San Metodio dijo que su bondad provenía del mismo Dios.

Se refería a una siciliana del tercer siglo llamada Águeda.

Cuando el imperio romano estaba gobernado por Decio.

Era de familia distinguida, extraordinaria belleza y juventud.

Abrazó a Cristo y la virginidad con profundidad.

Y sufrió el martirio provocado por el despecho del senador Quinciano, que quiso poseerla y no pudo.

 

Santa Águeda

 

Era una joven siciliana
de ojos negros.
 

De probada y acrisolada,
Fe en Cristo.
 

Soportó esta doncella,
los más atroces suplicios.
 

En época de Quinciano,
cónsul, el más infame e impío.
 

En su cuerpo de
virginal patricia.
 

Cometieron, los más
execrables actos:
 

Las ardientes brasas,
los vidrios punzantes,
los senos en flor,
convertidos en mutiladas,

magnolias palpitantes. 

En la mazmorra,
húmeda y tenebrosa,
el Apóstol San Pedro,
visitó a la virgen ultrajada. 

Y su mano elegida,
la bendijo y sanó. 

Más, próxima a ser sometida
a nuevas pruebas. 

El volcán Etna,
entró en erupción. 

Y el pueblo de Catania, conmovido,
a Quinciano, suplicó su libertad. 

La joven Águeda,
fue conducida nuevamente,
a las horrísonas estancias,
de la cárcel. 

Donde un Ángel del Señor,
y el espíritu de Pedro, el Apóstol
condujeron su alma traspasada,
al inefable seno de los Mártires. 

Rosario de la Cueva.

 


Rosario de la Cueva, de España, Poeta, Coordinadora del ciclo «La Rioja Poética» en el Centro Riojano de Madrid

¿Te gustó este artículo? Entra tu email para recibir nuestra Newsletter, es un servicio gratis: