El perdón es una de las características centrales de nuestro Dios misericordioso.

Y requiere nuestra intención de enmienda.

Pero más difícil es para los hombres perdonar al prójimo.

Y sobre todo mantener ese perdón a través del tiempo.

Por eso el perdón debe ser una acción en el que se comprometen el ofendido y el ofensor.

Donde el ofensor debe admitir la ofensa y asegurarle al ofendido que está dolido por el daño que causó.

Y también convencerle que tiene una verdadera intención de no repetir el daño.

Sólo así se podrá recomponer la confianza en un proceso gradual.

Todo esto se basa en la formación de una actitud de perdonar y otorgar el perdón, que los padres deberían tratar de desarrollar en los niños.

Porque el perdón es un precepto fundamental del cristianismo.

  

EL PERDÓN ESTÁ RELACIONADO CON LA MISERICORDIA DE DIOS

La Biblia habla repetidamente sobre el perdón.

Hay especialmente una parábola en Mateo 18: 21-35, en qué un siervo despiadado le pide perdón por sus deudas al Rey.

El rey condona la deuda y luego él no condona la deuda de un prójimo.

El Rey es Dios que perdona una deuda mayúscula y la otra persona es un prójimo al que el siervo no quiere perdonar una deuda mucho menor.

Aquí se ve cómo actúa el perdón de Dios, perdonando misericordiosamente nuestros grandes pecados.

Pero que después juzga negativamente cuando nosotros no perdonamos los pecados de los prójimos.

Nosotros somos criaturas indignas para que Dios nos perdonara todos los pecados en la cruz, pero lo hizo por su gran misericordia y amor por nosotros.

Y luego de ese acto que realizó, permanentemente nos perdona los pecados que hacemos.

Se ha puesto de moda en estos tiempos decir que la misericordia de Dios es infinita, que perdona siempre, como está escrito en la escritura hasta 70 veces 7.

Sin embargo a veces da la impresión que la gente piensa que el perdón y sus consecuencias es similar, aún sin que el perdonado tenga intención de enmienda.

Curiosamente las homilías de los últimos tiempos están poniendo énfasis en que Dios perdona nuestros pecados, pero no hacen mención de nuestra intención de enmienda.

Como si fuera algo que no le importara a Dios.

Y por lo tanto esas homilías abren la puerta a que los pecados se perpetúen.

En Números 14: 22-23 dice “todos los hombres que me han tentado ya 10 veces no verán la Tierra que prometí a sus padres”.

Y tenemos el caso de Saúl, que fue abandonado cuando desobedeció a Dios por segunda vez.

Dios Perdona siempre nuestros pecados cuando se lo pedimos.

Y cuando tenemos intención de enmienda y trabajamos para no pecar más, Él es capaz de detener las cosas malas que nos pueden suceder.

Cuando pecamos una vez tras otra y se van acumulando en nuestra vida los mismos pecados, llega un momento en que Él nos suelta la mano y entonces deja pasar los castigos.

Pensemos el ejemplo de un narcotraficante.

El peca gravemente contra la salud física y espiritual de la gente proporcionándole adicciones.

El narcotraficante hace una carrera de delitos y pecados, va para arriba en su negocio, todo le sale bien y no tiene consecuencias negativas personales por tales pecados.

Pero llega un momento en que se han acumulado tantos pecados que llenan el vaso y lo desbordan.

Entonces el narco cae preso o es muerto por otros narcos o tiene otros problemas.

Llega un momento en que Dios efectivamente deja pasar los castigos.

No lo hizo al inicio de su carrera cuando cometía los mismos pecados, pero llega un nivel de acumulación que desborda su paciencia.

Ahora veámoslo en la cadena del perdón entre seres humanos.

Nosotros recibimos la gracia del perdón de Dios y Él pretende que extendamos esa gracia a los demás.

Cuando no somos misericordiosos con los demás y no perdonamos nos vemos privados de la vida plena que Dios quiere para nosotros.

En 2 Corintios 2: 5-11, San Pablo advierte que la falta de perdón puede ser una apertura hacia satanás.

Siempre Dios está dispuesto a perdonarnos y evitar males en nosotros, pero el maligno está dispuesto a que nos traslademos ese beneficio a los demás.

Una de las dificultades centrales que tenemos para perdonar está relacionada con la mala interpretación de lo que significa perdonar, exacerbada por el enemigo.

