Texto para terminar con los equívocos.
Cada vez que alguien manifiesta la posición católica respecto al «matrimonio» homosexual, siempre levanta la mano un oponente que lo acusa de estar «contra el Papa», citando – no siempre con las mismas palabras – su famosa frase, en la entrevista en el avión que lo trajo de vuelta a Roma desde Brasil, según la cual si una persona homosexual «busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quien soy yo para juzgar?».
Francisco siempre cita su total acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica. ¿Contradicción? No. Aquí hay, por el contrario, la esencia del mensaje cristiano, es «No juzguéis para no ser juzgado» (Mt 7,1). La Iglesia acoge con compasión y sensibilidad a la mujer que tuvo un aborto, pero condena el aborto. Acoge con beneplácito en la comunidad – lo ha explicado muchas veces Benedicto XVI – a los divorciados vueltos a casar, pero condena el divorcio. Lo mismo pasa respecto a la homosexualidad y al «matrimonio» homosexual.
Y para despejar cualquier duda sobre la posición del Papa Francisco sobre el «matrimonio» homosexual, reproducimos una carta enviada por el Cardenal Jorge Mario Bergoglio en adhesión a la Marcha por la Vida y la Familia en el 2010 en Argentina.
CARTA DEL CARDENAL JORGE MARIO BERGOGLIO SJ, ARZOBISPO DE BUENOS AIRES EN ADHESIÓN A LA MARCHA POR LA VIDA Y LA FAMILIA, REALIZADA EL 13 DE JULIO DE 2010 FRENTE AL CONGRESO DE LA NACIÓN (5 DE JULIO DE 2010)
Al Sr.
Dr. JUSTO CARBAJALES
Director del Departamento de Laicos
Conferencia Episcopal Argentina
Suipacha 1032
1008 – BUENOS AIRES
Querido Justo:
La comisión Episcopal de Laicos de la CEA, en su carácter de ciudadanos, tuvo la iniciativa de realizar una manifestación ante la posible sanción de la ley de matrimonio para personas del mismo sexo, reafirmando –a la vez- la necesidad de que los niños tengan derecho a tener padre y madre para su crianza y educación. Por medio de estas líneas deseo brindar mi apoyo a esta expresión de responsabilidad del laicado.
Sé, porque me lo has expresado, que no será un acto contra nadie, dado que no queremos juzgar a quienes piensan y sienten de un modo distinto. Sin embargo, más que nunca, de cara al bicentenario y con la certeza de construir una Nación que incluya la pluralidad y la diversidad de sus ciudadanos, sostenemos claramente que no se puede igualar lo que es diverso; en una convivencia social es necesaria la aceptación de las diferencias.
No se trata de una cuestión de mera terminología o de convenciones formales de una relación privada, sino de un vínculo de naturaleza antropológica. La esencia del ser humano tiende a la unión del hombre y de la mujer como recíproca realización, atención y cuidado, y como el camino natural para la procreación. Esto confiere al matrimonio trascendencia social y carácter público. El matrimonio precede al Estado, es base de la familia, célula de la sociedad, anterior a toda legislación y anterior a la misma Iglesia. De ahí que la aprobación del proyecto de ley en ciernes significaría un real y grave retroceso antropológico.
No es lo mismo el matrimonio (conformado por varón y mujer) que la unión de dos personas del mismo sexo. Distinguir no es discriminar sino respetar; diferenciar para discernir es valorar con propiedad, no discriminar. En un tiempo en que ponemos énfasis en la riqueza del pluralismo y la diversidad cultural y social, resulta una contradicción minimizar las diferencias humanas fundamentales. No es lo mismo un padre que una madre. No podemos enseñar a las futuras generaciones que es igual prepararse para desplegar un proyecto de familia asumiendo el compromiso de una relación estable entre varón y mujer que convivir con una persona del mismo sexo.
Tengamos cuidado de que, tratando anteponer y velar por un pretendido derecho de los adultos dejemos de lado el prioritario derecho de los niños (que deben ser los únicos privilegiados) a contar con modelos de padre y madre, a tener papá y mamá.
Te encargo que, de parte de Ustedes, tanto en el lenguaje como en el corazón, no haya muestras de agresividad ni de violencia hacia ningún hermano. Los cristianos actuamos como servidores de una verdad y no como sus dueños. Ruego al Señor que, con su mansedumbre, esa mansedumbre que nos pide a todos nosotros, los acompañe en el acto.
Te pido, por favor, que reces y hagas rezar por mí. Que Jesús te bendiga y la Virgen santa te cuide.
Fraternalmente,
Card. Jorge Mario Bergoglio s.j., arzobispo de Buenos Aires
Fuentes: Aica, Signos de estos Tiempos