La imagen tiene atributos similares a la imagen de la Virgen de Guadalupe impresa en tilma de Juan Diego.
La imagen de Nuestra Señora de las Lajas, fruto de una aparición en Colombia en el siglo XVIII, comparte características sobrenaturales similares con la imagen de la Virgen de Guadalupe, que quedó impresa en la tilma de Juan Diego.
Sin embargo la advocación es poco conocida y aún menos conocidas son las características sobrenaturales de su imagen, que ha sido catalogada como no hecha por manos humanas.
Aquí hablaremos sobre cómo fue la aparición de la Virgen de las Lajas, y sobre las características sobrenaturales de la imagen que quedó impresa en las rocas, que la emparentan con la imagen de la guadalupana, y también con la imagen de la Virgen de Coromoto.
La historia de la Virgen de las Lajas se remonta a mediados del siglo XVIII.
Dos siglos después de la aparición de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego, donde dejara impresa su imagen en la tilma.
Y un siglo después que Nuestra Señora se apareciera al indio Coromoto y dejara su pequeñita imagen impresa, especialmente milagrosa por el contenido de sus ojos, que se asemeja a lo que se pudo verificar en los ojos de la Virgen de Guadalupe.
La imagen que Nuestra Señora dejó impresa en las Lajas tiene características misteriosas similares a la imagen de la guadalupana en el ayate.
Y por eso podemos decir que las imágenes originales de la Virgen de Coromoto y de las Lajas comparten el mismo mensaje sobrenatural dejado por la guadalupana.
Sin embargo, no ha tenido la cantidad de estudios que han tenido la imagen de la Virgen de Coromoto y ni que hablar de la Virgen de Guadalupe, y tampoco su difusión.
El lugar de los hechos de la aparición de la Virgen de las Lajas se sitúa en los andes ecuatoriales, a 2.600 metros de altitud, sobre una profunda quebrada sobre el río Guáitara, en el municipio de Ipiales, en el extremo sur de Colombia, a diez kilómetros de la frontera con Ecuador.
Nuestra Señora apareció milagrosa y misteriosamente impresa en una piedra laja luego de una aparición a una india y su madre.
En los tres casos mencionados los videntes son los indígenas, por lo que las tres son apariciones para fomentar la conversión de los pobladores autóctonos de América.
Nuestra Señora de las Lajas también es llamada cariñosamente por sus devotos ‘la mestiza’, de la misma forma en que se presentó a los aztecas la guadalupana.
La historia de los acontecimientos sobrenaturales alrededor de nuestra Señora de las lajas son los siguientes.
María Mueses de Quiñones era una indígena potosina, empleada doméstica en la familia Torresano de Ipiales y madre de una niña sordomuda de 5 años, Rosita.
Yendo desde Potosí a Ipiales por el estrecho sendero marcado a orillas del barranco, por donde hoy está el templo de las Lajas, se desató una terrible tempestad.
Y a fin de resguardarse, corrió hacia una cueva natural que había a media cuesta, esperando que la lluvia pasara.
Temerosa por lo desolado de aquellos parajes y por la idea de que el demonio pudiera hacer presa de la infortunada persona que viajase sola, se angustió, lloró, e invocó el auxilio de la Santísima Virgen del Rosario, que había aprendido de los padres dominicos, que desde hacía dos siglos evangelizaban dichas comarcas.
La tormenta amainó y pudo seguir su viaje, no sin antes quedarle grabada la idea de regresar para agradecer a la Virgen.
No penetró en la cueva más adentro.?
El viaje de regreso lo hace en compañía de su pequeña hija Rosa.
Y al llegar a la cueva se detiene para descansar y agradecer.
La niña entonces deja a su madre y empieza a trepar por las lajas.
Y de pronto le habla, “Mamita, vea a esta mestiza que se ha despeñado con un mesticito en los brazos y dos mestizos a los lados”.
Y luego,
“¡Mamita, la mestiza me llama!”.
Al llegar la india a la cueva vio no sin sorpresa a su hija arrodillada a los pies de esa Mestiza, jugando cariñosa y familiarmente con el rubio Mesticito, que se había desprendido de los brazos de su Madre.
María quedó asustada, ya que era la primera vez que oía hablar a su hija y por la aparición de la Señora y el Niño, que ya intuía quienes eran.
De regreso al pueblo, cuando contó lo que había sucedido, nadie la tomó en serio.
Sin embargo algunos se preguntaron si quizás fuera cierto, porque después de todo la niña ahora podía hablar.
A partir de ahí madre e hija empezaron a visitar diariamente aquel lugar, ofreciendo a la Señora flores silvestres que recogían por el camino y velas artesanales.
Pasaron los meses, con María y Rosa guardando su secreto.
Finalmente, un día la niña cayó gravemente enferma y murió.
María, angustiada, decidió llevar el cuerpo de su hija a Las Lajas para pedirle a la Señora que le devolviera la vida.
Y ante los ruegos insistentes y las copiosas lágrimas, la Virgen no resistió y obtuvo de su Divino Hijo la gracia de revivir a la pequeña Rosa.
Exultante de alegría María Mueses de Quiñones se dirigió a Ipiales a golpear la puerta de la familia Torresano, a quienes relató el nuevo prodigio.
Y a pesar de lo avanzado de la noche, se organiza una comitiva encabezada por don Juan Torresano, para hablar con el párroco, el dominico Fray Gabriel de Villafuerte, quien procede al interrogatorio de rigor.
El párroco no le cree del todo y de madrugada sale en una peregrinación a la cueva y llegan a las Lajas a las seis de la mañana.
De la cueva salían luces de una extraordinaria belleza.
Y todos pudieron contemplar la imagen de la Virgen que había aparecido impresa en la roca y de cuya presencia no se había percatado María o bien no estaba antes.
La imagen era de Nuestra Señora del Rosario con el Niño Jesús en brazos, y a sus lados San Francisco y Santo Domingo, a quien le entregaba el rosario.
¿Y que es lo que tiene de especial esta imagen, que nos hace recordar a la de la guadalupana, que quedó impresa en la tilma de Juan Diego?
La imagen no está pintada, sino que está misteriosamente impresa en la roca.
Los colores no se aplican a la superficie, sino que penetran profundamente en la roca.
Si extrajéramos una fina capa de la roca encontraríamos detrás la misma imagen.
Un grupo de geólogos alemanes le efectuó diversas pruebas científicas.
Y llegó a la conclusión de que no existía en la imagen el menor fragmento de pintura o pigmento de cualquier clase, sino que eran tonos de la piedra misma.
¿Y cómo los colores de las piedras pudieron retratar los rostros con tal perfección?
Un verdadero milagro.
Por otro lado, el polvo del ambiente no se deposita en la imagen, ni la dañan los excrementos de los insectos, ni el manoseo devoto de los fieles, ni el altísimo porcentaje de humedad del lugar, con una cascada a menos de 100 mts, ni se ha descascarado, ni la ha oscurecido el humo de las velas.
A diferencia de la guadalupana, que aceptó retoques, ésta no admite ningún tipo de pintura, rechaza todo adhesivo, salvo la cera de las velas benditas con las que se le han adherido las joyas añadidas, ahora robadas.
Tampoco al arrancase el trozo de cera se desprende pintura de la imagen.
En una ocasión algunos devotos, movidos por una imprudente preocupación filial, decidieron lavar la pintura con cepillo y jabón a fin de preservarla.
Tan pronto como el párroco se enteró del intento fue corriendo hasta el lugar, pero ya era demasiado tarde.
La limpieza había terminado exitosamente y la imagen ¡estaba intacta!
Todo esto parece indicar que es una imagen akeropita, que significa que no está hecha por manos humanas.
En el manto de la Virgen se ven dos letras, P y B, que algunos autores han propuesto que corresponden a las iniciales de fray Pedro Bedón, provincial de los dominicos en la mitad del siglo XVI, pintor y misionero.
Sin embargo, el padre Manuel Chamorro Guerrero, capellán del santuario en 1997, ve entre la P y la B, una e minúscula, y entiende que las tres letras significan Pax et Bonum, o sea paz y bien, que resume toda la evangelización.
Sin embargo hay algunos otros misterios en la imagen que no han sido develados, porque no ha sido investigada tan a fondo como el ayate de la guadalupana.
En las fotografías antiguas se puede ver al Espíritu Santo grabado en la parte superior de la pintura; pero ese detalle ha ido despareciendo a lo largo del tiempo, sin que se sepa el motivo.
Una fuente de agua que brotaba milagrosamente a los pies de la pintura, ya no se encuentra allí hoy día.
Y el Dr. Plinio Correa menciona que algunas voces populares hablaban de profecías y palabras dichas por la Virgen, pero ninguna de ellas ha llegado hasta nuestros días.
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Alrededor de la imagen los fieles devotos le han erigido cuatro templos sucesivamente, cada vez más grandes, hasta culminar en el actual santuario neogótico, cuya construcción duró 30 años siendo terminado en 1949.
El Santuario de Nuestra Señora de Lajas, elevado a Basílica Menor en 1954 por Pío XII, es conocido como uno de los Santuarios más bonitos del mundo, por ello tiene un gran número de peregrinos.
Bueno, hasta aquí los milagros de la aparición de Nuestra Señora de las Lajas en el siglo XVIII, y de la imagen que dejó impresa, que tiene características sobrenaturales similares a la imagen original de la guadalupana y la de coromoto.
Y me gustaría preguntarte por qué crees que estos milagros, que relatamos aquí, como en otro video sobre la Virgen de Coromoto, son poco difundidos.
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