1. Reliquias de la Sangre de Cristo y cabellos de la Virgen Santísima
El Peregrino había recibido, en Junio de 1822, un estuche con la inscripción: DE CUORE JESU CHRISTI. El relicario provenía de un convento suprimido de Carmelitas de Colonia. Sin decir nada a Ana Catalina lo escondió en el armario situado a su cabecera. Al día siguiente dijo:
He pasado esta noche muy inquieta, y en estado muy extraordinario. Era llevada hacia esta dirección (indica el lugar donde estaba el estuche) por un impulso dulce, pero fuerte, como de un hambre insaciable; era un apetito, un deseo que no podía aquietarse. Me parecía que debía volar hacia un lado y de allí hacia otro. Me sentía muy conmovida, y vi muchos cuadros contemporáneos y sucesivos. Yendo en esa dirección, vi la escena completa de Jesús en el jardín de los Olivos. Hincado sobre una piedra, sudó sangre en la caverna.
Vi a los discípulos, durmiendo, y vi un cuadro entero de la agonía de Jesús, y cuanto lo angustiaron los pecados de los hombres. Vi esa piedra salpicada con la sangre que salía del cuerpo de Jesucristo. Las gotas estaban cubiertas de arena, o de tierra, y estaban como ocultas allí; pero me parecía que esa arena o tierra venía hacia mi y se retiraba de las gotas para que yo las pudiese ver. Me pareció que esto acontecía mucho tiempo después de la época real.
He visto también un cuadro de la Virgen Santísima, que en el mismo momento estaba en un patio de la casa de María de Marcos, de rodillas sobre una piedra: la forma de sus rodillas se imprimió sobre aquella piedra. Probaba también ella la angustia del Señor y se sentía en un estado de desfallecimiento, y recibía ayuda. Vi un cuadro relativo a los cabellos María: éstos habían estado divididos en tres partes. Los apóstoles, después de su muerte, cortaron y se repartieron sus cabellos.
El Peregrino le mostró el estuche que estaba en el armario, y Ana Catalina, después de mirarlo con devota atención, dijo:
Hay aquí también cabellos de María. Los veo de nuevo. Hay aquí, efectivamente, sangre de Cristo. Hay aquí tres finísimos glóbulos. Esta reliquia obra en mi de modo muy diverso de todas las demás reliquias. Me atrae tan maravillosamente; me deja en el corazón un ansia dulce y tranquila. Las otras reliquias resplandecen, en comparación con ésta, como un fuego, y ésta como un sol de mediodía. Esta es sangre de Cristo. He visto una vez la que destilaba de una hostia consagrada. Ciertamente, quedó sangre de Cristo en la tierra, no ya como sangre substancial, sino así como un color de ella; no puedo expresarlo mejor. He visto a los ángeles recoger solamente aquella que caía sobre la tierra en el Via Crucis y durante su pasión.
2. Visiones sobre estas santas reliquias. La princesa de Creta.
He visto una santa princesa, en hábito de peregrina, llegar con gran séquito a Jerusalén. Provenía de la isla de Creta y no estaba aún bautizada, pero lo deseaba ardientemente. La he visto en Roma cuando era pagana. Parecía que por entonces había una tregua en las persecuciones, porque el Papa habitaba en un edificio en ruinas; allí ella fue instruida y los cristianos se reunían calladamente.
En la Tierra Santa las cosas estaban tranquilas, pero un viaje a Jerusalén iba acompañado de muchos peligros. La ciudad de Jerusalén estaba muy cambiada: algunas alturas habían sido allanadas y algunos valles hondos cubiertos con escombros y rellenados dentro de la ciudad. Por eso ciertos caminos pasaban ahora por encima de santos lugares. Creo que también los judíos habían sido obligados a refugiarse y a encerrarse en una parte determinada de la ciudad. Existían ruinas del antiguo templo.
El lugar del santo sepulcro permanecía fijo e inmutable junto al monte Calvario, fuera de la ciudad, pero no se podía llegar hasta allá porque estaba cubierto de escombros y de tierra y amurallado en torno. Allí cerca se detenían y vivían en cuevas o bóvedas ruinosas muchos santos varones, que veneraban esos lugares y parecían ser de aquellos que habían sido establecidos por los primeros obispos desde los tiempos de los Apóstoles. Ellos no podían llegar corporalmente hasta el santo Sepulcro, pero a menudo en visiones llegaban a sus cercanías. Parece que poca atención despertaban por entonces los cristianos: podían, sin ser molestados, pero con ciertas precauciones, visitar los santos lugares, hacer excavaciones y sacar reliquias y cosas sagradas. En aquel tiempo fueron buscados y encontrados varios cuerpos de santos mártires de la primera época, y celosamente guardadas sus reliquias.
