Hay que colocar los desposorios de María y José dentro de las costumbres judías de aquella época.

En este artículo detallamos como eran esas costumbres.

Pero su boda no fue la de cualquiera pareja judía.

 

Y de las particularidades de la misma han tenido visiones místicas dos de las más reputadas videntes: Ana Catalina Emmerich y María de Jesús de Agreda.

 

VISIONES DE LOS DESPOSORIOS DE ANA CATALINA EMMERICH

La Santa Virgen vivía en el colegio con otras muchas vírgenes bajo la vigilancia de piadosas matronas.

Esas vírgenes se ocupaban de bordados y obras de esa clase para las colgaduras del templo y paramentos sacerdotales.

También cuidaban del aseo de los vestidos y de otros objetos pertenecientes al culto divino.

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Tenían celditas con vista al interior del santuario, en las cuales oraban y meditaban.
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Cuando llegaban a la edad nubil, se procuraba casarlas.
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Sus padres las habían consagrado enteramente a Dios al conducirlas al templo.
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Y entre los más piadosos israelitas, había el presentimiento de que uno de estos matrimonios, produciría a su tiempo la venida del Mesías.

Habiendo pues cumplidos catorce años la Sma. Virgen y debiendo se salir del lugar santo pronto con otras siete niñas para casarse, ví que Santa Ana la vino a visitar.

Ya no vivía Joaquín.

La Santa Virgen tenía una cabellera abundante, de un rubio dorado, cejas negras y arqueadas, ojos grandes, habitualmente bajos, con largas pestañas negras, nariz de bella forma y un poco larga, boca noble y graciosa y barba afilada.

Su talla era mediana y marchaba con gracia, decencia y gravedad.

Cuando se anuncio a María que debía dejar el colegio y casarse, la ví profundamente conmovida.

Y declaró al sacerdote que ella no deseaba dejar el templo, que se había consagrado solo a Dios y que no le agradaba el matrimonio, pero se le respondió que debía de casarse.

Enseguida la vi en el oratorio rogar a Dios con fervor.

Me acuerdo también que, teniendo mucha sed, bajó con su cantarito para llenarlo de agua en un estanque o depósito y de allí oyó una voz sin aparición visible, que le consoló y la fortificó haciéndole conocer que debía consentir en casarse.

Después, se enviaron mensajeros a todas partes del país convocando al templo a todos los hombres solteros del linaje de David.

Reunidos y que fueron muchos de ellos al santuario en traje de fiesta, los presentaron a la santa Virgen; y ví entre ellos a un joven muy piadoso de la comarca de Belén.

Este joven había pedido a Dios con gran fervor el cumplimiento de la promesa y descubrí en su corazón un gran deseo de ser esposo de María.

Cuando María volvió a su celda, derramó santas lágrimas porque no podía ni siquiera imaginarse que tuviese que dejar de ser virgen.

Entonces vi que el gran sacerdote obedeciendo a un impulso interior que había recibido, presentó una vara a cada uno de los asistentes y les encargó que escribiesen su nombre en la respectiva vara y que cada uno la tuviera en la mano durante la oración y el sacrificio.

Cuando hubieron practicado todo lo que se les dijo, se recogieron las varas, se colocaron sobre el altar ante el SANTO DE LOS SANTOS y se les anunció que aquel cuya vara floreciera, sería el designado por Dios para ser el esposo de María de Nazaret.

En virtud de la orden del gran sacerdote, José vino también a Jerusalén y se presentó al templo.

También se le hizo tener en la mano una vara durante la oración y el sacrificio.

Cuando se disponía ponerla sobre el altar ante el SANTO DE LOS SANTOS, brotó de la vara una flor blanca semejante a una azucena y vi bajar sobre él cierta aparición luminosa; era como si hubiese recibido el Espíritu Santo.

Se conoció pues que, José era el hombre designado por Dios para esposo de la santa Virgen.
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Los sacerdotes lo presentaron a la santa Virgen María en presencia de su madre.
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María resignada con la voluntad de Dios, lo aceptó humildemente como su esposo, porque sabía que todo es posible para Dios, que había recibido su voto de pertenecer a EL únicamente.

José, hijo de Jacob, era el tercero de seis hermanos.

Sus padres moraban enfrente de Belén, en una gran casa que en otro tiempo fue de Isaí o Jessé, padre de David.

En la época de José solo existían los gruesos muros de la antigua construcción.

José, que en esta visión tendría ocho años, era de un carácter muy diverso del de sus hermanos.

Al mismo tiempo que poseía una gran aventajada inteligencia y muy feliz memoria, era también sencillo, pacífico, piadoso y sin ambición.

Sus hermanos le hacían sufrir de varios modos y a veces lo maltrataban.

En una época en que él tendría doce años cumplidos.

