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Las propuestas de las autoridades del Sínodo para modificar la doctrina católica.   

Las autoridades del Sínodo de la Sinodalidad piensan que el problema de la Iglesia es no ser radicalmente inclusiva, y que rechaza a quienes tienen filosofías y estilos de vida divergentes con la doctrina actual de la Iglesia.

No toman en cuenta si las filosofías y los estilos de vida son prescritos o no por las enseñanzas de Jesús.

Y por eso están proponiendo un cambio del «paradigma cultural» de la Iglesia, para que puedan ser incluidos quienes quieren ser católicos, pero rechazan partes de la doctrina actual.

O sea que proponen cambiar a la Iglesia, para que se adapte mejor al espíritu de la época, en lugar de cambiar a los hombres. 

Aquí hablaremos sobre cuál es el llamado de inclusión radical que hace la autoridad del Sínodo de la Sinodalidad, qué cosas quiere cambiar hoy de la doctrina católica, y cuáles son las consecuencias negativas de que la Iglesia adopte el criterio de «inclusión radical».

¿La Iglesia Católica debe dar la bienvenida a todos? Por supuesto. 

Todos son bienvenidos en humilde arrepentimiento con la súplica al Señor, «¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!»

La premisa del «todos son bienvenidos» es la suposición de que todos realmente quieren participar de la doctrina que Jesucristo enseñó a los Apóstoles.

Pero el mensaje que vino a traer Jesús al mundo no fue «no digamos cosas que pueden molestar a los demás».

Sino que vino a pedir un cambio de corazón, dejar de pecar, y respetar verdaderamente a Dios y a los demás hombres, con amor verdadero.

Una vez le preguntaron al cardenal Francis George si todos son bienvenidos en la Iglesia y él respondió: «Sí, pero en los términos de Cristo, no en los de ellos».

Lo que es una forma de afirmar los que San Pablo predicó y lo que el catolicismo acepta como verdad, dice en Gálatas 1:8,

«si nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara un evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea excluido».

Sin embargo el cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo y Relator General del Sínodo sobre la Sinodalidad, quiere un «cambio en el paradigma cultural» de la Iglesia, porque piensa que no es suficientemente inclusiva.

Ha dicho que el trabajo de la iglesia es proclamar las «buenas nuevas», no un conjunto de reglas o prohibiciones. 

Que nadie debe ser excluido, ni siquiera los divorciados vueltos a casar ni los no heterosexuales. 

Que el Reino de Dios no es un «club exclusivo» sino que abre sus puertas «a todos, sin discriminación». 

Y exige que nadie se sienta excluido, diciendo, «no se trata de sutilezas teológicas o disertaciones éticas: se trata solo de decir que el mensaje de Cristo es para todos».

Y puso énfasis en el tema de la no heterosexualidad.

Enfatizó que quiere un «cambio en el paradigma cultural» de la Iglesia con respecto a la condena de la no heterosexualidad. 

Porque hay una mayor proporción de no heterosexuales en las instituciones eclesiásticas que en la sociedad, según expresó en una entrevista con el diario vaticano L’Osservatore Romano.

Él cree que la no heterosexualidad es un «fruto de la creación» y que Dios la aprueba, porque aprueba su obra en cada paso de la creación.

Sin embargo admitió que el propósito de la procreación no puede lograrse con respecto al matrimonio no heterosexual, pero dijo que eso no quiere decir que la relación afectiva no tenga valor.

Es más, dijo «¿Crees que Dios puede decir algo malo de dos personas que se aman?

Y su impronta como la figura más importante del Sínodo de la Sinodalidad se ve en los documentos que el Sínodo está enviando a las iglesias de todo el mundo.

Por ejemplo, documento de trabajo para la etapa continental del Sínodo, alienta un mayor diálogo con «aquellos que, por diversas razones, sienten una tensión entre la pertenencia a la Iglesia y sus propias relaciones amorosas, tales como: divorciados vueltos a casar, padres solteros, personas que viven en un matrimonio polígamo, personas LGTB, etc.

Pide mujeres predicadoras, mujeres diaconisas y la inclusión de mujeres en las estructuras de gobierno de los órganos de la Iglesia.

Y presenta la sugerencia de que la Iglesia sea un lugar de «inclusión radical», del que «nadie está excluido».

Sin embargo el término «inclusión radical» implica un rechazo del mensaje de Cristo, porque su programa fue anunciar el evangelio, para que todos supieran lo que Dios quiere, y luego predicar la separación constante de los que se declaran enemigos de su evangelio.

Pensemos en las duras palabras que Jesucristo tuvo con las autoridades religiosas de Su época.

El problema con la ‘inclusión radical’ es que rechaza el paradigma bíblico como si no existiera el mal, y como si no hubiera un mandato de Jesucristo de cumplir con un estilo de vida que Él vino a prescribir.

