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Cómo funciona la Divina Providencia de Dios

¿Qué necesitamos hacer para vivir tranquilos y confiados?

Si creemos que Dios creó, preserva y gobierna el mundo.

Y si pensamos que nada sucede sin la voluntad o el permiso de Dios.

Al punto que están contados los cabellos de nuestras cabezas.

Entonces necesitamos descansarnos en la Divina Providencia.

El Catecismo Católico dice

“Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección…” (CIC 302)

hombre con miedo paranoia

Sin embargo hay una serie de pensamientos humanos que nos impiden descansar en la Divina Providencia.
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Que se relacionan con nuestro afán de darle explicación a cada cosa que sucede en el mundo, sobre las que no encontramos explicación y nos negamos a que queden sin explicación.

Hay miedo a no comprender intelectualmente las cosas.
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Como si la explicación intelectual nos diera seguridad.
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Cuando la seguridad es volcarse permanentemente en “el que gobierna todo”.
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Aunque no entendamos sus razones para cada suceso concreto.

    

CÓMO FUNCIONA LA DIVINA PROVIDENCIA

La divina providencia es el gobierno de Dios por el cual Él, con sabiduría y amor, cuida y dirige todas las cosas en el universo.

La doctrina de la providencia divina afirma que Dios está en control completo de todas las cosas.

Él es soberano sobre el universo como un todo (Salmo 103: 19), sobre el mundo físico (Mateo 5:45).

Sobre los asuntos de las naciones (Salmo 66: 7), sobre el destino humano (Gálatas 1:15).

Sobre los éxitos y los fracasos humanos (Lucas 1:52), y sobre la protección de su pueblo (Salmo 4: 8).

A través de la providencia divina es que Dios lleva a cabo Su voluntad.

Para garantizar el cumplimiento de sus propósitos, Dios gobierna los asuntos de los hombres y trabaja a través del orden natural de las cosas.

Como regla general, para preservar y gobernar el mundo, Dios utiliza las leyes de la naturaleza.

Pero sabemos que Él sigue siendo Dueño y Señor de la naturaleza.

De allí que, cuando así lo decide con su Sabiduría Infinita, puede cambiar las leyes de la naturaleza: cambiar la naturaleza de las cosas creadas, aumentar o disminuir sus fuerzas, sustituir esas fuerzas por su poder divino, etc.

Es decir, Dios puede realizar “milagros” cuando así lo decide.

Las innumerables mediaciones de que Dios se vale -una persona, un libro, un encuentro, una persecución- no eliminan la inmediatez propia de la acción divina.

Estos son los medios por los que Dios realiza su gobierno providencial:

   

Por las leyes físicas, que él imprime y mantiene vigentes en las criaturas

El Señor hizo desde el principio sus obras,

“las ordenó para siempre y les asignó su oficio, según su naturaleza…. y jamás desobedecerán sus mandatos” (Sir 16,27.29).

   

Por las leyes morales, y las iluminaciones y mociones particulares con las que dirige al hombre 

El Señor no solamente creó al hombre, y por las leyes morales “le llenó de ciencia e inteligencia, y le dio a conocer el bien y el mal” (Sir 17:6).

Sino que además obra una y otra vez sobre él; “es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito” (Flp 2:13).

Un ejemplo: el anciano Simeón, “movido por el Espíritu Santo, vino al Templo” y encontró a Jesús (Lc 2:27).

Aquí no hay casualidad, hay providencia.

El hombre carnal atribuye todo lo que hace a sí mismo, a la casualidad o a las causas segundas.

Pero dice verdad la Escritura inspirada cuando afirma que Simeón fue al Templo movido por un Intimo impulso de Dios providente.

Toda nuestra vida está llena de iluminaciones y mociones de Dios.

   

Por la oración de petición

El Señor quiere que pidamos; nos manda pedir, “Pedid y se os dará” (Lc 11:9).

La oración de petición es eficaz.

Pero no lo es porque cambie o fuerce la voluntad de Dios providente, sino porque ayuda a que en el hombre se realice el plan de Dios.

Sin necesidad de grandes especulaciones filosóficas y teológicas, los creyentes siempre han sabido que sus peticiones a Dios eran escuchadas, eran eficaces.

Así Judit, antes de obrar, ora: Señor, “tú ejecutas las hazañas, las antiguas, las siguientes, las de ahora, las que vendrán después…” (Jdt 9:12-14).

Santo Tomás concilia la inmutabilidad de la providencia y eficacia de la oración de petición:

Excluir el efecto de la oración (alegando la inmutabilidad de la providencia de Dios) equivale a excluir el efecto de todas las otras causas.

Así pues, si la inmutabilidad del orden divino no priva a las demás causas de sus efectos, tampoco resta eficacia a la oración.

En consecuencia, las oraciones tienen valor no porque cambien el orden de lo eternamente dispuesto, sino porque están ya comprendidas en dicho orden (S. Contra Gentiles III,96).

   

Por intervenciones extraordinarias y milagrosas

La fe cristiana nos enseña que Dios puede hacer y a veces hace milagros.

Los santos suelen hacer no pocos milagros.

Y es tan ‘normal’ que los hagan, que sin ellos la Iglesia no ‘reconoce’ oficialmente la santidad.

Pues bien, también por modos extraordinarios y milagrosos la providencia de Dios gobierna la vida de los hombres y de los pueblos.

Y si los milagros no son más frecuentes, esto se debe ante todo – como dice Jesús – a nuestra poca fe (Mt 13:57-58; Mc 6:3-6).

La Providencia de Dios dirige el curso de la historia de la humanidad.

Especialmente en la Biblia vemos cómo guió al pueblo de Israel, cómo preparó a la humanidad para la venida del Mesías.

Y  aunque no está escrito y tal vez no nos damos cuenta, sigue también guiando a la humanidad hacia el fin de este mundo terreno y el paso a la eternidad.

  

LA VINCULACIÓN ENTRE MILAGRO Y PROVIDENCIA

La creencia básica cristiana es que Dios es el creador sustentador y redentor de toda la vida en el universo.

Y que actúa sobre y a través de lo creado permanentemente; no es un dios que creó todo y luego lo dejó funcionando mecánicamente como un reloj.

O sea que Dios el creador sostiene, dirige y gobierna a todas las criaturas y cosas desde la más grande hasta la más pequeña según su divina providencia y de acuerdo con su conocimiento infalible en todo momento.

¿Y cómo se diferencia la providencia normal de Dios de un milagro?

Un milagro es el tipo menos común de actividad de Dios e implica una suspensión de las leyes naturales en determinadas circunstancias.

Pero no es más intervención que en la providencia ordinaria, cuando está involucrado en el mundo a través de los procesos naturales.

Cuando alguien se enferma de una gripe es Dios quien lo cura a través de los procesos naturales, pero interviene.

Es así que cuando entendemos que Dios sostiene providencialmente todo la distinción entre lo natural y sobrenatural como que se desvanece.

Porque Dios está involucrado en cada aspecto de la vida en el universo interviniendo decididamente.

Interviene a través de las causas naturales de manera ordinaria e interviene con milagros de forma extraordinaria, suspendiendo el orden natural mediante el cual transcurre su providencia.

Dios puede curar un cáncer a través de medicamentos sin suspender las leyes naturales.

Pero también puede curar un cáncer mediante la desaparición milagrosa del tumor.

En ambos casos estamos hablando de la Providencia Divina.

En un caso la Providencia Divina actúa a través de las leyes naturales y en el otro caso las leyes naturales son suspendidas puntualmente para producir el milagro.

El milagro no implica una actuación de un Dios que hasta ese momento estaba dormido, sino que es una actuación distinta dentro del manejo y mantenimiento de la creación.

De modo que Dios está permanentemente involucrado en los procesos naturales y en los procesos que implican salirse de las leyes naturales.

Pero en ambas formas de actuar se manifiesta la Providencia Divina de Dios.

hombre desesperado

   

EL SEÑOR NOS PIDE CONFIANZA

Para los cristianos el abandono en la Divina Providencia es el punto final de la vida espiritual.
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Donde el creyente se esfuerza por llegar a estar tan lleno de confianza en el plan divino y por el amor por el planificador, que no hay nada más.
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Incluso cuando no entiendan lo que está ocurriendo, o mejor dicho especialmente cuando no entienden lo que está sucediendo.

En este punto comenzamos a vivir en el poder de Dios y comenzamos a habitar en el corazón del amor, que Dante dijo que es el poder que «mueve el sol y las demás estrellas».

Sin embargo, a pesar de la existencia de la Divina Providencia, aún los católicos no se sienten dispuestos a abandonarse a ella.

Porque se niegan a abandonar sus marcos explicativos sobre cada cosa que sucede en el mundo.

Son incapaces de cesar su tendencia de darle una razón a cada cosa que sucede.

El Señor nos pide que confiemos en su Divina Providencia, pues Él está pendiente de todo:

“Entonces no teman, pues hasta los cabellos de sus cabezas están contados. Con todo, ustedes valen más que los pajaritos” (Mt. 10:30-31).

No anden preocupados por su vida con problemas de alimentos, ni por su cuerpo con problemas de ropa.

¿No es más importante la vida que el alimento y más valioso el cuerpo que la ropa?” (Mt. 6:25)

Miren cómo crecen las flores del campo, y no trabajan ni tejen. Pero Yo les digo que ni Salomón, con todo su lujo, pudo vestir como una de ellas.

Y si Dios viste así el pasto del campo, que hoy brota y mañana se echa al fuego, ¿no hará mucho más por ustedes? ¡Qué poca fe tienen!” (Mt. 6:28)

Dios no quiere directamente ningún mal físico, entendido como privación de algún bien físico (por ejemplo, una enfermedad).

Tampoco quiere directamente ninguna carencia, como una privación injusta de la libertad, una situación económica difícil.

Pero permite estos llamados “males” para obtener mayores bienes.

Estos llamados “males” pueden resultar “bienes” cuando los aprovechamos como lo que son: gracias de privación, de sufrimiento, de dolor, para crecer en nuestra vida espiritual.

Así mismo con el pecado. Dios, por supuesto, no quiere el pecado.

Pero también del pecado Dios puede sacar un bien: el arrepentimiento del pecador, para que se manifieste su infinita Misericordia; la humillación de la persona para que crezca en humildad y, por tanto, en santidad.

De allí que San Agustín enseñe:

“El Dios Omnipotente no habría permitido que hubiese mal en sus obras si no fuese tan Omnipotente y Bueno que consiga sacar bien del propio mal”.

   

EL SISTEMA DE CREENCIAS HUMANO QUE NO PERMITE CONFIAR EN LA DIVINA PROVIDENCIA

Cada ser humano, aun los que creen en Dios y en Cristo, tiene un “sistema de creencias” basadas en un cierto conjunto de supuestos que rara vez se examinan.

Sobre esta base de supuestos se construye un ‘mapa’ a través del cual se ve la vida y le da orden y sentido a las cosas que suceden en el mundo.

La humanidad no puede soportar el caos absurdo de cierto nihilismo.

El espíritu humano debe llenar el vacío.

Y nuestra mente está en constante búsqueda de un patrón más profundo que le dé sentido a todo lo que se ve, incluso cuando no sea consciente lo está haciendo.

Sea que lo admitamos o no, la mayoría de nosotros creemos que hay un plan más grande.

Y un patrón subyacente que nos permite explicar lo que sucede en el mundo visible, y que está superpuesto al Plan de Dios o corre paralelo en el mundo.

Entonces en lugar de ver que hay un poder benigno y benévolo, hay “un poder invisible” que se convierte en algo que temer.

Lo más interesante es que este miedo profundamente arraigado existe a menudo dentro de los religiosos que profesan creer en la Providencia Divina.

Su fe y amor a la providencia sigue siendo meramente intelectual de asentimiento a una proposición teológica.

Ellos no están en ninguna relación con la Providencia Divina, sino que recurren a la búsqueda de un patrón subyacente detrás de “lo que no se ve”.

Esta paranoia ha estado con la humanidad en todos los tiempos y tiene muchas formas.

Una de las formas más típicas de la paranoia de estos tiempos es la apocalíptica.

De alguna manera el mundo está a punto de terminar o quizás para recomenzar de nuevo.

amo del mundo

A menudo este pensamiento apocalíptico será presentado dentro de un contexto religioso.

Predicadores buscarán en sus Torás, sus Biblias, sus Coranes, o en las experiencias de los místicos y profetas signos secretos de los últimos tiempos.

Y terminarán con predicciones histéricas del fin del mundo, del castigo, etc., que invariablemente vemos fracasar.

Esta paranoia no es sin embargo peculiarmente religiosa.

Puede ser que tome la forma de teorías del fin del mundo basada en conspiraciones financieras, políticas o racistas, ecológicas, hambrunas…

Para los conservadores los conspiradores pueden ser las familias de banqueros internacionales, los sionistas, los masones, los comunistas, los Illuminati, la CIA, el comunismo o una vasta conspiración de todos ellos trabajando juntos.

Para los progresistas el mundo puede estar controlado por una vasta conspiración de la derecha, o por el problema es el calentamiento global, el desastre nuclear, la sobrepoblación, la discriminación o los ecosistemas mundo que se derrumban.

Todas estas son diferentes formas de paranoia que dan carnadura a la creencia de un “patrón secreto oculto”, que va a causar el colapso de todas las cosas.

Cada artículo de noticias, los hechos de la historia, cada evento en el escenario mundial se interpreta como parte de la visión del mundo paranoide.

Y cuando el hecho no se ajusta a la teoría, se rechaza, ya sea como una mentira o encaja en el inmenso encubrimiento de los hechos que el poder oculto maneja.

Esta forma de ver la realidad es casi imposible de tratar.

El único remedio es la realidad, y la única realidad es la que es la realidad misma de la fe.

La solución es reconocer primero la Divina Providencia y luego cultivar una confianza infantil y obediente en el Planificador Divino.

Luego de lo cual los hechos se irán ordenando según los designios de Dios sin que nosotros añadamos hipótesis conspirativistas o patrones ocultos detrás.

Seguramente viviremos más tranquilos descansando en la Divina Providencia.


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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El Amor Generoso y Providente del Padre, Catequesis de Juan Pablo II

Audiencia del miércoles 24 de marzo de 1999

1. Prosiguiendo nuestra meditación sobre Dios Padre, hoy queremos reflexionar en su amor generoso y providente. «El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina Providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, desde las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 303). Podemos tomar como punto de partida un texto del libro de la Sabiduría, en el que la Providencia divina se pone de manifiesto actuando en favor de una barca en medio del mar: «Es tu providencia, Padre, quien la guía, pues también en el mar abriste un camino, una ruta segura a través de las olas, mostrando así que de todo peligro puedes salvar, para que hasta el inexperto pueda embarcarse» (Sb 14, 3-4).

En un salmo se halla también la imagen del mar, surcado por las naves y en el que viven animales pequeños y grandes, para recordar el alimento que Dios proporciona a todos los seres vivos: «Todos ellos de ti están esperando que les des a su tiempo su alimento; tú se lo das y ellos lo toman, abres tu mano y se sacian de bienes» (Sal 104, 27-28).

2. La imagen de la barca en medio del mar representa muy bien nuestra situación frente al Padre providente, el cual, como dice Jesús, «hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5, 45). Sin embargo, frente a este mensaje del amor providente del Padre surge espontánea la pregunta: ¿cómo se puede explicar el dolor? Y es preciso reconocer que el problema del dolor constituye un enigma ante el cual la razón humana queda desconcertada. La Revelación divina nos ayuda a comprender que Dios no lo quiere, puesto que entró en el mundo a causa del pecado del hombre (cf. Gn 3, 16-19). Lo permite para la salvación misma del hombre, sacando bien del mal. «Dios todopoderoso (…), al ser sumamente bueno, no permitiría nunca que cualquier tipo de mal existiera en sus obras, si no fuera suficientemente poderoso y bueno como para sacar bien del mismo mal» (san Agustín, Enchiridion de fide, spe et caritate, 11, 3: PL 40, 236). A este respecto, son significativas las palabras tranquilizadoras que dirigió José a sus hermanos, los cuales lo habían vendido y ahora dependían de su poder: «No fuisteis vosotros los que me enviasteis acá, sino Dios (…). Aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir, como hoy ocurre, a un pueblo numeroso» (Gn 45, 8; 50, 20).

Los proyectos de Dios no coinciden con los del hombre; son infinitamente mejores, pero a menudo resultan incomprensibles para la mente humana. Dice el libro de los Proverbios: «Del Señor dependen los pasos del hombre: ¿cómo puede el hombre comprender su camino?» (Pr 20, 24). En el Nuevo Testamento, san Pablo enuncia este principio consolador: «En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8, 28).

3. ¿Cuál debe ser nuestra actitud frente a esta providente y clarividente acción divina? Desde luego, no debemos esperar pasivamente lo que nos manda, sino colaborar con él, para que lleve a cumplimiento lo que ha comenzado a realizar en nosotros. Debemos ser solícitos sobre todo en la búsqueda de los bienes celestiales. Éstos deben ocupar el primer lugar, como nos pide Jesús: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia» (Mt 6, 33). Los demás bienes no deben ser objeto de preocupaciones excesivas, porque nuestro Padre celestial conoce cuáles son nuestras necesidades; nos lo enseña Jesús cuando exhorta a sus discípulos a «un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 305): «Vosotros no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis inquietos. Que por todas esas cosas se afanan las gentes del mundo; y ya sabe vuestro Padre que tenéis de ellas necesidad» (Lc 12, 29-30).

