El destape de los abusos sexuales dentro del clero tiene consternados a todos los católicos.

Ya el fenómeno no se da en el volumen de los años 1970 a 1990.

Pero su secuela es que están saliendo a luz todos los abusos de esos años, que causa gran dolor.

Los católicos se preguntan ¿cómo puede ser que estos sacerdotes abusadores, que dedicaron su vida a Dios, hayan fallado de esta forma atroz?

Algunos dicen que habían dejado realmente de creer en Dios.

Y otros dicen que fueron atacados por el demonio, pero en el fondo aún les quedaba algo de la fe como para reconocer a Dios.

El caso que vamos a exponer muestra un formidable evento divino que un supuesto pedófilo con poder boicoteó.

Enormes manifestaciones divinas ignoradas por miedo a que saliera a luz la trama de sus delitos.

 

LOS MILAGROS DE SETON

Desde noviembre de 1991 hasta 1993 se produjeron manifestaciones masivas de imágenes religiosas en Virginia, EE.UU.

Decena de imágenes de la Virgen María, de Nuestro Señor y otras imágenes religiosas, así como crucifijos y vitrales, derramaron lágrimas que presenciaron cientos de personas.

También se produjeron cambios de color en los rosarios y en las imágenes, incluso cambio en las expresiones faciales en las imágenes.

Y además fragancias a rosas, manifestaciones del sol, curaciones y estigmas del sacerdote en cuya presencia sucedían estos hechos.

James L. Carney escribió en su libro, The Seton Miracles,

«En toda la historia de la Iglesia Católica, no puede haber mayor presencia de llanto de estatuas y otros signos físicos de la presencia de Dios a través de la Santísima Virgen María que lo que ocurrió en las afueras del Capitolio de nuestra nación en 1991-1993«.

El sacerdote en cuya presencia sucedían estas cosas se llama James Bruse, que en ese momento tenía 37 años y era Vicario de la Iglesia Santa Elizabeth Ann Seton en Woodbridge, Virginia.

El fenómeno sucedía imprevistamente, el padre James no necesitaba tocar las estatuas, sólo estar en su proximidad, a veces celebrando misa o en su escritorio parroquial.

Las lacrimaciones comenzaron el día de Acción de Gracias, en noviembre de 1991, en casa de sus padres, cuando una estatua de Nuestra Señora de Gracia comenzó a lagrimar.

Y en la Navidad de ese mismo año se empezaron a abrir las heridas de los estigmas en las muñecas, pies y en el costado del padre James.

Padre James Bruse con gato

Las imágenes que lacrimaron algunas eran de plástico, otras de metal, otras de cerámica, otras de yeso, otras de porcelana, otras de fibra de vidrio.

E incluso se daba el contagio de hasta 6 imágenes religiosas llorando en la misma habitación simultáneamente.

Una vez cuando el padre James fue de visita a la iglesia de San Columba bromeó con el párroco que mantedría las manos en los bolsillos, sin tocar las estatuas, para que no lloraran.

Sin embargo minutos después, un vitral de la Virgen María comenzó a gotear agua y le siguieron en poco tiempo otras dos estatuas.

La madre del padre James manifestó que en su casa lacrimaban varias imágenes, incluso una de ellas la ha tenido que poner en un cuenco por la cantidad de líquido que derramaba.

Sin embargo ella estaba preocupada, porque su hijo le había dicho que no hablara del tema, porque algunas personas pensaban que eso no era bueno.

Y consideraba que esta situación podría traerle problemas a su hijo.

Finalmente al inicio de marzo de 1992 la noticia llegó a la gran prensa y una televisora asociada a CBS transmitió la noticia a nivel nacional.

Los fieles de la parroquia del padre James escribieron al obispo Keating pidiendo una investigación, pero no hubo respuesta.

En cambio lo que hubo fue una declaración de la cancillería del obispado.

Que dijo concretamente que no había nada que investigar, porque las imágenes no estaban dando ningún mensaje divino en particular.

Y a partir de ahí la cancillería diocesana se negó inclusive a reconocer que había algo fuera de lo común sucediendo.

Además instruyeron al padre Hamilton, párroco de Santa Elizabeth Ann Seton, y al padre James Bruse, que realizaran una última conferencia en 12 de marzo y luego no dijeran más nada sobre el tema, ni alentarán a los fieles de que algo milagroso estaba sucediendo.

El muro de silencio que había armado la diócesis alrededor de estos fenómenos generó confusión.

Y hasta algunos supusieron que la Iglesia había condenado los hechos como falsos, lo que no sucedió.

Hubo una deliberada política de ignorar los hechos, lo que llevó a que el juez dela Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos, Antonin Scalia dijera años después con desdén «los sabios no investigan tales tonterías».

¿Qué había pasado?

¿Por qué esa férrea decisión de la diócesis de desconocer las lacrimaciones sin Investigar su origen?

¿Había algún miedo subyacente que explicara esta absurda conducta?

Lo que sucedió después con el canciller de la diócesis, que había impulsado esta política, nos puede dar una pista de cuál fue la intencionalidad de apagar cualquier manifestación celestial.

Veamos cual es la pista de una manera ordenada.

 

LA PISTA CONCRETA DE LA LACRIMACIÓN

Desde 1991 se había producido en Arlington, EEUU, el mayor fenómeno de imágenes de María llorando al mismo tiempo de que tengamos conocimiento.

A los 6 meses que las lacrimaciones tomaron estado público a nivel nacional, se suicidó el canciller del obispado, que era el encargado de investigar los crímenes de pedofilia en la diócesis.

Pero que al final resultó ser pedófilo.

Y además, fue el artífice de imponer el silenciamiento eclesial del fenómeno de lacrimación de la Virgen.

Seis meses después se desató públicamente en el mundo la ola de denuncias contra curas pedófilos.

Al día de hoy la diócesis de Arlington sigue ignorando las lacrimaciones de las imágenes.

Esto nos trae a la mente una frase de Pablo VI que en ese momento parecía algo incomprensible en su alcance.

“El 29 de junio 1972 Pablo VI habló del enemigo supremo de Dios, ese enemigo del hombre que se llama Satanás, el enemigo de la Iglesia.

‘El humo de Satanás’, advirtió Pablo VI, ‘ha encontrado su camino en la Iglesia a través de las fisuras’.

Era una advertencia angustiada que causó gran conmoción y escándalo, incluso dentro del mundo católico”.

(De una entrevista con el exorcista jefe del Vaticano, el padre Gabriele Amorth por Stefano Maria Paci).

 

EL MISTERIO

Durante años, muchos cercanos a la Iglesia habían especulado sobre cómo el mal -el humo de Satanás- se manifestaría dentro de la Iglesia Católica.

Y luego en un caluroso día de verano en agosto, una pista.

El 11 de agosto de 1992, el por largo tiempo canciller de la diócesis de Arlington, en Virginia, Monseñor Guillermo Reinecke, de 53 años de edad, entró en un campo de maíz en Berryville, Virginia, cerca del Monasterio trapense de la Santísima Cruz con una escopeta cargada y se mató.

Su muerte dejaría una larga sombra de secretos indecibles -secretos del bien y del mal-, secretos cuyo alcance, casi veinte años después, recién están empezando a ser plenamente comprendidos.

Durante unos inverosímiles seis meses de 1992, el canciller Reinecke estuvo literalmente, cara a cara con lo divino y lo condenable.

Antes de la muerte del Canciller, cinco meses antes, el 6 de marzo de 1992, una televisora local afiliada a CBS News transmitió una historia, al principio sin mucha fanfarria.

Habló de los sucesos misteriosos de estatuas de la Santísima Virgen María que lloraban en Lake Ridge, Virginia, un suburbio a 30 kms. al sur de Washington.

Los acontecimientos extraordinarios ocurrieron en su mayoría en la Iglesia católica Santa Elizabeth Ann Seton (SEAS) y su rectoría.

La parroquia SEAS pertenecía a la diócesis de Arlington.

El reporte de las vírgenes llorando se asociaron con un sacerdote local llamado Padre Jim Bruse; ellas parecían llorar en su presencia.

El Padre Bruse también, inexplicablemente, experimentó las “llagas de Cristo”, conocidas como los estigmas, como ya hemos contado.

Muchos testigos presenciales de los hechos sostienen, aún hoy, que nunca en la historia de la Iglesia Católica ha habido una mayor manifestación de hechos sobrenaturales.

Tales como estatuas que lloran, o signos físicos de milagros como los que se llevaron a cabo en las afueras de Washington, DC en 1991 – 1993.

Hubo miles de testigos creíbles que vieron las estatuas de la Virgen María llorar delante de sus ojos, incluidos abogados, militares y funcionarios del gobierno.

Más significativo es que el Obispo de la diócesis de Arlington, John R. Keating, junto con Monseñor Guillermo Reinecke, fueron testigos de la Virgen llorando.

“El 2 de marzo 1992 el Padre Hamilton y el Padre Bruse se reunieron con el Obispo Keating en la Cancillería, junto con Monseñor Guillermo Reinecke.

Ambos prelados tenían estatuas de la Madonna.

El Obispo Keating tenía dos en su oficina y Monseñor Reinecke trajo una de las suyas.

Además, el P. Bruse, había llevado su pequeña estatua de Fátima con él.

Todas las estatuas estaban llorando.

Según se informa, el Obispo Keating estaba convencido de que el llanto es un verdadero fenómeno y debe ser tratado así”. (Los Milagros de Seton).

Pocos días después del informe de CBS News, la historia de las estatuas que lloran y el sacerdote que experimenta los estigmas, se convertiría en una sensación en los medios.

The Washington Post y una multitud de otras organizaciones de noticias nacionales e internacionales descendieron a la comunidad para reportar e investigar los hechos milagrosos.

Entonces, de repente, la Oficina de la Cancillería de la diócesis de Arlington, presidida por monseñor Reinecke, preocupada por la “atmósfera de circo” en la parroquia de Lake Ridge, cerró todo con frialdad y con la bendición del Obispo.

Las estatuas de la Virgen seguían llorando, a veces profusamente.

