El Santo Grial gallego.

 

El milagro eucarístico de O Cebreiro, en Galicia, es uno de los más conocidos mundialmente, al punto que el cáliz en que se produjo el milagro está reproducido en la bandera de Galicia.

 

capilla del milagro de cebreiro

 

Los protagonistas del milagro tienen sus mausoleos en la Capilla del Santo Milagro de la pequeña Iglesia.

EN EL CAMINO DE COMPOSTELA

Desde su apogeo en el medioevo, peregrinos de todas partes de Europa toman las rutas que llevan a la tumba del apóstol en Santiago en Compostela (el Camino de Santiago). Una de las paradas del camino es la iglesia benedictina de Cebreiro, famosa por el Milagro Eucarístico que allí ocurrió.

Los romanos supieron de este camino… Después fue paso obligado para ir de Castilla a Compostela, pueblos de diversas razas, peregrinos de la fe en romería siguiendo el camino trazado en el cielo por la Via Láctea o Camino de Santiago. Por allí pasaron reyes y príncipes, santos y pecadores, guerreros y gentes de paz. Pasaron y siguen pasando, pues siempre hay razones para ir a Compostela, ganar el Jubileo y postrarse ante el cuerpo del Apóstol descubierto por una estrella.

Hoy día O Cebreiro sigue siendo una pequeña aldea. Su gran tesoro es la Iglesia del Milagro Eucarístico, que es de factura prerrománica, del siglo IX, con tres sencillas naves de ábsides rectangulares y una torre. Preside en el presbiterio la imagen de un Cristo Gótico.

Los monjes benedictinos levantaron y custodiaron este templo desde el año 836 a 1853, ¡mas de mil años!. Los monjes abandonan el Cebreiro en 1853, como consecuencia de la desamortización de Mendizábal.

LOS SUCESOS DEL MILAGRO

Una tradición muy fuerte, corroborada por diversas fuentes históricas y arqueológicas sostienen que sobre el altar de la capilla lateral de la iglesia estaba celebrando la eucaristía un sacerdote benedictino (siglo XIV aunque otros dicen que en el siglo XIII).

Pensaba que aquel crudo día de invierno, en que la nieve se amontonaba y el viento era insoportable, nadie vendría a la misa. Pero se equivocaba. Un paisano de Barxamaior, llamado Juan Santín, asciende al Cebreiro para participar en la Santa Misa. El monje celebrante, de poca fe, menosprecia el sacrificio del campesino.

Pero en el momento de la Consagración el sacerdote percibe cómo la Hostia se convierte en carne sensible a la vista, y el cáliz en sangre, que hierve y tiñe los corporales. Los corporales con la sangre quedaron en el cáliz y la Hostia en la patena.

Los cuatro o cinco testigos que están en el templo han contemplado el prodigio.

Jesús quiso afianzar no solo la fe de aquel monje sino de todos los hombres.

El campesino de Barxamaior comprende el premio que tuvo su sacrificio y el monje lamenta su falta de fe.

El prodigio se difundió de pueblo en pueblo de Galicia, y de nación en nación por toda Europa. Los romeros que iban a Compostela desviaban un momento su camino para ir a O Cebreiro y saber del milagro, donde se había producido. Siglos después, el Cebreiro y su milagro influirían en la ópera Parsifal de Ricardo Wagner.

Los protagonistas de la historia, el monje y el campesino, tienen sus mausoleos en la iglesia, cerca del lugar del milagro Eucarístico.

Juan Santín, el campesino por cuya fe se obró el milagro, vivió en una aldea, a la sombra de Cebreiro, llamada Barxamaior. Todas las mañanas aparece cubierta por la niebla.

En el año 1486 llegaron al Cebreiro, peregrinos a Compostela, los Reyes Católicos, hospedándose en el monasterio. Querían conocer qué había sucedido en la Santa Misa, querían saber del prodigio. Los monjes les mostraron los corporales con la sangre que había quedado en el Cáliz y la Hostia en la patena. Como recuerdo de la visita donaron el relicario donde se ha guardado el milagro hasta nuestros días. El cáliz del Cebreiro es el mismo que figura en el escudo de Galicia.

En bulas pontificias de los Papas Inocencio VIII y Alejandro VI se hace extensa mención de este milagro. El monasterio y el mesón-hospital de peregrinos fue creado en el año 836. En el año 1072, Alfonso VI puso al frente del monasterio a los monjes franceses de Aurillac, unidos al Cluny. Uno de estos monjes fue el protagonista de este relato.

LA HISTORIA CONTADA POR EL PADRE YEPES

En los primeros años del siglo XVII el P. Yepes escribía: «Yo, aunque indigno, he visto y adorado este santo misterio, he visto las dos ampollas».

En su testimonio clásico el P. Yepes, cronista benedictino. Nos narra los hechos de la siguiente manera:

Cerca de los años de mil y trescientos había un vecino vasallo de la casa del Zebrero en un pueblo que dista a media legua llamado Barja Mayor, el cual tenía tanta devoción con el santo sacrificio de la misa que por ninguna ocupación ni inclemencia de los tiempos recios faltaba de oír misa.

Es aquella tierra combatida de todos los aires, y suele cargar tanta nieve que no sólo se toman los caminos, pero se cubren las casas y el mismo monasterio, la iglesia, y hospital suelen quedar sepultados, y allá dentro viven con fuegos y luces de candelas, porque la del cielo en muchos días no se suele ver, y si la caridad (a quien no pueden matar ríos ni cielos) no tuviese allí entretenidos a los monjes para servir a los pobres, parece imposible apetecer aquella vivienda.

Un día, pues, muy recio y tempestuoso lidió y peleó el buen hombre y forcejeó contra los vientos, nieve y tempestades; rompió por las nieves y como pudo llegó a la iglesia.

Estaba un clérigo de los capellanes diciendo misa, bien descuidado de que en aquel tiempo trabajoso pudiese nadie subir a oír misas. Había ya consagrado la hostia y el cáliz cuando el hombre llegó, y espantándose cuando le vio, menospreciole entre si mismo, diciendo: «¡Cuál viene este otro con una tan grande tempestad y tan fatigado a ver un poco de pan y de vino!

El Señor, que en las concavidades de la tierra y en partes escondidas obra sus maravillas, la hizo tan grande en aquella iglesia, a esta sazón, que luego la hostia se convirtió en carne y el vino en sangre, que viendo Su Majestad abrir los ojos de aquel miserable ministro que había dudado y pagar tan gran devoción como mostró aquel buen hombre, viniendo a oír misa con tantas incomodidades»

OTRA VERSIÓN POPULAR DE LA HISTORIA

Las demás versiones del milagro difieren, en cuanto a la forma, de lo enunciado por el P.Yepes. Vamos a reproducir a continuación otra versión para observar así lo que las tradiciones pueden modificarse, y ampliarse incluso, con el correr del tiempo al ir trasmitiéndose de boca en boca, siendo la tradición popular su vehículo de supervivencia. La siguiente versión es recogida por Leandro Carré y publicada en «La Voz de Galicia» del 22 de agosto de 1992:

Aconteció, allá por el año 1300, que un cura de la parroquia empezó a pensar cómo era posible que la santísima hostia y el vino de misal pudieran convertirse en carne y sangre de Jesús Dios al tiempo de la consagración, cumplida simplemente por un hombre mortal y pecador como era él. 

La duda mordía con frecuencia el corazón del sacerdote; la duda amargaba las horas solitarias de sus noches de insomnio. 

-¡Oh, Dios!-murmuraba el cura afligido-. La fe se debilita en mí. Mi ser se enflaquece y mi cerebro estalla, pero no veo claro este misterio. ¿Unas leves cruces trazadas en el aire por mi mano y unas pocas palabras murmuradas por mi boca, no siempre limpia y pura, cómo pueden hacer tal milagro?.

Había un vecino de la parroquia que vivía a una media legua de Piedrafita y era tan devoto de la santa misa, que por ninguna cosa, ni aun por tormentas o nevadas más fuertes, dejaba de acercarse allí para oír su misa.

Un domingo estaba el cura celebrando el santo sacrificio. Nadie más estaba en la iglesia, porque la turbulenta cellista de aquél día era tal, que causaba pavor. Tenía ya consagrada la hostia y el cáliz cuando oyó el ruido de alguien que entró apresuradamente en la iglesia.

El sacerdote lo miró con sorpresa y, asombrado, murmuró: «¡Pobre hombre, venir con este tiempo de tan lejos, fatigosamente y exponiéndose a morir en el camino, sólo para postrarse ante un poco e pan y vino!».

Pero entonces sintió un estremecimiento extraño. Miró para la patena y vio, horrorizado, como la blanca rodajita de pan blanco enrojecía, convirtiéndose en sangrante carne que parecía recién cortada de un cuerpo vivo; y el vino del cáliz se espesaba, adquiriendo un tono más bermejo, y olía a sangre.

El mísero cura cayó de rodillas al pie del altar y luego se desplomó sobre las gradas, desvanecido.

El hombre que había llegado en aquel momento corrió hacia el altar y trató de incorporar al sacerdote. Estaba muerto.

Con relación a este relato hay que decir que es mucho más vivo y realista que el anterior. Pero lo importante es que sólo ha cambiado la forma de expresar la idea, manteniéndose ésta inalterable y haciendo el texto más asequible para que la gente pudiera recordarlo mejor, que es lo que realmente importa.

Fuentes: Fray Nelson Medina, Diócesis de Lugo, Salutaris Hostia, Signos de estos Tiempos 

Haga click para ver las otras noticias

Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis: