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FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Foros de la Virgen María Movil Noticias 2019 - enero - junio Poesía

Poema dedicado a Santa Clara de Asís

Una gran santa que a veces queda opacada por la luminosidad de la figura inmensa de “il poverello d’ assisi”.

Pero la historia relata que fue la única mujer que escribió una regla para la vida religiosa de las mujeres.

Y que en su convento fue capaz de multiplicar el pan, físicamente, como lo hizo Nuestro Señor.

Además de haber sido un dique contra las hordas musulmanas.

Santa Clara de Asís

  

Santa Clara de Asís

  

En la medieval Asís,
en el Palacio Ofreduccio,
vive una noble familia,
cuya cuidada heredera
de apenas dieciséis años,
prudente, modesta y dulce,
inteligente y sensata
dedica sus largas horas a ejercer la caridad,
entre las familias pobres los mendigos e indigentes
que moran, en cada esquina
de un palacio o de una Iglesia
ó en las empedradas calles
de la centenaria Asís.

¿Qué he de hacer yo, con mi vida?
se pregunta la doncella
no es mi deseo sin duda,
contraer felices nupcias,
con ningún heredero,
de arcaico linaje.

Como así es el deseo de Hortalana,
mi madre, bién amada.

Conoce Clara a Francisco,
antaño jovial doncel,
aventurero y poeta.

De la alegre juventud,
de la venturosa Asís.

Y que ha tiempo, ha dejado
sus insanas amistades,
ha abandonado la morada
y negocio de sus padres,

Y ahora lleva una vida
tan extraña y retirada,
a ojos de sus paisanos.

Una hermosa mañana,
la joven Clara visita a Francisco
en la ermita de San Damián,
que el antiguo festivo joven
y sus amigos reparan.

Asombrada queda Clara
al dialogar con Francisco,
extasiada en sus palabras,
sus motivos, sus razones
tan elevadas y altas.

Pues es Dios, Nuestro Señor,
quién las inspira, sin duda.

Eligiendo la renuncia material,
como dicta el Evangelio,
para entregarse así al prójimo.

¡Es la avaricia y la soberbia!
Clara, estimada, lo que produce
el odio y las rencillas.

Solo la humildad y el despojo
de todo bién mundano, hará
que nuestro corazones se enaltezcan.

Francisco, no está solo, sin embargo.
en su singular empeño.

Le acompañan en su proyecto:
Bernardo de Quintanal y Silvestre,
el sacerdote, capellán de San Damián
y otros caballeros de la Santa Pobreza,
que hasta llegar a legión, se multiplican.

Fascinada Clara, por tan sublime destino,
Y meditando serenamente su decisión,
decide la doncella abandonar,
su vida regalada.

Y tocada por el soplo del Santo Espíritu,
unirse a Francisco, en su renuncia.

Consulta con Guido, Obispo de Asís,
quién conmocionado, por la decisión ,de Clara,
da al fín su consentimiento,
y bendice a la doncella.

¡Que tristeza en su interior
pensar que ha de abandonar a
su madre idolatrada!
y a sus tiernas hermanas: Inés y Beatriz.

¡Más es fuerte su determinación e inamovible!
Y una noche acompañada
por su fiel criado Bruno
se desliza por la puerta del huerto
del castillo, a las afueras de Asis.

Tres antorchas en la noche oscura
le aguardan.

Las de Francisco, Bernardo y Maseo.

La pequeña ermita florida y adornada,
será testigo de la renuncia de la joven.

Se arrodilla ante el altar y ante Francisco,
y despojada de sus nobles vestimentas,
se reviste con el ocre y áspero
sayal franciscano.

Y su joya natural,
su explendente cabello de oro,
irá deslizándose de su espalda,
sobre las frias baldosas del presbiterio.

Ya es Clara la primera dama Pobre,
que al clarear la mañana,
la madre abadesa acoge en el femenino convento.

Feroz ha de ser aún, la lucha con su familia,
que no acepta en absoluto,
la decisión de la joven.

Con la ayuda del Señor,
será Clara la vencedora de esta lucha sin par.

A partir de ese momento,
la vida de la otrora, privilegiada muchacha,
se transforma en:
Pobreza, castidad y sacrificio.

Con oración y paciencia,
y como no, mansedumbre,
logrará que sus propias hermanas,
y su madre, se unan a ella
en el convento, y sean partícipes
de su excepcional destino.

Clara, acoge en San Damián,
A leprosos y tullidos, deshechos
de una sociedad,
que los expulsa y repele.

Y que en Clara y sus hermanas,
reciben la Misericordia
del Señor, que los acoge.

«Lamparita de Dios»
llama Francisco, a su querida
hermana en vocación.

Esta» Lamparita de Dios,»
fundadora de las Damas de los Pobres.
luchadora incansable durante cuarenta años,
apagará su luz, una triste mañana.

«Estaré con vosotras, queridas hermanas»
consuela a las monjitas,
anegadas en llanto.

«Nuestro Padre Francisco y yo os aguardaremos»
«Sed fieles a la Iglesia, tened Fé,
y rezad, queridas hijas,
rezad siempre».

Rosario de la Cueva.


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Poema dedicado al Olivo del Huerto de Getsemaní

Luego de la cena del Jueves Santo, Jesús salió hacia el Monte de Los Olivos con sus discípulos.

Quedaba a media hora de camino desde el cenáculo.

Cuando llegaron, Jesús dijo a sus discípulos que se quedarán sentados mientras Él iba a orar.

Y allí empezó a sentir una angustia que Mateo describe con las palabras del Maestro “mi alma está triste hasta la muerte”.

Ahí, en medio de los Olivos añejos, hizo la oración de Getsemaní.

Nuestra poeta Rosario de la Cueva nos escribió un poema al Olivo que vio a Jesús.

  

El Olivo

  

Árbol mediterráneo
milenario y añejo
de retorcido tronco
y de sagrado fruto
que, oro líquido, ungía,
las frentes coronadas.

El secular olivo,
aquella noche única,
ofreció su cobijo,
su copa verde y densa
para asumir las horas
más oscuras y crueles
de un alma atormentada,

¡Abba! ¡Padre! -exclamó-
y su entrega divina,
y su pasión humana,
ascendió en plegaria
anhelo y sentimiento,
alabanza y tristeza,
hacia el Padre, lejano,
¡o acaso! tan cercano.

Aquél humilde olivo
en una noche aciaga,
noche en Getsemaní,
en aquel breve huerto
fué el sublime testigo,
del atroz padecer
de un corazón Sagrado,
del terror a las horas,
que al Maestro aguardaban,
y sus manos benditas
se aferraron al tronco,
rugoso del olivo,
buscando donde asirse.

Y su frente regó
su áspera corteza,
con el sudor sangriento
que surgió de sus sienes.

“¡Ah! Padre, si es posible,
que pase de mí este caliz.»

Aquel sencillo olivo
en la noche templada
de luna iluminada
contempló la agonía
el sacrificio inmenso
la entrega sobrehumana
del hijo de Dios vivo
y su amarga plegaria.

Rosario de la Cueva.


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Poema dedicado al Apóstol San Pedro

Los obispos católicos son descendientes directos de San Pedro a través de la ordenación papal, su sucesor legítimo.

El primer obispo y Papa de la Iglesia Católica se sentó en la Cátedra de San Pedro en la Basílica que lleva su nombre.

Y a partir de ahí uso su llave para atar y desatar las cosas en la Tierra.

Nuestra poeta Rosario de la Cueva le dedica un poema.

 

Poema dedicado al Apóstol San Pedro

 

Fueron las gastadas
sandalias de cuero
de un anónimo pescador
natural de Betsaida,
los humildes testigos
de un sagrado recorrido
que condujeron,
al elegido por el Maestro,
denominándolo Simón Pedro,
en su peregrinaje incansable.

Desde la orilla del mar de Galilea.
Simón Pedro y Andrés,
su buen hermano
fueron llamados por el Rabino.
 

«Seguidme-les dijo-Yo os haré
pescadores de hombres».
 

