El Santo “del pan y del trabajo».
En el video que esá abajo fue pasado por el enviado a los peregrinos y emitido por Canal 21, del Arzobispado de Buenos Aires, a través de una pantalla instalada frente al templo.
«Como todos los años, después de recorrer la cola hablo con ustedes. Tal vez la cola la recorrí con el corazón. Estoy un poquito lejos. No puedo compartir con ustedes este momento tan lindo, en el que ustedes están caminando hacia la imagen de San Cayetano», destacó el Papa Francisco en su mensaje a los miles de devotos que hacen fila para entrar al santuario del barrio porteño de Liniers dedicado al llamado Santo de la Providencia.
Cuando Bergoglio todavía estaba en Buenos Aires nunca se perdía la fiesta del 7 de agosto en el santuario de San Cayetano, en el barrio Lieners. Incluso ahora como obispo de Roma, el ex arzobispo de la metrópolis porteña quiso participar de alguna manera.
Ya desde las 23.00 del martes 6, la multitud de peregrinos que desfilaba para ofrecer su homenaje a la pequeña estatua de San Cayetano de Thiene y pudieron escuchar el vídeo-mensaje que el Papa argentino grabó para ellos desde el otro lado del mundo. El mensaje fue retransmitido en las pantallas que pusieron alrededor del Santuario.
Palabras sencillas pero intensas, que conducen al dinamismo inconfundible de la caridad cristiana, pronunciadas siguiendo la fórmula-intención del peregrinaje, que este año exhortaba a ir con «Jesús y San Cayetano» al encuentro con los «más necesitados». «Lo más importante» repitió el Papa, «no es mirar desde lejos o ayudarlos desde lejos, sino ir a su encuentro». Ver a los ojos a la quien damos limosna, tocar sus manos, porque «si no has tocado, no has encontrado».
Un impulso gratuito, sugirió Francisco a sus compatriotas, que no nace de sí mismo, del esfuerzo de hacer cosas buenas y mucho menos de intenciones propagandísticas, sino como simple eco de las cosas buenas que Cristo puede operar en quien lo sigue: «¿Voy a convencer a otro que se haga católico?», preguntó Bergoglio. «No, no; vas a encontrarlo, es tu hermano, eso basta. Con eso lo vas a ayudar; lo demás lo hace Jesús, lo hace el Espíritu Santo».
Y por ello invitó a salir al encuentro de los más necesitados, de los que están pasando un momento más difícil que el que pasamos nosotros, porque «siempre hay alguien que la pasa peor, siempre, siempre hay alguien». De esta manera se podría dar que
«tu corazón, cuando te encuentres con aquél que más necesita, se va a empezar a agrandar, agrandar, agrandar, porque el encuentro multiplica la capacidad del amor, agranda el corazón».
El Santuario de San Cayetano es el Santuario más querido por la clase obrera desde los tiempos dorados del sindicalismo peronista. Al Santo, amigo de las prostitutas y de los desgraciados destrozados por los usureros, los argentinos siempre piden pan y trabajo.
Los sacerdotes mantienen abierta la Iglesia y los confesionarios durante doce horas. Y alrededor del santuario se recoge y crece una trama de vida cristiana arrolladora, en la que la gracia paladeada en las liturgias, en los sacramentos y en el consuelo de la oración florece inmediatamente en miles de obras de misericordia corporal y espiritual.
Los voluntarios juntan comida, medicinas y ropa para distribuirlas por todo el país. Hay un comedor parroquial y cursos de formación para los excluidos del circuito productivo. También hay una base de datos con los nombres de los que están buscando trabajo que funciona como una pequeña agencia de empleo.
Es un poco esa imagen de Iglesia que Bergoglio lleva en la mirada y en el corazón cuando, incluso como Papa, sugiere a todos una «conversión pastoral» y un impulso misionero que se configure completamente según los registros de la misericordia y de la cercanía, de la proximidad, del encuentro.
En sus 15 años como arzobispo, Bergoglio siempre celebró con alegría la misa en el Santuario el día de la fiesta del Santo. Sus homilías dejaban una huella en el corazón fría del invierno argentino.
«Hay dolores y dolores. Esos del salario negado, esos de la falta de trabajo, esos que gritan venganza», dijo el 7 de agosto de 2006, y añadió que «los dolores debidos a la injusticia gritan venganza, porque son dolores que se pueden evitar, simplemente siendo justos, ayudando a los que más lo necesitan, creando trabajo, sin robar, sin mentir, sin sacudir demasiado, sin aprovecharse».
Dos años después, en 2008, su homilía se disolvió en un diálogo con el pueblo de Dios.
«Entonces -dijo- les hago una pregunta: ¿la Iglesia es un lugar abierto solo para los buenos?». Y todos respondieron en coro: «¡Nooooo!». «¿Aquí corremos a alguien porque es malo? No, al contrario, lo acogemos con más afecto. Nos lo ha enseñado Jesús. Imagínense, entonces, cómo es paciente el corazón de Dios con cada uno de nosotros».
El año pasado el entonces cardenal Bergoglio volvió a pedir a San Cayetano la bendición de tener pan y trabajo para todos, «tan necesarios para una vida digna», y justificó incluso la indignación y la lucha justa para impedir que tales bienes sean robados al pueblo a quien han sido destinados.
Cada vez, al final de la misa, Bergoglio volvía a recorrer, al contrario, la fila de los fieles (cientos de miles) que esperaban pacientemente poder llegar a la imagen del Santo. Abrazaba y besaba a todos, uno por uno, platicaba, escuchaba historias y problemas, bendecía niños, rosarios, fotos de familiares enfermos y las barrigas de mujeres embarazadas, a las que siempre invitaba con delicadeza a qque bautizaran a sus hijos, porque «así el Señor se refuerza».
Acababa cansadísimo, pero su corazón de pastor volvía a florecer con alegría y paz de aquellas largas inmersiones en el «sensus fidei» del Pueblo de Dios. Y al final volvía a confirnar la certeza de que
«el Señor elige a los pobres porque los pobres no presumen de haber sido elegidos, no lo consideran un mérito propio, y así Su predilección puede convertirse en un don que todos agradecen». «Dios Padre Nuestro», dijo en una ocasión, «escucha el clamor de su pueblo. El clamor silencioso de la fila interminable que pasa delante de San Cayetano. Nuestro Padre en los cielos escucha el ruido de nuestros pasos, la oración que vamos susurrando en nuestro corazón, mientras nos vamos acercando».
QUIEN ES SAN CAYETANO
Gaetano Thiene, como se llamaba San Cayetano, nació en Vicenza, norte de Italia, en octubre de 1480, en el seno de una familia de nobles.
No obstante, abandonó el ambiente familiar y dedicó su vida a la atención de los enfermos y desvalidos.
Estudió derecho en Padua y, luego de recibida la ordenación sacerdotal, implementó en Roma la sociedad de Clérigos regulares o Teatinos, con el objetivo de promover el apostolado y la renovación espiritual del clero. Esta sociedad se propagó después por el territorio de Venecia y el reino de Nápoles. San Cayetano se caracterizó por su caridad con el prójimo.
Cayetano estudió cuatro años en la Universidad de Padua, donde se distinguió en la teología y se doctoró en derecho civil y canónico en 1504. Luego fue nombrado senador en Vicenza.
No obstante, estaba decidido a continuar los estudios sacerdotales, por lo cual se trasladó a Roma en 1506. Decía que Dios lo llamaba para realizar una gran obra. Poco tiempo después fue nombrado secretario privado del Papa Julio II.
El Pontífice muere en 1513. Cayetano decide abandonar en el cargo y se prepara durante 3 años para ser sacerdote. Fue ordenado en 1516, a los 36 años. Luego funda en Roma la «Cofradía del Amor Divino», una asociación de clérigos que se dedicaba a difundir la gloria de Dios. Su primera experiencia pastoral fue en la parroquia de Santa María de Malo, cerca de Vicenza, tras lo cual se dedicó a cuidar los santuarios ubicados por el monte Soratte.
Ingresó en el oratorio de San Jerónimo, que incluía a laicos pobres. Sus amigos se molestaron porque consideraban que eso era indigno para un hombre de gran nivel como él. A Cayetano no le importó. Ayudaba y servía personalmente a los pobres y enfermos de la ciudad y atendía a los pacientes de las enfermedades graves.
Luego fundó otro oratorio en Verona. Se trasladó a Venecia en 1520, se hospedó en el hospital de la ciudad y siguió la misma forma de vida. Se lo consideraba fundador principal del hospital por todos los regalos que hizo.
Trabajó además, con el Beato Juan Marinoni, para sacar de la miseria a los pobres y marginados. Esta obra fue aprobada poco antes del Concilio de Letrán. En sus últimos años de vida abrió hospicios para ancianos y fundó hospitales.
Implementó la bendición con el Santísimo Sacramento y promovió la comunión frecuente, en los tres años que vivió en Venecia. Escribió:
«No estaré satisfecho sino hasta que vea a los cristianos acercarse al Banquete Celestial con sencillez de niños hambrientos y gozosos, y no llenos de miedo y falsa vergüenza».
En tiempos en que la cristiandad pasaba por un período de crisis y la corrupción debilitaba a la Iglesia, Cayetano fue uno de los que más apoyaron la verdadera reforma de vida y de costumbres dentro de la Iglesia. Repetía a menudo: «Cristo espera, ninguno se mueve».
Cayó gravemente enfermo en el verano de 1547. Los médicos le recomendaron colocar un colchón sobre su cama de tablas, pero el se negó: «Mi salvador murió en la cruz; dejadme pues, morir también sobre un madero».
Murió en Nápoles a la edad de 77 años, el domingo 7 de agosto de 1547. Cayetano fue canonizado en 1671 después que la comisión encargada examinara rigurosamente los numerosos milagros entre quienes lo invocaron para pedir sanación, alimentos y trabajo.
Fuentes: Vatican Insider, ACI Prensa, Valores Religiosos, Signos de estos Tiempos