La actividad del mal dentro de la Iglesia fue denunciada por Pío V hace 500 años.

Desde ese momento hasta ahora se ha sofisticado y tomado más parcelas de poder.

Y es responsable del caos y desconcierto que reina hoy en la Iglesia.

Hay viejas profecías sobre esta apostasía, como las célebres Tres Campanadas de San Josemaría Escrivá.  

avalancha de nieve

Hay un fenómeno a la vista de todos. Cristianos que adoptan la lógica del mundo, la adornan con palabras cristianas y divulgan ese matiz como si fuera el cristianismo moderno para nuestra época.

La explicación de lo que pasando dentro de la iglesia, sobre todo en occidente, está en el Apocalipsis.

Cuándo el juicio a las iglesias, el Señor dice a la iglesia de Laodicea que Él sabe que no es ni fría ni caliente su devoción, y porque es tibio lo vomitará de su boca (Apocalipsis 3: 15,16).

Esta actitud de los fieles de Laodicea describe una de las mayores amenazas para el cristianismo actuando hoy: la tibieza de los cristianos.

Este grupo de cristianos tibios son de hecho el ejército más efectivo para ganar almas para el maligno.

Los tibios, indiferentes y desapasionados  sentados en los bancos de las iglesias, componen la fuerza más eficaz del maligno para llevar a la perdición a una multitud de almas.

Son la fuerza de combate de élite del mal metida dentro de la Iglesia.

El papa Pío V dijo “todos los males del mundo se deben a los católicos tibios”.

Y luego San Pío X dijo que “toda la fuerza del reino de satanás se debe a la debilidad de los católicos”.

Para estos dos papás el signo de la maldad no son las guerras, ni los asesinos, ni los terroristas, sino los católicos tibios.

¿Y por qué es eso?

En primer lugar porque inmoviliza a esos católicos para luchar la batalla en el ejército de Dios.

En segundo lugar porque impacta en otros miembros de la Iglesia y los inmoviliza.

Y en tercer lugar porque a muchos católicos que no son tibios actualmente les hace dudar, sobre si el enfoque tibio no es la mejor forma de atraer a ateos a los templos y que comiencen su conversión.

Sin embargo la Biblia advierte sobre esto iba a pasar y no es fruto de una mente rígida.

En 2 Timoteo 3: 1- 15, San Pablo dice que habrá tiempos aterradores en los últimos días.

Y se refiere a que las personas serán egocéntricas, amantes del dinero, orgullosas, abusivas, desobedientes, desagradecidas irreligiosas, el lugar de amantes de Dios.

Qué aparentarán ceñirse a la religión, pero negaran su poder y lo rechazaran.

Para que ello sea posible será necesario vaciar a la doctrina de la iglesia de sus contenidos tradicionales de hecho.

Empecemos por definir que los católicos tibios se dirigen hacia la muerte espiritual.

monte de la muerte

   

¿QUÉ ES LA MUERTE ESPIRITUAL?

El estado del alma en pecado mortal tiene analogía con la muerte corporal.

Así como un cuerpo físico puede enfermarse o sufrir un accidente y dejar de retener la vida, el alma puede perder la gracia santificante por el pecado mortal y dejar de vivir sobrenaturalmente.

Está, por lo tanto, espiritualmente muerta porque ya no se une con Dios, quien le da vida sobrenatural, incluso como un cuerpo que está muerto separado de su principio animador, que es el alma.

Aún en la tierra, estamos unión con Dios, la poseemos por la gracia y la fe, y nos estamos moviendo hacia él en la visión beatífica de la gloria.

Cuando las personas pecan mortalmente, están dos veces muertas:
.
– una vez porque pierden el don de la vida divina que antes tenían,
.
– y una vez más, porque ya no están avanzando hacia la consumación de la vida en el cielo.

Los pecados mortales no son condonados por ningún poder en el alma misma, y lo mismo que el cuerpo humano, una vez muerto, no puede ser devuelto a la vida, excepto por una intervención especial de Dios, lo mismo sucede con el alma.

En la literatura patrística la restauración se compara con la resucitación de Lázaro.

El ejercicio del poder omnipotente en ambos casos es el mismo.

“Todo el mundo que peca, muere”, dice San Agustín.

Y Benedicto XVI en un ángelus de 2011 dijo:

“La muerte espiritual del pecado es la pelea más dura por Cristo, quien pagó el precio de la cruz para derrotarla”.

“Para conquistar esta muerte, Cristo murió, y su resurrección no es el retorno a la vida anterior, sino la apertura a una nueva realidad, a una tierra nueva, que finalmente se une de nuevo con el cielo de Dios”.

  

EL VACIAMIENTO DE LA IGLESIA

En el último siglo hemos presenciado un vaciamiento de la Iglesia en muchos frentes.

