El Catecismo de la Iglesia Católica es el documento de mayor importancia para la Iglesia luego de la Biblia.

Porque nuestra época es la más crítica en la historia del cristianismo.

La civilización humana está cambiando la relación con la religión cristiana.

Y esto se reproduce en la crisis por la que está pasando el cristianismo y la Iglesia Católica.

No sólo es atacada desde fuera, sino que es atacada la doctrina católica de la tradición desde dentro.

El futuro del catolicismo dependerá de cuánto defendamos los católicos las verdades de nuestra fe.

El Catecismo de la Iglesia Católica no es una mera colección de doctrinas, sino un ordenamiento que permite entender en lo que los católicos creemos y en lo que no creemos.

Nos permite además comprender las bases por las que creemos lo que decimos creer.

En la parábola del sembrador en Mateo 13, cuando Jesús le explica su significado a los apóstoles, les dice que, cuando alguien escucha la palabra del Reino sin entender, el maligno viene y se lleva lo que sembró en su corazón. Este es el hombre que recibió la semilla en el borde del camino”.

La semilla se ha sembrado en los católicos cuando el bautismo.

Pero deben hacer un esfuerzo para comprender el significado de su fe, porque si no vendrá el diablo y robará la fe de los corazones de los bautizados.

Porque el mundo está empeñado en robar la fe de los corazones de los católicos.

Por eso es tan importante el catecismo de la Iglesia Católica porque nos dice lo que se debe creer y porque se creerlo.

Y esto más importante hoy que nunca, por la confusión entre los católicos, incluso sobre las doctrinas más fundamentales de la fe y la moral.

Una confusión que incluso ha llegado a los niveles más altos de la estructura institucional de la Iglesia, con Cardenales y Obispos manifestando herejías respecto a la doctrina tradicional católica.

Alguien en algún lugar del catolicismo debe estar legitimado para decirle a los fieles: esto es la verdad y esto es falso; esto es moralmente bueno y esto es moralmente malo.

De ello depende la existencia misma del catolicismo.

Por lo tanto el catecismo no es un mero trabajo de referencia ni un resumen de ideas, sino que es la base de la evangelización interna de la Iglesia.

Y por esto es Catecismo es tan atacado, incluso desde dentro.

   

EL ATAQUE AL CATECISMO

Hay una discusión cada vez más abierta.

“¡Hay que cambiar el Catecismo de la Iglesia Católica porque está fuera de época!”

“¡Es una cosa antigua, pasada de moda, de otro catolicismo, hay que modernizarlo!”

¿Cuál es el método elegido para atacar al Catecismo?

La “guerra de guerrillas” cuestionando someramente diversas verdades de la religión.

Importantes personajes manifiestan públicamente algo contrario a la doctrina expuesta en el catecismo, pero no lo profundizan, sólo lo dicen como enunciado.

Y la acumulación de manifestaciones contradictorias – al pasar y sin argumentos precisos- crea un clima de cuestionamiento al Catecismo, que es la expresión más visible de la doctrina católica.

Pero como ¿el Catecismo no es la expresión de las enseñanzas eternas que Dios trajo a los hombres?

Pues bien, hay dos bibliotecas al respecto.

Una que dice que Dios nos dio enseñanzas eternas porque Él sabe la verdad; lo cual está plasmado en la Biblia; y eso es lo que debemos seguir.
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Y la otra es que nuestra comprensión de lo que dice la Biblia se puede ir refinando a través de los siglos y por lo tanto readecuar.

Sin embargo actualmente en ese refinamiento algunos incluyen la readecuación de algunos temas en los que parece clara la palabra de Jesús y de las escrituras en contrario.

Por ejemplo, algunos consideran que la Iglesia debe aceptar el aborto, cuando las escrituras son claras a favor de la vida.

Lo mismo puede decirse sobre la legitimación de la homosexualidad como una sexualidad más, cuando las escrituras advierten que los afeminados (este término varía según la traducción, pero quiere significar homosexuales) no heredarán el Reino de Dios (1 Corintios 6:9-10).

