El cambio inminente que crece ante la crisis de insatisfacción con la vida y la pobreza espiritual.

Ya no vivimos en un mundo cristiano, porque la fe dejó de ser un presupuesto evidente de la vida social.

Y de hecho, a menudo es rechazada, ridiculizada, marginada y perseguida.

¿Entonces, desapareció definitivamente el espacio para Dios en la sociedad y en la cultura?

Las apariencias dirían que sí.

Sin embargo, hay algo innato en el ser humano, algo en nuestra propia naturaleza, que apunta sólo a Dios, y que tarde o temprano aflora, aunque a veces es reprimido o no es identificado correctamente.

Aquí hablaremos de la profundamente meditada profecía de Joseph Ratzinger, luego Benedicto XVI, sobre cómo será inevitable que resurja el anhelo de Dios en el corazón de cada persona, y cómo esto cambiará la cultura nuevamente, llevándonos de nuevo a un mundo con Dios.   

El mundo se volvió autónomo, y dice Ratzinger que “la pregunta por Dios ya no encuentra lugar en el pensamiento humano”. 

Incluso los fieles se ven como viajeros en un barco que se hunde y se están viendo afectados por un sentimiento de inquietud.

La ciencia parece capaz de develar todos los misterios del mundo natural y nos libera de la necesidad de buscar una explicación más allá del ámbito material. 

No sólo la trascendencia llega a ser vista como superflua, sino que incluso el mensaje cristiano central parece cada vez más ingenuo e increíble.

¿Cómo podría depender toda la historia del cosmos de un hombre, Jesús de Nazaret? 

¿No es ridículo pensar que un hombre nacido en las periferias de Israel hace 2000 años, pueda ser decisivo para el destino de cada persona?

Ratzinger compara la situación de los cristianos que viven en el contexto actual, con la de un payaso que intenta alertar al pueblo de que la carpa del circo está en llamas.

Nadie toma en serio al payaso y su advertencia, porque todos piensan que sus gritos son parte de un acto. 

Y es fácilmente descartado como un personaje al que nadie debería prestar atención. 

Como resultado, nadie intenta detener el fuego y tanto el circo como el pueblo terminan destruidos.

La situación de los cristianos hoy parece similar. 

Ellos también parecen incapaces de hacer que la gente escuche su mensaje. 

Las llamas de una cultura desaparecida están ardiendo, pero nadie parece darse cuenta o preocuparse.

Los cristianos, dice Ratzinger, se enfrentan a la frustrante incapacidad de romper con los patrones de pensamiento aceptados y hacer que la gente reconozca que la fe es un aspecto serio de la vida humana.

?De modo que vivimos en un mundo donde la proclamación de Nietzsche finalmente parece haberse realizado, Dios ha muerto, y la idea misma de la creencia religiosa ahora es «impracticable». 

¿Pero es realmente así?

La gente de hoy experimenta la fe como una carga, con todas sus prácticas, doctrinas y juicios morales, reflexionó Ratzinger. 

Sin embargo, por paradójico que parezca, los días en que vivimos están caracterizados por un anhelo de fe.

El mundo de la economía planificada, de la investigación, del cálculo exacto y de la experimentación, obviamente no es suficiente para satisfacer a las personas.

La gente quiere liberarse de esto tanto como de la fe pasada de moda.

¡Qué llamativo! En un mundo donde los seres humanos deberían haber resuelto finalmente todas sus preguntas y problemas ancestrales.

En el que las posibilidades casi infinitas de distracción y entretenimiento deberían mantenernos ocupados para siempre, y hacer que nos olvidemos de todo lo demás, nuestras vidas todavía están marcadas por una doble insatisfacción. 

La gente está igualmente insatisfecha con la fe, y con el mundo y lo que tiene para ofrecer. 

Y Ratzinger cita a Simone de Beauvoir, quien admite que si en una noche bebe un vaso de más, llora a mares y su viejo anhelo por lo absoluto despierta, y descubre de nuevo la vanidad del esfuerzo humano y la amenazadora cercanía de la muerte.

¡Qué asombroso! 

Ni todo el medio cultural tan hostil a la fe y a la idea de la trascendencia, ni todas las teorizaciones contra la naturaleza religiosa de los seres humanos, y en contra de la moral tradicional en que de Beauvoir vivió, pueden suprimir su corazón por completo. 

En cuanto bajan sus defensas, la inquietud de la naturaleza humana vuelve a imponerse para expresar una “melancolía abismal”, como la llama Ratzinger, que desenmascara las falsas promesas de nuestra época.

En el mismo sentido Lady Gaga canta, “¿Eres feliz en este mundo moderno o necesitas más? ¿Hay algo más que estés buscando?” 

Y Demi Lovato grita “¿Hay alguien que pueda entenderme? Necesito a alguien”. 

La fe no necesita contar con la ayuda de la sociedad, la filosofía o la cultura para mostrar su sensatez, dice Benedicto XVI.

Y se parece más a una expedición a la montaña que a una velada tranquila leyendo frente al fuego.

Pero quien se embarca en esta expedición sabe y experimenta que la aventura a la que nos invita merece la pena.

Y es así como Ratzinger profetizó en 1970 que la Iglesia encontrará su esencia de nuevo.

Las circunstancias obligarán a la Iglesia a despojarse de su pomposa obstinación. 

Necesitamos convertirnos en una Iglesia de los pobres y de los mansos, exhortaba.

Esta crisis y el cambio de época, conlleva un tiempo de prueba.

Profetizó que la Iglesia dejaría de ser un poder social dominante que goza de privilegios, riquezas y prestigio. 

“Nos quedaremos pequeños y tendremos que empezar de nuevo más o menos desde el principio”, pronosticó.

La Iglesia “ya no podrá habitar muchos de los edificios que construyó en la prosperidad”.

Pero el resultado será una Iglesia que se haga “fecunda desde una nueva potencia interior”.

Estamos llamados a convertirnos una vez más en la Iglesia de la fe, no del poder político, donde las personas puedan encontrar su hogar, vida y esperanza más allá de la muerte. 

Un gran poder brotará de esta Iglesia más espiritualizada y simplificada.

Si la Iglesia se deja purificar y volver a las raíces que la crearon, sucederá algo hermoso. 

Porque los seres humanos se encontrarán indescriptiblemente solos en un mundo totalmente planificado.

Sentirán todo el horror de su pobreza. 

Y entonces descubrirán el pequeño rebaño de creyentes como algo completamente nuevo. 

Una respuesta que siempre estuvieron buscando en secreto.

Entonces Ratzinger se pregunta “¿Tiene la fe alguna posibilidad hoy?”.

Y la respuesta es sí, “porque corresponde a la naturaleza de la persona. 

El anhelo por el infinito está vivo e insaciable dentro de los seres humanos.

Ninguna de las respuestas intentadas funcionará, solo Dios corresponde a la cuestión de nuestro ser”. 

En cierto modo, la crisis es una oportunidad para que la novedad traída por Cristo se haga aún más evidente.

Porque todos podemos ver la confusión, la inercia, la soledad, la ira y la desesperación que surgen cuando las personas buscan en todo la felicidad, antes que en Dios. 

En consecuencia, no hay nada más importante para la Iglesia, que presentarse como un poderoso testigo de la promesa de recibir el ciento por uno que Cristo promete.

Por lo tanto, para él la tarea fundamental de los cristianos en una sociedad pluralista como la nuestra, es dar testimonio de la vida nueva que brota del encuentro con Cristo.

Dijo, “no tenemos mayor tesoro que ofrecer a nuestros contemporáneos”.

Y agregó, “Tenemos que reconocer que poco a poco debemos volver a convertirnos. 

Y la verdadera conversión es un acto de vida que se logra con la paciencia de toda una vida. 

Es un acto en el que no debemos perder la confianza y el coraje en el camino”.

Bueno hasta aquí lo que queríamos contar sobre la profecía de Joseph Ratzinger sobre la inevitabilidad de la vuelta del mundo a Dios.

Y me gustaría preguntarte si has experimentado que aún los ateos tienen el anhelo oculto por Dios o no. 

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