Dios actúa de manera sorprendente y permite coincidencias increíbles para salvar almas.

Esta historia que te voy a contar te parecerá fantástica, pero es real.

Para algunos incrédulos lucirán como increíbles las coincidencias.

Y demasiado milagroso que tras una primera manifestación prodigiosa haya habido otra tan o igual de milagrosa.

Pero así son las cosas que le suceden tanto a personas de fe como a incrédulos.

Aquí te contaremos dos milagros encadenados que te llenarán de asombro y devoción, y además proporcionan dos importantes lecciones para la fe.

Un sacerdote joven estaba en un hospital visitando a algunos de sus feligreses. 

Camina por el pasillo, y una monja lo detiene y le dice: “Padre, ¿puede entrar a esta habitación? Hay un hombre en su lecho de muerte. 

Ha estado aquí durante días. Le hemos pedido a los sacerdotes que entren, pero él ahuyenta a todos. 

No quiere hablar de Jesús. Pero se está muriendo. ¿Podría visitarlo?” 

El sacerdote entra y se presenta al paciente. Y el moribundo estalla con maldiciones. 

Con tono agresivo le dice: “No quiero tener nada que ver contigo. ¡Sal de aquí!» 

El sacerdote dice: “Está bien” y sale al pasillo. 

Pero la monja todavía está allí y le dice: «¿Podrías volver a entrar?» 

Pero “él no quiere nada de lo que tengo para ofrecer», responde el sacerdote.

“Dale otra oportunidad”, ruega la monja. 

Entonces vuelve a entrar en la habitación y le dice, 

“No voy a preguntarte si quieres confesarte. No voy a preguntarte si quieres la Sagrada Comunión. 

Pero, ¿está bien si me siento aquí junto a tu cama y rezo la Coronilla de la Divina Misericordia?”

El anciano responde: “No me importa. Haz lo que quieras.” 

El sacerdote se sienta y comienza a rezar suavemente las palabras de la Coronilla: “Por Su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Por Su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero…”. 

Y de repente, el hombre exclama: «¡Basta!».

Sorprendido, el sacerdote lo mira y pregunta: «¿Por qué?» 

“¡Porque no hay piedad para mí!” 

“¿Por qué crees que no hay piedad para ti?” pregunta el sacerdote. 

“No importa”, responde el anciano. 

Pero el sacerdote insiste: “¿Por qué crees eso?”. 

“Te lo diré. Hace veinticinco años, yo estaba trabajando para el ferrocarril. 

Mi trabajo consistía en bajar el brazo de la barrera cuando venía un tren, para evitar que los autos pasaran por las vías. 

Pero una noche estaba borracho y no bajé el brazo de la barrera, y una pareja y sus tres hijos pequeños estaban en las vías cuando llegó un tren, y todos murieron instantáneamente. 

Eso fue mi culpa. Así que no hay piedad para mí. He fallado. Se acabó.” 

El sacerdote mirando fijamente el rosario en sus manos y con lágrimas en los ojos, finalmente le pregunta: «¿Dónde fue esto?» 

El hombre le dice el nombre del pueblo polaco. 

Y el sacerdote lo mira y le dice: “Hace veinticinco años, mi mamá y mi papá estaban llevando a mis hermanos pequeños de viaje. No pude ir con ellos. 

Estaban conduciendo a través de ese pequeño pueblo. 

Por alguna razón, el brazo de la barrera del ferrocarril no se bajó. 

Y mientras cruzaban las vías, llegó un tren y los mató a todos. Perdí a toda mi familia esa noche”. 

El sacerdote miró fijamente el rostro del hombre y le dijo: “Mi hermano, Dios te perdona. Dios te perdonó”. 

Entonces el hombre se dio cuenta de que la misericordia de Dios era también para él. 

Y el sacerdote le pregunta: «¿Me dejarías escuchar tu Confesión y darte la Eucaristía?» 

El hombre hace su confesión y recibe la Sagrada Comunión. Dos días después muere. 

Es difícil olvidar los pecados cometidos.

Quizás aquellos de los que más nos sentimos avergonzados.

Aunque los hayamos confesado y hayamos recibido la absolución por ellos.

Y es que algo se rompió con nuestro pecado en nosotros, o lo que es peor, en alguna otra persona.

Pero aún es más difícil, para los alejados de Dios, olvidar el pecado.

Porque no pueden comprender la impresionante misericordia de Dios, y su delicado diseño de la vida en la Tierra, que nos permite volver a empezar luego de cada caída. 

Los dos Apóstoles más importantes de la Iglesia pasaron por lo mismo.

Pedro negó al Señor tres veces.

Y Pablo sostuvo la ropa de los que mataron a pedradas a Esteban, el primer mártir cristiano.

Los dos tuvieron que enfrentar el dolor por su pecado y los dos, se supieron perdonados, y llevaron una vida de agradecimiento a Dios.

Dios nos da esperanza en nuestra peregrinación por la Tierra.

Benedicto XVI dice en la encíclica Spe Salvi, que la esperanza proviene de reconocer que Dios está con nosotros en el mundo, sacando el bien del mal, trayendo justicia a las víctimas, ayudándonos a encontrar el significado eterno incluso en las actividades más ordinarias.

Pero la historia que te conté del cura y el ferroviario no terminó, y te sorprenderás como sigue. 

Porque después de darle la Comunión al hombre, el sacerdote sale al pasillo en busca de la monja. 

Y no puede encontrarla. 

Pregunta en la administración y le contestan: “No empleamos monjas en este hospital”. 

Por años el cura no supo quién era esta monja. 

Pero un día fue a la ciudad de Vilna, que es donde vivió Santa Faustina Kowalska. 

Y va al convento a celebrar misa con las monjas de allí. 

Ve una pintura en la pared y dice: “Conocí a esa monja hace un par de años”. 

“No, padre, no lo hizo”, responde una de las monjas. 

“Santa Faustina ha estado muerta desde 1938.” 

El sacerdote entonces se da cuenta que fue ella quien le dijo que entrara a la habitación del paciente, y luego le dijo que regresara.

Toda la historia puede generar escepticismo en algunos, pero las «manifestaciones de Dios» suceden a nuestro alrededor todo el tiempo si tenemos los ojos abiertos. 

Un sinnúmero de personas a través de los siglos ha tenido experiencias inexplicables. 

Cánceres terminales han desaparecido, sin dejar a los médicos espacio para una explicación médica. 

Peregrinos en Lourdes y en otros santuarios marianos han tenido curaciones documentadas.

Ateos y agnósticos indiferentes han doblado sus rodillas con despertares religiosos espontáneos repentinos.

Pero debe haber fe para poder creer que un suceso inexplicable es un milagro de Dios.

La triste realidad, sin embargo, es que muchos se han vuelto inmunes a estas “manifestaciones de Dios» y piensan que lo sobrenatural es un mero cuento de hadas. 

Y eso está destruyendo la esencia de la existencia humana.

¿Cómo podemos evitar este camino de destrucción de la sociedad y salvar la vida espiritual de las personas que conocemos? 

Alentándolas para que observen detenidamente las coincidencias maravillosas que le suceden en la vida.

Por ejemplo, cómo aparecen soluciones de la nada a problemas que les parecían insolubles.

Algunos piensan que los milagros son algo grande y clamoroso para informar al mundo.

Sin embargo, todos podemos contar episodios milagrosos que nos suceden a cada rato.

Como por ejemplo una llamada telefónica en el momento preciso o encontrarse con la persona en quien uno estaba pensando.

La lluvia que paró para permitir que vaya caminando a donde debía ir.

La solución a un problema inmediatamente después de orar.

El olor a rosas en algún rezo del rosario.

Cada uno puede nombrar los suyos.

Son un aviso de que algo sucede ahí afuera, que alguien está operando y mostrándonos Su presencia.

Es que Dios está en todas partes y en todo momento.

Bueno hasta aquí el relato de estos dos milagros y las lecciones que nos dejan.Y me gustaría preguntarte cuál fue el milagro más importante que presenciaste en tu vida.

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