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El sábado dedicado a María

Desde el principio de los tiempos, la Santa Madre del Creador ha sido amada y venerada al modo que Cristo deseó para Ella. A lo largo de su historia, la Esposa del Señor buscó formas de honrarla y servirla adecuadamente.   

Desde el s. IX comienza en la liturgia de Occidente un fenómeno nuevo: La dedicación del sábado a la Virgen. El benedictino irlandés Alcuino (735-804) impuso el rito romano en la población franco-germana, reunió tres series de formularios de Misas votivas para los días de la semana, para no tener que repetir cada día la Misa del domingo, y hay que observar que la «memoria de Santa María en sábado» es la única que se repite en dos series.
El sábado se afirmó luego sólidamente como día de la Virgen, comenzando una tradición que no se ha interrumpido hasta nuestros días.

A partir de entonces es un hecho histórico el nacimiento del sábado mariano, pero lo que es más problemático es determinar el motivo histórico espiritual que dio origen para que el sábado se escogiese como día dedicado a María.

Mas adelante, el Papa Beato Urbano Segundo, habiendo huido a Francia por causa del emperador Enrique Tercero, que le perseguía, celebró Concilio en Claramonte, y ordenando diversas cosas para la gobernación del clero, mandó que se rezase cada día el Oficio de Nuestra Señora, y los sábados, si no hubiese Doble o Semidoble, fuese rezado el de Ella. Fue el primer Pontífice que concedió Cruzada contra infieles. Lo dice San Antonio de Florencia en su Segunda Parte Historial.

 

¿POR QUÉ SE DIO EL DÍA DEL SÁBADO A LA VIRGEN?

Hay algunas razones y congruencias. Una es porque el día que padeció algún santo suele celebrarse su fiesta, y la Virgen, si padeció martirio, fue el viernes y el Sábado Santo. El viernes fue dedicado al martirio del Hijo, y vino bien que el sábado siguiente se dedicase al martirio de la Madre.

Es otra razón que, así como en el día del sábado cesó Dios las obras de la Creación y descansó, en ninguna alma descansó así el Espíritu Santo, como en la de Cristo y en la de su Soberana Madre. En las otras almas hubo alguna repugnancia, a lo menos de Pecado Original, y algún venial, mas en la de Cristo y en la de la Virgen no hubo tal repugnancia, pues ni hubo pecado venial ni Original.

Es la tercera razón que Dios bendijo el día del sábado; así la bienaventurada Virgen María fue bendita por las tres Personas: el Padre la bendijo escogiéndola por Hija, el Hijo la bendijo escogiéndola por madre y el Espíritu Santo la bendijo escogiéndola por esposa. El ángel la bendijo cuando la saludó, y todo el mundo la bendice, porque la reverencia y loa.

Otra  razón es porque el Sábado es medio entre el día del gozo, que es el Domingo, y el día penoso, que es el Viernes; así la Virgen es medianera entre Dios y los hombres.

No todos los autores están de acuerdo en determinar la motivación del significado mariano del sábado, veamos algunos:

Hay quien dice que como el sábado prepara para el domingo, así la fiesta de la madre debe preceder a la del Hijo.

Según otros autores, el sábado que precede a la resurrección, María vivió el misterio del dolor que le fue profetizado por Simeón «Una espada traspasará tu alma» (Lc. 2, 35). El sábado podía ser la conmemoración de sus dolores como el viernes lo era de los dolores de su Hijo. Con este aspecto se puede enlazar la relación de María con el misterio pascual.

Actualmente la razón que con más frecuencia se propone y que se presenta como la más válida es que en el sábado se conmemora la hora de fe de María.
El sábado, entre el viernes de la pasión y muerte, y el domingo de la resurrección – escribe Mariano Magrassi, Obispo de Bari – está lleno de la fe de María. Es como si toda la fe de la Iglesia se recogiese en Ella, mientras la fe se oscurecía en todos, Ella conservó, por encima de todo, su fe firme e intacta, fue la primera fiel, la única que mantuvo encendida la llama, inmóvil en la oscuridad de la fe, fuerte en el tiempo de duda.

Era justo que la Iglesia le consagrara aquel día, que más que ningún otro recuerda la singular grandeza de su fe, la heroicidad de su esperanza y su amor indefectible por el Hijo.

Fuente: Padre Tomás Rodríguez Carbajo  y otros



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María en el Calendario Liturgico de la Iglesia

Hasta fecha reciente no se tomaba en serio encontrar bases teológicas serias para justificar la presencia de María en la liturgia. Después del Concilio Vaticano II, con el documento sobre la liturgia (Sacrosactum Concilium) y la Lumen Gentium, se marcan las líneas fundamentales para justificar esta presencia.

El primer motivo y más importante es la participación de María con Cristo en la obra de la salvación, como humilde servidora; el otro motivo es su ejemplaridad, María nos ayuda a participar en el misterio de Cristo, en la celebración litúrgica de la Iglesia, ella es la más perfecta cristiana en este sentido, es el modelo de la Iglesia.

El otro basamento teológico es la alegría que encuentra la Iglesia en María, por ver en ella las promesas cumplidas, esto es un motivo también de veneración y alabanza. Esto alimenta la esperanza y el consuelo, porque María es el ícono escatológico de la Iglesia; viendo a María vemos el futuro glorioso de la Iglesia, de todos nosotros como Iglesia de Cristo.

Esta realidad y presencia mariana también es la más poderosa motivación para participar plenamente en la liturgia, dado que se cumple en el presente lo que Cristo realizó en el pasado, pero se construye el futuro ya desde ahora en este presente. María es para la Iglesia este estímulo vivo y permanente, por su participación en el misterio de Cristo, desde su encarnación hasta su muerte y resurrección, y hasta la venida del Espíritu; ella está presente a la acción del Espíritu que va realizando la redención en la Iglesia y hace entrar en el eterno presente del Amor de Dios a todos. Donde hay celebración litúrgica allí está María participando y animando a los cristianos.[1]

 

MODELO, TESTIGO Y COLABORADORA

La ejemplaridad de María es un aspecto que se ha resaltado en la Lumen Gentium, ella es para la Iglesia el modelo más perfecto de culto y de servicio a Dios. Pablo VI la presenta como “el mejor modelo de la Iglesia en orden a la fe, a la caridad y a la perfecta unión con Cristo, es decir, de esta disposición interior que inspira a la Iglesia, la Esposa amada, estrechamente unida a su Señor, cuando lo invoca y por él, rinde el culto debido al Padre Eterno”.[2] Porque es en la liturgia que, bajo la acción del Espíritu Santo, toda la oración y la contemplación del cristiano llegan a su cima.

Así Pablo VI va afirmando las varias actitudes de María que son modelo de la Iglesia en su liturgia; ella es la Virgen que escucha, modelo para la Iglesia que medita, acoge, vive, proclama esa Palabra que se encarnó en María. La Virgen orante, en relación con el Espíritu Santo, que exulta las alabanzas a Dios en el Magnificat, la Virgen intercesora en Caná, modelo para la intercesión de la Iglesia, la que espera y suplica por el Espíritu Santo en Pentecostés, además, la Virgen que ofrece en el templo de Jerusalén y en el Calvario, en sus dos aspectos, activo (ella ofrece a su Hijo) y pasivo (ella se ofrece) es un modelo para la oración litúrgica de la Iglesia. Además como Madre, la Virgen es modelo para la Iglesia de su labor de cooperación activa para llevar a sus hijos hacia Dios, transmitirles la vida nueva del espíritu, especialmente por la predicación y los sacramentos.[3]

Además del modelo para la liturgia, María es modelo para la vida práctica del cristiano de todos los días, que debe ser una prolongación de la liturgia celebrada, en su actitud de servicio, de humildad, de pureza, de solidaridad, de fidelidad a Dios y al ser humano. La persona humana que estuvo más cerca siempre de este misterio es María, su madre. Ella nos anima y enseña a vivirlo de la manera más profunda y adecuada. Por esto, cuando comienza el año litúrgico, vemos a María con una fuerte relevancia en las lecturas, oraciones y prefacio eucarístico de las celebraciones litúrgicas. Esto tiene un significado preciso, que es la espera del Mesías. María fue la persona que encarnó esa espera de Israel; las profecías apuntaban a la llegada de Dios, alégrate y grita de Júbilo hija de Sión porque viene a ti, ella estuvo en silencio esperando la llegada de aquel que iba a cambiar todo, pero ella ya lo tenía dentro de sí. Por eso María nos introduce de la manera más humana y sencilla en el misterio de su Hijo, por ser su madre. Ella vive lo natural de todas las madres, el ensimismamiento para ocuparse con amor de esa creatura que llega al mundo y que nadie puede querer y proteger mejor que la propia madre. Ya en el vientre de María ella amó a Jesús entrañablemente, y sus brazos fueron los más acogedores que podían ser cuando entró el Mesías en el mundo, en el establo de Belén.

La participación de María es por lo tanto una cooperación real y efectiva porque nos ayuda a entrar en la anamnesis de la celebración litúrgica, con un corazón abierto y amoroso, sin prejuicios, apoyándonos en su experiencia de ser la madre del Mesías esperado, y cooperando nosotros mismos con nuestra actitud receptiva con esa acción redentora que Cristo está realizando en cada uno de los fieles y en la Iglesia toda. El testimonio de María, su presencia permanente en la Iglesia, desde su origen, su vocación de Madre Espiritual, que sigue activamente trabajando por nosotros, hacen que constantemente sea tomada en consideración de diversas maneras en la celebración litúrgica de la Iglesia.

 

LO QUE DICE EL MARIALIS CULTUS DE PABLO VI (1974)

Después del Concilio Vaticano II quedó clara la necesidad de una amplia y profunda reforma litúrgica, que implicó también revisar el puesto de María dentro de la liturgia eclesial. La Marialis Cultus es la encíclica que corona esta reforma respecto al culto mariano, comenta la reforma del nuevo Misal Romano y determina la manera cómo ha de darse la liturgia y la devoción mariana en la Iglesia. “La reforma de la Liturgia romana presuponía una atenta revisión de su Calendario General. Éste, ordenado a poner en su debido resalto la celebración de la obra de la salvación en días determinados, distribuyendo a lo largo del ciclo anual todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación hasta la espera de su venida gloriosa, ha permitido incluir de manera más orgánica y con más estrecha cohesión la memoria de la Madre dentro del ciclo anual de los misterios del Hijo”.[4]

Esta reforma ha permitido en realidad enriquecer la presencia mariana en la liturgia, recentrándola y actualizándola integrando los avances teológicos de nuestra época a la vez que manteniendo viva la tradición de la Iglesia. “Recorriendo después los textos del Misal restaurado, vemos cómo los grandes temas marianos de la eucología romana —el tema de la Inmaculada Concepción y de la plenitud de gracia, de la Maternidad divina, de la integérrima y fecunda virginidad, del «templo del Espíritu Santo», de la cooperación a la obra del Hijo, de la santidad ejemplar, de la intercesión misericordiosa, de la Asunción al cielo, de la realeza maternal y algunos más— han sido recogidos en perfecta continuidad con el pasado, y cómo otros temas, nuevos en un cierto sentido, han sido introducidos en perfecta adherencia con el desarrollo teológico de nuestro tiempo. Así, por ejemplo, el tema María-Iglesia ha sido introducido en los textos del Misal con variedad de aspectos como variadas y múltiples son las relaciones que median entre la Madre de Cristo y la Iglesia. En efecto, dichos textos, en la Concepción sin mancha de la Virgen, reconocen el exordio de la Iglesia, Esposa sin mancilla de Cristo; en la Asunción reconocen el principio ya cumplida y la imagen de aquello que para toda la Iglesia, debe todavía cumplirse; en el misterio de la Maternidad la proclaman Madre de la Cabeza y de los miembros: Santa Madre de Dios, pues, y próvida Madre de la Iglesia.”[5]

 

RELACIÓN ENTRE LITURGIA Y DEVOCIONES MARIANAS

El amor a María es uno solo, el mismo amor está presente en la liturgia y en las prácticas devocionales, pero ambas tienen su diferencia específica. La liturgia es realizada oficialmente por la Iglesia, y consiste básicamente como hemos dicho en la celebración de los sacramentos, lo cual hace todo el pueblo de Dios, y por otra parte en la Liturgia de las Horas, que realizan globalmente los consagrados del pueblo de Dios.

Las devociones por su parte son otras prácticas realizadas por el pueblo de Dios, no tanto los consagrados, sino cualquier miembro, familias, barrios, pueblos, etc. Tiene que ver con las costumbres, con la religiosidad popular, con las expresiones de amor espiritual hacia María, realizadas por el pueblo sencillo y creyente. Estas prácticas pueden ser el rezo del Rosario, las procesiones, la visita a santuarios marianos, las consagraciones a María, el escapulario de la Virgen del Carmen, entre otras.

La devoción a María es una cosa y las devociones es otra. La devoción es el amor con que sentimos y expresamos nuestra fe; puede tratarse de Dios, que es lo más saludable e importante, pero también puede referirse a la Virgen María o algún otro santo. Normalmente el pueblo cristiano, católico u ortodoxo, siente el amor a María en un solo amor junto con el amor de Dios; no separan esos amores, así como Cristo y María su madre están unidos en un solo amor de madre e hijo, así el pueblo de Dios une esos dos amores sin hacerse demasiados problemas.

No pocas veces la gente tiene costumbre de acudir a una devoción mariana más que a la liturgia, como vemos en procesiones como la de la Divina Pastora; millones de personas en procesión, de las cuales un pequeño porcentaje es quien acude a la misa regularmente. Lo cual nos indica que la práctica más difundida, aunque parezca contradictorio, es la de las devociones más que la práctica litúrgica. Aunque habría que mitigar esta comparación un poco debido a que la liturgia se celebra a lo largo de todo el año mientras que las procesiones son pocas veces, pero aún así, las personas que acuden a las procesiones son las que van a misa regularmente, y además acuden una multitud mayor que esa, que normalmente no acuden a misa, no participan de la liturgia de la Iglesia.

También es bueno resaltar que existen devociones más fomentadas por la Iglesia que otras, o más oficializadas en forma general, como es el caso del Santo Rosario, que ha tenido varios documentos papales apoyándolo, cada vez se recomienda de parte de las más altas autoridades eclesiales incluido el Papa, e incluso el papa Juan Pablo II creó y agregó los misterios luminosos al Rosario, con lo cual estaba motivando desde su lugar de sumo pontífice el rezo del rosario en todo el mundo.

Otras prácticas devocionales van variando en el tiempo, como la celebración del mes de María, durante todo el mes de Mayo, que culmina con la Coronación de María, en realidad Fiesta de la Visitación de María a su prima Isabel. En estos momentos ya no se realiza este tipo de práctica religiosa como antes, se hace relevancia al mes de mayo pero sin embargo no existe la misma inquietud y fervor de la masa como antes, por lo cual estas expresiones devocionales se van terminando.

 

DEVOCIÓN MARIANA

La Marialis Cultus de Pablo VI centra lo que debe ser el culto mariano. Afirma que esta devoción es legítima, pero que debe estar inserta en el cauce del único culto que justa y merecidamente se llama cristiano.[6] Este culto cristiano nos lleva al Padre, y dentro de este culto se inserta el culto a María, que las teologías católicas y ortodoxas llaman justamente culto pero que los protestantes no le dan este nombre por temor a caer en idolatría.[7]

La devoción es la entrega confiada de la propia persona en manos de Dios; en el caso de María y de los santos, la devoción, es decir, la entrega de la persona en manos de María, apunta en el fondo hacia Dios, quien es el objeto final de toda devoción. La actitud religiosa del ser humano tiene su sentido en Dios, y la fe se manifiesta por medio de esta devoción, que puede tener diversas expresiones y manifestaciones y que se expresa en forma concreta corporal, por medio de la oración, posturas de rodillas, juntar las manos; además prender una vela, hacer reverencias, quemar incienso, etc.

Dentro del culto cristiano hay una serie de prácticas y ritos que se realizan pero que implican la devoción de las personas que lo realizan. Se pueden dar sin participación interior pero quedan solamente como un acto formal. La devoción y culto a María y a los santos entran dentro del culto a Dios; no son independientes. Dentro de la liturgia tenemos especial mención a María y a los otros santos, pero queda siempre culto al padre, por medio del Hijo y en el Espíritu Santo. La presencia y el amor a María dentro de este culto no desvía la adoración a Dios sino que la refuerza, la enciende más, la hace más cercana y humana.

