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Entrevista al padre Claudio Monge de los dominicos de Estambul.
Después de diez días de protestas y disturbios, el “modelo turco”, capaz de conciliar las leyes de la democracia, la administración liberal y los valores islámicos, al que los gobiernos que surgieron de la “primavera árabe” veían como un faro hasta ayer, ha mostrado serias limitaciones y ambigüedades.

 

disturbios en turquia

 

MISNA habló de esto con el padre Claudio Monge, teólogo y superior de la comunidad de los dominicos en Estambul, donde dirige el Centro para el Diálogo Interreligioso y Cultural.

Padre, ¿cómo interpreta las protestas que en estos días que se han extendido como reguero de pólvora?

“No fue un relámpago, sino la manifestación de un malestar que se estaba gestando desde hace tiempo en las cenizas y que necesitaba un pretexto lo suficientemente simbólico y compartido que hiciera estallar la exasperación de una parte, muy variada, de la población. El “Gezi Park” no es el Central Park de Nueva York, es apenas más que un jardín con vista a la histórica plaza Taksim, el corazón simbólico de la historia republicana de Turquía. Este jardín es un lugar de encuentro, un lugar de debate, un lugar de lectura, más que un pulmón verde (la metrópolis de Estambul necesita mucho más que eso para respirar). Las excavadoras del municipio de Estambul (extrañamente controlado por Tayyip Erdogan, quien desde hace tiempo sólo es el ex alcalde de la capital cultural e histórica de Turquía), osaron profanar este lugar de encuentro para allanar el camino a un proyecto de construcción con un significado simbólico muy diferente. En un primer momento se habló de otro centro comercial, acorde a la política liberal desenfrenada de este gobierno. Luego, una vez que estallaron las protestas, el proyecto viró hacia la reconstrucción histórica de un antiguo cuartel otomano, un recordatorio de un pasado que es buscado de forma obsesiva por el actual gobierno turco, en un intento por restablecer un vínculo histórico que ensombrezca la revolución kemalista… Entre el movimiento del Gezi Park y la actual política del Partido de Justicia y Desarrollo se consuma la confrontación entre dos formas de concebir la historia y también la sociedad de hoy: valores diferentes y formas diferentes de, incluso, soñar con el futuro.”

En estos días, muchos han comparado la plaza Taksim con la ahora famosa plaza Tahrir, un icono de la revolución egipcia. En su opinión, ¿es correcta esta comparación?

“No, yo diría que no, por varias razones. En primer lugar, los manifestantes turcos desafían la forma de manejar el poder de un primer ministro que ha sido elegido y reelegido democráticamente, no de un déspota que tomó el poder por cuenta propia. Ademas, se trata de universos culturales completamente diferentes. Turquía festejó los primeros 90 años de una república parlamentaria sui generis, sin duda, pero sigue siendo expresión de una cultura política que no nunca prohibió la búsqueda, aunque fuera difícil, de la confrontación de puntos de vista diferentes de la sociedad y el mundo. Entre otras cosas, el sistema multipartidista en Turquía se estableció formalmente desde 1946, cuando se creó el Partido Democrático, que se convirtió en el principal centro de la oposición al CHP (Partido Republicano), el partido de Mustafal Kemal Atatürk, el padre de la patria. Especialmente en las dos últimas décadas, la sociedad civil turca creció muchísimo siendo consciente de su papel. Si se quiere encontrar un elemento común entre Taksim y Tahrir, este sería el extraordinario papel que desempeñaron las redes sociales, agregadores y caja de resonancia de la protesta.”

¿Hubo habido señales que anunciaban la llegada de las protestas?

“La tensión se venía acumulando desde hacía mucho tiempo, aunque tal vez nadie previo una reacción de esta magnitud. Pocos días después de que comenzaran las protestas en Estambul, en 28 capitales de provincia de todo el país se registró el comienzo de manifestaciones masivas. Las recientes leyes o intentos de ley, expresión de un creciente autoritarismo del primer ministro y sus colaboradores, han ido alimentando progresivamente la ira de aquellos que entienden que la democracia no sólo es dominio de la mayoría, porque si así fuera no sería más que una versión especial de la ley del más fuerte, que a menudo ha caracterizado la historia turco-otomana. Por lo tanto, la prohibición del consumo de alcohol, la ley contra el aborto (que tampoco era requerida por una emergencia social particular), un control de la policía de las costumbres y del libre derecho a las reuniones públicas, no son más que pequeñas piezas que le dieron a personas de diferentes sectores sociales, políticos y religiosos, buenas razones para demostrar su ira y su oposición, independientemente de Gezi Park, que las reunió No hace falta decir que esta diversidad ahora se convertirá en un problema a resolver, para pasar “de la protesta a la propuesta”. Pero este es el verdadero desafío para la democracia: dar voz a los que no forman parte de la mayoría aparentemente monolítica, reconociendo la humanidad de su forma de ser, sin renunciar a vivir su propia humanidad.”

En la actualidad, ¿cómo es vivir en Turquía como cristianos, especialmente a la luz de las acusaciones de “islamización” que hace la sociedad al gobierno de Erdogan?

“Como cristianos, somos y seremos social, jurídica y políticamente irrelevantes. En total, somo menos de 200.000 de 78 millones de habitantes, repartidos entre iglesias y ritos que difícilmente se comunican. En este momento miramos desde afuera, conscientes de que, con los acontecimientos actuales, también se consolidan un poco nuestras esperanzas para el futuro. El actual resurgimiento de una política de “islamización aparente” de la sociedad (que sigo convencido de que se trata de una actitud populista, más que nada, para seducir al electorado conservador y tradicionalista), está haciendo que las minorías, incluyendo a los cristianos, entiendan que es absolutamente necesario desactivar cualquier implicación política y de identidad en el pedido legítimo de una personalidad jurídica de las Iglesias y las condiciones necesarias para su supervivencia, no sólo de la expresión individual, sino también de la comunidad de fe. Si la constitución de las Iglesias nacionales, con otros factores, en su momento hizo caer al sistema otomano en su crisis final, hoy se vuelve una prioridad consolidar una ciudadanía común cuyos derechos y deberes no sean contrarios a las convicciones religiosas. Dicho de otra manera, una democracia moderna que haga dialogar las diferencias, debe inclinarse hacia el significado de “ciudadanos y creyentes” (o también de ciudadanos y no creyentes) y no en el “ciudadanos o creyentes”. Antes de la revolución de las manifestaciones turcas, se estaba debatiendo sobre una reforma constitucional. Sería la primera en Turquía lograda democráticamente y a través Parlamento. Nuestro futuro como cristianos, como el de todo ciudadano turco, pasando por ahí.”

Fuentes: MISNA, Signos de estos Tiempos 

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