Las misas del Padre Pío eran consideradas como un evento realmente ‘de otro mundo’.
En las que el Santo se comunicaba con el Cielo de forma visible.
A la vista de los presentes .
Incluso hay relatos que cuentan haberle visto levitar.
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Y entrar en la agonía que había entrado Jesús durante su pasión.
En este artículo traemos dos testimonios y una entrevista al propio Pío sobre su misa.
EL TESTIMONIO DE FRAY MODESTINO FUCCI
Fray Modestino Fucci (1917-2011) fue un santo hermano que vivió junto al Padre Pío en el convento de San Giovanni Rotondo durante muchos años.
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A menudo tenía el privilegio de servir en la tradicional misa en latín celebrada por San Pío.
El Hermano Modestino registró cuidadosamente sus impresiones de lo que era servir en el Santo Sacrificio de la Misa celebrada por el Padre Pío, y se ha publicado en la revista «La voz del Padre Pío.»
Abajo puedes ver la filmación de la última misa celebrada por el Padre Pío; un documento raro y único.
Los siguientes son extractos del artículo «Testigo del Padre».
Me gustaba ver y observar al Padre Pío de cerca todo el tiempo.
Desde el momento en que abandonaba su celda en la madrugada para celebrar la misa, se lo veía en un estado de sufrimiento y angustia. Parecía inquieto.
Tan pronto como llegaba a la sacristía, donde se ponía las vestiduras sagradas, tenía la impresión de que él ya no estaba al tanto de lo que sucedía a su alrededor.
Estaba totalmente absorto y consciente de lo que iba el cumplir.
Su rostro, que era de color normal, se volvía terriblemente pálido cuando se ponía el amito.
Desde ese momento no le prestaba más atención a nadie.
Vestido con los ornamentos sagrados hacía su camino hacia el altar.
A pesar de que caminaba delante de él, yo era consciente de que su marcha se hacía como arrastrando, con el rostro triste.
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Parecía agacharse cada vez más, como si estuviera aplastado bajo el peso de una cruz invisible gigantesca.
Una vez que llegaba al altar.
Lo besaba amorosamente y su pálido rostro se inflamaba.
Sus mejillas se convertirían en carmesí, su piel tan transparente que casi se veía el flujo sangre que corría por sus mejillas.
Después en el Confiteor (Yo Confieso), se golpeaba el pecho con golpes huecos y pesados como acusándose de todos los peores pecados cometidos por el hombre.
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Sus ojos permanecían cerrados, sin poder evitar gruesas lágrimas, que desaparecían en la espesa barba.
En el Evangelio.
Al anunciar la Palabra de Dios, parecía como si se alimentara a sí mismo con estas palabras, saboreando su dulzura infinita.
Inmediatamente después, el coloquio entre el Padre Pío y el Eterno empezaba.
Este coloquio causaba que el Padre Pío llorara abundantes lágrimas, que se le veía limpiar con un gran pañuelo.
El Padre Pío, que había recibido el don de la contemplación del Señor, entraba en los abismos del misterio de la Redención.
Ante los velos de misterio, que habían sido arrancados por el sufrimiento de su fe y amor, todas las cosas humanas desaparecían de su vista.
Ante su mirada estaba sólo Dios.
Todo el mundo veía el sufrimiento del Padre Pío.
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Él pronunciaba las oraciones litúrgicas con dificultad e interrumpido por sollozos.
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La vergüenza que sentía por estar en la presencia del Padre y la mirada escrutadora de los demás era enorme.
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Probablemente habría preferido celebrar la misa en la soledad de manera que fuera capaz de dar rienda suelta a su sufrimiento y a su amor indescriptible.
En esos momentos el Padre Pío vivía con sensibilidad y realmente sentía la Pasión del Señor.
El tiempo pasaba rápidamente, pero él estaba fuera del tiempo.
Esa era la razón por la que la misa durara una hora y media o probablemente más.
En la elevación su sufrimiento alcanzaba gran altura.
Mirando su llanto, sus sollozos, tenía miedo de que su corazón fuera a estallar; estaba a punto de desmayarse de un momento a otro.
El Espíritu de Dios había ya penetrado en todo su cuerpo.