El vaciamiento más importante fue desacreditar las historias sobrenaturales, porque no encajaban con el mundo moderno.

Introducir la duda sistemática sobre los milagros que menciona la Biblia y sobre los milagros en general.

Ángeles, demonios, cielo, infierno, transubstanciación, deben ser ignorados y condenados al silencio como prácticas medievales.

Todo esto nos ha desnudado en el campo de batalla quitándonos nuestras armas espirituales.

Este ejército del maligno, actuando en la retaguardia, ha sido el mayor poder contra la Iglesia.

El arzobispo Fulton Sheen profetizó esto a mediados del siglo XX diciendo:

«[Satanás] establecerá una contra-iglesia que será el simio de la Iglesia [Católica]…

Tendrá todas las notas y características de la Iglesia, pero a la inversa, y vaciará de su contenido divino...

El falso profeta tendrá una religión sin una cruz. Una religión sin un mundo por venir.

Una religión para destruir religiones. Habrá una iglesia falsificada…

La falsa Iglesia será mundana, ecuménica y global.

Será una federación flexible de iglesias y religiones, que formará algún tipo de asociación global…

Estos pasajes de su libro El Comunismo y la Conciencia de Occidente advierten sobre el vaciamiento del contenido divino de la iglesia, de falsos profetas que falsificarán la Iglesia.

Y de una iglesia mundana y ecuménica donde ya el catolicismo no tendrá la verdad absoluta y predicará que cualquiera se salvará aún sin aceptar a Jesucristo.

Este vaciamiento del contenido divino y sobrenatural se ha producido a través de décadas.

Despojando a los templos del arte sacro y la arquitectura sagrada, de la música sacra.

Se ha banalizado el santo sacrificio de la misa.

A tal punto que hoy vemos acercarse a la Eucaristía a personas vestidas de cualquier forma, incluso las más indecentes, y en actitud de no comprender lo que está sucediendo ahí.

Esto ha producido un gran abandono de la religión en occidente.

Pero no así en el sur global, como África y Asia, dónde el cristianismo aún conserva su base sobrenatural, y por eso es en el lugar del planeta donde crece.

Y es una demostración sobre cómo la Iglesia pierde fieles cuando se despoja de lo sobrenatural.

Lo que ha crecido en el occidente han sido los nones, o sea aquella gente que no tiene religión.

¿Y porque han abandonado la religión?

Porque nuestra religión se ha convertido en una serie de obras de caridad, con reuniones dominicales.

Donde se habla de una doctrina moral y no de milagros sobrenaturales, que son los que en realidad dan idea a la gente de que ésta frente a lo divino.

La gente no es tonta y sabe que sí la religión se reduce a charlas sobre la paz, la justicia, el trabajo, la ecología, ser bueno con los demás no hay nada diferencial en ello.

¿Porque hay que levantarse temprano para ir a la iglesia, escuchar canciones mal cantadas y largas homilías para escuchar lo que uno escuchar en la televisión?

El modernismo es el que creó esta situación de hecho, en que lo sobrenatural resulta increíble y desactualizado para los nuevos tiempos.

Pero cuidado, esta eliminación los elementos sobrenaturales en la evangelización no se ha transmitido en forma directa.

Los modernistas han utilizado el lenguaje y las parábolas que siempre ha utilizado la iglesia pero dotándolas de otro significado.

Por ejemplo cuando un modernista dice ¡Aleluya Cristo resucitó! es posible que no hable de una resucitación física, sino que sus enseñanzas continuaron siendo creídas por sus fieles seguidores.

Cuándo festeja el nacimiento virginal de María, la virginidad que él invoca tal vez no sea física sino espiritual.

Y aunque sigue siendo para él un milagro, éste no que Jesús está presente con su cuerpo y con su sangre, sino que el verdadero milagro es que todos estamos compartiendo una fe en Jesús.

Por lo tanto, esta predica ha sido transmitida por connotación.

En cambio en los seminarios los nuevos sacerdotes han sido adiestrados en la incredulidad a los milagros y en mirar a la Biblia como si fuera un texto para hacer exégesis y no la palabra eterna de Dios que hay que examinarla con fe.

Al punto que en algunos lugares, especialmente de Latinoamérica, es un dicho popular, que es más fácil encontrar un laico que crea en los milagros que un sacerdote que crea en las cosas sobrenaturales.

Esta es la razón por la que pulula dentro de los templos una muchedumbre mal catequizada, a propósito.

Y en muchos casos se reduce la religión a una emoción.

Para un católico mal catequizado, como es la mayoría actualmente, no es fácil darse cuenta de cuáles son las cosas tradicionales de nuestra fe y cuáles son las cosas que se han inventado en los últimos 100 años.

Pero hay algunas pistas.