De modo que quienes quieren imponer este concepto son apóstatas que niegan la existencia del mal real, que reniegan de la tarea bíblica y eclesial de hacer la distinción entre el bien y el mal, y entre quienes ejercen su libre albedrío para elegir entre el bien y el mal y los que no lo hacen.

La Iglesia Católica ya es tan inclusiva como cualquier organización para creyentes puede serlo.

Si alguien se compromete con la Iglesia tal como está estructurada de acuerdo con sus enseñanzas, esa persona es cálidamente acogida e incluida con entusiasmo.

La única barrera para entrar en la Iglesia es negarse a aceptar lo que es la Iglesia y el evangelio de Jesucristo que está explicitado en la Biblia.

Porque si se abriera a creyentes de otros credos y a otros estilos de vida diferentes a los que predican los evangelios, dejaría de cumplir la misión de predicar el evangelio de Jesús y predicaría otro evangelio.

Quienes se unen a la Iglesia Católica, como sucede con los que se unen a cualquiera comunidad de creyentes, deben reconocer la verdad de sus doctrinas, la validez de su ministerio, sus estructura legal, y la autoridad sobre sus mandamientos.

Por lo tanto, los únicos impedimentos para una Iglesia más inclusiva, entonces, se encuentran en los corazones y las mentes de aquellos que rechazan sus enseñanzas.

Las mujeres siempre han sido acogidas con entusiasmo en la Iglesia, siempre que acepten la realidad divinamente constituida de que las órdenes sagradas están restringidas a los hombres y, por lo tanto, que la jerarquía sacerdotal de la Iglesia debe ser masculina.

Aquellos que se sienten atraídos por el mismo sexo siempre han sido recibidos con entusiasmo, siempre que reconozcan que actuar sobre esta atracción es pecaminoso, como lo es cualquier otra desviación de la castidad.

Quienes son llamados al matrimonio siempre han sido acogidos con entusiasmo, siempre que reconozcan que el matrimonio es una unión sacramental de por vida entre un hombre y una mujer, ordenada al amor recíproco y a la procreación de los hijos, y que sólo la Iglesia tiene jurisdicción sobre este vínculo sacramental. 

En otras palabras, todos son bienvenidos a unirse a la Iglesia Católica si reconocen y aprueban lo que ella dice ser, es decir, la presencia sacramental y el representante jurídico de Jesucristo en la Tierra.

Y por lo tanto, los miembros de la Iglesia que no aceptan la fe y la moral católicas están sujetos a corrección.

Y quienes quieren unirse a ella pero no aceptan la fe y la moral católicas no son elegibles para unirse a la Iglesia.

Por lo tanto es nocivo enfatizar en la inclusión de todos, porque va a reducir a la nada cualquier institución, sino enfatizar la inclusión de todos los que desean participar en la totalidad de la naturaleza, la identidad y la misión de la Iglesia.

Porque ninguna organización con un propósito puede darse el lujo de incluir a aquellos que rechazan su propósito.

Ninguna organización con identidad puede darse el lujo de incluir a aquellos que rechazan esa identidad. 

Y ninguna organización con una misión divina puede darse el lujo de incluir a aquellos que niegan esa misión. 

Lo contrario es una retórica que sirve de máscara al deseo de cambiar la organización para dar cabida a quienes no aceptan los fines para los que fue constituida.

La Iglesia está obligada por la misión a predicar la verdad a todos los que aún no la han recibido para incluirlos dentro de ella. 

Pero lo que sucede es que algunos se sienten avergonzados de predicar a Cristo, o temen una reacción adversa a la evangelización honesta.

Y entonces sucumben al mundo, porque es mucho más agradable simplemente dar la bienvenida a todos, sin importar lo que crean.

O sucumben a la acusación de otros de ser fanfarrón por decir que sólo él tiene la verdad.

Los Apóstoles tuvieron que lidiar con este mismo problema en las primeras comunidades cristianas, y al hacerlo nos dieron un modelo. 

Desde los Hechos de los Apóstoles en adelante, la Iglesia ha sido la iglesia de los desvalidos, los pobres, los esclavos, los prisioneros y los marginados.

Y ha sido la más diversa de todas las organizaciones humanas.

Pero hoy asistimos a un intento de los progresistas de imponer la agenda secular en la Iglesia, para que podamos incluir a aquellos que desean traer sus propias filosofías y estilos de vida, y obligar a los católicos a aceptar lo que es hostil a la religión católica y así destruir la iglesia desde dentro.

Bueno, hasta aquí lo que queríamos hablar sobre cómo las autoridades del Sínodo de la Sinodalidad está operando para diluir la doctrina católica a través de incluir a los que rechazan la doctrina y la misión que vino a traer Jesucristo.  

Y me gustaría preguntarte si crees que se va a consumar el cambio de la doctrina de la Iglesia tal como sugiere el cardenal Hollerich o no.

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