Y también se puede decir lo mismo sobre la legitimación del divorcio, cuando el mandamiento dice no cometerás adulterio, lo que Jesús relaciona directamente con el divorcio (Mateo 5:32).

Algunos incluso van más lejos cuando leen esto en el Catecismo de la Iglesia Católica.

Acusan al Catecismo de la Iglesia Católica como algo pre conciliar, lo que es absolutamente equivocado.
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Porque el Catecismo de la Iglesia Católica es hijo del Concilio Vaticano II.

En 1985, el Papa Juan Pablo II, convocó a una sesión extraordinaria del Sínodo de los Obispos para conmemorar el 20º aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, que había concluido en 1965.

El propósito era ver qué efecto había tenido el Concilio sobre la Iglesia universal en los veinte años que habían pasado desde su culminación.

En el curso de esa asamblea el cardenal Bernard Law, arzobispo de Boston, hizo la propuesta de confeccionar un catecismo universal, un compendio de la fe católica.

El cardenal Law señaló que los jóvenes en Boston, San Petersburgo o Santiago de Chile, disfrutaban de la misma cultura. Vestían pantalones vaqueros azules y escuchaban el mismo tipo de música.

No había ninguna razón entonces para no explicitar la uniformidad de la doctrina católica.

El cardenal estaba recogiendo una sugerencia directa realizada en París y Lyon, en 1983, por el cardenal Joseph Ratzinger.

El 22 de junio de 1994, el mundo comenzó a gozar del fruto de la intervención del cardenal Law en 1985, que partió de la visión de futuro del cardenal Ratzinger en 1983.

Primeros Cristianos en Kiev por Vasily Perov

   

QUE ES EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

El Catecismo de la Iglesia católica es un documento que contiene las verdades cristianas fundamentales, expresadas de manera que sean fáciles de entender.

Presenta la doctrina católica en el contexto de la historia y la tradición de la Iglesia.

Contiene frecuentes referencias a la Sagrada Escritura, los escritos de los Padres, la vida y los escritos de los Santos, y documentos papales entre otros.

¡Supera los tres mil pies de página!

Es un compendio de sabiduría milenaria.

Este espectacular libro tiene mucho para ofrecernos y una historia tan interesante que vale la pena conocerla.

La Iglesia lo comenzó a elaborar en 1985, 20 años después de finalizado el Concilio Vaticano II.

Y quedó terminado en 1994.

Tiene sólo algo más de 20 años. O sea que el 100% de la doctrina histórica del catolicismo se compendió recién en el último 1% de su vida.

Durante el 99% del tiempo anterior transcurrido el catolicismo cocinó a fuego lento y puso a prueba las verdades de la fe, para que no fueran solo enunciados de moda sino verdades duraderas.

   

LA DIFUSIÓN DEL EVANGELIO Y LA CATEQUESIS EN LA IGLESIA PRIMITIVA

Durante su ministerio, Cristo ya planeaba la continuación de su misión en la tierra mediante la Iglesia, dando clara preeminencia al Magisterio de Pedro, el líder de los demás apóstoles (Mateo 16,18).

A los mismos, Jesús les mandó a predicar no escribir (Mateo 28, 19-20), por esto todos apóstoles predicaron sin papel, pero sólo cinco entre los doce escribieron cartas: Pedro, Juan, Santiago el menor, Judas Tadeo y Mateo.

La razón para empezar a escribir fue la imposibilidad para llegar a todos los pueblos.

Ante esta situación, las cartas se usaban para hacer algunas recomendaciones y exhortaciones, no para enseñar la doctrina desde cero.

De aquí que la Iglesia siempre recomienda atraer a la fe con el Kerigma, el primer anuncio oral y gozoso del Evangelio y la persona de Jesús como único y suficiente salvador (Hechos 2,14-41 ; 10,34-44).

