El Rosario Público consiste básicamente en exteriorizar el rezo comunitario del Santo Rosario que se realizada dentro de los templos para llevarlos a la calle. El mas conocido en la actualidad es el Rosario de la Aurora.

Los Rosarios se pueden tipificar de varios modos. Así, atendiendo a la hora de salida se pueden clasificar en de prima noche (diarios, al toque de oraciones) y de madrugada o aurora (festivos, 3 de la mañana). Como vemos en la actualidad se han sustituido por los llamados de antorchas y de la aurora que, aunque conservan el nombre, se suelen hacer sobre las 8-9 de la mañana.
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La génesis y conformación del fenómeno de los Rosarios públicos es relacionada comúnmente con la ciudad de Sevilla y las predicaciones del dominico fray Pedro de Santa María de Ulloa en su convento de San Pablo, pero se ha difundido por toda la geografía española.
 

LOS ORÍGENES DE LA DEVOCIÓN EN SEVILLA

Los orígenes del Rosario en Sevilla hay que vincularlos en principio a los conventos de la Orden de Predicadores (dominicos) donde desde 1479 se instituyen formalmente las denominadas Cofradías del Rosario, corporaciones dependientes de la Orden dedicadas al ejercicio de esta oración y culto a la Virgen, establecidas en las iglesias de los cenobios dominicanos o bien, en la parroquia mayor de cada ciudad o pueblo e incluso templos pertenecientes a otras congregaciones religiosas, siempre con licencia expresa de la jerarquía de la Orden de Predicadores.

En este año, el Papa Sixto IV confirmó las constituciones de la primera Cofradía de la que se tiene noticia, que es la de Colonia. , aunque normalmente se remonta su origen a 1470 en que el carismático dominico Alain de la Roche fundó una por iniciativa propia en Douai. Existe, al parecer, junto a esta corriente extranjera, otra propiamente española coetánea protagonizada por el padre Juan Agustín. Todo parece indicar que en el real convento de San Pablo se funda una de estas cofradías en fecha muy temprana, 1481, siendo Prior Fray Alonso de Ojeda, aunque la documentación propia más antigua que se conserva es de finales del siglo XVI.

Con Pío V el Rosario adquiere una difusión universal, que la historiografía ha relacionado con la Batalla Naval de Lepanto (1571) en que la gran victoria de la Armada cristiana sobre el Turco fue, al parecer, atribuida a la milagrosa intervención de la Virgen del Rosario y a la coincidencia de que el mismo día la Cofradía establecida en Roma había salido en procesión por las calles alabando a la Virgen. El hecho fue que en 1573 el Papa Gregorio XIII expidió un Breve estableciendo el primer domingo de octubre como festividad de la Virgen del Rosario a celebrar en aquellos lugares donde hubiera altar o capilla dedicada a esta advocación.

La festividad se hizo general para toda la Iglesia española en 1671. Según Ortiz de Zúñiga, en los años finales del XVI o primeros años del XVII había ya una cierta tradición de rezar el rosario en común todas las noches en los templos junto con ejercicios de oración y penitencia , que comenzó en el Salvador y hospital del Amor de Dios y se generalizó en otros varios, incluso con la creación de hermandades.

Un acontecimiento popular de enorme trascendencia, la «Cuestión Concepcionista», motivada en parte por una grave imprudencia de la Orden de Predicadores, pudo suponer una merma de la devoción y rezo, pero ocurrió todo lo contrario, prueba de su popularidad.

La devoción al Rosario es fomentada durante este tiempo por los arzobispos Agustín de Spínola en 1646 y, sobre todo, el dominico fray Pedro de Tapia en 1653 quien mediante un edicto de 10 de mayo «[…]logró excitar grandemente y que se introdujese más frecuentemente el uso de rezar el Rosario en público en los templos, que ya antes más tibiamente se usaba «. Esta iniciativa quiso significarla con la donación de una imagen de la Virgen del Rosario al Sagrario de la Catedral. También en 1655 se promulga un edicto real de Felipe IV por el que hace un llamamiento a los obispos para la promoción de esta práctica devocional en sus respectivas diócesis y además el Papa Inocencio XI en 1679 confirma las muchas gracias e indulgencias que desde el siglo XV habían sido concedidas a las Cofradías del Rosario y todos sus cofrades.