Aquella princesa que había peregrinado hasta allí, orando sobre el Monte de los Olivos, vio en visión la Sangre preciosa, y lo indicó a un sacerdote de los que guardaban el santo Sepulcro. Este, con cinco otros, fue al lugar señalados y excavó la tierra. Encontró una piedra colorada sobre la cual Jesucristo había sudado sangre; estaba cubierta de muchas gotas de sangre. Como no podían separar la piedra del escollo de donde formaba parte, separaron de un lado un pedazo del tamaño de cinco palmos. De esta piedra recibió una parte la princesa peregrina. Obtuvo también otras sagradas reliquias y fragmentos de los vestidos de San Lorenzo, y del viejo Simeón, cuya tumba yacía destruida no muy lejos del mismo templo. Recuerdo que el nombre de esa princesa es santo, pero no conocido entre nosotros. El fragmento de piedra era triangular y lleno de venas de diversos colores. Primero fue colocado dentro de un altar; más tarde en el pedestal de un Ostensorio.
El padre de aquella joven princesa procedía de los reyes de Creta (entonces en poder de los romanos). Este príncipe poseía aún muchos bienes y habitaba en un castillo junto a una ciudad situada en el lado occidental de la isla, llamada Cydon o Canea. Allí he visto crecer muchos frutos amarillos, largos y obtusos en la parte superior (frutos del árbol Malun Cydonium).
Entre la ciudad y el castillo se levantaba un gran arco a través del cual se veía la ciudad, a la cual se llegaba por una carretera real. El padre tenía otros cinco hijos; la madre había muerto cuando la niña era aun pequeña. Él había estado ya en la Tierra Santa y en Jerusalén. Uno de sus antepasados había conocido a aquel Léntulo que tenía tanto afecto por Jesús y tanta amistad con Pedro; por medio de él había llegado a conocer las verdades del Cristianismo. Por esto supe que el padre de la joven no era enemigo del Cristianismo. Mientras él estaba en Roma con el joven que debía ser su yerno, hablaron del Cristianismo y el joven dijo que deseaba ardientemente ser cristiano. Creo que en esta ocasión se trato del futuro matrimonio o que al menos trabaron mutua amistad.
El padre de la joven y el esposo se hicieron instruir mejor en la fe por un sacerdote. El joven esposo, que tenía el grado de conde, era de origen romano, aunque nacido en las Galias.
El rey se alejaba cada vez más del culto de los dioses y del modo de vivir de los paganos; y la hija y los hijos frecuentemente oían ponderar al Cristianismo. El rey tenía derechos sobre el Laberinto de Creta; pero había renunciado a ellos precisamente por su diverso modo de pensar, cediendo esos derechos a su cuñado. El Laberinto de Creta y el templo no tenían entonces tanto horror como en épocas anteriores, en las cuales muy a menudo traían criaturas humanas para ser despedazadas por las bestias feroces; con todo se celebraban cultos a los ídolos, y muchos lo visitaban por razón de sus rarezas maravillosas. Adentro se cometían actos vergonzosos y abominables. De lejos parecía aquello un monte cubierto de verdor.
Cuando la joven estuvo en Roma para hacerse instruir en la fe cristiana, tendría diecisiete años. Cuando al año siguiente peregrinó con otros de la misma idea a Jerusalén, me parece que su padre había muerto y que ella era libre y dueña de sí misma. Llevó la preciosa Sangre sobre su persona, dentro de un cinturón ricamente bordado, en el cual se veían muchas pequeñas aberturas. Los peregrinos solían llevar semejantes cinturones colgados en bandolera. Cuando regresó a Creta no pasó mucho que el prometido vino a buscarla en una nave equipada. Se entretuvo algún tiempo en Creta, y luego se la llevó a Roma, donde estuvieron mucho tiempo. Allí se hizo bautizar secretamente.
En esta época la cátedra de Pedro quedo por algún tiempo vacante: había discordia y confusión y tenían lugar muchos secretos asesinatos de cristianos. Desde Roma se dirigieron en una nave, con la escolta de muchos soldados, a las Galias. A contar desde la época de su matrimonio, pasaron cerca de la mitad de un año entre Creta y Roma. La Sangre preciosísima era llevada por el conde durante su viaje en un cinturón en torno de su cuerpo. La esposa se lo había dado como garantía de su fidelidad. Su lugar de parada estaba en el Ródano, no lejos de Avignon y de Nimes, pues había apenas siete horas de viaje; el castillo estaba situado en una isla. Tarcaso y el retiro solitario de Magdalena no estaban muy distantes de allí.
En Nimes había ya entonces algunos preceptores cristianos, los cuales vivían secretamente en comunidad. El claustro de Santa Marta estaba situado en una montaña entre el río Ródano y un lago. El castillo del conde se levantaba sobre una isla y no lejos de allí se veía una pequeña villa. Esta villa de San Gabriel debe su origen a un milagro. Un hombre fue salvado de una tempestad que lo había sorprendido en el lago. Allí el conde era visitado con frecuencia por un ermitaño, que era un santo sacerdote.