Ví que para liberarse de las ofensas de sus hermanos, iba con frecuencia al otro lado de Belén, no lejos de lo que fue después la gruta del Pesebre, a pasar algún tiempo entre piadosas personas que pertenecían a una reducida comunidad de esenios.

La persecución de sus hermanos le hizo por fin imposible la permanencia en casa de sus padres.

Vi que un amigo de Belén, cuya casa estaba separada de la de José por un arroyuelo, le proporcionó vestidos con qué disfrazarse y con ese medio dejó la casa paterna; y se fue a otra parte a ganar la vida con su oficio de carpintero.

Tendría entonces de 18 a 20 años.

José era piadoso, bueno y sincero; y todos lo querían.

Más tarde lo vi en Tiberíades trabajando para un patrón.

José vivía solo en una casa a la orilla del agua, tendría entonces 33 años de edad.

Mucho tiempo hacía que sus padres habían muerto en Belén; dos de sus hermanos habitaban allí y los otros se hallaban dispersos.

José era justo y pedía vehementemente la venida del Mesías.

Se ocupaba en arreglar junto a su casa un oratorio donde poder orar con más fervor.

Cuando un ángel le dijo que no continuase el trabajo, porque así como en otro tiempo Dios había confiado al patriarca José la administración del trigo de Egipto, así ahora, iba a confiar a su cuidado el granero que encerraba la mies de la Salvación.

José en su humildad no comprendió estas palabras y siguió orando con empeño hasta que lo citaron a que fuese al templo de Jerusalén para aspirar, en virtud de una prescripción de lo alto; es decir, a ser esposo de la Santísima Virgen.

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Las bodas de María y de José que duraron de siete a ocho días, fueron celebradas en Jerusalén en una casa vecina a la montaña de Sión, que se alquilaba casi siempre para fiestas de éste género.

Además de las maestras y de las condiscípulas de María en el colegio del templo, había muchos parientes de Ana y Joaquín.

Las bodas fueron solemnes y suntuosas y se inmolaron muchos corderos en sacrificio.

Vi muy bien a María en su traje de desposada.

Vestía una saya muy ancha con mangas y abierta por delante; sobre la saya lucía una capa o manto azul celeste que le caía sobre las espaldas, se plegaba por los dos lados y terminaba en cola.

En la mano izquierda llevaba una pequeña corona de rosas de seda encarnada y blanca, y en la derecha un hermoso candelero dorado en que ardía algo que producía una llama blanquecina.

Las vírgenes del templo, arreglaron los cabellos de María, haciéndolo con increíble destreza.

Ana había traído el traje de novia y la virgen por su humildad, no quiso volver a ponérselo después de su desposorio.

Prendiéronle los cabellos en torno de la cabeza, cubriéndola con un velo blanco que le caía sobre los hombros y sobre el velo, le pusieron una corona.

José vestía una saya larga de color azul, las mangas que eran muy anchas, estaban sujetas a los lados por cordones.

Le rodeaba el cuello un collar oscuro o más bien, una ancha estola y dos bandas blancas le colgaban sobre el pecho..

Ví a María y José durante la fiesta en traje de bodas y en una ocasión me pareció que san José ponía el anillo nupcial en el dedo de la Sma. Virgen.

Terminadas las bodas, la Sma. Virgen en compañía de su madre Ana, se fue a Nazaret; también la acompañaron hasta cierta distancia del camino muchas otras vírgenes que dejaron el templo juntamente con ella.

María hizo el viaje a pié, José había ido a Belén para arreglar negocios de familia y solo más tarde se marchó a Nazaret.

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EL ANILLO NUPCIAL DE MARÍA

He visto que el anillo nupcial de María no es de oro ni de plata ni de otro metal.
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Tiene un color sombrío con reflejos cambiantes.
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No es tampoco un pequeño círculo delgado, sino bastante grueso como un dedo de ancho.
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Lo vi todo liso, aunque llevaba incrustados pequeños triángulos regulares en los cuales había letras.
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Vi que estaba bien guardado bajo muchas cerraduras en una hermosa iglesia.
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Hay personas piadosas que antes de celebrar sus bodas tocan esta reliquia preciosa con sus alianzas matrimoniales.
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En estos últimos días he sabido muchos detalles relativos a la historia del anillo nupcial de María; pero no puedo relatarlo en el orden debido.

He visto una fiesta en una ciudad de Italia (Perusa) donde se conserva este anillo.

Estaba expuesto en una especie de viril, encima del tabernáculo.

Había allí un gran altar embellecido con adornos de plata.

Mucha gente llevaba sus anillos para hacerlos tocar en la custodia.

Durante esta fiesta he visto aparecer de ambos lados del altar del anillo, a María y a José con sus trajes de bodas.

Me pareció que José colocaba el anillo en el dedo de María.