Por ejemplo hay que prestar atención como trata el sacerdote la eucaristía.

Si no trata con respeto las partículas que sobran es porque en realidad no cree que ahí este presente Jesucristo todo entero.

Otro tic es si le da poca importancia a las oraciones de los fieles y no trate de incentivar que los fieles oren pidiendo y agradeciendo a Dios.

En general este modernista no creerá en las devociones populares, pero si promueve alguna es porque siente que tiene réditos desde el punto de vista de atraer fieles.

Y estará más preocupado en discernir lo que piensa el mundo actualmente que en comunicar la doctrina de la Iglesia en vigencia actualmente.

  

EL CAMBIO DOCTRINAL DE HECHO

La generación de multitudes de católicos tibios es consecuencia del modernismo.

El que fue denunciado por el papa San Pío X, en su encíclica Pascendi, como el compendio de todas las herejías católicas a través de la historia.

El modernismo parte de la base que la revelación divina depende de las percepciones culturales del momento.

Que no podemos saber exactamente lo que Dios ha revelado sino sólo a través de nuestra propia cultura en la que estamos inmersos.

Por eso afirman que lo que es bueno y malo para la Iglesia cambiará necesariamente con el tiempo.

De modo que las últimas percepciones culturales serán la verdad para nosotros, en contraposición con las percepciones culturales de culturas más primitivas, como por ejemplo la de Israel en el siglo primero.

Puede que el aborto y la homosexualidad fueran un tabú para la cultura primitiva, pero hoy nuestra cultura lo acepta, por lo tanto la Iglesia debe amoldarse.

Pero el modernismo se equivoca al no ver a la revelación divina como algo más allá de nuestra cultura cambiante.

Porque la revelación divina trasciende nuestras limitaciones culturales y es trascendente para la historia de la humanidad en cualquiera de sus etapas.

Esto también lleva a los modernistas a tener un enfoque más flexible sobre la moral, porque la hacen depender de la cultura del momento y de la situación personal del individuo.

Esta lógica situacional de la moral soslaya la evaluación de las conductas de las personas a la luz de lo que Dios ha prescripto.

El pecado siempre es algo defectuoso de la conducta humana y condenable.

Y no es justificable desde el punto de la situación en la que vive la persona en ese momento.

El pecador puede no encontrar la forma de salir de un pecado que está cometiendo en este momento, pero no significa que no exista en realidad el pecado que está cometiendo.

Y esto nos trae al tema de la culpa.

Los modernistas tienden a enfatizar la no culpabilidad de las personas, que no se puede condenar y no se puede exigir el cambio.

Si el pecador sabe que es pecado y dio consentimiento a su conducta entonces cometió un pecado objetivo y subjetivo.

Y aunque siga pecando y justificándolo por la situación en la que está siempre va a ser un pecado objetivamente.

Nosotros, pecadores consuetudinarios, no podremos salir de los pecados si no tenemos conciencia de cuales son realmente los pecados.

Nuestra culpabilidad subjetiva, basada en la culpabilidad objetiva, es lo que precisamente nos permite transformarnos.

Esto nos trae a las impresionantes profecías de San Josemaría Escrivá sobre la apostasía dentro de la Iglesia, que reveló poco antes de morir.

San Josemaría Escrivá

  

PROFECÍAS DE SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ SOBRE LAS APOSTASÍAS EN LA IGLESIA

Un santo moderno, el Fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá de Balaguer, envió tres cartas a los fieles de la Prelatura.

Que hoy tienen tanta actualidad como en 1972-1974, cuando las escribió, previniendo a sus hijos de las dificultades dentro de la Iglesia.

A estas tres cartas escritas poco antes de su muerte se las conoce por las Tres Campanadas. 

No estaban destinadas al público en general, sino para uso restringido de los miembros de la Obra.

Solamente se conocen públicamente dos de ellas, pero todas son conocidas por la Autoridad competente en la Iglesia, ya que se incorporaron como documento en el Proceso de Canonización.

  

CRISTIANOS CONTRACORRIENTE Y A PRUEBA

Tiempo de prueba son siempre los días que el cristiano ha de pasar en esta tierra.

Tiempo destinado, por la misericordia de Dios, para acrisolar nuestra fe y preparar nuestra alma para la vida eterna.

Tiempo de dura prueba es el que atravesamos nosotros ahora, cuando la Iglesia misma parece como si estuviese influida por las cosas malas del mundo, por ese deslizamiento que todo lo subvierte, que todo lo cuartea, sofocando el sentido sobrenatural de la vida cristiana.

Llevo años advirtiéndoos de los síntomas y de las causas de esta fiebre contagiosa que se ha introducido en la Iglesia, y que está poniendo en peligro la salvación de tantas almas…

Convenceos, y suscitad en los demás el convencimiento, de que los cristianos hemos de navegar contra corriente.