Su alma estaba absorta en Dios.
Él se ofrecía a sí mismo con Cristo, víctima de sus hermanos en el exilio.
Cada gesto denotaba su relación con Dios.
Su corazón debería quemarse como un volcán.
Él oraba intensamente por sus hijos espirituales, por los enfermos, y por aquellos que ya habían dejado este mundo.
De vez en cuando se inclinaba en el altar sobre sus codos, probablemente para aliviar sus pies heridos por el peso de su cuerpo.
Le oía repetir a menudo a través de sus lágrimas: «¡Dios mío, Dios mío!»
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Un espectáculo de fe, el amor, sufrimiento y emoción que alcanzaba el punto de dramatismo cuando el Padre levantaba la hostia.
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Las mangas del sobrepelliz bajaban y sangraban las manos a la vista de todos, mientras que su mirada estaba en Dios.
En Comunión parecía calmarse.
Transfigurado en un apasionado y extático abandono, se alimentaba de la carne y la sangre de Jesús.
¡Cuánto amor emanaba de su rostro!
El pueblo, atónito, no podía sino arrodillarse ante esa agonía mística, ante la aniquilación total de sí mismo.
La incorporación, la asimilación, la fusión era total.
El Padre Pío se mantendría como aturdido mientras saboreaba toda la dulzura divina que sólo Jesús en la Eucaristía sabe dar.
El sacrificio de la Misa se completaría con una participación real de amor, sufrimiento y sangre.
Y provocaba muchas conversiones.
Al final de la Misa otro sufrimiento le devoraría – la de ir al coro.
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Permanecer solo y en silencio, para poder dar las gracias a Jesús.
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Él permanecería inmóvil, como sin vida.
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Si alguien le hubiera sacudido él no se hubiera dado cuenta, tan absorto estaba en la contemplación divina.
Nadie será capaz de describir la misa del padre Pío.
Sólo uno que haya tenido el privilegio de vivirla la puede comprender.
La muerte del santo en 1968 significó la culminación y el cierre de una gran era en la Iglesia.
Al año siguiente el Papa Pablo VI publicó el misal Novus Ordo para la liturgia, casi poniendo fin a la misa que hacía el Padre Pío.
TESTIMONIO DEL P. DE ROBERT, HIJO ESPIRITUAL DEL PADRE PÍO
El P. Derobert, hijo espiritual del padre Pío, dice que el santo le había explicado poco después de su ordenación sacerdotal que celebrando la Eucaristía había que poner en paralelo la cronología de la Misa y la de la Pasión.
Se trataba de comprender y de darse cuenta, en primer lugar, de que el sacerdote en el Altar es Jesucristo.
Desde ese momento Jesús revive indefinidamente la Pasión en su Sacerdote.
Desde la señal de la cruz inicial hasta el ofertorio es necesario reunirse con Jesús en Getsemaní, hay que seguir a Jesús en su agonía, sufriendo ante esta «marea negra» de pecado.
Hay que unirse a él en el dolor de ver que la Palabra del Padre, que él había venido a traernos, no sería recibida o sería recibida muy mal por los hombres.
Y desde esta óptica había que escuchar las lecturas de la misa como estando dirigidas personalmente a nosotros.
El Ofertorio, es el arresto. La Hora ha llegado…
El Prefacio, es el canto de alabanza y de agradecimiento que Jesús dirige al Padre que le ha permitido llegar por fin a esta «Hora».
Desde el comienzo de la Plegaria Eucarística hasta la Consagración nos encontramos ¡rápidamente! con Jesús en la prisión.
En su atroz flagelación, su coronación de espinas y su camino de la cruz por las callejuelas de Jerusalén teniendo presente en el «momento» a todos los que están allí y a todos aquellos por los que pedimos especialmente.
La Consagración nos da el Cuerpo entregado ahora, la Sangre derramada ahora.
Es místicamente, la crucifixión del Señor.
Y por eso el San Pío de Pietrelcina sufría atrozmente en este momento de la Misa.
Nos reunimos enseguida con Jesús en la Cruz y ofrecemos desde este instante, al Padre, el Sacrificio Redentor.
Es el sentido de la oración litúrgica que sigue inmediatamente a la Consagración.