Se perdona a la persona no al acto.

Perdonar no significa olvidar el dolor ni restar importancia a lo que nos hicieron.

Tampoco significa que nos obligamos a una relación emocionalmente intensa y positiva con la persona a la que perdonamos.

El perdón es una decisión no una emoción.

Y en los hechos significa que abdicamos de cualquier represalia contra lo que la otra persona nos hizo.

Como ya sabemos, el perdón es más útil para quien perdona que para quien es perdonado, en el caso de los seres humanos.

Porque el perdonar te libera de pasiones negativas y te acerca a Dios.

También te previene que cometas un pecado contra la otra persona que te lo cometió a ti, como venganza.

  

EL PERDÓN ES UN PROCESO

Para el caso de Dios, el perdón es algo constitutivo de su naturaleza.

Perdona como un hecho habitual para darte más oportunidades de conversión.

Pero en el caso de los seres humanos el perdón hacia los otros requiere un camino para tomar la decisión, que a veces es largo y sostenido en el tiempo.

El primer paso es llegar a la conclusión racional que permita tomar la decisión de perdonar al otro.

Pero esto no necesariamente es un evento de una sola vez, en el que decidimos perdonar y ya el olvido puso su manto.

Muchas veces las cosas no son tan simples y requieren un proceso, dependiendo de la personalidad de cada uno.

No hay que olvidar tampoco que el maligno ópera tratando de tentarnos al revertir nuestra decisión de perdonar.

Hay casos, y todos conocemos algunos, de personas que quieren perdonar racionalmente a otra pero no logran sostener ese perdón en el tiempo.

También hay rasgos de personalidad que llevan algunas personas a sentirse ofendidas sistemáticamente por otras.

A esas personas a veces les llamamos como que están “peleadas con el mundo”.

No sólo ven ofensas en actos que otros no las verían, y les cuesta dejarlas pasar por alto y perdonar.

Pero estos son casos digamos patológicos.

En otros casos no tan patológicos, puede suceder que la persona perdone a otra, pero su perdón se vaya erosionando con el tiempo.

Vuelve la tentación de sentirse ofendido, y entonces la decisión de perdón se vuelve para atrás.

Como si la herida se reabriera y exige una nueva decisión de perdonar.

En este caso el perdón no sería un evento de una sola vez, sino diversos eventos en que el perdonador debe tomar la decisión del perdón.

Quizás puede ser la interpretación qué le podemos dar a lo que dijo Nuestro Señor, cuando Pedro le pregunta cuántas veces lo debo perdonar a mi hermano ¿hasta 7 veces?

Y Jesús le contesta 70 veces 7, lo que no es un cálculo matemático de cuántas veces hay que perdonar, sino el mensaje es que el perdón es perpetuo.

De modo que debemos estar preparados para perdonar múltiples pecados, pero también para perdonar muchas veces un mismo pecado que nos hicieron.

Podría ser perdonar una misma ofensa setenta veces siete.

Y esto implica necesariamente tener la voluntad permanente de perdonar, la actitud de perdón, que es lo central y lo que cuesta más a algunas personas.

Debemos comenzar pidiendo a Dios ayuda para perdonar:

“Dios mío me está costando mucho perdonar. Por favor ayúdame a querer perdonar”.

Debemos recurrir al modelo del perdón que es Jesucristo mismo.

Viéndolo colgado en la cruz podemos reflexionar sobre cómo sufrió para perdonar nuestros pecados.

Y si llegamos a comprender esto, veremos que perdonar una ofensa de otra persona no es comparable a lo que Jesús sufrió en la cruz.

Debemos tener la voluntad de perdonar.

La voluntad de cerrar nuestra mente al recuerdo de las emociones que sentimos cuando pensamos en la ofensa.

Debemos propender a lograr la paz del corazón y de la mente y luchar contra la tentación de negarnos a perdonar.

  

EN EL PERDÓN DEBEN PARTICIPAR EL OFENSOR Y EL OFENDIDO

El ofensor y el ofendido deben participar en el acto del perdón para que el perdón sea completo y funcione.

Muchas veces nos encontramos con que hay gente que quiere ser perdonada y el ofendido no le perdona.

Y al revés, el ofendido le perdonaría pero el ofensor no cree que deba pedir perdón.

En orgullo herido está detrás todas estas cosas.

En el evangelio de Mateo 5 Jesús dice que si tu hermano tiene algo contra ti, primero ve a reconciliarte con tu hermano y luego ofrece tu ofrenda al altar.

Esto significa que si tu hermano tiene algo contra ti, tú tienes que tratar de buscar el perdón de tu hermano.

Y no al revés como generalmente se interpreta.

Porque es común hoy decir “si mi hermano no me perdona es su problema”.

En realidad Jesús está enseñando qué sí es mi problema y mi preocupación que mi hermano me perdone.

Y ese es un precepto esencial cristiano.

Puedo orar pidiendo “Dios mío por favor ayuda a mi hermano a perdonarme”.

Puedo ayunar y ofrecer sacrificios para que él reciba la gracia necesaria para perdonarme.

Mientras que nosotros debemos pedir la gracia de saber cómo pedir perdón, arrepentirnos de lo que hemos hecho, y proponernos realmente no hacerlo más.

Y aquí llegamos a cómo debemos pedir perdón, que no es tan simple como simplemente decirlo.

En primer lugar hay que admitir el error.

Muchas personas esquivan decirlo y tejen excusas atribuyéndole la culpa a otras cosas.

La segunda cosa a tener en cuenta es reconocer el daño que se ha hecho.

Porque el ofendido a veces tiene la sensación que el ofensor no comprende realmente la magnitud del daño.

Y por eso teme que vuelva a ocurrir, si el ofensor no tiene una comprensión profunda de lo que pasó.

Por lo tanto el ofensor debería reconocer que está dolido por el daño que hizo y como lastimó a la otra persona.

Y eso nos lleva al tercer paso que es expresar ese dolor.

El ofendido debe sentir que el ofensor tiene una pena profunda y auténtica por lo que hizo.

Y así llegamos al cuarto paso que es solicitar el perdón.

A alguna gente se le complica entregarle al otro el poder de perdonar, se sienten que han perdido autonomía.

Pero debieran pensar que otorgar el perdón puede ser todo un desafío para la otra persona.

Por lo tanto deberían reconocer el esfuerzo que tendría que hacer el ofendido por otorgar el perdón.

Finalmente el último paso es comprometerse a cambiar.

Porque puede quedar un resentimiento, por más que el ofendido diga que perdonó al ofensor, y la sensación de que no puede confiar más en esa persona.

En este caso la confianza será restaurada gradualmente sólo a través de signos de reconciliación que haga el ofensor.

Este asunto del perdón requiere el desarrollo de una actitud de saber perdonar.

Y es más fácil y menos doloroso lograrla si se ha aprendido desde niño.

Por eso es especialmente importante enseñar a los niños a decir “te perdono” cuando alguien dice “lo siento” o le pide perdón directamente.

También los niños deben ver cómo los padres perdonan a otras personas y a ellos mismos.

Y además como les dan nuevas oportunidades cuando las personas hacen nuevamente una ofensa.

Como dicen los evangelios hay que perdonar hasta 70 veces 7, o sea siempre.

Acá hay algunas oraciones sobre el perdón.

  

ORACIÓN PARA PEDIR PERDÓN Y PERDONAR

Padre, me declaro culpable, pido clemencia, perdón por mis pecados.
Me acerco a ti con absoluta confianza porque sé que tú prefieres la penitencia a la muerte del pecador (cfr. Ezequiel 33,11)
A ti no te gusta ni la venganza ni el rencor, tu corazón es compasivo y misericordioso.
Y sé que sólo estás esperando a que tenga la humildad de reconocer mi pecado, arrepentirme y pedir perdón para desbordar la abundancia de tu misericordia.
Miro al horizonte: veo tus brazos abiertos y un corazón de Padre
queriendo atraerme con lazos de un amor infinito.
Padre, perdóname, quiero recibir el abrazo eterno.
Tu enseñanza es muy clara: para ser perdonados y poder entrar en el Reino de los cielos debemos tener un Corazón como el tuyo.
Nos pides que seamos buenos cristianos por la práctica de la caridad evangélica.Que seamos benévolos con quienes nos han hecho daño, con quienes nos han ofendido, nos han traicionado y nos odian, pues de otro modo no mereceremos que lo seas Tú con nosotros.
Padre, envía tu Espíritu de amor y perdona mis pecados, purifícame, sáname, restáurame, renuévame con la Sangre Redentora de tu Hijo;
ayúdame a tener un corazón como el Suyo, un corazón humilde y generoso capaz de perdonar, arranca de mí el corazón de piedra y dame un corazón de carne.

Oración del Padre Evaristo Sada

mujer orando

  

SALMO MISERERE 

Tenme piedad, oh Dios, según tu amor,
por tu inmensa ternura borra mi delito,
lávame a fondo de mi culpa,
y de mi pecado purifícame.
Pues mi delito yo lo reconozco,
mi pecado sin cesar está ante mí;
contra Ti, contra Ti solo he pecado,
lo malo a tus ojos cometí.

Por que aparezca tu justicia cuando hablas
y tu victoria cuando juzgas.
Mira que en la culpa ya nací,
pecador me concibió mi madre.
Mas Tú amas la verdad en lo íntimo del ser,
y en lo secreto me enseñas la sabiduría.
Rocíame con el hisopo, y seré limpio,
lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
Devuélveme el son del gozo y la alegría,
exulten los huesos que machacaste Tú.
Retira tu faz de mis pecados,
borra todas mis culpas.
Crea en mí, oh Dios, un puro corazón,
un espíritu dentro de mí renueva;
no me rechaces lejos de tu rostro,
no retires de mí tu santo espíritu.
Vuélveme la alegría de tu salvación,
y en espíritu generoso afiánzame;
enseñaré a los rebeldes tus caminos,
y los pecadores volverán a Ti.
Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación,
y aclamará mi lengua tu justicia;
abre, Señor, mis labios,
y publicará mi boca tu alabanza.
Pues no te agrada el sacrificio,
si ofrezco un holocausto no lo aceptas.
El sacrificio a Dios es un espíritu contrito;
un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias.
¡Favorece a Sión en tu benevolencia,
reconstruye las murallas de Jerusalén!
Entonces te agradarán los sacrificios justos,
–holocausto y oblación entera–
se ofrecerán entonces sobre tu altar novillos.

(Fuente: Directorio franciscano).

  

YO PECADOR (CONFITEOR)

Yo, pecador, me confieso a Dios todopoderoso, a la bienaventurada siempre Virgen María, al bienaventurado san Miguel Arcángel, al bienaventurado san Juan Bautista, a los santos Apóstoles Pedro y Pablo, a todos los santos, y a vosotros, hermanos, que pequé gravemente con el pensamiento, palabra y obra.

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gravísima culpa.

Por tanto, ruego a la bienaventurada siempre Virgen María, al bienaventurado san Miguel Arcángel, al bienaventurado san Juan Bautista, a los santos Apóstoles Pedro y Pablo, a todos los santos, y a vosotros, hermanos, que roguéis por mí a Dios nuestro Señor. Amén.

manos orando

  

ACTO DE CONTRICIÓN I

¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío.

Por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido.

También me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.

Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amen.

ACTO DE CONTRICIÓN II

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los Ángeles, a los Santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, Nuestro Señor.

manos con una vela

  

ORACIÓN PARA PEDIR PERDÓN

Oh Dios, dame en esta hora la gracia de reconocer debidamente mis pecados ante ti, y de arrepentirme de ellos verdaderamente.

Borra de tu libro, Señor de misericordia, mis múltiples acciones cometidas contra ti.

Perdóname todas las distracciones en la oración, mis pecados de omisión, y mis pecados deliberados contra la conciencia.

Dame luz para ver lo que he de hacer, valor para emprenderlo y firmeza para llevarlo a cabo.

Que en todas las cosas avance en la obra de santificación, de la realización de tu voluntad.

Y que en definitiva, por tu misericordia, pueda alcanzar la gloria de tu Reino eterno, por Jesucristo Nuestro Señor. Amen

  

PERDÓNAME SEÑOR

Padre bueno,
tengo necesidad de ti,
cuento contigo
para existir y para vivir.
En tu Hijo Jesús
me has mirado y amado,
pero yo no he tenido la valentía
de dejarlo y seguirlo,
y mi corazón se ha llenado de tristeza,
pero Tú, eres más fuerte que mi pecado.
Creo en tu poder sobre mi vida,
creo en tu capacidad de salvarme
así como soy ahora.
Por mi parte hago el propósito sincero
de evitar las ocasiones próximas de
pecado.
Dame tu fuerza. Acuérdate de mí.
¡Perdóname!

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