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Cómo fuerzas externas modificaron el rumbo de la Iglesia Católica en el Concilio Vaticano II y fue avisado previamente por Fátima.

¡Bienvenidos queridos hermanos!

A los que siguen diariamente el trabajo de este equipo y a los que se incorporan ahora.

Hoy queremos hablar sobre los llamados que aparecen en el vértice de la Iglesia, para construir una fraternidad universal de los hombres, y sobre las expresiones de que todas las religiones llevan a Dios.

Esto no surgió ahora, sino que es algo que se ha venido desarrollando desde hace décadas.

¿De dónde surgió? ¿Desde cuándo? ¿Y hacia dónde lleva a la Iglesia?

Muchos católicos no se dan cuenta del fuerte cambio ideológico que ha sufrido la Iglesia en este más de medio siglo.

Por mala formación doctrinal, o por distracción, o incluso porque apoyan esta metamorfosis que se está dando paso a paso.

Aquí hablaremos sobre el cambio revolucionario que ha sufrido la Iglesia desde el Concilio Vaticano II, por qué Nuestra Señora bajó en Fátima a advertirnos esto, y cómo este rumbo que está tomando la Iglesia es parte de un plan mayor de otros poderes en el mundo.  

El Concilio Vaticano II marcó el inicio cronológico de una crisis espiritual en la Iglesia, que se alinea con las advertencias del Tercer Secreto de Fátima.

El espíritu del Concilio y la introducción de sus reformas, llevaron a una pérdida impresionante de las vocaciones, de la asistencia a misa, y del aflojamiento de la idea de que Jesucristo es el único camino a Dios.

Y esto se alinea con la gran apostasía o pérdida de fe, predicha en el Apocalipsis y en el Tercer Secreto de Fátima.

Hoy luego de 6 décadas, vemos que el Concilio Vaticano II fue una instancia para transformar a la Iglesia Católica en una herramienta del ecumenismo, diluyendo su carácter doctrinal.

Evidentemente la infiltración masónica dio sus frutos. 

Porque en la declaración Nostra Aetate, promulgada por el Concilio, sobrevuela la idea de la «fraternidad universal».

Una visión centrada en la paz y no en la salvación.

Afirma que las otras religiones, como el islam, el budismo y el hinduismo, buscan a Dios y que en ellas se pueden encontrar elementos de bondad y verdad. 

Llama a los cristianos a entrar en diálogo con las personas de otras religiones, buscando puntos en común y la colaboración en la construcción de un mundo más justo y pacífico.

Y reconoce que el cristianismo tiene sus raíces en el judaísmo y que los judíos siguen siendo el pueblo elegido de Dios. 

Lo cual conecta al catolicismo con un plan más global de los judíos cabalistas, que es establecer la religión de Noé, como una religión naturalista, reservada para los no judíos, mientras los judíos se reservan el papel del sacerdocio.

La reconstrucción del Templo de Jerusalén sería un paso clave para este nuevo orden religioso.

Donde la Iglesia Católica suavizaría sus dogmas, en especial que Jesucristo es el único camino de salvación, para convertirse en una religión universalista, al servicio de la paz mundial y la fraternidad universal.

Por lo tanto el Concilio Vaticano II marcó un cambio profundo en la Iglesia.

El Papa Pablo VI habló explícitamente del «humanismo católico».

Este humanismo del Concilio buscó enfatizar la dignidad del hombre, eliminando los gestos que sugirieran subordinación.

Por esta razón, los modernistas rechazan la práctica tradicional de recibir la comunión de rodillas y en la boca.

Según la nueva teología, la gracia que Dios concede al hombre es un derecho y no un regalo inmerecido.

Es la «abominación de la desolación», mencionada en el libro de Daniel y por Nuestro Señor en el Evangelio, significando el culto al hombre, reemplazando el culto a Dios.

Muy pocos católicos se dan cuenta de lo que se puso en marcha y de que eso trajo las crisis en la que está la Iglesia y el mundo hoy.

Este cambio de visión se refleja en la liturgia que emergió del Concilio.

Cuyo artífice central fue Monseñor Annibale Bugnini, reconocido luego como masón.

Y en cuyo diseño participaron públicamente pastores luteranos para darle un tinte ecumenista.

Esta reforma litúrgica post-conciliar, eliminó la profunda conexión entre la celebración de la Eucaristía y el sacrificio de Jesucristo en la cruz, transformándola en una «cena del Señor».

Muchos que leyeron el Tercer Secreto de Fátima, como el Cardenal Ratzinger, Malachi Martin y otros, coincidieron en que se refería a una crisis interna en la Iglesia.

La que se ha manifestado con la pérdida de fe y la confusión doctrinal entre los fieles y el clero.

El Tercer Secreto de Fátima es, en esencia, una advertencia sobre la apostasía en la Iglesia, que se manifestaría claramente en los frutos del Concilio Vaticano II.

Es por esto, que Nuestra Señora dio instrucciones de que el Tercer Secreto debía hacerse público en 1960.

Pero Juan XXIII decidió no hacerlo y prefirió llamar al Concilio, que comenzó en 1962.

Según el Padre Ingo Dollinger, el Cardenal Ratzinger le confesó privadamente, que el Tercer Secreto hablaba de un «mal Concilio y una mala Misa».

De modo que el Tercer Secreto de Fátima es, en última instancia, una advertencia contra esta transformación global de la Iglesia.

Y buscaba evitar este camino de perdición.

Señalaba la apostasía como el mayor peligro para la Iglesia, pero también indicaba que habría una resistencia.

Según el profesor brasileño Carlos Bezerra, esta resistencia se personifica en la figura del «obispo vestido de blanco», en la visión del Tercer Secreto, que podría representar, según él, a un líder fiel a la doctrina original.

Allí se menciona una cruz «como de corcho», que simboliza la resistencia a las llamas de la apostasía.

Y los fieles que mueren a los pies de esa cruz, representan mártires espirituales purificados por la sangre de los primeros mártires.

Por lo tanto, el texto del Tercer Secreto destaca el papel de los mártires en la renovación de la fe.

Un martirio no necesariamente físico, sino espiritual, reflejando la lucha contra la apostasía y la confusión doctrinal dentro de la Iglesia.

Estos mártires espirituales serán la base para la renovación de la fe después de las pruebas finales.

Y el mensaje de Fátima advierte que, sin conversión, la humanidad enfrentará un castigo.

Sin embargo, el Vaticano al publicar parte del Tercer Secreto en el año 2000, presentó una interpretación que desvió la atención de la crisis de fe.

La narrativa oficial, vinculando el secreto al atentado contra Juan Pablo II, fue una simplificación que evitó abordar la crisis de fe, desviando la atención sobre el comunismo.

Pero a pesar de las pruebas anunciadas, el mensaje de Fátima termina con una promesa de victoria: «Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará».

Este triunfo vendrá a través de la fidelidad de los pequeños remanentes de fe.

Y asegura que, a pesar de los desafíos, el plan de Dios prevalecerá y la Iglesia será restaurada.

Nuestra Señora de Fátima hizo un llamado a los fieles para que se conviertan en instrumentos de este triunfo mediante:

El rezo del Rosario como arma espiritual contra el mal.

La devoción al Inmaculado Corazón, como medio de consagración personal y colectiva.

Y la penitencia y reparación por los pecados de la humanidad.

Mientras el mensaje de Fátima se conecta con otras profecías marianas, como las de Garabandal, que anuncian un «Gran Aviso».

Que será una oportunidad de conversión antes de los castigos finales y el triunfo del Inmaculado Corazón.

Bueno, hasta aquí las consecuencias del cambio ideológico introducido en el Concilio Vaticano II, los esfuerzos que hizo Nuestra Señora en Fátima para que no se produjera, y las consecuencias que esto tendrá en la gravedad de la tribulación.

Y me gustaría preguntarte si crees que efectivamente el Tercer Secreto de Fátima se refería a la pérdida de fe en el vértice de la Iglesia o crees que no hay nada de esto en el Tercer Secreto.

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