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Los descubrimientos arqueológicos sobre la Devoción a la Virgen María

El célebre grafito XA(IRE) MARIA, Ave María, encontrado en la casa de la Virgen en Nazaret y la manifestación de fe que una peregrina, hacia el siglo III, dejó gra­bada en el fuste de una columna del santuario de la Anunciación de Nazaret: “en el lugar sagrado de M(aría) he escrito”, constituyen dos manifestaciones de grandísima importancia que prueban el culto que los cristianos de los primeros siglos rendían a María. Pero es la época bizantina la que nos ha conservado nume­rosos documentos de devoción hacia la Madre de Jesús por parte del pueblo cristia­no.


MEDALLONES, ANILLOS, FRASCOS Y PENDIENTES CON LA FIGURA DE MARÍA

El Evangelio introduce, en la escena de la Anunciación, a la Virgen de Nazaret en la economía de la Salvación. Esta escena evangélica está representada en variados objetos de uso privado fabricados en la época bizantina, por ejemplo, en un encolpion o medallón episcopal, procedente del valle del Jordán, hoy conservado en el Museo de Rockefeller (Jerusalén). La Anun­ciación está también representada en un anillo de oro, proveniente de Siria, guar­dado en el Museo del Estudio Bíblico Franciscano de la Flagelación. En el anillo figura la escena de la Anunciación con el saludo, en griego, del ángel: «Ave María, llena de gracia«.

El Museo de Monza, Italia, posee un disco de terracota en el que está reproduci­da la Anunciación con el saludo del ángel. Este objeto, muy probablemente llevado a Monza por un peregrino, proviene del santuario de san Gabriel de Nazaret, situa­do junto a la fuente, donde, según el Protoevangelio de Santiago, tuvo lugar la Anunciación.

Idéntica escena se encuentra en un frasco de terracota, conservado en el Museo de Israel y en otros frascos de metal, de origen palestinense, conservados en Monza y en Bobbio (Italia). Estos frascos o eulogias (recuerdo-bendición) se vendían a los peregrinos que visitaban los Santos Lugares. En ellos se guardaba aceite bendi­to, recogido de las lámparas que ardían en los santuarios de Tierra Santa. Además de la Anunciación están reproducidas otras escenas evangélicas: la Visitación, la Nati­vidad, la Adoración de los magos y de los pastores, la Crucifixión, la Ascensión y Pentecostés, episodios de la vida de Jesús en los que María ocupa un lugar iconográ­fico muy importante.

Escenas evangélicas como éstas están figuradas también en varias miniaturas en pulseras, fabricadas en la misma época en Siria y en Palestina y conservadas actual­mente en el Museo del Cairo y en la colección de Béarn en París.

Un anillo de oro, proveniente de Irbed (Jordania), guardado en el Museo de Amán, lleva el nombre de su propietaria y la siguiente inscripción-invocación a la Madre de Jesús: «Madre de Dios, protege a tu sierva«.

En un pendiente de metal, de forma rectangular, hallado en Beit Shean, en el valle del Jordán, María está representada con las palabras «Santa María«.

Frecuentemente los arqueólogos en­cuentran en el curso de las excavaciones objetos como éstos, relacionados con el culto mariano.


MOSAICOS E ICONOS CON LA FIGURA DE MARÍA

El monasterio de santa Catalina del monte Sinaí es uno de los pocos edificios cristianos de Oriente que no ha sufrido de la crisis iconoclasta de los siglos VIII y IX y de las destrucciones ulteriores. En él halla­mos dos atestaciones de devoción y de culto hacia la Madre de Dios. En el mosaico del ábside justiniano del siglo VI está figurada una deesis o intercesión, formada por el busto de María y el de san Juan Bautista a cada lado de la cruz y del Cordero místico. De esta misma época data un icono de la Virgen, sentada en un trono en medio de ángeles y de santos.

Es sabido que el culto a los iconos fue desaprobado y combatido por una corriente de teólogos que veían en él una vuelta a la idolatría.