Así pues, estamos llamados a colaborar con Dios, mediante una actitud de gran confianza. Jesús nos enseña a pedir al Padre celestial el pan de cada día (cf. Mt 6, 11; Lc 11, 3). Si lo recibimos con gratitud, espontáneamente recordaremos también que nada nos pertenece, y debemos estar dispuestos a donarlo: «A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames» (Lc 6, 30).

4. La certeza del Amor de Dios nos lleva a confiar en su Providencia paterna incluso en los momentos más difíciles de la existencia. Santa Teresa de Jesús expresa admirablemente esta plena confianza en Dios Padre providente, incluso en medio de las adversidades: «Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta» (Poesías, 30).

La Escritura nos brinda un ejemplo elocuente de confianza total en Dios cuando narra que Abraham había tomado la decisión de sacrificar a su hijo Isaac. En realidad, Dios no quería la muerte del hijo, sino la fe del padre. Y Abraham la demuestra plenamente, dado que, cuando Isaac le pregunta dónde está el cordero para el holocausto, se atreve a responderle: «Dios proveerá» (Gn 22, 8). E, inmediatamente después, experimentará precisamente la benévola Providencia de Dios, que salva al niño y premia su fe, colmándolo de bendición.

Por consiguiente, es preciso interpretar esos textos a la luz de toda la Revelación, que alcanza su plenitud en Jesucristo. Él nos enseña a poner en Dios una inmensa confianza, incluso en los momentos más difíciles: Jesús, clavado en la Cruz, se abandona totalmente al Padre: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46). Con esta actitud, eleva a un nivel sublime lo que Job había sintetizado en las conocidas palabras: «El Señor me lo dio; el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor» (Jb 1, 21). Incluso lo que, desde un punto de vista humano, es una desgracia puede entrar en el gran proyecto de amor infinito con el que el Padre provee a nuestra salvación.

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La Oración puede cambiar el curso de los acontecimientos: casos concretos

Aquí hay historias de vida, casos cotidianos y milagrosos que han sucedido a personas notorias y por eso se difunden más, pero le sucede a todos los que piden con fe. Dios actúa con amor, cuando se lo pedimos con fe. Dios es el Señor de la historia y del universo. Nada ocurre sin su consentimiento; pero, para que actúe a nuestro favor, debemos pedirlo, porque no quiere obrar en contra de nuestra voluntad.

Realmente, Dios es maravilloso y amoroso con sus queridos hijos. Por eso, desea que le pidamos lo que necesitamos con toda confianza: Pedid y se os dará (Mt 7,7). Si vosotros, siendo malos, dais cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a quien se las pide! (Mt 7,11). Dios quiere que le pidamos, pero también quiere que compartamos lo que tenemos para poder darnos el ciento por uno. Cada uno dé según se ha propuesto en su corazón, no de mala gana ni obligado, que Dios ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios para acrecentar en vosotros toda clase de gracias, para que, teniendo siempre y en todo lo bastante, abundéis en toda obra buena (2 Co 9,7-8).  

Ciertamente, en algunos casos, Dios actúa de modo extraordinario en nuestra vida por medio de milagros o de sucesos fuera de lo común. Pero lo normal es que actúe de modo sencillo. Por lo cual, no debemos esperar cosas milagrosas en nuestra vida. Dios nos las puede dar, si es lo más conveniente para nosotros, pero no debemos desearlas ni pedirlas, sino en la medida en que sean la voluntad de Dios para nosotros.

En una estación del metro de Milán, alguien escribió: Dios es la respuesta. Después de algunos días, alguien volvió a escribir: ¿cuál es la pregunta? La pregunta para saber que Dios es la respuesta es: ¿cuál es el sentido de tu vida? Pero todavía muchos jóvenes y no tan jóvenes no han encontrado la respuesta al sentido de su vida y viven errantes por un mundo, que los ciega con su afán de placer y los aparta de Dios.

Por eso, es importante descubrir el amor de Dios en las pequeñas cosas de la vida: en una flor, en una puesta de sol, en el murmullo de las hojas de los árboles, en la sonrisa de un niño, en un paisaje hermoso, en un pájaro… ¡Hay tantas cosas a través de las cuales uno puede descubrir a Dios! A veces, el amor desinteresado de otras personas, especialmente familiares, nos puede ayudar a descubrir que Dios nos ama. Para él, no somos un número más en la lista de los millones de seres humanos, que habitan el planeta. Para él cada uno, es un ser único e irrepetible y tiene una plan maravilloso para cada uno.

Dios nos ama con un amor personalizado. Por eso, quiere que nosotros lo amemos personalmente y le hablemos y le pidamos lo que necesitamos. Es decir, quiere que oremos, pues, como un Padre bueno, no quiere regalarnos a la fuerza sus dones. Quiere que los deseemos y los pidamos: Pedid y recibiréis.

 

LO QUE LE DICE EL PADRE A SANTA CATALINA DE SIENA

Santa Catalina de Siena, en su obra El diálogo, nos habla de lo que le dice el Padre Dios sobre la providencia divina:

Manifesté mi providencia, de modo general, por medio de la ley de Moisés y por muchos otros santos profetas del Antiguo Testamento… Después de ellos, mi providencia envió al Verbo, que fue vuestro mediador entre mí, Dios eterno, y vosotros. Le siguieron los apóstoles, mártires, doctores y confesores, como te he dicho en otro lugar. Todo esto lo hizo mi providencia y te repito que, del mismo modo, proveerá hasta el fin… Todo lo doy a través de mi providencia: la vida y la muerte, la sed, la pérdida de posición social, la desnudez, el frío, el calor, las injurias, los escarnios y las villanías. Todas estas cosas permito que las hagan los hombres. No que yo sea el autor del mal o de la mala voluntad de los que hacen el mal… Parecerá alguna vez al hombre que el granizo, la tempestad, el rayo que yo envío sobre una criatura, es una crueldad, juzgando que no he mirado por su salud; y lo he hecho para librarle de la muerte eterna, aunque piense lo contrario… Todo lo que hago lo llevo a cabo con providencia, buscando siempre únicamente la salvación del hombre…  

Yo soy la providencia suprema que nunca falta ni en el alma ni en el cuerpo a los que confían en mí. ¿Cómo puede sospechar el hombre que me ve alimentar al gusano en el interior de un madero seco, apacentar a los animales, dar de comer a los peces del mar, a todos los animales de la tierra y a los pájaros del aire, que envío el sol sobre las plantas y el rocío que empapa la tierra, ¿cómo cree que no le voy a dar el alimento a él que es mi criatura, formada a mi imagen y semejanza? Todo lo ha creado mi bondad para su servicio. Por eso, a cualquier parte que mire, espiritual o temporalmente, no encontrará otra cosa que el fuego y la grandeza de mi amor con la mayor y más perfecta providencia… Infinitas son las maneras de la providencia que empleo con el alma pecadora para sacarla de la culpa del pecado mortal… Y, si vuelves la vista al purgatorio, encontrarás en él mi dulce e inestimable providencia en aquellas pobres almas, que perdieron el tiempo por ignorancia… Te voy a explicar ahora algo sobre los modos que tengo de socorrer a mis servidores que confían en mí… A veces, los purifico con muchas tribulaciones para que den mejor y más suave fruto (espiritual). ¡Oh, cuán suave y dulce es este fruto y de cuánta utilidad para el alma que sufre sin culpa! Si ella lo entendiese, no habría nada que con celo y alegría no lo intentase sufrir.  

¿Te acuerdas de aquella alma que, llegando a la iglesia con grandes deseos de comulgar y acercándose al ministro que estaba en el altar, él respondió que no le daría la comunión? Creció en ella el llanto y el deseo, y en el ministro, cuando llegó el ofertorio del cáliz, el remordimiento de conciencia. Y como yo trabajaba dentro de aquel corazón, el ministro lo manifestó, diciendo al monaguillo: “Pregúntale, si quiere comulgar, que le daré la comunión”. Yo lo había permitido para hacerla crecer en fidelidad y esperanza… Recuerda a tu glorioso Padre Domingo, cuando hallándose los hermanos en necesidad, habiendo llegado la hora y no teniendo qué comer, mi amado servidor Domingo, confiando en mi providencia, dijo: Hijos, poneos a la mesa. Obedeciendo los hermanos a su mandato, se pusieron a las mesa. Entonces, yo que socorro a quien confía en Mí, envié dos ángeles con pan blanquísimo, en tanta abundancia, que tuvieron para muchos días…  

Algunas veces, proveo multiplicando una pequeña cantidad, que no alcanzaría para ellos, como sabes de la dulce virgen santa Inés (de Montepulciano)… Ella fundó un monasterio y en él reunió, al principio, a dieciocho doncellas sin nada, sólo con mi providencia. Una vez, entre otras, permití que durante tres días estuvieran sin pan, únicamente con verduras. Si me preguntas: ¿Por qué las tuviste de ese modo, cuando acabas de decirme que jamás faltas a tus siervos que esperan en ti y sufren necesidad?, te respondería que lo hice y permití para embriagarlas de mi providencia, a fin de que por el milagro que después siguió, tuviesen materia para poner su principio y fundamento en la luz de la fe. A quien ocurriese algo semejante o distinto, sepa que en aquella verdura o en otra cosa, ponía, daba y doy una disposición para el cuerpo humano de modo que se sentirá mejor con ella y, algunas veces, sin nada en absoluto, que lo que estaba antes con pan o con otras cosas que se dan para la vida del hombre.  

Estando Inés volviendo los ojos de su espíritu hacia mí con la luz de la fe, dijo: “Padre y Señor mío, esposo eterno, ¿me has hecho sacar a estas hijas de las casas de sus padres para que mueran de hambre? Provee, Señor, a su necesidad”. Yo mismo era quien la hacía que pidiera. Me alegraba, comprobando su fe y su humilde oración, que me era grata. Extendí mi providencia a lo que me pedía y, por inspiración, hice que una persona le llevase cinco panecillos. Se lo manifesté al espíritu de Inés y ella dijo, volviéndose a las hermanas: “Id, hijas mías, contestad al torno y tomad el pan”. Le di tanto poder al partir el pan que todas se saciaron y recogieron tanto del que había en la mesa, que tuvieron cumplidamente para satisfacer con abundancia la necesidad del cuerpo… Enamórate, hija, de mi providencia.

 

CASOS EXTRAORDINARIOS

Dios puede intervenir en los acontecimientos del mundo, de modo que puede inclinar la balanza al lado de los que le piden ayuda y protección. Un ejemplo concreto es el caso de santa Clara de Asís. Una mañana de setiembre de 1240, llegaron los sarracenos y entraron hasta el claustro del convento. Dice Celano que Clara sin temor, manda, pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la coloquen frente a los enemigos, llevando ante sí la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil donde se guarda con suma devoción el Cuerpo del Santo de los Santos (LC 1,21). Una de las religiosas, testigo del acontecimiento, dijo en el Proceso de su canonización que una vez que entraron los sarracenos al claustro del monasterio, madonna Clara se hizo conducir hasta la puerta del refectorio y mandó que trajesen ante ella un cofrecito, donde se guardaba el Santísimo sacramento del Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo y, postrándose en tierra en oración, rogó con lágrimas diciendo: “Señor, guarda Tú a estas siervas tuyas, pues yo no las puedo guardar”. Entonces, la testigo oyó una voz de maravillosa suavidad que decía: Yo te defenderé siempre… Entonces, la dicha madonna se volvió a las hermanas y les dijo: “No temáis, porque yo soy fiadora de que no sufriréis mal alguno ni ahora ni en el futuro, mientras obedezcáis los mandamientos de Dios”. Y los sarracenos se marcharon sin causar mal ni daño alguno (Proceso 9,2).

Todos los testigos expresan el rechazo milagroso de los sarracenos ante la oración de Clara ante el Santísimo sacramento. Por eso, la piedad popular la ha representado siempre con una custodia en la mano. Dios la salvó y salvó a su convento e, incluso, a la ciudad de Asís. Pero, al año siguiente, se volvió a repetir algo parecido.

Vital de Aversa amenazó de nuevo la ciudad de Asís y Clara movilizó a sus hermanas en oración y penitencia para obtener la protección de Dios. Dice una testigo que después de haberse echado ceniza en la cabeza como señal de penitencia, mandó a todas a la capilla a hacer oración. Y, de tal modo lo cumplieron, que, al día siguiente, de mañana, huyó aquel ejército roto y a la desbandada (Proceso 9,3).

Como vemos, la oración hecha con fe es capaz de cambiar el curso normal de los acontecimientos por el poder de Dios, para bien de los que le aman.  

También en la vida de santa Rosa de Lima se cuenta algo parecido. El 21 de julio de 1615, una expedición de piratas holandeses al mando de Jorge Spilbergen, había derrotado a la armada virreinal frente a Cañete y se dirigía al puerto del Callao para apoderarse de Lima, que estaba con poca protección. Rosa de Lima oró con fervor y la población consiguió rechazar con éxito a los piratas, que tuvieron que huir a las naves sin hacer ningún daño a la ciudad.

Otro suceso, que he leído en diferentes libros y revistas, se refiere a la vida del santo Padre Pío de Pietrelcina. Durante la segunda guerra mundial, varias veces, quisieron los aliados bombardear san Giovanni Rotondo, el pueblo donde él vivía, pero no pudieron. Algunos aviadores contaban que, cuando estaban llegando al lugar, se les aparecía en las nubes el Padre Pío, y con mala cara les decía que se fueran. Alguno de ellos lo reconoció después de la guerra al verlo personalmente.

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Y ¡cuántas veces Dios detiene el curso normal de las enfermedades y sana milagrosamente a aquéllos por quienes se reza con fe! Por eso, podemos decir sin temor a equivocarnos: La oración hecha con fe realiza milagros. Dios hace milagros cuando se lo pedimos con fe y amor. Muchos se sanan por sus oraciones o las de sus familiares. Otros se mueren, porque no hay quien rece por ellos. Muchos lugares de la tierra se salvan de graves peligros de guerras o epidemias o catástrofes naturales por la oración de sus habitantes.  

Recordemos el éxito de la batalla de Lepanto contra los mahometanos, el 7 de octubre de 1571, por el rezo del rosario en toda la cristiandad por iniciativa del Papa san Pío V.

Otro suceso, entre miles que se podrían citar. El 25 de agosto de 1675, 6.000 polacos derrotaron a 300.000 turcos, que asediaban la ciudad de Lwow en Polonia. La victoria fue atribuida a la intercesión de María. Aquel día, todo el pueblo se había reunido en oración y vio cómo el cielo se nubló de improviso y un extraño temporal se avalanzó contra el ejército enemigo con granizo, rayos, truenos y relámpagos, que los hizo huir despavoridos.

En la guerra francoprusiana de 1871, en el pueblo de Pontmain, la Virgen se apareció a dos niños. En ese pueblo, toda la población oraba para ser protegida del avance alemán. El párroco había consagrado a la Virgen María a los 38 jóvenes que fueron a la guerra y que regresaron sanos y salvos. Los alemanes no entraron en el pueblo. En la guerra de 1914, igualmente, la Virgen protegió el pueblo. Y, en la segunda guerra mundial, todos sus soldados regresaron del frente con vida.

 

PROVIDENCIA Y MILAGROS

Nunca me olvidaré de lo que dijo una vez una madre de familia: Muchos niños mueren, porque sus padres no rezan. De la misma manera, podríamos decir que muchos milagros no ocurren y muchos enfermos no se sanan, porque no se reza. Orar es darle permiso a Dios para que intervenga en nuestra vida para nuestro bien. Y, entonces, muchas cosas buenas suceden que, de otro modo, podrían normalmente llevarnos a la muerte o a la invalidez o al desastre total.

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Ya hemos hablado de casos extraordinarios, milagrosos, obrados por Dios. Pero la intervención de Dios debería ser normal, aun en casos extremos, si tuviéramos fe y se lo pidiéramos con confianza de hijos.

La Madre Briege Mckenna ha escrito un libro Los milagros sí ocurren”, donde relata casos de curaciones extraordinarias, producidas por la fe. Dice que un día llevaron a un niño que sufría de quemaduras muy severas y de ampollas en todo su cuerpo. Recuerdo haber pensado: ¡Dios mío, no hay realmente nada que hacer! Está muy mal. No tenemos médicos ni medicinas aquí. Oramos por el pequeño y, después, el sacerdote le dijo a la anciana mujer que lo había llevado a la misa: “Déjalo ahí y comencemos la celebración de la misa”… Al terminar la misa, fui a ver cómo estaba el niño. Lo habían colocado debajo de la mesa, que sirvió de altar, pero ya no estaba ahí. Yo le pregunté a la mujer: ¿Dónde está? Ella me señaló un grupo de niños que jugaban ahí cerca. Vi al niño y se veía muy bien. No había nada malo en él. Y le pregunté: ¿Qué le pasó? Y la anciana me miró y me dijo: “¿Cómo que qué le pasó? ¿Acaso no vino Jesús?”.

