dos vestiduras, la de arriba más corta que la de abajo. Este sacerdote es el que se había ocupado el día anterior en el examen de María, y le he visto dar otras instrucciones más a la niña. Tenía una especie de estola colgante. El otro sacerdote era más joven.

María tenía en aquel momento algo más de tres años de edad: era bella y delicada y estaba tan adelantada como un niño de cinco años de nuestro país. Sus cabellos lisos, rizados en sus extremos, eran de un rubio dorado y más largos que los de María Cleofás, de siete años, cuya rubia cabellera era corta y crespa. Casi todas las personas mayores llevaban largas ropas de lana sin teñir.

Yo notaba la presencia de dos niños que no eran de este mundo: estaban allí en una forma espiritual y figurativa, como profetas; no pertenecían a la familia y no conversaban con nadie. Parecía que nadie notaba su presencia. Eran hermosos y amables; tenían largos cabellos rubios y rizados. Mirando a uno y otro lado me dirigieron la palabra. Llevaban libros, probablemente para su instrucción. La pequeña María no poseía libro alguno a pesar de que sabía leer.

Los libros no eran como los nuestros, sino largas tiras de más o menos media vara de ancho, enrolladas en un bastón, cuyas extremidades asomaban por cada lado. El más alto de los dos niños se me acercó con uno de los rollos desplegados en la mano y leyó algo, explicándomelo luego. Eran letras de oro, totalmente desconocidas para mí, escritas al revés y cada una de ellas parecía representar una palabra entera. La lengua me era completamente desconocida también y, sin embargo, la entendía perfectamente. Lástima que haya olvidado la explicación. Tratábase de un texto de Moisés sobre la zarza ardiente. Me declaró:

«Como la zarza ardía y no se quemaba, así arde el fuego del Espíritu Santo en la niña María, y en su humildad es como si nada supiera de ello. Significa también la divinidad y humanidad de Jesús y como el fuego de Dios se une con la niña María».

El descalzarse explicólo como que la ley se cumplía, la corteza caía y llegaba ahora la sustancia. La pequeña bandera que traía la extremidad del bastoncito significaba que María empezaba su camino, su misión para ser Madre del Redentor. El otro niño jugaba con su rollo inocentemente, representando con esto el candor infantil de María, sobre la cual reposaba una promesa muy grande, la cual, no obstante tan alto destino, jugaba ahora como una criatura. Explicáronme aquellos niños siete pasajes de sus rollos; pero a causa del estado en que me encuentro, se me ha ido de la memoria. ¡Oh, Dios mío! Cuando se me aparece todo esto ¡qué bello y profundo es y, al mismo tiempo, qué simple y claro!…

Al rayar el alba vi que se ponían en camino para Jerusalén. La pequeña María deseaba vivamente llegar al templo y salió apresuradamente de la casa acercándose a la bestia de carga. Los niños profetas me mostraron todavía algunos textos de sus rollos. Uno de éstos decía que el templo era magnífico, pero que la niña María encerraba en sí algo más admirable aún. Había dos bestias de carga. Uno de los asnos, el más cargado, iba conducido por un servidor y debía ir siempre delante de los viajeros.

El otro, que estaba delante de la casa, cargado con más bultos, tenía preparado un asiento, y María fue colocada sobre él. Joaquín conducía el asno. Llevaba un bastón largo con un grueso pomo redondo en la extremidad: parecía un cayado de peregrino. Un poco más adelante iba Ana con la pequeña María Cleofás y una criada que debía acompañarla en todo el camino. Al empezar el viaje se juntaron con ellas unas mujeres y niñas: se trataba de parientas que en los diversos cruces del camino se separaban de la comitiva para volverse a sus casas. Uno de los sacerdotes acompañó a la comitiva durante algún tiempo.

He visto unas seis mujeres parientas, con sus hijos y algunos hombres. Llevaban una linterna, y vi que la luz desaparecía totalmente ante aquella otra claridad que derramaban las santas personas sobre el camino en su viaje nocturno, sin que, al parecer, lo notaran los demás. Al principio me pareció que el sacerdote iba detrás de la pequeña María con los niños profetas. Más tarde, cuando ella bajó del asno para seguir a pie, yo estuve a su lado. Más de una vez oí a mis jóvenes compañeros cantando el salmo «Eructavit cor meum» y el «Deus deorum Dominus locutus est». Supe por ellos que estos salmos serían cantados a doble coro cuando la Niña fuera admitida en el templo. Lo escucharé cuando lleguen al templo.

Al principio vi que el camino descendía en pendiente de una colina, para volver a subir después. Siendo temprano, y habiendo buen tiempo, el cortejo se detuvo cerca de un manantial del que nacía un arroyo. Había allí una pradera y los caminantes descansaron sentándose junto a un cerco de plantas de bálsamo. Debajo de estos frágiles arbustos solían poner vasos y recipientes de piedra para recoger el bálsamo que iba cayendo gota a gota. Los viajeros bebieron bálsamo y echaron un poco en el agua, llenando pequeños recipientes. Comieron bayas de ciertas plantas que allí había, con panecillos que traían en las alforjas.

En ese momento desaparecieron los dos niños profetas. Uno de ellos era Elías; el otro me pareció que era Moisés. La pequeña María los había visto; pero no habló de ello con nadie.

Así sucede que a veces vemos en nuestra infancia a santos niños y en edad más madura a santas jóvenes o muchachos, y callamos estas visiones sin comunicarlas a los demás por ser tal momento un instante de gozo celestial y de recogimiento.

Más tarde vi a los viajeros entrar en una casa aislada, en la que fueron bien recibidos y tomaron provisiones, pues los moradores parecían ser de la familia. En aquel sitio se despidieron de la niña Cleofás, que debía volver a su casa. Durante el día, vi el curso del camino que suele ser bastante penoso, pues hay muchas subidas y bajadas. En los valles hay a menudo neblina y rocío; con todo, veo algunos lugares mejor situados, donde brotan flores.

Antes de llegar al sitio donde debían pasar la noche, hallaron un pequeño arroyo. Se hospedaron en una posada al pie de una montaña en la cual se veía una ciudad. Por desgracia, no recuerdo el nombre de esa ciudad, pues la he visto durante otros viajes de la Sagrada Familia, por lo cual confundo los nombres. Lo que puedo decir es que ellos siguieron el camino que tomó Jesús en el mes de septiembre, cuando tenía treinta años e iba de Nazaret a Betania y luego al bautismo de Juan y aun esto lo digo sin certidumbre completa.

La Sagrada Familia hizo más tarde este camino en la época de la huida a Egipto. La primera etapa fue Nazara, pequeño lugar entre Massaloth y otra ciudad ubicada en la altura, más cercana a esta última. Veo por todas partes tantas poblaciones, cuyos nombres oigo pronunciar, que luego confundo unos con otros. La ciudad cubre la ladera de una montaña y se divide en varias partes, si es que realmente todas forman una misma ciudad. Allí falta agua y tienen que hacerla subir desde el llano con la ayuda de cuerdas. Veo allí torres antiguas en ruinas. Sobre la cumbre de la montaña hay una torre que parece un observatorio con un aparato de mampostería que tiene vigas y cuerdas como para hacer subir algo desde la ciudad.

Hay una cantidad tan grande de estas cuerdas que el conjunto aparenta mástiles de buques. Debe haber como una hora de camino desde abajo a la cumbre de la montaña, desde donde se disfruta de una espléndida vista muy extensa. Los caminantes entraron en una posada situada en la llanura. En una parte de la ciudad había paganos, considerados como esclavos por los judíos, debiendo someterse a rudos trabajos en el templo y en otras construcciones.

Esta noche he visto a la pequeña María llegando con sus padres a una ciudad situada a seis leguas más o menos de Jerusalén en dirección noroeste. Esta ciudad, se llama Bet-Horon y se encuentra al pie de una montaña.

Durante el viaje atravesaron un pequeño río que desemboca en el mar en los alrededores de Jopé, donde enseñó San Pedro después de la venida del Espíritu Santo. Cerca de Bet-Horon tuvieron lugar grandes batallas que he visto y olvidado. Faltaban aun dos leguas para llegar a un punto del camino desde donde se podía divisar a Jerusalén; he oído el nombre de este lugar, que ahora no puedo precisarlo. Bet-Horon es una ciudad de Levitas de cierta importancia: produce hermosas uvas y gran cantidad de frutas.

La santa comitiva entró en la casa de unos amigos, que estaba muy bien situada. Su dueño era maestro en una escuela de Levitas y había allí algunos niños. Me admira ver allí a varias parientas de Ana, con sus hijas pequeñas, que yo creía que habían regresado a sus casas al principio del viaje: ahora advierto que llegaron antes, tomando algún atajo, quizás para anunciar la llegada de la santa comitiva.