Dentro del culto y devoción debemos diferenciar la latría de la dulía; ambas se pueden expresar en los actos de devoción religiosa, pero son diferentes. La latría es para Dios; se traduce como adoración. Solamente adoramos a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nuestro ser se entrega en la adoración en forma plena ye incondicional, como un acto de salvación espiritual eterno. Respecto a la veneración, es decir, la dulía, también nos entregamos de corazón y con todo nuestro amor a María u otro santo, pero no de la misma manera, puesto que son personas humanas, llenas de Dios pero siguen siendo humanos. Los veneramos, los amamos, nos entregamos en la devoción y el amor, pero nuestro ser íntimo está en todo momento dirigiéndose a Dios como su salvador, como la fuente de su vida actual y eterna. Todos los amores que tenemos en esta vida, incluidos los amores humanos, apuntan en el fondo a Dios, la fuente del Amor. Así mismo, el amor y devoción a los santos es camino de entrega a Dios, es aliento para profundizar, es ayuda para abrirse a Dios cada vez más profundamente.

 

PABLO VI

La piedad de la Iglesia hacia la santísima Virgen María es un elemento intrínseco del culto cristiano. La veneración que la Iglesia ha dado a la madre del Señor en todo tiempo y lugar, desde el saludo y la bendición de Isabel hasta las expresiones de alabanza y súplica de nuestro tiempo, constituye un sólido fundamento… de que el culto a la Virgen es de profunda raíz en la palabra revelada y de sólidos fundamentos dogmáticos.[8] Es la voz del papa Pablo VI, quien realizara la reforma litúrgica después del Vaticano II, y dio a luz a la Marialis Cultus, el documento fundamental para regir la devoción a María.

“Este culto mariano, como sabéis, es introducción y consecuencia del culto único y supremo que damos a Jesucristo Nuestro Señor. Es garantía de nuestra fe en sus misterios y en su misión: es expresión de nuestra pertenencia a la Iglesia que tiene en María su más santa y más bella hija y que encuentra en María, como escribió San Ambrosio, su imagen ideal. Nos llena de gozo y de esperanza y nos enseña a imitar a la Virgen en sus virtudes tan sublimes y tan humanas, sobre todo en la virtud de la fe, de la aceptación de la Palabra de Dios, que inicia en nuestras vidas la vida de Cristo” (Pablo VI: Audiencia General, 14-8-1963).[9]

“Todos reconocemos, y hoy precisamente debemos proclamarlo de forma especial, que a María se le debe un culto excepcional, singular. Hiperdulía, lo define el Catecismo. Este término explica algo que va más allá de las medidas ordinarias, por lo cual nunca podremos satisfacer plenamente nuestra obligación de venerar a María, los derechos a tales honores sobrepasan nuestros límites y nuestra posibilidad. Nos encontramos ante un precepto religioso que nos compromete de una forma especial (Pablo VI. Homilía en la Asunción, 15-8-1964).[10]

El pueblo creyente extendido a lo largo y ancho del mundo, y a través de la historia, ha expresado su devoción y amor a María de muchas maneras; la religiosidad popular expresa en no pocos lugares este amor por medio de procesiones, vigilias, danzas, romerías, etc. Esta devoción a María es como un río de amor espiritual incontenible y muchas veces incomprensible, pero que la Iglesia en su sabiduría debe saber trabajar. El pueblo tiene una motivación profunda que hay que evangelizar y cristianizar. Si se descuida puede llegar a desviarse hacia una falsa religión. Los agentes evangelizadores deben lograr evangelizar estos pueblos sin perder el amor y devoción a María; es un reto que exige formación adecuada, una vida de oración, un auténtico amor y dedicación al pueblo sencillo de Dios. El movimiento más grande de religión, de experiencia espiritual, de motivación por las cosas trascendentales, se sostiene por este tipo de devoción y amor a María que nace desde lo profundo de los creyentes, de los pueblos. Esta base vital debe ser valorada y adecuadamente trabajada para llevar a los pueblos hacia la experiencia de Cristo, hacia la plena cristianización de la humanidad, tal como lo quiere María y todos los santos lo han hecho en su propio momento.

Hay que aclarar que la verdadera evangelización lleva el signo de la novedad real; abre el corazón al gozo, hace crecer la esperanza, responde a las exigencias de todo hombre, compromete a una respuesta que transforma al que la acoge. Ningún evangelio como el anunciado por María con su vida responde tan exactamente a estas características. María es ella misma Evangelio vivido y ofrecido silenciosamente a sus hijos.[11] Esto significa que la verdadera y más profunda cristianización se da en comunión con María, quien es la que ha encarnado en su vida de la manera más perfecta el evangelio; es la más perfecta discípula de Cristo, tal como lo resalta el documento de Aparecida, y ha sido la persona que estuvo y estará más cerca de Cristo, que mejor lo ha conocido y lo conocerá. La cristianización que se logra desde María, sin apartarla, es la más hermosa, profunda y durable cristianización que se pueda lograr.

 

MARÍA EN LA MUSICA

La presencia de María en la música es, como en la literatura y en las artes figurativas, una presencia masiva, que ha ayudado a llenar lagunas en el estudio de la mariología. San Efrén, ocupa el primer puesto en Himnos a la Virgen. Los santos Ausencio y Romano, en los siglos V y VI continúan la tradición, y junto con Juan Damasceno, dan vida a las formas típicas de la liturgia oriental, el Kontakion; parece que el famoso himno mariano Akathistos se debe a San Román.

En el canto gregoriano, que tiene cuatro vertientes: galicano, ambrosiano, romano y mozárabe, y se formó en los 12 o 13 primero siglos, encontramos una enorme cantidad de músicas marianas, que van desde la misa de la Virgen denominada Cum jubilo hasta las formas más elementales, que todavía pueden encontrarse hoy en el Liber usualis.[12]

 

LITURGIA MARIANA

La razón principal de existencia y misión de la Iglesia es continuar y hacer eficaz para los hombres de todos los siglos la misión de Cristo, glorificar al padre, santificar las almas. Esto se realiza sobre todo en su culto, fuente primera e indispensable para el individuo y para la comunidad de unión plena con Dios, efectiva circulación de vida sobrenatural entre Dios y el hombre.[13]

Como la vida moral de los cristianos es consecuencia de la doctrina revelada por Jesucristo, así la vida cultual está estrechamente unida al valor absoluto que, según la razón y la fe, tienen las personas y las cosas. Como la vida cristiana es el “dogma vivido”, la liturgia es el “dogma orado”. Aunque el culto de adoración es reservado exclusivamente a Dios, padre, Hijo y Espíritu Santo, la Iglesia reserva un culto de veneración, dulía, es decir, de honor, de respeto, de imitación a los santos. Entre todos los santos que la Iglesia presenta como modelos e intercesores sobresale la persona que Dios escogió como Madre del Verbo encarnado. La Virgen Madre se eleva sobre la multitud de los santos por estar tan llena de privilegios de Dios pero también por haber correspondido más que cualquier otra creatura a los dones de Dios. María es honrada por la Iglesia con un culto de superveneración (hiperdulía).[14]

Por tanto a María y a los otros santos la Iglesia tributa un culto claramente distinto, en la esencia y en la forma, del culto que tributa a Dios. Ella no sólo justifica y permite la veneración de aquellos a quienes presenta como modelos de perfección cristiana, sino que da amplio lugar en su culto oficial (la liturgia) a su recuerdo vivo y a su intercesión. Por esto podemos hablar de la liturgia de los santos y de la Liturgia Mariana.

La liturgia contiene la confesión de fe de la Iglesia en el misterio de María. Ofrece una rica síntesis, atenta a la tradición y a los desarrollos más recientes. Pablo VI declara: “Recorriendo los textos del Misal restaurado, vemos cómo los grandes temas marianos de la eucología romana, la Concepción Inmaculada y la plenitud de la gracia, la maternidad divina, la virginidad perfecta y fecunda, el Templo del Espíritu Santo, la cooperación a la obra de su Hijo, la santidad ejemplar, la intercesión misericordiosa, la Asunción al cielo, han sido acogidos en perfecta continuidad doctrinal con el pasado, y también cómo otros temas, en cierto sentido nuevos, han sido introducidos en no menor concordancia con los desarrollos teológicos de nuestros días (MC 15).

La liturgia presenta de manera equilibrada y justa el culto que se debe rendir a Cristo y que se traduce en especial veneración a su Madre:”Es importante observar cómo la Iglesia traduce los múltiples lazos que la unen a María en las diversas actitudes efectivas del culto: veneración profunda, cuando reflexiona sobre la dignidad eminente de la Virgen, convertida, por obra del espíritu Santo en Madre del Verbo Encarnado; amor ardiente, cuando considera la maternidad espiritual de María respecto de todos los miembros del Cuerpo Místico: invocación confiada, cuando experimenta la intercesión de su Abogada y Auxiliadora (cf. LG 62); servicio de amor cuando capta en la humilde servidora del Señor la Reina de misericordia y la Madre de la gracia; invitación activa cuando contempla la santidad y virtudes de la que es “llena de gracia” (Lc 1,28); emoción profunda cuando ve en María, como una imagen muy pura, lo que debe llegar a ser y convertirse en todos sus miembros (SC 103); contemplación atenta cuando reconoce en la Asociada al Redentor, quien participa desde ahora plenamente de los frutos del misterio pascual, el cumplimiento profético de su propio futuro” (MC 22).

La liturgia propone por lo tanto a nivel de la fe profesada y vivida “una regla de oro para la piedad cristiana” (MC 23), pero además la fuente, el tope, la escuela y la experiencia mística de nuestra comunión con la Madre de Dios. Todas las otras formas de veneración y devoción hacia María deben converger hacia la liturgia y ligarse a ella. En la liturgia, en sus contenidos doctrinales y sus actitudes cultuales, tenemos un criterio válido de discernimiento ante todas las exageraciones de las devociones que amenazan siempre , como lo muestra la historia antigua y reciente de la piedad mariana (Cf. MC 38-39).

 

LITURGIA EN LA HISTORIA

Según el Papa Pablo VI, quien trata de aclarar el culto a María en la Marialis Cultus, centrándolo en Cristo, sin embargo afirma que “la piedad de la Iglesia hacia María es un elemento intrínseco del culto cristiano”.[15]

Podemos rastrear el culto mariano desde los primeros siglos de la Iglesia por medio de signos dejados en la historia; al principio no había una clara separación o polémica tal como la conocemos actualmente entre lo que es y lo que no es culto litúrgico; el centro era el misterio pascual que se celebraba cada domingo y una vez al año en mayor solemnidad, en el domingo de Pascua. Los textos creados desde los tiempos bíblicos fueron muchas veces himnos litúrgicos, incluyendo el Magnificat y el Benedictus. Tenemos las Odas de Salomón, de comienzos del siglo II, que hablan de María, del contraste entre María y Eva, de que María no tuvo dolor ni necesitó comadrona para parir en contraste con el dolor de Eva. Según varios autores como Bernard, Abramowski, Danielou, quienes consideran que la asamblea cultual constituye el verdadero lugar y ambiente donde surgen estas Odas de Salomón, estaríamos hablando de las primeras décadas del siglo II, donde habría asambleas cristianas que incluyeron cánticos dedicados específicamente a María, la madre del Mesías, por su gran admiración, respeto y devoción hacia ella.[16]

San Melitón de Sardes tiene una homilía que los patrólogos ubican en un contexto eminentemente cultual, y que data de los años 160-170, donde habla de María como la bella o buena (kalós, en griego) cordera, madre virgen del Cordero inmolado. Durante el siglos II, el término “virgen” y sobre todo la expresión “la Virgen”, designan simple y exclusivamente a la madre de Jesús y adquirieron un matiz cultual; es decir, aparecen veteados de un sentido de veneración y estupor por el prodigio de la maternidad divina y virginal de María.[17]

La Tradición Apostólica, de Hipólito, proviene del año 215 aproximadamente, es un libro litúrgico de Roma. En la anáfora litúrgica encontramos mencionada a María: al cual en tu beneplácito, enviaste desde el cielo en el seno de una virgen, y habiendo sido concebido, se encarnó y manifestó como tu Hijo, nacido del espíritu Santo y de la Virgen (Cf 4 SC 11 bis, 488.50). María es recordada en la anáfora por ser la madre virgen de Cristo, Verbo de Dios, salvador del hombre. Esta arcaica mención de la Virgen no desaparecerá ya de la anáfora, sino que será un elemento presente en toda plegaria eucarística, destinado a adquirir un progresivo realce cultual.[18]

El rito bautismal de Hipólito también toma en cuenta a María en la segunda pregunta del credo: crees en Jesucristo, Hijo de Dios, que nació por el Espíritu Santo de la Virgen María…, y luego viene la segunda inmersión. Podemos inferir aquí cómo María estuvo presente en la liturgia desde el comienzo, que aunque no se haga ninguna referencia especial hacia ella en cuanto a un culto particular, y sea en una manera estrictamente cristológica y eclesial, sin embargo, dada la importancia de la liturgia eucarística y bautismal para el pueblo cristiano de los comienzos, especialmente la de Hipólito de Roma, vemos cómo ya está incluida María dentro del ambiente sacramental litúrgico, para luego seguirse desarrollando históricamente en las fiestas litúrgicas con dedicación especial a María.

El Protoevangelio de Santiago, escrito en el siglo II por un autor judeo cristiano de la diáspora de mentalidad católica, posiblemente en Alejandría, contiene una serie de bendiciones dedicadas a María por parte de los sacerdotes del templo y del pueblo en general: “Dios de nuestros padres, bendice a esta niña y dale un nombre glorioso y eterno por todas las generaciones” (VI,2); “Oh Dios altísimo, pon tus ojos en esta niña y otórgale una bendición cumplida, de esas que excluyen las ulteriores” (VI,2); “El Señor ha engrandecido tu nombre por todas las generaciones, pues al fin de los tiempos manifestará en ti su redención a los hijos de Israel” (VII,2); María, el Señor ha ensalzado tu nombre y serás bendecida en todas las generaciones de la tierra” (XII,1). Podemos afirmar que después de las bendiciones que recibe María en el Nuevo Testamento (Cf. Lc 1,28.30.42-43.45.48-49;11,27) como por ejemplo “Alégrate llena de gracia”, “bendita entre las mujeres”, “desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones”, etc. Estas expresiones de bendición hacia María muestran una continuidad que comienza en la iglesia primitiva y se mantiene, debido al amor y honor y respeto y devoción que los primeros cristianos tuvieron hacia la madre del Señor, y debido a sus excelentes cualidades cristianas, y es el sustrato de donde van a surgir las diversas oraciones y expresiones de bendición hacia María que formarán parte de la liturgia, tanto en las anáforas como en las oraciones como en los himnos.[19]

Respecto a las edificaciones especiales que implicarían un culto particular a la madre de Dios, en general hay que partir del siglo IV, una vez que se adopta el dogma de la Maternidad Divina de María. Sin embargo se han encontrado en el lugar de la tumba de María indicios de que existió un culto de veneración a María por parte de los judeocristianos ya desde antes del siglo III, este culto proviene del recuerdo del fin de la vida terrena de María.[20]

 

CELEBRACIONES MARIANAS

Dentro de la liturgia eucarística también tenemos los días propios marianos relacionados a los dogmas como María Madre de Dios el primero de enero, la Inmaculada Concepción de María el 8 de diciembre, la Asunción de María el 15 de Agosto, y otras fiestas especiales como María Reina, el Dulce Nombre de María, etc.

Además dentro de la liturgia eucarística tenemos los sábados dedicados especialmente a María. También las diversas advocaciones según su importancia internacional o según sea la patrona de un país o de una región, como es el caso de la Virgen del Carmen, la Milagrosa, Divina Pastora, Guadalupe, Coromoto, etc.

Dentro de la Liturgia de las Horas tenemos celebraciones especialmente dedicadas a María; normalmente el sábado está dedicado a ella, lo cual se llama María en Sábado, y además encontramos varias fiestas marianas como la Inmaculada Concepción, la Asunción de María, María Madre de Dios, Santa María Reina, y otras celebraciones donde se recuerdan advocaciones especiales de María como la Guadalupe, el Perpetuo Socorro, Nuestra Señora de Fátima, etc. Estas celebraciones específicas tienen que ver con la importancia histórica como puede haber sido la aparición de la Guadalupe, la Coromoto, Fátima, o la devoción importante y extendida como Nuestra Señora de los Dolores, Perpetuo Socorro, etc.