Luego de la recepción de esta buena nueva, de este encuentro con Jesús, se procede a una enseñanza más profunda: la catequesis y guía de los más expertos para “abrir nuestros ojos” a la Fe (Hechos 22,12 ; 9, 17-20).

Ananías restaurando la vista de san Pablo por Pietro da Cortona

Desde el inicio tanto el anuncio como el conocimiento de Dios fueron necesarios y ambos fortalecían la experiencia cristiana para que no se extinguiera la misión de Cristo en la Tierra (Oseas 4,6).

La evangelización plantaba la semilla de la Palabra de Dios y la catequesis la hacía crecer al profundizar en los sagrados misterios.

En este contexto los escritos de los apóstoles fueron atesorados desde el inicio y más tarde se compilaron para el naciente canon de la Biblia, desde el Concilio de Roma en el año 382d.C. bajo la Autoridad de san Dámaso, Papa.

Con el canon bíblico establecido (iniciado con el Antiguo Testamento y cerrado con los escritos de los apóstoles de Cristo) la Revelación estaba completa y contenía lo esencial y necesario para la salvación de las almas.

No habría nada diferente que añadir a esto, jamás, el Evangelio puede ser modificado, pero tiene un potencial infinito para profundizarse y desarrollarse.

Los apóstoles con sus escritos no pretendían limitar la enseñanza de Jesús (Juan 21,25), sino dar Fe de su núcleo incambiable, la misma llegaría a su plenitud con el tiempo gracias al Espíritu Santo (Juan 16,12-13).

Es por esto que los discípulos de los apóstoles también conservaron y profundizaron la enseñanza de Jesús, sus maestros les instruyeron por carta y también por viva voz (2 Tesalonicenses 2,15).

Paralelo a la escritura y predicación apostólica (para la evangelización) surgieron otros escritos -de los discípulos de los apóstoles- para explicar el trasfondo de las enseñanzas de la revelación, apareció la catequesis escrita.

Estos documentos para la enseñanza de la Fe cristiana se encuentran desde las raíces mismas de la Iglesia católica, específicamente con la Didaché, el primer “manual de la Fe”, que fue compuesto al rededor del año 70d.C.

Este tipo de enseñanza que no fue escrita directamente por los apóstoles también fue preservada por la Iglesia y es llamada Tradición Apostólica, ya que contiene la enseñanza de ellos a sus discípulos.

La misma es discernida e interpretada junto a la Sagrada Escritura bajo la autoridad del Magisterio de la Iglesia, que es pilar y fundamento de la verdad (1 Timoteo 3,15).

San Agustín por Antonio Rodríguez

   

LOS ESCRITOS CATEQUÉTICOS DE LOS PADRES Y DOCTORES DE LA IGLESIA HASTA LA EDAD MEDIA

Los “Padres de la Iglesia”, herederos de los apóstoles, continuaron transmitiendo y defendiendo el mensaje de Cristo para que no se corrompiera, tal como se les había encomendado (1 Corintios 15,2).

San Agustín de Hipona (354-430d.C.) contribuyó a con su “De Catechizandis Rudibus” (Cómo Catequizar al Ignorante), y san Gregorio Magno, papa (590-604d.C.), escribió un compendio de escritos llamados “Libros de Dialogo”.

Estos textos fueron aprovechados por los religiosos y maestros de la Fe para no desvirtuar la enseñanza de la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio.

Los laicos, en su mayoría iletrados, se instruían tanto como podían con estos hombres sabios, principalmente mediante la liturgia.

Página del Codex Manesse

Y cuando los maestros callaban, el arte educaba (Lucas 19,40).

Las esculturas, vitrales, y pinturas jugaron un papel importantísimo para la mayoría del pueblo católico, con estos recursos contemplaban y entendían la Fe sin necesidad de palabras escritas.

Bien lo decía san Juan Damasceno (675-749d.C.):

“Lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para los que no leen.

Lo que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos.

Las imágenes son el catecismo de los que no leen”.

