Occidente rechazó a Dios y abrió la puerta a perder su hegemonía en el mundo.

El mundo que conocíamos hasta el 2020 ha cambiado radicalmente y no volverá a ser el mismo.

Estamos asistiendo a una lucha entre dos bloques que pretenden liderar el nuevo orden que surgirá.

Por un lado occidente intenta mantener la hegemonía, y oriente quiere compartir el poder en igualdad de condiciones y luego ser el líder.

Y esto ha sido posible porque occidente, una civilización que se construyó a partir del cristianismo, llegó un momento en que se apartó de Dios.

Y a su vez la Iglesia, que era su sustento espiritual, se debilitó por abrirse excesivamente a la influencia de un occidente ya en crisis moral.

Aquí hablaremos sobre cómo la Iglesia dejó de ser el soporte espiritual de occidente y así perdió su vigor.

Y qué es razonable esperar del mundo en esta nueva etapa que ahora se abre más claramente con la guerra en Ucrania. 

La civilización cristiana por excelencia fue occidente, porque se construyó sobre la base de los monasterios, que conservaron y aumentaron el conocimiento luego de la caída del imperio romano y la larga sucesión de invasiones bárbaras.

Fue en ellos que se desarrolló la ciencia, la medicina y los hospitales, los bancos y las universidades.

Y a partir de la tecnología desarrollada allí, surgieron las empresas industriales. 

Pero incluso más cercano en el tiempo, luego de la segunda guerra mundial, el Consejo de Europa, predecesor de la Comunidad Europea, fue diseñado sobre bases cristianas.  

Pero sin embargo tenía los pies de barro.

Por un lado, prontamente la masonería tomaría el poder económico.

Y por otro lado, surgirían desde las universidades cuadros políticos formados en el marxismo cultural.

Que es una metástasis de los errores que Rusia esparció por el mundo, debido a que sucesivos Papas no hicieron la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María, como lo había pedido la Virgen en Fátima.

Estos dos agentes internos, masonería y marxismo cultural, produjeron el colapso espiritual de occidente.

Y la Iglesia no pudo frenarlo porque fue metida en esta vorágine.

Occidente dejó de creer en Dios, y de ahí pasó a su rechazo y a construir una ideología puramente humanista, donde lo único que importa son los logros humanos.

Y que hoy por hoy incluye paradójicamente dejar de serlo, mediante el transhumanismo, que incluso es celebrado como un gran logro del talento humano.

Y estos agentes anticristianos, masonería y marxismo cultural, también permearon a la Iglesia Católica mediante la infiltración y por la simple influencia a través de la sociedad.

Lo cual tuvo su gran impulso en el Concilio Vaticano II, en el que se produjo un enfrentamiento entre modernistas y tradicionalistas.

Y debido a esa batalla espiritual, muchos documentos del Concilio surgieron de negociaciones y por tanto no fueron claros y contundentes como los de otros concilios, para que así pudieran conformar a ambas partes.

Lo que daría pie luego a los modernistas y a sus medios de comunicación laicistas aliados, para exponer la idea de que el Concilio apuntó básicamente a proclamas modernistas.

Y esto entró fuerte en los seminarios de formación sacerdotal.  

Lo que creó una crisis en el sacerdocio sobre los fundamentos de la fe y sobre la forma en que se entiende que se debe ser sacerdote.

La crisis de fe se puede ver hoy en los abusos de parte de sacerdotes, en la negación de partes de las verdades de la fe que son enteramente bíblicas y en la prescindencia de la tradición.

Porque el espíritu del Concilio Vaticano II persuadió, a buena parte de ellos, de que estaban en una revolución, y que había que rehacer la Iglesia e incluso las bases de la fe.

Y también de que el sacerdote debía cambiar en su forma de actuar frente a los fieles, lo que es bien expresado por el Cardenal Sarah cuando dice,

«Hemos hecho creer a los sacerdotes que necesitan ser hombres eficientes. 

Pero un sacerdote es fundamentalmente la continuación de la presencia de Cristo entre nosotros. 

No debe definirse por lo que hace, sino por lo que es, Cristo mismo».

Pero además, continúa diciendo el Cardenal Sarah,

«Hay sacerdotes, obispos y hasta cardenales infieles que no observan la castidad. 

Pero también, y esto también es muy grave, no se aferran a la verdad doctrinal«.

Y agrega que estos sacerdotes,

«Desorientan a los fieles cristianos por su lenguaje confuso y ambiguo. 

Adulteran y falsifican la Palabra de Dios, dispuestos a torcerla para obtener la aprobación del mundo. 

Y son los Judas Iscariotes de nuestro tiempo». 

De modo que entonces la Iglesia dejó de pesar en el mundo, porque comenzó a poner foco central en problemas colaterales a la fe y no en la fe misma, como las migraciones, la ecología, el cambio climático, la cultura del encuentro, la lucha contra la pobreza, y por la justicia y la paz.

Que por supuesto son cuestiones importantes y vitales ante las que la Iglesia no puede cerrar los ojos. 

Pero una Iglesia que pone foco en esto se mimetiza con las organizaciones civiles, y no tiene nada original que decir. 

La Iglesia sólo interesa cuando nos permite encontrar a Jesús y así nos da fuerzas para convertirnos y evangelizar.

En definitiva la Iglesia dejó de tener la fuerza para predicar el evangelio, y occidente rechazó la fe, el evangelio y la ley natural.

Y con esto se debilitó la sociedad, surgiendo al interior de occidente numeroso conflictos, impulsados por la lógica de la lucha de clases marxista llevada al campo cultural.

Y entonces vemos lucha entre generaciones, entre razas, entre sexos, etc.

Estos conflictos internos sólo pueden producirse en sociedades donde hay una base democrática, que permite incluso las expresiones que conspiran contra ella.

Pero no en las sociedades autocráticas surgidas del poscomunismo, porque hay una dirección única para definir lo que es malo y bueno para la supervivencia del régimen.

Y a partir de estos hechos estructurales podemos analizar los eventos de hoy.

Llegamos a la crisis de salud, que dejó a occidente en extrema vulnerabilidad por la voracidad económica de los agentes de salud y las restricciones impuestas por políticos incompetentes.

Y luego llegó la guerra en Ucrania, que está destruyendo las cadenas de suministros, produciendo escasez de productos y alza de precios, además de que algunos países de Europa tienen que soportar el peso de enormes flujos de refugiados ucranianos. 

Y es posible, que por lo menos estos dos últimos eventos, se hayan hecho presentes para rediseñar el poder en el mundo.

Y a partir de ahí, lo sucedido en Ucrania, o sea la invasión de Rusia, la debemos ver como la punta del iceberg de la redistribución de poder que está sucediendo en el mundo.

Rusia aliada a China y eventualmente a naciones musulmanas radicales, están desafiando la hegemonía occidental, expresada por el poderío militar de EE.UU. y el sistema financiero que ha montado en base al dólar norteamericano.

Son dos fuerzas imperiales que se están enfrentando, una para reclamar parte del poder del mundo y otra tratando de no perder su dominio.

De modo que la tribulación que espera a la Iglesia Católica y a occidente son los dolores de parto de este nuevo mundo.

Que ahora tendrá dos polos de poder y no uno sólo, como había sido a partir del fin de la segunda guerra mundial, con occidente dominando todo.

Y además con el ingrediente adicional de que el Foro Económico Mundial, el club de los multimillonarios, ya pronosticó que para el 2030, EE.UU. no será el líder mundial como hasta ahora.

Y hay que tener en cuenta también que el poder económico de Rusia y China es hechura de los globalistas occidentales.

Ellos convencieron a las multinacionales a hacer de China la factoría del mundo, trasladando sus fábricas allí, y fue lo que produjo su milagro económico en los últimos 40 años.

Y el capital financiero occidental fue el que reconstruyó Rusia luego de la guerra fría, a partir de 1991, porque la economía rusa había quedado muy dañada por las políticas económicas soviéticas.

La mayoría de las grandes compañías petroleras occidentales, por ejemplo, estuvieron involucradas en la extracción de petróleo en Rusia. 

Las multinacionales estaban por todas partes. 

Los bancos y firmas contables occidentales han ayudado a integrar a Rusia en el sistema financiero. 

Y mientras Rusia siguió conservando su poderío militar, China lo construyó gracias a las ganancias producidas por su auge comercial.

De este modo entonces estamos en medio del enfrentamiento entre dos bloques, el occidente decadente y el oriente poscomunista.

Dos bloques políticos distintos, que presentarán al mundo dos falsas alternativas: una democracia liberal que se desmorona y para evitarlo se hace más autocrática o un poscomunismo ya de por sí autocrático. 

Esto es lo que conduce a la tribulación que está padeciendo occidente, incluido la Iglesia Católica, y que se hará cada vez más evidente en los próximos años.

Y en el marco de este conflicto entre estos dos bloques, hay que leer las profecías antiguas de una invasión de Europa y que el Papa deba huir de Roma.

Que incluso está presente en la visión del tercer secreto de Fátima, cuando el obispo vestido de blanco pasa por un campo lleno de muertos y es martirizado frente a una cruz junto con los que le siguen.

Bueno hasta aquí lo que queríamos hablar sobre la decadencia de occidente, cómo la iglesia dejó de ser su brújula moral y cuál es la batalla que está desplegada en el mundo hoy.

Y me gustaría preguntarte si piensas que puede haber en los próximos tiempos una ofensiva del bloque de oriente que ocupe parte de Europa y llegue hasta Roma, o piensas que no se llegará a eso. 

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