Además las varias Congregaciones de la Iglesia pueden tener fiestas especiales con la advocación de su Congregación, como los Redentoristas con Perpetuo Socorro, los Salesianos con María Auxiliadora, entre otros. Y cada País con su Patrona como la Guadalupe, la Coromoto, el Luján, etc.

Es estas celebraciones básicamente tenemos oraciones donde se recuerda a María; como la oración de entrada, ofertorio, salida. Además, si es una misa, hay varios prefacios donde se resalta más a María y no se le nombra simplemente; se lleva a la luz su importancia dentro de la historia de la salvación.

En ninguna celebración eucarística se le va a dirigir una oración directa a María, sino a Dios Padre; pero María estará presente allí, como entrelazada, y su recuerdo será para el pueblo de Dios motivo de júbilo y mayor alabanza y gloria a Dios.

 

LA PRESENCIA DE MARÍA EN LAS TEMPORALES

La presencia mariana a lo largo del año muestra cómo está unida la madre al misterio del Hijo. Dentro de la tradición occidental romana la presencia de María es más evidente en Adviento y Navidad y más discreta en cuaresma, pascua y Pentecostés. En cambio en la tradición oriental esta presencia mariana en la liturgia está presente de manera más equilibrada.

En tiempos de Adviento la liturgia nos recuerda frecuentemente la figura de la Virgen, sobre todo en las ferias del 17 al 24 de diciembre, y particularmente el domingo que precede la Navidad, día en que resuenan las voces antiguas de los profetas acerca de la Virgen madre y el Mesías, y se leen en el Evangelio los pasajes del nacimiento inminente de Cristo y del Precursor (MC 3).

Las lecturas del Antiguo Testamento, que se van comprendiendo a la luz del cumplimiento de las profecías en el Nuevo, hacen aparecer progresivamente en una más perfecta claridad la figura de la mujer, madre del Mesías. Ella se encuentra sugerida proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente hecha a nuestros primeros padres caídos en el pecado (Gn 3,15). Así mismo es ella, la Virgen, quien concebirá y dará a luz un hijo a quién llamarán Enmanuel (cf Is 7,14 y Mi 5,2-3; Mt 1,22-23). Ella ocupa el primer lugar entre los humildes y pobres del Señor que esperan confiadamente y reciben de él la salvación. En fin, con ella, la hija de Sión por excelencia, después de una larga espera en la promesa, se cumple el tiempo y se instaura una nueva economía, cuando el Hijo de Dios tomó de ella la naturaleza humana (LG 55).[21]

En el corto lapso de 4 semanas celebramos 3 misterios: la Inmaculada Concepción de María, el 8 de diciembre, como una celebración autónoma, la Anunciación y la Visitación, conmemoradas la semana que precede a la Navidad, respectivamente el 20 y 21 de diciembre. Entre el 17 y 24 de diciembre María se vuelve el testigo silencioso del cumplimiento de las promesas, se leen los evangelios de la infancia, donde María tiene un rol primordial. En los formularios de la misa se han recuperado los preciosos textos eucológicos, la oración del 20 de diciembre, admirable síntesis de teología y piedad, inspirada, con ciertas modificaciones, por una oración del Rótulo de Ravena: “Tú has querido, Señor, que por el anuncio del ángel la Virgen acoja tu Verbo eterno, que ella sea colmada de la luz del Espíritu Santo y que se convierta en el templo del Altísimo; ayúdanos a volvernos suficientemente humildes para hacer como ella tu voluntad”.

Debemos señalar también la oración sobre las ofrendas del IV domingo, que se inspiran en el sacramentario de Bergamo, y llama la atención como invoca el Espíritu sobre los dones eucarísticos: “Que tu Espíritu, Señor Dios nuestro, cuya potencia ha fecundado el seno de la Virgen María, consagre las ofrendas depositadas en este altar”.[22]

El introito del segundo prefacio de Adviento es un concentrado de la espiritualidad de la espera, de la cual María es modelo para la Iglesia en este tiempo: “Es quien todos los profetas cantaron, el que la Virgen madre esperó con amor”.

Durante el tiempo de Adviento, tanto en la liturgia eucarística como el oficio divino, especialmente la última semana, se nos presenta a María toda dedicada a esperar a su Hijo, fiel sirvienta del misterio confiado a su obediencia por la fe. Y por lo mismo el culto mariano dentro de la liturgia está claramente presente y resaltado.[23]

Todo el tiempo de Navidad, que es corto, desde la noche de vigilia hasta el bautismo del Señor, domingo después del 6 de enero, puede ser considerado como una celebración de la maternidad de María y de su rol en la manifestación del Señor en tanto que Salvador. Los temas marianos propuestos por el misal, el leccionario y la liturgia de las horas son frecuentes. La ausencia de contenido mariano en los prefacios de Navidad y Epifanía es compensada por la mención especial del Communicantes para Navidad en el Canon romano. La solemnidad de la epifanía nos muestra a María como “verdadera Sede de la Sabiduría, verdadera Madre del Rey, que presenta a la adoración de los magos al Redentor de todos los pueblos” (MC 5). Varios formularios de misas del tiempo de Navidad hablan de la maternidad de María (cf. La oración sobre las ofrendas de la fiesta de la Sagrada Familia, las tres oraciones del primero de enero, las oraciones de apertura del lunes, martes y sábado entre el 2 de enero y la Epifanía).[24]

Debemos también recordar la Solemnidad de María Madre de Dios, el primero de enero, donde se resalta la felicitación a la madre después de haber dado luz al Hijo. Fiesta que celebra el dogma de la Theotokos y refiere el misterio más grande de María, su maternidad divina, donde se insertan todas las demás realidades mariológicas.

Durante el tiempo de Cuaresma y Pascua no hay una fuerte presencia mariana en la liturgia católica, sin embargo ella no está apartada, aunque las liturgias orientales como la bizantina mantienen una mayor claridad mariana en estos tiempos. La piedad popular católica resalta con mayor claridad esta presencia mariana como podemos observarlo en la procesión del viernes santo por la noche, cuando la dolorosa Virgen va junto con San Juan al Calvario donde está Cristo en el sepulcro. El evangelio de San Juan leído el viernes santo tiene las perícopas de la Virgen (Jn 19,25ss) y en la víspera pascual la madre de Dios es invocada en las letanías así como en la profesión de fe bautismal y en los Communicantes del Canon romano.

 

PRESENCIA DE MARÍA EN EL SANTORAL

Con la reforma litúrgica posconciliar la Virgen ocupa un lugar especial, ella queda incluso más enriquecida. Aunque algunas solemnidades o fiestas que antes tenían un título mariano son solemnidades o fiestas del Señor, como es el caso de la Presentación (Candelaria), pero sin embargo la fiesta que antes era de la circuncisión del señor es ahora la solemnidad de santa María Madre de Dios. Hay que resaltar siempre que todas las fiestas y solemnidades marianas se refieren a Cristo y esto es importante resaltarlo en las catequesis y homilías.

Tenemos dos solemnidades o fiestas del Señor con contenido mariano:

La Anunciación del Señor (25 de marzo) tiene sus orígenes en las fiestas de la Anunciación de la Virgen María celebradas en Asia menor desde el final del siglo VI. Fue introducida en Roma por el papa Sergio I (687-701). Su fecha fue fijada 9 meses antes de la Natividad del Señor. Las referencias a María son muy numerosas tanto en las misas como en la Liturgia de las Horas. El Prefacio está inspirado en la liturgia hispánica: “es él (el Cristo) quien para salvar a los hombres debía nacer entre los hombres; es él a quien el ángel anuncia a la Virgen inmaculada y que a la sombra del Espíritu santo ella acogedor la fe; él que ella lleva con ternura en su vientre”. Este texto puede ser utilizado no solamente en la misa de la Anunciación sino cada vez que hay una misa donde se proclama el evangelio de la Anunciación.[25]

Se conoce una mención de esta fiesta en el X Concilio de Toledo, en el año 656, que constata que la madre de Dios no tiene una fiesta celebrada en fecha precisa para la Iglesia universal. Ya en el siglo IV Santa Elena, la madre de Constantino, el emperador que se convirtió a cristiano, construyó una basílica en Palestina en el lugar donde ocurrió la anunciación, y en cada basílica se celebraba la fiesta correspondiente, por eso se presume que ya en esa época existió la fiesta litúrgica de la Anunciación del Señor. Se fijó esta fiesta el 25 de Marzo debido a que es 9 meses antes del 25 de Diciembre, día del nacimiento de Jesús. Después de la reforma litúrgica del Vaticano II la festividad ha recobrado su nombre más verdadero: Anunciación del Señor, puesto que como recuerda el Concilio, la verdadera raíz de la grandeza de María es su relación con Cristo.[26]

La Presentación del señor (2 de febrero) se celebra 40 días después de Navidad, según un criterio cronológico inspirado en el evangelio (Lc 2,22, de acuerdo con Lv 12,2-8). El diario de Egeria señala que esta fiesta fue celebrada en Jerusalén desde el final del siglo IV. Fue recibida en Occidente en el siglo VII bajo el título de Hypapanté (encuentro), fiesta del encuentro entre el Mesías y su pueblo. Esta fiesta ahora se llama “Presentación del Señor” y no más “Purificación de la Virgen María”, título que entró en los libros litúrgicos a partir del siglo X. En esta fiesta se unen Jesús y María. En Occidente se le dio el sentido de la luz, de las candelas, debido al canto del Benedictus. María es quien lleva la luz de Cristo a las naciones y comparte con él la suerte de la cruz. Es una fiesta que parte de la encarnación del Verbo apuntando hacia el misterio pascual del cual participa María, a ti misma una espada te atravesará el corazón.. (Lc ).[27]

 

LAS TRES FIESTAS SOLEMNES QUE CELEBRAN DOGMAS

LA ASUNCIÓN

Puede ser considerada como la más destacada, tanto por la importancia de la participación popular como por la variedad de costumbres tradicionales. Esta fiesta se encuentra en Oriente desde los primeros siglos, en Jerusalén se celebraba una fiesta el 15 de Agosto relacionada al final de la vida de María, donde la tradición dice que está la tumba de María; el emperador Mauricio (582-602) ordenó que esta celebración se diera en todo el imperio y se hizo muy popular. Después del año 1000 se enumeró entre los días de guardar el reposo festivo. Para los bizantinos es la fiesta mariana por excelencia, casi el vértice del año litúrgico para ellos por la manera como la celebran, durante prácticamente todo el mes de agosto.

En Occidente se tiene noticia de esta fiesta solamente con el papa Sergio I (687-701, de Siria, quien ordena que las cuatro fiestas marianas de la Natividad, Anunciación, Purificación y la Asunción se celebren con procesión solemne hasta la Basílica de Santa María la Mayor.[28] Sabemos Que esta fiesta mariana se introdujo en Roma por influencia de los numerosos monjes que venían de Oriente huyendo de las invasiones persas y árabes. Allí se afianzó rápidamente y a finales del era una de las pocas fiestas que tenían una vigilia con ayuno. Las reformas litúrgicas del siglo XX no tocaron esta fiesta sino que más bien la enriquecieron más aún en su contenido. El Papa Pablo VI en el nuevo misal de 1970, vuelve a poner una misa de vigilia para la Asunción, lo cual es algo bastante extraordinario, aunque la misa del día queda más precisa en su contenido para nuestros días que esta misa de vigilia, que es más genérica.

En la misa del día la primera lectura es un extracto del Apocalipsis (11,19: 12,1-6.10) que presenta a la mujer vestida de sol (12,1); la perícopa evangélica de Lucas 1,39-56 hace escuchar el elogio de Isabel a María y la proclamación del Magnificat, lo cual expresa bien la exaltación de la humilde servidora. El nuevo prefacio, inspirándose ampliamente en la Lumen Gentium 68, hace la síntesis del significado cristológico y eclesiológico de esta solemnidad. La exhortación Marialis Cultus insiste en la perfecta configuración de María a Cristo resucitado. En la liturgia de las horas la temática se desarrolla en la gozosa oración eclesial que surge de la contemplación de la Virgen, ícono escatológico de la Iglesia.[29] El misterio de Cristo se prolonga en su Iglesia, su cuerpo, quien también está llamado a ir al Padre. María es la primera que recibe esta suerte, es la primera redimida, pero la Iglesia no es simplemente el cuerpo sino también la esposa, la novia, porque cada persona participa en ella no simplemente como una prolongación o agregado sino como persona completa, por eso la simbología de la novia que se une al novio. La Asunción de María se celebra en la liturgia como fuente de gran esperanza para todos los cristianos, porque ven cumplidas en María todas las promesas que se realizarán en la Iglesia entera; María es su signo escatológico más preclaro.

INMACULADA CONCEPCIÓN

El pueblo cristiano desde casi el comienzo de la Iglesia reflexionó acerca del origen de María, lo cual queda atestiguado en los escritos cristianos de esas épocas, como el Protoevangelio de Santiago, del siglo II, donde se narra la historia de María, su origen, y se menciona a sus padres, Joaquín y Ana, y aunque no entran en el canon de las Sagradas Escrituras porque la Iglesia decidió que no eran adecuados para eso, sin embargo representan la cultura cristiana que iba llenando las mentalidades de aquella época, las inquietudes intelectuales e históricas del pueblo creyente cristiano a las cuales se les iba dando respuesta por medio de estos escritos que tienen una mezcla de cosas ciertas con otras que no lo son, por lo cual la Iglesia no los aceptó como inspirados completamente por el Espíritu y no están en la Biblia. A principios del siglo VIII está atestiguada en Oriente la celebración litúrgica de la Concepción de Santa Ana (9 de diciembre). Pasa a Occidente en el siglo IX, primero a Italia meridional e inmediatamente a Inglaterra, donde figura el 8 de diciembre con el título de “Concepción de la Santísima Virgen María”. Desde el siglo XII se la entiende en el sentido de Concepción Inmaculada. Con teólogos en contra y otros a favor, la fiesta se va abriendo camino, ya en el siglo XII surgen una quincena de oficios de la concepción de María. En el siglo XIV la fiesta se hace universal. El Papa Sixto IV, con la constitución Cum praeexcelsa (1477) aprueba la misa y el oficio de la Concepción de María, compuestos por Leonardo de Nogarole, y con el breve Libenter ad ea (1480), los compuestos por Bernardino de Nusto. El Papa Clemente XI hace de precepto la fiesta de la “Concepción de la Bienaventurada Virgen Inmaculada” (1708); será Pío IX, en 1863, quien publique el nuevo oficio misa para la Inmaculada Concepción. Con la reforma litúrgica de Pablo VI (1969 ss) queda la misa que tenemos actualmente, que tiene de lo viejo y de lo nuevo. Mantiene los dos cantos de entrada y de la comunión y las tres oraciones propias de la misa aprobada por Pío IX después de aprobar el dogma, y tiene nuevo el texto del prefacio, que utiliza Ef 5,27 y se inspira en la Lumen Gentium y Sacrosanctum Concilium. Así se mantiene un equilibrio entre la tradición y lo nuevo, la tradición se nota en la asimilación cristológica de María, sus privilegios en relación con Cristo, y lo segundo se nota en el aspecto antropológico del misterio celebrado, más acorde a la mentalidad actual.[30]

La reforma litúrgica aportó alguna riqueza en la liturgia de las horas y en la misa, especialmente el nuevo prefacio, que hace una síntesis del significado cristológico y eclesiológico de este dogma mariano: “la colmaste de gracia para preparar a tu Hijo una madre verdaderamente digna de él; en ella prefiguras la Iglesia, la novia sin arruga, sin mancha, resplandeciente de belleza”. El 8 de diciembre “celebramos en conjunto la concepción inmaculada de María, la preparación fundamental de la venida del Salvador y feliz aurora de la Iglesia sin arruga ni mancha” (MC 3). Este prefacio pone en paralelo la Virgen purísima y Cristo “Cordero inmaculado que elimina nuestras faltas”, ve en María un ejemplo para la Iglesia: “virgen pura”[31]

LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA

Antes de que llegasen a Roma las fiestas de la Natividad, Anunciación, Purificación y Asunción de la Virgen, durante el siglo VII, ya se celebraba en Roma la octava de la Navidad como día conmemorativo de María y de su función materna en la encarnación. El 1 de enero había una estación en “Sancta Maria ad Martyres”, llamada en los libros litúrgicos “in octava Domini” pero con atención particular a la Virgen madre. En un segundo tiempo, por influencia galicana, la octava de Navidad adquirió el carácter de “fiesta de la circuncisión del Señor”, que pasó directamente al misal tridentino de Pío V, aunque los textos propios de esta fiesta mantuvieron un tono claramente mariano. En Portugal, durante el siglo XVIII surgió la petición de celebrar una fiesta especial dedicada a la maternidad de María; Benedicto XIV en 1751 concedió esta fiesta a las diócesis portuguesas para el mes de mayo. Luego se extendió a todas las diócesis y órdenes religiosas; desde 1914 se le asignó como fecha el 11 de octubre. La renovación litúrgica de Pablo VI, hizo que el nuevo calendario romano de 1969 la pusiera nuevamente el 1 de enero y le dio el nombre de “Solemnidad de santa María, madre de Dios”.[32]

La liturgia de la misa proclama como segunda lectura la bendición de Moisés que desea la protección de Dios y la paz (Nb 6,22-27), lo cual permite de ligar esta celebración a la jornada mundial por la paz instituida por pablo VI y al comienzo del año civil. En la oración después de la comunión María es llamada “madre de Cristo y madre de la Iglesia”. La conmemoración de la maternidad divina de María es por lo tanto ocasión para extender esta maternidad a la Iglesia y a toda la humanidad, sobre la cual imploramos, por su intercesión, la plenitud de la paz.[33]

 

LAS DOS FIESTAS MARIANAS

La natividad de María (8 de septiembre). El origen de esta fiesta está ligado a la dedicación de la Iglesia de la Natividad de María en Jerusalén, celebrada desde el siglo V. Pasó a Bizancio y a Roma en el siglo VII. Es una fiesta muy importante en todo el Oriente; está ubicada al comienzo del año litúrgico bizantino. Se percibe la influencia oriental en las fórmulas de la liturgia romana, que son particularmente gozosas, porque celebran el nacimiento de la que, convertida en la Madre del redentor, fue para nosotros el comienzo de la salvación (oración de apertura de la misa).[34]

La Visitación de la Virgen María (31 de mayo). Esta fiesta está ligada al evangelio de Lucas (1,39-56). Como evento cercano al nacimiento del señor, la Visitación es ya conmemorada en la semana anterior a la Navidad. La fiesta fue instituida por Urbano VI en 1939, pero era celebrada desde 1263 por la orden franciscana el 2 de julio. En esta fecha, se celebraba en Constantinopla, en la iglesia de la Blakernia, una fiesta mariana de la reliquia del cordón de María. La fiesta que recuerda la visita de María la madre del precursor, ha sido colocada en el actual calendario antes de la solemnidad que conmemora la natividad de Juan Bautista (24 de junio). Se colocó el 31 de mayo para cerrar el mes que popularmente se celebra como el mes mariano, y la fiesta de María Reina, instituida por Pío XII, que antes se celebraba en esta fecha, fue desplazada al 22 de agosto, relacionada con la Asunción de María a los cielos, donde reina junto con su Hijo.[35]

 

LAS MEMORIAS DE MARÍA

El calendario romano contiene además diez memorias de María, algunas obligatorias y otras libres. Se inspiran en episodios de la vida de María o en lugares de veneración especial. Ubicadas en forma cronológica son las siguientes:

Nuestra Señora de Lourdes, el 11 de febrero, recuerda las apariciones a Santa Bernadette Soubirous, en la gruta de Massabielle, Lourdes, sur de Francia. Esta fiesta, debido a su historia particular, las palabras de la Virgen, permite contemplar a María como fuente que brota para reconfortar a los enfermos. Incluso para la Iglesia este es el día especial dedicado a los enfermos.

Nuestra Señora del Monte Carmelo (16 de julio) está en el calendario debido a su relación con la orden carmelitana, fuertemente mariana y contemplativa. La aparición de María en el Monte Carmelo, en Palestina, en el mismo lugar donde estuvo orando el profeta Elías. El recuerdo bíblico del Carmelo y la gran tradición contemplativa de la orden carmelitana sugieren de celebrar María en su belleza, en su ser “Carmelo”, jardín-paraíso de Dios, en su oración contemplativa que medita la palabra de Dios. Como lo expresa la oración de entrada, María nos ayuda a llegar a la montaña verdadera que es Cristo.

Dedicación de Santa María la Mayor (5 de agosto). En el siglo IV un lugar de culto fue dedicado a la Madre de Dios en Roma, en la colina del Equilino, casi como una réplica de la basílica de la Natividad en Belén. En el siglo V el Papa Sixto III ofreció al pueblo de Dios un templo adornado con preciosos mosaicos, que se conservan en el arco de triunfo que queda como ruina de la época, y que es un canto a la maternidad divina de María y a los episodios de la infancia de Jesús; era también un monumento en honor de la definición dogmática de Éfeso sobre la maternidad divina de María (431). Esta fiesta puede los grandes temas de María como templo de Dios y la nueva Jerusalén.

La Virgen María Reina (22 de agosto). Es tradicional en la iconografía; esta memoria fue introducida por Pío XII en 1954 con el grado de fiesta y colocada el 31 de mayo, casi en forma simétrica de la fiesta de Cristo rey. Ahora se encuentra una semana después de la Asunción de María y tiene el siguiente significado dado en la Marialis Cultus: La solemnidad de la Asunción se prolonga en la celebración de santa María Reina, una semana después, y en la cual contemplamos a la que, sentada al lado del rey de los siglos, resplandece como Reina e intercede como Madre (cf. oración del día)” (MC 6).

Nuestra Señora de los Dolores (15 de septiembre). Esta memoria tiene su origen en devociones que remontan a la Edad Media. Se expandió por los Servitas de María, para los cuales fue aprobada en 1667. Fue extendida a la Iglesia universal por Pío VII en 1814. Tiene un contenido teológico importante, porque recuerda la presencia de María a los pies de la cruz. Antes de la reforma litúrgica posconciliar tenía una anticipación el viernes antes del Domingo de Ramos. Está ubicada el día después de la exaltación de la santa cruz (14 de septiembre), es “una excelente oportunidad para revivir el momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar a la Madre, de pie ante la cruz de su hijo, ‘asociada a sus sufrimientos’ (cf. oración del día)” (MC 7).

Nuestra Señora del Rosario (7 de octubre). Esta memoria evoca una devoción mariana muy arraigada en la piedad popular. Ella es en cierto sentido simétrica a la fiesta oriental del Akathisto, que en el calendario bizantino se celebra el sábado de la quinta semana de Cuaresma. Instituida por Pío V después de la victoria de Lepanto sobre los turcos que pretendían conquistar Europa (7 de octubre) fue extendida a la Iglesia universal bajo Clemente IX. La memoria es mariana, aunque la Virgen no esté nombrada en las oraciones de la misa, salvo por el inciso “con el auxilio de la Virgen María” introducido por el misal romano en la oración colecta. Esta memoria quiere presentar a la Virgen María como un camino a través de los misterios de gozo, de dolor y de gloria vividos con Jesús.

La Presentación de la Virgen María (21 de noviembre). Es una antigua fiesta importante en la liturgia bizantina, celebra la entrada de la Virgen en el templo de Jerusalén. El hecho de que dependa del evangelio de Santiago, un escrito apócrifo del siglo II, retardó su expansión a Occidente hasta el siglo XIV, con Gregorio XI en Avignon, luego en toda la Iglesia con Sixto V en 1585. El contenido esencial de esta fiesta es la alegría de la Hija de Sión que se consagra totalmente al Señor.

El Inmaculado Corazón de María (sábado de la tercera semana después de Pentecostés). Esta memoria se celebra el día después del Sagrado Corazón de Jesús, como su prolongación. La devoción remonta al siglo XVII, fue expandida por San Juan Eudes. Las apariciones de Fátima y la consagración de toda la humanidad al Corazón Inmaculado de María de parte de Pío XII en 1942 favorecieron su expansión. El mismo Papa la instituyó en 1944 colocándola en el octavo día de la Asunción. A pesar de las circunstancias, la referencia al corazón de María es totalmente evangélica; ella evoca “la sabiduría meditativa” de la Madre, que medita las palabras y los acontecimientos de su Hijo en su corazón (Lc 2,19.51).

La nueva edición típica del Misal Romano de 2002 agregó dos memorias más, la memoria de la Bienaventurada Virgen María de Fátima el 13 de mayo y la del Dulce Nombre de María el 12 de septiembre.

 

LA MEMORIA DE MARÍA EN SABADO

Después de la Edad Media el sábado fue considerado en la liturgia latina como día mariano, a diferencia de las liturgias orientales en el cual es el miércoles. Parece que el fundamento de esta escogencia está en la tradición que considera el sábado siguiente a la muerte del Señor y precediendo su resurrección, como el momento en el cual la fe y la esperanza de la Iglesia se concentran en María.

Alcuino (735-804) benedictino irlandés, contribuyó de manera decisiva en la reforma litúrgica carolingia; creó una serie de siete formularios de misas para la semana, para no repetir la del domingo, cunado Carlo Magno impuso el rito romano a los franco-germanos. La séptima misa votiva es para el sábado, es la de sancta Maria. Desde allí el sábado se afirmó sólidamente como día de la Virgen, dando origen a una tradición que no conocerá discontinuidad ni altibajos. En la misma época surgió el oficio divino del sábado; pronto se convirtió en oficio votivo de Beata (suplementario) del sábado, y en seguida se desarrolló en el oficio autónomo y completo, el Oficio parvo de la Bienaventurada Virgen María. Nacido en ambiente monástico, el oficio de la Virgen María se difundió rápidamente entre el clero y los fieles.[36]

En la sesión de misas votivas, el misal romano manda al Común de la Virgen, que contiene siete formularios, tres reservados, el cuarto al Adviento, el quinto a la Navidad y el sexto a la Pascua. Son los mejores desde el punto de vista de su contenido. En la edición “typica altera” (1975) del Missale Romanum, fue agregado el formulario de La Virgen María, Madre de la Iglesia, y en la edición de 2002, se agregó un formulario completo de La Virgen María, Reina de los Apóstoles. En esta misa debemos mencionar la oración que recuerda María a los pies de la Cruz cuando ella se convierte en madre de los discípulos de Jesús, el prefacio que es propio, se inspira ampliamente en la Lumen Gentium.

 

EL MES MARIANO

Existe en la iglesia oriental un mes mariano más antiguo que en occidente, ya desde el siglo XIII el rito bizantino tiene su mes mariano, que se celebra en agosto, alrededor de la fiesta de la dormición de María (Asunción), el 15 de agosto. Esta fecha está precedida de los primeros 14 días de agosto, con ayuno, una pequeña cuaresma, los 15 días que siguen son una posfiesta, una prolongación de la fiesta. Actualmente culminan el 23 de agosto, lo cual hacían antes hasta el 31. La ventaja de este mes mariano y en general de las iglesias orientales es que se celebra dentro de la liturgia, y por eso tienen mayor fuerza y profundidad que en el lado occidental católico, donde el mes mariano se desarrolló más desde la devoción, un poco independiente de la liturgia. El mes mariano copto es en diciembre, alrededor de la Natividad, y las celebraciones de las vísperas cada día tienen notable afluencia popular.[37]

En occidente se celebra el mes de mayo, que tiene que ver en principio con el mes de las flores, la primavera. El rey Alfonso X, el Sabio, de Castilla y Aragón (1284) es el primero de quien se tiene testimonio en una de sus Cantigas dedicada a celebrar la fiesta del tiempo de mayo, ve en la devoción a María el modo de coronarla dignamente y de santificarla con gozo. En Roma parece que San Felipe Neri (+1596) fue el promotor, quien invitaba en el mes de mayo a obsequiar a la Virgen con flores, cantar alabanzas en su honor, realizar actos de virtud y de mortificación, etc.[38]

 

LA LITURGIA EN LOS SANTUARIOS MARIANOS

Para los hebreos el Santuario era la celda del templo, que tenía delante un vestíbulo y estaba dividida totalmente en dos partes: el santo, que contenía el altar de oro para los perfumes, la mesa para los panes de la proposición y el candelabro de oro de siete brazos; y el santo de los Santos, considerado como la morada del Dios de Israel, y por consiguiente el lugar “santísimo” de toda la tierra. Allí se guardaba el Arca de la alianza; cuando se perdió el arca, quedó como un lugar oscuro donde entraba una vez al año el sumo sacerdote para depositar el incienso en la piedra donde descansaba el arca anteriormente, fiesta de la “expiación”. Para los paganos eran santuarios ante todo los lugares, bosques, cavernas, fuentes, que por sus características naturales podían ofrecer un ambiente adecuado a las fantasías y sentimientos religiosos. Luego se desarrollaron edificaciones y se formaron santuarios, como el de la diosa Artemisa en Éfeso, que atraía grandes multitudes. El cristianismo, que tiene entre sus primeros postulados el de insertar su verdad en la vida concreta y diaria del pueblo, purificándola y ennobleciéndola de esta manera, aceptó estas premisas y mediante su acción tenaz y profunda, consiguió cristianizar incluso los lugares mismos de culto pagano, tal y como lo muestra la arqueología, que ha hallado los restos de estos templos en grandes lugares de culto cristiano. Algunas fiestas cristianas sustituyeron también fiestas precedentes y tradiciones étnicas.[39]

De la idea de santuario hebreo surgió en el cristianismo el concepto restringido de santuario, la parte reservada al clero, el presbiterio. Del paganismo surgió la noción más amplia de las cosas sagradas y el sentido específico del lugar de culto. En el uso corriente se llaman santuarios aquellas iglesias o lugares de general devoción por los misterios que allí se operan, por célebres memorias, por las sagradas imágenes o reliquias que allí se veneran, por las indulgencias que allí se ganan, concedidas largamente por los Papas, y a los cuales acuden los devotos desde sitios lejanos en peregrinación. Son por consiguiente santuarios las iglesias que conmemoran en Palestina los pasos gloriosos y dolorosos de Jesús y de María, así como los esparcidos en todo el mundo, que pretenden honrar o promover especiales devociones a Dios y a los santos. Los santuarios dedicados a la Virgen en el mundo entero son más numerosos.[40]

Esta proliferación de santuarios marianos tiene su razón de ser en sentido teológico, bíblico, histórico y antropológico. La Virgen, madre espiritual entregada por Cristo en la cruz (cf. Jn 19,25ss) hace su tarea de acercarse a cada pueblo y cada persona, adaptándose a las características incluso raciales, de esos pueblos. Ella vive lo que hoy llamamos la inculturación, se hace uno de ellos. Esto demuestra que la Virgen sigue actuando, como persona glorificada, viva y activa, en la historia de la salvación; ella está presente al devenir religioso salvífico de los pueblos y de las personas. Históricamente las intervenciones marianas han sido en momentos específicos e importantes, como es el caso de Nuestra Señora del Pilar en Zaragoza, cuando el apóstol Santiago estaba evangelizando España, la Guadalupe y Coromoto en México y Venezuela, respectivamente, que marcan el proceso de evangelización inculturada para los nuevos pueblos, incluso que coincide, respecto de la Guadalupe, con la ruptura protestante. Las apariciones de Lourdes y Fátima en momentos en que la Iglesia y la fe del pueblo estaban perseguidas por regímenes ateos. Las apariciones de Kibeo en Rwanda, relacionadas a la guerra genocida.

En general los santuarios marianos se mantienen como lugares de renovación de la fe cristiana, atraen a miles de peregrinos y les permiten una experiencia religiosa espiritual para reforzar y madurar su fe. El culto mariano dentro de los santuarios está dominado por la liturgia, que se ha enriquecido con la colección de misas marianas, además son lugares donde se practica en forma cotidiana y consistente el sacramento de la Confesión, lo cual implica una renovación espiritual para los fieles. Además de la dimensión litúrgica, en los santuarios marianos se vive la devoción a María mediante la práctica de otras devociones, sobre todo el rezo del santo Rosario, como es famoso en Lourdes, donde se reúnen en las noches caminando alrededor de la calzada y rezándolo en variados idiomas para permitir la participación a todos los pueblos de la tierra que acuden allí. Otras prácticas piadosas que se observan en los santuarios son las promesas, acciones como caminar de rodillas hasta la Virgen, ir desde lejos para cumplir la promesa, llevar algún objeto significativo, exvotos, que significan el milagro recibido de la Virgen, dar una colaboración a la Iglesia o llevar primicias de la cosecha. También están las grandes procesiones como es el caso de la Divina Pastora de Barquisimeto, Venezuela, donde más de un millón de personas acompañan la imagen de la Virgen hasta la catedral durante casi 10 kilómetros. Todo esto y otras costumbres forman parte de la devoción a María por parte del pueblo católico que se da en los santuarios. La Iglesia debe siempre aprovechar esta profunda corriente de religiosidad popular motivada por la maternidad espiritual de María para evangelizar y formar cada vez mejor en la fe y en la vida cristiana al pueblo creyente.

 

LAS MISAS EN HONOR A LA VIRGEN MARÍA

Es lo que llamamos el Misal de la Virgen María, fueron publicadas en 1986, agregando a las otras misas marianas los dos libros, el sacramentario y el leccionario. Esta colección fue sobre todo a petición de los rectores de santuarios marianos y puede ser considerado como un apéndice del Misal Romano. Contiene 46 formularios de misas completos, incluyendo los prefacios, que son nuevos en la mayoría de los casos. Y repartidos según los tiempos litúrgicos. Esta colección de misas está dedicada sobre todo a los santuarios marianos donde se celebra la misa en honor a la Virgen de forma frecuente, además a las comunidades eclesiales que deseen celebrar la memoria de María en sábado. Los preliminares explican que durante los tiempos fuertes las lecturas no deben ser de este leccionario sino del leccionario propio ferial.

El Leccionario de Misas Marianas está dividido en secciones de acuerdo al año litúrgico. Adviento, Navidad, Cuaresma, Tiempo Pascual y Tiempo Ordinario, que a su vez está dividido en 3 sesiones.

CUARESMA. El tiempo de Cuaresma tiene 3 misas, la de la Hija Predilecta de Israel, que muestra la expectativa, la auténtica fidelidad y espera de parte del pueblo de Dios, representado en María. Ella es el comienzo de la Iglesia, como nos lo dice el prefacio: “Tú escogiste la Bienaventurada Virgen como la corona de Israel y el comienzo de la Iglesia para revelar a todos los pueblos que la salvación viene de Israel y que tu nueva familia brota de una raíz escogida”. En este sentido esta misa nos da la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y puede utilizarse para ayudar a profundizar la fe y hacer entender mejor al pueblo de Dios el misterio de la Historia de la Salvación.

Las primeras lecturas de esta misa tienen dos opciones, una es sobre el génesis, donde se resalta la promesa de Dios a Abraham acerca de que de él va a brotar un gran pueblo, la segunda opción del libro de Samuel habla de la promesa hecha a David de que de su trono brotará un reino que durará para siempre. Aquí se ve cómo María representa el cumplimento de las promesas, por un lado ella es el comienzo del nuevo pueblo de Dios, por el otro, ella es la madre del Mesías, cuyo reino dura eternamente.

El salmo responsorial, 113, nos repite: “Bendito sea el nombre del Señor por siempre”, porque el nuevo pueblo de Dios será un pueblo que de verdad bendiga a Dios, sinceramente y de todo corazón, un pueblo humilde, y aquí el salmo enlaza con el magníficat, quien bendice al Señor es elevado con los príncipes.

El Evangelio es de Mateo, el de la genealogía de Jesús, que comienza con Abraham y termina con José “el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado el Mesías”. Aquí se vuelve a resaltar el hilo de la Historia de la Salvación y el hecho fundamental de la fe cristiana, de que el Mesías es hijo de María, no fue engendrado por José. Así ella es el comienzo del nuevo pueblo de Dios, por ser la elegida entre todas las mujeres de Israel, por ser la más perfecta fiel creyente de Israel y por ser la madre del Mesías, del cual comienza la nueva creación, la Iglesia.

Las otras dos misas de Adviento son la de la Anunciación y la de la Visitación, con el evangelio de Lucas correspondiente. El prefacio de la primera resalta la acogida de María del mensaje del ángel en la fe, que luego sigue con la encarnación de Cristo, la eterna verdad, que realiza la esperanza de los pueblos por encima de toda expectación. En este sentido el pueblo de Dios se puede preparar mejor a vivir el misterio de la Navidad. Junto con María, acogiendo a Dios en la fe, limpiando el corazón para recibir a Jesús en la propia gruta, que es cada corazón humano, lleno de oscuridades y animales, que necesita urgentemente a Cristo. La Navidad está precedida del Adviento, que implica un tiempo especial de reflexión y conversión, para acoger al Mesías que viene y al mismo tiempo, apunta a la espera escatológica, la fe de los cristianos vivida en fidelidad esperando la llegada definitiva de Cristo; la historia humana es historia de la salvación, es el gran Adviento.

NAVIDAD. El tiempo de Navidad tiene 6 misas en el leccionario mariano, la de Santa María Madre de Dios, celebrada una semana después de la Navidad, lo cual entra dentro de la lógica humana; al nacer el Niño, la primera felicitada es la madre, en este caso se resalta el misterio de María Madre de Dios. Esta fecha corresponde al primer día del año, y aquí de nuevo vemos cómo la Iglesia plantea la nueva creación, basada en el misterio inefable de la virgen que llega a ser madre permaneciendo virgen; una nueva creación que comienza por una intervención especial de Dios. Por ella tenemos al Mesías y podemos regocijarnos para siempre en la presencia del Señor.

Las otras misas del tiempo de Navidad son la de María, madre del Salvador, que se puede celebrar durante esos días de acuerdo a la realidad que implican. La de la Epifanía, que significa la manifestación de Jesús a todos los pueblo de la tierra, lo cual popularmente se celebra como el día de reyes. La de la Presentación del Señor, celebrada el 2 de Febrero y que popularmente se ha llamado de la candelaria, por el evangelio de Lucas donde el anciano Simeón habla de “luz de las naciones”. En el prefacio se resalta que María “presenta al Cordero sin mancha, para ser sacrificado en el altar de la cruz por nuestros pecados”. El cirio pascual representa a Cristo resucitado y ya en esta profecía de Simeón se anuncia el sacrificio de Cristo y la participación dolorosa de María con la espada en su corazón. Las otras dos misas son la de Nuestra Señora de Nazaret y la de Nuestra Señora de Caná.

El leccionario mariano tiene por lo tanto una integración global dentro del año litúrgico, todo el misterio de Dios está relacionado, y cada vivencia que se hace, especialmente con María, nos lleva al corazón de ese misterio y nos ayuda a integrarnos a él; nos ayuda a compenetrarnos en él de manera integrada.

CUARESMA. Tiene 5 misas marianas, Santa María Discípula del Señor, donde se resalta el seguimiento de Jesús por parte de María pero que apunta hacia la cruz, el verdadero discipulado está ligado al calvario, no se puede ser discípulo de Jesús sin acompañarlo hasta la cruz y sin asumir la propia cruz en Cristo. Esta visión de María como discípula ha sido resaltada en Aparecida, Brasil, en la reunión del CELAM 2007. Las dos misas de María a los pies de la cruz tienen que ver con la pasión y el misterio de la participación plena y concreta de María en el misterio pascual de Jesús. La otra misa especial para este tiempo es la que resalta la encomienda que Jesús hace de su madre a los discípulos, que forma parte del misterio pascual, donde María está presente como testigo predilecto y a la vez queda encomendada a la Iglesia para que sea su madre. No podemos vivir el misterio pascual plenamente si no es con María, quien forma parte de éste y queda como madre de los discípulos de Jesús, para poder edificar ese nuevo pueblo de Dios que brota del costado de Cristo, y llevar hasta el final la vocación de la Iglesia. La última misa es la de la Bienaventurada Virgen, Madre de la Reconciliación, donde se puede vislumbrar la importancia de María en el drama humano y eclesial, ella la que sufrió en su corazón traspasado de dolor el martirio de su Hijo, y que permaneció fiel al Amor, será la más indicada para ayudarnos a entrar en la reconciliación y recuperar en el fondo lo que se nos perdió al comienzo, la presencia de Dios.

TIEMPO PASCUAL. En este tiempo encontramos 4 misas marianas, la de la Virgen María y la Resurrección del Señor, donde lógicamente la primera y más alegre de todos los creyentes fue María, con la resurrección de Jesús, su propio Hijo y a quien ella vio nacer en Belén y morir en la Cruz; la primera en felicitar por el triunfo de Jesús es a María, la fiel discípula que lo acompañó hasta la cruz y compadeció con Él. EL prefacio resalta la fe de María para concebir a su Hijo y la misma fe para esperar su resurrección gloriosa, por ese día de luz y de vida cuando la noche de la muerte llega a su fin. Esta misa mariana es excelente para ayudar al pueblo creyente a glorificar a Dios por las maravillas de Cristo, por el triunfo sobre el mal, por la espera de su venida gloriosa. La otra misa se continúa con esta, María fuente de luz y vida, uniendo en el prefacio eucarístico el misterio pascual con el misterio bautismal de los cristianos, donde la Iglesia continúa mediante los sacramentos lo que se dio en María con Cristo; el nacimiento a la luz y a la vida de los cristianos. La otra misa de Pascua es la de Nuestra Señora del Cenáculo, relacionando en el prefacio el comienzo de la Iglesia con la espera de María para tener a Jesús. Ella queda llena del Espíritu Santo en ambos casos. Y la Iglesia, junto con María, preparándose para su segunda venida, adornada y ayudada por los dones del Espíritu Santo. La última misa es la de María Reina de los Apóstoles, en cuyo prefacio se resalta que ella fue la primera anunciadora de Cristo, aun antes de los apóstoles. Ella aun hoy anima nuevos predicadores de Cristo, los acoge con su maternal amor y los sostiene con sus oraciones. Así queda completa la participación de María en el misterio de la salvación, en la concreta Historia de la Salvación, desde la encarnación del Verbo hasta su predicación a todas las gentes. El tiempo ordinario será el tiempo de esta labor, el tiempo del nacimiento y crecimiento del Nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, el tiempo de la acción del Espíritu, pero también el tiempo de María, de su maternal actividad sobre la Iglesia.

TIEMPO ORDINARIO. Las misas marianas en este tiempo están divididas en tres secciones, una de 11 misas, otra de 9 y otra de 8 misas. La primera sesión tiene misas muy interesantes como Santa María la Nueva Eva, donde se resalta el paralelismo de Eva y María, donde se vuelve a comenzar desde el principio, para comprender el misterio de la Historia de la Salvación. María queda para nosotros además como ejemplo a imitar, como el nuevo comienzo, la nueva actitud hacia Dios, que sale de la vieja actitud de engaño y pecado, la Nueva Alianza en Cristo. Además estás las tres misas de María Imagen y Modelo de la Iglesia, que nos ayuda a comprender mejor a la Iglesia, su rol maternal de dar a luz a los hijos de Dios a la fe y de cuidarlos y proveerles todo lo necesario para que lleguen a vivir plenamente su vocación de hijos de Dios y se salven. Además está la misa especial del Inmaculado Corazón de María, que tiene un día especial en el año litúrgico, el sábado después del Sagrado Corazón de Jesús y la de la Bienaventurada Virgen María Reina de toda la Creación, que se celebra el 22 de Agosto, pero que se puede utilizar en otras ocasiones como misa mariana.

El segundo grupo de misas marianas del Tiempo Ordinario tienen que ver más con María como maestra de la fe, María como Mediadora de las gracias, María como fuente de donde brota la salvación, está más relacionado con la participación de María en la historia de la salvación. El tercer grupo de misas se refiere a María más como Madre de misericordia, consoladora, ayuda, auxiliadora de los cristianos, puerta del cielo.

Así durante el Tiempo Ordinario se nota cómo María está relacionada al principio de la Iglesia, como pilar fundamental de la fe, como la fiel servidora de Dios, luego María más relacionada con cristo y luego con su rol en la Iglesia, para ayudarnos a todos por una parte a ser nuestro mejor modelo de cristiano discípulo de Jesús, creyente en Dios, y por otro lado a ayudarnos concretamente con su acción maternal, con su amoroso corazón de madre misericordiosa a mantenernos en la fe, a profundizarla y a caminar hasta llegar a la patria definitiva, a la salvación de Dios.

Todas estas misas marianas, más las que están normalmente en el Misal Romano, son una gran riqueza para la Iglesia. Los agentes de pastoral, sobre todo los párrocos, tienen en ellas un recurso invalorable, y haciendo un apostolado de profundización en la fe, una pastoral mariana de la fe, pueden ayudar al pueblo de Dios a caminar en la profundización de su fe y construir una Iglesia cada vez más hermosa. Los laicos también, en la medida que conocen las misas marianas, pueden motivar a sus pastores para aprovecharlas mejor, tanto en las fiestas especiales dedicadas a María como en el tiempo ordinario y en los otros tiempos del año litúrgico. Además de los santuarios marianos, donde estas misas entran de manera obvia y por lo cual básicamente se creó este leccionario mariano, todas las parroquias e instancias pastorales pueden y deberían utilizar estos leccionarios marianos, porque implica una formación del pueblo con una fe fuerte, profunda, mariana, y se conecta con la gran fuerza de la religiosidad popular mariana, que está presente en nuestra gente y que es una motivación fundamental para buscar la fe cristiana plena. Los deseos e intenciones de la Iglesia para estos misales es justamente que sirvan para promover la fe del pueblo de Dios.

 

LITURGIA Y DEVOCIONES

La Marialis Cultus da las líneas esenciales respecto a la liturgia y las devociones marianas. Una regla de oro es: “Una acción pastoral clara debe por un lado distinguir y subrayar la naturaleza propia de las acciones litúrgicas, y por la otra valorar los ejercicios de piedad adaptándolos a las necesidades de cada comunidad eclesial y haciendo de esos ejercicios los valiosos auxiliares de la liturgia” (MC 31). El ejemplo que pone es el Rosario y el Angelus.

En el redescubrimiento de la piedad popular no hay que olvidar el carácter central de la liturgia, tanto por sus contenidos como por sus formas ejemplares; hoy en día, utilizando las expresiones típicas devocionales, como el mes de María, nos esforzamos por hacer converger todo en la celebración eucarística y en la liturgia de las Horas. Las mismas peregrinaciones a los santuarios deben ayudar a desembocar a los fieles en los sacramentos, en la eucaristía.

 

EL ROSARIO

El Rosario es, después de la Misa, la oración más conocida y usada entre los católicos. Hacia finales del siglo X se había difundido la práctica de rezar la oración dominical cierto número de veces todas seguidas. Tuvo su origen probable en los monasterios benedictinos donde había hermanos iletrados, legos que no se aprendían de memoria el salterio y usaban este tipo de oración para paliar la falta. En las antiguas costumbres de Cluny, recogidas por Uldarico en 1686 y probablemente bastante más antiguas, se atestigua ya que por la muerte de un monje de otro monasterio cada sacerdote debía celebrar la misa y los otros rezar 50 Salmos ó 50 Padrenuestros.[41]

En el siglo XII, el Avemaría se extendió rápidamente como oración privada, siendo puesta como antífona en el oficio parvo de la Virgen, surgió la práctica de rezar con cordones de Padrenuestros también el Avemaría, 150 ó 50, como para el Padrenuestro; de esta manera surgió el primero Rosario en honor de Nuestra Señora, en el sentido moderno de la palabra. Esto fue anterior a santo Domingo, cuyos discípulos llegaron a Inglaterra por primera vez en 1221 cuando ya el Rosario estaba ampliamente difundido. La introducción de cinco Padrenuestros para dividir las 50 Avemarías es atribuida con fundamento al certosino Enrique Egher. Durante algunos siglos el Rosario era rezado según decisión personal, únicamente a mediados del siglo XVI comenzó a prevalecer un método uniforme, gracias a la predicación de los Padres dominicos.[42]

La práctica del Rosario se difundió rápidamente por todo el mundo, especialmente en el siglo XV, dos grandes apóstoles lo propagaron por Europa: Alain de la Roche y Jacobo Sprenger, dominicos. Los papas favorecieron generosa y constantemente la devoción del Rosario, difundiéndola y enriqueciéndola con indulgencias. Por la batalla de Lepanto contra los turcos en 1571 se instauró la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. León XIII elevó la misma fiesta al grado de segunda clase, con misa y oficio nuevo. Además en 22 documentos apostólicos de altísima doctrina y piedad magnificó esta devoción y la señaló contra los males modernos. (Encíclica Magna Dei Matris, 8 septiembre 1982). Pío XI y Pío XII, en escritos, documentos y discursos emularon la devoción del Rosario de León XIII. No debemos olvidar que algunos de los santuarios más famosos de la devoción católica son del Rosario, como Pompeya, que nació y creció alrededor del cuadro de Nuestra Señora del Rosario; Lourdes, donde la Virgen apareció con el Rosario en la mano y quiso rezar con Bernardette Soubirous, y también Fátima en Portugal.


[1] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Domenico Sartore et Achille Triacca. Tome II. (Brespols Publishers. Belgique 2002) Voz: Vierge Marie. Pg 484.
[2] MC 16
[3] cf. MC 19.
[4] MC 2
[5] MC 11
[6] Pablo VI: Marialis Cultus, Introducción.
[7] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Devoción Mariana. 573.
[8] Diccionario de Pablo VI. Pedro Jesús Lasanta (Ebibesa. Madrid 1998) Voz: María. Pg 513.
[9] Diccionario de Pablo VI. Voz: María. Pg 515.
[10] Diccionario de Pablo VI. Voz: María. Pg 515-516.
[11] Cf. Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Evangelización. 753.
[12] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Música. 1427.
[13] Enciclipedia Mariana Theotokos. Ediciones Estudio. Madrid 1960. Voz: Liturgia Mariana. Pg 367.
[14] Cf. Enciclipedia Mariana Theotokos. Voz: Liturgia Mariana. Pg 368.
[15] MC 56.
[16] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Liturgia. 1133-1134.
[17] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Liturgia. 1134-1135.
[18] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Liturgia. 1135.
[19] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Liturgia. 1136-1137.
[20] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Liturgia. 1142.
[21] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 476.
[22] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 476.
[23] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 476.
[24] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 477.
[25] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 478.
[26] (Cf. Stefano de Fiores: Nuevo Diccionario de Mariología. Ediciones Paulinas. Madrid 1988. Voz: Anunciación)
[27] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 478-479.
[28] (Cf. Stefano de Fiores: Nuevo …. Voz: Asunción).
[29] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 479-480.
[30] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Inmaculada. 935-936.
[31] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 479.
[32] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Madre de Dios. 1194.
[33] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 479.
[34] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 480.
[35] Dictionnaire Encyclopédique de la Liturgie. Voz: Vierge Marie. Pg 480.
[36] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Sábado. 1747.
[37] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Mes Mariano. 1335.
[38] Nuevo Diccionario de Mariología. Voz: Mes Mariano. 1336.
[39] Cf. Enciclipedia Mariana Theotokos. Voz: Santuarios y lugares consagrados a María. Pg 579.
[40] Cf. Enciclipedia Mariana Theotokos. Voz: Las grandes devociones Marianas. Pg 580.
[41] Cf. Enciclipedia Mariana Theotokos. Voz: Las grandes devociones Marianas. Pg 431.
[42] Cf. Enciclipedia Mariana Theotokos. Voz: Las grandes devociones Marianas. Pg 431.

Fuente: campus.udayton.edu

 
 

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FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Foros de la Virgen María Liturgia REFLEXIONES Y DOCTRINA

María en la liturgia de Cuaresma

Es un tiempo para escuchar más de cerca la Palabra del Señor, de oración y de profundización en el bautismo. Elementos que nos llevan a que sea también un tiempo de penitencia. No se logra llegar a lo esencial sin dejar a un lado ‘otras cosas que valen menos’.

La liturgia nos presenta en este tiempo a la Virgen como modelo de creyente que medita y escucha la Palabra de Dios.
María, obediente a la voluntad del Padre, camina también Ella hacia la cruz.

María ha sido vista así por la tradición cristiana muy cerca a la cruz. Es verdad que existe un ropaje que nos dificulta ver a María como creyente obediente al Padre, creyente que hace también un camino de fe y de subida a Jerusalén. La presencia de las procesiones cuaresmales, la presencia de María en esas procesiones, con tanta fuerza, responde a una teología válida: María sentida y celebrada como creyente fiel, como compañera privilegiada del Hijo que se entrega. Catequesis y celebración tienen el deber de realizar el deber que subyace.

En el camino cuaresmal, la figura de María aparece con sobriedad, con discreción, con sigilo, casi de puntillas. El centro de la cuaresma es la profesión bautismal y los compromisos que ella supone. En definitiva, el centro cuaresmal es la preparación a la pascua. En el camino, como una más, pero como creyente significativa, está María. No es un adorno cuaresmal. Es un modelo. Ella ha recorrido también ese camino. Como lo recorrió su Hijo, como lo tiene que recorrer cualquiera que sea seguidor de Cristo.

La Cuaresma es un camino que los fieles recorren “entregados” más intensamente a escuchar la Palabra de Dios y a la oración. De este modo, se convierten los fieles en auténticos discípulos de Cristo. Pero no basta escuchar, hay que retener y meditar en el corazón, como María, la palabra que nos es dada. Sólo el corazón que retiene la palabra, como la semilla que cayó en tierra buena, produce frutos de vida eterna.

 

SUGERENCIAS PARA LAS CELEBRACIONES

La liturgia cuaresmal pide que se respete al máximo las lecturas del leccionario y el misal. Sólo una justa cusa permite que se celebre una fiesta de la Virgen. Esto no quiere decir que María esté ausente del camino cuaresmal. El misal y el leccionario de Misas de la Virgen María prevén la posibilidad de celebraciones marianas en la cuaresma. Indican, además, los títulos marianos que conviene celebrar en este tiempo santo de la cuaresma. Es pedagógico tener en cuenta las sugerencias allí contenidas para ligar a María al tiempo litúrgico.

 

CENTRALIDAD DEL DISCIPULADO

La nota característica de la cuaresma es el discipulado. Quien sigue a Jesús es el que escucha su palabra y la pone en práctica. En este sentido María se presenta como la discípula del Señor. Ella tuvo que pasar de ser madre biológica a ser madre creyente y fiel.

La devoción a María no es un puro grito del alma o del sentimiento del creyente. Es la admiración de la obra de Dios en María, la llena de gracia.

 

COMPAÑERA DE LA CRUZ

Juan nos presenta a María como compañera junto a la cruz del Señor. Ausente, silenciosa y silenciada durante el ministerio público de Jesús, aparece en el momento cumbre de la cruz. Cumple así lo que el Hijo había anunciado: “el que quiera ser mi discípulo de verdad, que cargue con su cruz y me siga; y donde yo esté, estará él”.

Estas dos notas son fundamentales en la presentación de María durante la cuaresma y en las celebraciones que se hagan.

Existen muchas cofradías que en estos días realizan su principal actividad. Es recomendable que se insista en una catequesis que acentúe lo esencial. Ganaremos todos, especialmente los cofrades. María será para ellos un camino de discipulado y los conducirá hacia la verdadera meta del cristiano: el acontecimiento de la muerte y de la resurrección de Jesús.

Celebrando a María, celebramos el misterio de la salvación.

 

LAS LECTURAS BÍBLICAS DE LA CUARESMA

En este tiempo la temática de los diversos sistemas de lecturas es mucho más variada que en los otros ciclos litúrgicos. Aunque todos los leccionarios de este tiempo tengan un telón de fondo común, la renovación de la vida cristiana por la conversión, esta temática se presente desde ópticas muy diversas, cada una de las cuales tiene sus matices propios y distintos. Si esta diversidad de enfoques se olvida, si se unifica y reduce el conjunto a una temática única, muchas de las lecturas litúrgicas pasarán, prácticamente, desapercibidas; fenómeno éste que lamentablemente ocurre más de una vez.

Debemos, pues, subrayar en primer lugar que la característica principal de las lecturas de Cuaresma no estriba tanto en la «novedad» de unas lecturas que se van descubriendo gracias a los leccionarios post-conciliares, cuanto en la abundancia de líneas concomitantes que es preciso aunar espiritualmente, de modo que cada una de ellas aporte su contribución a la renovación cuaresmal de quienes usan los citados leccionarios.

La actitud fundamental frente a las lecturas cuaresmales debe ser, sobre todo, la de una escucha reposada y penetrante que ayude a que el espíritu se vaya impregnando progresivamente de los criterios de la fe, hay veces suficientemente conocidos, pero no suficientemente interiorizados y hechos vida.

No se trata de «meditaciones» más o menos intelectualizantes, como de una contemplación «gozosa»del Plan de Dios sobre la persona humana y su historia, y de una escucha atenta ante la llamada de Dios a una conversión que nos lleve a la paz y a la felicidad.

En el conjunto de los Leccionarios cuaresmales emergen con facilidad unas líneas de fuerza en las que debe centrarse la conversión cuaresmal. Esta conversión esta muy lejos de limitarse a un mero mejoramiento moral. Es más bien una conversión radical a Cristo, el Hombre nuevo, para existir en Él (ver Col 2,7).

Estás líneas de fuerza son las siguientes:

a. La meditación en la historia de la salvación: realizada por Dios-Amor en favor de la persona humana creada a su imagen y semejanza. Debemos «convertirnos» de una vida egocéntrica, donde el ser humano vive encerrado en su mentira existencial, a una vida de comunión con el Señor, el Camino, la Verdad y la Vida, que nos lleva al Padre en el Espíritu Santo.

b. La vivencia del misterio pascual como culminación de esta historia santa: debemos «convertirnos»de la visión de un Dios común a todo ser humano, a la visión del Dios vivo y verdadero que se ha revelado plenamente en su único Hijo, Cristo Jesús y en su victoria pascual presente en los sacramentos de su Iglesia: «Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna»(Jn 3,16).

c. El combate espiritual, que exige la cooperación activa con la gracia en orden a morir al hombre viejo y al propio pecado para dar paso a la realidad del hombre nuevo en Cristo. En otras palabras, la lucha por la santidad, exigencia que hemos recibido en el santo Bautismo.

Estas tres líneas deben proponerse todas en simultáneo.

La primera línea de fuerza -la meditación de la Historia de la Salvación- la tenemos principalmente en las lecturas del Antiguo Testamento de los domingos y en las lecturas de la Vigilia Pascual.

La segunda -la vivencia del misterio pascual como culminación de la historia santa-, en los evangelios de los domingos III, IV y V (los sacramentales pascuales) y, por lo menos en cierta manera, en los evangelios feriales a partir del lunes de la semana IV (oposición de Jesús al mal -«los judíos»- que termina con la victoria pascual de Jesús sobre la muerte, mal supremo).

La tercera línea -el combate espiritual, la vida en Cristo, la vida virtuosa y santa- aparece particularmente en las lecturas apostólicas de los domingos y en el conjunto de las lecturas feriales de la misa de las tres primeras semanas.

Vale la pena subrayar que las tres líneas de fuerza de que venimos hablando se hallan, con mayor o menor intensidad, al alcance de todos los fieles: desde los que solo participan en la misa dominical a los que toman parte además en la eucaristía de los días feriales. Con intensidades diversas pero con un contenido fundamentalmente idéntico, todos los fieles beben, a través de la liturgia cuaresmal, en una fuente que les invita a la conversión bajo todos sus aspectos.

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Foros de la Virgen María FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Liturgia REFLEXIONES Y DOCTRINA Sacramentos y sacramentales

Que dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la Liturgia

I  ¿QUIEN CELEBRA?

1136 La Liturgia es «acción» del «Cristo total» (Christus totus). Los que desde ahora la celebran, más allá de los signos, participan ya de la liturgia del cielo, donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta.

La celebración de la Liturgia celestial

1137 El Apocalipsis de san Juan, leído en la liturgia de la Iglesia, nos revela primeramente que «un trono estaba erigido en el cielo y Uno sentado en el trono» (Ap 4, 2): «el Señor Dios» (Is 6, 1). (1) Luego revela al Cordero, «inmolado y de pie» (Ap 5, 6): (2) Cristo crucificado y resucitado, el único Sumo Sacerdote del santuario verdadero, (3) el mismo «que ofrece y que es ofrecido, que da y que es dado». (4) Y por último, revela «el río de Vida que brota del trono de Dios y del Cordero» (Ap 22, 1), uno de los más bellos símbolos del Espíritu Santo. (5)

1138 «Recapitulados» en Cristo, participan en el servicio de la alabanza de Dios y en la realización de su designio: las Potencias celestiales, (6) toda la creación (los cuatro Vivientes), los servidores de la Antigua y de la Nueva Alianza (los veinticuatro ancianos), el nuevo Pueblo de Dios (los ciento cuarenta y cuatro mil), (7) en particular los mártires «degollados a causa de la Palabra de Dios» (Ap 6, 9-11), y la Santísima Madre de Dios (La mujer, la Esposa del Cordero), (8) finalmente «una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas» (Ap 7, 9).

1139 En esta Liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Misterio de la salvación en los sacramentos.

Los celebrantes de la liturgia sacramental

1140 Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra. «Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es ‘sacramento de unidad’, esto es, pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por tanto, pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan, pero afectan a cada miembro de este Cuerpo de manera diferente, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual». (9) Por eso también, «siempre que los ritos, según la naturaleza propia de cada uno, admitan una celebración común, con asistencia y  participación activa de los fieles, hay que inculcar que ésta debe ser preferida, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada». (10)

1141 La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados que, «por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de todas las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales». (11) Este «sacerdocio común» es el de Cristo, único Sacerdote, participado por todos sus miembros: (12)

La Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma y a la cual el pueblo cristiano»linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido» (1 P 2, 9), (13) tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo. (14)   

1142 Pero «todos los miembros no tienen la misma función» (Rm 12, 4). Algunos son llamados por Dios en y por la Iglesia a un servicio especial de la comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar en representación de Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia. (15) El ministro ordenado es como el «icono» de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente el sacramento de la Iglesia, es también en la presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en primer lugar, y en comunión con él, el de los presbíteros y los diáconos.  

1143 En orden a ejercer las funciones del sacerdocio común de los fieles existen también otros ministerios particulares, no consagrados por el sacramento del Orden, y cuyas funciones son determinadas por los obispos según las tradiciones litúrgicas y las necesidades pastorales. «Los acólitos, lectores, comentadores y los que pertenecen a la ‘schola cantorum’ desempeñan un auténtico ministerio litúrgico». (16)

1144 Así, en la celebración de los sacramentos, toda la asamblea es «liturgo», cada cual según su función, pero en «la unidad del Espíritu» que actúa en todos. «En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde según la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas». (17)

II  ¿COMO CELEBRAR?

Signos y símbolos

1145 Una celebración sacramental está tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía divina de la salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura humana, se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo.

1146 Signos del mundo de los hombres. En la vida humana, signos y símbolos ocupan un lugar importante. El hombre, siendo un ser a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a través de signos y de símbolos materiales. Como ser social, el hombre necesita signos y símbolos para comunicarse con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo sucede en su relación con Dios.

1147 Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del hombre para que vea en él  las huellas de su Creador. (18) La luz y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su grandeza y su proximidad.

1148 En cuanto creaturas, estas realidades sensibles pueden llegar a ser lugar de expresión de la acción de Dios que santifica a los hombres, y de la acción de los hombres que rinden su culto a Dios. Lo mismo sucede con los signos y símbolos de la vida social de los hombres: lavar y ungir, partir el pan y compartir la copa pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre hacia su Creador.

1149 Las grandes religiones de la humanidad atestiguan, a menudo de forma impresionante, este sentido cósmico y simbólico de los ritos religiosos. La liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo.

Notas:
1- Cf Ez 1, 26-28.
2- Cf Jn 1, 29.
3- Cf Hb 4, 14-15; 10, 19-21.
4- Liturgia de san Juan Crisóstomo, Anáfora.
5- Cf Jn 4, 10-14; Ap 21, 6.
6- Cf Ap 4-5; Is 6, 2-3.
7- Cf Ap 7, 1-8; 14, 1.             
8- Cf Ap 12 y Ap 21, 9.
9- Concilio Vaticano II, Sacrosanctum concilium, 26.
10- Concilio Vaticano II, Sacrosanctum concilium, 27.
11- Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 10.
12- Cf Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 10; 34; Id., Presbyterorum ordinis, 2.
13- Cf 1 P 2, 4-5.
14- Concilio Vaticano II, Sacrosanctum  concilium, 14.
15- Cf Concilio Vaticano II, Presbyterorum ordinis, 2 y 15.
16- Concilio Vaticano II, Sacrosanctum concilium, 29.
17- Concilio Vaticano II, Sacrosanctum concilium, 28.
18- Cf Sb 13, 1; Rm 1, 19-20; Hch 14, 17.
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El bautismo Cristiano Católico

El término Bautismo procede del verbo griego baptizein, que significa sumergir, lavar. El simbolismo de los efectos del agua como signo de purificación es muy común en la historia de las religiones.  

El bautismo parece estar relacionado al ambiente judío tras la deportación de Babilonia. La inmersión se practicaba para la purificación legal. Los esenios practicaban este tipo de ablución purificadora que, para ellos, era también moral, como han podido demostrar sus piscinas rituales en Qumram.

Entre los fariseos del siglo I se extendió la costumbre de sumergir en agua a los prosélitos tras la circuncisión, rito que implicaba la capacidad del neófito para acceder a los sacrificios y participar en el culto del Templo.

Juan el Bautista asumió este rito dándole el sentido de medio para la conversión (cf. Mc 1 4) y purificación del pecado. Esto implicaba que el templo ya no era el único lugar para la obtención de la expiación.

La Iglesia católica considera el bautismo que administraba Juan el Bautista como prefiguración inmediata de lo que considera un sacramento. Según el evangelio, el Bautista tenía conciencia de que el rito que realizaba era un anuncio del que vendría (cf. Mc 1 8). Jesús no sólo se sometió al bautismo de Juan, sino que también llamó «bautismo» a su pasión y muerte (Mc 10 38 y paralelos).

El Concilio de Trento declaró que el bautismo de Cristo era diverso del de Juan. Y en el decreto Lamentabili, el Santo Oficio aclaró que el sacramento del bautismo no se puede considerar como un rito evolucionado de los usados por las religiones antiguas o por el judaísmo.

DIFERENCIAS ENTRE EL BAUTISMO DE JESÚS Y DE JUAN

Jesucristo enseñó a los apóstoles un bautismo diferente del conocido por los judíos. No era sólo un símbolo, sino una verdadera purificación y un llenarse del Espíritu Santo. Juan Bautista lo había anunciado: «Yo bautizo con agua, pero pronto va a venir el que es más poderoso que yo, al que yo no soy digno de soltarle los cordones de sus zapatos; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego». (Lc 3,16)

El hecho más importante para interpretar el Bautismo cristiano es el Bautismo de Jesús, en el que culminan las prefiguraciones del Antiguo Testamento sobre este sacramento.

Con ocasión de su Bautismo, Jesús experimentó su vocación, aceptando la misión y el destino que le llevarían a su muerte violenta. Así se explica que las dos únicas veces que Jesús utiliza el verbo bautizar (Mc 10,38; Lc 12,50) sea para referirse a su propia muerte.

El bautismo para Jesús tiene un sentido concreto: es el acto y el momento en que el hombre asume conscientemente una vocación y un destino en la vida, la vocación y el destino de la solidaridad incondicional con los hombres, especialmente los más pobres, hasta llegar a la misma muerte.

Juan bautizaba en vistas al juicio último de Dios; el Bautismo cristiano es la participación en la muerte y resurrección de Jesucristo; es decir, el bautizado ha muerto a una forma de existencia, para nacer a otra nueva que no acabará jamás.

La Iglesia bautiza porque así realiza el mandato de Jesús resucitado y porque está llena del Espíritu Santo para comunicar la salvación a través de este sacramento.

El Bautismo es el sacramento de la fe (Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes. Solo en la fe de la Iglesia puede creer cada uno de los cristianos. La fe que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del Bautismo. Cuando se trata del Bautismo de niños, para su crecimiento en la fe es necesaria la ayuda de los padres y padrinos (CIC 1253-1255)

 

EL SIGNIFICADO DEL BAUTISMO CATÓLICO

El Bautismo, por ser un sacramento de iniciación, tiene unos efectos de regeneración e incorporación muy especiales:
«Al bautizado le son perdonados los pecados y recibe una vida nueva, se une a la muerte y resurrección de Jesucristo, participa de su misión sacerdotal, profética y real y es incorporado a la Iglesia»

Perdona los pecados y da una vida nueva. El Bautismo cristiano comporta una experiencia de liberación: de la misma forma que el paso del mar Rojo fue para los israelitas la experiencia fundamental de su liberación, así el paso por el agua bautismal comporta para los cristianos la experiencia de su propia libertad.

Por el bautismo, el cristiano se separa del destino colectivo de una humanidad fatalmente sometida a la esclavitud del pecado, liberándose del pecado original que corrompe y desgarra al hombre y al mundo. La persona que ha vivido la experiencia del Bautismo, ha vivido la experiencia de la liberación del pecado. El pecado ya no tiene dominio sobre los cristianos ( 1 Jn 3, 5-6)

Para el bautizado no existe más ley que la del amor, a eso re refiere Pablo en Rm 13, 8-10 y en Gal 5, 14. Luego la experiencia fundamental del creyente en el Bautismo es la experiencia del amor, no sólo del amor a Dios, sino también del amor al prójimo.

Une al bautizado a la Muerte y Resurrección de Jesucristo. De la misma manera que Jesús pasó por la muerte, para llegar a una vida sin límites, igualmente el cristiano tiene que pasar por una muerte (el Bautismo), para empezar una nueva vida, la vida de la fe, la vida propia del cristiano. Esto es lo que dice san Pablo en su carta a los Romanos:
«¿Ignoráis acaso que todos a quienes el bautismo ha vinculado a Cristo hemos sido vinculados a su muerte? En efecto, por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo quedando vinculados a su muerte, para que así como Cristo ha resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva. Porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección» (Rm 6, 3-5)

«Morir con Cristo» significa morir al mundo, al orden establecido, como fundamento de la vida del hombre (Gal 6,14) o a los poderes del mundo que esclavizan (Col 2,20), a la esclavitud de la ley (Rom 7,6), a la vida en pecado (Rom 6,6) o a la vida para sí mismo ( 2 Cor 5, 14-15).

Hace participar al bautizado de la misión sacerdotal, profética y real de Jesucristo. Quien recibe el Bautismo queda revestido de Jesús el Mesías, lo que significa que la misma vida de Cristo está presente y actúa en el que ha recibido el Bautismo.

El bautizado, unido a Cristo en la Iglesia, es como Cristo Sacerdote, Profeta y Rey, y está llamado a dar testimonio del Señor en este mundo. El Concilio Vaticano II ha enseñado que «los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y la unción del Espíritu Santo» ( LG 10; cfr. 1 Pe 2, 9-10).

El Bautismo imprime en el cristiano, un sello espiritual indeleble de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación. Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser reiterado.

Incorpora al bautizado a la Iglesia. La Iglesia es la comunidad de los bautizados, pues el efecto fundamental del Bautismo es incorporar al hombre a la comunidad de la Iglesia. La Iglesia es la comunidad de los que libre y conscientemente han asumido como destino en la vida sufrir y morir por los demás, es decir, la Iglesia es la comunidad de los que viven para los demás; es así mismo, la comunidad de los que se han revestido de Cristo, reproduciendo en su vida lo que fue la vida de Jesús el Mesías.

La costumbre de bautizar a los niños desde pequeños data desde los primeros siglos de la Iglesia, pues no es posible privarlos de los efectos que el sacramento produce. El hombre nace con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, por lo que necesita el nuevo nacimiento en el Bautismo  para recibir la Gracia Divina.

 

DESARROLLO DEL RITO DE BAUTISMO CATÓLICO

En el Nuevo Testamento se habla de una inmersión en el agua, acompañada de unas palabras y que requiere la fe del bautizando (cf. Hch 8 36-37). Sin embargo, hubo teólogos en los primeros siglos que negaron la necesidad del agua. Contra ellos escribió Ireneo (en Adversus Haereses I 21 4) y Tertuliano (De Baptismo I). Pero la expresión más clara está en Agustín: «¿Qué es el bautismo? Es una ablución de agua con la palabra. Quita el agua y ya no hay bautismo» (Comentario al evangelio de Juan 15 4).

En la Didaké (capítulo VII) se habla de una celebración con inmersión en agua, pero también de un rito por el que se derramaba tres veces agua sobre la cabeza del neófito. Hipólito habla de una celebración que seguía al catecumenado y que tras oraciones, preguntas y exorcismos, sometía al candidato a una inmersión en el agua. Sin embargo, es difícil que incluso en la Iglesia primitiva sólo se hayan dado casos de bautismo por inmersión. Si según los Hechos de los apóstoles, tras la predicación de Pedro fueron tres mil las personas que se bautizaron resulta muy difícil pensar que todos se hayan arrojado al agua.

También consta –por el testimonio de Cipriano (Carta 69 12)– que algunos enfermos eran bautizados seguramente por aspersión o infusión.

Así con el paso del tiempo el bautismo por inmersión fue abandonado paulatinamente (debido a la costumbre de bautizar a los niños lo más pronto posible) y el de aspersión se usó muy poco dadas las dudas sobre la efectiva ablución. El Código de derecho canónico de 1983 indica que el bautismo se ha de administrar por inmersión o por infusión, de acuerdo con las normas establecidas por cada Conferencia episcopal (cf. núm. 854).

 

LA CELEBRACIÓN DEL BAUTISMO CATÓLICO ACTUAL

¿Quién puede recibir el Bautismo y quién lo puede administrar?
Todo ser humano, aún no bautizado, y sólo él, es capaz de recibir el Bautismo.

El ministro ordinario del Bautismo es el obispo y el presbítero y, en la Iglesia latina, también el diácono.

En caso de necesidad, cualquier persona, incluso no bautizada, si tiene la intención de hacer lo que hace la Iglesia al bautizar y emplea la fórmula bautismal trinitaria.

Celebración: El Bautismo cristiano se celebra bañando en agua al que lo recibe (bautismo por inmersión) o derramando agua por la cabeza (bautismo por infusión), mientras el ministro invoca a la Santísima Trinidad.
El rito completo consta de tres momentos:

Preparación: Consiste en la bendición del agua, en la renuncia de los padres y padrinos al pecado, en la profesión de fe y en una pregunta a los padres y padrinos sobre si desean que el niño sea bautizado.
Ablución o bautismo:
Mientras el ministro baña con agua a quien se bautiza, dice: «Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»

Ritos complementarios: Son la crismación, la vestidura blanca y la entrega de la luz.

La crismación por la que el ministro unge la cabeza a cada bautizado con el santo crisma, como señal de incorporación al pueblo creyente;

La vestidura blanca, signo de la nueva vida y dignidad del cristiano.

La entrega de la luz de Cristo expresada por una velita cuya llama ha sido tomada del cirio pascual.

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Carta Encíclica Quas Primas del Sumo Pontífice PÍO XI sobre la Fiesta de Cristo Rey

En la primera encíclica, que al comenzar nuestro Pontificado enviamos a todos los obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano.

Y en ella proclamamos Nos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.

La «paz de Cristo en el reino de Cristo»

1. Por lo cual, no sólo exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, sino que, además, prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible nos fuese. En el reino de Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos de que no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo.

2. Entre tanto, no dejó de infundirnos sólida, esperanza de tiempos mejores la favorable actitud de los pueblos hacia Cristo y su Iglesia, única que puede salvarlos; actitud nueva en unos, reavivada en otros, de donde podía colegirse que muchos que hasta entonces habían estado como desterrados del reino del Redentor, por haber despreciado su soberanía, se preparaban felizmente y hasta se daban prisa en volver a sus deberes de obediencia.

Y todo cuanto ha acontecido en el transcurso del Año Santo, digno todo de perpetua memoria y recordación, ¿acaso no ha redundado en indecible honra y gloria del Fundador de la Iglesia, Señor y Rey Supremo?

«Año Santo«

3. Porque maravilla es cuánto ha conmovido a las almas la Exposición Misional, que ofreció a todos el conocer bien ora el infatigable esfuerzo de la Iglesia en dilatar cada vez más el reino de su Esposo por todos los continentes e islas -aun, de éstas, las de mares los más remotos-, ora el crecido número de regiones conquistadas para la fe católica por la sangre y los sudores de esforzadísimos e invictos misioneros, ora también las vastas regiones que todavía quedan por someter a la suave y salvadora soberanía de nuestro Rey.

Además, cuantos -en tan grandes multitudes- durante el Año Santo han venido de todas partes a Roma guiados por sus obispos y sacerdotes, ¿qué otro propósito han traído sino postrarse, con sus almas purificadas, ante el sepulcro de los apóstoles y visitarnos a Nos para proclamar que viven y vivirán sujetos a la soberanía de Jesucristo?

4. Como una nueva luz ha parecido también resplandecer este reinado de nuestro Salvador cuando Nos mismo, después de comprobar los extraordinarios méritos y virtudes de seis vírgenes y confesores, los hemos elevado al honor de los altares, ¡Oh, cuánto gozo y cuánto consuelo embargó nuestra alma cuando, después de promulgados por Nos los decretos de canonización, una inmensa muchedumbre de fieles, henchida de gratitud, cantó el Tu, Rex gloriae Christe en el majestuoso templo de San Pedro!

Y así, mientras los hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina y a la muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, la Iglesia de Dios, sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual, engendra y forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo, el cual no cesa de levantar hasta la eterna bienaventuranza del reino celestial a cuantos le obedecieron y sirvieron fidelísimamente en el reino de la tierra.

5. Asimismo, al cumplirse en el Año Jubilar el XVI Centenario del concilio de Nicea, con tanto mayor gusto mandamos celebrar esta fiesta, y la celebramos Nos mismo en la Basílica Vaticana, cuanto que aquel sagrado concilio definió y proclamó como dogma de fe católica la consustancialidad del Hijo Unigénito con el Padre, además de que, al incluir las palabras cuyo reino no tendrá fin en su Símbolo o fórmula de fe, promulgaba la real dignidad de Jesucristo.

Habiendo, pues, concurrido en este Año Santo tan oportunas circunstancias para realzar el reinado de Jesucristo, nos parece que cumpliremos un acto muy conforme a nuestro deber apostólico si, atendiendo a las súplicas elevadas a Nos, individualmente y en común, por muchos cardenales, obispos y fieles católicos, ponemos digno fin a este Año Jubilar introduciendo en la sagrada liturgia una festividad especialmente dedicada a Nuestro Señor Jesucristo Rey. Y ello de tal modo nos complace, que deseamos, venerables hermanos, deciros algo acerca del asunto. A vosotros toca acomodar después a la inteligencia del pueblo cuanto os vamos a decir sobre el culto de Cristo Rey; de esta suerte, la solemnidad nuevamente instituida producirá en adelante, y ya desde el primer momento, los más variados frutos.

 

I. LA REALEZA DE CRISTO

6. Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad(1) y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie -entre todos los nacidos- ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino(2); porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

a) En el Antiguo Testamento

7. Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las Sagradas Escrituras.

Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob (3); el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra (4). El salmo nupcial, donde bajo la imagen y representación de un Rey muy opulento y muy poderoso se celebraba al que había de ser verdadero Rey de Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por los siglos de los siglos; el cetro de su reino es cetro de rectitud (5). Y omitiendo otros muchos textos semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz… y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra (6).

8. A este testimonio se añaden otros, aún más copiosos, de los profetas, y principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre (7). Lo mismo que Isaías vaticinan los demás profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey y será sabio y juzgará en la tierra (8). Así Daniel, al anunciar que el Dios del cielo fundará un reino, el cual no será jamás destruido…, permanecerá eternamente (9); y poco después añade: Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el Anciano de muchos días y le presentaron ante El. Y diole éste la potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: la potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible (10). Aquellas palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas (11), ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?

b) En el Nuevo Testamento

9. Por otra parte, esta misma doctrina sobre Cristo Rey que hemos entresacado de los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo contrario, se halla magnífica y luminosamente confirmada.

En este punto, y pasando por alto el mensaje del arcángel, por el cual fue advertida la Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin (12), es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey (13) y públicamente confirmó que es Rey (14), y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra (15). Con las cuales palabras, ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la extensión infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los reyes de la tierra (16), y que El mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan (17). Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas (18), menester es que reine Cristo hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos (19).

c) En la Liturgia

10. De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración, durante el ciclo anual de la liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los reyes.

Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabra expresan el mismo concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa. En esta perpetua alabanza a Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado también en este caso que la ley de la oración constituye la ley de la creencia.

d) Fundada en la unión hipostática

11. Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza (20). Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.

e) Y en la redención

12. Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin tacha (21). No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande (22); hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo (23).

 

II. CARÁCTER DE LA REALEZA DE CRISTO

A) Triple potestad

13. Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual apenas se concibe un verdadero y propio principado. Los testimonios, aducidos de las Sagradas Escrituras, acerca del imperio universal de nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es dogma, además, de fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer (24). Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló, sino que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad (25). El mismo Jesús, al responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el sábado con la maravillosa curación del paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo (26). En lo cual se comprende también su derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal, porque esto no puede separarse de una forma de juicio. Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.

B) Campo de la realeza de Cristo

a) En Lo espiritual

14. Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran evidentísimamente, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que este reino es principalrnente espiritual y se refiere a las cosas espirituales. En efeeto, en varias ocasiones, cuando los judíos, y aun los mismos apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y arrancó esta vana imaginación y esperanza. Asimisrno, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre, que, llena de admiración, le rodeaba, El rehusó tal títuto de honor huyendo y escondiéndose en la soledad. Finalmente, en presencia del gobernador romano manifestó que su reino no era de este mundo. Este reino se nos muestra en los evangelios con tales caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo penitencia y no pueden entrar sino por la fe y el bautismo, el cual, aunque sea un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este reino únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos no sólo que, despegadas sus almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz. Habiendo Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y ofreciéndose a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados del mundo, ofrecimiento que se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad real del Salvador se reviste y participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?

b) En lo temporal

15. Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confiríó un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.

Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales (27). Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano (28).

c) En los individuos y en la sociedad

16. El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos (29).

El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos (30). No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y Jesucristo -lamentábamos- de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que… hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido» (31).

17. En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos. Por eso el apóstol San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que reverenciasen a Cristo en la persona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a éstos como a simples hombres, sino sólo como a representantes de Cristo, porque es indigno de hombres redimidos por Cristo servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a gran costa; no queráis haceros siervos de los hombres (32).

18. Y si los príncípes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que por derecho propio por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

19. En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le sirviesen, sino a servir; que siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera.

¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente -diremos con las mismas palabras de nuestro predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los obispos del orbe católico-, entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre (33).

 

III. LA FIESTA DE JESUCRISTO REY

20. Ahora bien: para que estos inapreciables provechos se recojan más abundantes y vivan estables en la sociedad cristiana, necesario es que se propague lo más posible el conocimiento de la regia dignidad de nuestro Salvador, para lo cual nada será más dtcaz que instituir la festividad propia y peculiar de Cristo Rey.

Las fiestas de la Iglesia

Porque para instruir al pueblo en las cosas de la fe y atraerle por medio de ellas a los íntimos goces del espíritu, mucho más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico magisterio.

Estas sólo son conocidas, las más veces, por unos pocos fieles, más instruidos que los demás; aquéllas impresionan e instruyen a todos los fieles; éstas -digámoslo así- hablan una sola vez, aquéllas cada año y perpetuamente; éstas penetran en las inteligencias, a los corazones, al hombre entero. Además, como el hombre consta de alma y cuerpo, de tal manera le habrán de conmover necesariamente las solemnidades externas de los días festivos, que por la variedad y hermosura de los actos litúrgicos aprenderá mejor las divinas doctrinas, y convirtiéndolas en su propio jugo y sangre, aprovechará mucho más en la vida espiritual.

En el momento oportuno

21. Por otra parte, los documentos históricos demuestran que estas festividades fueron instituidas una tras otra en el transcurso de los siglos, conforme lo iban pidiendo la necesidad y utilidad del pueblo cristiano, esto es, cuando hacía falta robustecerlo contra un peligro común, o defenderlo contra los insidiosos errores de la herejía, o animarlo y encenderlo con mayor frecuencia para que conociese y venerase con mayor devoción algún misterio de la fe, o algún beneficio de la divina bondad. Así, desde los primeros siglos del cristianismo, cuando los fieles eran acerbísimamente perseguidos, empezó la liturgia a conmemorar a los mártires para que, como dice San Agustín, las festividades de los mártires fuesen otras tantas exhortaciones al martirio (34). Más tarde, los honores litúrgicos concedidos a los santos confesores, vírgenes y viudas sirvieron maravillosamente para reavivar en los fieles el amor a las virtudes, tan necesario aun en tiempos pacíficos. Sobre todo, las festividades instituidas en honor a la Santísima Virgen contribuyeron, sin duda, a que el pueblco cristiano no sólo enfervorizase su culto a la Madre de Dios, su poderosísima protectora, sino también a que se encendiese en más fuerte amor hacia la Madre celestial que el Redentor le había legado como herencia. Además, entre los beneficios que produce el público y legítimo culto de la Virgen y de los Santos, no debe ser pasado en silencio el que la Iglesia haya podido en todo tiempo rechazar victoriosamente la peste de los errores y herejías.

22. En este punto debemos admirar los designios de la divina Providencia, la cual, así como suele sacar bien del mal, así también permitió que se enfriase a veces la fe y piedad de los fieles, o que amenazasen a la verdad católica falsas doctrinas, aunque al cabo volvió ella a resplandecer con nuevo fulgor, y volvieron los fieles, despertados de su letargo, a enfervorizarse en la virtud y en la santidad. Asimismo, las festividades incluidas en el año litúrgico durante los tiempos modernos han tenido también el mismo origen y han producido idénticos frutos. Así, cuando se entibió la reverencia y culto al Santísimo Sacramento, entonces se instituyó la fiesta del Corpus Christi, y se mandó celebrarla de tal modo que la solemnidad y magnificencia litúrgicas durasen por toda la octava, para atraer a los fieles a que veneraran públicamente al Señor. Así también, la festividad del Sacratísimo Corazón de Jesús fue instituida cuando las almas, debilitadas y abatidas por la triste y helada severidad de los jansenistas, habíanse enfriado y alejado del amor de Dios y de la confianza de su eterna salvación.

Contra el moderno laicismo

23. Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperío de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.

24. Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya en nuestra encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio; y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.

La fiesta de Cristo Rey

25. Nos anima, sin embargo, la dulce esperanza de que la fiesta anual de Cristo Rey, que se celebrará en seguida, impulse felizmente a la sociedad a volverse a nuestro amadísimo Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con la obra sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad. Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor.

Además, para condenar y reparar de alguna manera esta pública apostasía, producida, con tanto daño de la sociedad, por el laicismo, ¿no parece que debe ayudar grandemente la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey entre todas las gentes? En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad.

Continúa una tradición

26. ¿Y quién no echa de ver que ya desde fines del siglo pasado se preparaba maravillosamente el camino a la institución de esta festividad? Nadie ignora cuán sabia y elocuentemente fue defendido este culto en numerosos libros publicados en gran variedad de lenguas y por todas partes del mundo; y asimismo que el imperio y soberanía de Cristo fue reconocido con la piadosa práctica de dedicar y consagrar casi innumerables familias al Sacratísimo Corazón de Jesús. Y no solamente se consagraron las familias, sino también ciudades y naciones. Más aún: por iniciativa y deseo de León XIII fue consagrado al Divino Corazón todo el género humano durante el Año Santo de 1900.

27. No se debe pasar en silencio que, para confirmar solemnemente esta soberanía de Cristo sobre la sociedad humana, sirvieron de maravillosa manera los frecuentísimos Congresos eucarísticos que suelen celebrarse en nuestros tiempos, y cuyo fin es convocar a los fieles de cada una de las diócesis, regiones, naciones y aun del mundo todo, para venerar y adorar a Cristo Rey, escondido bajo los velos eucarísticos; y por medio de discursos en las asambleas y en los templos, de la adoración, en común, del augusto Sacramento públicamente expuesto y de solemnísimas procesiones, proclamar a Cristo como Rey que nos ha sido dado por el cielo. Bien y con razón podría decirse que el pueblo cristiano, movido como por una inspiración divina, sacando del silencio y como escondrijo de los templos a aquel mismo Jesús a quien los impíos, cuando vino al mundo, no quisieron recibir, y llevándole como a un triunfador por las vías públicas, quiere restablecerlo en todos sus reales derechos.

Coronada en el Año Santo

28. Ahora bien: para realizar nuestra idea que acabamos de exponer, el Año Santo, que toca a su fin, nos ofrece tal oportunidad que no habrá otra mejor; puesto que Dios, habiendo benignísimamente levantado la mente y el corazón de los fieles a la consideración de los bienes celestiales que sobrepasan el sentido, les ha devuelto el don de su gracia, o los ha confirmado en el camino recto, dándoles nuevos estímulos para emular mejores carismas. Ora, pues, atendamos a tantas súplicas como los han sido hechas, ora consideremos los acontecimientos del Año Santo, en verdad que sobran motivos para convencernos de que por fin ha llegado el día, tan vehementemente deseado, en que anunciemos que se debe honrar con fiesta propia y especial a Cristo como Rey de todo el género humano.

29. Porque en este año, como dijimos al principio, el Rey divino, verdaderamente admirable en sus santos, ha sido gloriosamente magnificado con la elevación de un nuevo grupo de sus fieles soldados al honor de los altares. Asimismo, en este año, por medio de una inusitada Exposición Misional, han podido todos admirar los triunfos que han ganado para Cristo sus obreros evangélicos al extender su reino. Finalmente, en este año, con la celebración del centenario del concilio de Nicea, hemos conmemorado la vindicación del dogma de la consustancialidad del Verbo encarnado con el Padre, sobre la cual se apoya como en su propio fundamento la soberanía del mismo Cristo sobre todos los pueblos.

Condición litúrgica de la fiesta

30. Por tanto, con nuestra autoridad apostólica, instituimos la fiesta de nuestro Señor Jesucristo Rey, y decretamos que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos. Asimismo ordenamos que en ese día se renueve todos los años la consagración de todo el género humano al Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que nuestro predecesor, de santa memoria, Pío X, mandó recitar anualmente.

Este año, sin embargo, queremos que se renueve el día 31 de diciembre, en el que Nos mismo oficiaremos un solemne pontifical en honor de Cristo Rey, u ordenaremos que dicha consagración se haga en nuestra presencia. Creemos que no podemos cerrar mejor ni más convenientemente el Año Santo, ni dar a Cristo, Rey inmortal de los siglos, más amplio testimonio de nuestra gratitud -con lo cual interpretamos la de todos los católicos- por los beneficios que durante este Año Santo hemos recibido Nos, la Iglesia y todo el orbe católico.

31. No es menester, venerables hermanos, que os expliquemos detenidamente los motivos por los cuales hemos decretado que la festividad de Cristo Rey se celebre separadamente de aquellas otras en las cuales parece ya indicada e implícitamente solemnizada esta misma dignidad real. Basta advertir que, aunque en todas las fiestas de nuestro Señor el objeto material de ellas es Cristo, pero su objeto formal es enteramente distinto del título y de la potestad real de Jesucristo. La razón por la cual hemos querido establecer esta festividad en día de domingo es para que no tan sólo el clero honre a Cristo Rey con la celebración de la misa y el rezo del oficio divino, sino para que también el pueblo, libre de las preocupaciones y con espíritu de santa alegría, rinda a Cristo preclaro testimonio de su obediencia y devoción. Nos pareció también el último domingo de octubre mucho más acomodado para esta festividad que todos los demás, porque en él casi finaliza el año litúrgico; pues así sucederá que los misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey, y antes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de aquel que triunfa en todos los santos y elegidos. Sea, pues, vuestro deber y vuestro oficio, venerables hermanos, hacer de modo que a la celebración de esta fiesta anual preceda, en días determinados, un curso de predicación al pueblo en todas las parroquias, de manera que, instruidos cuidadosamente los fieles sobre la naturaleza, la significación e importancia de esta festividad, emprendan y ordenen un género de vida que sea verdaderamente digno de los que anhelan servir amorosa y fielmente a su Rey, Jesucristo.

Con los mejores frutos

32. Antes de terminar esta carta, nos place, venerables hermanos, indicar brevemente las utilidades que en bien, ya de la Iglesia y de la sociedad civil, ya de cada uno de los fieles esperamos y Nos prometemos de este público homenaje de culto a Cristo Rey.

a) Para la Iglesia

En efecto: tríbutando estos honores a la soberanía real de Jesucristo, recordarán necesariamente los hombres que la Iglesia, como sociedad perfecta instituida por Cristo, exige -por derecho propio e imposible de renuncíar- plena libertad e independencia del poder civil; y que en el cumplimiento del oficio encomendado a ella por Dios, de enseñar, regir y conducir a la eterna felicidad a cuantos pertenecen al Reino de Cristo, no pueden depender del arbitrio de nadie.

Más aún: el Estado debe también conceder la misma libertad a las órdenes y congregaciones religiosas de ambos sexos, las cuales, siendo como son valiosísimos auxiliares de los pastores de la Iglesia, cooperan grandemente al establecimiento y propagación del reino de Cristo, ya combatiendo con la observación de los tres votos la triple concupiscencia del mundo, ya profesando una vida más perfecta, merced a la cual aquella santidad que el divino Fundador de la Iglesia quiso dar a ésta como nota característica de ella, resplandece y alumbra, cada día con perpetuo y más vivo esplendor, delante de los ojos de todos.

b) Para la sociedad civil

33. La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes.

A éstos les traerá a la memoria el pensamiento del juicio final, cuando Cristo, no tanto por haber sido arrojado de la gobernación del Estado cuanto también aun por sólo haber sido ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectítud de costumbres. Es, además, maravillosa la fuerza y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán sacar los fieles para modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana.

c) Para los fieles

34. Porque si a Cristo nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; si los hombres, por haber sido redimidos con su sangre, están sujetos por un nuevo título a su autoridad; si, en fin, esta potestad abraza a toda la naturaleza humana, claramente se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía. Es, pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los efectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a El estar unido; es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como armas de justicia para Dios (35), deben servir para la interna santificación del alma. Todo lo cual, si se propone a la meditación y profunda consideración de los fieles, no hay duda que éstos se inclinarán más fácilmente a la perfección.

35. Haga el Señor, venerables hermanos, que todos cuantos se hallan fuera de su reino deseen y reciban el suave yugo de Cristo; que todos cuantos por su misericordia somos ya sus súbditos e hijos llevemos este yugo no de mala gana, sino con gusto, con amor y santidad, y que nuestra vida, conformada siempre a las leyes del reino divino, sea rica en hermosos y abundantes frutos; para que, siendo considerados por Cristo como siervos buenos y fieles, lleguemos a ser con El participantes del reino celestial, de su eterna felicidad y gloria.

Estos deseos que Nos formulamos para la fiesta de la Navidad de nuestro Señor Jesucristo, sean para vosotros, venerables hermanos, prueba de nuestro paternal afecto; y recibid la bendición apostólica, que en prenda de los divinos favores os damos de todo corazón, a vosotros, venerables hermanos, y a todo vuestro clero y pueblo.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de diciembre de 1925, año cuarto de nuestro pontificado.

Notas

1. Ef 3,19.
2. Dan 7,13-14.
3. Núm 24,19.
4. Sal 2.
5. Sal 44.
6. Sal 71.
7. Is 9,6-7.
8. Jer 23, 5.
9. Dan 2,44.
10. Dan 7 13-14.
11. Zac 9,9.
12. Lc 1,32-33.
13. Mt 25,31-40.
14. Jn 18,37.
15. Mt 28,18.
16. Ap 1,5.
17. Ibíd., 19,16.
18. Heb 1,1.
19. 1 Cor 15,25.
20. In Luc. 10.
21. 1 Pt 1,18-19.
22. 1 Cor 6,20.
23. Ibíd., 6,15.
24. Conc. Trid., ses.6 c.21.
25. Jn 14,15; 15,10.
26. Jn 5,22.
27. Himno Crudelis Herodes, en el of. de Epif.
28. Enc. Annum sacrum, 25 mayo 1899.
29. Hech 4,12.
30. S. Agustín, Ep. ad Macedonium c.3
31. Enc. Ubi arcano.
32. 1 Cor 7,23.
33. Enc. Annum sacrum, 25 mayo 1899.
34. Sermón 47: De sanctis.
35. Rom 6,13.


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