Los parientes de Nazaret, de Séforis y de Zabulón, que habían asistido al examen de María, se hallaban allí con sus hijas: vi, por ejemplo, a la hermana mayor de María con su hija María de Cleofás, y a la hermana de Ana venida de Séforis con sus hijas. Con motivo de la llegada de la pequeña María hubo grandes fiestas. María fue llevada en compañía de otras niñas a una gran sala, y puesta en un asiento alto, a semejanza de un trono, dispuesto para ella.

El maestro de escuela y otras personas hicieron toda clase de preguntas a María y le pusieron guirnaldas en la cabeza. Todos estaban asombrados por la sabiduría que manifestaba en sus respuestas. Oí hablar en esta ocasión del juicio y prudencia de otra niña que había pasado por allí poco antes, volviendo de la escuela del templo a la casa de sus padres. Esta niña se llamaba Susana y más tarde figuró entre las santas mujeres que seguían a Jesús. (En otra ocasión Ana Catalina dijo que esta niña era parienta de María).

María ocupó su puesto vacante en el templo, pues había un número fijo de plazas para estas jóvenes. Susana tenía quince años cuando dejó el templo, es decir, cerca de once más que la niña María. También Santa Ana había sido educada allí a la edad de cinco años.

La pequeña María estaba llena de júbilo por hallarse tan cerca del templo. He visto a Joaquín que la estrechaba entre sus brazos, llorando y diciéndole: «Hija mía, ya no volveré a verte». Habían preparado comida y mientras estaban en la mesa, vi a María ir de un lado a otro, apretarse contra su madre, llena de gracia, o, deteniéndose detrás de ella, echarle los bracitos al cuello.

Esta mañana muy temprano vi a los viajeros salir de Bet-Horon para dirigirse a Jerusalén. Todos los parientes con sus criaturas se habían juntado a ellos y lo mismo los dueños de la casa. Llevaban regalos para la niña, consistentes en ropas y frutas. Me parece ver una fiesta en Jerusalén. Supe que María tenía en ese momento tres años y tres meses. En su viaje no fueron a Ussen Sheera ni a Gofna, a pesar de tener allí amistades; pasaron sólo por los alrededores. Vi que el maestro de los Levitas con su familia los acompañó a Jerusalén. Cuanto más se acercaban a la ciudad tanto más se mostraba María contenta y ansiosa. Solía correr delante de sus padres.

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LA LLEGADA DE LA COMITIVA A JERUSALÉN

Hoy al mediodía he visto llegar la comitiva que acompañaba a María al templo de Jerusalén. Jerusalén es una ciudad extraña. No hay que pensar que sea como una de nuestras ciudades, con tanta gente en las calles. Muchas calles bajas y altas corren alrededor de los muros de la ciudad y no tienen salida ni puertas. Las casas de las alturas, detrás de las murallas, están orientadas hacia el otro lado, pues se han edificado barrios distintos y se han formado nuevas crestas de colinas y los antiguos muros quedaron allí. Muchas veces se ven las calles de los valles sobreedificadas con sólidas bóvedas. Las casas tienen sus patios y piezas orientadas hacia el interior; hacia la calle sólo hay puertas y terrazas sobre los muros. Generalmente las casas son cerradas. Cuando la gente no va a las plazas o mercados o al templo está generalmente entretenida en el interior de sus casas.

Hay silencio en las calles, fuera de los lugares de mercado o de ciertos palacios, donde se ve ir y venir a soldados y viajeros. En ciertos días en que están casi todos en el templo, las calles parecen como muertas. A causa de las calles solitarias, de los profundos valles y de la costumbre de permanecer las gentes en sus casas, es que Jesús podía ir y venir con sus discípulos sin ser molestado. Por lo general falta agua en la ciudad: frecuentemente se ven edificios altos adonde es llevada y torres hacia las cuales es bombeada el agua. En el templo se tiene mucho cuidado con el agua porque hay que purificar muchos vasos y lavar las ropas sacerdotales. Se ven grandes maquinarias y artefactos para bombear el agua a los lugares elevados. Hay muchos mercaderes y vendedores en la ciudad: están casi siempre en los mercados o en lugares abiertos, bajo tiendas de campaña.

Veo, por ejemplo, no lejos de la Puerta de las Ovejas, a mucha gente que negocia con alhajas, oro, objetos brillantes y piedras preciosas. Las casitas que habitan son muy livianas, pero sólidas, de color pardo, como si estuviesen cubiertas con pez o betún. Adentro hacen sus negocios; entre una tienda y otra están extendidas lonas, debajo de las cuales muestran sus mercaderías. Hay, sin embargo, otras partes de la ciudad donde hay mayor movimiento y se ven gentes que van y vienen cerca de ciertos palacios.

Comparada Jerusalén con la Roma antigua, que he visto, esta ciudad era mucho más bulliciosa en las calles; tenía aspecto más agradable y no era tan desigual ni empinada. La montaña sobre la cual se halla el templo está rodeada, por el lado en que la pendiente es más suave, de casas que forman varias calles detrás de espesos muros. Estas casas están construidas sobre terrazas colocadas unas sobre otras. Allí viven los sacerdotes y los servidores subalternos del templo, que hacen trabajos más rudos, como la limpieza de los fosos, donde se echan los desperdicios provenientes de los sacrificios de animales. Hay un costado norte, creo, donde la montaña del templo es muy escarpada. En todo lo alto, alrededor de la cumbre, se halla una zona verde formada por pequeños jardines pertenecientes a los sacerdotes.

Aun en tiempos de Jesucristo se trabajaba siempre en alguna parte del templo. Este trabajo no cesaba nunca. En la montaña del templo había mucho mineral, que se fue sacando y empleando en la construcción del mismo edificio. Debajo del templo hay fosos y lugares donde funden el metal. No pude encontrar en este gran templo un lugar donde poder rezar a gusto. Todo el edificio es admirablemente macizo, alto y sólido. Los numerosos patios son estrechos y sombríos, llenos de andamios y de asientos. Cuando hay mucha gente causa miedo encontrarse apretado entre los espesos muros y las gruesas columnas. Tampoco me gustan los continuos sacrificios y la sangre derramada en abundancia, a pesar de que esto se hace con orden e increíble limpieza. Hacía mucho tiempo que no había visto con tanta claridad, como hoy, los edificios, los caminos y los pasajes. Pero son tantas las cosas que hay aquí que me es imposible describirlas con detalles.

Los viajeros llegaron con la pequeña María, por el norte, a Jerusalén: con todo, no entraron por ese lado, sino que dieron vuelta alrededor de la ciudad hasta el muro oriental, siguiendo una parte del valle de Josafat. Dejando a la izquierda el Monte de los Olivos y el camino de Betania, entraron en la ciudad por la Puerta de las Ovejas, que conducía al mercado de las bestias. No lejos de esta puerta hay un estanque donde se lava por primera vez a las ovejas destinadas al sacrificio. No es ésta la piscina de Bethseda. La comitiva, después de haber entrado en la ciudad, torció de nuevo a la derecha y entró en otra barriada siguiendo un largo valle interno dominado de un lado por las altas murallas de una zona más elevada de la ciudad, llegando a la parte occidental en los alrededores del mercado de los peces, donde se halla la casa paterna de Zacarías de Hebrón. Se encontraba allí un hombre de avanzada edad: creo que el hermano de su padre. Zacarías solía volver a la casa después de haber cumplido su servicio en el templo.

En esos días se encontraba en la ciudad y habiendo acabado su tiempo de servicio, quería quedarse sólo unos días en Jerusalén para asistir a la, entrada de María al templo. Al llegar la comitiva, Zacarías no se encontraba allí. En la casa se hallaban presentes otros parientes de los contornos de Belén y de Hebrón, entre ellos, dos hijas de la hermana de Isabel. Isabel tampoco se encontraba allí en ese momento. Estas personas se habían adelantado para recibir a los caminantes hasta un cuarto de legua por el camino del valle. Varias jóvenes los acompañaban llevando guirnaldas y ramas de árboles.

Los caminantes fueron recibidos con demostraciones de contento y conducidos hasta la casa de Zacarías, donde se festejó la llegada. Se les ofreció refrescos y todos se prepararon para llevarlos a una posada contigua al templo, donde los forasteros se hospedan los días de fiesta. Los animales que Joaquín había destinado para el sacrificio habían sido conducidos ya desde los alrededores de la plaza del ganado a los establos situados cerca de esta casa. Zacarías acudió también para guiar a la comitiva desde la casa paterna hasta la posada. Pusieron a la pequeña María su segundo vestidito de ceremonias con el peplo celeste. Todos se pusieron en marcha formando una ordenada procesión. Zacarías iba adelante con Joaquín y Ana; luego la niña María rodeada de cuatro niñas vestidas de blanco, y las otras chicas con sus padres cerraban la marcha. Anduvieron por varias calles y pasaron delante del palacio de Herodes y de la casa donde más tarde habitó Pilatos. Se dirigieron hacia el ángulo Nordeste del templo, dejando atrás la fortaleza Antonia, edificio muy alto, situado al Noroeste. Subieron por unos escalones abiertos en una muralla alta. La pequeña María subió sola, con alegre prisa, sin permitir que nadie la ayudara. Todos la miraban con asombro.