La iglesia de santa María de Mádaba (Jordania), tenía muy probablemente en la concha absidal un fresco o un mosaico representando a la Virgen. Así parece colegirse de la inscripción que se halla en el pavimento central de la misma iglesia: «Si quieres mirar a María, Madre virginal de Dios, y a Cristo que nació de ella, Rey universal, Hijo único del único Dios, purifica tu espíritu, tu carne y tus obras. Puedas purificar también al pueblo de Dios por (tus) oraciones». Esta inscripción refleja la doctrina teológica de la presencia del mundo divino en los iconos, y su lectura preparaba espiritualmente al cristiano deseoso de acceder a la visión y a la veneración a María.


LA VIRGEN APARECE CON EL TÍTULO IMPERIAL DE «SEÑORA»

Los iconos, por la riqueza de su colori­do, llevan al pueblo cristiano a contemplar la majestad real de María, Madre de Dios. De aquí que en la época bizantina la Virgen recibiera el título imperial de Despoina o Señora (Reina), además de otros títulos dados por la devoción popular y después concretados y justificados en el curso de los debates teológicos relacionados con las crisis arriana y monofisita de los siglos IV y V.

Así, en una inscripción de la iglesia de Mádaba, arriba citada, leemos: En tiempo del padre nuestro el obispo Teó­fanes fue realizado este hermoso trabajo de mosaico de la gloriosa y venerable casa de la santa e inmaculada Reina… Madre de Dios, gracias al cielo y al entusiasmo del pueblo, amigo de Dios, de esta ciudad de Mádaba, por la salvación y la ayuda y la remisión de los pecados de los que han ofrecido y de los que ofrecen sus ofrendas a este lugar santo. Amén, oh Señor. Fue terminado por la gracia de Dios en el mes de febrero del año 974, en la quinta indicción.

Esta inscripción de Mádaba, por la inspiración poética y la precisión teológica de los términos empleados, tiene parecido con la inscripción griega de la iglesia de la Virgen en Bosra (Siria), en la que se recuer­da al obispo Antipater, brillante polemista del siglo V, autor de una homilía pronuncia­da con motivo de la fiesta de la Asunción de María. La inscripción dice: «Guardián y campeón ilustre de la doctrina ortodoxa, un pontífice inspirado por Dios construyó (este edificio) de una incomparable belleza. Es Antipater, célebre por su sabiduría, después de combates victoriosos, para honorar con magnificencia a la Madre de Dios, virgen pura, María, celebrada con himnos, sin mancha y llena de los dones del cielo». Los tres últimos títulos aplicados a María son copia del vocabulario de la antigüedad clásica cuando se dirigía a los dioses.

Una tercera inscripción, grabada en un cipo junto a la iglesia de santa María de Calcis (Líbano), recuerda el derecho de asilo, concedido por decreto imperial, del que gozaba el santuario mariano: “Cipos de asilo, concedidos al oratorio de nuestra Señora, la santa y gloriosa Madre de Dios, María, eternamente virgen, por nuestros emperadores llenos de piedad y de amor por Cristo».

Una estela de Hama, Siria, lleva la misma inscripción: «Cipos de asilo de nuestra Señora, la Madre de Dios, y de los santos Cosme y Damián…»


LA VIRGEN Y EL TÍTULO DE «THEOTOCOS»

El título más corriente que encontra­mos en las inscripciones de la época es el de Theotocos, es decir, Madre de Dios, acompañado frecuentemente de otros títu­los como el sinónimo de «Theometora«, o el de Santa María. Algún historiador ha querido ver en el título de Santa María, cuando va solo, un indicio de herejía mono­fisita. Esta interpretación es falsa, al menos en nuestra región.

La iglesia de la Virgen en Shaqqa (Siria), es llamada, en una inscripción, la «Casa de la santa Madre de Dios, María». En la villa de Mariamín, también en Siria, «en el mes de julio del 493 fue erigido, a la gloria de Cristo, nuestro Señor, el oratorio de la Madre de Dios, María».