3. La preciosísima Sangre.
La Sangre preciosísima de que he hablado fué conservada al principio bajo una arcada subterránea. Era un espacio oscuro al cual se llegaba solo pasando bajo muchos otros arcos y bóvedas; bajo una de estas bóvedas veía yo plantas y arbustos y provisiones; en el invierno llevaban allí árboles floridos. La Sangre preciosa se conservaba en una especie de cáliz y posaba sobre el altar delante del cual ardía una lámpara, en una especie de tabernáculo fabricado en ángulos, con una abertura,
A aquellos esposos los he visto adentro, a menudo entregados a la oración. Más tarde he visto que hacían vida eremítica, separados uno de otro a cierta distancia del castillo y que se reunían solamente para hacer sus devociones delante de la Sangre preciosísima. Entendí que oyeron una voz que les mandaba edificar una capilla. En efecto, fabricaron una precisamente en el lugar donde antes había sido el comedor. He visto así que la devoción a la Sangre preciosísima crecía más y más, aunque siempre secretamente. Más tarde fue trasmitida en herencia la Sangre del Señor, con documentos duplicados, pero con reserva y mucha cautela.
He visto algo de San Trófimo de Arles, por aquel tiempo; recuerdo solo algunos nombres. Ya mucho antes que el conde se uniese en matrimonio, había cristianos llegados de Palestina, y el conde los había tratado siempre bien y protegido. Había en estos lugares comunidades cristianas, aunque se mantenían ocultas. El padre de la joven había guardado secreto su modo de pensar a sus hijos mayores, que no pensaban como él; en cambio los hermanos menores tenían la fe de su hermana y creo que entre ellos hubo mártires.
El 11 de Julio volvió a decir Ana Catalina:
Pensaba en la Sangre del Señor y dirigí una mirada hacia el altar existente en el castillo de la condesa. He visto a esta persona cuando era niña en la casa de su padre, en la isla de Creta, y luego durante su demora con el conde en la ciudad de Roma. Allí mismo he visto a San Moisés, niño, cuando llevaba toda clase de consuelos, alimentos y ayuda a los enfermos y prisioneros cristianos. He visto al conde y a la condesa en Roma, en lugares subterráneos con otros cristianos y con los sacerdotes, leyendo en los manuscritos a la luz de lámparas; parecía que eran instruidos secretamente en la fe. En aquel tiempo fueron bautizadas muchas personas distinguidas. No había entonces una persecución pública; pero el que era sorprendido como cristiano, estaba perdido.
De tiempo atrás habían venido de Palestina ciertos cristianos que se establecieron cerca del conde, quien mantenía relación con ellos. Al principio no tenían la Misa y practicaban en común la oración y la lectura de los Libros sagrados. Más tarde venía cada seis meses un ermitaño; luego un sacerdote de Nimes, que celebraban la Misa. Esto sucedía en aquel tiempo en que podían llevar y conservar consigo la santa Eucaristía. Cuando el conde y la condesa se separaron, para vivir como ermitaños, tenían ya hijos adultos: dos hijos y una hija. Sus ermitas estaban a distancia de media hora de camino una de otra y del castillo, siempre dentro de los términos de sus posesiones. Para llegar tenían que pasar sobre un puente tendido sobre un río. Tenían una especie de edificios pequeños construidos con bóvedas. En torno había muchos cristianos que vivían en la misma forma. Se prestaban ayuda unos a otros, y por fin se levanto allí un convento. No murieron allí ni fueron martirizados, porque al levantarse una persecución se refugiaron en otro lugar.
El 15 de Julio indicó una reliquia perteneciente al Papa Anacleto. Dijo que era el quinto Papa, sucesor de Clemente y mártir. Al mismo tiempo se refirió nuevamente a la preciosa Sangre dando las siguientes noticias:
El sacerdote que extrajo de la piedra la preciosísima Sangre fue el santo Obispo Narciso. Era de la estirpe de los Reyes Magos, con los cuales sus antepasados habían venido a la Palestino. Apareció una gran luz cuando, por la noche, excavó en el Huerto de los Olivos, Estaba presente aquella virgen princesa de la cual he hablado antes. Narciso estaba vestido al modo de los Apóstoles. Jerusalén era entonces apenas reconocible; a raíz de las destrucciones, los valles estaban llenos de escombros y algunas alturas destruidas. Los cristianos tenían todavía una iglesia cerca de la piscina de Betesda, entre Sión y el templo, donde hubo ya una iglesia en tiempo de los Apóstoles. Ya no existía más. Habitaban en cabañas y aunque los lugares estaban fuera de la ciudad, pagaban un tributo para poder entrar en la iglesia. En las puertas vi a un hombre y a una mujer a quienes debían pagar el tributo. Pagaban cinco pequeñas monedas y esto valía por cierto tiempo. El estanque de Betesda, con sus pórticos de columnas, ya no existía; todo estaba lleno de escombros. Había una fuente cubierta con un edificio, cuyas aguas consideradas sagradas las usaban para sanar las enfermedades y la veneraban como nosotros el agua bendita.