Pero en cuanto a la diócesis de Arlington y la Iglesia Católica se refiere, la cuestión había terminado oficialmente.

Los testigos de los hechos quedaron devastados por la decisión.

La Cancillería expresó su posición sobre los hechos milagrosos en una declaración formal al Pastor de SEAS, el padre Hamilton.

En pocas palabras, la declaración dijo que, dado que no había ningún mensaje divino que se estaba entregando, no había nada que investigar.

Y desde ese momento se prohibió a la parroquia y al clero hablar de los acontecimientos.

Esta decisión, fue para muchos feligreses no sólo profundamente triste, sino que parecía ser una decisión extraña, ya que sólo los fenómenos físicos pueden ser investigados.

Informes de las apariciones y locuciones no pueden ser investigados. Simplemente pueden ser evaluados en cuanto a si son compatibles con la fe y la moral católicas.

 

EL HUMO DE SATANÁS

A los pocos meses de ignorar las lágrimas de la Virgen y silenciar los altamente publicitados sucesos milagrosos, monseñor William Reinecke, de nuevo en los titulares de periódicos.

Esta vez por su suicidio en el campo de maíz del monasterio.

Después del suicidio, al principio, shockeados sacerdotes, feligreses y amigos y buscaron respuestas.

Muchos se culparon por no ver la desesperación silenciosa de Monseñor Reinecke.

Pero poco después del suicidio un informe sorprendente apareció en el Washington Post.

Joe McDonald, un ex monaguillo de otra parroquia, afirmó que el Padre Reinecke abusó de él sexualmente veinticinco años atrás.

Y dijo que él había enfrentado al sacerdote sobre el incidente dos días antes de que Reinecke se suicidara.

A continuación, otra bomba.

Después de informar las denuncias de abuso sexual, The Washington Post reveló que William Reinecke era también, escandalosamente, la persona encargada de investigar las denuncias de pedofilia en la diócesis de Arlington.

El 30 de agosto de 1992, después de haber sido rechazado por la diócesis de Arlington hablar sobre la muerte de Reinecke, Joe McDonald contactado por el Washington Post contó su historia de abuso sexual por el padre Reinecke.

Luego, según el Post, el Obispo John R. Keating, después de leer la historia en el periódico, buscó a McDonald para discutir el asunto.

En la reunión con los representantes del Obispo le pidió a la diócesis establecer grupos de apoyo a las víctimas y sacerdotes.

Pero el señor McDonald dijo que no hicieron “propuestas concretas” y le molestó que le pidieran que “deje de hablar”.

Cinco meses antes, el Obispo Keating y Monseñor Reinecke también habían pedido a los feligreses de Santa Elizabeth Ann Seton que dejaran de hablar sobre los misteriosos acontecimientos de la Virgen llorando por cerca de veinte años.

Y la diócesis había rechazado todos los pedidos para investigar.

En 2006, Becky Ianni declaró también que a finales de 1960, cuando tenía diez años, ella había sido abusada sexualmente por el Padre Reinecke.

Ella le dijo al Washington Post que el Padre Reinecke dio a su familia su primera TV color y en pocos días, mientras veían la televisión en el sótano, se inició el abuso sexual.

“No dije a nadie lo que pasó”, dijo.

“Me fue dicho, básicamente, que iría al infierno si lo hiciera”, dijo Becky, que ya no se considera una católica practicante.

“Me sentí muy decepcionada”, dijo.

“Me di cuenta que no podía ser parte de una iglesia que no trata adecuadamente a las víctimas.

Nadie en ese trágico día pudo oír el arma que mató a Monseñor Reinecke.

Pero ahora, mirando hacia atrás en los acontecimientos de 1992, que la Virgen estaba llorando como nunca antes en la historia, tal vez el sonido del arma de fuego “dio la vuelta al mundo”.

Porque a los pocos meses del suicidio del pedófilo y encargado de las investigaciones de pedofilia de la diócesis, las crisis de los abusos sexuales en la Iglesia Católica comienzan a revelarse en grandes números.

El informe de 2004 de John Jay sobre abuso sexual, encargado por la Conferencia de Obispos Católicos de EE.UU., señaló que

“Antes de 1993, sólo un tercio de los casos de abusos sexuales eran conocidos por funcionarios de la iglesia.”.

La catástrofe del abuso sexual, como ahora sabemos, se ha convertido, sin duda, en el mayor desafío para los corazones, mentes y almas de los fieles católicos.

Muchos han abandonado la fe a causa de ello.

El humo de Satanás había entrado en la Iglesia y la Virgen Madre Santísima lloraba por la pérdida de tantas almas.

La decisión del Obispo Keating y Monseñor Reinecke de ignorar los hechos milagrosos de las estatuas que lloran sigue siendo un misterio sin resolver y para muchos un suceso muy desafortunado.

El aparente desinterés del Obispo sugirió que él debía conocer algo negativo acerca de la causa de los fenómenos.

Tal vez el aspecto más preocupante de todo esto es que el hombre clave encargado del silenciamiento de los Milagros de Seton era también el hombre era el encargado de las investigaciones de denuncias de abuso sexual por el clero.

Fuentes:

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