El emperador Justiniano mandó construir en Jerusalén, enfrente de las ruinas del Templo, una grandiosa basílica «en honor de la gloriosa Virgen María, madre de Dios». La basílica era conocida con el nombre de Nea Ecclesia o Iglesia nueva. Esta basílica, que tenía además un monasterio anejo y una hospedería para peregrinos, fue descubierta y estudiada por el profesor Avigad, de la Universidad Hebrea.

El mismo emperador Justiniano forti­ficó la espléndida basílica octogonal del monte Garizím, en Samaria, erigida por su predecesor el emperador Justino en honor de la Theotocos. Estaba situada enfrente de las ruinas del templo pagano y de la sinagoga samaritana.


SIGUEN LAS INVOCACIONES A MARÍA

Son frecuentes, asimismo, las simples invocaciones a María, pidiéndola protección con la clásica fórmula: «Santa María o madre de Dios, protege a tu siervo, a tu sierva, a tu pueblo, etc.». Encontramos también invocaciones marianas con una teología más elaborada, como ésta en el pueblo sirio de Refade: «Jesús de Nazaret nacido de María, Hijo de Dios». En Rash el-Hajal asimismo, en Siria, un cristiano se dirige a la «Madre de Dios, siempre Virgen María», y en Deir Seta, pueblo sirio, una inscripción nos manifiesta la intercesión a María asociada a la fórmula de fe en la Santísima Trinidad: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

Esta misma fórmula la hallamos en dos papiros de Netzana, en el Neguev, en los que vemos redactados un certificado de pago parcial de una deuda. El certificado comienza con las palabras: «En nombre de la santa y gloriosísima y vivificante Trini­dad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y de nuestra gloriosa Señora (Reina), la Madre de Dios, siempre virgen, María, y de los coros de los santos mártires…» Después de haber enumerado una serie de gastos, se termina con esta oración: «Por interce­sión de nuestra Señora, madre de Dios, y siempre virgen, María y de Juan Precursor y Bautista y de todos los santos mártires».

La estrecha asociación entre María y Jesús está manifestada en otras fórmulas, como por ejemplo, en la sigla griega XMI; que generalmente se traduce por «Cristo Nacido de María», o en la inscripción en el mosaico de la iglesia de la Virgen en la villa de Rihab, Jordania: «Señor, Dios de Santa María y de todos los santos, ten piedad de todo el mundo y protege a los donantes». La devoción popular asocia frecuente­mente María a la fe en el poder salvador de Jesús, por ejemplo, en esta inscripción: «Señor Jesús y Santa María Madre de Dios, ten piedad de…»

En fin, la prueba más convincente del incremento de la devoción mariana entre los cristianos de los primeros siglos es la frecuente presencia del nombre de María en las inscripciones de la región, nombre muy superior numéricamente al de cual­quier otra mujer.

Fuente: Michele Picirillo para la Revista TIERRA SANTA [Mayo-Junio 1990]


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Cruz de Caravaca, España ( 3 de mayo)

La Cruz de Caravaca es un fragmento de la verdadera cruz a la que Jesús Nuestro Señor fue crucificado.  Se conserva en un relicario con forma de cruz de doble brazo horizontal, (de 7 y 10 cms) y de 17 cms. de alto.  Tiene forma y tamaño de un pectoral grande.

Según la tradición perteneció al patriarca Roberto de Jerusalén, primer obispo de la ciudad santa una vez conquistada a los musulmanes por la primera cruzada (1099). Ciento treinta años más tarde (1229), en la sexta cruzada, durante la estancia en Jerusalén del emperador Federico II, un obispo, sucesor de Roberto en el patriarcado, tenía posesión de la reliquia. Dos años después la cruz estaba milagrosamente en Caravaca.

TRADICIÓN DE LA APARICION: 3 DE MAYO, 1232

La Santa Cruz apareció en el Castillo-Alcázar de Caravaca el 3 de mayo de 1232. En aquel tiempo, reinaba Fernando III el Santo en Castilla y León, y de Jaime I en Aragón. El reino taifa de Murcia estaba regido por el famoso Ibn-Hud, que se reveló contra los almohades y dominó gran parte de Al-Andalus. Es, pues, en pleno territorio y dominación musulmana, cuando se narra el hecho. 

Entre los cristianos prisioneros de los musulmanes estaba el sacerdote Ginés Pérez Chirinos que, venido de Cuenca, predicaba el evangelio a la morisma. El sayid interrogó a los cautivos sobre sus respectivos oficios. El sacerdote contestó que el suyo era celebrar la misa, suscitando la curiosidad del musulmán, el cual dispuso lo necesario para presenciar dicho acto litúrgico en el salón principal del Alcázar. Al poco el sacerdote se detuvo y dijo que no podía continuar por faltar en el altar el crucifijo. Y fue al momento cuando, por la ventana del salón, dos ángeles transportaron un ¨lignum crucis¨ que depositaron en el altar, y así se pudo continuar la Santa Misa. Ante la maravillosa aparición, El sayid y toda la corte se bautizaron. Después se comprobó que la cruz era del patriarca de Jerusalén.

LA CRUZ DE CARAVACA A LO LARGO DE LA HISTORIA

Once años después de la aparición de la Santa Cruz, el reino murciano pasó al vasallaje del rey castellano (1243-1244).

Alhamar-al-Nasrí del reino de Granada aprovechó la muerte del taifa Ben Hud de Murcia para amenazar al nuevo taifa murciano. Este recurrió al vasallaje de Fernando II, rey de Castilla y León. Así, en 1243, el infante Alfonso (futuro Alfonso X) vino a Murcia y tomó posesión del territorio. De este modo Caravaca pasó a ser un fuerte bastión cristiano en la línea del territorio interior. Caravaca se constituye en cabecera militar y religiosa de la Comarca y de las tierras fronterizas. La Cruz contribuye de una manera decisiva a dar identidad a estos territorios y se erige en un centro de irradiación de luz espiritual. De este modo la Vera Cruz marca este espacio fronterizo.

La aparición de la Cruz en Caravaca ocurre en la época de la instauración de la nueva frontera de Castilla-León frente a la Granada musulmana, con la incorporación del reino taifa de Murcia a la soberanía cristiana. La aparición de la cruz en Caravaca inspiró al nacimiento de las órdenes militares para luchar por la reconquista.

Los cristianos que llegaban a esta tierra se sentían como ¨tocados y cobijados¨ por una fuerza sagrada. De ahí que muchos liberados del cautiverio acudieran a depositar sus cadenas, como exvotos, a la pequeña capilla interior de la fortaleza, en donde custodiaba la Cruz la Orden militar encargada del Castillo.

La orden militar de los Templarios fue la primera que custodió y defendió el castillo y la Cruz, después de unos años de posesión directa por las tropas castellanas. Hay dos teorías sobre la fecha de su venida. La primera afirma que fue en 1244, al someterse todo el territorio murciano al vasallaje cristiano. La segunda afirma que fue en 1265-1266, al acabar la sublevación mudéjar del territorio murciano ya castellano. El Temple venía con las huestes de Jaime I de Aragón que ayudó a su yerno Alfonso el Sabio a someter la rebeldía. El rey Aragonés, educado por la Orden y amigo de ella, le otorgó casa y huerto en Murcia. Después, el rey Alfonso le donó el territorio caravaqueño. El Temple estuvo en Caravaca alrededor de 46 años. Desaparecido el Temple, la baylía de Caravaca fue dada por Alfonso XI a los santiaguistas (1344), que ocupaban ya la frontera oriental y parte de la central frente a Granada. La Orden permaneció aquí hasta la abolición de todas las Órdenes en 1868.

Ya desde época muy temprana hay un reconocimiento oficial por parte de la Iglesia hacia la Cruz de Caravaca. El Padre Cuenca, en su historia sobre la Santísima Cruz (escrita en 1722), afirma que apenas ha habido algún Pontífice que no haya concedido alguna gracia o indulgencia a la Cruz. Podemos citar, entre otros, la bula del Papa Clemente VII (1392). Así mismo podemos enumerar el decreto de Clemente VIII (1597), el de Paulo V (1606), las bulas de los Papas Alejandro VIII (1690) y Clemente XI (1705). En 1736 se concede a la Cruz el culto de latría. Léon XIII, en el 4 de diciembre de 1893, ratifica los mismos privilegios de los siglos XV y XVII.

El nombre oficial con el que se denomina a la Reliquia en los documentos es el de ¨Vera Cruz¨, nombre bien significativo, relacionado con el Temple, pues en donde hubo templarios aparece frecuentemente el título de Vera Cruz. Desde la Edad Media se la conoce con este nombre específico: la Vera Cruz de Caravaca, es decir, la verdadera cruz.  El título, juntamente con el de Santa, solamente se aplicaba al leño de Jerusalén, encontrado en el siglo IV por Santa Elena.

Tras la unificación de España y el descubrimiento de nuevas tierras, la Santa Cruz de Caravaca, continuó siendo signo de la fe que inspiró el avance del Evangelio. A Caravaca vinieron numerosas Órdenes religiosas: san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús fundaron respectivos conventos, existentes actualmente. También se instalaron aquí los Jerónimos, franciscanos y jesuitas.  Muchos misioneros eran residentes de Caravaca o pasaron por aquí en camino a las misiones en diversas partes del mundo, con lo que la devoción a la Cruz creció rápidamente, abarcando los confines de un Imperio donde no se ponía el sol.

Desde California a la tierra de Fuego es conocida la Cruz de Caravaca. Su conocimiento llega hasta Filipinas, porque en 1668 misioneros españoles llevaron reproducciones a petición de los cristianos existentes allí. En Europa fueron los jesuitas sobre todo los que extendieron su conocimiento: no olvidemos que en Caravaca fundaron un colegio con noviciado. En Polonia existe una reproducción de la Cruz en el museo de la Universidad de Cracovia y otra en la catedral de Gniezno. Hacia 1600 comienza su extensión por Alemania: existe un trabajo fotográfico donde se recogen las distintas imágenes de la Cruz en distintas iglesias de la región de Hohenzollern. En Francia existe también algún libro sobre la Cruz, editado en Lyon (en 1653) y varias reproducciones en la región de Limoges. En los Países Bajos (Bruselas) también es conocida. Desde Roma piden cruces en 1606. También es conocida en Inglaterra, en donde hay muchas reproducciones y escritos sobre la misma.

LA CRUZ DE CARAVACA EN LA EPOCA CONTEMPORÁNEA

Debido a la invasión napoleónica, la Cruz fue trasladada desde el castillo a la parroquia del Salvador y allí fue ocultada en una caja enterrada para evitar la rapiña de los franceses. Aquí estuvo desde 1809 hasta quizás 1818, ya que el Castillo fue fortificado para uso militar y la iglesia ocupada en estos menesteres. En el Salvador se celebraría cada año el «Baño del Vino» con la Reliquia. Se evitó el robo de la Cruz durante la estancia de las tropas francesas en Caravaca, pero no el de la custodia, regalo del marqués de los Vélez, la cual fue recuperada después. Durante todo el siglo XIX y principios del XX se estructuran definitivamente todos los rituales de la Cruz y las formas de las celebraciones de mayo en su honor, que es el armazón de las fiestas conmemorativas actuales.