Sí, Jesús Eucaristía es la mayor fuente de milagros en cualquier lugar del mundo y no sólo en los grandes santuarios marianos como Lourdes o Fátima.

Otro día le telefoneó un joven sacerdote para que orara por él, porque tenía cáncer en las cuerdas vocales y dentro de tres semanas debían operarlo para extirparle la laringe. Ella le dijo: Padre, cada día, cuando celebra la misa y consume la hostia consagrada, usted se encuentra con Jesús. Usted toca a Jesús y lo recibe en su cuerpo y no sólo como la mujer hemorroísa que le tocó el borde del manto. Pídale a Jesús Eucaristía que lo sane.  

Tres semanas después, ingresó al hospital para ser operado. Me llamó más tarde para decirme que la cirugía no se realizó. Los médicos descubrieron que el cáncer había desaparecido y sus cuerdas vocales estaban como nuevas.

He conocido sacerdotes extraordinarios como el padre Emiliano Tardif o el padre James Manjackal con un ministerio extraordinario de sanación de enfermos. Dios ha obrado maravillas a través de ellos. Y así otros más.

Y Dios sigue obrando maravillas en la medida de nuestra fe y de nuestra confianza en Él. Recuerdo al padre Feliciano Díez, agustino recoleto, que siempre contaba que, cuando era un niño, estaba gravemente enfermo con las piernas paralizadas. Su padre lo llevó al santuario de la Virgen del Pilar de Zaragoza a rezar por él. Al día siguiente al despertar, estaba completamente curado.

Un joven sacerdote de Lima me contaba que, cuando era un bebé, estuvo muy grave con una fuerte neumonía. Como sus padres vivían en la Sierra del Perú y no había médico ni posibilidades de llevarlo al hospital más cercano, su madre lo llevó a la iglesia y lo consagró a la Virgen, ofreciéndoselo para que, si se sanaba, fuera sacerdote. A los tres días, sin ninguna medicina, estaba totalmente curado. Siendo joven, no estaba muy dispuesto a ser sacerdote; pero, poco a poco, el Señor lo guió al Seminario y se ordenó de sacerdote con 29 años el 7 de marzo de 2004. Su nombre Iván Luna.

El padre Giovanni Salerno. Dice:

Durante mis años de misionero he visto muchos milagros. Hablo de milagros extraordinarios, no sólo de curaciones de una fuerte fiebre o cosas parecidas, sino incluso de enfermedades o traumas que necesitaban de una intervención quirúrgica. Jamás olvidaré el caso de Justo, quien cayendo del caballo se había roto la espina dorsal. El curandero lo curaba con orines sedimentados, mezclados con hojas de coca. Y esto, durante dos largos meses. ¡Es fácil imaginarse la infección que resultó!… En la espina dorsal de Justo hormigueaban los gusanos. Le faltaban al menos tres kilos de carne: sus muslos habían desaparecido completamente, consumidos por la enfermedad. En su lugar, había como una caverna… Preferí no tocarlo en absoluto. Dije: “No puedo hacer nada. Si tienes fe (le dije a su madre), Dios te ayudará”. Y ella me dijo: “¿Qué tengo que hacer para tener fe y conseguir este milagro? Ya no tengo nada: el curandero ya se ha llevado mis gallinas y mis cuyes”. Para conseguir el milagro, le dije, sólo debes pedírselo a Dios: no se necesita dinero ni animalitos, sino solamente rezar con fe. Reza tres Avemarías, pidiéndole a la Virgen Santísima que te haga el milagro…  

A los tres días, fui a visitarlo y ¡cuál no sería mi asombro, cuando constaté que Justo tenía abundante carne, donde antes sólo se veía una especie de caverna! Y era carne tierna y rosada como la de un recién nacido. Me quedé boquiabierto, preso de escalofrío. Al quinto día, Justo volvió a su condición de salud más que normal.  

Teodosia tenía un brazo roído por la uta, un tipo de lepra que despedía un olor pestilente. Yo había preparado el instrumental quirúrgico para amputárselo y me decía a mí mismo: ¿Qué hago? Amputándole el brazo la volveré aún más pobre. Entonces, con miras a ganar un poco de tiempo para decidir mejor cómo proceder, le dije: Mañana vienes para que te haga la operación de amputarte el brazo. Al despedirme, le dije: “¿Por qué no le pides a la Virgen María que te haga el milagro?”.  

Ella me preguntó: ¿Qué debo hacer? Le di un poco de agua santa de Lourdes, diciéndole: “Tómala y, durante la noche, pídele a la Virgen María que te haga este milagro”. Al día siguiente, la estuve esperando, decidido a amputarle el brazo… De pronto, escuché una algarabía creciente en las afueras del dispensario. Era Teodosia, que, inconteniblemente feliz, enseñaba su brazo a los demás enfermos que la rodeaban y les decía: “Miren mi brazo. Hasta ayer lo han visto cómo se caía a pedazos y apestaba. Ahora está sano”. Y sobre sus hombros cargaba un corderito como regalo.  

Basilio, un niño de nueve años, sufría de hidrocele. Esta infección se había extendido a todo su cuerpo, de forma que parecía una gran pelota inflada. En cualquier parte de su piel, donde se apoyara un dedo, éste se hundía. Le suministré cierto tipo de medicinas, pero inútilmente: el muchacho no se curaba, sino que, por el contrario, empeoraba cada vez más… Le dije a su madre, entregándole un poco de agua bendita: “Pídele este milagro a la Virgen María. Ninguna medicina puede curarlo”.  

Al día siguiente, vino su madre y me dice: “Basilio tiene hambre. Tienes que darme algo de comida”… Fui a la cabaña de Basilio. No podía creer lo que estaba viendo. Todo había vuelto a la normalidad. En el dispensario volví a examinarlo con mayor rigor y tuve que admitir que Basilio se había curado..  

Un día llegué a Coyllurqui al anochecer. Me trajeron a un cabo de la guardia civil tendido sobre una camilla improvisada. Los parientes que lo cargaban, me dijeron que, desde hacía ocho días, no comía y que echaba continuamente sangre por la boca. También en mi presencia siguió arrojando sangre hasta llenar una vasijita. Estaba realmente muy grave y yo no tenía medicinas ni siquiera para cortar la hemorragia…  

La mujer del enfermo me suplicaba que hiciera todo lo posible para salvarlo. Entonces, tuve que hablarle muy claro, diciéndole que se necesitaba un milagro de la Virgen María para poderlo curar. Debo decir que, curando a los enfermos, he recurrido siempre mucho a la medalla milagrosa y también en este caso les hablé al enfermo y a su mujer de las grandes gracias que la Virgen Santísima concede a los que con mucha fe llevan consigo su medalla milagrosa. Viendo la viva fe de los dos, puse la medalla milagrosa al cuello del enfermo y, junto con su esposa, recitamos tres Avemarías.  

Hacia la medianoche, un fuerte estruendo, proveniente de la verja del dispensario, me despertó sobresaltado, mientras un extraño calor inundaba mi habitación. Me levanté a toda prisa para comprobar qué había sucedido, pero pensé que lo que había provocado aquel estruendo podía haber sido uno de los hijos del enfermo al visitar a su padre.  

A la mañana siguiente, fue grande mi asombro, cuando lo encontré sentado sobre la cama. ¡Estaba comiendo un buen trozo de pollo! Con calma me contó que hacia medianoche, la Señora representada en la medalla milagrosa le había visitado y le había tocado la frente y él había sanado inmediatamente. Más adelante quiso que le diera una gran cantidad de aquellas medallas para dar a conocer a todos el poder misericordioso y materno de la Virgen María. ¡Cuántos kilos de medallas milagrosas hemos repartido entre los pobres! Podría narrar muchos otros prodigios obrados por la Virgen Santísima por medio de la medalla milagrosa, cuando ésta se lleva puesta con mucha fe.

La Madre Teresa de Calcuta contaba en una ocasión: Uno de nuestros doctores, oculista, trabaja mucho con nuestros pobres y es muy amable con ellos. Dedica dos horas diarias a ellos. Durante esas dos horas no atiende a nadie más que a los pobres, todo gratis: consulta, lentes, medicinas… Un día me dijo: “Madre, tengo un cáncer maligno y dentro de tres meses moriré”.  

Fue a USA y le dijeron lo mismo. Regresó a Calcuta y su familia lo llevó al hospital. Fui a visitarlo al hospital, llevé una medalla de la Virgen Milagrosa y le pedí que dijera: “María, Madre de Jesús, dame la salud”.  

Encargué a su familia que rezara también a Nuestra Señora. A pesar de ser una familia hindú, debieron rezar con mucha fe. Después de tres meses, tiempo al cabo del cual supuestamente tenía que morir, el oculista vino a mi casa y me dijo: “Madre, fui al doctor, me examinó con rayos X, me hizo análisis y no encontró ni rastro del cáncer”. Un auténtico milagro. Ahora lleva una cadenas al cuello con la medalla milagrosa.

Dios hace milagros con las cosas más sencillas, cuando hay fe. Santa Margarita María de Alacoque, a veces, escribía en un pequeño papel Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío y lo hacía tomar al enfermo para que sanara.

De san Juan Bosco se cuenta que desde que estaba en el Seminario, se valía de una estratagema para ayudar a los enfermos con la invocación de María. Consistía en repartir píldoras de miga de pan o bien sobrecitos con una mezcla de azúcar y harina, imponiendo a los que recurrían a su ciencia médica, la obligación de acercarse a los sacramentos, rezar un número determinado de Avemarías a la Virgen o la Salve. La prescripción de las medicinas y de las plegarias eran de tres días, a veces de nueve. Los enfermos, incluidos los más graves, se curaban.  

¡Cuántos prodigios sigue obrando nuestro buen Dios entre la gente que tiene fe! Dios ama a todos, porque para él, ricos o pobres, sabios o ignorantes, todos son sus hijos y a todos ama con amor infinito y a todos quiere bendecir con abundantes gracias y milagros.

 

MILAGROS COTIDIANOS

La providencia de Dios se manifiesta hasta en los más pequeños detalles de la vida. Veamos algunos ejemplos..

Un día, Chiara Lubich, la fundadora del movimiento de los focolares, se encontró por la calle con un pobre que le dice: ¿Puede darme un par de zapatos número 42? ¿Cómo encontrar en plena guerra (era el año 1943), cuando faltaba de todo, un par de zapatos? ¿Y además tan preciso?  

Chiara divisa una iglesia allí cerca y entra. Estaba vacía, pero la lucecita roja indica que allí esta Jesús. Y le pide de rodillas: Jesús, dame un par de zapatos de número 42 para ese pobre.  

A la salida, abre la puerta y ve una señora conocida, que le pone un paquete en las manos, diciéndole: Para tus pobres. Lo desenvuelve y era un par de zapatos del número 42.

Otro día Chiara estaba preparando la comida, cuando llaman a la puerta. Era una mujer pobre que pedía ayuda para su familia. Chiara fue y sacó de un cajón un sobre que contenía la cantidad necesaria para pagar el alquiler, el gas y la luz del mes, y se lo dio a la mujer. Luego le dijo a Jesús: Te dejo el sobre abierto, mira tú cómo llenarlo para que podamos pagar lo que debemos. Y siguió trabajando.

Al poco rato, llega Natalia, una de sus primeras compañeras, corriendo en bicicleta y le dice: Esta mañana me han subido el sueldo y se me ha ocurrido traerlo inmediatamente por si te hace falta. Era el doble de lo que Chiara había dado.

Una mañana Chiara comentó con nosotras: No tenemos ni un céntimo ni para desayunar. Pero Jesús es nuestro esposo. Él se ocupará… De vuelta a casa, nos encontramos la mesa puesta y, al lado de las tazas, una jarra de leche, un pan con pasas y un paquete de cacao. Más tarde, nos enteramos de que una señora mayor, vecina nuestra, nos había querido dar esta sorpresa. Y como la llave estaba colgada al lado de la puerta, había entrado.

Un día le llegó a Chiara Lubich la cuenta de la intervención quirúrgica de una focolarina y de su estancia en el hospital. Eran cien millones de liras. La verdad es que se llevó un susto. Pero, como siempre, confió esta preocupación a la providencia de Dios. Justo en esos días, una adherente al movimiento de los focolares recibió una herencia. A sus hijos les dio la casa y a Chiara el dinero contante: Exactamente, cien millones de liras.

Había llegado al focolar un par de zapatos de señora, nuevos, bonitos, de tacón alto, pero pequeñísimos, de número 33. ¿A quién le podrán hacer falta? me pregunté. Al poco rato, llaman a la puerta, es Vilma, una mujer joven, muy pobre, que viene a vernos de vez en cuando con su niña. Vilma es menuda, muy pequeña. Le miro instintivamente los pies, y le ofrezco los zapatos. Con gran alegría suya, le van que ni pintados.

Un sacerdote nos contó que deseaba ir a Italia a un encuentro para sacerdotes del movimiento de los focolares, pero no tenía dinero. Entonces, se encomendó a la providencia, pensando: Si es voluntad de Dios, Él me mandará el dinero.

Un día, al abrir el correo, sacó un sobre con un cheque: Era de la diócesis, que le comunicaba la muerte de un sacerdote anciano, que deseaba dejar una suma de dinero al sacerdote más pobre de la diócesis y el obispo había pensado en él. Contenía, exactamente, el dinero necesario para el viaje.

El cardenal Ersilio Tonini dice que un día lo llamó por teléfono el arzobispo de Gitega, en Burundi, para pedirle ayuda para construir una clínica de maternidad en Gitega, donde la mortalidad infantil era muy alta. Al día siguiente, llega una señora de Forlí, cuya hija se había suicidado y le da el dinero de la venta del piso de su hija. Con él pudo atender la petición del arzobispo de Gitega y, al año siguiente, fue construida la clínica de maternidad. Pareciera que el Señor hubiera dispuesto las cosas para que todo llegara a feliz término en el mínimo plazo posible. Dios se preocupaba también de aquellos niños burundeses, que tanto necesitaban, y lo hacía a través del cardenal Ersilio Tonini.

EJEMPLOS DE VIDA

CARLO CARRETTO

Carlo Carretto era un religioso que soñaba con fundar un convento en los Alpes y una inyección mal puesta lo dejó cojo para toda la vida. Y en vez de ir a los Alpes, se fue 10 años al desierto del Sahara, donde, en el silencio y la soledad, aprendió a amar más a Dios y escribió libros hermosos, que se leen en todo el mundo. Por eso, pudo escribir: Ahora le doy gracias a Dios por lo que ha hecho conmigo y por mi pierna coja que estoy arrastrando con un bastón desde hace treinta años.

Con toda seguridad, muchos santos no lo hubieran sido nunca, si Dios no hubiera permitido en su vida fracasos o enfermedades, que les hicieran acercarse más a Él. Muchos más se acercan a Dios a través de los sufrimientos que a través de la vida sana y placentera. Por eso, debemos agradecer a Dios muchas de sus intervenciones dolorosas en nuestra vida, porque nos ha hecho madurar y crecer espiritualmente mucho más en unos meses de enfermedad que en años de vida sana y normal.

Dice Carlo Carretto: Dios nunca está ausente de nuestra vida ni puede estarlo. En Él vivimos, nos movemos y existimos (Hech 17,28). Pero ¡cuántos actos de fe para aprender a navegar por el mar de Dios a ojos cerrados y con la convicción de que, si nos hundimos, nos hundimos en Él, en el divino y eterno Presente! Dichoso el que aprende a vivir esta navegación en Dios y sabe permanecer sereno, aun cuando arrecia la tempestad.

Sí, dichoso el hombre que sabe que Dios es el compañero de la vida, que nunca lo dejará solo, y que le sigue diciendo a todas horas y, especialmente, en los momentos más difíciles de la vida: Yo nunca te dejaré ni te abandonaré (Jos 1,5). Por eso, no tengas miedo ni te acobardes, porque Yahvé tu Dios estará contigo dondequiera que tú vayas (Jos 1,9).

 

NGUYEN VAN THUAN

Nguyen van Thuan, siendo ya obispo, estuvo en una cárcel vietnamita trece años, de los cuales nueve años en régimen de aislamiento total. El día que lo apresaron, el 15 de agosto de 1975, llevaba un rosario en el bolsillo. Dice: Durante el viaje a prisión, me di cuenta de que sólo me quedaba confiar en la providencia de Dios.

En la cárcel pasó mucha hambre y muchos momentos de enfermedad y de tristeza, de los que nunca pensó que pudiera salir vivo; pero la providencia de Dios velaba sobre él. Por eso, pudo decir después de liberado: En mi vida, que ha sido larga y accidentada, he hecho esta experiencia: si sigo fielmente, paso a paso, a Jesús, Él me conduce a la meta. Caminaréis por senderos imprevisibles, a veces, tortuosos, oscuros, dramáticos, pero tened confianza: ¡Estáis con Jesús! Arrojad sobre Él todas vuestras ansias y preocupaciones.

El año 2000 dio los ejercicios espirituales ante el Papa en el Vaticano. Y dice: Hace 24 años, cuando celebraba la misa con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de mi mano, no me habría esperado que el Santo Padre hoy me regalaría un cáliz dorado. Hace 24 años nunca habría pensado que hoy, fiesta de san José del 2000, mi sucesor consagraría, precisamente, en el lugar donde viví en arresto domiciliario, la iglesia más bella dedicada a san José en Vietnam. Hace 24 años no habría esperado nunca poder recibir hoy, de un cardenal, una suma consistente para los pobres de aquella parroquia.

El Papa Juan Pablo II lo nombró presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz y cardenal de la santa Iglesia. Evidentemente, los caminos de Dios son incomprensibles para nosotros, pero Dios escribe derecho con renglones torcidos. Cambia nuestros planes humanos con fracasos y sufrimientos de toda índole. Para cada uno tiene una misión concreta y específica. A cada uno, su providencia lo guía por caminos diferentes. Cada uno tiene su camino personal. Dios no hace fotocopias. ¿Cuál será tu camino? Cumple la voluntad de Dios en cada momento, porque, como diría Raissa Maritain: Bajo sus oscuras apariencias, los deberes de cada instante esconden la verdad de la voluntad divina; son como los sacramentos del momento presente.

 

MADRE ANGÉLICA

Nació en 1923 en Canton (Ohio), USA. Sus padres se divorciaron, cuando ella tenía 6 años. A partir de entonces, vivió sola con su madre, pasando hambre y frío y sobreviviendo con trabajos ocasionales. Aparte de eso, su madre tenía problemas de depresión, que, a veces, la llevaban a querer suicidarse. Por eso, desde muy pequeñita tuvo que ganarse la vida para poder sobrevivir y ayudar a su madre, lo que hizo que sus calificaciones escolares fueran muy deficientes. Ella dice:

No recuerdo haber tenido una verdadera amiga durante mi niñez. ¡No tenía ni arbolito de Navidad, ni muñecas ni amigas!. Recuerdo poner pedazos de cartón en la suela de los zapatos para que mi madre no se diera cuenta de que ya no servían. Pero el cartón no dura mucho y tenía que caminar más de tres millas en áreas nevadas para llegar al colegio.

A los veinte años ocurrió el acontecimiento decisivo de su ida. Una señora, Rhoda Wise, que había sido protestante, se convirtió a la fe católica, estando gravemente enferma en un hospital católico. Los médicos le dijeron que tenía un cáncer terminal y tuvo que irse a su casa; pero, a los pocos días, se le aparecieron Jesús y santa Teresita del niño Jesús, que la curaron milagrosamente. Lo que llamó la atención a Rita Rizzo (el verdadero nombre de Madre Angélica) fue el relato de que tenía los estigmas o heridas de Cristo, plenamente visibles en su cuerpo. Las marcas eran similares a las de san Francisco de Asís.

El día 8 de enero de 1943 su madre la llevó a visitar a esta señora para que rezara por ella, pues hacía mucho tiempo que tenía fuertes dolores en el estómago sin que los médicos pudieran hacer nada por ella. La señora Rhoda Wise le dio una oración para que la rezara, pidiendo la intercesión de santa Teresita. Y dice:

Rezamos la novena. Nueve días de oración y, al final, el domingo 27 de enero algo sucedió. A media noche, sufrí el peor dolor de estómago que he tenido en mi vida. Era como si me hubieran volteado por adentro hacia fuera. Esa mañana me levanté y me preparé para ir a misa de once y media. Luego mi corazón dio un salto. De repente, me di cuenta que no tenía ningún dolor de estómago. Como si nunca hubiera tenido problema alguno. Había sanado. No había duda. Desde ese día hasta la fecha no he tenido otro dolor de estómago. Dios había hecho un milagro. Sin lugar a dudas, ese fue el día en que encontré a Dios. Fue la primera vez que reconocí la participación activa de Dios en mi vida.

Sentir que Dios me había escogido y me había tratado de un modo preferencial, ocasionó un cambio dramático en mí… Me enamoré de Dios y empecé a tener una verdadera sed de Él. Mi vida cambió desde ese instante… Un día de 1944, mientras meditaba en la iglesia, un pensamiento cruzó mi mente. Era un hecho sencillo, como si tuviera la completa certeza de que sería monja… ¿Qué? ¿Monja? ¡No lo podía creer! No me gustaban las monjas… La convicción de que debería seguir esa vocación era muy fuerte.

El mayor obstáculo para ir al convento era su madre. Pero, después de pensarlo bien y hablar con las religiosas franciscanas de clausura de Cleveland, decidió irse de casa para seguir su vocación. En la carta que le escribió a su madre le decía:

Algo pasó en mí después de mi curación. ¿Qué fue exactamente?, no lo sé. Me enamoré completamente de Nuestro Señor. Vivir en el mundo estos últimos diecinueve meses ha sido muy difícil para mí… Recuerda que pertenecemos primero a Dios y luego a nuestros padres. Somos sus hijos. Te pido tu bendición para que pueda alcanzar las alturas que deseo. Te quiero mucho.

En el convento estuvo a punto de ser enviada a su casa por motivo de un defecto congénito que tenía en la columna, que le afectaba dolorosamente las vértebras. Este problema había empeorado a raíz de un resbalón que se dio en el piso mojado. Tuvieron que operarla, aun a riesgo de quedarse paralítica para toda la vida. Cuando salió del hospital, llegó con dos aparatos ortopédicos y unas muletas. Hasta ahora tiene un aparato ortopédico permanente en las piernas y camina con una muleta; pero, a pesar de sus limitaciones físicas y de sus dolores de columna, ella sigue trabajando y hace lo posible y lo imposible para llevar a Cristo hasta los últimos rincones del planeta. Ella, dicen las hermanas, oculta el dolor de forma admirable y se asombran de que no toma ninguna pastilla para el dolor. Todo se lo ofrece a Jesús con amor.

La manifestación del amor y de la providencia de Dios en su vida ha sido continua. Cuando empezó a construir el Monasterio, donde ahora vive en Birmingham, dedicado a la adoración perpetua, no tenía recursos, pero Joe Bruno, dueño de algunos supermercados, les enviaba diariamente los alimentos. Al principio, dijo que lo haría por el primer año, pero lo ha seguido haciendo durante muchos años. Ella dice: Eso fue un regalo muy directo de Dios. Fue una sorpresa caída del cielo. Y Dios bendijo a Joe Bruno. Al comienzo, tenía 13 supermercados. Ahora es dueño de 65 supermercados y 50 farmacias. Después de varios años, alguien le preguntó si continuaba alimentando a las monjas franciscanas y él contestó que no sería negocio dejar de hacerlo.

Pero las deudas comenzaron y las religiosas acudían a su dueño y Señor, a Jesús sacramentado, expuesto en la custodia día y noche. Con ayuda de bienhechores las deudas de la construcción las pagaron en 5 años.

Un día, un sacerdote carismático se presentó al Monasterio para orar por la Madre. Transcurrió una semana y no había notado ningún cambio como resultado de la oración de aquel sacerdote. A los pocos días, se enfermó de una fuerte gripe y se fue a la cama, sintiéndose enferma. Y dice ella: Me encontraba acurrucada en mi cama con mi Biblia. Por alguna razón había decidido leer el Evangelio de san Juan en voz alta y, de repente, me sentí llena del Espíritu Santo, era totalmente una nueva experiencia… Todos los síntomas de la gripe habían desaparecido. Había sentido la presencia total de Dios en la habitación. Era una sensación imposible de describir y que podría compararse con la historia de los primeros monjes franciscanos que también habían sido tocados por el Espíritu y cubiertos del poder de Dios. Era como si Dios estuviera diciendo: “Te estoy preparando para algo especial y único”. Sentía un poder increíble. Estaba renovada y lista para escuchar las indicaciones de Dios.

Una vez terminado el Monasterio, empezó a publicar pequeños folletos de doctrina católica para animar en su fe a los católicos, pero decidió tener su propia imprenta para abaratar los costos y todas las hermanas se dedicaron en su tiempo de trabajo a producir folletos religiosos. Lograban imprimir 25.000 libritos cada día y unos seis millones cada año. Las hermanas operaban impresoras, evaluadas en más de 120.000 dólares. Todo había sido conseguido con la ayuda de bienhechores. La providencia de Dios velaba sobre ellas.

La Madre Angélica dice por experiencia: Antes que nada, Dios siempre se encarga de pagar las deudas, cuando trabajamos para Él. Hasta ahora nunca nos ha fallado. Podemos hacer su trabajo y, a la vez, tener tiempo para rezar cinco horas cada día.

Los libritos de la Madre eran distribuidos en todo USA y en 37 países con traducciones en francés, español y vietnamita. El trabajo de las hermanas era fabuloso y Dios proveía a todos los gastos. Y el nombre de la Madre Angélica empezaba a sonar por todas partes, de modo que la llamaban para entrevistas en diferentes emisoras de radio y televisión. Y Dios le inspiró convertir el garaje del Monasterio en un estudio de televisión para grabar programas, que después enviaría a diferentes canales. Sabía que los gastos eran excesivos para sus posibilidades, pero confiaba en su esposo Jesús y, pidiendo préstamos comenzó a comprar los primeros equipos de lo que después sería la estación de televisión Eternal Word Television Network (cadena de televisión Palabra eterna, EWTN).

Dice: Yo pensé que tenía las manos llenas con la construcción del Monasterio y de la imprenta. Pero, cuando surgió lo de la televisión, me di cuenta de lo que realmente significa pasar tiempos difíciles. Pero Dios siguió aumentando nuestra fe, paso a paso. Lo veíamos a Él en cada esfuerzo y veíamos cómo su providencia hacía prodigios.

Tuve un miedo terrible, cuando hice el primer pedido de equipo de televisión. Cuando vi el precio y vi la imposibilidad de pagar esas sumas astronómicas, me sentí abrumada por la responsabilidad. No se pueden imaginar cuántas veces tomé el teléfono para cancelar la orden, pero cada vez pasaba algo y no lo hacía. Una vez, una compañía estuvo dispuesta a darme crédito sin necesidad de un fiador, sólo con mi firma… Una de mis definiciones de fe es tener un pie en el aire, otro en la tierra ¡y una sensación de malestar en el estómago! Yo tomo Maalox, un antiácido. Alguien, una vez, me desafió diciendo que, si realmente soy una persona de fe, no tendría por qué tomar Maalox. Yo le contesté que mi estómago no sabe que tengo fe.

El equipo de televisión, valorado en más de cien mil dólares, comenzó a llegar al Monasterio. Esa suma era aparentemente imposible de pagar. Luego, empezaron a pasar cosas inexplicables. La compañía contratada para iluminar el estudio, redujo su precio de 48.000 a 14.000 dólares. Las cámaras, valoradas en 24.000 dólares, se pagaron con un donativo adquirido durante un viaje. Así encontraba fuerzas para seguir adelante.

Para 1986 los costos de operación eran más de 360.000 dólares al mes. Pero la oración de la Madre y de las hermanas, con la colaboración de laicos comprometidos, hacía que los prodigios siguieran sucediendo sin interrupción. En ese año, la cadena EWTN llegaba a 300 sistemas de cable y distribuía la señal a más de nueve millones de hogares.

Otra de sus grandes obras ha sido la fundación de la mayor emisora de radio privada de onda corta con la ayuda financiera de los esposos Piet y Trude Derksen, que le aportaron, en un primer momento, para este proyecto dos millones de dólares. Y la Madre Angélica nos dice convencida:

Si no estamos dispuestos a hacer el ridículo, Dios no puede hacer milagros… Nuestro Señor, a través de su divina providencia, hizo posible a EWTN desde un garaje convertido en estudio con lo último de la tecnología moderna. A través de esta tecnología, hemos podido llegar a millones de personas y hogares. Y, ahora, personas que nunca han escuchado la Palabra de Dios pueden sintonizar EWTN, aun desde los lugares más remotos… La providencia de Dios nos sigue y nos protege desde el momento en que nos levantamos en la mañana hasta el momento en que vamos a la cama. Aprendí a confiar en los acontecimientos del momento presente, porque Dios frecuentemente hace milagros y cosas imposibles con pequeñas inspiraciones, que muy fácilmente podrían pasar desapercibidas o ignoradas por su insignificancia.

La vida de la Madre Angélica, con sus seis doctorados honoris causa y premios nacionales e internacionales es un monumento a la providencia de Dios. Dios hace milagros en la medida de nuestra confianza en Él. La Madre Angélica tuvo la audacia de creer hasta el punto de hacer el ridículo por Dios y Dios premió su confianza. La providencia de Dios la llevó de la mano desde su más tierna infancia a pesar de los sufrimientos que ha tenido que soportar.

Como hemos dicho, ha fundado el convento donde reside con la especial finalidad de adorar perpetuamente a Jesús sacramentado. Ha fundado la primera y principal cadena de televisión católica del mundo por cable, que emite las 24 horas del día programas católicos en distintas lenguas a 170 países. Ha establecido una editorial católica con su imprenta para promocionar toda clase de literatura católica en distintas lenguas, y también ha fundado la mayor emisora de radio privada de onda corta para que el mensaje católico pueda ser escuchado en cualquier parte del mundo. En todas sus obras brilla como una continua luz la divina providencia, que sigue diciéndonos como Jesús: El que cree en Mí hará las obras que yo hago y mayores que éstas (Jn 14,12).

 

PADRE GIOVANNI SALERNO

Es un gran misionero italiano, que va por los caminos de las altas cordilleras de los Andes del Sur del Perú, llevando consuelo a los enfermos como médico y el amor de Jesús como sacerdote. Era sacerdote agustino; pero, con permiso de sus superiores, dejó la Orden para fundar el Movimiento de los Siervos de los pobres del tercer mundo.

En su libro Misión andina con Dios cuenta cómo, cuando tenía diecisiete años, tres oculistas de Viterbo le dijeron unánimemente: ¡A los veinte años de edad estarás completamente ciego! El mismo superior le dijo que debía interrumpir sus estudios y casarse cuanto antes para tener así una esposa que pudiera ayudarlo en su ceguera. Pero oró al Señor y escribió al Monasterio de agustinas de Casia. La abadesa le contestó que una joven hermana se había ofrecido víctima por su salud. Los superiores aceptaron llevarlo, como último recurso, a Roma al célebre oftalmólogo Dr. Lazzantini, que le salvó la vista y le dijo: Debes retomar tus estudios. Y fue ordenado sacerdote un año antes que sus compañeros de curso.

Desde el principio, quería ser misionero en el Perú. Y allí lo enviaron sus superiores de la Orden agustiniana. Dios lo ha guiado con amorosa providencia en todos sus caminos por aquellas alturas. Él cuenta cómo el 2 de febrero de 1975 hizo un largo viaje a caballo desde Cotabambas a Tambobamba. Hacía un viento que parecía un huracán, cargado de lluvia. A mitad del viaje decidió con su acompañante detenerse. Dice así:

Me quedé solo y procuré que el caballo me abrigara del viento con su cuerpo y me calentara con su aliento, impidiendo que el frío helado de la noche me hiciera mal. Creía encontrarme sobre un terreno llano, pero cuando el hermano regresó con su linterna me percaté que estaba al borde de un precipicio de unos 300 metros sobre el río. El caballo había sido para mí como un ángel enviado del cielo: se llamaba Dorado.

En ese viaje me enfermé gravemente, tenía mucha fiebre y tiritaba de frío y escupía sangre. En el pueblo no había carretera de acceso ni había medicinas. Los nobles del lugar me odiaban, porque defendía a los pobres… Llegué a tal gravedad que no podía comer ni moverme. Algunos ya comentaban que en el pueblo no había madera para hacerme el ataúd. Después de muchos días de sufrimiento, llegó un camión, que aproveché para ser llevado al Cuzco… Mi estado empeoró y me administraron la unción de los enfermos. Al día siguiente, me llevaron en avión a Lima. Me esperaban en el aeropuerto con una ambulancia. Pero no la necesité; porque, al llegar el avión a poca altitud sobre el nivel del mar, había vuelto a sentirme bien y había mejorado rápida y sorprendentemente.

Un día estaba predicando un retiro espiritual en Babylon (USA), cuando una viejecita se acercó y me entregó un sobre diciéndome: “Dentro de dos días cumpliré 85 años y, en lugar de festejarlo con mis nietos, mis parientes y amigos, he decidido darle a usted mis ahorros”. Abrí el sobre, pensando en el óbolo de la viuda del Evangelio… Y, con gran sorpresa y emoción, encontré allí la respetable suma de 5.000 dólares. ¡Sea bendita eternamente la divina providencia.

Un señor de Ajofrín (Toledo) nos había regalado 14 hectáreas de terreno para construir el Seminario. Se colocó la primera piedra el 3 de diciembre de 1989. Pero, en aquel momento, no teníamos nada… Sentí un fuerte escalofrío de sólo pensar que nuestras arcas estaban vacías. Pero, afortunadamente, no nos faltaba una gran confianza en la divina providencia… Pocos meses después, nos informaron que unos bienhechores chinos de Macao habían enviado un cheque de 250 dólares como primera ofrenda, de otras que enviarían sucesivamente. Pero, en una segunda llamada telefónica, nos informaron que en realidad el cheque no era de 250, sino de 250.000 dólares… Con aquella suma cubrimos la mitad de los gastos de la construcción del Seminario y de la capilla. La otra mitad nos fue dada por una pareja de esposos.

En una oportunidad, estaba sumergido en enormes problemas. Tenía la urgente necesidad de una construcción más amplia y funcional para la futura Obra San Tarsicio. Santa Teresita del Niño Jesús, de manera providencial, nos hizo encontrar primero 83 hectáreas de terreno y, luego, al lado de ese mismo lote, otras 140. Serviría para escuela privada y gratuita para niños pobres, como casa para los huérfanos del internado, para una escuela de artes y oficios, para la comunidad destinada a la rehabilitación de los drogadictos, para el Monasterio de la rama contemplativa de Los Siervos de los pobres del tercer mundo, para producción agrícola, etc. En el centro de todo, estaba prevista la iglesia con adoración perpetua. Teníamos ya el terreno, pero faltaban los recursos para la construcción.

En febrero del 2000, recibí la grata visita de una pareja de esposos de México. Los acompañé a visitar el terreno… Aquella misma mañana había recibido amenazas de expulsión hasta el extremo de que se pretendía transmitir inmediatamente una respuesta telefónica en tal sentido de Cuzco a Roma (a la Congregación de Propaganda Fide). Ese día sufrí muchísimo, pero las gracias fueron mayores y más poderosas que las lágrimas causadas por quien, investido de autoridad, me invitaba a decisiones que me eran extrañas. Aquel mismo día en la tarde, los dos esposos, también devotos de santa Teresita, con voz marcada por la emoción… me ofrecieron un cheque por dos millones de dólares… El don fue una señal de predilección de la providencia hacia nuestro Movimiento, un verdadero milagro que nos llegó en silencio. Para nosotros, aquel dinero valía muchísimo, no tanto por su valor financiero, cuantioso por cierto, cuanto por el momento providencial en que nos fue donado… Por eso, sobre la colina del terreno del milagro pensamos levantar un monumento a santa Teresita del Niño Jesús.

Los patronos del Movimiento son, después de la Virgen Santísima, san Agustín y santa Teresa de Avila. Santa Teresa de Jesús oró y sufrió por los indios de la Cordillera ¡Tanto amó a los indios que tuvo de Dios el don de bilocación, que le permitió visitar la Cordillera de los Andes! En una carta (del 17-1-1570, nº 20) dirigida a su hermano Lorenzo, que vivía en Quito, nos hace sentir cuánto sangraba su corazón por los indígenas andinos. Dice: Y esos indios no me cuestan poco.

¡Cuán importante es confiar siempre en la divina providencia! ¿Qué sería de nosotros, si la providencia no encendiera cada día nuestro horno y no procurara los cien kilos de harina que necesitamos diariamente para elaborar el pan con el que alimentamos a más de 900 niños y muchachos que asistimos en nuestras casas? Cada día necesitamos 100 kilos de harina sin contar vestidos, libros, cuadernos, medicinas, operaciones quirúrgicas, pensiones escolares… Cada día, para llevar adelante esta gran familia esperamos el milagro de la divina providencia, por la intercesión de Santa María, Madre de los Pobres.

Para ayudar a tantos pobres y necesitados nos sostiene la divina providencia. El Señor sabe dónde estamos, sabe lo que hacemos y sabe cómo llegar hasta nosotros. Es algo conmovedor ver cómo nos llegan donativos, sobre todo, de jóvenes parejas de esposos de Bélgica y también de Italia, fruto de una curiosa iniciativa, adoptada por ellos desde hace algún tiempo. En las invitaciones para sus bodas consignan claramente este mensaje: “No traigan regalos. El dinero que ustedes quieran gastar, comprando un regalo para nosotros, tráiganlo para que podamos ofrecérselo a los niños de los Siervos de los pobres del tercer mundo”. Son también ofrendas de padres y madres de familia, que en los aniversarios de sus 50 o más años de vida, invitan a sus familiares y amigos a ofrecer dinero, a favor de nuestros niños abandonados, el regalo que hubiesen querido hacerles en esa ocasión. Son, finalmente, personas que antes de morir, les piden a sus parientes que no gasten el dinero comprando flores para poder así enviar todo lo ahorrado a los niños pobres del Perú.

Pero, no solamente es el dinero lo que vale para los misioneros, también vale y mucho más la oración. El padre Salerno dice que en la parroquia de Canicattí, Provincia de Agrigento, en Italia, donde trabajó como recién ordenado sacerdote, una joven, Ángela, le había dado todos sus ahorros para la Misión del Perú, a donde había sido ya destinado. Pero, además, un día saliendo de la adoración al Santísimo, me confió su secreto: Te he dado todo, pero es mejor que yo muera antes de que tú partas. Así te preparo el terreno. No sabes el idioma y no estás preparado para la Misión. Por eso, yo voy a prepararte el camino. En efecto, murió tres días después, en aquel mismo hospital donde yo había hecho mis prácticas como médico misionero. Se había ofrecido como víctima por la Misión.

Y Jesús personalmente bendecía su Misión. Un día en Antabamba, apenas llegué allí, al comienzo de la Misión, se presentó ante mí un pobre indio. Recuerdo muy bien aquel día: llovía y él estaba descalzo, roto, y con el cuerpo cubierto de llagas. Traté de curarlo lo mejor que pude. Apenas él se fue, el dispensario se inundó de un perfume extraordinario, un perfume de jazmín. Pero resulta que en Antabamba no crece ningún jazmín y menos aún en aquella fría temporada de lluvias, cuando allí no brota ninguna flor. Es éste el maravilloso recuerdo de un pobre que se acercó a mí y que el Señor quiso rodear de ese suave perfume para hacernos pensar en Él, presente sobre todo en los pobres.

El padre Salerno es un sacerdote enamorado de Jesús. Dice: Dios me ha hecho la gracia de no dejar jamás, ni un solo día la celebración de la santa misa, que constituye para mí la única fuente de energía y me hace sentir siempre joven. Y continuamente recuerda a sus hijos: Confíen siempre en la divina providencia y en la perenne juventud de Cristo. Y repite constantemente: Quien sirve a los pobres presta a Dios. El Señor me eligió como asno para cargarlo por los caminos estrechos de la alta cordillera de los Andes.

EL PADRE PIO, LA MADRE TERESA DE CALCUTA, DON BOSCO Y DON ORIONE

En la vida del SANTO PADRE PÍO DE PIETRELCINA se cuenta que, muchas veces, tenía problemas para pagar los gastos de los obreros y de las obras de gran complejo hospitalario de la Casa Sollievo della Sofferenza, que se estaba construyendo en San Giovanni Rotondo, al sur de Italia. Pero él siempre confiaba en la providencia divina y nunca fue defraudado. Guglielmo Sanguinetti o Carlo Kisvarday, que eran sus íntimos colaboradores, eran testigos de cómo, con frecuencia, en los últimos momentos venía una ayuda por correo o algún bienhechor se hacía presente. Nunca faltó lo esencial para solucionar los problemas más urgentes. Por eso, el confiar en la providencia divina es siempre un buen negocio, pues Dios nunca se va a dejar ganar en generosidad ni permitirá que seamos defraudados. A veces, puede tardar, para hacernos sentir más la necesidad de acudir a Él, pero, al final, siempre cumple su promesa y siempre acude en nuestro socorro en todas nuestras necesidades.

 

LA BEATA MADRE TERESA DE CALCUTA decía muchas veces: En lo que atañe a los bienes materiales, nosotras dependemos por completo de la providencia de Dios. Jamás nos hemos visto obligadas a rechazar a alguien por falta de medios. Siempre ha habido una cama más, un plato más. Porque Dios se ocupa de sus hijos pobres…

En Calcuta damos de comer cada día a 10.000 enfermos. Un día vino la hermana encargada de la comida y me dijo: Madre, no tenemos nada para dar de comer a tanta gente.

Yo me sentí muy sorprendida, porque era la primera vez que ocurría algo así. Pero, a las nueve de la mañana, llegó un camión abarrotado de pan. Todos los días el gobierno daba a los niños de las escuelas pobres un trozo de pan y un vaso de leche. No sé por qué razón, las escuelas de la ciudad, aquel día, permanecieron cerradas y todo el pan nos lo enviaron. Como ven, Dios había cerrado las escuelas, porque no podía permitir que nuestras gentes se quedasen sin comida. Y fue la primera vez que pudieron comer pan de buena calidad hasta saciarse por completo.

Un día no teníamos absolutamente nada para cenar. Y no nos faltaba apetito. Inesperadamente, se presentó una señora a la que ninguna de nosotras conocíamos. Nos dijo: “No sé por qué, pero me he sentido empujada a traerles estas bolsas de arroz. Espero que les sean útiles”. Al abrirlas, nos dimos cuenta de que contenían, exactamente, lo que necesitábamos para la cena.

Cuando abrimos nuestra primera casa en Nueva York, el cardenal Cooke parecía muy preocupado por el mantenimiento de las hermanas y decidió asignar una cantidad mensual a este fin. Yo no quería ofenderle, pero, al mismo tiempo, tenía que explicarle que nosotras dependemos de la divina providencia, que jamás nos ha faltado. Por eso, al término de la conversación, le dije, medio en broma: Eminencia, ¿acaso piensa que va a ser justamente en Nueva York, donde Dios tenga que declararse en quiebra?

En una oportunidad, buscábamos una casa en Londres para abrir nuestro noviciado europeo. Tropezamos con numerosas dificultades. Tras no pocas gestiones inútiles, se nos informó que una señora inglesa disponía de lo que nosotros necesitábamos. Ella nos dijo: “Ciertamente, tengo una casa a la venta, pero cuesta 6.500 libras esterlinas a pagar al contado”.

Durante varios días, dos hermanas dieron vueltas por la ciudad, haciendo visitas, dando conferencias, hablando por radio… Y empezaron a llegar donaciones. Una noche, las hermanas se decidieron a contar lo que había llegado: Eran exactamente 6.500 libras esterlinas. Y, a la mañana siguiente, compramos la casa .

Nuestra confianza en la providencia se resume en una firme y vigorosa fe en que Dios puede ayudarnos y nos ayudará. Que puede, es evidente, porque es omnipotente; que lo hará es cierto, porque lo prometió en muchos pasajes del Evangelio y Él es infinitamente fiel a sus promesas…

Un señor muy rico quería darnos mucho dinero, pero puso la condición de que la cuenta, que pondría en el banco, no debería ser tocada. Sería como un seguro para nuestro trabajo. Le contesté diciéndole que antes de ofender a Dios, prefería ofenderle a él, aunque estaba agradecida por su generosidad. No podía aceptar su dinero, porque todos estos años Dios ha cuidado de nosotras y el seguro de su dinero restaría vida a nuestro trabajo. Sería como desconfiar de la providencia. Por otra parte, no podría tener dinero en el banco, mientras hubiese gente que estuviera pasando necesidad.

Parece ser que la carta le impresionó, porque antes de morir, nos envió una suma muy importante de dinero. En resumidas cuentas, nos entregó toda su fortuna.

En México, con motivo de la campaña de Navidad, las hermanas preparaban las despensas o bolsas de alimentos para entregárselas a las familias pobres. La fábrica de Pan Bimbo se había comprometido a enviar todo el pan necesario para incluirlo en las bolsas. Apenas pasado el día de Navidad, se presentó el gerente de Pan Bimbo, totalmente avergonzado y confuso por no haber cumplido con su compromiso. Pedía mil disculpas por un olvido tan lamentable. La hermana que le atendió le contestó:

Señor, trajeron pan y en abundancia.

Imposible, de la fábrica no sale ni una miga de pan sin mi permiso.

Bueno, habrá otro gerente, que se cuida de que en la Navidad no les falte el pan a sus hijos más pobres.

Hace unos días, llegó un hombre a nuestra Casa madre y me dijo: “Madre, mi única hija se está muriendo. El doctor le ha recetado una medicina que no puede obtenerse en la India, sino en el extranjero. Madre, suplicaba, haga algo por mi hija antes de que muera”. Estábamos hablando, cuando se presentó otro señor con un cajón de medicinas en sus brazos. Y, justamente, en la parte superior de la caja, estaba la medicina que el papá necesitaba para su hijita. Si la medicina hubiera estado más abajo o el señor hubiera llegado antes o después, no la hubiéramos encontrado. Fue precisamente en ese momento, cuando todo tuvo que suceder. Esto me hizo pensar que entre los millones de niños que hay en el mundo, Dios tenía tiempo para cuidar de aquella pequeñita, perdida en los barrios de Calcuta. He ahí el amor tierno de nuestro Padre Dios, manifestado a una pobre criatura de Calcuta.

El Padre Pedro Arribas dice que un día hablaba con la Madre Teresa sobre un proyecto para niños abandonados en Caracas. Ante mis dudas por la dificultad de encontrar un terreno apropiado en una zona superpoblada, me cortó diciendo: Padre, no se preocupe, que si Dios lo quiere, el terreno lo encontrará. Tenga fe y comience a buscarlo. A la semana siguiente, inesperadamente, teníamos la donación de un terreno de seis hectáreas en el corazón de la zona deseada.

 

SAN JUAN BOSCO tiene una vida llena de anécdotas sobre la providencia. A principios de 1858, Don Bosco tenía que pagar una gruesa deuda para el 20 de enero y no poseía ni un céntimo. Estaban ya a 12 del mes y no se veía ninguna solución. En tales estrecheces, Don Bosco dijo a algunos jóvenes: “Hoy iré a Turín y vosotros, durante el tiempo que esté fuera, turnaos uno a uno delante del sagrario rezando”.

 Mientras Don Bosco caminaba por Turín, se le acercó un desconocido y tras el saludo le preguntó:

Don Bosco, ¿necesita Ud. dinero?

Ya lo creo.

Si es así, tome; y le ofreció un sobre con varios billetes de mil, alejándose con premura. Era un rasgo de la providencia y Don Bosco mandó inmediatamente que se pagara a su acreedor.

Un día de 1859, Don Bosco bajó al refectorio, no para comer, sino para salir. Les dijo: “Hoy no puedo comer a la hora acostumbrada. Necesito que, cuando salgáis del comedor, haya siempre uno de vosotros hasta las tres con algún chico escogido entre los mejores, rezando ante el Santísimo sacramento. Esta tarde, si obtengo la gracia que nos es necesaria, os explicaré la razón de mis plegarias”.

Don Bosco volvió al atardecer y dijo, respondiendo a las preguntas: “Hoy a las tres, vencía un compromiso serio con el librero Paravia de 10.000 liras. También urgían otras deudas, que alcanzaban también otras 10.000 liras. He salido en busca de la providencia sin saber a dónde iba. Al llegar a la Consolata, entré y rogué a la Virgen que me consolara. Al llegar a la iglesia de santo Tomás, se me acerca un señor muy bien vestido que me dice:

¿Usted es Don Bosco?

Sí, para servirle.

Mi patrón me ha encargado que le entregue este sobre. Hubo suficiente para que pagara todas las deudas urgentísimas”.

Un día de 1860, después de la misa, no había para dar a cada chico el panecillo para el desayuno. Ese día, no había pan en casa y el panadero ya no quería fiar más hasta que no le pagaran lo que le debían. Entonces, Don Bosco dijo a dos chicos:

Id a la despensa y juntad todo el pan que encontréis y todo lo que podáis hallar en los comedores.

Había muy poquitos panecillos y no alcanzaban para todos. Don Bosco, después de confesar, se dirigió a distribuir los panecillos. El cesto del pan tenía unos quince panecillos. Y Don Bosco se puso a distribuirlos a unos cuatrocientos jóvenes. Al terminar, quedaba la misma cantidad que al principio. Éste es el milagro de la multiplicación de los panes. En otra oportunidad, fue la multiplicación de las castañas o la multiplicación de las hostias consagradas hasta en 4 oportunidades. En todos estos milagros, Dios, con su providencia, premiaba la fe de Don Bosco y lo socorría en sus necesidades.

En julio de 1885, el cardenal Alimonda, que era su amigo, fue a visitarlo a Mathi y le preguntó:

¿Cómo andan sus finanzas?

Hoy mismo debo pagar 30.000 liras y no las tengo.

¿Cómo se las arreglará?

Espero en la providencia. Acaba de llegarme una carta certificada, veamos lo que hay dentro. Abierto el sobre, apareció un talón bancario de 30.000 liras. Al cardenal se le saltaron las lágrimas.

El 23 de febrero de 1887, el terremoto castigó a la casa de Vallecrosia. Un ingeniero hizo la evaluación de las reparaciones, que hacían falta, y presentó un presupuesto por 6.000 liras. Don Bosco confió en la providencia. Después de comer, entró el conde Maistre, antiguo bienhechor de Don Bosco, y le dijo:

Mi tía me ha encomendado darle para sus obras 6.000 liras.

Don Bosco, conmovido, presentó al conde el informe del ingeniero diciendo:

Vea cómo María Auxiliadora ha inspirado a su tía. Transmítale nuestra gratitud por la generosa providencia.

 

SAN LUIS ORIONE es otro gran santo de la divina providencia. Fundó la pequeña obra de la divina providencia para educar a la juventud y atender a los más necesitados. También fundó Congregaciones de religiosos y religiosas, para que continuaran su obra.

Un día, Don Orione estaba especialmente apretado por las deudas, ya no le querían fiar el pan ni otros alimentos para sus niños necesitados. Todos rezaron a san José con fervor. Y, durante la novena, se presenta un señor, que quería hablar con él. Era joven, con barba rubia. Le dijo: ¿Ud. es el superior? Aquí está una ofrenda para Ud.

Pero ¿hay que celebrar alguna misa o debo hacer algo por Ud.?

No, solamente continuar rezando.

Hizo una venia con la cabeza y se retiró. Todavía no salía de su asombro Don Orione, cuando algunos presentes dijeron que aquel hombre tenía un algo celestial. Y, entonces, apenas tres minutos después, salieron tras sus pasos, pero ya no lo vieron más. Algunos decían que era el mismo san José, a quien le estaban rezando. Lo cierto es que le dio la cantidad suficiente para pagar las deudas más grandes y más urgentes y le dejó con un alivio enorme en su corazón.

Un día de 1900, le regalaron un par de zapatos nuevos. Tuvo que acompañar a un médico, que no era creyente, en una visita a un enfermo. Mientras el médico visitaba al enfermo, se le acercó un mendigo y le pidió algo. Don Orione no lo pensó dos veces y le dio sus zapatos nuevos y se quedó sin zapatos. Cuando regresó el médico, le reprendió, pero se quedó admirado de aquella acción. Años después, en 1924, este mismo médico fue asaltado por un delincuente que le disparó y lo dejó entre la vida y la muerte. En el hospital, tanto el capellán como las religiosas, le insinuaban la idea de confesarse, pero él no quería. Finalmente, manifestó su deseo de confesarse con Don Orione. Don Orione llegó desde Roma, donde se encontraba, y lo confesó y le dio la comunión. Y decía: En la economía de la providencia, incluso un par de zapatos regalados pueden servir para la conquista de un alma.

El año 1922, quería Don Orione comprar una hermosa propiedad, que costaba 400.000 liras, pero no tenía ni un céntimo. Como siempre, empezó a rezar por esta intención y también buscó ayudas humanas. Fue en busca de una viejecita millonaria, que vivía sola y sin familia, a ver si le podía ayudar en aquella circunstancia; pero la señora, que era muy avara, no le dio más que 30 liras para una misa y lo despidió de mala manera.

Él no se desanimó y siguió orando. Al día siguiente, volvió donde la anciana para decirle que ya había celebrado misa. Pero ella lo despidió de peor manera y le dijo que no la volviera a molestar más. Entonces, empezó a acudir a todos los santos, sobre todo a la Virgen María, de quien era tan devoto. Una tarde se fue al cementerio a rezar rosarios a las almas benditas, para pedirles ayuda. A los tres días, vino la viejecita a su casa, gritándole: Ud quiere matarme, ¿cómo es posible que Ud, un sacerdote, se meta en mi habitación por las noches y me esté mirando con esos ojos como si yo fuera un demonio?

La señora llevaba tres días sin dormir, porque decía que, por las noches, Don Orione entraba en su habitación y, sin decirle nada, la miraba fijamente. Trató de asegurarle que no era él, que, además, no podría entrar, teniendo ella la puerta cerrada. Pero ella le dijo: Si Ud. me deja dormir tranquila y no viene más a mi habitación, le daré 150.000 liras. Aceptó y comprendió que quien se le aparecía era un alma del purgatorio.

El 9 de abril de 1929 le robaron sus documentos, mientras rezaba en una iglesia. Le habían robado el permiso para viajar gratis en tren y tuvo que acudir al Ministerio correspondiente para pedir un nuevo permiso. Después de algunas esperas y trámites, el jefe de la oficina se quedó tan admirado de su comportamiento y de sus palabras que le pidió confesión y, a continuación, lo hizo también otro segundo empleado. Y decía Don Orione: Dios permite el mal para sacar el bien. Dios permitió que me robasen para darme la ocasión de salvar dos almas. ¡Que se vaya el dinero y que vengan las almas!.

Un día en que tenía grandes deudas, fue a visitar a un millonario, que era conocido por su escandalosa vida. Don Orione le habló de sus obras y necesidades. Aquel hombre le dio 200.000 liras y él decía: La providencia también se sirve de pecadores, que quieren convertirse.

Fuente: en base al libro La Providencia de Dios, del Padre Ángel Peña O.A.R.

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El Abandono confiado a la Divina Providencia

San Claudio de la Colombière nos muestra el camino del abandono para obtener el resultado de nuestras oraciones, que deben ser ante todo, buscando primero el reino, y pidiendo con ambición y perseverancia.

Pidiendo para apartar los males y lograr los bienes, Dios nos hará llegar su providencia.

 

I. VERDADES CONSOLADORAS

Una de las verdades mejor establecidas y de las más consoladoras que se nos han revelado es que nada nos sucede en la tierra, excepto el pecado, que no sea porque Dios lo quiere; Él es quien envía las riquezas y la pobreza; si estáis enfermos, Dios es la causa de vuestro mal; si habéis recobrado la salud, es Dios quien os la ha devuelto; si vivís, es solamente a Él a quien debéis un bien tan grande; y cuando venga la muerte a concluir vuestra vida, será de su mano de quien recibiréis el golpe mortal.

Pero, cuando nos persiguen los malvados, ¿debemos atribuirlo a Dios? Sí, también le podéis acusar a Él del mal que sufrís. Pero no es la causa del pecado que comete vuestro enemigo al maltrataros, y sí es la causa del mal que os hace este enemigo mientras peca.

No es Dios quien ha inspirado a vuestro enemigo la perversa voluntad que tiene de haceros mal, pero es Él quien le ha dado el poder. No dudéis, si recibís alguna llaga, es Dios mismo quien os ha herido. Aunque todas las criaturas se aliaran contra vosotros, si el Creador no lo quiere, si Él no se une a ellas, si Él no les da la fuerza y los medios para ejecutar sus malos designios, nunca llegarán a hacer nada: No tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo Alto, decía el Salvador del mundo a Pilatos. Lo mismo podemos decir a los demonios y a los hombres, incluso a las criaturas privadas de razón y de sentimiento. No, no me afligiríais, ni me incomodaríais como hacéis si Dios no lo hubiera ordenado así; es Él quien os envía, Él es quien os da el poder de tentarme y afligirme: No tendríais ningún poder sobre mí si no os fuera dado de lo Alto.

Si meditáramos seriamente, de vez en cuando, este artículo de nuestra fe, no se necesitaría más para ahogar todas nuestras murmuraciones en las pérdidas, en todas las desgracias que nos suceden. Es el Señor quien me había dado los bienes, es Él mismo quien me los ha quitado; no es ni esta partida, ni este juez, ni este ladrón quien me ha arruinado; no es tampoco esta mujer que me ha envenenado con sus medicamentos; si este hijo ha muerto… todo esto pertenecía a Dios y no ha querido dejármelo disfrutar más largo tiempo.

 

CONFIEMOS EN LA SABIDURÍA DE DIOS

Es una verdad de fe que Dios dirige todos los acontecimientos de que se lamenta el mundo; y aún más, no podemos dudar de que todos los males que Dios nos envía nos sean muy útiles: no podemos dudar sin suponer que al mismo Dios le falta la luz para discernir lo que nos conviene.

Si, muchas veces, en las cosas que nos atañen, otro ve mejor que nosotros lo que nos es útil, ¿no será una locura pensar que nosotros vemos las cosas mejor que Dios mismo, que Dios que está exento de las pasiones que nos ciegan, que penetra en el porvenir, que prevé los acontecimientos y el efecto que cada causa debe producir? Vosotros sabéis que a veces los accidentes más importunos tienen consecuencias dichosas, y que por el contrario los éxitos más favorables pueden acabar finalmente de manera funesta. También es una regla que Dios observa a menudo, de ir a sus fines por caminos totalmente opuestos a los que la prudencia humana acostumbra escoger.

En la ignorancia en que estamos de lo que debe acaecernos posteriormente, ¿cómo osaremos murmurar de lo que sufrimos por la permisión de Dios? ¿No tememos que nuestras quejas conduzcan a error, y que nos quejamos cuando tenemos el mayor motivo para felicitamos de su Providencia? José es vendido, se le lleva como esclavo, y se le encarcela; si se afligiera de sus desgracias, se afligiría de su felicidad, pues son otros tantos escalones que elevan insensiblemente hasta el trono de Egipto. Saúl ha perdido las asnas de su padre; es necesario irlas a buscar muy lejos e inútilmente; mucha preocupación y tiempo perdido, es cierto; pero si esta pena le disgusta, no hubiera habido disgusto tan irracional, visto que todo esto estaba permitido para conducirle al profeta que debe ungirle de parte del Señor, para que sea el rey de su pueblo.

¡Cuánta será nuestra confusión cuando comparezcamos delante de Dios, y veamos las razones que habrá tenido de enviarnos estas cruces que hemos recibido tan a pesar nuestro! He lamentado la muerte del hijo único en la flor de la edad: ¡Ay!, pero si hubiera vivido algunos meses o algunos años más, hubiera perecido a manos de un enemigo, y habría muerto en pecado mortal. No he podido consolarme de la ruptura de este matrimonio: Si Dios hubiera permitido que se hubiera realizado, habría pasado mis días en el duelo y la miseria. Debo treinta o cuarenta años de vida a esta enfermedad que he sufrido con tanta impaciencia. Debo mi salvación eterna a esta confusión que me ha costado tantas lágrimas. Mi alma se hubiera perdido de no perder este dinero. ¿De qué nos molestamos?… ¡Dios carga con nuestra conducta, y nos preocupamos! Nos abandonamos a la buena fe de un médico, porque lo suponemos entendido en su profesión; él manda que se os hagan las operaciones más violentas, alguna vez que os abran el cráneo con el hierro; que se os horade, que os corten un miembro para detener la gangrena, que podría llegar hasta el corazón. Se sufre todo esto, se queda agradecido y se le recompensa liberalmente, porque se juzga que no lo haría si el remedio no fuera necesario, porque se piensa que hay que fiar en su arte; ¡y no le concederemos el mismo honor a Dios! Se diría que no nos fiamos de su sabiduría y que tenemos miedo de que nos descaminara. ¡Cómo!, ¿entregáis vuestro cuerpo a un hombre que puede equivocarse y cuyos menores errores pueden quitaros la vida, y no podéis someteros a la dirección del Señor?

Si viéramos todo lo que Él ve, querríamos infaliblemente todo lo que Él quiere; se nos vería pedirle con lágrimas las mismas aficiones que procuramos apartar por nuestros votos y nuestras oraciones. A todos nos dice lo que dijo a los hijos del Zebedeo: Nescítis quid petatis; hombres ciegos, tengo piedad de vuestra ignorancia, no sabéis lo que pedís; dejadme dirigir vuestros intereses, conducir vuestra fortuna, conozco mejor que vosotros lo que necesitáis; si hasta ahora hubiera tenido consideración a vuestros sentimientos y a vuestros gustos, estaríais ya perdidos y sin recurso.

 

CUANDO DIOS NOS PRUEBA

¿Pero queréis estar persuadidos que en todo lo que Dios permite, en todo lo que os sucede, sólo se persigue vuestro verdadero interés, vuestra verdadera dicha eterna? Reflexionad un poco en todo lo que ha hecho por vosotros.

Ahora estáis en la aflicción; pensad que el autor de ella, es el mismo que ha querido pasar toda su vida en dolores para ahorraros los eternos; que es el mismo que tiene su ángel a vuestro lado, velando bajo su mandato en todos vuestros caminos y aplicándose a apartar todo lo que podría herir vuestro cuerpo o mancillar vuestra alma; pensad que el que os ata a esta pena es el mismo que en nuestros altares no cesa de rogar y de sacrificarse mil veces al día para expiar vuestros crímenes y para apaciguar la cólera de su Padre a medida que le irritáis; que es el que viene a vosotros con tanta bondad en el sacramento de la Eucaristía, el que no tiene mayor placer, que el de conversar con vosotros y el de unirse a vosotros. Tras estas pruebas de amor, ¡qué ingratitud más grande desconfiar de Él, dudar sobre si nos visita para hacernos bien o para perjudicarnos!; ¡Pero me hiere cruelmente, hace pesar su mano sobre mí!; ¿Qué habéis de temer de una mano que ha sido perforada, que se ha dejado clavar a la cruz por vosotros?; ¡Me hace caminar por un camino espinoso!; ¿Si no hay otro para ir al cielo, desgraciados seréis, si preferís perecer para siempre antes que sufrir por un tiempo! ¿No es éste el mismo camino que ha seguido antes que vosotros y por amor vuestro? ¿Habéis encontrado alguna espina que no haya señalado, que no haya teñido con su sangre? ¡Me presenta un cáliz lleno de amargura! Sí, pero pensad que es vuestro divino Redentor quien os lo presenta; amándoos tanto corno lo hace, ¿podría trataros con rigor si no tuviera una extraordinaria utilidad o una urgente necesidad? Tal vez habéis oído hablar del príncipe que prefirió exponerse a ser envenenado antes que rechazar el brebaje que su médico le había ordenado beber, porque había reconocido siempre en este médico mucha fidelidad y mucha afección a su persona. Y nosotros, cristianos, ¡rechazaremos el cáliz que nos ha preparado nuestro divino Maestro, osaremos ultrajarle hasta ese punto! Os suplico que no olvidéis esta reflexión; si no me equivoco, basta para hacernos amar las disposiciones de la voluntad divina por molestas que nos parezcan. Además, éste es el medio de asegurar infaliblemente nuestra dicha incluso desde esta vida.

 

ARROJARSE EN LOS BRAZOS DE DIOS

Supongo, por ejemplo, que un cristiano se ha liberado de todas las ilusiones del mundo por sus reflexiones y por las luces que ha recibido de Dios, que reconoce que todo es vanidad, que nada puede llenar su corazón, que lo que ha deseado con las mayores ansias es a menudo fuente de los pesares más mortales; que apenas si se puede distinguir lo que nos es útil de lo que nos es nocivo, porque el bien y el mal están mezclados casi por todas partes, y lo que ayer era lo más ventajoso es hoy lo peor; que sus deseos no hacen más que atormentarle, que los cuidados que toma para triunfar le consumen y algunas veces le perjudican, incluso en sus planes, en lugar de hacerlos avanzar; que, al fin y al cabo, es una necesidad el que se cumpla la voluntad de Dios, que no se hace nada fuera de su mandato y que no ordena nada a nuestro respecto que no nos sea ventajoso.

Después de percibir todo esto, supongo también que se arroja a los brazos de Dios como un ciego, que se entrega a Él, por decirlo así, sin condiciones ni reservas, resuelto enteramente a fiarse a Él en todo y de no desear nada, no temer nada, en una palabra, de no querer nada más que lo que Él quiera, y de querer igualmente todo lo que Él quiera; afirmo que desde este momento esta dichosa criatura adquiere una libertad perfecta, que no puede ser contrariada ni obligada, que no hay ninguna autoridad sobre la tierra, ninguna potencia que sea capaz de hacerle violencia o de darle un momento de inquietud.

Pero, ¿no es una quimera que a un hombre le impresionen tanto los males como los bienes? No, no es ninguna quimera; conozco personas que están tan contentas en la enfermedad como en la salud, en la riqueza como en la indigencia; incluso conozco quienes prefieren la indigencia y la enfermedad a las riquezas y a la salud.

Además no hay nada más cierto que lo que os voy a decir: Cuanto más nos sometamos a la voluntad de Dios, más condescendencia tiene Dios con nuestra voluntad. Parece que desde que uno se compromete únicamente a obedecerle, Él sólo cuida de satisfacernos: y no sólo escucha nuestras oraciones, sino que las previene, y busca hasta el fondo de nuestro corazón estos mismos deseos que intentamos ahogar para agradarle y los supera a todos.

En fin, el gozo del que tiene su voluntad sumisa a la voluntad de Dios es un gozo constante, inalterable, eterno. Ningún temor turba su felicidad, porque ningún accidente puede destruirla. Me lo represento como un hombre sentado sobre una roca en medio del océano; ve venir hacia él las olas más furiosas sin espantarse, le agrada verlas y contarlas a medida que llegan a romperse a sus pies; que el mar esté calmo o agitado, que el viento impulse las olas de un lado o del otro, sigue inalterable porque el lugar donde se encuentra es firme e inquebrantable.

De ahí nace esa paz, esta calma, ese rostro siempre sereno, ese humor siempre igual que advertimos en los verdaderos servidores de Dios.

 

PRÁCTICA DEL ABANDONO CONFIADO

Nos queda por ver cómo podemos alcanzar esta feliz sumisión. Un camino seguro para conducirnos es el ejercicio frecuente de esta virtud. Pero como las grandes ocasiones de practicarla son bastante raras, es necesario aprovechar las pequeñas que son diarias y cuyo buen uso nos prepara en seguida para soportar los mayores reveses, sin conmovernos. No hay nadie a quien no sucedan cien cosillas contrarias a sus deseos e inclinaciones, sea por nuestra imprudencia o distracción, sea por la inconsideración o malicia de otro, ya sean el fruto de un puro efecto del azar o del concurso imprevisto de ciertas causas necesarias. Toda nuestra vida está sembrada de esta clase de espinas que sin cesar nacen bajo nuestras pisadas, que producen en nuestro corazón mil frutos amargos, mil movimientos involuntarios de aversión, de envidia, de temor, de impaciencia, mil enfados pasajeros, mil ligeras inquietudes, mil turbaciones que alteran la paz de nuestra alma al menos por un momento. Se nos escapa por ejemplo una palabra que no quisiéremos haber dicho o nos han dicho otra que nos ofende; un criado sirve mal o con demasiada lentitud, un niño os molesta, un importuno os detiene, un atolondrado tropieza con vosotros, un caballo os cubre de lodo, hace un tiempo que os desagrada, vuestro trabajo no va como desearíais, se rompe un mueble, se mancha un traje o se rompe. Sé que en todo esto no hay que ejercitar una virtud heroica, pero os digo que bastaría para adquirirla infaliblemente si quisiéramos; pues si alguien tuviera cuidado para ofrecer a Dios tolas estas contrariedades y aceptarlas como dadas por su Providencia, y si además se dispusiera insensiblemente a una unión muy íntima con Dios, será capaz en poco tiempo de soportar los más tristes y funestos accidentes de la vida.

A este ejercicio que es tan fácil, y sin embargo tan útil para nosotros y tan agradable a Dios que ni puedo decíroslo, hemos de añadir también otro. Pensad todos los días, por las mañanas, en todo lo que pueda sucederos de molesto a lo largo del día. Podría suceder que en este día os trajeran la nueva de un naufragio, de una bancarrota, de un incendio; quizá antes de la noche recibiréis alguna gran afrenta, alguna confusión sangrante; tal vez sea la muerte la que os arrebatará la persona más querida de vosotros; tampoco sabéis si vais a morir vosotros mismos de una manera trágica y súbitamente. Aceptad todos estos males en caso de que quiera Dios permitirlos; obligad vuestra voluntad a consentir en este sacrificio y no os deis ningún reposo hasta que no la sintáis dispuesta a querer o a no querer todo lo que Dios quiera o no quiera.

En fin, cuando una de estas desgracias se deje en efecto sentir, en lugar de perder el tiempo quejándose de los hombres o de la fortuna, id a arrojaros a los pies de vuestro divino Maestro, para pedirle la gracia de soportar este infortunio con constancia. Un hombre que ha recibido una llaga mortal, si es prudente no correrá detrás del que le ha herido, sino ante todo irá al médico que puede curarle. Pero si en semejantes encuentros, buscarais la causa de vuestros males, también entonces deberíais ir a Dios pues no puede ser otro el causante de vuestro mal.

Id pues a Dios, pero id pronto, inmediatamente, que sea éste el primero de todos vuestros cuidados; id a contarle, por así decirlo, el trato que os ha dado, el azote de que se ha servido para probaros. Besad mil veces las manos de vuestro Maestro crucificado, esas manos que os han herido, que han hecho todo el mal que os aflige. Repetid a menudo aquellas palabras que también Él decía a su Padre, en lo más agudo de su dolor: Señor, que se haga vuestra voluntad y no la mía; Fiat voluntas tua. Sí mi Dios, en todo lo que queráis de mí hoy y siempre, en el cielo y en la tierra, que se haga esta voluntad, pero que se haga en la tierra como se cumple en el cielo.

 

II. LAS ADVERSIDADES SON ÚTILES A LOS JUSTOS, NECESARIAS A LOS PECADORES

Ved a esta madre amante que con mil caricias mira de apaciguar los gritos de su hijo, que le humedece con sus lágrimas mientras le aplican el hierro y el fuego; desde el momento en que esta dolorosa operación se hace ante sus ojos y por su mandato, ¿quién va a dudar de que este remedio violento debe ser muy útil a este hijo que después encontrará una perfecta curación o al menos el alivio de un dolor más vivo y duradero?

Hago el mismo razonamiento cuando os veo en la adversidad. Os quejáis de que se os maltrate, os ultrajen, os denigren con calumnias, que os despojen injustamente de vuestros bienes: Vuestro Redentor; este nombre es aún más tierno que el de padre o madre, vuestro Redentor es testigo de todo lo que sufrís, Él os lleva en su seno, y ha declarado que cualquiera que os toque, le toca a Él mismo en la niña del ojo; sin embargo. Él mismo permite que seáis atravesado, aunque pudiera fácilmente impedirlo, ¡y dudáis que esta prueba pasajera no os procure las más sólidas ventajas!

Aunque el Espíritu Santo no hubiera llamado bienaventurados a los que sufren aquí abajo, aunque todas las páginas de la Escritura no hablaran en favor de las adversidades, y no viéramos que son el pago más corriente de los amigos de Dios, no dejaría de creer que nos son infinitamente ventajosas. Para persuadirme, basta saber que Dios ha preferido sufrir todo lo que la rabia de los hombres ha podido inventar en las torturas más horribles, antes de yerme condenado a los menores suplicios de la otra vida; basta, dije, que sepa que es Dios mismo quien me prepara, quien me presenta el cáliz de amargura que debo beber en este mundo. Un Dios que ha sufrido tanto para impedirme sufrir, no se dará el cruel e inútil placer de hacerme sufrir ahora.

 

HAY QUE CONFIAR EN LA PROVIDENCIA

Para mí, cuando veo a un cristiano abandonarse al dolor en las penas que Dios le envía, digo en primer lugar: «He aquí un hombre que se aflige de su dicha; ruega a Dios que le libre de la indigencia en que se encuentra y debería darle gracias de haberle reducido a ella. Estoy seguro que nada mejor podría acaecerle que lo que hace el motivo de su desolación; para creerlo tengo mil razones sin réplica. Pero si viera todo lo que Dios ve, si pudiera leer en el porvenir las consecuencias felices con las que coronará estas tristes aventuras, ¿cuánto más no me aseguraría en mi pensamiento?

En efecto, si pudiéramos descubrir cuáles son los designios de la Providencia, es seguro que desearíamos con ardor los males que sufrimos con tanta repugnancia.

¡Dios mío!, si tuviéramos un poco más de fe, si supiéramos cuánto nos amáis, cómo tenéis en cuenta nuestros intereses, ¿cómo miraríamos las adversidades? Iríamos en busca de ellas ansiosamente, bendeciríamos mil veces la mano que nos hiere.

«¿Qué bien puede proporcionarme esta enfermedad que me obliga a interrumpir todos mis ejercicios de piedad?», dirá tal vez alguien. «¿Qué ventaja puedo obtener de la pérdida de todos mis bienes que me sitúa en el desespero, de esta confusión que abate mi valor y que lleva la turbación a mi espíritu?» Es cierto que estos golpes imprevistos, en el momento en que hieren acaban algunas veces con aquellos sobre quienes caen y les sitúan fuera del estado de aprovecharse inmediatamente de su desgracia: Pero esperad un momento y veréis que es por allí por donde Dios os prepara para recibir sus favores más insignes.

Sin este accidente, es posible que no hubierais llegado a ser peor, pero no hubierais sido tan santo. ¿No es cierto que desde que os habéis dado a Dios, no os habíais resuelto a despreciar cierta gloria fundada en alguna gracia del cuerpo o en algún talento del espíritu, que os atraía la estima de los hombres? ¿No es cierto que teníais aún cierto amor al juego, a la vanidad, al lujo? ¿No es cierto que no os había abandonado el deseo de adquirir riquezas, de educar a vuestros hijos con los honores del mundo? Quizá incluso cierto afecto, alguna amistad poco espiritual disputaba aún vuestro corazón a Dios. Sólo os faltaba este paso para entrar en una libertad perfecta; era poco, pero, en fin, no hubierais podido hacer aún este último sacrificio; sin embargo, ¿ de cuántas gracias no os privaba este obstáculo? Era poco, pero no hay nada que cueste tanto al alma cristiana como el romper este último lazo que le liga al mundo o a ella misma; sólo en esta situación siente una parte de su enfermedad; pero le espanta el pensamiento de su remedio, porque el mal está tan cerca del corazón que sin el socorro de una operación violenta y dolorosa, no se le puede curar; por esto ha sido necesario sorprenderos, que cuando menos pensabais en ello, una mano hábil haya llevado el hierro adelante en la carne viva, para horadar esta úlcera oculta en el fondo de vuestras entrañas; sin este golpe, duraría aún vuestra languidez. Esta enfermedad que se detiene, esta bancarrota que os arruina, esta afrenta que os cubre de vergüenza, la muerte de esta persona que lloráis, todas estas desgracias harán en un instante lo que no hubieran hecho todas vuestras meditaciones, lo que todos vuestros directores hubieran intentado inútilmente.

  

VENTAJAS INESPERADAS DE LAS PRUEBAS

Y si la aflicción en que estáis por voluntad de Dios, os hastía de todas las criaturas, si os compromete a daros enteramente a vuestro Creador, estoy seguro que le estaréis más agradecidos por lo que os ha afligido, que por lo que le hubierais ofrecido en vuestros votos si os evitaba la aflicción; los demás favores que habéis recibido de Él, comparados con esta desgracia, no serán a vuestros ojos más que pequeños favores. Siempre habéis mirado las bendiciones temporales que ha derramado hasta ahora sobre vuestra familia como los efectos de su bondad hacia vosotros; pero entonces veréis claramente que nunca os amó tanto como cuando trastornó todo lo que había hecho para vuestra prosperidad, y que si había sido liberal al daros las riquezas, el honor, los hijos y la salud, ha sido pródigo al quitaros todos estos bienes.

No hablo de los méritos que se adquieren por la paciencia; por lo general, es cierto que se gana más para el cielo en un día de adversidad que durante varios años pasados en la alegría, por santo que sea el uso que se haga de ella.

Todo el mundo conoce que la prosperidad nos debilita; y es mucho cuando un hombre dichoso, según el mundo, se toma la pena de pensar en el Señor una o dos veces por día; las ideas de los bienes sensibles que le rodean ocupan tan agradablemente su espíritu que olvida con mucho lodo lo demás. Por el contrario la adversidad nos lleva de un modo natural a elevar los ojos al cielo, para, mediante esta visión, suavizar la amarga impresión de nuestros males.

Sé que se puede glorificar a Dios en toda clase de estados y que no deja de honrarle la vida de un cristiano que le sirve en una alegre fortuna; pero ¡quién asegura que este cristiano le honra tanto como el hombre que le bendice en los sufrimientos! Se puede decir que el primero es semejante a un cortesano asiduo y regular, que no abandona nunca a su príncipe, que le sigue al consejo, que todo lo hace a gusto, que hace honor a sus fiestas; pero que el segundo es como un valiente capitán, que toma las ciudades para su rey, que le gana las batallas, a través de mil peligros y a precio de su sangre, que lleva lejos la gloria de las armas de su señor y los límites de su imperio.

Del mismo modo, un hombre que disfruta de una salud robusta, que posee grandes riquezas, que vive en honor, que tiene la estima del mundo, si este hombre usa como debe de todas estas ventajas, si las recibe con agradecimiento, si las refiere a Dios como a su divino Maestro por una conducta tan cristiana; pero si la Providencia le despoja de todos estos bienes, si le consume de dolores y de miserias y si en medio de tantos males, persevera en los mismos sentimientos, en las mismas acciones de gracias, si sigue al Señor con la misma prontitud y la misma docilidad, por un camino tan difícil, tan opuesto a sus inclinaciones, entonces es cuando publica las grandezas de Dios y la eficacia de su gracia, del modo más generoso y brillante.

 

OCASIONES DE MÉRITOS Y DE SALVACIÓN

Juzgad de ahí la gloria que deben esperar de Jesucristo las personas que le habrán glorificado en un camino tan espinoso. Entonces será cuando nosotros reconoceremos cuánto nos habrá amado Dios, dándonos las ocasiones de merecer una recompensa tan abundante; entonces nos reprocharemos a nosotros mismos el habernos quejado de lo que debería aumentar nuestra felicidad; de haber gemido, de haber suspirado, cuando deberíamos habernos alegrado; de haber dudado de la bondad de Dios, cuando nos daba las señales más seguras. Si un día han de ser así nuestros sentimientos, ¿por qué no entrar desde hoy en una disposición tan feliz? ¿Por qué no bendecir a Dios en medio de los males de esta vida, si estoy seguro que en el cielo le daré gracias eternas?

Todo esto nos hace ver que sea cuál sea el modo como vivamos deberíamos recibir siempre toda adversidad con alegría. Si somos buenos, la adversidad nos purifica y nos vuelve mejores, nos llena de virtudes y de méritos; si somos viciosos, nos corrige y nos obliga a ser virtuosos.

 

III. RECURSO A LA ORACIÓN

Es extraño que habiéndose comprometido Jesucristo tan a menudo y tan solemnemente a atender todos nuestros votos, la mayor parte de los cristianos se quejan todos los días de no ser escuchados. Pues, no se puede atribuir la esterilidad de nuestras oraciones a la naturaleza de los bienes que pedimos, ya que no ha exceptuado nada en sus promesas: Omnia quaecumque Orantes petitis credite quia accipietis (creed que obtendréis cuanto pidiereis por la oración). Tampoco se puede atribuir esta esterilidad a la indignidad de los que piden, pues lo ha prometido a toda clase de personas sin excepción: Omnis qui petit accipit (quien pide, recibe). ¿De dónde puede venir que tantas oraciones nuestras sean rechazadas? ¿Quizás no se deba a que como la mayor parte de los hombres son igualmente insaciables e impacientes en sus deseos, hacen demandas tan excesivas o con tanta urgencia que cansan, que desagradan al Señor o por su indiscreción o por su importunidad? No, no; la única razón por la que obtenemos tan poco de Dios es porque le pedimos demasiado poco y con poca insistencia.

Es cierto que Jesucristo nos ha prometido de parte de su Padre, concedernos todo, incluso las cosas más pequeñas; pero nos ha prescrito observar un orden en todo lo que pedimos y, sin la observancia de esta regla, en vano esperaremos obtener nada. En San Mateo se nos ha dicho: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura: Quaerite primum regnum Dei, et haec omnia adicientur vobis.

 

PARA OBTENER BIENES

No se os prohíbe desear las riquezas, y todo lo que es necesario para vivir, incluso para vivir bien; pero hay que desear estos bienes en su rango, y si queréis que todos vuestros deseos a este respecto se cumplan infaliblemente, pedid primero las cosas más importantes, a fin de que se añadan las pequeñas al daros las mayores.

He aquí exactamente lo que le sucedió a Salomón. Dios le había dado la libertad de pedir todo lo que quisiera, él le suplicó de concederle la sabiduría, que necesitaba para cumplir santamente con sus deberes de la realeza. No hizo ninguna mención ni de los tesoros ni de la gloria del mundo; creyó que haciéndole Dios una oferta tan ventajosa tendría la ocasión de obtener bienes considerables. Su prudencia le mereció en seguida lo que pedía e incluso lo que no pedía. Quia postulasti verbum hoc, et non petisti tibi dies multos, nec divitias…, ecce feci tibi secundum sermones tuos: Te concedo de gusto esta sabiduría porque me la has pedido, pero no dejaré de colmarte de años, de honores y de riquezas, porque no me has pedido nada de todo esto: Sed et haec quae non postulasti, divitias scilicet et gloriam.

Si este es el orden que Dios observa en la distribución de sus gracias, no nos debemos extrañar que hasta ahora hayamos orado sin éxito. Os confieso que a menudo estoy lleno de compasión cuando veo la diligencia de ciertas personas, que distribuyen limosnas, que hacen promesa de peregrinaciones y ayunos, que interesan hasta a los ministros del altar para el éxito de sus empresas temporales. ¡Hombres ciegos, temo que roguéis y que hagáis rogar en vano! Hay que hacer estas ofrendas, estas promesas de ayunos y peregrinaciones, para obtener de Dios una entera reforma de vuestras costumbres, para obtener la paciencia cristiana, el desprecio del mundo, el desapego de las criaturas; tras estos primeros pasos de un celo regulado, hubierais podido hacer oraciones por el restablecimiento de vuestra salud y por el progreso de vuestros negocios; Dios hubiera escuchado estas oraciones, o mejor, las hubiera prevenido y se hubiera contentado de conocer vuestros deseos para cumplirlos.

Sin estas gracias primeras, todo lo demás podría ser perjudicial y de ordinario así es; he aquí por qué somos rechazados. Murmuramos, acusamos al Cielo de dureza, de poca fidelidad en sus promesas. Pero nuestro Dios es un Padre lleno de bondad, que prefiere sufrir nuestras quejas y nuestras murmuraciones, antes que apaciguarías con presentes que nos serían funestos.

 

PARA APARTAR LOS MALES

Lo que he dicho de los bienes, lo digo también de los males de que deseamos vernos libres. Alguien dirá que él no suspira por una gran fortuna, que se contentaría con salir de esta extrema indigencia en la que sus desgracias lo han reducido; deja la gloria y la alta reputación para los que la ansían, desearía tan sólo evitar el oprobio en que le sumergen las calumnias de sus enemigos; en fin, puede pasarse de los placeres, pero sufre dolores que no puede soportar; desde hace tiempo está rogando, pide al Señor con insistencia a ver si quiere suavizarlos; pero le encuentra inexorable.

No me sorprende; tenéis males secretos mucho mayores que los males de que os quejáis, sin embargo son males de los que no pedís ser librados; si para conseguirlo hubierais hecho la mitad de las oraciones que habéis hecho para ser curados de los males exteriores, haría ya mucho tiempo que hubierais sido librados de los unos y de los otros.

La pobreza os sirve para mantener en humildad a vuestro espíritu, orgulloso por naturaleza; el apego extremo que tenéis por el mundo os hace necesarias estas medicinas que os afligen; en vosotros las enfermedades son como un dique contra la inclinación que tenéis por el placer, contra ésta pendiente que os arrastraría a mil desgracias. El descargaros de estas cruces, no sería amaros, sino odiaros cruelmente, a no ser que os concedan las virtudes que no tenéis. Si el Señor os viera con cierto deseo de estas virtudes, os las concedería sin dilación y no sería necesario pedir el resto.

 

NO SE PIDE BASTANTE

Ved cómo por no pedir bastante, no recibimos nada, porque Dios no podría limitar su liberalidad a pequeños objetos, sin perjudicarnos a nosotros mismos. Os ruego observéis que no digo que no se puedan pedir prosperidades temporales sin ofenderle, y pedir ser liberados de las cruces bajo las que gemimos; sé que para rectificar las oraciones por las que se solicita este tipo de gracias basta con pedirlas con la condición de que no sean contrarias ni a la gloria de Dios, ni a nuestra propia salvación; pero como es difícil que sea glorioso a Dios el escucharos o útil para vosotros, si no aspiráis a mayores dones, os digo que en tanto os contentéis con poco, corréis el riesgo de no obtener nada.

¿Queréis que os dé un buen método para pedir la felicidad incluso temporal, método capaz de forzar a Dios para que os escuche? Decidle de todo corazón: Dios mío, dadme tantas riquezas que mi corazón sea satisfecho o inspiradme un desprecio tan grande que no las desee más; libradme de la pobreza o hacédmela tan amable que la prefiera a todos los tesoros de la tierra; que cesen estos dolores, o lo que será aún más glorioso para Vos, haced que cambien en delicias para mí y que lejos de afligirme y de turbar la paz de mi alma lleguen a ser, a su vez, la fuente más dulce de alegría. Podéis descargarme de la cruz; podéis dejármela, sin que sienta el peso. Podéis extinguir el fuego que me quema; podéis hacer, que en lugar de apagarlo para que no me queme, me sirva de refrigerio, como lo fue para los jóvenes hebreos en el horno de Babilonia. Os pido lo uno o lo otro. ¿Qué importa el modo como yo sea feliz? Si lo soy por la posesión de los bienes terrestres, os daré eternas acciones de gracias; si lo soy por la privación de estos mismos bienes, será un prodigio más gloria a vuestro nombre quedará estaré aún más reconocido.

He aquí una oración digna de ser ofrecida a Dios por un verdadero cristiano. Cuando roguéis de este modo, ¿sabéis cuál es el efecto de vuestros votos? En primer lugar estaréis contento suceda lo que suceda; ¿acaso desean otra cosa los que están deseosos de bienes temporales que estar contentos? En segundo lugar, no solamente no obtendréis infaliblemente una de las dos cosas que habéis perdido, sino que ordinariamente obtendréis las dos. Dios os concederá el disfrute de las riquezas; y para que las poseáis sin apego y sin peligro, os inspirará a la vez un desprecio saludable. Pondrá fin a vuestros dolores, y además os dejará una sed ardiente que os dará el mérito de la paciencia, sin que sufráis. En una palabra, os hará felices en esta vida y temiendo que vuestra dicha no os corrompa, os hará conocer y sentir la vanidad. ¿Se puede desear algo más ventajoso? Nada, sin duda. Pero como una ventaja tan preciosa es digna de ser pedida, acordaos también que merece ser pedida con insistencia. Pues la razón por la que se obtiene tan poco, no es solamente porque se pide poco, es también porque, se pida poco o mucho, no se pide bastante.

 

PERSEVERANCIA EN LA ORACIÓN

¿Queréis que todas vuestras oraciones sean eficaces infaliblemente? ¿Queréis forzar a Dios a satisfacer todos vuestros deseos? En primer lugar digo que no hay que cansarse de orar. Los que se cansan después de haber rogado durante un tiempo, carecen de humildad o de confianza; y de este modo no merecen ser escuchados. Parece como si pretendierais que se os obedezca al momento vuestra oración como si fuera un mandato; ¿no sabéis que Dios resiste a los soberbios y que se complace en los humildes? ¿Qué? ¿Acaso vuestro orgullo no os permite sufrir que os hagan volver más de una vez para la misma cosa? Es tener muy poca confianza en la bondad de Dios el desesperar tan pronto, el tomar las menores dilaciones por rechazos absolutos.

Cuando se concibe verdaderamente hasta dónde llega la bondad de Dios, jamás se cree uno rechazado, jamás se podría creer que desee quitarnos toda esperanza. Pienso, lo confieso, que cuando veo que más me hace insistir Dios en pedir una misma gracia, más siento crecer en mí la esperanza de obtenerla; nunca creo que mi oración haya sido rechazada, hasta que me doy cuenta de que he dejado de orar; cuando tras un año de solicitaciones, me encuentro en tanto fervor como tenía al principio, no dudo del cumplimiento de mis deseos; y lejos de perder valor después de tan larga espera, creo tener motivo para regocijarme, porque estoy persuadido que seré tanto más satisfecho cuanto más largo tiempo se me haya dejado rogar. Si mis primeras instancias hubieran sido totalmente inútiles, jamás hubiera reiterado los mismos votos, mi esperanza no se hubiera sostenido; ya que mi asiduidad no ha cesado, es una razón para mi el creer que seré pagado liberalmente.

En efecto, la. conversión de san Agustín no fue concedida a santa Mónica hasta después de diez y seis años de lágrimas; pero también fue una conversión incomparablemente más perfecta que la que había pedido. Todos sus deseos se limitaban a ver reducida la incontinencia de este joven en los límites del matrimonio, y tuvo el placer de verle abrazar los más elevados consejos de castidad evangélica. Había deseado solamente que se bautizara, que fuera cristiano, y ella le vio elevado al sacerdocio, a la dignidad episcopal.

En fin, ella sólo pedía a Dios verle salir de la herejía y Dios hizo de él la columna de la Iglesia y el azote de los herejes de su tiempo. Si después de un año o dos de oraciones, esta piadosa madre se hubiera desanimado, si después de diez o doce años, viendo que el mal crecía cada día, que este hijo desgraciado se comprometía cada día en nuevos errores, en nuevos excesos, que a la impureza había añadido la avaricia y la ambición; silo hubiera abandonado todo entonces por desesperación, ¡cuál hubiera sido su ilusión! ¿Qué agravio no hubiera hecho a su hijo? ¡De qué consolación no se hubiera privado ella misma! ¡De qué tesoro no hubiera frustrado a su siglo y a todos los siglos venideros!

 

UNA CONFIANZA OBSTINADA

Para terminar, me dirijo a aquellas personas que veo inclinadas a los pies del altar, para obtener estas preciosas gracias que Dios tiene tanta complacencia en vernos pedir. Almas dichosas, a quienes Dios da a conocer la vanidad de las cosas mundanas, almas que gemís bajo el yugo de vuestras pasiones y que rogáis para ser librados de ellas, almas fervientes que estáis inflamadas del deseo de amar a Dios y de servirle como los santos le han servido y usted que solicita la conversión de este marido, de esta persona querida, no os canséis de rogar, sed constantes, sed infatigables en vuestras peticiones; si se os rechaza hoy, mañana lo obtendréis todo; si no obtenéis nada este año, el año próximo os será más favorable; sin embargo, no penséis que vuestros afanes sean inútiles: Se lleva la cuenta de todos vuestros suspiros, recibiréis en proporción al tiempo que hayáis empleado en rogar; se os está amasando un tesoro que os colmará de una sola vez, que excederá a todos vuestros deseos.

Es necesario descubriros hasta el fin los resortes secretos de la Providencia: La negativa que recibís ahora no es más que un fingimiento del que Dios se sirve para inflamar más vuestro fervor. Ved cómo obra respecto a la Cananea, cómo rehúsa verla y oírla, cómo la trata de extranjera y más duramente aún. ¿No diréis que la importunidad de esta mujer le irrita más y más? Sin embargo, dentro de Él, la admira y está encantado de su confianza y de su humildad; y por esto la rechaza. ¡Oh clemencia disfrazada, que toma la máscara de la crueldad con qué ternura rechazas a los que más quieres escuchar! Guardaos de dejaros sorprender; al contrario, urgid tanto más cuanto más os parezca que sois rechazados.

Haced como la Cananea, servíos contra Dios mismo de las razones que pueda tener para rechazaros. Es cierto debéis decir, que favorecerme sería dar a los perros el pan de los hijos, no merezco la gracia que pido, pero tampoco pretendo que se me conceda por mis méritos, es por los méritos de mi amable Redentor. Si, Señor, debéis temer que haya más consideración a mi indignidad que a vuestra promesa, y que queriendo hacerme justicia os engañéis a vos mismo. Si fuera más digno de vuestros beneficios, os seria menos glorioso el hacerme partícipe de ellos. No es justo hacer favores a un ingrato; ¡oh, Señor!, no es vuestra justicia lo que yo imploro, sino vuestra misericordia. ¡Mantén tu ánimo! dichoso de ti que has comenzado a luchar tan bien contra Dios; no le dejes tranquilo; le agrada la violencia que le hacéis, quiere ser vencida. Haceos notar por vuestra importunidad, haced ver en vosotros un milagro de constancia; forzad a Dios a dejar el disfraz y a deciros con admiración:

Magna est fides tua, fiat tibi sicut vis: Grande es tu fe; confieso que no puedo resistirte más; vete, tendrás lo que deseas, tanto en esta vida como en la otra.

 

III. EJERCICIO PARTICULAR DE CONFORMIDAD CON LA DIVINA PROVIDENCIA

La práctica de este piadoso ejercicio es de suma importancia, a causa de las preciosas ventajas que extraen siempre las personas que lo realizan bien.

 

1. Actos de fe, de esperanza y de caridad

I. En primer lugar se hace un acto de fe en la Providencia divina. Se intenta penetrarse bien de esta verdad de que Dios toma un cuidado continuo y muy atento, no solamente de todas las cosas en general, sino también de cada una en particular, de nosotros sobre todo, de nuestra alma, de nuestro cuerpo, de todo lo que nos interesa; que su solicitud, a la que nada escapa, se extiende a nuestra reputación, a nuestros trabajos, a nuestras necesidades de toda clase, a nuestra salud como a nuestras enfermedades, a nuestra vida como a nuestra muerte y hasta al menor de nuestros cabellos que no puede caer sin su permiso.

II. Luego del acto de fe, se hace un acto de esperanza. Entonces, se excita uno a una firme confianza en que esta Providencia divina proveerá a todo lo que nos concierne, que nos dirigirá, nos defenderá con una vigilancia y una afección más que paternal y nos gobernará de tal modo que suceda lo que suceda, si nos sometemos a su dirección, todo nos será favorable y volverá en bien nuestro, incluso las cosas que parezcan más contrarias.

III. A estos dos actos hay que añadir el de la caridad. Se testimonia a la divina Providencia el más vivo afecto, el amor más tierno, como un niño lo testimonia a su buena madre refugiándose en sus brazos; se hacen protestas de un amor absoluto por todos sus designios, por impenetrables que sean, sabiendo que son el fruto de una sabiduría infinita que no puede equivocarse y de una bondad soberana que no puede querer más que la perfección de sus criaturas; se hace de tal modo que este aprecio sea bastante práctico para disponemos a hablar de buena gana de la Providencia e incluso a tomar su defensa altamente contra los que se permitan negarla o criticaría.

 

2. Acto de filial abandono a la Providencia

Después de haber renovado muchas veces estos actos y de haberse penetrado bien de ellos, el alma se abandona a la divina Providencia, reposa y duerme dulcemente en sus brazos, como un niño en los brazos de su madre. Hace suyas entonces aquellas palabras de David: En paz me duermo luego que me acuesto porque tú, Señor, me das seguridad (Sal. 4, 9-10). O bien dirá con el mismo profeta: El Señor es mi Pastor; nada me falta. Me pone en verdes pastos y me lleva a frescas aguas. Recrea mi alma y me guía por las rectas sendas, por amor de su nombre y por mi perfección. ¡Oh mi Señor! guiado por vuestra mano y cubierto por vuestra protección, aunque haya de pasar por un valle tenebroso, en medio de mis enemigos, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado son mi consuelo. Tú pones ante mi una mesa, enfrente de mis enemigos. Sólo bondad y benevolencia me acompañan todos los días de mi vida, y estaré en la casa del Señor por muy largos años (Sal. 22).

Llena de la alegría que le inspira también suaves palabras el alma recibe con respeto a esta dichosa disposición, todos los acontecimientos presentes de manos de la divina Providencia y espera todos los venideros con una dulce tranquilidad de espíritu, con una paz deliciosa. Vive como un niño, al abrigo de toda inquietud. Pero esto no quiere decir que ella permanezca en una espera ociosa de las cosas teniendo necesidad de ellas o que descuide el aplicarse a los asuntos que se presenten. Al contrario, hace por su parte, todo lo que depende de su mano, para llevarlos bien, emplea en ellos todas sus facultades; pero sólo se da a tales cuidados bajo la dirección de Dios, no mira su propia previsión más que como sometida enteramente a la de Dios y le abandona la libre disposición de todo, no esperando otro éxito que el que está en los designios de la voluntad divina.

3. Utilidad de este ejercicio

¡Oh! ¡Cuánta gloria y honor da a Dios el alma dispuesta de este modo!

Verdaderamente es una gran gloria para Él el tener una criatura tan apegada a su Providencia, tan dependiente de su conducta, llena de una esperanza tan firme y disfrutando de un reposo de espíritu tan profundo en espera de lo que tenga a bien enviarle. Y también, ¡cuánto cuidado no tomará Dios de tal alma!

Él vela sobre las menores cosas que le interesan: Inspira a los hombres establecidos para gobernarla todo lo que es necesario para dirigirla bien; y si por el motivo que sea, esos hombres quisieran obrar en relación con ella de un modo que le fuera perjudicial, Él haría surgir obstáculos a sus designios por caminos secretos e inesperados y les forzaría a adoptar lo que sería más ventajoso para esta alma querida.

El Señor guarda a cuantos le aman (Sal. 144,20). Si la Escritura da ojos a este Dios de bondad, es para velar por ellos; si le atribuye orejas es para escucharlos; si manos, es para defenderlos. Y quien les toque, toca al Señor en la niña de los ojos. Los niños serán llevados a la cadera, dice el Señor por boca del profeta Isaías, y serán acariciados sobre las rodillas. Como consuela una madre a su hijo, así os consolaré yo a vosotros (Is. 66, 12-13). En Oseas: Yo enseñé a andar a Efraín, le llevé en brazos (Os. 11,3). Mucho tiempo antes Moisés había dicho: En el desierto has visto como te ha llevado el Señor, tu Dios, como lleva un hombre a su hijo, por todo el camino que habéis recorrido hasta llegar a este lugar (Deut. 1, 31). También dice Dios en Isaías: Mamarás a los pechos de los reyes, recibirás un alimento delicioso y divino, y sabrás, mediante una dulce experiencia, con qué solicitud Yo, el Señor, soy tu Salvador (Is. 60, 16). ¡ Oh! ¡ dichosa situación para un alma!

En la persona de Noé se encuentra una imagen sensible de la felicidad que gusta el que se abandona completamente a Dios. Noé estaba en reposo y en paz en el arca con los leones, los tigres, los osos porque Dios le conducía mientras que las espantosas lluvias caían del cielo y en medio del trastorno general de los elementos y de toda la naturaleza. Por el contrario, los demás estaban en la más extraña confusión de cuerpo y de espíritu, perdían sus bienes, sus mujeres, sus hijos y hasta ellos mismos se perdían, tragados despiadadamente por las olas. Del mismo modo el alma que se abandona a la Providencia, que le deja el timón de su barca, boga con tranquilidad en el océano de esta vida, en medio de las tempestades del cielo y de la tierra, mientras que los que quieren gobernarse ellos mismos el Sabio los llama almas en tinieblas, excluidas de tu eterna Providencia (Sab. 17, 1-2) están en continua agitación y, no teniendo por piloto más que su voluntad inconstante y ciega, acaban en un funesto naufragio después de haber sido el juguete de los vientos y de la tempestad.

Abandonémonos completamente a la divina Providencia, dejémosle todo el poder de disponer de nosotros; comportémonos como sus verdaderos hijos, sigámosla con verdadero amor como a nuestra madre; confiémonos a ella en todas nuestras necesidades, esperemos sin inquietud que aporte los remedios de su caridad. En fin, dejémosla obrar y ella nos proveerá de todo en el tiempo, en el lugar y del modo más conveniente; ella nos conducirá por caminos admirables al reposo del espíritu y a la dicha a que estamos llamados a gozar incluso desde esta vida, como un anticipo de la eterna felicidad que nos ha sido prometida.

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