La auténtica carta de naturaleza del Rosario como devoción popular tiene efecto en la segunda mitad de esta centuria y a raíz del triste acontecimiento de la Pestilencia de 1649, verdadera catástrofe para los sevillanos, pues más de la mitad de la población pereció en medio de una gran conmoción.

En un régimen de cristiandad como el que vivía Sevilla en el Barroco, el pueblo experimentaba un angustioso sentimiento de culpa, de pecado colectivo por el que Dios castigaba a la ciudad. Era precisa una conversión radical de vida y reforma de costumbres a través del arrepentimiento y la penitencia. En tal sentido, la Jerarquía eclesiástica fomentó en las cuaresmas de los años subsiguientes sendas Misiones populares dirigidas por acreditados predicadores de las principales órdenes regulares. Toda Sevilla se congregaba para asistir a los distintos ejercicios misionales, creándose un clima de exacerbado dramatismo en torno a la religión.

Especial mención hay que hacer a las que, promovidas por el arzobispo Ambrosio Ignacio de Spínola, dirigió el jesuita Tirso González de Santalla junto a sus colaboradores los padres Gamboa, Guillén y Losada, los años 1669, 1672 y 1679.

A fin de preservar que el clima penitencial creado en las misiones no se entibiara y los fieles pudieran perseverar en las prácticas propuestas en las predicaciones, el padre Tirso fomentó la creación de varias hermandades de culto interno dedicadas a ejercicios de penitencia y el rezo del Santo Rosario, concretamente las denominadas Congregaciones de Cristo Crucificado y Nuestra Señora del Rosario que se erigieron por varios devotos en las parroquias del Divino Salvador, San Vicente, San Pedro, San Bartolomé, San Esteban y quizá otras como la de Santa Ana y San Andrés, así como la iglesia de San Hermenegildo. También es fundación suya la Hermandad de la Virgen de la Salud de San Isidoro

 

EL ROSARIO PÚBLICO

Se atribuye tradicionalmente a fray Pedro de Santa María de Ulloa, dominico gallego nacido en 1642 en la parroquia de Santa María de Ois (Coruña), el influjo definitivo de la «explosión rosariana» con la salida de los primeros Rosarios públicos, espontánea iniciativa que tuvo efecto por vez primera la noche del 17 de junio de 1690, fecha en que se celebraron en el real convento de San Pablo los solemnes funerales por su alma, los cofrades de la Hermandad de Nuestra Señora de la Alegría de San Bartolomé salieron comunitariamente en procesión por las calles rezando el Santo Rosario y cantando coplas marianas. Era el comienzo de este gran movimiento popular.

Aunque se instituyeron la mayoría en templos y, por tanto, bajo la coordinación o supervisión del clero secular o regular, igualmente se generalizaron extramuros al ser erigidos también por los propios vecinos de los barrios en torno a retablos callejeros con una imagen de la Virgen representada en un lienzo o talla, que en muchos casos eran construidos por ellos mismos o bajo sus expensas. Estos retablos se constituían en los puntos de salida de la comitiva procesional.

Andrés Saa nos suministra la relación de los primeros rosarios públicos, nombrando el nombre de la parroquia, fecha de la primera salida y la advocación de la imagen devocional de la Virgen que los presidía: «hermita de la Cruz del Rodeo el día 23 del dicho (junio)= San Julián a 26 de julio, Nuestra Señora de la Iniesta= San Esteban a 27 del dicho, Nuestra Señora de la Luz= el Sagrario de la Patriarcal a 28 de agosto, Nuestra Señora de la Assumpción= San Salvador a 31 del dicho, Nuestra Señora del Rosario San Juan de la Palma a 3 de septiembre, Nuestra Señora de las Maravillas= San Vicente y San Andrés a 11 de octubre, Nuestra Señora del Rosario= San Gil a 16 del dicho, Nuestra Señora de la Esperanza= Santa Catalina a 18 del dicho, Nuestra Señora del Rosario= San Román y San Martín y San Pedro a 22 del dicho, Nuestra Señora del Rosario, Nuestra Señora de la Esperanza y Nuestra Señora de Aguas Santas= Santiago a 22= a 26 San Nicolás Nuestra Señora del Soterraño= San Marcos a 28= Santa Ana de Triana a 1º de noviembre= San Isidro y Santa Cruz a 5, Nuestra Señora de la Salud y Nuestra Señora de la Paz= a 9 San Roche, Nuestra Señora de los Ángeles = la parrochia de San Roche a 22= San Miguel a 29= Santa Lucía a 30, Nuestra Señora de la Rosa= San Lorenzo a 8 de diciembre, Nuestra Señora de RocaAmador= Omnium Sanctorum= Omnium Sanctoruma 14= San Bernardo a 30= San Jacinto y Nuestra Señora de ka O a 8 de enero= La Magdalena a 20= San Ildefonso a 23 de marzo, Nuestra Señora del Coral= Después se han seguido otros: la Cruz del Baratillo y Nuestra Señora de la Piedad= en San Pablo tomaron el título después de Nuestra Señora del Consuelo= Santa María la Blanca, Nuestra Señora de las Nieves […] y San Laureano «.

El prelado que entonces regía la Archidiócesis, Jaime de Palafox y Cardona, fomentó el uso devocional y en su celo intentó organizar en este mismo año de 1690, una procesión diaria del Rosario desde la Catedral, tras la hora de Completas, con participación del Cabildo, amén incluso del Asistente, Ciudad y fieles, mas pronto pudo comprobar la viabilidad del proyecto ante la negativa, sobre todo, de los capitulares de la Catedral, que, aunque apoyaban la pretensión del arzobispo, argumentaban la incompatibilidad que existía con sus funciones ordinarias de coro.

 

LOS PRIMEROS ROSARIOS

En un primer momento salían estas comitivas o «cuadrillas» sin estandarte o Simpecado propio, ni con insignias o imágenes, salvo los faroles para alumbrar el camino y a los devotos, cantando alabanzas y coplas a la Virgen divididos en coros para alternar los padrenuestros y avemarías y dirigidos por uno o dos eclesiásticos que controlaran el orden de la comitiva, marcaran el itinerario y paradas e hicieran los ofrecimientos de los Misterios.

A ello no obsta que algunos sacaran desde el primer momento algún estandarte mariano o Simpecado, insignia por lo demás de gran tradición en Sevilla desde la cuestión concepcionista de principios de siglo. Ahora bien, no de manera organizada ni individualizando el cortejo. Estos primeros rosarios eran muy espontáneos y podemos definirlos como auténticos trasuntos de aquellos rezos comunitarios que dirigía Ulloa en el convento de San Pablo cada día a la aurora, mediodía y prima noche y, por extensión, de las Misiones predicadas en Sevilla por religiosos de diversas órdenes. Se generaba toda una dinámica cotidiana en torno al Rosario de manera permanente. Sin duda, ni Ulloa pudo prever este fenómeno tan extraordinario.

En realidad, el Rosario, en principio, constituía sólo una parte, ciertamente la más dinámica y popular, de la cotidianidad que fomentó Ulloa. Conocemos que en parroquias como San Bartolomé o Santa Ana el rezo del Santo Rosario ocupaba toda la jornada desde la aurora a prima noche.

El Rosario se planteaba como un ejercicio de devoción y piedad, pero a la vez ostenta un claro carácter penitencial derivado del clima de las Misiones, mas, como queda dicho, con una religiosidad conformada por el pueblo, que se hace dinámica y cotidiana a través de un esquema estético y sensible con el rezo de las avemarías y el canto de coplas alusivas a María. Es un signo inequívoco de la cristiandad barroca, que se asume como algo connatural a la propia idiosincrasia del pueblo.

Ciertamente el Rosario público, aunque surge de manera específica en 1690, tiene unos claros precedentes durante el siglo XVI en las cofradías del Rosario dominicas que celebraban los primeros domingos de mes procesiones claustrales con la imagen titular con asistencia de los cofrades con rosarios en las manos y otra solemne por la calle en la festividad del primer domingo de octubre (Procesión de la Batalla Naval). Igualmente en las Misiones populares se organizaba una multitudinaria procesión (al comienzo, en el acto de contrición previo) en la que, en pos de un Crucifijo portado por los misioneros, iban las gentes rezando con rosarios y cruces en las manos y además se fomentaba entre los niños el ir por las calles cantando a coros coplas religiosas.

El marianismo de la ciudad desde la cuestión concepcionista hubo de hacer esto mucho más claro y muchos elementos: simpecados, coplas…se van incorporando a las expresiones de piedad mariana del pueblo. No obstante, el rezo comunitario como tal por las calles, lo que es propiamente un Rosario público, con sus insignias y faroles, no aparece claramente en Sevilla hasta ahora.

En Andalucía el fenómeno está poco investigado como tal, salvo en Córdoba, donde es coetáneo a Sevilla y que muy recientemente ha estudiado también Aranda Doncel en la Hermandad de la Virgen del Socorro. En su provincia se debe mencionar la tradición todavía pujante de los Auroros, especialmente los de Luque y, sobre todo, Priego. En Granada, Jaén o Málaga parecen seguir también los mismos esquemas que he observado en Sevilla y durante el siglo XVIII. En Cádiz está la figura de fray Pablo, al que me refiero a continuación. En otras zonas de España no existen prácticamente estudios al respecto.

No obstante hay que indicar que en Málaga hay un dato que, de confirmarse en todos sus extremos (cuestión difícil porque durante la Guerra Civil han desaparecido gran parte de la documentación eclesiástica), remontaría el origen formal de los Rosarios públicos a una fecha anterior a 1680. Concretamente un autor malagueño del siglo XVIII, Medina Conde, afirma lo siguiente en un impreso, citado por Rafael Retana:

«Según papeles del Archivo general, la Congregación del Rosario de la Aurora María fue anterior al año 1680, y 8 después del de Santo Domingo. Fue su fundador Juan Sánchez, maestro de escuela, tercero de hábito descubierto de Santo Domingo. Tenía su escuela calle de S. Jacinto en el barrio de los Percheles; y de ella comenzó a sacar por las calles un Rosario con sus muchachos muy de madrugada: mudóse al corralón de Bustamante, y allí se le agregaron varios hermanos de más edad, y comenzaron a formalizar su Congregación. Por salir de madrugada por las calles a la hora de la Aurora, pusieron este título a la imagen de Nuestra Señora en su estandarte o bandera, llamándose Rosario de la aurora María.»

También hay un dato para 1686 en Utrera que suministra sin citar fuentes González Moreno, referido a las congregaciones rosarianas de la Misericordia y San Bartolomé.

 

ORDEN Y COMPOSICIÓN DEFINITIVA DE LOS CORTEJOS

Pronto se configuró la estética externa de estos Rosarios con la inclusión de la que será su insignia más distintiva, el Simpecado, que singularizaba cada comitiva si era propio de ella.

Sólo desde entonces pueden considerarse ya institucionalizados. Es sintomático que, aunque la Hermandad de la Luz de San Esteban sacara su primer Rosario en 1690, muy poco después del de la Alegría, sus cofrades no consideran erigida esta procesión hasta 1711 en que se adquiere un Simpecado propio y se nombra una diputación especial para su gobierno. Este Simpecado, estandarte bordado en oro con un lienzo central representando una imagen de la Virgen, se halla relacionado con la «cuestión concepcionista» y era un signo de identidad mariano. El color más característico de estos Simpecados es el rojo carmesí, aunque se constatan también el blanco, verde, celeste, morado o negro, según el carácter de la propia institución que lo organiza o si se trata de un Rosario de ánimas o penitencial.

Junto al Simpecado, pronto aparece la cruz como insignia que precede la comitiva. Igualmente tiende a cuidarse más el acompañamiento musical tanto en los coros como en el añadido de auténticas orquestas. Todo esto hace que la comitiva fuera complicándose con un gran aparato externo, se perdiera la primitiva espontaneidad y se necesitara un continuo desembolso económico para su mantenimiento diario.

En esta conformación de la procesión rosariana van a influir de manera decisiva los religiosos capuchinos, que la promueven sistemáticamente en todas sus misiones. Hay que referirse en especial a fray Pablo de Cádiz, otro auténtico «apóstol del Rosario» y al que su hermano de religión Fray Isidoro de Sevilla atribuye la institución formal definitiva de los Rosarios públicos, introduciendo al principio una cruz, a la que seguirían los faroles de asta y de mano alumbrando los coros y, sobre todo, un estandarte mariano, que cerraba y presidía la comitiva, saliendo por vez la procesión conformada en siete de febrero de 1691 por las calles de Cádiz.

Es bastante probable que en Sevilla, como queda dicho, ya existiera un modelo similar, aunque quizá de manera informal y en él se inspirara el capuchino para dotarlo de una primera sistematización. En las adiciones a los Anales de Ortiz de Zúñiga, escritos por Espinosa y Cárcel, se afirma que los cofrades de la Alegría ya salieron con faroles y Simpecado, al igual que los de la Luz de San Esteban pocos días después , tal y como afirma Hernández Parrales, aunque no faltan autores como Ardales, que dudan de la veracidad de esta fuente. El Simpecado, como se ha aludido en varias ocasiones, era ya conocido popularmente y utilizado en diversas ocasiones. Los faroles ya hemos observados como existían desde el principio, por lo que no se puede dudar sin más del dato de los Anales, aunque admitiendo el carácter espontáneo y no formalizado de este primer Rosario. La cruz, por otro lado, constituía elemento esencial en las misiones.

Es innegable que la Orden Capuchina se destacó sobre manera en encauzar esta práctica respecto a dominicos, jesuitas, carmelitas…y, por supuesto, el clero secular, conservándose diversas disposiciones prácticas sobre el orden de estos rosarios. En este sentido hay que destacar al ya citado fray Isidoro de Sevilla, predicador carismático por excelencia, que en 1703 adapta a Sevilla el modelo de Rosario público de fray Pablo de Cádiz, aunque con la particularidad de introducir una nueva iconografía mariana, la Divina Pastora de las Almas, que colocó en el estandarte que presidía la comitiva.

En la primera década del siglo XVIII está ya perfectamente establecido el orden y composición de estos rosarios.

 

TIPOS DE PROCESIONES

Prácticamente desde el principio se organizaron a diario dos procesiones de estos rosarios, una a prima noche, tras el toque de Oraciones y otra de madrugada, después del toque de alba, horario influido, cómo queda dicho, por Ulloa y sus predicaciones.

Esta segunda procesión se denominaba también de la aurora por salir dos horas aproximadamente antes de salir el sol, a cuyo término los cofrades asistían a la «misa de alba».

Estas procesiones de madrugada serán las más comunes a partir del siglo XIX, adoptando definitivamente la denominación de Rosarios de aurora, coincidiendo con una iniciativa de su fomento a nivel nacional a cargo por el padre misionero Antonio Garcés a fines del XVIII, pero ya aparecen claramente desde finales del XVII congregaciones y hermandades rosarianas con el título de Nuestra Señora de Aurora, sobre todo en la provincia.

Era frecuente que una misma institución: parroquia, convento, hermandad o grupo de vecinos organizara ambas procesiones, predominando el uso diario de la primera de prima noche, y reservando en ocasiones la segunda para los días festivos. Pero es difícil generalizar, pues cada comitiva actuaba con una gran autonomía.

A mediados del siglo XVIII estaban contabilizados 81 rosarios de hombres y 47 de mujeres, aunque no sabemos si en este número figuran separados los de prima y madrugada que organizaba una misma corporación. Ya queda dicho que cabe hablar de Rosarios templarios (parroquias, conventos, capillas) o extratemplarios.

Como se observa, el Rosario marcaba toda la vida religiosa de los barrios de la ciudad en una cotidianidad dinámica. Pero la procesión no era siempre la misma ni en sus aspectos formales ni en las estaciones que realizaba.

Junto al Rosario de a diario, había varias ocasiones a lo largo del año en que la procesión adquiría un carácter extraordinario: así en las vísperas de la festividad de la Virgen titular se sacaba el Rosario de Gala, denominado así porque contaba con unas insignias propias: cruces doradas con espejos, Simpecado con bordados y lienzo de gran calidad, faroles artísticos, orquestas profesionales y estaciones significativas. En varias hermandades se organizaba con este Rosario las «Novenas de calle» como ocurría por ejemplo el de la parroquia de Santa Catalina y que consistía en la salida procesional por las calles de la feligresía durante nueve días, los mismos que se celebraba la Novena de iglesia.

También Rosario extraordinario era el de Ánimas, que cada congregación organizaba durante nueve días (Novena de Ánimas) haciendo estación a retablos de ánimas, cruces o cementerios. Se ha podido constatar la utilización de un Simpecado morado con un lienzo de dolor, como el que todavía conserva el Rosario de los Humeros.

Otros tipos de procesiones extraordinarias ya son menos frecuentes: había, por ejemplo, Rosarios penitenciales que acudían los viernes de Cuaresma al Humilladero de la Cruz del Campo como el Rosario de la Aguas Santas de la parroquia de San Pedro o el de Nuestra Señora de la Alegría, Rosarios de rogativas en ocasión de alguna calamidad pública como los muchos que recorrieron la ciudad cuando ocurrió la Peste de 1800, Rosarios de Acción de Gracias como los que salieron en ocasión de la visita de Felipe V a la ciudad.

 

LOS ROSARIOS DE MUJERES

Las mujeres habían quedado relegadas de este uso devocional debido a las prevenciones propias de la época, sobre todo si , como ocurría con los Rosarios, se desarrollaban de noche y habían de conformarse con hacerlo en sus domicilios o bien, se juntaban algunas en coches rezándolo a coros y realizando diversas estaciones. No obstante la inquietud era latente y de hecho se organizaron algunos Rosarios adscritos a congregaciones masculinas.

Tuvo que ser nuevamente un fraile dominico, el pacense Fray Pedro Vázquez Tinoco, quien, tras erigir los primeros cortejos en Extremadura en 1730, en 1735 promovió el primer Rosario de mujeres en Sevilla en la iglesia de Santa Cruz, al que siguieron en un primer momento veinticuatro más. Esta iniciativa suscitó una gran diversidad de opiniones en la ciudad y fueron muchos quienes la criticaron abiertamente o a través de letrillas burlescas amparadas en el anonimato. No faltaron tampoco decididos defensores. El uso perseveró y adquirió una notable expansión bien de manera autónoma, bien continuando en la dependencia de rosarios de hombres o de la entidad que los patrocinaba. Por ejemplo, en Santa Catalina, formaba una congregación con una gran autonomía de la hermandad del Rosario, lo mismo ocurría en el Sagrario o en la Hermandad de los Negritos. En el compás de la Laguna se erigió una congregación totalmente autónoma…

 

LOS ROSARIOS DE NIÑOS

Las predicaciones del padre Vázquez Tinoco generaron en este año 1735 una nueva e importante reactivación de los Rosarios públicos, de los que fueron también protagonistas niños y adolescentes que, a imitación de sus mayores, erigieron cortejos espontáneos e incluso congregaciones y hermandades que perduraron en el tiempo, una vez culminado el primer impulso fundador.

Otros estaban constituidos por colegiales y al amparo de instituciones como los de los alumnos del Colegio de Mareantes o de los Toribios.

Pero también los había más espontáneos como el que fundaron en 1810 varios niños de la feligresía de Santa Marina con la denominación de «Congregación de Niños del Rosario de la Pastora», sin ningún tipo de vínculo con la Hermandad de la Divina Pastora con sede canónica en la parroquia.

Al solicitar la oportuna licencia ante el Arzobispado, el cura párroco critica con dureza esta iniciativa que perjudica gravemente al propio Rosario parroquial que también tenía como Titular a la Pastora así como a la propia Hermandad, aduciendo una competencia ilegítima promovida por personas adultas contrarios a los intereses parroquiales.

 

CRISIS Y DECADENCIA DEL FENÓMENO ROSARIANO

A pesar del gran número de Rosarios y de la complejidad a la que habían llegado en sus cortejos, estas procesiones comenzaron a atravesar una primera crisis al finalizar el primer tercio de siglo.

La carismática personalidad del padre Vázquez Tinoco otorgó un nuevo vigor a la devoción rosariana y su uso callejero, como ya se ha expresado, pero hay un detalle incontestable: la cotidianidad y espontaneidad se estaban prácticamente perdiendo y se mantenía la procesión diaria como una rutina carente de sentido y a la que acudían pocas personas. No obstante el uso continuaba en auge durante las fiestas de octubre o en noviembre con las Novenas de calle o de Ánimas respectivamente.

La crisis comenzó a convertirse en clara decadencia al finalizar el segundo tercio muy costeadas, con abundante aparato musical y prácticamente vacías. Los Rosarios parecían haberse convertido en formas huecas de una religiosidad de siglo. Las limosnas de los vecinos no bastaban para sufragar los gastos. Algo fallaba cuando algunos de estos Rosarios tenían que solicitar la ayuda de «enganchadores» que antes de la salida iban por las calles presionando a los vecinos para que participaran en la procesión, recurriendo muchas veces a niños que tomaban este asunto como un juego. Había comitivas que no existía con la fuerza y sinceridad de épocas pasadas. Se resquebrajaba la cristiandad barroca.

Tan gran número de rosarios necesariamente hubo de generar diversas problemáticas cuando, ya en la segunda mitad de siglo, la devoción había perdido en mucho las características primitivas.

El propio prelado de la archidiócesis, Cardenal Solís, en 15 de noviembre de 1756 publicó un Decreto sobre los excesos de estos Rosarios, prohibiendo se canten coplas y salves en las estaciones e iglesias, exceptuando las antiguas que dan comienzo con «Todo el mundo en general», de Miguel Cid, e igualmente prohibe, bajo pena de excomunión mayor, que las mujeres, especialmente de noche, caminen tras los Rosarios de hombres.

Este tipo de prohibiciones, que se repitieron en otros pontificados posteriores, nos señalan la degradación de los Rosarios.

Las medidas del gobierno ilustrado fueron poco a poco abriendo un horizonte evidente en la mentalidad del pueblo: la religión no era ya la única instancia posible para entender la realidad y el sentido de la vida. No se podía seguir inmersos en unos esquemas contrarreformistas y se origina una crisis indudable en la religiosidad popular, de la que un buen índice son los Rosarios. Poco a poco disminuyen las procesiones diarias, sobre todo las de Prima Noche, mientras que las de Madrugada tienden a salir los festivos y con su denominación ya de la Aurora, que, poco a poco, va cobrando una nueva fuerza durante toda la centuria decimonónica, especialmente en su segunda mitad, perdurando con altibajos hasta la actualidad.

Van desapareciendo los retablos callejeros desde la mitad del siglo XIX por mor de las reformas urbanísticas. Es otro signo más de la decadencia de esa religiosidad barroca cotidiana, dinámica y espontánea. Las devociones tienden a volver a los templos y de ello son bien conscientes las propias congregaciones y hermandades rosarianas con retablos, por ejemplo, la de la Virgen de Europa, cuyo retablo se traslada a la vecina parroquia de San Martín, ciertamente por la inminencia de la demolición del sitio en que se hallaba, pero con la convicción de sus cofrades de que ya no tenía sentido permanecer allí.

El instituto del Rosario va siendo sustituido por la Procesión Anual de la imagen titular de la Hermandad o congregación, que conserva los elementos del Rosario público y, de hecho, en los primeros momentos mantiene su condición de tal con sus insignias de Gala junto al paso de la Virgen. Al limitarse la cotidianidad, se da mayor importancia al culto interno y sólo queda la Procesión como testimonio de lo que fue en muchos casos el origen de la Hermandad.

 

EL ROSARIO EN LA ÉPOCA CONTEMPORÁNEA. EL ROSARIO DE LA AURORA

El Rosario de madrugada o de la aurora constituye una de las dos modalidades ordinarias de las procesiones del Rosario público, fenómeno clave de la religiosidad barroca sevillana, en el que se articula de una manera efectiva y práctica la participación del pueblo. Aunque los primeros rosarios salían de sus respectivas sedes tras el toque de oraciones (prima noche), muy pronto se organizaron por las mismas instituciones: parroquias, conventos, hermandades, congregaciones de vecinos.., otra procesión de madrugada, tras el toque de alba.

Poco a poco, el Rosario de madrugada fue consolidando su práctica y a lo largo del siglo XVIII la mayoría de las congregaciones y hermandades rosarianas solían organizar a diario ambas procesiones, o, al menos, tenían instituida la de madrugada para los días festivos.

Este Rosario tenía una gran particularidad respecto al de Prima y es que, tras la recogida de la procesión en su sede, los cofrades asistían a la misa denominada «de alba». Esto indica ya, sin duda, un signo de estabilidad en la congregación organizadora en cuanto a concurso de devotos y cofrades y, por ende, a ingresos económicos que permitiera sufragar los gastos procesionales y estipendios del capellán.

También supone un medio de comunión con la religiosidad oficial al favorecer la participación de los cofrades en la máxima expresión de la liturgia que es la eucaristía. Pero aún hay más. Estas misas de alba, que ahora fomentan con frecuencia estos rosarios, suponía facilitar el cumplimiento eucarístico a los trabajadores del campo que comenzaban muy pronto su jornada laboral.. .y también a los pobres y marginados de la sociedad, que a veces no se atrevían por su indumentaria a participar en los cultos de iglesia.

Todo ello hace de esta procesión rosariana una práctica de gran arraigo en las masas populares así como un instrumento pastoral y catequético para el clero. Con el tiempo, el Rosario de madrugada se va a convertir -ya en el siglo XIX- en la procesión rosariana por antonomasia. De hecho, cuando en su segunda mitad decrecen hasta desaparecer las salidas a diario, esta procesión se mantendrá en los días festivos, solemnidades y será esencial elemento de las Misiones.

La denominación de «Rosario de la aurora» comienza a hacerse popular ya en la segunda mitad del siglo XVIII y, sobre todo, en la siguiente centuria. No obstante, fue una denominación que se constata desde el principio sobre todo en los ambientes rurales. En este sentido, se documenta la existencia de congregaciones y hermandades tituladas de Nuestra Señora de la Aurora en varias localidades de la provincia ya en la primera mitad del XVIII y que son claramente instituciones dedicadas a la salida procesional del Rosario público en la madrugada. En la ciudad de Sevilla constatamos que el Rosario de la parroquia de Santa Marina tenía como titular a la imagen de Nuestra Señora de Aurora.

En la primera mitad del siglo XIX, tras el periodo crítico que se ha analizado, se observa un cierto renacimiento de los rosarios, pero con notoria precariedad y reservando su procesión para el mes de octubre, con ocasión de los cultos a la imagen titular, que, desplaza al Rosario en su importancia institucional. Poco a poco el Rosario quedará obsoleto con la procesión annual de la imagen, sobre todo el de Prima, adquiriendo novedad el de la Aurora en señalados momentos a lo largo del año, preferentemente en el mes de octubre.

La nueva cotidianidad de la ciudad, la pérdida comentada del universalismo religioso y el propio desgaste del uso hacían ya obsoleto el Rosario público a diario, tras el toque de oraciones. No son pocas las noticias recogidas sobre incidentes y abusos registrados en estos Rosario, que obligan a las autoridades eclesiásticas y municipales a tomar duras medidas para su control, llegando incluso a la supresión de procesiones.

En 1840 se producen graves desórdenes en el Rosario del convento de San Jacinto y el propio Ayuntamiento solicita a la Mitra la prohibición inmediata de todos los Rosarios que salen en Triana por los incidentes que preocupaban, entre ellos, el uso amenazante de navajas, peleas contínuas, expresiones deshonestas expresadas en alta voz, etc… con la particularidad complementaria de la presencia frecuente de jóvenes de corta edad, a los que se convencía llevasen las insignias. La Hermandad asume los hechos, pero hace firme prometimiento de no reincidir, afirmando que ha renovado totalmente su junta de gobierno, depurando antiguas responsabilidades y asegurando el orden de los rosarios que a partir de ahora salgan. El Arzobispado, tras nueva insistencia del municipio, ordena la supresión del Rosario.

Como queda dicho, el Rosario público, ya en la segunda mitad del siglo XIX, desaparece en su modalidad de Prima y la procesión de madrugada tiende a denominarse de Aurora y para momentos ocasionales, en días festivos. La devoción tiende a volver al ámbito templario en su dimensión oracional y estática, como ejercicio previo a las eucaristías vespertinas. Sigue siendo elemento importante en las Misiones tanto en este siglo como en el posterior en su procesión matutina que, progresivamente, se va dilatando hasta el amanecer, como ocurre en la actualidad en el ámbito de las hermandades.

Aspecto importante que ya se observa en la segunda mitad del siglo XIX es el acompañamiento de la imagen titular en la procesión del Rosario. En el caso de los de Prima suponen el último peldaño de la evolución de la comitiva hacia la Procesión autónoma de la Titular. En el de la Aurora constituye un realce del mismo, junto a la aparición de coros de campanilleros.

En la actualidad, los Rosarios públicos se circunscriben a las mañanas de las vísperas de las fiestas principales de hermandades, haciendo estación a alguna iglesia de la feligresía, siendo corriente ser acompañados por la imagen titular.

Fuente: Carlos José Romero Mensaque

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Padre Nuestro Rosario Público

Salve Regina Rosario Público (4/10/2008)

Rosario de la Hermandad del Inmaculado de Torreblanca


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