El nombre de aquel conde era como el del amigo de San Agustín; Pontiziano; la condesa se llamaba Tazia o Dacia; no lo puedo expresar mejor. La fiesta de esta santa se celebra a fines de mayo o a principio de junio.
4. Noticias sobre el Cardenal Giménez.
La tarde del 18 de Julio Ana Catalina dijo de improviso:
Estuvo conmigo un cardenal, que fue confesor de la reina Isabel. Fue un gran director de espíritu y me dijo que yo debía acusarme del bien descuidado y no cumplido y que debía expiar mucho por los pecados de otras personas. Me indicó y mostró a santa Dátula, que tuvo la reliquia de la preciosa Sangre. Ella conoció el inmenso valor de su reliquia, y abandonando todos sus bienes vivió con su marido en la soledad para llorar sus pecados. El cardenal que se me apareció se llama Giménez. No había oído yo antes tal nombre; no fue declarado santo.
5. La isla de Creta. Santa Dátula y Pontiziano.
Viendo un día muchas cosas referentes a Santa Marta, indicó el lugar donde habitaban Santa Dátula y Pontiziano:
La isla con el castillo estaban en la orilla, en el punto donde desemboca un brazo oriental del Ródano. Se empleaba cerca de media hora para recorrer esa isla. Pontiziano tenia bajo su mando algunos soldados y su castillo parecía una fortaleza circundada por muros, A la distancia de siete horas de camino, remontando el curso del Ródano, se encuentra la ciudad de Arles, y cerca de ocho horas de camino más lejos, el convento de Santa Marta, sobre una altura llena de escollos.
El día 24 de julio narró, con extraordinaria animación e infantil entusiasmo:
Creta es una isla larga, estrecha y muy adentellada; en el centro corre una hilera de montanas que la divide en dos partes. El castillo del padre de Santa Dátula era un edificio maravillosamente bello y estaba excavado en parte entre los escollos marmóreos en forma de terrazas sobrepuestas. Sobre esas terrazas había pórticos de columnas y los patios estaban circundados también por pórticos, sobre los cuales había jardines. El padre de la joven había edificado las terrazas y pensiles como defensas delante de su castillo, y cuando fue iniciado en el cristianismo, le sirvió esto para separarse de los vecinos, de la cercanía del Laberinto y del abominable templo de los ídolos. Era un hombre muy dado a las bellas artes.
Lo he visto siempre entre hábiles artistas y arquitectos, reunidos en torno suyo. Tenía la cabeza algo calva y metida a las espaldas; por lo demás, estaba bien formado, y era muy solícito y benévolo. Poseía vastas tierras en la isla y tenía alguna autoridad. El muro exterior del castillo estaba hecho en forma de gradas. Las terrazas se veían floridas y cuidadas, y servían de ingreso a las estancias interiores.
Hoy es el aniversario del día en que Pontiziano venía a sacar a Dátula del palacio de su hermano, para llevarla como esposa, ya que el padre de la joven no vivía. Durante la noche he visto la maravillosa fiesta que se hizo. Aún conservo en mi fantasía los semblantes de las personas, siervas y criadas que he visto. En el palacio habitaban dos hermanos de Dátula; ambos tenían muchos hijos, jóvenes y niñas, y había allí mucha servidumbre. Cada niño tenia un ayo y cierta cantidad de hombres y mujeres para su servicio. Estaban también todos los parientes con su servidumbre.
El camino que conducía al castillo tenia en un trecho de media hora arcos de triunfo y asientos dispuestos a ambos lados; los arcos estaban adornados de flores, de estatuas, de ricos tapices. Una multitud de niños tocaba y cantaba extendiéndose hasta la puerta del castillo, delante del cual se había levantado una tribuna para sentarse la esposa, Pontiziano habia llegado dias antes a un puerto vecino en una embarcación llena de soldados, de siervos y de sirvientas, y de regalos y donativos; y se había retirado a otro castillo próximo para poner en orden la procesión. Junto a la esposa, el espectáculo más conmovedor era la alegría de todos los familiares y de los esclavos y sirvientes. Todos eran tratados con mucha familiaridad, con mucha caridad y amor, y recibían muchos regalos, y se mostraban muy contentos y gozosos. Estaban todos junto al camino que llevaba al castillo; primero los más humildes, luego los más encumbrados, y finalmente, sobre sillas, los niños de las familias con su séquito.
Pontiziano avanzó con grande pompa procesionalmente. Precedían los siervos con divisas y adornos de su rango y luego los soldados que lo circundaban; conducían jumentos y pequeños caballos, muy rápidos, que llevaban cestos llenos de vestidos y adornos, mientras otros conducían vasos llenos de toda clase de confituras. Pontiziano estaba sentado sobre un coche ancho y espacioso, de maravillosa belleza, que parecía más bien un trono. Delante resplandecían las hachas encendidas, sobre bases que parecían de cristal, y sobre el pabellón del mismo coche había semejantes luminarias. Todo estaba adornado con hermosos tapetes, con oro y plata. El hermoso coche era tirado por un elefante enjaezado. En el séquito había una gran cantidad de damas y doncellas.
Todo se conducía ordenadamente, con alegría, en aquel hermoso país. Los caminos estaban llenos de flores, de hermosas frutas y de gente que reflejaba júbilo en los rostros. En todas partes había alegría y se oían exclamaciones gozosas, sin tumulto ni desenfreno. Cuando el cortejo del esposo llego a donde estaban los primeros siervos, colocados en el camino principal, los que precedían a Pontiziano comenzaron a distribuir vestidos, adornos y tortas y confituras. Algunas tortas estaban adornadas de flores, de ramas y de plantas. De este modo marchaba el cortejo mientras se hacían las distribuciones en medio del júbilo general.
Cuando el esposo llegó a donde estaban los niños de familias, estos extendieron en el camino alfombras y géneros de seda, adornados de franjas, y el esposo fue saludado con cantos y con música por el coro infantil. El esposo descendió de su carroza, distribuyó regalos a los cantores, y el cortejo continuó hasta llegar cerca de los hermanos y familiares de la esposa. Finalmente, pasando sobre un ancho y adornado arco de triunfo, llegaron a un puente, donde se detuvieron. Entre los esbeltos edificios se vio aparecer, en medio de jardines, un teatro construido en forma de nicho amplio con muchas gradas y terrazas, adornado de flores, de imágenes y de estatuas.
Las gradas estaban cubiertas de magníficos tapetes y las paredes perpendiculares de las terrazas, de tapetes y de bellísimas imágenes. Parecían transparentes y traslúcidos, y recuerdo haber visto representada allí una escena entera de caza con fieras, cuyos ojos centelleaban como si fuesen de fuego. La escena del cortejo se desarrollaba en pleno día; pero aquel teatro estaba colocado en una cavidad profunda, y por esto cuanto lo circundaba estaba iluminado con luces artificiales. Había también hachas encendidas, semejantes a las que estaban en la carroza del esposo.
En torno de aquel edificio se veía un semicírculo de edificios pequeños de los cuales salió, a la llegada del esposo, un canto melodioso, acompañado de armoniosas flautas.
Lo más atrayente de todo aquel cuadro era la esposa Dátula, que estaba sentada en un elevado trono. Ocupaban las gradas, en dos filas, los familiares, las amigas y las doncellas. Estaban todas vestidas de blanco; sus cabellos trenzados con arte,llenos de adornos y joyas; llevaban velos muy largos. Dátula tenía un vestido blanco y reluciente, que parecía seda, con largos pliegues; sus cabellos trenzados con piedras preciosas.
No puedo decir cuánto me alegraba y conmovía ver debajo de sus vestidos resplandecer, sobre el corazón, la cintura bordada que contenía la reliquia de la Sangre preciosa de Jesucristo. Este esplendor vencía en brillo a toda la magnificencia que veía en torno de la fiesta. He visto también que el corazón de Dátula estaba sumergido en dulces pensamientos ante la presencia de aquella santa reliquia. Ella parecía un ostensorio viviente.
Cuando el esposo compareció en presencia de Dátula, las siervas y criados de ella, circundándolo en semicírculo, le presentaron, sobre un gran almohadón de seda, los ricos presentes y dones nupciales. Eran preciosos vestidos, perlas y adornos muy ricos. Todos estos dones estaban cubiertos con un magnífico velo y adornados de arabescos y franjas. Fueron retirados luego de allí por las sirvientas. Entonces Datula descendió con su séquito del trono, se cubrió con el velo e hincó las rodillas humildemente delante de Pontiziano, quien, levantándola, le quitó el velo, y guiándola de la mano la llevó por aquella parte del cortejo que estaba a la derecha; luego, volviendo atrás, la llevó hacia la izquierda. La presentó de este modo a la gente de su corte, como futura señora y soberana de la casa. Era realmente conmovedor ver como llevaba la reliquia de la preciosa Sangre en medio de los paganos. Creo que el esposo se daba cuenta, porque lo veía yo muy conmovido y lleno de admiración. Después de todo esto, los esposos se retiraron con el séquito al castillo.
No es para decir cuánto orden y armonía reinaba en esa multitud, y como aquella alegre gente se dividía y distribuía dentro de las cámaras, en los patios, en la terraza, en los bosquecillos entre las tiendas, y como tomaban su alimento, se divertían y cantaban alborozados. No he visto danza alguna. Luego vi un gran banquete en una vasta sala redonda. La esposa estaba sentada al lado de Pontiziano. La mesa era mas alta de lo acostumbrado entre los judíos y los hombres aparecían echados sobre lechos. Las señoras estaban sentadas con las piernas cruzadas. Sobre aquella mesa presentaron cosas admirables.
Se veían grandes animales y figuras que traían las viandas sobre sus espaldas, o a los costados o en cestos, sostenidos entre las fauces. Era el conjunto muy vistoso y los huéspedes bromeaban al aparecer las figuras de animales. Los vasos que contenían las bebidas relucían y transparentaban como si fuesen de madreperlas. Durante toda la noche he contemplado este espectáculo.
No he visto la ceremonia nupcial, pero si la partida de Dátula y de Pontiziano. Muchos bagajes fueron enviados con anticipación al barco; y entre lágrimas y augurios de felicidad se encaminó el cortejo hacia el puerto. En esta procesión he visto a Dátula y a Pontiziano sentados sobre una carroza con otros personajes. El coche tenía tantas ruedas y estaba construido de tal modo, que en las sinuosidades del camino se replegaba sobre si mismo, de modo que los que estaban arriba formaban un semicírculo. Estaba tirado por pequeños y briosos caballos. En todas estas fiestas no he visto nada indecoroso, ni la mínima inconveniencia. Aunque todos eran paganos, nada hubo de idolátrico; antes bien, parecía que todo eso era agradable al Señor. La familia parecía ya muy inclinada al cristianismo. Los hombres eran gallardos y hermosos, y no puedo olvidar la esbeltez y belleza de las doncellas y mujeres de aquel lugar.
Dátula llevo a muchas consigo y también a su aya e institutriz, que era muy inclinada al cristianismo. No he presenciado el embarque.
6. Reconocimiento de una reliquia.
El día 11 de febrero de 1821, mientras Ana Catalina se hallaba en éxtasis, el Peregrino dejó una imagen del Crucifijo sobre el lecho. La vidente la tomó y dijo:
Tiene que ser venerada esta imagen. Es preciosa; estuvo en contacto: por eso resplandece tan luminosamente. (Poniendo la imagen sobre su pecho, añadió): Esta imagen ha tocado la túnica de Jesucristo, y en esta túnica hay una gota de la Sangre de Cristo, de la cual nadie tiene noticia. Esta mancha de sangre esta en la parte superior del cuello.
7. Otra reliquia de la preciosísima Sangre
(8 de Abril de 1823)
He tenido grande y difícil trabajo con reliquias de tiempos antiguos. Esto sucedió en un país mas distante que Tierra Santa. Los eclesiásticos de allí no eran como los católicos. Llevaban vestidos a la manera de la antigua iglesia y parecían a los que habitan en el monte Sinaí. Me parece que estuve en aquella comarca donde veo siempre al más próximo de los tres Reyes Magos. La ciudad donde se conserva el antiguo libro de las Profecías esculpido en laminas de bronce, está a la izquierda.
Tuve allí tarea con reliquias de la Sangre de Cristo y tuve que indicar a aquellos sacerdotes un tesoro de reliquias. He visto a siete viejos sacerdotes hacer excavaciones dentro de un antiguo muro en ruinas, en una cueva subterránea. Examinaron primero la bóveda para asegurarse de que no amenazaba caer sobre ellos. Las santas reliquias estaban muradas dentro de un piedra muy gruesa, que parecía formada de un solo pedazo, pero que en realidad estaba unida con arte por tres partes triangulares. Cuando lograron abrirla, encontraron dentro una espesa y oscura tela tejida con crines y pelos y debajo un verdadero tesoro de las reliquias mas santas pertenecientes a la Pasión y a la Sagrada Familia. Todo estaba encerrado en vasos triangulares, puestos unos junto a otros. Había allí tierra, que había estado debajo de la cruz del Señor, bañada y coloreada con la Sangre del Señor, y una pequeña ánfora llena de agua salida de la herida del costado: esta agua era límpida y resplandeciente y tan tenaz que no se derramó del vaso.
Había también espinas de la corona, un trozo del manto de purpura del Ecce Homo, algunos fragmentos de los vestidos de la Virgen, reliquias de Santa Ana y otras muchas mas. Eran siete los sacerdotes que trabajaban en aquel subterráneo, y llegaron algunos diáconos. Creo que depusieron encima el Santísimo Sacramento. Tuve mucho que hacer y tuve que librar muchas almas del Purgatorio, La preciosa Sangre me ayudó en esta obra. Tengo para mi que los Apóstoles celebraron en otros tiempos la Misa en este lugar.
8. La santa lanza del Señor.
(Junio de 1820)
El confesor había recibido algunas reliquias sin nombre que pertenecieron a un relicario del ducado de Dulmen. Llevada esta reliquia a Ana Catalina, apenas estuvo en su presencia, exclamó:
Punza, punza; esta es la señal. He sentido una punzada muy aguda.
En efecto, la llaga de su costado comenzó a sangrar. Tuvo luego una visión acerca de Longinos, que contó en la siguiente manera:
He visto al Señor muerto en la cruz. He visto todo: los lugares y las posiciones, y he visto al pueblo como en el día de Viernes Santo. Era en el momento en que debían ser quebradas las piernas a los crucificados. Longinos tenía un caballo mulo, puesto que no era como nuestros caballos; ése tenía el cuello mucho mas grueso. Estaba fuera del círculo de los ajusticiados; avanzó de a pie, dentro del círculo, con su lanza; subió sobre la colina del Gólgota e hirió al Señor por la parte derecha. Cuando vio brotar la sangre y el agua, se sintió muy conmovido; descendió del monte, montó a caballo y se dirigió rápidamente a la ciudad. Se fué a Pilatos y le dijo que tenía a Jesús por Hijo de Dios, y que no quería ser mas militar. En efecto, dejó junto a Pilatos su lanza y las demás armas y se fue de allí. Creo que fué Nicodemo a quien encontró en su camino y a quien narró lo acontecido y desde aquel momento se unió a los discípulos. Pilatos consideró aquella lanza indigna y vergonzosa, como instrumento de suplicio, y no quiso conservarla junto a sí. Creo que así la recibió Nicodemo del mismo Pilatos. Me parece que tenemos otra reliquia de Nicodemo.
Teniendo esa reliquia en su armario, dijo una vez:
He aquí a los soldados con la sagrada lanza!… Hay allí una partecita de la lanza del Señor. Es Víctor que lleva una partecita de la lanza dentro de su misma lanza. Tres solamente lo saben. (Mas tarde narró): Después del mediodía experimenté la sensación de como si la cruz del Señor posase sobre mi y como si su sagrado Cuerpo estuviese muerto entre mis brazos, sobre mi brazo derecho. No lejos estaba la santa lanza en dos fragmentos: uno grueso y otro menor. ¿Cuál debía tomar para mi consuelo?. . . Tomé el sagrado Cuerpo y la lanza desapareció de mí. Desde entonces pude volver a hablar. (En otra ocasión):
Miré mucho la sagrada lanza y me pareció como si me fuese metida en la parte derecha y la sentí pasar hasta la izquierda, por entre las costillas. Puse la mano en la herida para guiar la punta entre una y otra de mis costillas.
9. Efectos de una reliquia de la santa Cruz.
El diario del doctor Wesener, con fecha 16 de Octubre de 1816, contiene este primer relato de reconocimiento de reliquias. Habiéndole puesto ante los ojos una pequeña caja, Ana Catalina dijo:
Esta cajita contiene una cosa muy preciosa: una partecita de la verdadera Cruz. La tengo también sobre el pecho (una reliquia de la Cruz). Tengo, además, una reliquia de la lanza. El cuerpo pendía de la cruz, pero la lanza estuvo en el cuerpo. ¿A cuál de las dos debo amar mas? La cruz es el instrumento de la redención; la lanza ha abierto una ancha puerta al amor. Oh, ayer entré allí bien adentro! (Era un viernes). La reliquia de la cruz hace dulces mis dolores; la reliquia de la lanza los aleja. Muchas veces, cuando la reliquia de la cruz dulcifica mis penas, he dicho con confianza al Señor: «¡Oh Señor mío! ¿Si para Ti se hizo dulce el padecer sobre esta cruz, cómo esta pequeña parte de ella no endulzara mis penas?». . .
Habiendo extraviado en un cambio de domicilio esta reliquia, quedo afligida y rogó a San Antonio se la hiciera encontrar. El 17 de Agosto dijo:
San José y San Antonio estuvieron junto a mí, y San Antonio puso en mis manos el fragmento de la cruz que había perdido.
10. Un vestido de la Santísima Virgen.
(20 de Julio de 1820)
He descubierto de nuevo en aquel pequeño paquete de reliquias que me ha traído el confesor, un pequeño fragmento de paño, de color oscuro, que perteneció a la Madre de Dios. He visto con este motivo un cuadro relativo a la Virgen. Después de la muerte de Jesús ella vivía retirada con una criada en una casa pequeña y solitaria. En una visión de las bodas de Caná, vi que María había llevado allí este vestido, cuya reliquia tengo; era un vestido propio de una solemnidad. María vivía sola en aquella casita, donde la visitaban los discípulos, los apóstoles y San Juan. Allí no se albergaba ningún hombre. La criada iba en busca de lo poco que necesitaban para alimentarse. Los alrededores eran silenciosos y tranquilos, y la casita no estaba lejos de un bosquecillo.
