Cómo la monja iba a Instruir en la fe a los indios, desde España al sur de EE.UU.
Antes que los sacerdotes fueran a catequizar a los pueblos indígenas del sur de EE.UU., los mismos indígenas fueron a buscarlos para que los bautizaran.
Y no sólo eso, conocían de memoria el catecismo antes que llegaran los predicadores cristianos.
¿Cómo pudo ser posible si no se había enviado ninguna misión para instruirlos en la fe?
¿Quién lo hizo y cómo llegó allí?
Parece que Dios no quería esperar.
Y en el siglo XVII envió por 10 años a una monja europea, que nunca salió de su convento, para llevar a la fe a los primeros pueblos de norteamérica.
Aquí hablaremos sobre la monja vestida de azul que instruyó en la fe a los indígenas del sur de EE.UU., cómo fue que Dios la envió, como llegaba hasta allí y cómo se descubrió su identidad.
En el verano de 1629, una delegación de 50 indígenas Jumanos llegó a la Isleta Pueblo de San Antonio, una misión para los indios Pueblo, cerca de Albuquerque en Nuevo México, pidiendo a los sacerdotes que fueran a bautizar a su pueblo.
Los Jumanos eran una tribu todavía sin catequizar, que cazaban en una amplia área en las llanuras al este de Nuevo México, lejos de ahí.
¿Cómo era posible? ¿Los Jumanos y Caburcos ya tenían algún conocimiento de la fe? ¡Si nadie había ido a catequizarlos!
Pero cada año los indios le hablaban a los sacerdotes de la Isleta de una mujer vestida de azul que los había enviado.
Increíble porque no se tenía conocimiento de que algún cristiano hubiera llegado hasta ellos.
Y por eso la historia fue descartada como imposible.
Era inconcebible que los indios viajaran a la Isleta en una larga y peligrosa caminata de más de 450 kilómetros a través de las tierras hostiles de los Apache, para pedir que los bautizaran.
¿Qué estaba pasando?
En ese momento además,los misioneros carecían de los sacerdotes y de los soldados necesarios para hacer el viaje para ir a bautizar a estos indios, que supuestamente había catequizado una mujer vestida de azul.
Pero eran tan impresionantes las evidencias, que el Arzobispo ordenó al Padre Alonso Benavides, Superior de las Misiones Franciscanas de Nuevo México y primer Comisario de la Inquisición para la Colonia, que hiciera una investigación cuidadosa, sobre lo que decían los indios de una mujer vestida de azul que los visitaba y les pedía que se bautizaran.
El Arzobispo le pidió que investigara si las tribus Tejas, Chillescas, Jumanos y Caburcos ya tenían algún conocimiento de la Fe y de qué manera y con qué medios Nuestro Señor se había manifestado.
Lo primero que hizo Fray Alonso fue ir a la misión de la Isleta para hablar con el Padre Juan de Salas y coincidió que en ese momento había una delegación jumana.
Entonces les preguntaron su razón para venir todos los años a pedir el bautismo con tanta insistencia.
Y al ver un retrato de la Madre Luisa del monasterio de las Concepcionistas, dijeron, «Una mujer vestida de un modo parecido a ella viene a nosotros siempre predicando, pero su rostro no es viejo como este, sino joven y hermoso».
Al final los frailes fueron a visitar a los jumanos.
Y cuando se acercaron al campamento de la tribu, vieron con asombro una procesión de hombres, mujeres y niños que venían a su encuentro portando dos cruces adornadas con guirnaldas de flores.
Los franciscanos supieron por los indios que esa misma monja les había enseñado cómo debían salir en procesión para recibirlos y les había ayudado a decorar las cruces.
Con mucho respeto los indios besaron los crucifijos que llevaban los franciscanos alrededor del cuello e inmediatamente comenzaron a clamar para ser bautizados.
«Pregúntenos cualquier cosa, lo sabemos todo de memoria sobre la fe» les dijo el jefe.
Y efectivamente, estos indios aislados del resto del mundo, tenían un profundo conocimiento del catecismo.
Sucedió lo mismo en el pueblo de al lado, todos habían recibido instrucción y formación religiosa.
Pero, ¿quién había venido antes que ellos?
Era una linda joven, con una capa azul, el uniforme de las monjas de la Nueva España.
Y en uno de los pueblos, Benavides descubrió un rosario, que reconoció como perteneciente a las monjas españolas en México.
¿Pero quién era esta joven que llegó sola a tierras desconocidas, para evangelizar a estos indios, que no tenían noción del cristianismo ni siquiera de los europeos?
Antes de irse, el Padre Juan de Salas les dijo a los indígenas que debían acudir todos los días a orar ante una Cruz que habían montado en un pedestal, hasta que llegaran los nuevos misioneros.
Y el Jefe de los jumanos rogó a los sacerdotes que curaran a los enfermos, porque dijo que eran sacerdotes de Dios y podían hacer mucho con la santa cruz.
Entonces reunieron a unos 200 enfermos, los sacerdotes hicieron el Signo de la Cruz sobre ellos, leyeron el Evangelio según San Lucas , invocaron a Nuestra Señora y a San Francisco, y Dios hizo un milagro de que todos los enfermos se sanaran.
Al regresar, el Padre Benavides hizo numerosas averiguaciones, pero ninguna expedición había precedido a la suya y no había constancia de que alguna monja saliera del convento para viajar a través de los desiertos catequizando.
Hizo un informe detallado y lo entregó al Rey de España y al Superior español franciscano.
Doce años después regresó a España y fue llamado por el Superior de la Orden Franciscana, para felicitarlo por evangelizar a los indios con tanta rapidez y eficacia.
El padre Benavides respondió que no era él quien debía ser felicitado sino la desconocida monja azul, que era todo un misterio.
Y su superior simplemente le dijo, «ve a ver a sor María de Ágreda».
Entonces el padre Benavides fue al convento de Ágreda en Castilla y conoció a la Superiora, Sor María de Jesús, que tenía 29 años y era de piel muy blanca y muy hermosa.
Y preguntó al grupo de monjas, «¿Alguien aquí sabe algo acerca de una hermana que está en Nueva España enseñando el cristianismo a los indios?
Y la Sor María dijo «Sí, soy yo».
Y otra monja le objetó que nunca había estado fuera de Castilla.
Y Sor María le respondió, no en cuerpo pero sí en espíritu.
Entonces Benavides le preguntó dónde aprendió a hablar todas las lenguas indias.
Y ella le respondió, no lo hice, simplemente les hablé en español y Dios nos ha hecho entender unos a otros.
Ella había pasado años aprendiendo sobre el Nuevo Mundo y se compadecía de las poblaciones indígenas que ignoraban al verdadero Dios.
Había orado con todo su corazón para que se abrieran a la verdadera fe.
Y un día, en un éxtasis, se encontró en un país desconocido.
Y luego casi diariamente, mientras oraba, Sor María de Jesús se elevaba en espíritu hacia allí en éxtasis, y veía hombres y mujeres de piel de bronce en el vasto desierto del suroeste de los Estados Unidos.
Entre 1621 y 1631, cuando tenía entre 19 y 29 años, sor María de Ágreda se bilocó más de quinientas veces para instruir en la fe a varias tribus.
Sentía el cambio en el clima, experimentó dolor cuando los indios se volvieron contra ella, sufrió tortura y fue dejada por muerta por incitación de los chamanes.
Pero para el asombro de los indios, ella volvía.
Y esta y otras maravillas ayudaron a persuadirlos que estaba predicando la verdad.
En una ocasión le parecía que ella distribuía rosarios entre los indios, y de hecho, varios rosarios que tenía en su celda desaparecieron.
Le dio descripciones detalladas de la ropa, las costumbres de las tribus en que ella enseñó, los tatuajes, la comida, le dio nombres de individuos específicos en las tribus, que Benavides encontró que eran exactos.
Un día llegó a un pueblo y vio soldados blancos españoles acompañando a un grupo de religiosos.
Describió a los hombres y dijo que su líder tenía un parecido sorprendente con el padre Benavides, y era en realidad Benavides.
Sor María de Jesús de Ágreda pertenecía a una familia de la nobleza, y una vez su madre oyó una voz misteriosa que le ordenó que convirtieran su castillo en un convento de la Orden Franciscana, y que abandonaran su noble vida familiar por la Iglesia.
Todas las mujeres y ella entraron en un monasterio franciscano, lo mismo que los varones, incluido su esposo.
María entraría en el nuevo Convento Franciscano de la Inmaculada Concepción en Ágreda.
Había tenido desde niña experiencias sobrenaturales, entre ellas, viajes en éxtasis a otros lugares y levitaciones, y luego recibiría mensajes de Jesucristo y de Nuestra Señora.
Fue tal su fama en vida, que el Rey Felipe IV tendría frecuente correspondencia con ella durante más de 20 años, igual que Papas, Reyes, generales de órdenes religiosas, obispos y nobles, debido a sus dones.
Falleció los 63 años, fue declarada Venerable por el Papa Clemente X, pero aparecieron obstáculos a su beatificación, debido a objeciones a la doctrina mariana en su obra Ciudad Mística de Dios, en la que establece a Nuestra Señora como Corredentora, lo que aún no ha sido definido por la Iglesia.
En 1909 su ataúd fue abierto por primera vez después de su muerte en 1665 y su cuerpo fue encontrado incorrupto y en 1989 sucedió lo mismo.
Bueno, hasta aquí lo que queríamos hablar sobre las formidables bilocaciones que realizó Sor María de Jesús de Ágreda, para catequizar a los indígenas del sur de EE.UU., cruzando el océano Atlántico desde su convento en Castilla y sin salir de él.
Y me gustaría preguntarte qué otros personajes conoces que se sabe que tenían bilocaciones.
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