El hecho más lamentable de toda la historia de la Cruz y de Caravaca fue el acaecido en la noche-madrugada del día doce al trece de febrero de 1934. Fue un robo sacrílego de carácter político-religioso que dejó consternada a la ciudad durante algunos años. Era el miércoles de ceniza cuando, por la mañana, se descubrió el sagrario abierto y vacío sin la Reliquia, habiendo dejado los ladrones la caja-estuche del siglo XIV en donde se guardaba la Cruz. A las 9 del día trece corrió la noticia y la tensión suscitada fue enorme. Las diligencias y pesquisas judiciales y policiales no dieron resultado positivo.

Después de la guerra del 1936-39, las dependencias del Castillo fueron usadas como cárcel de presos políticos hasta el 1941, quedando posteriormente todo el recinto en estado de abandono, cerrado y sin culto religioso. Se suscitó un deseo grande de conseguir una nueva reliquia. Las gestiones dieron como resultado que el papa Pío XII concediese a Caravaca dos pequeñas astillas del “lignum crucis” que Santa Elena, madre del emperador Constantino, trajo de Jerusalén a Roma en la primera mitad del siglo IV.

En los días siguientes se improvisaron las fiestas (interrumpidas durante 7 años, con la reanudación del Baño del Agua en el Templete-Bañadero de las afueras de la ciudad. La Reliquia permaneció durante tres años en la Parroquia del Salvador, ya que el Santuario permanecía en estado de deterioro. Fue en el cinco de mayo del 1945, cuando la Cruz se subió a su templo del Castillo, custodiada ya por la Orden de frailes claretianos.

Año Jubilar Permanente «in perpetuum» (Ciudad Santa), privilegio que sólo poseen cinco ciudades en el mundo: Jerusalén, Roma, Santo Toribio de Liébana, Santiago de Compostela y Caravaca de la Cruz. El primer año santo se ha celebrado en el año 2.003 y su periodicidad es de siete años.

LA TRADICIÓN DE REGALAR CRUCES DE CARAVACA

El regalo de la imagen de la Cruz de Caravaca, es una costumbre generalizada en Caravaca para diferentes ocasiones pero sobre todo en el momento de declaración sentimental. Se tiene constancia por una carta de Santa Teresa de Avila a la madre María de S. José, que la santa recibió una Cruz de Caravaca en 1576 como regalo de sus monjas de aquí  (Cruz que actualmente se encuentra en el convento de Carmelitas Descalzas de Bruselas, Bélgica).

En ciertos lugares de Latino América esta santa Cruz ha sido tomada, como otros muchos signos cristianos, por la brujería y el esoterismo.

CASTILLO E IGLESIA

El Castillo-Santuario de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca se encuentra a 75 km de la ciudad de Murcia.

Los orígenes del castillo son islámicos (siglos X y XI) y desde entonces ha sufrido numerosas modificaciones en función de las necesidades del momento. Sus murallas son del siglo XIII, aunque actualmente se hallan completamente reconstruidas.

La iglesia es de planta de cruz latina, de tres naves longitudinales y con tribuna corrida sobre las naves laterales y cúpula en el crucero. Estas naves abocan al centro con arcos abocinados, sobre el que se apoya el coro.

La Capilla Mayor tiene dos cuerpos: el presbiterio propiamente dicho y la Capilla de la Aparición, donde se encuentra la ventana por la que, según la tradición, los ángeles entraron la Santísima Cruz. En los brazos del crucero hay dos retablos barrocos, uno de la Virgen de la Encarnación y otro de San Lázaro. A ambos lados del presbiterio se disponen dos salas, la de al lado de la Epistolar, la sacristía vieja, en la actualidad Capilla de la Vera Cruz, y en el lado del Evangelio, cumple las funciones de sacristía.

En el Santuario cabe destacar la magnífica fachada realizada en estilo barroco en el siglo XVIII (año 1722) hecha con mármoles rojos de la zona, y construida con posterioridad a la iglesia. Consta de dos cuerpos, separados los dos primeros por un entablamento cuya cornisa queda quebrada para albergar un escudo real. Es una portada con elementos de una imaginación desbordante, una exhalación de la Santa Cruz.

Realza la fachada la policromía conseguida por el material empleado, mezclando jaspes de tonos rojos y grises. Adosado a la parte norte del Santuario, se halla un claustro de dos plantas, que forma parte de la denominada Casa del Capellán recientemente rehabilitada y que hoy día alberga el Museo de Arte Sacro. Este claustro está construido sobre el mismo lugar donde se encontraba el patio de armas del castillo.

En el interior de la iglesia, que guarda una estrecha relación con el estilo herreriano, se hallan un órgano y los retablos antes citados, todos de estilo barroco.

En el santuario podemos destacar la Capilla de la Cruz, la Capilla de la Aparición, la Capilla de los Conjuros, el Mirador de la Reina, La Torre Chacona o del homenaje y el aljibe musulmán.

En el Museo de la Vera Cruz, ubicado en el recinto del alcázar-santuario, podemos encontrar colecciones de ornamentos relacionados con la cruz. Dentro de la pinacoteca destacan: «La curación de Tobías», óleo sobre lienzo del pintor caravaqueño Rafael Tegeo, uno de los mejores retratistas del siglo XIX español, de estilo neoclásico; «San Francisco en la zarza», óleo sobre lienzo del siglo XVII de la escuela de Ribera. Además destacan seis óleos sobre tabla del siglo XVI, originales de Hernando de LLanos, pintor que fuera discípulo de Leonardo da Vinci, en los que narra el milagro de la aparición.

En ornamentos destaca la casulla de Chirinos, un tiraz musulmán adaptado a la forma de ornamento litúrgico que se cree portaba el sacerdote Chirinos en el momento de la milagrosa aparición de la Cruz.

En orfebrería encontramos la Custodia-Ostensorio de la Cruz (de principios del siglo XVI), regalo del primer marqués de los Vélez, Pedro Fajardo. El Portacruz de los Baños, regalo de Luis Fajardo, segundo marqués de los Vélez, es otra pieza importante. Digna de mención, en la capilla de la Cruz, se encuentra la caja-estuche de plata sobredorada donada hacia 1390-1395 por el maestre de la Orden de Santiago, Lorenzo Suárez de Figueroa.

Fuente: Madre Encarna Martínez Romera en corazones.org y jdiezarnal.com

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. El descubrimiento de la casa de Éfeso

La versión de una Virgen María que habría vivido en Éfeso una vez que su hijo desaparece de este mundo, es sólo una de las dos que sobre el tema existen en la tradición cristiana. La otra sitúa a la Virgen en Jerusalén, donde habría vivido  hasta el momento de la dormición. 

 

El contenido de este artículo se ha subsumido en este otro.

 

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Milagro de la Santa Cinta, España (14 de enero)

Este hecho prodigioso ocurrió en el pueblo de la provincia de Cuenca el día 14 de enero del año 1635, cuando era llevada la santa Cinta a Madrid para el embarazo de la Reina, y al pasar la Reliquia frente a la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza que allí se venera, se puso a tocar la campana por sí sola largo rato.
De ello hay expediente en el Archivo Capitular de Tortosa, que fue instruido por la curia episcopal de Cuenca.

Cuenta la historia que en 1178 la Virgen María se presentó en la Catedral de Tortosa a un virtuoso sacerdote, acompañada por san Pedro y san Pablo, y le entregó la cinta que ella usaba. Esa Reliquia peregrina a Madrid cuando la Reina esta embarazada.

Sobre este prodigio de 1635 el canónigo doctor O’Callaghan, en sus Anales de Tortosa, tomo I, Tortosa 1886, página 205, dice textualmente:

«Este hecho prodigioso justificado en un expediente instruido en la curia episcopal de Cuenca, y que por lo mismo es una de las mayores pruebas que acreditan la autenticidad de la Santa Cinta, exige que tratemos de él con alguna extensión.

En el mes de enero del año 1635, con motivo del embarazo de S.M. la Reina, se dirigía a Madrid con la Santa Cinta, don Juan Bta. Ferrer, natural de esta ciudad y canónigo Penitenciario de la misma. El viaje se hacía entonces pasando por la provincia de Cuenca, porque este camino era el más recto.

El día 13 de dicho mes, al anochecer, el canónigo comisionado y el sacerdote que le acompañaba llegaron a Villar de Cañas, población de la diócesis de Cuenca, que actualmente tiene unos 1.400 habitantes, hospedándose en casa de un honrado vecino, llamado Domingo Gil.

Tan pronto como se divulgó la noticia de haber llegado la Santa Cinta, acudieron a la casa muchas personas, y se cantaron allí dos Salves; luego los vecinos tocaron a la arquilla donde estaba la Santa Cinta, algunos rosarios y objetos de devoción; al día siguiente partieron los comisionados para Madrid.

Hay en Villar de Cañas una ermita dedicada a nuestra Señora de la Cabeza, muy próxima a la población, cerca del camino real que va de Valencia a Madrid. En esta ermita, pues, ocurrió el milagro que vamos a referir. Según consta en el indicado expediente, que se instruyó en el mes de abril de dicho año 1635, el día en que la Santa Cinta salió de aquella villa, tocó por sí sola dos veces un buen rato la campana de la ermita; milagro que atribuyeron todos a la sagrada Reliquia.

El hecho fue público y en pleno día; la ermita estaba cerrada; y como dista tan poco de la población, al oír algunos vecinos la campana a una hora no acostumbrada, corrieron hacia la ermita».

«Y viendo que su única puerta estaba cerrada con un candado, según costumbre, la abrieron y nadie había dentro que pudiese tocar la campana.

Recibidas las primeras declaraciones en virtud de la comisión que el Obispo de Cuenca, don Enrique Pimentel, dio al cura de Villar de Cañas, Licenciado don Marco Antonio Villamayor y Monterde, manifestó éste en su informe que los testigos que habían declarado eran personas de las más principales de aquella villa, estando seguro que habían dicho la verdad; añadiendo él por su parte, que este hecho era público y notorio en dicha población.

A pesar de lo que ya resultaba de estas declaraciones, la curia episcopal de Cuenca procediendo con la discreción que exigía un asunto tan grave, en 8 de agosto del mismo año acordó recibir nuevos testigos, y que se aclarasen algunos puntos que necesitaban más explicación. Practicado esto, se confirmó que cuando tocó la campana nadie había dentro de la ermita; que allí no había casa, ni habitaba persona alguna; que dicha ermita estaba cerrada con candado; y que la persona que cuidaba de la misma no dejó de su poder la llave.

También declararon los testigos que no había tapia, ni ventana, por donde se pudiese entrar; que, enseguida que tocó la campana, varias personas junto con la que tenía la llave, corrieron hacia la ermita, la abrieron y registrándola muy detenidamente, no vieron a nadie siendo de advertir que la iglesia es de una sola nave, sin sacristía ni otra dependencia.

Los testigos se ratificaron en sus declaraciones, concluyendo, que estaban persuadidos de que el hecho había sido milagroso; y lo mismo declaró el cura en su informe.

El Obispo de Cuenca con auto de 31 de octubre de dicho año aprobó estas diligencias, de las cuales existe una copia autorizada en el archivo de esta catedral»

Como un recuerdo de dicho acontecimiento, en la fiesta de Nuestra Señora de la Cabeza, que se celebra cada año en Villar de Cañas, el predicador tiene obligación de referir el milagro, y cuando se pasa por aquella población al llevar la Santa Cinta a Madrid, el canónigo comisionado debía enseñarla a los vecinos para que la venerasen.

Asimismo en la novena a Santa María de la Cabeza que se venera en Villar de Cañas, compuesta en el año 1811 por un devoto y reformada en 1898 por el presbítero doctor don Juan V. Benita Olivares, figuran los gozos que allí se cantan.


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