No os dejéis llevar por falsas ilusiones. 

Pensadlo bien: contra corriente anduvo Jesús, contra corriente fueron Pedro y los otros primeros, y cuantos —a lo largo de los siglos— han querido ser constantes discípulos del Maestro.

Tened, pues, la firme persuasión de que no es la doctrina de Jesús la que se debe adaptar a los tiempos, sino que son los tiempos los que han de abrirse a la luz del Salvador. 

Hoy, en la Iglesia, parece imperar el criterio contrario: y son fácilmente verificables los frutos ácidos de ese deslizamiento.

Desde dentro y desde arriba se permite el acceso del diablo a la viña del Señor, por las, puertas que le abren, con increíble ligereza, quienes deberían ser los custodios celosos…

Es hora, pues, de rezar mucho y con amor, y de pedir al Señor que quiera poner fin al tiempo de la prueba.

No podemos dejar de insistir. No buscamos nada para cada uno de nosotros, por interés personal; buscamos la santidad, que es buscar a Dios.

Y Él espera que se lo recordemos con insistencia.

Se están causando voluntariamente heridas en su Cuerpo, que va a ser muy difícil restañar.

Nos dirigimos a la Trinidad Beatísima, Dios Uno y Trino, para que se digne acortar cuanto antes esta época de prueba. 

Lo suplicamos por la mediación del Corazón Dulcísimo de María; por la intercesión de San José, nuestro Padre y Señor, Patrono de la Iglesia universal, a quien tanto amamos y veneramos; por la intercesión de todos los Ángeles y Santos, cuyo culto algunos intentan extirpar de la Iglesia Santa…

  

LA CONFUSIÓN DENTRO DE LA IGLESIA

Resulta muy penoso observar que —cuando más urge al mundo una clara predicación— abunden eclesiásticos que ceden, ante los ídolos que fabrica el paganismo, y abandonan la lucha interior, tratando de justificar la propia infidelidad con falsos y engañosos motivos.

Lo malo es que se quedan dentro de la Iglesia oficialmente, provocando la agitación.

Por eso, es muy necesario que aumente el número de discípulos de Jesucristo que sientan la importancia de entregar la vida, día a día, por la salvación de las almas, decididos a no retroceder ante las exigencias de su vocación a la santidad…

La lucha interior —en lo poco de cada día— es asiento firme que nos prepara para esta otra vertiente del combate cristiano.

Que implica el cumplimiento en la tierra del mandato divino de ir y enseñar su verdad a todas las gentes y bautizarlas (cfr. Matth. XXVIII, 19), con el único bautismo en el que se nos confiere la nueva vida de hijos de Dios por la gracia.

Mi dolor es que esta lucha en estos años se hace más dura, precisamente por la confusión y por el deslizamiento que se tolera dentro de la Iglesia.

Al haberse cedido ante planteamientos y actitudes incompatibles con la enseñanza que ha predicado Jesucristo, y que la Iglesia ha custodiado durante siglos.

Éste, hijos míos, es el gran dolor de vuestro Padre. Éste, el peso del que yo deseo que todos participéis, como hijos de Dios que sois.

Resulta muy cómodo —y muy cobarde— ausentarse, callarse, diluidos en una ambigua actitud, alimentada por silencios culpables, para no complicarse la vida.

Estos momentos son ocasión de urgente santidad, llamada al humilde heroísmo para perseverar en la buena doctrina, conscientes de nuestra responsabilidad de ser sal y luz.

Hemos de resistir a la disgregación, cuidando sobrenaturalmente nuestra propia entrega y sembrando sin desmayos, con decisión, con serenidad y con fortaleza, la doctrina y el espíritu de Jesucristo.

  

POCAS VOCES SE ALZAN

Considerad que hay muy pocas voces que se alcen con valentía, para frenar esta disgregación.

Se habla de unidad y se deja que los lobos dispersen el rebaño.

Se habla de paz, y se introducen en la Iglesia —aun desde organismos centrales— las categorías marxistas de la lucha de clases o el análisis materialista de los fenómenos sociales.

Se habla de emancipar a la Iglesia de todo poder temporal, y no se regatean los gestos de condescendencia con los poderosos que oprimen las conciencias.

Se habla de espiritualizar la vida cristiana y se permite desacralizar el culto y la administración de los Sacramentos, sin que ninguna autoridad corte firmemente los abusos —a veces auténticos sacrilegios— en materia litúrgica.

Se habla de respetar la dignidad de la persona humana, y se discrimina a los fieles, con criterios utilizados para las divisiones políticas.

Toda esa ambigüedad es camino abierto, para que el diablo cause fácilmente sus estragos.

Más cuando se ve que es corriente —en todas las categorías del clero— que muchos no prediquen a Jesucristo y, en cambio, parlotean siempre de asuntos políticos, sociales —dicen—, etc.

Ajenos a su vocación y a su misión sacerdotal, convirtiéndose en instrumentos de parte y logrando que no pocos abandonen la Iglesia…

No se puede imponer por la fuerza la verdad de Cristo, pero tampoco podemos permitir que, con la violencia de los hechos, nos dominen como ciertos y justos, criterios que son una patente deserción del mensaje de Jesucristo: esta violencia se comete por algunos, impunemente, dentro de la Iglesia.

Sería una deslealtad y una falta de fraternidad con el pueblo fiel, no resistir al presuntuoso orgullo de unos pocos que han maleado ya a tantos, sobre todo en el ambiente eclesiástico y religioso.

Comprended que no exagero.

Pensad en la violencia que sufren los niños: desde negarles o retrasarles el bautismo arbitrariamente, hasta ofrecerles como pan del alma catecismos llenos de herejías o de diabólicas omisiones.

O en la que se actúa con la juventud, cuando —¡para atraerla!— se presentan principios morales equivocados, que destrozan las conciencias y pudren las costumbres.

Violencia se hace, también diabólica, cuando se manipulan los textos de la Sagrada Escritura y se llevan al altar en ediciones equívocas, que cuentan con aprobaciones oficiales.

Y no podemos dejar de ver el brutal atropello que se impone a los fieles, y en los fieles al mismo Jesucristo, cuando se oculta el carácter de sacrificio de la Santa Misa o cuando el dinero de las colectas se malgasta en propagar ideas ajenas al enseñamiento de Jesucristo.

Hijos, míos, nunca se ha hablado tanto de justicia en la Iglesia y, a la vez, nunca se ha empleado tanta injusta opresión con las conciencias…

Nos sentimos obligados a resistir a estos nuevos modernistas -progresistas se llaman ellos mismos, cuando de hecho son retrógrados, porque tratan de resucitar las herejías de los tiempos pasados.

Que ponen todo en discusión, desde el punto de vista exegético, histórico, dogmático, defendiendo opiniones erróneas que tocan las verdades fundamentales de la fe, sin que nadie con autoridad pública pare y condene reciamente sus propagandas.

Y si algún pastor habla decididamente, se encuentra con la sorpresa —amarga sorpresa— de no ser suficientemente apoyado por quienes deberían sostenerlo: y esto provoca la indecisión, la tendencia a no comprometerse con determinaciones claras y sin equívocos.

Parece como si algunos se empeñaran en no recordar que, a lo largo de toda la historia, los que guían el rebaño han tenido que asumir la defensa de la fe con entereza, pensando en el juicio de Dios y en el bien de las almas, y no en el halago de los hombres.

No faltaría hoy quien tachara a San Pablo de extremista cuando decía a Tito cómo debería tratar a los que pervertían la verdad cristiana con falsas doctrinas: increpa illos dure, ut sani sint in fide(Tit. I, 13); repréndelos con dureza —le escribía el Apóstol—, para que se mantengan sanos en la fe.

Es de justicia y de caridad, obrar así.

Ahora, sin embargo, se facilita la agitación con un silencio que clama al cielo, cuando no se coloca a los saboteadores de la fe en puntos neurálgicos, desde los que pueden sembrar la confusión «con aprobación eclesiástica».

Ahí están tantos nuevos catecismos y programas de «enseñanza religiosa» testimoniando la verdad de lo que afirmo.

  

PREVENIDOS Y PIDIENDO AL SEÑOR

Hijos de mi alma, pidamos a Nuestro Señor que ponga término a esta dura prueba…

No podemos dormirnos, ni tomarnos vacaciones, porque el diablo no tiene vacaciones nunca y ahora se demuestra bien activo.

Satanás sigue su triste labor, incansable, induciendo al mal e invadiendo el mundo de indiferencia.

De manera que muchas gentes que hubieran reaccionado, ya no reaccionan, se encogen de hombros o ni siquiera perciben la gravedad de la situación; poco a poco, se han ido acostumbrando.

Esta carta es como una tercera invitación, en menos de un año, para urgir vuestras almas con las exigencias de la vocación nuestra, en medio de la dura prueba que soporta la Iglesia…

Os escribo para que estéis prevenidos ante los asaltos del diablo, que ataca a la hora undécima quizá, casi al fin de este caminar de aquí abajo…

No olvidéis el particular empeño que pone en estos tiempos el demonio, para lograr que los fieles se separen de la fe y de las buenas costumbres cristianas, procurando que pierdan hasta el sentido del pecado con un falso ecumenismo como excusa.

Deseamos, tanto como el que más lo desee, la unión de los cristianos: y aun la de todos los que, de alguna manera, buscan a Dios.

