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Cómo se entrelazan pasado, presente y futuro para el bien de los presentes.

En la Misa participamos en la liturgia que se produce en el Cielo.

Porque hay una sola liturgia, que sucede permanentemente en el Cielo.

Cuando en una parroquia comienza una Misa se descorre un velo.

Y Jesucristo nos invita al eterno presente del Cielo, donde Él preside la Misa y nos lleva a la presencia del Padre.

Esto no es una metáfora o una parábola, es real. La Misa es una Máquina del Tiempo.

Aquí te contaremos cómo la Misa es una Máquina del Tiempo, real y no simbólica, que te lleva a lo que sucedió hace 2000 años, por qué allí vas a recibir las gracias de la Resurrección de Jesucristo y qué significa esto para tu vida.

La Misa nos retira del mundo común y nos lleva al momento y el tiempo sagrado, donde converge lo natural con lo sobrenatural.

Estamos en una iglesia parroquial, pero la liturgia nos traslada a una realidad celestial, cruzando el tiempo y el espacio.

Y lo viene haciendo desde hace cientos de años en la Tierra y seguramente miles en el Cielo.

En la Santa Misa recorremos la muerte de Cristo, la resurrección de Cristo, y la unión con Él en el Cielo ahora.

Cuando el sacerdote dice “unidos a los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria”, y respondemos “Santo, Santo, Santo”, significa que estamos uniéndonos al coro de Ángeles y Santos en un canto eterno de alabanza.

Mientras el cura representa a Cristo y actúa en la persona de Cristo.

Y los laicos católicos representan místicamente a los Querubines.

Por lo tanto, la Misa es una máquina del tiempo.

Y no en lenguaje figurado, sino que es una forma de viaje místico en el tiempo.

Solo que la Misa no nos transporta en el tiempo al momento en que Cristo fue crucificado, sino que transporta el momento de la Crucifixión hacia adelante en el tiempo, para que podamos experimentar ese evento monumental ahora en la parroquia.

Cuando asistes a Misa, el lugar en el que estás parado no es simplemente una iglesia, es una cámara especial construida para viajes espirituales en el tiempo.

Al inicio el celebrante nos invita a ir al Cielo.

Y se debe recordar que el sacerdote es Cristo en persona, que está utilizando como vehículo al sacerdote.

Él nos dice “el Señor esté con vosotros”, y nosotros respondemos «y con tu espíritu», y Él dice “levantemos el corazón”, y respondemos, «lo tenemos levantado hacia el Señor».

Esto significa en realidad, que el Señor dice vengan conmigo al altar del cielo; levantemos el corazón es una invitación a estar en el Cielo con Él.

De modo que nuestros corazones no permanecen en la Tierra sino que han subido a la liturgia del Cielo, por el poder de las palabras de Jesucristo, que nos invita a través de la boca del sacerdote.

En el momento de la consagración del pan y el vino, para que se transformen en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, la Cruz y la Crucifixión son traídas del pasado y plantadas allí mismo en la iglesia, sobre ese símbolo del Calvario que es el altar.

La misma Crucifixión que tuvo lugar hace dos mil años y el mismo Jesucristo que fue martirizado hace dos mil años, están presentes frente a ti, aunque invisibles para los ojos físicos, de alguna manera milagrosa que nunca podremos comprender completamente en la Tierra.

Jesucristo se “transporta” en el momento en que se sacrificó en la Cruz cuando el sacerdote dice levantando la hostia “tomen y coman todos de él, porque este es Mi cuerpo que será entregado por ustedes” y lo mismo dirá con el cáliz. 

Si hubieras vivido hace dos mil años y hubieras estado entre los que presenciaron Su crucifixión y muerte, lo habrías visto esto con tus ojos físicos.

Pero si cerraste los ojos en la Misa, mientras el sacerdote decía las palabras de consagración, habrías tenido exactamente la misma experiencia.

No se verá igual ni sonará igual. No será brutal ni sangriento. Pero sin embargo es lo mismo.

La Crucifixión está igualmente presente, a pesar de las apariencias. 

Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica numeral 1323 dice, que Jesús instituyó la Misa “para perpetuar el sacrificio de la cruz a lo largo de los siglos, hasta que él vuelva”.

Sin embargo la Misa no es una “repetición” de un evento histórico. 

Tampoco es el sacrificio de Cristo repetido de alguna manera, porque Jesús murió una sola vez. 

Es el sacrificio de una vez y para siempre, que ha sido místicamente transportado a lo largo de los milenios, por la máquina del tiempo conocida como la Misa.

¿Y por qué alguien querría estar presente en la Crucifixión? 

Porque los católicos quieren estar presentes en la Crucifixión de Cristo, para que también puedan experimentar la Resurrección de Cristo.

El Arzobispo Fulton Sheen dijo que cuando los católicos van a Misa, llevamos nuestras cruces a la iglesia con nosotros, de manera similar a Jesucristo. 

Cuando la cruz gigante de Cristo se hace presente a través de la máquina del tiempo, y se planta en el altar frente a nosotros, no es la única cruz que está en la iglesia. 

Está rodeada por todas nuestras cruces.

Todas nuestras cruces, pequeñas y grandes, están en los bancos a nuestro lado.

¿Y qué le sucedió a Jesucristo después de morir en Su Cruz? 

Él resucitó de entre los muertos, se levantó en poder y gloria y ascendió al Cielo. 

Y nosotros podemos hacer lo mismo, porque el punto central de la Misa es que podemos unirnos a Cristo en lo que Él hizo. 

Llegamos a participar en Su sacrificio de una manera significativa y mística. 

Y tenemos la oportunidad de ofrecerle nuestras propias vidas, nuestros problemas, nuestras cruces.

Y Él, a su vez, acepta esta ofrenda, y une nuestras cruces a la suya, lo que hace posible que nosotros también experimentemos la resurrección, tal como Él lo hizo.

De modo que en virtud de esta milagrosa máquina del tiempo, los fieles católicos no sólo pueden estar presentes en la Crucifixión, sino ser capaces de conectarse al poder de la Resurrección, al poder de la nueva vida y al poder del Cielo.

Por eso el cristianismo es la religión del “empezar de nuevo” ante cada caída.

¿Y cuando obtenemos esa increíble fuente de resurrección? 

La obtenemos estando presentes místicamente en ese momento.

Pero aún más recibiendo dignamente el sacramento de la Eucaristía.

Porque al consumir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos unimos a la persona de Cristo, y al unirnos a Cristo, nos unimos no solo a Su humanidad, sino también a Su divinidad.

Nuestra naturaleza mortal y corruptible se transforma al unirse a la fuente de toda vida, de hecho, a la vida misma.

Si recibes la Comunión regularmente, de una manera moralmente recta y llena de fe, vas a llegar a ser más como Dios. 

Serás elevado a un tipo de vida superior, a una forma de vida diferente.

Y esta no es solo una vida de mayor virtud, sino una vida de gran poder.

Poder para amar a tus enemigos, para llevar la paz dondequiera que haya conflictos, para lograr cosas que parecen absolutamente imposibles.

Una vida caracterizada por la humildad, la verdad, la belleza, la bondad y con innumerables milagros.

Una vida inmortal que continúa más allá de la Tierra, hacia la eternidad en el Cielo. 

Una vida caracterizada por una extraordinaria cercanía a Dios.

Bueno hasta aquí lo que queríamos contar sobre cómo la Misa es una máquina del tiempo, que nos lleva a la crucifixión de Jesús, y las gracias que obtenemos con ella.

Y me gustaría preguntarte si has intentado cerrar los ojos cuando la consagración en la Misa y que sensaciones has tenido. 

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