El arte por un lado, pero sin descuidar lo escrito.

Porque en la edad media sobresalió la excelencia catequética de santo Tomás de Aquino (1224-1274d.C.).

Especialmente sus dos obras: la Suma contra Gentiles para catequizar a los paganos y la Suma Teológica para cristianos primerizos.

Este compendio de doctrina fue ampliamente útil para combatir los errores de la llamada “Reforma Protestante” durante el siglo XVI y XVII.

   

LA CATEQUESIS DURANTE LA REFORMA PROTESTANTE

Progresivamente Martín Lutero, Juan Calvino y el Rey Enrique VIII se separaron de la Iglesia Católica y rechazaron todo documento doctrinal ajeno a las Sagradas Escrituras.

Nació así el “dogma protestante” de la Sola Scriptura, error que llevó a una explosión de confesiones cristianas contradictorias que competían entre sí.

Sin el Magisterio de la Iglesia interpretando las Sagradas Escrituras, mediante la Tradición Apostólica, sólo quedaban las opiniones cambiantes de cuanto “reformador” apareciera.

Incluso Martín Lutero vio esto con horror y rechazo cuando escribió:

«Este no quiere oír de Bautismo, y ese otro niega el sacramento, otro pone un mundo entre este y el último día.

Algunos enseñan que Cristo no es Dios, algunos dicen esto, otros dicen esto otro: hay tantas sectas y credos como hay cabezas.

Cualquier don nadie se cree mensajero de Dios y cuando él sueña y tiene fantasías, él se cree que es inspirado por el Espíritu Santo e insiste que debe ser aceptado como profeta.»

(Martin Lutero – De Wette III, 61. Citado en O’Hare, Las realidades acerca de Lutero, 208.)

El daño estaba hecho entre los que se apartaron de la Iglesia católica.

Por otra parte los defensores de la Fe apostólica en la Iglesia como san Pedro Canisio (1521-1597d.C.) con su “Resumen de la Doctrina Cristiana” develaban y desmontaban las herejías de su época.

Concilio de Trento por Laurom

A su vez la jerarquía de la Iglesia en el Concilio de Trento (1545- 1563d.C.) propuso la creación de dos catecismos, uno para los estudiosos y otro para el laico común.

Al final se concluyó sólo el primero que fue avalado por el papa Pio V en 1566d.C.

El Catecismo de Trento fue revisado más tarde por el papa Gregorio XIII y fue enérgicamente recomendado por los pontífices León XIII, san Pio X y Pio XI.

De este documento surgieron otros más específicos o regionales teniendo varios autores, entre ellos algunos santos.

Como Roberto Belarmino (1542-1621d.C.) Vicente de Paul (1576-1660d.C.), y Juan Bautista la Salle (1651-1719d.C.).

Estos documentos abrieron una era de oro en el énfasis de la catequesis católica, normalmente como una fórmula que respondía a los postulados protestantes.

La fe se había sistematizado y era accesible como estudio para todo niño antes de su primera comunión.

Fotografía del Concilio Vaticano II

   

UN NUEVO DESAFÍO

Luego del caos producto de la Reforma Protestante y la respuesta de la Reforma Católica, vinieron nuevas amenazas.

El cristianismo al quedar segmentado en numerosos credos ya no era confiable al juicio de los pensadores seculares (Juan 17,21), que miraron todo lo religioso como una superstición a superar para evitar guerras.

La fe estuvo bajo ataque intelectual desde afuera de la Iglesia comenzando con el movimiento de la “Ilustración” (siglo XVII) y desde su interior con errores como la herética teología modernista (siglo XIX).

No sólo se dudó de la Verdad revelada por la Iglesia, se llegó al extremo de desconfiar sobre la existencia de la verdad en sí misma, se abrían las puertas de par en par para el relativismo.

Sin una única Verdad (Juan 14,6) sobre la cual fundamentar todo el conocimiento humano ya no había nada seguro ni confiable, el hombre estaba abandonado a su criterio cambiante.