El «Por él, con él y en él» corresponde al grito de Jesús: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
Desde ese momento el Sacrificio es consumado y aceptado por el Padre.
Los hombre en adelante ya no están separados de Dios y se vuelven a encontrar unidos.
Es la razón por la que, en este momento, se recita la oración de todos los hijos: «Padre Nuestro…..»
La fracción del Pan marca la muerte de Jesús…..
La intinción, el instante en el que el Padre, habiendo quebrado la Hostia (símbolo de la muerte…) deja caer una partícula del Cuerpo de Cristo en el Cáliz de la preciosa Sangre, marca el momento de la Resurrección.
Pues el Cuerpo y la Sangre se reúnen de nuevo y es a Cristo vivo a quien vamos a recibir en la comunión.
La bendición del Sacerdote marca a los fieles con la cruz, como signo distintivo y a la vez como escudo protector contra las astucias del Maligno….
Se comprenderá que después de haber oído de la boca del P. Pío tal explicación, sabiendo bien que él vivía dolorosamente esto, me haya pedido seguirle por este camino…lo que hago cada día…¡y con cuánta alegría!.
ASÍ HABLÓ EL PADRE PÍO SOBRE LA MISA EN UN REPORTAJE
En 1974 se publicó una obra en italiano, titulada «Cosí parlò Padre Pio»: «Así habló el Padre Pio» (San Giovanni Rotondo, Foggia, Italia), con el imprimatur de Mons. Fanton, obispo auxiliar de Vincencia.
En este presente trabajo sacamos algunos pasajes en los que el Padre Pío hablaba de la Santa Misa:
Padre, ¿ama el Señor el Sacrificio?
Sí, porque con él regenera el mundo.
¿Cuánta gloria le da la Misa a Dios?
Una gloria infinita.
¿Qué debemos hacer durante la Santa Misa?
Compadecernos y amar.
Padre, ¿cómo debemos asistir a la Santa Misa?
Como asistieron la Santísima Virgen y las piadosas mujeres. Como asistió San Juan al Sacrificio Eucarístico y al Sacrificio cruento de la Cruz.
Padre, ¿qué beneficios recibimos al asistir a la Santa Misa?
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No se pueden contar.
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Los veréis en el Paraíso.
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Cuando asistas a la Santa Misa, renueva tu fe y medita en la Víctima que se inmola por ti a la Divina Justicia, para aplacarla y hacerla propicia.
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No te alejes del altar sin derramar lágrimas de dolor y de amor a Jesús, crucificado por tu salvación.
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La Virgen Dolorosa te acompañará y será tu dulce inspiración.
Padre, ¿qué es su Misa?
Una unión sagrada con la Pasión de Jesús. Mi responsabilidad es única en el mundo -decía llorando.
¿Qué tengo que descubrir en su Santa Misa?
Todo el Calvario.
Padre, dígame todo lo que sufre Ud. durante la Santa Misa.
Sufro todo lo que Jesús sufrió en su Pasión, aunque sin proporción, sólo en cuanto lo puede hacer una creatura humana.
Y esto, a pesar de cada uno de mis faltas y por su sola bondad.
Padre, durante el Sacrificio Divino, ¿carga Ud. nuestros pecados?
No puedo dejar de hacerlo, puesto que es una parte del Santo Sacrificio.
¿El Señor le considera a Ud. como un pecador?
No lo sé, pero me temo que así es.
Yo lo he visto temblar a Ud. cuando sube las gradas del Altar. ¿Por qué? ¿Por lo que tiene que sufrir?
No por lo que tengo que sufrir, sino por lo que tengo que ofrecer.
¿En qué momento de la Misa sufre Ud. más?
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En la Consagración y en la Comunión.
Padre, esta mañana en la Misa, al leer la historia de Esaú, que vendió su primogenitura, sus ojos se llenaron de lágrimas.
¡Te parece poco, despreciar los dones de Dios!
¿Por qué, al leer el Evangelio, lloró cuando leyó esas palabras: «Quien come mi carne y bebe mi sangre»…?
Llora conmigo de ternura.
Padre, ¿por qué llora Ud. casi siempre cuando lee el Evangelio en la Misa?