Y desde aquel instante
de ungida fascinación,
las sandalias del pescador,
atestiguaron el sendero
del Maestro, hasta la muerte.
 

Fue, éste, huésped de Simón Pedro,
en su humilde morada de Cafarnaúm.
 

Y después de Pentecostés,
el Señor convirtió a Pedro,
en la cabeza visible de su Iglesia.
 

«Tú eres Pedro, y sobre esta piedra,
edificaré mi Iglesia».
 

Fueron las sandalias del pescador,
las fieles compañeras,
de las rutas de Pedro en Antioquia.
 

«Con la Fé de un grano de mostaza»
llevó a cabo sus conversiones y milagros.
 

Ya Simón Pedro,
anciano y agotado,
las sandalias del pescador,
le condujeron a la depravada
e imperial ciudad de Roma.
 

Donde culminó su entrega y sacrificio
con el martirio en la cruz,
cabeza abajo.
 

Pues, el humilde apóstol,
no se consideraba digno de morir,
de la misma manera que el Maestro.
 

Y tuvo lugar este tormento,
por disposición de Nerón,
el cruel y sanguinario Emperador,
en el año sesenta y siete,
después de Cristo.
 

Y es hasta día de hoy,
que el apóstol Pedro,
«El elegido»
tiene un directo sucesor,
en la persona
del Pontífice Romano,
que es la cabeza visible,
de la Universal y Católica Iglesia,
fundada por el hijo de Dios,
Nuestro Señor. 

Rosario de la Cueva.


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Poema dedicado a Santa Catalina de Alejandría

El cristianismo del siglo IV vio crecer a Catalina de Alejandría.

Una noche se le apareció Cristo y se consideró Su prometida desde entonces.

No aceptó postrarse en sacrificio a los dioses paganos.

Y en el debate filosófico convirtió a los sabios del emperador.

La historia posterior nos la dice la poeta Rosario de la Cueva.

 

Santa Catalina de Alejandría

Según La Leyenda Dorada
esta singular doncella,
nacida en Egipto: Catalina,
había rechazado al Emperador 
Majencio, como esposo.

Ya que era cristiana,
y como tal a Cristo, consagrada.

Sabia y elocuente oradora,
supo convencer con su palabra,
a los filósofos que intentaron
que renegara de su Fé.

Encolerizado Majencio,
por su negativa,
fué condenada a sucumbir
en la más lóbrega mazmorra
sin alimentos recibir.

Cuentan las crónicas
que una blanca paloma
enviada por el Señor,
la alimentó.

El suplicio de la cruel
rueda dentada,
fué el martirio que
el perverso emperador,
ideó, por desgarrar
las níveas carnes,
de la heroica virgen cristiana.

Más el tétrico artilugio se quebró,
salvándose la doncella
de tal tormento, atroz.

En pie dispuesta y con las 
manos unidas en oración,
inconmovible en su Fe,
contemplaba Catalina,
el firmamento, ansiándolo.

Finalmente, tras tantos
y angustiosos sufrimientos,
la noble Catalina,
entregó su cabeza, a la mano
impía del verdugo.

Y ¡Oh sagrado portento!
en vez de sangre, manó leche maternal,
de su tronchado cuello.

Rosario de la Cueva.


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Poema dedicado a Santa Bárbara

El martirio de Santa Bárbara quedó en la memoria de muchos artistas.

Que la dibujan vestida de rojo en aquel momento fatal.

Con la palma del martirio y la torre del encierro en sus manos.

Y la hostia y el cáliz simbolizando su amor por Cristo.

Nuestra poeta Rosario de la Cueva cuenta lo que sucedió en el siglo III.

 

Poema dedicado a Santa Bárbara

 

Era Bárbara
una gentil doncella,
hija de DIóscoro,
rey de Nicodemia.

Moraba esta virgen
de Turquia, como ermitaña
en una torre recluida.

Construida por su padre, 
para ella.

Allí leía los Santos Evangelios,
y meditaba las Sagradas Escrituras.

A la luz de una ventana
«La Tercera»
erigida en honor de la
Santísima Trinidad.

Llevaba Bárbara
una existencia oculta,
de elegida reclusión
y devoción austera.

Más enterado el Rey de Nicodemia,
de la conversión de su hija
al Cristianismo
se enervó su escondida crueldad.

Y el mismo entregó a su vástaga,
a la acerva  justicia de su reino.

Y la hermosa joven,
de cabellos rubios y ondulados,
entregó su fragil cuello
al hacha afilada del verdugo.

¡Más! ¡Oh! Divina justicia.

El perverso e infiel Diáscoro,
cayó fulminado en el mismo
instante, por un rayo certero.

Siendo así, que Santa Bárbara,
es solemnemente invocada,
contra el rayo, los truenos y tormentas.

Rosario de la Cueva.


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La Virgen de Siena [homenaje a Santa Catalina de Siena]

Una de las hijas del modesto tintorero Jacobo Benincasa llegó a ser la Patrona de Europa e Italia.

La que luego sería conocida como Catalina de Siena, nació en la Roma de 1347, en el seno una familia piadosa de 23 hijos.

Tomó los hábitos dominicos, luego que su padre se convenció de su vocación al ver una paloma posada sobre su cabeza.

Se destacó como brillante predicadora e intercesora en grandes milagros.

Entre ellos, el regreso del Papa a Roma luego del exilio en Aviñón.

Durante 19 años se alimentó sólo con la eucaristía.

Fue nombrada Doctora de la Iglesia por Pablo VI.

Nuestra poeta Rosario de la Cueva le dedica este homenaje.

 

La Virgen de Siena

 

Existe, todavía, un aroma,
a flor de la Toscana,
en la calzada medieval,
que tú horadabas,
con la huella bendecida
de tus plantas.

Desde la ojiva de rosa y hierbabuena,
llamaba, a la caída de la tarde,
Madonna Lapa, a su hija predilecta:
¡Regresa ya a la casa, filla mía!

Da ya por hoy finalizada tu jornada.
Aroma a caridad, exhalan los harapos
de los mendigos,
y un dulce olor a espliego
desprenden, las purulentas heridas
que tus manos sanaran.

¡Ven hija!

Te aguarda la reconfortante luz del fuego,
y la cálida compañía de tus padres,
te aguarda.

Deja que bese las palmas de tus manos,
siéntate a compartir, nuestras viandas.

Descansa, después hija bien amada.

¡Que al alba, tu misión te aguarda!

Y serás una vez más,
la milagrosa medicina,
de los despojados,
¡Qué tanto amas!

¡Acércate Catalina!
¡Te veo tan cansada!

Reposa tu cabeza, en el regazo
marchito de tu madre,
¡cómo cuándo eras niña!
¡Y aún jugabas!

Nuestro Señor, que te ha elegido como esposa,
y ha traspasado sus llagas, a tus llagas,
¡Quiera dar consuelo al corazón penetrado de esta madre!

Amada filla mía, Catalina.

Luz y bálsamo de la eterna Siena.

Para ti y por ti ¡Santificada!

Rosario de la Cueva.

 


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Poema de Homenaje a Santa Águeda

San Metodio dijo que su bondad provenía del mismo Dios.

Se refería a una siciliana del tercer siglo llamada Águeda.

Cuando el imperio romano estaba gobernado por Decio.

Era de familia distinguida, extraordinaria belleza y juventud.

Abrazó a Cristo y la virginidad con profundidad.

Y sufrió el martirio provocado por el despecho del senador Quinciano, que quiso poseerla y no pudo.

 

Santa Águeda

 

Era una joven siciliana
de ojos negros.
 

De probada y acrisolada,
Fe en Cristo.
 

Soportó esta doncella,
los más atroces suplicios.
 

En época de Quinciano,
cónsul, el más infame e impío.
 

En su cuerpo de
virginal patricia.
 

Cometieron, los más
execrables actos:
 

Las ardientes brasas,
los vidrios punzantes,
los senos en flor,
convertidos en mutiladas,

magnolias palpitantes. 

En la mazmorra,
húmeda y tenebrosa,
el Apóstol San Pedro,
visitó a la virgen ultrajada. 

Y su mano elegida,
la bendijo y sanó. 

Más, próxima a ser sometida
a nuevas pruebas. 

El volcán Etna,
entró en erupción. 

Y el pueblo de Catania, conmovido,
a Quinciano, suplicó su libertad. 

La joven Águeda,
fue conducida nuevamente,
a las horrísonas estancias,
de la cárcel. 

Donde un Ángel del Señor,
y el espíritu de Pedro, el Apóstol
condujeron su alma traspasada,
al inefable seno de los Mártires. 

Rosario de la Cueva.

 


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Poema de Homenaje a Nuestra Señora de Fátima

Hace un siglo Nuestra Señora visitó a 3 niños en Cova de Iría.

Fue algo no solo extraordinario, sino muy extraordinario.

No fue una aparición más.

Nuestra Señora de Fátima unificó en una sola vertiente las devociones al Rosario y a la Inmaculada.

A partir de ahí adquirimos conciencia que el Santo Rosario sería el instrumento para el triunfo de su Corazón Inmaculado, como decidió Su hijo.

El mensaje de Nuestra Señora sería unívoco desde ese momento.

Y se repetiría constantemente como un eco y con diferentes vestidos, llamando a la conversión.

Nuestra poeta Rosario de la Cueva quiso homenajear a la Madonna con estas palabras.

 

Fátima

 

Fue primero:
el largo camino de carbón.

Los campos y eucaliptos arrasados,
las sierras convertidas
en árida ceniza.

Los verdores,
por lenguas de fuego transformados:
en erial y tristeza.

¡Ah! Madre dulce,
¡qué amargo es el camino
que circunda tu ámbito!

¡Amada Señora del Rosario!
cada una de las cuentas,
a la oración a ti, dedicada
es un pétalo de rosa
que repara ofensas y ultrajes.

La presencia en esencia de tres niños:
Francisco y Jacinta y Lucía

Nos aguardan a la entrada,
de Fátima, la ungida.

Y en el umbral, de este lugar signado.

Se despojó el alma,
de su capa de negrura.

Y ofreció el cielo,
su nitidez, turquesa.

Y el aire de aquel lugar
era más puro

Y las piedras que pisamos,
eran santas.

Exhalaba una paz glorificada,
las moradas,
que los niños habitaron.

Y pensé en aquellas
criaturas inocentes.

Y medité, mientras contemplaba
sus imágenes,
en sus humildes, pero dignas
vestimentas.

En sus profundas miradas,
transparentes.

Y acaso ¡un punto recelosas!
del humano sentir.

«REZAD POR LA CONVERSIÓN
DE LOS PECADORES»

Y sentí la tranquila embriaguez
de aquella atmósfera.

Y lamenté tener que regresar,
al Madrid, cotidiano,
¡tan alejado, si, tan alejado!

Hubiera abandonado mis potencias,
y los días y las noches entregados
a aquel lugar de Paz y Devoción.

¡Tan sencillo!
¡Tan límpido!

Y sagrado.

Rosario de la Cueva.

 


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Las Campanas (poesía dedicada a las campanas de las Oblatas de Madrid)

Rosario de la Cueva dedica este poema a las Oblatas de Cristo Sacerdote.

Que viven en un monasterio de clausura de Madrid.

Los fines de semana se oye el tañir de sus campanas llamando a misa.

Un verdadero privilegio para los oídos de nuestra poeta.

Para conocer a las Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote entra a su sitio aquí.

 

Las Campanas

 

La mañana prístina de Enero
regala un suave azur, algodonado.

La atmósfera es sutil y transparente,
la lluvia ha lavado, los pecados.

Argénteas y dulces,
las campanas.

Llaman a un instante de oración.

La voz de las campanas,
en las Oblatas.

Interpela y anuncia en su lenguaje,
que el Señor,
habita en nuestras almas.

Que el Señor,
es compañero
cotidiano.

Que el Señor,
nos contempla
y nos aguarda.

Rosario de la Cueva.

 


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Oración sobre el Misterio de la Vida

Rosario de la Cueva dedica este poema al misterio de la vida.

Enfocándose en el momento del nacimiento.

 

Oración sobre el misterio de la vida

Que esa carne divina,
recién nacida e inerme.

Aterida, en la escarcha
de la noche de invierno.

Que apoyó sus primeros balbuceos,
a esta vida terrena,
en el pecho amoroso
de una virginal madre, asombrada
al misterio que surgía de su seno,

Cómo hace 2000 años,
hoy, guie nuestros pasos,
aniquile los diablos, que ocupan
los desiertos, que inundan los
espíritus, despojados y yertos,
en este apocalipsis,
del mundo que habitamos.

Que la estrella de Belén,
como hace 2000 años,
sea el faro radiante, por el que
atravesemos,los angostos caminos,
los mares tenebrosos,
las heladoras noches,
de almas sin reposo.

Que saciemos el hambre,
de la justicia eterna,
que un día prometiste,
ante el humilde pueblo,
que te escuchaba atónito,
en la montaña aquella,
donde tu voz: Mesías
nos anunció la dicha,
de otra vida, y no esta.

Que tus bienaventuranzas, sean
semilla cierta.

Que encontremos la Paz,
que tus pupilas serenas,
auguraron un dia,
en la ladera agreste,
de un monte de Judea.
 

Rosario de la Cueva.


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Ávila (Poesía dedicada a Santa Teresa de Jesús)

Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada es el nombre con que nació Santa Teresa de Jesús en 1515.

Conocida como Santa Teresa de Ávila para la posteridad, por el lugar en que transcurrió su vida.

Rosario de la Cueva le dedica el poema que publicamos.

Santa Teresa de Jesús de Benito Mercadé y Fábregas, en el Museo del Prado

Santa Teresa de Ávila fue una religiosa española que fundó la Orden de las Carmelitas Descalzas.
.
Fue una de las grandes místicas de la Iglesia y es Doctora de la Iglesia.
.
Puedes leer su biografía aquí

 

Ávila (Dedicado a Santa Teresa de Jesús)

 

La sinuosa silueta de tus murallas centenarias,
dibuja sus gráciles, almenas y merlones
bajo un celaje cárdeno y encendido.

Luz abrasada de crepúsculo mágico y medieval.

Aún resuena el eco, decidido, de las pisadas de la Santa.
Y su manto áspero y marfileño, flota un instante
roza la piedra del torreón y el puentecillo de Ajates.

Es, el espíritu de Teresa,
que se niega a abandonar por siempre, su hermosa ciudad.

Y corre, presurosa, a las vísperas que tañen
la entrañable campana de la Encarnación.

Suena en el portón la aldaba:
– Abrid, hijas mías, aquí estoy.
Nunca os he dejado.

En el locutorio de la Encarnación hay un aroma a incienso
y a pétalos de rosa.

Las religiosas, no se sorprenden.

Conocen bien la ausente presencia, que allí mora.

Rosario de la Cueva.


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La Elegida, poesía a Juana de Arco

Con esta poesía de Rosario de la Cueva inauguramos una nueva sección de poesía católica.

Puedes leer sobre la historia de Juan de Arco aquí.

 

LA ELEGIDA

 

Y sopló el viento
entre la altivez verde
de los bosques.

Besó los cencidos y los
vetustos robles,
y sobre el Arbol de las hadas
silbó anunciando:

«Surgirá la doncella de los
remansos de Domremy.

Sus ojos negros serán
carbones encendidos
en la hoguera de la Fé.

Su estandarte blasonado de Lises,
ondeará a los piés de las 
vestustas almenas de Orleans.

Y su voz, sonará nítida,
y después trémula, 
cuándo vea tambalearse
su alta misión.

Destilando maldad,
los encapuchados rostros,
macilentos, 
irán circundando
hasta el martirio a «La elegida»

Volará una blanca paloma
de entre las rojas lenguas
donde el odio transformará
en ceniza la virtud.

Pero del firmamento descenderá
una lágrima diviana.

Apagando los rescoldos
de aquel pecado inicuo.

Purificando para toda la eternidad,
la memoria de JUANA,

La Doncella.

La Elegida.

Rosario de la Cueva.


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