Sin el cristianismo como la verdad sobre la cual desarrollar las sociedades, cualquier gobernante podría “proponer” la nueva y más efectiva forma de verdad, para el bienestar de la población.

Esto llevó a tiranías neopaganas y ateas que causaron las matanzas más grandes y cruentas que ha vivido la humanidad en su historia.

El fascismo dejó un saldo de 26,2 millones de muertes tan sólo en la Unión Soviética, y el comunismo por su parte causó la muerte violenta de entre 85 y 100 millones de personas.

Se necesitaba una guía intelectual que respondiera las preguntas de Fe, no sólo desde preguntas singulares y específicas, sino que respondiera “el todo” de la Verdad cristiana, accesible tanto para intelectuales como laicos.

Sumado a esto, en el siglo XX la Iglesia vio la necesidad de reforzar el otro pilar, para ese entonces un tanto fundido en la catequesis, que debía priorizarse entre los cristianos católicos: la evangelización.

El “Kerigma” no debía ser exclusivamente para los paganos del mundo moderno, sino que debía formar parte del encuentro personal con Jesús que todo cristiano debía experimentar.

El Concilio Vaticano I (1869-1870d.C.) deja entrever una nueva búsqueda por re-evangelizar a los cristianos sólo de bautizo pero no de Fe vivida, llevarles el kerigma sin descuidar la catequesis.

Las verdades de Fe se debían presentar de una nueva forma, más integral, tanto desde un enfoque evangelizador como catequético.

Más tarde durante el Concilio Vaticano II (1959-1960d.C.) se propuso la creación de un nuevo catecismo para cumplir esta misión, trabajo que tomó años.

   

EL NUEVO CATECISMO

A la espera de un nuevo compendio de la Fe, los liberales en el interior de la Iglesia aprovecharon para interpretar el Concilio Vaticano II a su conveniencia.

La iglesia atravesó en occidente por una penosa y errática etapa de experimentación.

En algunos casos se buscaba atraer a las personas de nuevo a la fe, no renovando, sino cambiando la misma.

Esta pseudo-evangelización veía la catequesis doctrinal como un estorbo para “experimentar” un cristianismo más puro y elemental, como si la Fe se sustentara en sentimientos y no en la Verdad (Juan 15,5).

La urgencia de un nuevo catecismo resonó en 1983 con palabras del entonces cardenal Joseph Ratzinger (más tarde Papa Benedicto XVI) cuando expuso el problema:

«Ya no se tiene el coraje de presentar la Fe como un todo orgánico en sí misma.

Sino como reflexiones selectivas de experiencias antropológicas parciales fundamentadas en una cierta desconfianza de la totalidad.

Explicada por una crisis de la Fe, o más Exactamente, de la fe común de la Iglesia de todos los tiempos».

Por su parte san Juan Pablo II en 1985 convocó un sínodo extraordinario de obispos, se conmemoraría el 20 aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II (1982-1965d.C.).

Durante el mismo se decretó el inició de la redacción del nuevo catecismo.

Este documento vio la luz el 22 de Junio de 1994, siendo presentado con la Constitución Apostólica Fidei Depositum, presidida por S.S.Juan Pablo II, leyéndose en la misma:

Un catecismo debe presentar con fidelidad y de modo orgánico la doctrina de la sagrada Escritura, de la Tradición viva de la Iglesia, del Magisterio auténtico.

Así como de la herencia espiritual de los Padres, y de los santos y santas de la Iglesia, para dar a conocer mejor los misterios cristianos y afianzar la fe del pueblo de Dios.

Asimismo, debe tener en cuenta las declaraciones doctrinales que en el decurso de los tiempos el Espíritu Santo ha inspirado a la Iglesia.

Y es preciso que ayude también a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas que en otras épocas no se habían planteado aún”.

