Una gran santa que a veces queda opacada por la luminosidad de la figura inmensa de “il poverello d’ assisi”.

Pero la historia relata que fue la única mujer que escribió una regla para la vida religiosa de las mujeres.

Y que en su convento fue capaz de multiplicar el pan, físicamente, como lo hizo Nuestro Señor.

Además de haber sido un dique contra las hordas musulmanas.

Santa Clara de Asís

  

Santa Clara de Asís

  

En la medieval Asís,
en el Palacio Ofreduccio,
vive una noble familia,
cuya cuidada heredera
de apenas dieciséis años,
prudente, modesta y dulce,
inteligente y sensata
dedica sus largas horas a ejercer la caridad,
entre las familias pobres los mendigos e indigentes
que moran, en cada esquina
de un palacio o de una Iglesia
ó en las empedradas calles
de la centenaria Asís.

¿Qué he de hacer yo, con mi vida?
se pregunta la doncella
no es mi deseo sin duda,
contraer felices nupcias,
con ningún heredero,
de arcaico linaje.

Como así es el deseo de Hortalana,
mi madre, bién amada.

Conoce Clara a Francisco,
antaño jovial doncel,
aventurero y poeta.

De la alegre juventud,
de la venturosa Asís.

Y que ha tiempo, ha dejado
sus insanas amistades,
ha abandonado la morada
y negocio de sus padres,

Y ahora lleva una vida
tan extraña y retirada,
a ojos de sus paisanos.

Una hermosa mañana,
la joven Clara visita a Francisco
en la ermita de San Damián,
que el antiguo festivo joven
y sus amigos reparan.

Asombrada queda Clara
al dialogar con Francisco,
extasiada en sus palabras,
sus motivos, sus razones
tan elevadas y altas.

Pues es Dios, Nuestro Señor,
quién las inspira, sin duda.

Eligiendo la renuncia material,
como dicta el Evangelio,
para entregarse así al prójimo.

¡Es la avaricia y la soberbia!
Clara, estimada, lo que produce
el odio y las rencillas.

Solo la humildad y el despojo
de todo bién mundano, hará
que nuestro corazones se enaltezcan.

Francisco, no está solo, sin embargo.
en su singular empeño.

Le acompañan en su proyecto:
Bernardo de Quintanal y Silvestre,
el sacerdote, capellán de San Damián
y otros caballeros de la Santa Pobreza,
que hasta llegar a legión, se multiplican.

Fascinada Clara, por tan sublime destino,
Y meditando serenamente su decisión,
decide la doncella abandonar,
su vida regalada.

Y tocada por el soplo del Santo Espíritu,
unirse a Francisco, en su renuncia.

Consulta con Guido, Obispo de Asís,
quién conmocionado, por la decisión ,de Clara,
da al fín su consentimiento,
y bendice a la doncella.

¡Que tristeza en su interior
pensar que ha de abandonar a
su madre idolatrada!
y a sus tiernas hermanas: Inés y Beatriz.

¡Más es fuerte su determinación e inamovible!
Y una noche acompañada
por su fiel criado Bruno
se desliza por la puerta del huerto
del castillo, a las afueras de Asis.

Tres antorchas en la noche oscura
le aguardan.

Las de Francisco, Bernardo y Maseo.

La pequeña ermita florida y adornada,
será testigo de la renuncia de la joven.

Se arrodilla ante el altar y ante Francisco,
y despojada de sus nobles vestimentas,
se reviste con el ocre y áspero
sayal franciscano.

Y su joya natural,
su explendente cabello de oro,
irá deslizándose de su espalda,
sobre las frias baldosas del presbiterio.

Ya es Clara la primera dama Pobre,
que al clarear la mañana,
la madre abadesa acoge en el femenino convento.

Feroz ha de ser aún, la lucha con su familia,
que no acepta en absoluto,
la decisión de la joven.

Con la ayuda del Señor,
será Clara la vencedora de esta lucha sin par.

A partir de ese momento,
la vida de la otrora, privilegiada muchacha,
se transforma en:
Pobreza, castidad y sacrificio.

Con oración y paciencia,
y como no, mansedumbre,
logrará que sus propias hermanas,
y su madre, se unan a ella
en el convento, y sean partícipes
de su excepcional destino.

Clara, acoge en San Damián,
A leprosos y tullidos, deshechos
de una sociedad,
que los expulsa y repele.

Y que en Clara y sus hermanas,
reciben la Misericordia
del Señor, que los acoge.

«Lamparita de Dios»
llama Francisco, a su querida
hermana en vocación.

Esta» Lamparita de Dios,»
fundadora de las Damas de los Pobres.
luchadora incansable durante cuarenta años,
apagará su luz, una triste mañana.

«Estaré con vosotras, queridas hermanas»
consuela a las monjitas,
anegadas en llanto.

«Nuestro Padre Francisco y yo os aguardaremos»
«Sed fieles a la Iglesia, tened Fé,
y rezad, queridas hijas,
rezad siempre».

Rosario de la Cueva.


Rosario de la Cueva, de España, Poeta, Coordinadora del ciclo «La Rioja Poética» en el Centro Riojano de Madrid

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