Al morir el último sacristán cerró la iglesia.
Esta es una historia que muestra cómo languidece el catolicismo en Somalia. Se puede contar ahora, después de la muerte del sacristán, de lo contrario se correría el riesgo de repercusiones.
Gregory, Fidel para los amigos, era un hombre serio, austero. Un poco como el desierto, que se extiende sobre una gran parte de su país. Un nombre que lo dice todo, heredado de su padre, el último guardián de casi la última iglesia de Somalia. Una historia como muchas, pero de fe. Hoy en día podemos hablar de él, sólo porque ha muerto en 2007.
En este rincón del Cuerno de África, los cristianos son muy pocos, unas pocas docenas, tal vez. Todos forzados a la clandestinidad. Los fundamentalistas islámicos, Al Shabaab y otros grupos, no perdonan. A pesar de que hace unos días, 160 académicos y líderes musulmanes somalíes han emitido una fatwa condenando los métodos utilizados por este grupo como «incompatibles con los principios islámicos».
Fidel nació en el norte de Somalia, Somalilandia hoy. Su padre se había convertido al cristianismo a principios del ‘900. Casado con una cristiana somalí, tuvo dos hijas y un hijo, y luego se separan. Pero él nunca quiso el divorcio, no quiso romper ese vínculo.
«Me lo presentó Pedro, católico de Somalia, en Mogadiscio. Era 1978 y yo quería darle una identidad a la pequeña comunidad cristiana local», recuerda Mons. Giorgio Bertin, administrador apostólico de Mogadiscio.
Un tipo serio y tranquilo, obligado a vivir peligrosamente, como su país. En su juventud, años tranquilos. En primer lugar en su pueblo del norte, los Issak, del clan Habarjelow en Mogadiscio, trabajó primero en Somali Airlines y luego en Unicef. Entonces estalla la guerra, es 1990, su casa fue destruida y se refugia en el norte, en su pueblo, junto con Hilda, la hija que vive con él. La otra hija, también cristiana, vive en Canadá.
«Asistía a misa todos los domingos, pero no pudo extender su fe, sin embargo, la anunció a través del testimonio de su vida.»
Mons. Bertin sabe que hoy en Somalia no se aceptan religiones distintas del Islam.
Los extranjeros, en el idioma local, se llaman infieles «gal». Aún así, su clan estaba con él, siempre lo ha protegido, así como a su familia.
A pesar de todo, todavía recuerda el Administrador Apostólico de Mogadiscio:
«no tenía miedo de mostrar que era cristiano. Algunos desconocido lo insultaban, pero todos los que lo conocían tenían respeto por él. Él era un hombre de verdad, tal vez por eso casi nunca lo llamaban Gregorio, era conocido como Fidel».
En casa, en Mogadiscio, tenía un libro de oraciones que estaba muy cerca. Se perdió en la huida de la guerra. En Hargheisa, donde se había refigiado, tenía sólo una pequeña imagen de la Virgen. Ahora, en su tumba, no hay ni siquiera una cruz.
Sus parientes no la quieren poner, alguien la destruiría, como lo hicieron en el pequeño cementerio cristiano de Hargheisa y la última iglesia en pie en Somalia, aquella de la cual Fidel se ha encargado en los últimos años. Sus restos, están enterrados cerca de allí.
De la iglesia ya nadie se ocupa. Sólo de vez en cuando un sacerdote, procedentes de Djibouti, puede hacer una visita rápida. Las llaves quedaron bajo la custodia de un primo de Fidel, un musulmán.
Fuentes: Vatican Insider, Signos de estos Tiempos