La casa donde se alojaron era una posada para días de fiesta situada a corta distancia del mercado del ganado. Había varias posadas de este género alrededor del templo, y Zacarías había alquilado una. Era un gran edificio con cuatro galerías en torno de un patio extenso. En las galerías se hallaban los dormitorios, así como largas mesas muy bajas. Había una sala espaciosa y un hogar para la cocina. El patio para los animales enviados por Zacarías estaba muy cerca. A ambos lados del edificio habitaban los servidores del templo que se ocupaban de los sacrificios. Al entrar los forasteros se les lavaron los pies, como se hacía con los caminantes; los de los hombres fueron lavados por hombres; y las mujeres hicieron este servicio con las mujeres. Entraron luego en una sala en medio de la cual se hallaba suspendida una gran lámpara de varios brazos sobre un depósito de bronce lleno de agua, donde se lavaron la cara y las manos. Cuando hubieron quitado la carga al asno de Joaquín, un sirviente lo llevó a la cuadra.

Joaquín había dicho que sacrificaría y siguió a los servidores del templo hasta el sitio donde se hallaban los animales, a los cuales examinaron. Joaquín y Ana se dirigieron luego con María a la habitación de los sacerdotes, situada más arriba. Aquí la niña María, como elevada por el espíritu interior, subió ligerísimamente los escalones con un impulso extraordinario. Los dos sacerdotes que se hallaban en la casa los recibieron con grandes muestras de amistad: uno era anciano y el otro más joven. Los dos habían asistido al examen de la niña en Nazaret y esperaban su llegada. Después de haber conversado del viaje y de la próxima ceremonia de la presentación, hicieron llamar a una de las mujeres del Templo. Era ésta una viuda anciana que debía encargarse de velar por la niña. Habitaba en la vecindad con otras personas de su misma condición, haciendo toda clase de labores femeniles y educando a las niñas. Su habitación se encontraba más apartada del templo que las salas adyacentes, donde habían sido dispuestos, para las mujeres y las jóvenes consagradas al servicio del Templo, pequeños oratorios desde los cuales podían ver el santuario sin ser vistas por los demás.

La matrona que acababa de llegar estaba tan bien envuelta en su ropaje que apenas podía vérsele la cara. Los sacerdotes y los padres de María se la presentaron, confiándola a sus cuidados. Ella estuvo dignamente afectuosa, sin perder su gravedad. La niña María se mostró humilde y respetuosa. La instruyeron en todo lo que se relacionaba con la niña y su entrada solemne en el templo. Aquella mujer bajó con ellos a la posada, tomó el ajuar que pertenecía a la niña y se lo llevó a fin de prepararlo todo en la habitación que le estaba destinada. La gente que había acompañado a la comitiva desde la casa de Zacarías, regresó a su domicilio, quedando en la posada solamente los parientes. Las mujeres se instalaron allí y prepararon la fiesta que debía tener lugar al día siguiente.

Joaquín y algunos hombres condujeron las víctimas al Templo al despuntar el nuevo día y los sacerdotes las revisaron nuevamente. Algunos animales fueron desechados y llevados en seguida a la plaza del ganado. Los aceptados fueron conducidos al patio donde habrían de ser inmolados. Vi allí muchas cosas que ya no es posible decirlas en orden. Recuerdo que antes de inmolar, Joaquín colocaba su mano sobre la cabeza de la víctima, debiendo recibir la sangre en un vaso y también algunas partes del animal. Había varias columnas, mesas y vasos. Se cortaba, se repartía y ordenaba todo. Se quitaba la espuma de la sangre y se ponía aparte la grasa, el hígado, el bazo, salándose todo esto. Se limpiaban los intestinos de los corderos, rellenándolos con algo y volviéndolos a poner dentro del cuerpo, de modo que el animal parecía entero, y se ataban las patas en forma de cruz.

Luego, una gran parte de la carne era llevada al patio donde las jóvenes del Templo debían hacer algo con ella: quizás prepararla para alimento de los sacerdotes o ellas mismas. Todo esto se hacía con un orden increíble. Los sacerdotes y levitas iban y venían, siempre de dos en dos. Este trabajo complicado y penoso se hacía fácilmente, como si se efectuase por sí solo. Los trozos destinados al sacrificio quedaban impregnados en sal hasta el día siguiente, en que debían ser ofrecidos sobre el altar.

Hubo hoy una gran fiesta en la posada, seguida de una comida solemne. Habría unas cien personas, contados los niños. Estaban presentes unas veinticuatro niñas de diversas edades, entre ellas Serapia, que fue llamada Verónica después de la muerte de Jesús: era bastante crecida, como de unos diez o doce años. Se tejieron coronas y guirnaldas de flores para María y sus compañeras, adornándose también siete candelabros en forma de cetro sin pedestal. En cuanto a la llama que brillaba en su extremidad no sé si estaba alimentada con aceite, cera u otra materia. Durante la fiesta entraron y salieron numerosos sacerdotes y levitas. Tomaron parte en el banquete, y al expresar su asombro por la gran cantidad de víctimas ofrecidas para el sacrificio, Joaquín les dijo que, en recuerdo de la afrenta recibida en el templo al ser rechazado su sacrificio, y a causa de la misericordia de Dios que había escuchado su oración, había querido demostrar su gratitud de acuerdo con sus medios. Hoy pude ver a la pequeña María paseando con las otras jóvenes en torno de su casa. Otros detalles los he olvidado completamente

tiziano

VISIÓN DE LA BEATA CATALINA EMMERICH: LA PRESENTACIÓN DE LA NIÑA MARÍA EN EL TEMPLO

Esta mañana fueron al Templo: Zacarías, Joaquín y otros hombres. Más tarde fue llevada María por su madre en medio de un acompañamiento solemne. Ana y su hija María Helí, con la pequeña María Cleofás, marchaban delante; iba luego la santa niña María con su vestidito y su manto azul celeste, los brazos y el cuello adornados con guirnaldas: llevaba en la mano un cirio ceñido de flores. A su lado caminaban tres niñitas con cirios semejantes. Tenían vestidos blancos, bordados de oro y peplos celestes, como María, y estaban rodeadas de guirnaldas de flores; llevaban otras pequeñas guirnaldas alrededor del cuello y de los brazos. Iban en seguida las otras jóvenes y niñas vestidas de fiesta, aunque no uniformemente. Todas llevaban pequeños mantos. Cerraban el cortejo las demás mujeres.

Como no se podía ir en línea recta desde la posada al Templo, tuvieron que dar una vuelta pasando por varias calles. Todo el mundo se admiraba de ver el hermoso cortejo y en las puertas de varias casas rendían honores. En María se notaba algo de santo y de conmovedor. A la llegada de la comitiva he visto a varios servidores del Templo empeñados en abrir con grande esfuerzo una puerta muy alta y muy pesada, que brillaba como oro y que tenía grabadas varias figuras: cabezas, racimos de uvas y gavillas de trigo. Era la Puerta Dorada. La comitiva entró por esa puerta. Para llegar a ella era preciso subir cincuenta escalones; creo que había entre ellos algunos descansos. Quisieron llevar a María de la mano; pero ella no lo permitió: subió los escalones rápidamente, sin tropiezos, llena de alegre entusiasmo. Todos se hallaban profundamente conmovidos.

Bajo la Puerta Dorada fue recibida María por Zacarías, Joaquín y algunos sacerdotes que la llevaron hacia la derecha, bajo la amplia arcada de la puerta, a las altas salas donde se había preparado una comida en honor de alguien. Aquí se separaron las personas de la comitiva. La mayoría de las mujeres y de las niñas se dirigieron al sitio del Templo que les estaba reservado para orar. Joaquín y Zacarías fueron al lugar del sacrificio. Los sacerdotes hicieron todavía algunas preguntas a María en una sala y cuando se hubieron retirado, asombrados de la sabiduría de la niña, Ana vistió a su hija con el tercer traje de fiesta, que era de color azul violáceo y le puso el manto, el velo y la corona ya descritos por mí al relatar la ceremonia que tuvo lugar en la casa de Ana.

Entre tanto Joaquín había ido al sacrificio con los sacerdotes. Luego de recibir un poco de fuego tomado de un lugar determinado, se colocó entre dos sacerdotes cerca del altar. Estoy demasiada enferma y distraída para dar la explicación del sacrificio en el orden necesario. Recuerdo lo siguiente: no se podía llegar al altar más que por tres lados. Los trozos preparados para el holocausto no estaban todos en el mismo lugar, sino puestos alrededor, en distintos sitios. En los cuatro extremos del altar había cuatro columnas de metal, huecas, sobre las cuales descansaban cosas que parecían caños de chimenea. Eran anchos embudos de cobre terminados en tubos en forma de cuernos, de modo que el humo podía salir pasando por sobre la cabeza de los sacerdotes que ofrecían el sacrificio.

Mientras se consumía sobre el altar la ofrenda de Joaquín, Ana fue con María y las jóvenes que la acompañaban, al vestíbulo reservado a las mujeres. Este lugar estaba separado del altar del sacrificio por un muro que terminaba en lo alto en una reja. En medio de este muro había una puerta. El atrio de las mujeres, a partir del muro de separación, iba subiendo de manera que por lo menos las que se hallaban más alejadas podían ver hasta cierto punto el altar del sacrificio. Cuando la puerta del muro estaba abierta, algunas mujeres podían ver el altar.

María y las otras jóvenes se hallaban de pie, delante de Ana, y las demás parientas estaban a poca distancia de la puerta. En sitio aparte había un grupo de niños del Templo, vestidos de blanco, que tañían flautas y arpas. Después del sacrificio se preparó bajo la puerta de separación un altar portátil cubierto, con algunos escalones para subir. Zacarías y Joaquín fueron con un sacerdote desde el patio hasta este altar, delante del cual estaba otro sacerdote y dos levitas con rollos y todo lo necesario para escribir. Un poco atrás se hallaban las doncellas que habían acompañado a María.

María se arrodilló sobre los escalones; Joaquín y Ana extendieron las manos sobre su cabeza. El sacerdote cortó un poco de sus cabellos, quemándolos luego sobre un brasero. Los padres pronunciaron algunas palabras, ofreciendo a su hija, y los levitas las escribieron.

Entretanto las niñas cantaban el salmo «Eructavit cor meum verbum bonum» y los sacerdotes el salmo «Deus deorum Dominus locutus est» mientras los niños tocaban sus instrumentos. Observé entonces que dos sacerdotes tomaron a María de la mano y la llevaron por unos escalones hacia un lugar elevado del muro, que separaba el vestíbulo del Santuario. Colocaron a la niña en una especie de nicho en el centro de aquel muro, de manera que ella pudiera ver el sitio donde se hallaban, puestos en fila, varios hombres que me parecieron consagrados al Templo. Dos sacerdotes estaban a su lado; había otros dos en los escalones, recitando en alta voz oraciones escritas en rollos.

Del otro lado del muro se hallaba de pie un anciano príncipe de los sacerdotes, cerca del altar, en un sitio bastante elevado que permitía vérsele el busto. Yo lo vi presentando el incienso, cuyo humo se esparció alrededor de María. Durante esta ceremonia vi en torno de María un cuadro simbólico que pronto llenó el Templo y lo oscureció. Vi una gloria luminosa debajo del corazón de María y comprendí que ella encerraba la promesa de la sacrosanta bendición de Dios. Esta gloria aparecía rodeada por el arca de Noé, de manera que la cabeza de María se alzaba por encima y el arca tomaba a su vez la forma del Arca de la Alianza, viendo luego a ésta corno encerrada en el Templo.

Luego vi que todas estas formas desaparecían mientras el cáliz de la santa Cena se mostraba fuera de la gloria, delante del pecho de María, y más arriba, ante la boca de la Virgen, aparecía un pan marcado con una cruz. A los lados brillaban rayos de cuyas extremidades surgían figuras con símbolos místicos de la Santísima Virgen, como todos los nombres de las Letanías que le dirige la Iglesia. Subían, cruzándose desde sus hombros, dos ramas de olivo y de ciprés, o de cedro y de ciprés, por encima de una hermosa palmera junto con un pequeño ramo que vi aparecer detrás de ella. En los espacios de las ramas pude ver todos los instrumentos de la pasión de Jesucristo. El Espíritu Santo, representado por una figura alada que parecía más forma humana que paloma, se hallaba suspendido sobre el cuadro, por encima del cual vi el cielo abierto, el centro de la celestial Jerusalén, la ciudad de Dios, con todos sus palacios, jardines y lugares de los futuros santos. Todo estaba lleno de ángeles, y la gloria, que ahora rodeaba a la Virgen Santísima, lo estaba con cabezas de estos espíritus. ¡Ah, quién pudiera describir estas cosas con palabras humanas!…

Se veía todo bajo formas tan diversas y tan multiformes, derivando unas de las otras en tan continuada transformación, que he olvidado la mayor parte de ellas. Todo lo que se relaciona con la Santísima Virgen en la antigua y en la nueva Alianza y hasta en la eternidad, se hallaba allí representado. Sólo puedo comparar esta visión a otra menor que tuve hace poco, en la cual vi en toda su magnificencia el significado del santo Rosario. Muchas personas, que se creen sabias, comprenden esto menos que los pobres y humildes que lo recitan con simplicidad, pues éstos acrecientan el esplendor con su obediencia, su piedad y su sencilla confianza en la Iglesia, que recomienda esta oración. Cuando vi todo esto, las bellezas y magnificencias del Templo, con los muros elegantemente adornados, me parecían opacos y ennegrecidos detrás de la Virgen Santísima. El Templo mismo parecía esfumarse y desaparecer: sólo María y la gloria que la rodeaba lo llenaba todo.

Mientras estas visiones pasaban delante de mis ojos, dejé de ver a la Virgen Santísima bajo forma de niña: me pareció entonces grande y como suspendida en el aire. Con todo veía también, a través de María, a los sacerdotes, al sacrificio del incienso y a todo lo demás de la ceremonia. Parecía que el sacerdote estaba detrás de ella, anunciando el porvenir e invitando al pueblo a agradecer y a orar a Dios, porque de esta niña habría de salir algo muy grandioso. Todos los que estaban en el Templo, aunque no veían lo que yo veía, estaban recogidos y profundamente conmovidos. Este cuadro se desvaneció gradualmente de la misma manera que lo había visto aparecer. Al fin sólo quedó la gloria bajo el corazón de María y la bendición de la promesa brillando en su interior. Luego desapareció también y sólo vi a la niña María adornada entre los sacerdotes.

Los sacerdotes tomaron las guirnaldas que estaban alrededor de sus brazos y la antorcha que llevaba en la mano, y se las dieron a las compañeras. Le pusieron en la cabeza un velo pardo y la hicieron descender las gradas, llevándola a una sala vecina, donde seis vírgenes del Templo, de mayor edad, salieron a su encuentro arrojando flores ante ella. Detrás iban sus maestras, Noemí, hermana de la madre de Lázaro, la profetisa Ana y otra mujer. Los sacerdotes recibieron a la pequeña María, retirándose luego.

Los padres de la Niña, así como sus parientes más cercanos, se encontraban allí. Una vez terminados los cantos sagrados, despidióse María de sus padres. Joaquín, que estaba profundamente conmovido, tomó a María entre sus brazos y apretándola contra su corazón, dijo en medio de las lágrimas: «Acuérdate de mi alma ante Dios». María se dirigió luego con las maestras y varias otras jóvenes a las habitaciones de las mujeres, al Norte del Templo. Estas habitaban salas abiertas en los espesos muros del Templo y podían, a través de pasajes y escaleras, subir a los pequeños oratorios colocados cerca del Santuario y del Santo de los Santos. Los deudos de María volvieron a la sala contigua a la Puerta Dorada, donde antes se habían detenido quedándose a comer en compañía de los sacerdotes. Las mujeres comían en sala aparte.

He olvidado, entre otras muchas cosas, por qué la fiesta había sido tan brillante y solemne. Sin embargo, sé que fue a consecuencia de una revelación de la voluntad de Dios. Los padres de María eran personas de condición acomodada y si vivían pobremente era por espíritu de mortificación y para poder dar más limosnas a los pobres. Así es cómo Ana, no sé por cuánto tiempo, sólo comió alimentos fríos. A pesar de esto trataban a la servidumbre con generosidad y la dotaban. He visto a muchas personas orando en el Templo. Otras habían seguido a la comitiva hasta la puerta misma.

Algunos de los presentes debieron tener cierto presentimiento de los destinos de la Niña, pues recuerdo unas palabras que Santa Ana en un momento de entusiasmo jubiloso dirigió a las mujeres, cuyo sentido era: «He aquí el Arca de la Alianza, el vaso de la Promesa, que entra ahora en el Templo». Los padres de María y demás parientes regresaron hoy a Bet-Horon.

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