Las promesas de Dios que desafían cualquier crisis y dan esperanza en tiempos inciertos.
Ya sea que consideremos que estamos viviendo en el fin de una era, o en ‘tiempos apocalípticos’, o no, las señales de los tiempos presagian una tormenta.
El abismo entre el bien y el mal se hace cada día más pronunciado.
Y son cada vez menos los que creen en Dios.
Por lo que simplemente es cuestión de tiempo para que estalle una tormenta fuerte, debido a que la degradación de la vida en la Tierra seguirá escalando rápidamente.
Y en este tiempo, es fundamental tener nuestra casa firmemente establecida, antes de que lleguen las lluvias, profundizando nuestra fe en las promesas de Cristo, para que no nos lleve la correntada.
Aquí hablaremos sobre las promesas centrales que nos hizo Dios, para que las tengamos presentes cuando nos asalte la duda, o cuando tengamos la necesidad de consuelo, o cuando seamos llevados por el Espíritu para compartirlo con los demás.
La degradación que percibimos no pasa solamente entre los alejados de Dios sino también entre los propios que dicen seguirlo.
Estamos experimentando dolorosamente el descenso de muchos cristianos desde los luminosos salones de la fe, a los oscuros sótanos de la incredulidad, y en última instancia al ateísmo.
Llama por ejemplo la atención que algunos, incluso ordenados, sostienen que no hay milagros hechos por Dios, no permiten que existan, a veces ni los milagros bíblicos.
Sin embargo, en los cercanos años 1990, una hostia consagrada cayó al suelo en una misa.
Se colocó en un recipiente con agua para disolver y desarrolló manchas rojizas.
Tres años después, cuando la hostia no se había disuelto, el Dr. Ricardo Castañón fue llamado a investigar.
Y envió una muestra de la misma, al famoso cardiólogo forense de la Universidad de Columbia, Profesor Frederick Zugibe, sin revelarle lo que era.
Zugibe la estudió y dijo, «la muestra que me trajeron proviene de un músculo cardíaco, del miocardio, y más precisamente del ventrículo izquierdo, y he encontrado glóbulos blancos activos».
Pero cuando le dijeron al profesor que la muestra era de una hostia consagrada, su respuesta fue, «¡No puedo creerlo!» «¡Cuando me trajiste la muestra, el corazón todavía estaba vivo!».
¿Qué hacemos con esto? ¿Los ignoramos o reflexionaremos sobre sus consecuencias?
Pero sin embargo, no pocos cristianos han sustituido la creencia en un Dios personal, que no sólo creó el mundo sino que continúa dirigiéndolo, por la idea de un Dios creador, que una vez que creó el mundo con todas sus leyes, dejó que el mundo funcionara solo.
¿Pero no tenemos las propias palabras de Jesús? «Mi Padre sigue trabajando, y Yo estoy trabajando», Juan 5.
Y ni que decir que muchos han dejado de creer en el nacimiento virginal de Jesús, en que la misa tiene un carácter sacrificial, de expiación, y de que Jesús realmente resucitó en cuerpo y alma.
Por eso este es un tiempo adecuado para recordar las promesas de Jesucristo, a que nos referimos en la Salve Regina, cuando pedimos ser dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Hoy es fundamental tener nuestra casa firmemente establecida antes de que lleguen las lluvias, profundizando nuestra fe en las promesas de Cristo, para que no nos lleve la correntada.
¿Y cuáles son las promesas fundamentales que Dios nos hizo?
Una es que veremos a Dios cara a cara. Jesús pagó el precio de nuestro boleto para verla.
Pero esa promesa viene condicionada a la pureza de quien contemplará Su rostro, «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».
Grandes pecadores, a través de la gracia y de la oración, la penitencia y la limosna, se volvieron puros como la luz, y ahora contemplan felices el rostro de Dios.
Y la contemplación del Rostro de Dios será por toda la eternidad si creemos en Él.
En Juan 3, encontramos esa promesa basada en la condición de la fe, «tanto amó Dios al mundo que dio a Su único Hijo, para que todos los que creen en Él tengan vida eterna».
Y Jesús nos agregó hasta qué profundidad llega, «el que come Mi carne y bebe Mi sangre tiene vida eterna, y Yo le resucitaré en el último día», Juan 6.
Pero algunos pueden decir, bueno Jesús murió, y ahora estamos solos para enfrentar al mundo.
Sin embargo, cuando Él ascendió prometió a Sus discípulos que no quedarían huérfanos, que Él estaría con ellos y los revestiría de poder desde lo alto.
Y mandó el Espíritu Santo diciendo, «Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre».
Y agregó que ese Espíritu de verdad morará dentro nuestro.
De modo que Dios habita en cada alma, incluso en los pecadores, como explica San Juan de la Cruz: «Dios sostiene cada alma y habita sustancialmente en ella, aunque sea la del mayor pecador del mundo».
Y esa presencia sobrenatural de Dios viene a través del amor y la gracia.
Pero atención, está en nosotros aceptarla y seguirla, o no.
San Juan también dijo que el nombre de Dios es Amor, y se expresa a través de Su Misericordia.
Pero necesita una puerta abierta para operar, como explicó Santa Faustina, «que nadie dude de la bondad de Dios.
Incluso si los pecados de una persona fueran tan oscuros como la noche, la misericordia de Dios es más fuerte.
Pero una cosa es necesaria, que el pecador entreabra la puerta de su corazón, para dejar entrar un rayo de la gracia misericordiosa de Dios, y entonces Dios hará el resto».
Y esa puerta se abre mediante la confianza y el arrepentimiento.
También prometió y cumplió que podremos hablar con el mismo Dios, mediante la oración.
El oído de Dios está siempre abierto y escuchando.
Siempre responde nuestras oraciones, pero quizás no según nuestros planes humanos.
Porque Jesús dice, «si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y os será hecho», Juan 15.
Y mientras nos pide desprendimiento nos promete que las bendiciones futuras superarán los beneficios presentes.
«No hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, padre o madre, mujer o hijos, o tierras, por causa de Mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo y en la edad venidera de la vida eterna», Marcos 10.
Porque en realidad nos promete que nuestras obras serán recompensadas. Tanto las buenas como las malas.
Y que la caridad o la crueldad que uno extiende hacia su prójimo tiene como destinatario a Jesús, «todo cuanto hicisteis a uno de estos Mis hermanos más pequeños, me los hicisteis a Mi», Mateo 25.
Le dijo al primer Papa de la Iglesia, “tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré Mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella», Mateo 16.
También promete que la Iglesia prevalecerá por sobre las tormentas.
De modo que, si bien la barca de la Iglesia es de origen divino, lleva a seres humanos como tripulación y pasajeros, que tienen libre albedrío después de todo.
Y después de todo este periplo nos prometió que Él vendrá una segunda vez, visiblemente en gloria
Si su primera venida estuvo marcada por la humillación, Jesús indicó que su regreso sería majestuoso.
Dijo que se sentará en Su trono glorioso. Y todas las naciones serán reunidas delante de Él, Mateo 25.
En su primera venida sólo un pequeño grupo lo reconoció, pero Su regreso será observado por todos y será resplandeciente.
Bueno, hasta aquí lo que queríamos recordar sobre las principales promesas que Dios nos ha hecho a cada uno, para que las tengamos presentes en tiempos de las tormentas que están sobre nosotros.
Y me gustaría preguntarte qué otras promesas de Jesucristo sería bueno también tener en cuenta.
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