Nos parece que no tiene importancia el que un Dios le hable a sus creaturas y que ellas lo contradigan y que continuamente lo ofendan con su ingratitud e incredulidad.
Su Misa, Padre, ¿es un sacrificio cruento?
¡Hereje!
Perdón, Padre, quise decir que en la Misa el Sacrificio de Jesús no es cruento, pero que la participación de Ud. a toda la Pasión si lo es. ¿Me equivoco?
Pues no, en eso no te equivocas. Creo que seguramente tienes razón.
¿Quien le limpia la sangre durante la Santa Misa?
Nadie.
Padre, ¿por qué llora en el Ofertorio?
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¿Quieres saber el secreto?
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Pues bien: porque es el momento en que el alma se separa de las cosas profanas.
Durante su Misa, Padre, la gente hace un poco de ruido.
Si estuvieses en el Calvario, ¿no escucharías gritos, blasfemias, ruidos y amenazas? Había un alboroto enorme.
¿No le distraen los ruidos?
Para nada.
Padre, ¿por qué sufre tanto en la Consagración?
No seas malo… (no quiero que me preguntes eso…).
Padre, ¡dígamelo! ¿Por qué sufre tanto en la Consagración?
Porque en ese momento se produce realmente una nueva y admirable destrucción y creación.
Padre, ¿por qué llora en el Altar y qué significan las palabras que dice Ud. en la Elevación?
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Se lo pregunto por curiosidad, pero también porque quiero repetirlas con Ud.
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Los secretos de Rey supremo no pueden revelarse sin profanarlos.
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Me preguntas por qué lloro, pero yo no quisiera derramar esas pobres lagrimitas sino torrentes de ellas.
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¿No meditas en este grandioso misterio?
Padre, ¿sufre Ud. durante la Misa la amargura de la hiel?
Sí, muy a menudo…
Padre, ¿cómo puede estarse de pie en el Altar?
Como estaba Jesús en la Cruz.
En el Altar, ¿está Ud. clavado en la Cruz como Jesús en el Calvario?
¿Y aún me lo preguntas?
¿Como se halla Ud.?
Como Jesús en el Calvario.
Padre, los verdugos acostaron la Cruz de Jesús para hundirle los clavos?
Evidentemente.
¿A Ud. también se los clavan?
¡Y de qué manera!
¿También acuestan la Cruz para Ud.?
Sí, pero no hay que tener miedo.
Padre, durante la Misa, ¿dice Ud. las siete palabras que Jesús dijo en la Cruz?
Sí, indignamente, pero también yo las digo.
Y ¿a quién le dice: «Mujer, he aquí a tu hijo»?
Se lo digo a Ella: He aquí a los hijos de Tu Hijo.
¿Sufre Ud. la sed y el abandono de Jesús?
Sí.
¿En qué momento?
Después de la Consagración.
¿Hasta qué momento?
Suele ser hasta la Comunión.
Ud. ha dicho que le avergüenza decir: «Busqué quien me consolase y no lo hallé». ¿Por qué?
Porque nuestro sufrimiento, de verdaderos culpables, no es nada en comparación del de Jesús.
¿Ante quién siente vergüenza?
Ante Dios y mi conciencia.
Los Ángeles del Señor ¿lo reconfortan en el Altar en el que se inmola Ud.?
Pues… no lo siento.
Si el consuelo no llega hasta su alma durante el Santo Sacrificio y Ud. sufre, como Jesús, el abandono total, nuestra presencia no sirve de nada.
La utilidad es para vosotros.
¿Acaso fue inútil la presencia de la Virgen Dolorosa, de San Juan y de las piadosas mujeres a los pies de Jesús agonizante?
¿Qué es la sagrada Comunión?
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Es toda una misericordia interior y exterior, todo un abrazo.
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Pídele a Jesús que se deje sentir sensiblemente.
Cuando viene Jesús, ¿visita solamente el alma?
El ser entero.
¿Qué hace Jesús en la Comunión?
Se deleita en su creatura.
Cuando se une a Jesús en la Santa Comunión, ¿que quiere que le pidamos al Señor por U.?
Que sea otro Jesús, todo Jesús y siempre Jesús.
¿Sufre Ud. también en la Comunión?
Es el punto culminante.
Después de la Comunión, ¿continúan sus sufrimientos?
Sí, pero son sufrimientos de amor.
¿A quién se dirigió la última mirada de Jesús agonizante?
A su Madre.
Y Ud., ¿a quién mira?
A mis hermanos de exilio.
¿Muere Ud. en la Santa Misa?
Místicamente, en la Sagrada Comunión.
¿Es por exceso de amor o de dolor?
Por ambas cosas, pero más por amor.
Si Ud. muere en la Comunión ¿ya no está en el Altar? ¿Por qué?
Jesús muerto, seguía estando en el Calvario.
Padre, Ud. a dicho que la víctima muere en la Comunión. ¿Lo ponen a Ud. en los brazos de Nuestra Señora?
En los de San Francisco.
Padre, ¿Jesús desclava los brazos de la Cruz para descansar en Ud.?
¡Soy yo quien descansa en El!
¿Cuánto ama a Jesús?
Mi deseo es infinito, pero la verdad es que, por desgracia, tengo que decir que nada, y me da mucha pena.
Padre, ¿por qué llora Ud. al pronunciar la última frase del Evangelio de San Juan:
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«Y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad»?
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¿Te parece poco?
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Si los Apóstoles, con sus ojos de carne, han visto esa gloria,
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¿cómo será la que veremos en el Hijo de Dios, en Jesús, cuando se manifieste en el Cielo?
¿Qué unión tendremos entonces con Jesús?
La Eucaristía nos da una idea.
¿Asiste la Santísima Virgen a su Misa?
¿Crees que la Mamá no se interesa por su hijo?
¿Y los ángeles?
En multitudes.
¿Qué hacen?
Adoran y aman.
Padre, ¿quién está más cerca de su Altar?
Todo el Paraíso.
¿Le gustaría decir más de una Misa cada día?
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Si yo pudiese, no querría bajar nunca del Altar.
Me ha dicho que Ud. trae consigo su propio Altar…
Sí, porque se realizan estas palabras del Apóstol: «Llevo en mi cuerpo las señales del Señor Jesús» (Gal. 6, 17), «estoy crucificado con Cristo» (Gal. 2, 19) y «castigo mi cuerpo y lo esclavizo» (I Cor. 9, 27).
¡En ese caso, no me equivoco cuando digo que estoy viendo a Jesús Crucificado!
(No contesta).
Padre, ¿se acuerda Ud. de mí durante la Santa Misa?
Durante toda la Misa, desde el principio al fin, me acuerdo de tí.
La Misa del Padre Pío en sus primeros años duraba más de dos horas.
Siempre fue un éxtasis de amor y de dolor.
Su rostro se veía enteramente concentrado en Dios y lleno de lágrimas.
Un día, al confesarme, le pregunté sobre este gran misterio:
Padre, quiero hacerle una pregunta.
Dime, hijo.
Padre, quisiera preguntarle qué es la Misa.
¿Por qué me preguntas eso?
Para oírla mejor, Padre.
Hijo, te puedo decir lo que es mi Misa.
Pues eso es lo que quiero saber, Padre.
Hijo mío, estamos siempre en la cruz y la Misa es una continua agonía.
Fuentes:
- http://www.padrepioesangiovannirotondo.it/piosgr/?page_id=1523
- https://es.wikipedia.org/wiki/P%C3%ADo_de_Pietrelcina
- http://www.statveritas.com.ar/Santos/PPio y la Misa.htm
- http://es.aleteia.org/2015/06/02/consejos-del-padre-pio-para-vivir-la-santa-misa/
- http://webcatolicodejavier.org/PadrePioMisa.html
- https://issuu.com/ilcieloagarabandal/docs/dossier_p.pio_y_la_misa
- http://infallible-catholic.blogspot.com/2012/05/padre-pio-on-holy-mass.html
- https://www.ewtn.com/padrepio/priest/Mass.htm
- https://www.michaeljournal.org/articles/roman-catholic-church/item/the-holy-mass-of-saint-padre-pio
Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María
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YO ADORO LA SANTA COMUNION YO ESTOY COVENCIDA QUE RECIVO EL CUERPO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO