Bienaventurada Virgen María, Madre del Verbo,
Madre de todos los que creen y se adhieren a Él.
Estamos aquí, postrados en tu presencia,
contemplándote como Madre en medio de sus hijos;
pues, aunque nuestros ojos no te ven,
creemos, sin embargo, que realmente estás aquí.
Tu eres el camino seguro que nos conduce a Jesús, nuestro Salvador.
Te damos gracias por todos los beneficios que, sin cesar, recibimos de ti;
especialmente desde que, en tu humildad,
te dignaste aparecer milagrosamente en Kibeho,
cuando tanto lo necesitaba nuestro mundo.
Danos siempre la luz y la fuerza necesarias
para responder con prontitud a tu llamada a la conversión,
al arrepentimiento y a vivir según el Evangelio de tu Hijo.
Enséñanos a orar sin hipocresía
y a amarnos unos a otros como Él nos ha amado,
para que, como nos has pedido, seamos hermosas flores
que se expanden por todas partes exhalando su perfume.
Santa María, Nuestra Señora de los Dolores,
enséñanos a comprender el valor de la Cruz en nuestra vida,
para que completemos en nuestro cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo,
en beneficio de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia.
Y, cuando termine nuestra peregrinación por esta tierra,
haz que podamos vivir contigo eternamente en el Reino de los Cielos.
Amén.
Con aprobación eclesiástica.