En aquel momento vi el anillo todo luminoso, como en movimiento.

A la izquierda y a la derecha del altar, vi otros dos altares, los cuales probablemente no se hallaban en la misma iglesia; pero me fueron mostrados allí en esta visión.

Sobre el altar de la derecha se hallaba una imagen del Ecce Homo, que un piadoso magistrado romano, amigo de San Pedro, había recibido milagrosamente.

Sobre el altar de la izquierda estaba una de las mortajas de Nuestro Señor.

Terminadas las bodas, se volvió Ana a Nazaret, y María partió también en compañía de varias vírgenes que habían dejado el Templo al mismo tiempo que ella.

No sé hasta dónde acompañaron a María: sólo recuerdo que el primer sitio donde se detuvieron para pasar la noche fue la escuela de Levitas de Bet-Horon.

María hacía el viaje a pie.

Después de las bodas, José había ido a Belén para ordenar algunos asuntos de familia.

Más tarde se trasladó a Nazaret.

 

VISIONES DE LOS DESPOSORIOS DE MARÍA DE JESÚS DE AGREDA

Llega María a la pubertad. Mándala el Señor que tome esposo.

Obedece a pesar de sus votos, y el Sumo Sacerdote congrega a los varones libres que aspiran a la mano de María.

Florece la vara de José, y se celebran sus desposorios con la Virgen.

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Sentía ya nuestra divina Princesa que se llegaba el claro día de la vista deseada del sumo bien, y como por crepúsculos y anuncios reconocía en sus potencias la fuerza de los rayos de aquella luz divina que ya se le acercaba.
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Enardecíase toda con la vecindad de la invisible llama que alumbra y no consume.

Y con estas esperanzas y con la vista de los espíritus divinos se alentaron algo las ansias de María Santísima por la vista de su amado.

Pero aquel linaje de amor que busca al objeto nobilísimo de la voluntad, sólo con él se satisface, y sin él, aunque sea con los mismos ángeles y santos, no descansa el corazón herido de las flechas del Todopoderoso.

A los trece años y medio, estando ya en esta edad muy crecida nuestra hermosísima princesa María purísima, tuvo otra visión abstractiva de la Divinidad por el mismo orden y forma que las otras de este género.

En esta visión podemos decir sucedió lo mismo que dice la escritura de Abraham, cuando le mandó Dios sacrificar a su hijo querido Isaac, única prenda de todas sus esperanzas.

Tentó Dios a Abraham – dice Moisés – probando y examinando su pronta obediencia para coronarla.

A nuestra gran Señora podemos decir también que tentó Dios en esta visión, mandándola que tomase el estado de matrimonio.

Había celebrado el Altísimo con la divina princesa María solemne desposorio, cuando fue llevada al templo, confirmándole con la aprobación del voto de castidad que hizo, y con la gloria y presencia de todos los espíritus angélicos.

Habíase despedido la candidísima paloma de todo humano comercio, sin atención, sin cuidado, sin esperanza y sin amor a ninguna criatura, convertida toda y transformada en el amor casto y puro de aquel sumo bien que nunca desfallece, sabiendo que sería más casta con amarle, más limpia con tocarle y más virgen con recibirle.

Hallándola en esta confianza el mandato del Señor, que recibiese esposo terreno y varón, sin manifestarle luego otra cosa,.

¿Qué novedad y admiración haría en el pecho inocentísimo de esta divina doncella, que vivía segura de tener por esposo a sólo el mismo Dios que se lo mandaba?

Mayor fue esta prueba que la de Abraham; pues no amaba él tanto a Isaac, cuanto María Santísima amaba la inviolable castidad.

Turbóse algún poco la castísima doncella María, según la parte inferior, como sucedió después con la embajada del Arcángel San Gabriel.

Pero, aunque sintió alguna tristeza; no le impidió la más heroica obediencia, que hasta entonces había tenido, con que se resignó toda en las manos del Señor.

En el ínterin que nuestra gran Princesa se ocupaba cuidadosa con esta operación, ansias y congojas rendidas y prudentes, habló Dios en sueños al sumo sacerdote, que era el santo Simeón, y le mandó que dispusiese, cómo dar estado de casada a María, hija de Joaquín y Ana de Nazareth; porque Su Majestad la miraba con especial cuidado y amor.

El santo sacerdote respondió a Dios, preguntándole su voluntad en la persona con quien la doncella María tomaría estado dándosela por esposa.

Ordenóle el Señor que juntase a los otros sacerdotes y letrados, y les propusiese cómo aquella doncella era sola y huérfana, y no tenía voluntad de casarse.

Pero que, según la costumbre de no salir del templo las primogénitas sin tomar estado, era conveniente hacerlo con quien más a propósito les pareciese.

Obedeció el sacerdote Simeón a la ordenación divina; y habiendo congregado a los demás, les dio noticia de la voluntad del Altísimo y les propuso el agrado que Su Majestad tenía de aquella doncella María de Nazareth, según se le había revelado.

Y que hallándose en el templo, y faltándole sus padres, era obligación de todos ellos cuidar de su remedio, y buscarle esposo digno de mujer tan honesta, virtuosa y de costumbres tan irreprensibles, como todos habían conocido de ella en el templo.

Y a más de esto la persona, la hacienda, la calidad y las demás partes eran muy señaladas, para que se reparase mucho a quien todo se había de entregar.

Añadió también que María de Nazareth no deseaba tomar estado de matrimonio; pero que no era justo saliese del templo sin él, porque era huérfana y primogénita.

Conferido este negocio en la junta de los sacerdotes y letrados, y movidos todos con impulso y luz del cielo, determinaron que en cosa donde se deseaba tanto el acierto, y el mismo Señor había declarado su beneplácito, convenía inquirir su santa voluntad en lo restante.

Y pedirle señalase por algún modo la persona que más a propósito fuese para esposo de María, y que fuese de la casa y linaje de David, para que se cumpliese con la ley.

Determinaron para esto un día señalado, en que todos los varones libres y solteros de este linaje, que estaban en Jerusalén, se juntasen en el templo.

Y vino a ser aquel día el mismo en que nuestra Princesa del cielo cumplía catorce años de edad.

Y como era necesario darle a ella noticia de este acuerdo y pedirla su consentimiento, el sacerdote Simeón la llamó, y la propuso el intento que tenían él y los demás sacerdotes de darla esposo antes que saliese del templo.

Esto sucedió nueve días antes del que estaba señalado para la última resolución y ejecución del acuerdo.

Y en este tiempo la Santísima Virgen multiplicó sus peticiones al Señor con incesantes lágrimas y suspiros, pidiendo el cumplimiento de su divina voluntad en lo que tanto, según sus cuidados, le importaba.

Un día de estos nueve se la apareció el Señor y la dijo: Esposa y paloma mía, dilata tu afligido corazón, y no se turbe ni contriste.

Yo estoy atento a tus deseos y ruegos, y lo gobierno todo, y por mi luz va regido el sacerdote: yo te daré esposo de mi mano, que no impido tus santos deseos, pero que con mi gracia te ayude en ellos.

Yo te buscaré varón perfecto conforme a mí corazón.

Llegó el día señalado, en que cumplía nuestra princesa María los catorce años, de su edad, y en él se juntaron los varones descendientes de la tribu de Judà y linaje de David, de quien descendía la soberana Señora, que a la sazón estaba en la ciudad de Jerusalén.

Entre los demás fue llamado José, natural de Nazareth y morador de la misma ciudad santa; porque era uno de los del linaje real de David.

Era entonces de edad de treinta y tres años, de persona bien dispuesta y agradable rostro, pero de incomparable modestia y gravedad.

Y sobre todo era castísimo de obras y pensamientos, con inclinaciones santísimas, y que desde doce años de edad tenía hecho voto de castidad.

Era deudo de la Virgen María en tercer grado, y de vida purísima, santa e irreprensible en los ojos de Dios y de los hombres.

Congregados todos estos varones libres en el templo, hicieron oración al Señor junto con los sacerdotes, para que todos fuesen gobernado por su divino Espíritu en lo que debían hacer.

El Altísimo habló al corazón del sumo sacerdote, inspirándole que a cada uno de los jóvenes allí congregados pusiese una vara seca en las manos, y todos pidiesen con viva fe a Su Majestad declarase por aquel medio a quién había elegido por esposo de María.

Y como el buen, olor de su virtud y honestidad, y la fama de su hermosura, hacienda y calidad y ser primogénita y sola en su casa era manifiesto a todos, cada cual codiciaba la dichosa suerte de merecerla por esposa.

Sólo el humilde y rectísimo José entre los congregados se reputaba por indigno de tanto bien.

Y acordándose del voto de castidad que tenía hecho, y proponiendo de nuevo, su perpetua observancia, se resignó en la divina voluntad, dejándose a lo que de él quisiera disponer, pero con mayor veneración y aprecio que otro alguno de la honesta doncella María.

Estando todos los congregados en esta oración, se vio florecer la vara sola que tenía José, y al mismo tiempo bajar de arriba una paloma candidísima, llena de admirable resplandor, que se puso sobre la cabeza del mismo santo.

Con la declaración y señal del cielo los sacerdotes dieron a San José por esposo elegido del mismo Dios para la doncella María.

Y llamándola para el desposorio, salió la escogida como el sol más hermosa que la luna y apareció en presencia de todos con un semblante más que de ángel, de incomparable hermosura, honestidad y gracia, y los sacerdotes la desposaron con el más, casto y santo de los varones, José.

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