La falta de información a los fieles sobre las amenazas reales que señala la Virgen María comprometen la respuesta de conversión.

La casi totalidad de las apariciones marianas y de Nuestro Señor en los últimos dos siglos, profetizan un castigo a la humanidad si no se produce una conversión.

Al tiempo que los propios mensajes enseñan que basta solo algunos gestos de la gente, para que el Cielo posponga los castigos. 

Y mientras tanto, vemos que crecen en forma sostenida los desastres sociales, psicológicos, políticos, en la naturaleza, y hasta nos amenaza una tercera guerra mundial.

Sin embargo, la mayoría del clero no informa sobre el peligro como debiera, ya sea porque no lo cree, o por miedo a escandalizar, o por temor a la jerarquía.

Pero no se puede exorcizar la amenaza simplemente ignorándola.

Aquí hablaremos sobre qué informaciones nos da el Cielo de un gran castigo que pende sobre el mundo, y que mensaje nos da sobre cómo lo podemos desactivar fácilmente.

Y cómo no está siendo comunicado a los fieles por bastantes sacerdotes.

En la tarde del 19 de septiembre de 1846, la Santísima Madre se apareció a los jóvenes pastores Maximino Giraud, de 11 años, y Mélanie Calvat, de 14 años, en la ladera de una montaña en La Salette, en el sureste de Francia, con gran angustia y llorando amargamente.

Ella dijo: “Venid a mí, hijos míos. No tengáis miedo. Estoy aquí para deciros algo de la mayor importancia. 

Si mi pueblo no obedece, me veré obligada a soltar el brazo de mi Hijo”.

La aparición fue aprobada oficialmente por Monseñor Philibert Bruillard de Grenoble, en 1851.

Aunque, recientemente el presidente de la Pontificia Academia Mariana, sostiene que las apariciones que hablan de castigos son falsas.

La Santísima Virgen que vieron estaba derramando lágrimas por las muchas almas perdidas del mundo.

Lloraba por todos los hombres y mujeres descarriados, que rechazaban a Su Hijo con sus acciones y palabras.

Por la gente que no guardaba los mandamientos de Dios. Por los que profanaban Su santísimo nombre.

Sin embargo, pocas otras apariciones marianas, en sus estatuas y pinturas, la representan llorando, aunque lo hace alrededor del mundo y hasta derramando lágrimas de sangre.

La Virgen de La Salette profetizó entre lágrimas, el castigo que vendría debido a la pecaminosidad de la humanidad,

“Si tienes grano, no te servirá de nada sembrarlo, porque lo que siembres lo devorarán las bestias, y cualquier parte de lo que brote se desmoronará cuando lo trilles.

Se avecina una gran hambruna. 

Pero antes de que eso suceda, los niños menores de siete años temblarán y morirán en los brazos de sus padres. 

Los mayores pagarán sus pecados con hambre. 

Las uvas se pudrirán y las nueces se echarán a perder”.

La profecía sucedió en los hechos. La terrible hambruna se difundió en el mismo 1846 y muchos murieron.

La escasez de trigo y maíz fue tan severa, que más de un millón de personas en Europa perecieron de hambre.

Y probablemente el castigo hubiera sido peor de no haber sido por los que acataron el mensaje de La Salette.

En tan sólo un corto período después de las apariciones en La Salette, muchas almas en Francia y más allá, respondieron positivamente a lo que los jóvenes pastores informaron y regresaron a la Iglesia, recibiendo los sacramentos con regularidad.

Y durante el período inmediatamente posterior a la aparición de La Salette, el sudeste de Francia y el resto del mundo experimentaron cambios positivos.

Muchas personas pasaron de practicar su fe marginalmente a practicarla diligentemente.

Y ningún otro gran castigo sobrevino al mundo por décadas.

Lo que había ocurrido en la década de 1850 fue similar a lo que ocurrió en Nínive después de que el profeta Jonás predicó el arrepentimiento; el pueblo se arrepintió y Dios detuvo su mano.

Al leer sobre la aparición de La Salette podemos observar los peligros que nos acechan, y también cómo se puede detener el castigo.

Sin embargo, en 1848, sólo dos años después de esta aparición, Karl Marx lanza su manifiesto comunista, dando inicio al mayor enemigo del Plan de Dios, revelado en Fátima.

La Tradición de la Iglesia siempre ha preservado el sentido del castigo, como mal necesario para salvar al hombre del castigo eterno.

Un Dios que es el fuego de la caridad, que interviene y sacude al hombre.

Que no quiere disculparlo, sino salvarlo, como hace un padre con su hijo rebelde.

Sin embargo, últimamente una buena parte del clero y de la jerarquía, se ha empeñado en destruir esta noción de la caridad de Dios, dejando al mundo a la intemperie para que los castigos se hagan más frecuentes.

Siempre que estamos en medio de una catástrofe natural o por negligencia humana o epidemias, siempre hay alguien que alza la voz diciendo que Dios no tiene nada que ver con esto.

Que Dios no castiga, Él es extremadamente misericordioso, al punto que su justicia brilla por su ausencia.

Y luego tenemos los que arengan que el Señor está cerca de nosotros y nos consuela.

Lo cual es muy cierto, pero si no comprendemos por qué suceden los desastres, terminamos reduciendo al Señor a una madre que está cerca de su hijo que sufre, lo acaricia, lo anima, pero se ve abrumada por el sufrimiento y permanece indefensa, al igual que el niño.

El castigo de Dios es un acto educativo y de amor.

Negar que Dios castiga significa no comprender cuán tenaz es su amor.

Y significa también privar a la humanidad de una comprensión profunda de lo que sucede, dejándola a merced de explicaciones sociales, políticas, científicas, que nunca constituyen la razón última de los acontecimientos que suceden.

Significa condenar a los hombres a permanecer en la desorientación, en sus propios pecados e infidelidades, en lugar de ayudarlos a comprender que Dios no disfruta de la muerte de los malvados, sino que quiere que los malvados desistan de su conducta y vivan.

Y 7 décadas después de La Salette, Nuestra Señora bajó a Fátima.

Pidió urgentemente la conversión de los pecadores, advirtió también que si su petición no era atendida y los hombres no se convertían, el mundo sufriría un gran castigo, incluyendo la aniquilación de algunas naciones.

Pero mirando el estado del mundo cien años después, nadie puede afirmar que el mundo haya mejorado. 

Por el contrario, el debilitamiento de la fe es evidente en todas partes. 

La Iglesia se encuentra en un destrozado estado de crisis, porque reniega de las consecuencias que tendremos si no nos convertimos.

Y así como Nuestra Señora profetizó un gran castigo, la visión del 3er Secreto de Fátima estuvo encabezada por un ángel con una espada de fuego, amenazando con incendiar el eje de la Tierra.

Pero esa llama se apagaba ante la Santísima Virgen, y entonces el ángel arengaba penitencia, penitencia, penitencia, enunciando que Nuestra Señora nos protege del castigo más fuerte, pero debemos hacer penitencia.

Y 6 décadas después Nuestra Señora reforzó el mensaje diciendo al Padre Gobbi, “muchas veces he intervenido para retroceder en el tiempo el comienzo de la gran prueba para la purificación de esta pobre humanidad, ahora poseída y dominada por los Espíritus del Mal”.

Mientras tanto, lo que Ella llama pruebas se están incrementando por todos lados, al mismo ritmo que crece rápidamente la decadencia moral y la rebelión contra Dios.

Quizás, si los pastores se decidieran a alertar sobre los peligros que nos acechan, si no nos convertimos, podríamos frenar los castigos crecientes.

Mientras tanto estaremos caminando directo hacia un gran castigo, que nadie quiere, pero parece que es la única forma de bajar los decibeles del pecado.

Bueno, hasta aquí lo que queríamos hablar sobre que la negación del castigo de Dios por los pecados, es funcional a que venga mayor castigo al mundo.

Y me gustaría preguntarte si los católicos que conoces, incluidos los sacerdotes, piensan que el mundo se dirige hacia un gran castigo si no cambiamos o no.

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