Pero la realidad demuestra que en esos conciliábulos, unos afirman que sí y —sobre el mismo tema— otros lo contrario.

Cuando —a pesar de esto— aseguran que van de acuerdo, lo único cierto es que todos se equivocan. 

Y de esa comedia, con la que mutuamente se engañan, lo menos malo que suele producirse es la indiferencia: un triste estado de ánimo, en el que no se nota inclinación por la verdad, ni repugnancia por la mentira.

Se ha llegado así al confusionismo: y se aniquila el celo apostólico, que nos mueve a salvar la propia alma y las de los demás, defendiendo con decisión la doctrina sin atacar a las personas…

Se escucha como un colosal non serviam! (Jerem. 11, 20) en la vida personal, en la vida familiar, en los ambientes de trabajo y en la vida pública.

Las tres concupiscencias (cfr. 1 Ioann. 11, 16) son como tres fuerzas gigantescas que han desencadenado un vértigo imponente de lujuria, de engreimiento orgulloso de la criatura en sus propias fuerzas, y de afán de riquezas.

Toda una civilización se tambalea, impotente y sin recursos morales…

En una palabra: el mal viene, en general, de aquellos medios eclesiásticos que constituyen como una fortaleza de clérigos mundanizados.

Son individuos que han perdido, con la fe, la esperanza: sacerdotes que apenas rezan, teólogos —así se denominan ellos, pero contradicen hasta las verdades más elementales de la revelación— descreídos y arrogantes, profesores de religión que explican porquerías, pastores mudos, agitadores de sacristías y de conventos, que contagian las conciencias con sus tendencias patológicas, escritores de catecismos heréticos, activistas políticos.

Hay, por desgracia, toda una fauna inquieta, que ha crecido en esta época a la sombra de la falta de autoridad y de la falta de convicciones, y al amparo de algunos gobernantes, que no se han atrevido a frenar públicamente a quienes causaban tantos destrozos en la viña del Señor.

Hemos tenido que soportar —y cómo me duele el alma al recoger esto— toda una lamentable cabalgata de tipos que, bajo la máscara de profetas de tiempos nuevos, procuraban ocultar, aunque no lo consiguieran del todo, el rostro del hereje, del fanático, del hombre carnal o del resentido orgulloso…

El cinismo intenta con desfachatez justificar —e incluso alabar— como manifestación de autenticidad, la apostasía y las defecciones.

No ha sido raro, además, que después de clamorosos abandonos, tales desaprensivos desleales continuaran con encargos de enseñanza de religión en centros católicos o pontificando desde organismos para-eclesiásticos, que tanto han proliferado recientemente.

Me sobran datos bien concretos, para documentar que no exagero: desdichadamente no me refiero a casos aislados.

Más aún, de algunas de esas organizaciones salen ideas nocivas, errores, que se propagan entre el pueblo, y se imponen después a la autoridad eclesiástica como si fueran movimientos de opinión de la base…

Por desgracia, se observan también en la Iglesia sitios —cátedras de teología, catequesis, predicación— que deberían alumbrar como focos de luz, y se aprovechan —en cambio— para despachar una visión de la Iglesia y de sus fines totalmente adulterados. 

Hijos míos, es un grave pecado contra el Espíritu Santo, porque precisamente el Paráclito vivifica con su gracia y sus dones a la Iglesia (Catecismo Mayor de San Pío X, n. 143), establece allí el reinado de la verdad y del amor, y la asiste para que lleve con seguridad a sus hijos por el camino del cielo (ibid.).

Confundir a la Iglesia con una asamblea de fines más o menos humanitarios, ¿no significa ir contra el Espíritu Santo?

Ir contra el Espíritu Santo es hacer circular, o permitir que circulen sin denunciar sus falsedades, catecismos heréticos o textos de religión que corrompen las conciencias de los niños, con enseñanzas dañosas y graves omisiones…

Errores y desviaciones, debilidades y dejaciones he dicho ya: y ahora —como siempre— el mal se envuelve diabólicamente en paños de virtud y de autoridad: y así resulta más fácil que se fortalezca y que produzca más daño.

Porque aparecen gentes con una falsa religiosidad, saturada de fanatismo, que se oponen desde dentro a la Iglesia de Jesucristo, dogmática y jurídica, haciendo resaltar —con increíble desorden, cambiando por los del Estado los fines de la Iglesia— lo político antes que lo religioso.

Todo coopera al desprestigio general de la autoridad eclesiástica y a que no se corrijan con oportunidad y energía los desórdenes: los desatinos heréticos, la inestabilidad, la confusión, la anarquía en asuntos de fe y de moral, de liturgia y de disciplina.

A esta situación la llaman algunos, defendiéndola aggiornamento, cuando es relajación y menoscabo del espíritu cristiano, que trae como consecuencia inmediata — entre otros efectos — la desaparición de la piedad, la carencia de vocaciones sacerdotales o religiosas, el apartar a los fieles en general — ya lo dije— de las prácticas espirituales. 

Y, por tanto, menos trabajo en servicio de las almas, al paso que los eclesiásticos — al verse ineficaces — se muestran desgraciados y abandonan el proselitismo, porque piensan que procurarán también la infelicidad a otros…

San Pío X

  

EL MODERNISMO DENUNCIADO POR SAN PÍO X

No se relee sin gran dolor lo que San Pío X describió en su encíclica Pascendicuando exponía las características del modernismo, que en ese documento definía como compendio de todas las herejías. 

Todo aquello que entonces el Magisterio universal de la Iglesia intentó atajar con penetrante visión y energía sobrenatural, aparecía ya con su enorme gravedad, pero era todavía un mal relativamente limitado a algunos sectores.

En nuestros días ese mismo mal — idéntico en su inspiración de raíz y con frecuencia en sus formulaciones — ha resurgido violento y agresivo, con el nombre de neomodernismo, y en proporciones prácticamente universales.

Aquella enfermedad mortal, antes localizada en unos pocos ambientes malsanos, y contenida dentro de esas fronteras por prudentes medidas de la Santa Sede, ha alcanzado aspectos de epidemia generalizada.

Su extensión ha facilitado su virulencia y la manifestación de efectos monstruosos en cantidad y en calidad, que quizá ni siquiera hubiésemos podido imaginar ante los primeros brotes del modernismo.

Lo que inicialmente se mostraba sólo, aunque ya fuese muy grave, como la reducción de las Verdades dogmáticas a la simple experiencia subjetiva, conservando algún matiz espiritual, se ha degradado aún más.

Las hondas exigencias del alma —y aun las de la misma gracia divina— quedan disueltas en la horizontalidad sin relieve de lo mundano.

Identificando el amor de Dios con las aspiraciones o deseos más inmediatos del hombre-masa, sometido a los determinismos de la planificación materialista y atea, y a la de los instintos animales.

La soberbia de la vida (I Ioann. II, 16) presenta su vanidad total en la exteriorización de la concupiscencia de los ojos, ambición de poder y de bienes terrenos, sin mesura.

Y de la concupiscencia de la carne, sensualidad sin freno y degradación libertina.
.
Es como la descomposición entera de un cuerpo, después de haber perdido el alma…

Si, para combatir eficazmente los males del modernismo, San Pío X —como de modo análogo había hecho antes León XIII— señalaba, entre los más importantes remedios que urgía poner, el fiel seguimiento de la filosofía y de la teología de Santo Tomás, es patente que ahora se impone como nunca el estricto cumplimiento de esa disposición.

Con el Motu proprio Doctoris Angelici, San Pío X traducía, en normas disciplinares concretas, lo que había sido una constante recomendación de sus antecesores en la Sede de Pedro, desde el año 1325.

No me parece ocioso transcribir aquí algunas de las afirmaciones de ese documento pontificio:

Se deben conservar santa e inviolablemente los principios filosóficos establecidos por Santo Tomás, a partir de los cuales se aprende la ciencia de las cosas creadas de manera congruente con la Fe, se refutan los errores de cualquier época, se puede distinguir con certeza lo que sólo a Dios pertenece y no se puede atribuir a nadie más, se ilustra con toda claridad la diversidad y la analogía existente entre Dios y sus obras.

Y añade:

por lo demás, hablando en general, estos principios de Santo Tomás no encierran otra cosa más que lo que ya habían descubierto los más importantes filósofos y Doctores de la Iglesia, meditando y argumentando sobre el conocimiento humano, sobre la naturaleza de Dios y de las cosas, sobre el orden moral y la consecución del fin último.

Con un ingenio casi angélico, desarrolló y acrecentó toda esta cantidad de sabiduría recibida de los que le habían precedido, la empleó para presentar la doctrina sagrada a la mente humana, para ilustrarla y para darle firmeza.

Los puntos más importantes de la filosofía de Santo Tomás no deben ser considerados como algo opinable, que se pueda discutir, sino que son como los fundamentos en los que se asienta toda la ciencia de lo natural y lo divino.

Si se rechazan estos fundamentos o se los pervierte, se seguirá necesariamente que quienes estudian las ciencias sagradas ni siquiera podrán captar el significado de las palabras, con las que el Magisterio de la Iglesia expone los dogmas revelados por Dios.

Por eso quisimos advertir a quienes se dedican a enseñar la filosofía y la sagrada teología, que si se apartan de las huellas de Santo Tomás, principalmente en cuestiones de metafísica, será con gran detrimento.

Así, entre otras determinaciones, San Pío X exhortaba:

pondrán en esto un particular empeño los profesores de filosofía cristiana y de sagrada teología, que deben tener siempre presente que no se les ha dado facultad de enseñar, para que expongan a sus alumnos las opiniones personales que tengan acerca de su asignatura, sino para que expongan las doctrinas plenamente aprobadas por la Iglesia.

Concretamente, en lo que se refiere a la sagrada teología, es Nuestro deseo que su estudio se lleve a cabo siempre a la luz de la filosofía que hemos citado.

¡Cuánto dolor se hubiese ahorrado a la Iglesia y cuánto daño se hubiese evitado a las almas, con la fiel obediencia a esos mandatos de San Pío X!

Pido ahora a mis hijas y a mis hijos, precisamente en este año en el que se conmemora el VII centenario de la muerte del Doctor Angélico, que sigan delicadamente esas indicaciones de la Iglesia en el estudio y en la enseñanza de la doctrina filosófica y teológica, seguros de que también así contribuiremos a que, por la misericordia divina, las aguas vuelvan a su cauce…

  

QUÉ PASA SI NOS RESISTIMOS A LA DOCTRINA DE LA ÉLITE TIBIA

Como bien dice el Papa Francisco, la Iglesia es un hospital de campaña poblado de heridos buscando sanación.

La batalla más importante qué tiene el creyente es en su mente, soportando angustia mental, luchando con pensamientos opresivos y no cristianos.

Y cuando no puede dejar de lado los recuerdos de fallas pasadas y otros actos deprimentes.

Lo que puede llevarle a no sentirse digno de las bendiciones de Dios.

Y una defensa a esta presión psicológica es bajar las pretensiones de Dios, adaptándose a los reclamos modernistas

Pensar que Dios es tan misericordioso que nos deja hacer cosas que otros católicos de siglos anteriores decían que era pecado, porque interpretaban la Biblia de otra manera que lo que la interpretamos ahora.

Ten en cuenta que cuando te aferras a las promesas bíblicas de Dios serás un blanco del maligno.

Y si no hay predica que esto puede suceder, cuando una persona se enfrenta a una decisión moral, puede cometer un error importante para su futuro

Puede permanecer tibio en su fe justificado por las nuevas doctrinas o puede cruzar la línea para seguir profundamente a Jesús.

Y en este último caso, satanás le enviara sus hordas demoníacas para afectar su vida.

No es cierto que cuando uno sigue a Jesús profundamente se va a librar de cualquier ataque.

Lo más probable es que en los primeros tiempos los ataques arreciarán.

Porque el maligno sabe que un cristiano devoto y firme seguidor de Jesús, es absolutamente destructivo para su reino.

Mientras que si se mantiene tibio ganará a otros para su reino.

Y entonces manda a su fuerza de elite para que ataquen a los cristianos fieles a la doctrina.

Es por esta razón que podemos ver qué cristianos tibios que no se preocupan intensamente por su religión, de repente atacan furiosamente a cristianos fieles cuando hablan de la doctrina tradicional de los apóstoles.

O sea que les molesta más la predicación de la verdad cristiana que es la predicación de los valores del mundo.

Seguramente muchos de nosotros han pasado por estas situaciones en que en reuniones parroquiales no se discuten y se dejan pasar opiniones de alguno favorable al aborto, a la homosexualidad, a los masones.

Pero se genera una réplica cuando alguien dice que el infierno existe como sostiene la Iglesia, y hay seres humanos  en él.

De modo que en resumen, quien se mantenga fiel a la doctrina de los Apóstoles sentirá susurros sutiles y devastadores en su mente con acusaciones de todo tipo sobre su vida.

Y paralelamente sufrirá ataques de las huestes, al servicio del maligno, criticándolo por no aceptar las nuevas realidades doctrinales de hecho; el catolicismo adaptado a nuestra época.

Pero cuando alguien sufre estos dos ataques quiere decir que está por el buen camino.

Y no debe aceptar ninguna emoción como verdadera si se basa simplemente en lo que está sintiendo en ese momento.

Debe medir sus acciones contra las promesas que Jesús ha hecho y contra lo que Él ha pedido como conducta humana.

Por eso lo del principio, hay una élite que trabaja inconscientemente para el maligno desde los bancos de la Iglesia, tratando de transformar a los católicos en cristianos tibios.

Tratan de que abandonen las verdades de la fe y las sustituyan por las verdades del mundo, que está dominado por el maligno.

Así que cuidado con los pensamientos y las acusaciones que nos pueden causar duda y miedo, que provengan del clima de los bancos de la iglesia.

Tenemos que estar preparados para defendernos de la tibieza, venga de donde venga.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

¿Te gustó este artículo? Entra tu email para recibir nuestra Newsletter, es un servicio gratis: