Por qué la promoción de la “inclusión radical” dentro de la Iglesia por las autoridades del Sínodo no es una buena señal.
Uno de los enigmas que tienen los católicos actualmente es hacia donde conduce el Sínodo de la Sinodalidad impulsado por el Vaticano, que comenzó en el año 2021 e irá hasta el 2024.
El objetivo, según se determinó, era establecer lo que piensan los miembros de la Iglesia, en los distintos continentes, y dialogar entre sí.
Y uno supondría que los directivos del Sínodo deberían expresar el espíritu de consolidar la misión que Jesucristo dio a Su institución.
Pero esto no está resultando así.
Aquí hablaremos sobre cómo las autoridades del Sínodo de la Sinodalidad, no se comportan como meros administradores del legado de Jesucristo, sino que abogan por cambiarlo.
Las autoridades del Sínodo, el Cardenal Mario Grech, Secretario General del Sínodo, y el Cardenal Jean-Claude Hollerich, Relator General del Sínodo, han sugerido explícitamente que el Sínodo debería cambiar algunos puntos doctrinales para hacer a la Iglesia más inclusiva.
Sugieren que hay que hacer un cambio en la Iglesia.
Y el cambio que desean va en dirección de lo que pide la cultura laicista, la inclusión.
En estos 20 siglos la Iglesia había manejado las ideas de integración y conversión.
Porque la mera inclusión es un mero estar ahí; no exige cambios que van al corazón, como es el mensaje que vino a traer Jesucristo a la Tierra.
En cambio la integración supone la participación en los conceptos compartidos.?
Los organizadores del Sínodo acusan a la Iglesia de ser poco inclusiva.
La pintan como una institución que hace daño por su incapacidad para acoger a todos en plena participación en la vida parroquial.
Y llaman a una inclusión radical, a reformar nuestras propias estructuras de exclusión.
Pero no ponen en primer lugar de sus declaraciones la conversión, que es la meta del catolicismo.
¿Qué están queriendo decir con inclusión en realidad?
Están queriendo decir que hay que incluir a las personas tal como son y quieren ser.
Esto significa admitir a todos los bautizados a participar plenamente en la vida de la Iglesia, independientemente de si aceptan o no el mensaje de Jesucristo.
¿Y quiénes son los excluidos para los adalides de la inclusión radical?
Las mujeres, porque la doctrina de la Iglesia no las admite en el servicio del altar.
Los divorciados y vueltos a casar porque se les excluye de tomar la eucaristía.
Y fundamentalmente y especialmente, los que llevan una vida no heterosexual.
Estas preocupaciones no se basan en la necesidad de cumplir con más fidelidad la palabra de Dios en la Biblia, o la de los Padres de la Iglesia, o la letra del Concilio Vaticano II, o del Catecismo.
Sino que es la sensibilidad de la obsesión de unirse al mundo, en lugar de señalar las deficiencias de la cultura de la época, como hizo Jesús en su tiempo.
Este planteo en los hechos es considerar que el catolicismo es una religión a la carta, a la usanza de los anglicanos.
Y que cada uno puede incluir en su menú religioso lo que le gusta de la doctrina y deseche el resto.
Con lo cual obviamente se diluye el mensaje de Jesucristo.
En este planteo falta la invitación crucial para seguir a Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida.
Falta el impulso necesario hacia la cooperación con la gracia y la obediencia a Cristo, que define la vida cristiana.
Porque el mensaje que vino a traer Jesús al mundo no fue “vamos todos a llevarnos bien”, o “no digamos cosas que pueden molestar a los demás”.
Sino que vino a llamar a un cambio de corazón, a dejar de pecar y respetar verdaderamente a Dios, y a los demás hombres con amor verdadero.
La idea de que la Iglesia discrimina, porque no integra a quienes no aceptan su credo, está a las antípodas de lo que predicó Jesucristo.
¿No impuso el mismo Jesús a sus discípulos exigencias que los distinguían de aquellos que no respondían a la llamada radical y costosa del Evangelio?
Por ejemplo, en el encuentro con el joven rico, Marcos 10, 17, Jesús exige del joven un discipulado radical, y cómo él no acepta, lo deja rehusar y alejarse.
Jesús establece el costo del discipulado como la negación de uno mismo, e incluso a la familia, por causa del Evangelio.
Recordó a sus discípulos cuando los enviaba, que si la gente no recibía el mensaje del Evangelio, que simplemente “sacudieran el polvo de sus pies” y se alejaran.
Y cuando muchos discípulos dejaron a Jesús a causa de su enseñanza sobre el Pan de Vida, en Juan 6,66, Él llega incluso a preguntar a los apóstoles si quieren irse, pero no intenta cambiar sus exigencias para retenerlos.
Jesús nunca diluye su enseñanza, sino que da testimonio de la verdad.
Su llamado es radical, va a todos, pero no todos están dispuestos a recibirlo por el costo del discipulado.?
Sin embargo, la inclusión radical es ahora un punto de partida para muchas congregaciones religiosas y líderes religiosos
Pero no fue la visión de Jesús. Él no rebajó sus planteos para llegar a más gente.
Por ejemplo, Él pudo haber llevado a cabo su ministerio con el entendimiento de que los romanos dominarían el mundo en el futuro previsible y, por lo tanto, podría haber adoptado gran parte de la perspectiva romana en su propia enseñanza.
Porque después de todo, si uno pagaba sus impuestos y no se enemistaba con el César, había una gran tolerancia en el imperio para todo tipo de comportamientos, creencias y dioses.
Tomemos el matrimonio y las relaciones sexuales por ejemplo.
Los romanos estaban poco preocupados por la fidelidad en el matrimonio y poco preocupados por cualquier tipo de sexo.
Y Jesús podría haber atraído a un amplio espectro de pueblos y razas al atenuar la idea de que el acto sexual en realidad tiene un significado profundo.
Jesús pudo haber comenzado su misión ignorando las Escrituras judías, o relegándolas a una de las muchas perspectivas influyentes de la época: griega, romana, persa, paganismo, estoicismo, hedonismo, zoroastrismo.
Lo que podría haber producido una teología más inclusiva, que atrajera a grandes multitudes de personas desde el principio.
Jesús podría haber reclutado a los mejores y más brillantes para que fueran sus discípulos, si su misión fuera incluir a gran parte de la gente de su época.
Y podría haber trasladado su base de operaciones a Grecia o Roma donde había más gente para reclutar.
Sin embargo el mensaje que vino a traer fue de una conversión de vida que lleva a la paz interior y al gozo eterno
Predicó un alejamiento del pecado.?
Sin un reconocimiento franco del pecado y sus consecuencias, y sin el reconocimiento de que la virtud y la santidad son los únicos remedios del pecado, ¿cómo podemos dialogar dentro de la Iglesia?
La inclusión no significa ni puede significar que permanezcamos en nuestros pecados.
Y esto se debe a que Jesús quiere que seamos felices.
Efectivamente debemos invitar e incluir a todos en el llamado.
Pero no a costa de minimizar el pecado, porque nos separa de Dios.
Todos somos pecadores que estamos luchando con nuestras tendencias pecaminosas y ese es el clima que debe haber dentro de la Iglesia.
Y no un clima de tolerar e incluso reafirmar el pecado.
La Iglesia necesita coraje y amor para ser clara al invitar a la gente a dejar su pecado.
Por otro lado, la premisa del “todos son bienvenidos” es la suposición de que todos realmente quieren participar de la doctrina que Jesucristo enseñó a los Apóstoles.
Sin embargo, hay gente que aparentemente acude al llamado pero no quieren participar en la doctrina de Jesús.
¿Y por qué las personas que quieren ser aceptadas como son y que tienen poco o ningún deseo de cambiar, estarían interesadas en participar en una organización de gente que lucha contra el pecado?
La realidad está demostrando que lo hacen para cambiar la doctrina de la Iglesia.
Esto ya lo vimos con las infiltraciones documentadas de los comunistas y los masones dentro de los seminarios, que tenían como objetivos formales y explícitos, llegar a la cima de la estructura eclesial y cambiarla desde allí.?
El término “inclusión radical” implica un rechazo al programa de Cristo que fue anunciar el evangelio, para que todos supieran lo que Dios quiere, y luego predicar la separación constante de los que se declaran enemigos de su evangelio.
Esta ‘inclusión radical’ rechaza el paradigma bíblico como si no existiera el mal, y como si no hubiera un mandato de Jesucristo de cumplir con un estilo de vida que Él vino a prescribir.
Los únicos impedimentos para una Iglesia más inclusiva, entonces, se encuentran en los corazones y las mentes de aquellos que rechazan sus enseñanzas.
Porque ninguna organización con identidad puede darse el lujo de incluir a aquellos que rechazan esa identidad.
Ni ninguna organización con una misión divina puede darse el lujo de incluir a aquellos que niegan esa misión.
La misión de la Iglesia es la conversión.
Porque a través de la conversión, un discípulo descubre que no es Dios.
Y que sólo Dios determina lo que es bueno y lo que es malo.
Y también es reconocer que alguien que vive en violación voluntaria de la ley natural o de alguna otra categoría moral, no está en comunión con la Iglesia.
Ojalá que el Sínodo de la Sinodalidad refuerce la verdadera doctrina milenaria de la Iglesia, en vez de abrirse a las propuestas de sus líderes, de una inclusión radical.
Bueno, hasta aquí lo que queríamos contar sobre la dificultad que existe con el Sínodo de la Sinodalidad, en que sus directivos está predicando un cambio en la doctrina, que alejaría a la Iglesia de los mandatos de su fundador, Jesucristo.
Y me gustaría preguntarte si la gente que conoces sabe para qué fue ideado el Sínodo de la Sinodalidad del Vaticano y si le está dando importancia o no a su desarrollo.
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