   

SER SAL Y LUZ EN EL MUNDO

Es así como llega a nosotros el nuevo catecismo, como fruto del Concilio Vaticano II, en un mundo donde las personas desconfían de las instituciones y de la existencia de la Verdad.

El Catecismo nos recuerda que hay seguridad en nuestras creencias y anhelos más profundos como cristianos.

No estamos a la deriva intelectual, nuestra Fe es racional y es verdadera, ha pasado de generación en generación y es un tesoro que debemos guardar y compartir para el mundo.

El Catecismo sirve para varias funciones importantes:

  • Transmite los contenidos esenciales y fundamentales de la fe y de la moral católica de una manera completa y el resumen.
  • Es un punto de referencia para los catecismos nacionales y diocesanos.
  • Es una exposición positiva, objetiva y declarativa de la doctrina católica.
  • Su objetivo es ayudar a aquellos que tienen el deber de catequizar, a saber, promotores y maestros de catequesis. Desde el obispo hasta el joven hambriento de conocimiento y verdad.

Todo esto organizado en cuatro secciones mayores:

  • El misterio de la Fe, lo que creemos: el Credo.
  • La celebración de la Fe, la gracia y salvación de Jesús: Los sacramentos.
  • La Fe que actúa por el Amor, lo que hay que hacer para ser salvos: Los diez mandamientos.
  • Como nos relacionamos con nuestra creencia, la oración: El Padre Nuestro.

Con este increíble potencial no hay excusa para no sacarle provecho a este instrumento para la nueva evangelización, sabiduría milenaria a nuestro alcance.

¿No tienes el dinero para comprarlo? Es gratuito en la página web del Vaticano.

¿Te intimida el tamaño del catecismo? La Iglesia te facilita un compendio –resumen- del mismo, gratuito.

¿Quieres un catecismo enfocado a las necesidades de la juventud? Lo tienes en libro y también con aplicación para teléfonos inteligentes, a un precio razonable.

Sigue muy complejo… ¿Lo quieres en dibujos animados para niños, jóvenes o tú mismo? También existe, y con aplicación para teléfonos inteligentes disponible, ¡también gratuito!

Estas son algunas de las presentaciones existentes para facilitarnos el acceso al nuevo catecismo de la Iglesia católica.

Y no faltará quien prefiera la estructura tradicional del gran Catecismo de Trento, y está bien, no está prohibido ni nada.

Tanto el Nuevo Catecismo como el de Trento exponen la misma verdad pero de manera diferente, para periodos históricos distintos.

¡Conozcamos nuestra Fe! Que conociéndola conoceremos a Jesús y así le amaremos con intensidad, pues ¿quién ama lo que no conoce?

Realmente no hay excusa. La catequesis enraizada en la evangelización es el nuevo horizonte al que la Iglesia nos llama.

Bien lo decía el Papa Francisco en el Jubileo de los Catequistas del año 2016:

“…se nos pide que no dejemos de poner por encima de todo el anuncio principal de la fe: el Señor ha resucitado. No hay un contenido más importante, nada es más sólido y actual.

Cada aspecto de la fe es hermoso si permanece unido a este centro, si está permeado por el anuncio pascual. Si se le aísla, pierde sentido y fuerza.

…El que proclama la esperanza de Jesús es portador de alegría y sabe ver más lejos, tiene horizontes, no un muro que lo cierra; ve lejos porque sabe mirar más allá del mal y de los problemas.

Al mismo tiempo, ve bien de cerca, pues está atento al prójimo y a sus necesidades.

…Que [Dios] nos dé la fuerza para vivir y anunciar el mandamiento del amor, superando la ceguera de la apariencia y las tristezas del mundo”.

Seamos pues, sal y luz (Mateo 5,13-16) de un mundo deprimido y sediento de Verdad (Juan 14,6) y Amor (1 Juan 4,7-21), palabras que definen la necesidad última del hombre: Dios.

Fuentes:


Informe Redactado por Marvin Marroquín
Estudios en arquitectura, filosofía, teología y apologética

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