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Uno de los grandes filósofos del siglo XX.

 

En este momento de crisis en que se encuentra la humanidades bueno recordar lo que pensaba Jean Guitton, una de las mentes católicas mas profundas del siglo XX, sobre el rumbo de la humanidad y el camino de la espiritualidad, cuando el 21 de marzo se hicieron 13 años de su muerte.

 

Jean Guitton

 

Considerado por muchos como el último gran filósofo seglar, Guitton fue en 1962 el primer auditor laico de un Concilio, en este caso, el Concilio Vaticano II. Su amistad con Juan XXIII y, sobre todo, con Pablo VI tuvo frutos importantísimos para la Iglesia católica, especialmente en las relaciones entre los fieles y la jerarquía. Encarnó, como muy pocos en este siglo, la posibilidad de vincular la fe y la cultura; la posibilidad de evitar ese divorcio que en opinión de su amigo el papa Montini es el que caracteriza a la época actual.

El periódico Avvenire publicó la última entrevista que le hiciera el escritor francés Jean-Jacques Antier, autor del libro de conversaciones con Jean Guitton llamado El libro de la sabiduría y las virtudes reencontradas. Allí Guitton expresa que la muerte es un nuevo nacimiento y asegura que sabe que el alma susbiste luego de la muerte, que la humanidad está en la vigilia de una transformación decisiva y que el progreso moral y espiritual no ha ido al mismo paso que el técnico, material e intelectual.

“Asistimos a una aceleración exponencial del saber, en todos los campos. Un hombre por sí solo, sentado ante su ordenador, podrá acceder a la totalidad del saber. La humanidad se encuentra ante una situación con la que nunca se había enfrentado. No sabemos qué nos espera y no tenemos modelos para afrontar este peligro. Nos queda poquísimo tiempo para prepararnos. Entramos con los ojos cerrados en un tiempo metafísico. Nadie quiere oír hablar de esto. Prefieren quedarse en las que Pascal llama soluciones del «divertissement»”.

Guitton cree que lo vivo se desenvuelve hacia una complejidad creciente, acompañado, en el hombre, de un despertar y engrandecimiento de la conciencia culminando en la experiencia mística.

Pero tiene la convicción de que ya no navegamos sobre un río ancho y tranquilo, sino que navegamos en una estrecha corriente entre dos altas orillas, sin posibles vías de escape, con abundantes signos negativos que muestran la necesidad de un cambio:

“Las desigualdades, la incapacidad de la sociedad, que pretende ser la más avanzada del mundo, de asegurar trabajo a sus jóvenes; las ciudades inhumanas rodeadas de periferias desesperadas; la desintegración de la familia, la degradación de las costumbres, la corrupción de las Administraciones, la violencia, el racismo, el odio. Es significativo que laautomatización, progreso material decisivo, produzca, cuando va bien, una mayoría de personas atiborradas y embrutecidas por la televisión, y, cuando va mal, marginados, potenciales rebeldes, drogadictos y delincuentes. La excepción es una pequeña minoría que ha sabido conservar y desarrollar los verdaderos valores”.

Y ante la muerte, que por razones de edad está cerca, Guitton señala que la muerte no es un momento de angustia, sino de calma y de paz.

“El mundo se atenúa, se borra. La impresión es de que otro mundo está naciendo. Un asentimiento a lo que aún no ha llegado. He comprendido que es más alto que vencer o vivir: es entregarse. Claudel habla de esta alegría que se encuentra en la última hora. Y yo soy esta misma alegría y el secreto que no puede decirse. Marguerite Yourcenar me decía que la muerte le parecía como una consagración, de la que sólo los más puros son dignos: Muchos se descomponen, pero pocos son los que mueren. La desaparición del cuerpo pone mejor de relieve esta imprevista coincidencia de nosotros mismos con lo que somos en esencia: el espíritu. Éste es el fondo del misterio de la muerte”.

Y es así que llega a la conclusión de que el alma sobrevive al cuerpo e incluso cita a santa Teresa de Ávila que decía que la muerte debía parecerse a un rapto.

“El alma subsiste. El espíritu. El ser solo, el yo profundo no ha sido abolido, vive misteriosamente. E incluso está más vivo que cuando nosotros vivíamos”.

“Yo lo sé. La muerte es un nuevo nacimiento que todas nuestras capacidades, nuestros deseos, permiten intuir”.

Fuentes: Alfa y Omega, Signos de estos Tiempos

 

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