He visto a María, con este vestido, que visitaba y recorría lentamente un camino que ella misma había hecho disponer en la proximidad de su habitación, en memoria del camino doloroso que recorrió Jesús durante su Pasión. Vi que primero recorrió aquel camino completamente sola y midió la distancia de todas las estaciones, según el número de pasos del camino que siguió Jesús, pasos que María había contado tantas veces después de la muerte del Señor. Según este numero de pasos, en los puntos en que a Jesús había sucedido algo notable, María ponía una señal, amontonando piedras o señalando algún árbol. Este camino terminaba en un bosquecillo y la tumba de Jesús estaba señalada por una gruta abierta en una colinita. Después que la Virgen hubo señalado todo el camino, lo recorrió junto con su criada, sumergida en muda contemplación. Cuando llegaban a alguna estación, se sentaban y meditaban el misterio en su íntimo sentido, rezaban y lo ordenaban todo para que fuese siempre mejor.
He visto que María, con un pequeño buril, esculpía en la piedra el significado de la estación, el numero de los pasos y otras cosas semejantes. Limpiaron la pequeña gruta del sepulcro y la hicieron mas cómoda para orar. No he visto en todo el camino ni cuadros ni cruces; eran simples inscripciones que indicaban los pasos de la Pasión. Este lugar, dispuesto por María, se hizo con el tiempo muy bello y cómodo por las visitas de personas y por repetidos arreglos. Después de la muerte de María, piadosas personas recorrían este camino, rezando y besando el suelo. La casa que habitaba María estaba separada interiormente por ligeras paredes movibles, de igual manera que la casa de Nazaret.
El vestido al que pertenecía esta reliquia era el exterior que cubría el dorso, alargándose en algunos pliegues y llegando hasta los pies. Una de las partes superiores caía sobre la espalda y el pecho, y llegaba al otro lado, donde se unía por medio de un botón, formando así una abertura en torno del cuello. Con la ayuda de un cinto era retenido a mitad del cuerpo; de este modo abarcaba ambos lados, partiendo debajo de los brazos y llegando a los pies. Cubría todo el vestido interior, o túnica, que era también de color oscuro. De los dos lados se abría aquel vestido exterior mostrando el forro interior. Estos forros tenían rayas coloradas y amarillas a lo largo y al través.
Este fragmento de la reliquia era de la parte exterior. Me parece que era un vestido que se usaba en las solemnidades y que se llevaba de ese modo, según los usos antiguos de los hebreos. Santa Ana usaba uno semejante. La túnica, la parte anterior del busto y las mangas estaban cubiertas con este vestido. La túnica tenía mangas estrechas, un tanto encrespadas en los codos y en los pulsos. Los cabellos los recogía dentro de una gorra de color amarillento, que descendía sobre la frente, formando pliegues en la parte posterior de la cabeza. Por encima llevaba un velo negro de una tela delgada que descendía hasta medio cuerpo.
Con este vestido he visto a la Virgen recorrer el Via Crucis en los últimos tiempos. No sé si lo llevaba porque era vestido de solemnidad o porque en la época de la crucifixión del Salvador tenía este vestido de luto bajo el manto que la envolvía. He visto a la Virgen en este lugar, ya muy avanzada en años, aunque en sus facciones no aparecía ninguna señal de edad, fuera de una expresión de mas ardiente deseo y aspiración del cielo, que contribuía a transfigurarla divinamente. Aparecía siempre indescriptiblemente seria y recogida: no la he visto reír. A medida que crecía en años aparecía mas cándida y transparente de facciones. Estaba delgada. No he visto arrugas ni signo de decadencia en su rostro. Parecía como espiritualizada. Abierta la reliquia, he visto que era un fragmento de pano con rayas, largo como un dedo.
11. Otras reliquias de María Santísima.
(14 de Noviembre de 1821)
Hice mi habitual viaje a la Tierra Santa, precisamente a ciertos lugares donde he visto reliquias de María, y supe la historia de ellas. Me encontré en Roma con Santa Paula, y me pareció que era el dia de su partida para la Palestina. Parecíame que fuéramos juntas a visitar aquellos lugares santos. No sé explicar cómo es que he visto tantas reliquias de la Virgen Santísima. He estado en un lugar, creo que se llama Chiusi, donde se conservaba el anillo nupcial de María, que ahora está en Perusa.
He visto que en Chiusi se muestra todavía, en un relicario, una piedra preciosa blanca, que no es el anillo. De la historia del anillo, que he visto por entero, sólo recuerdo que un joven, al ser llevado a enterrar, se levanto del cajón y declaró que él jamás podría tener reposo, si su madre, que se llamaba Judit, mujer de mucha vanidad, no restituía a la iglesia el anillo nupcial que poseía, que era el de la Virgen. Dicho esto se recompuso en el féretro.
Estuve en un lugar, pero ignoro si es el mismo donde fué colocada primero la santa casa de Loreto, o si de allí provenían los utensilios que me fueron mostrados. No los he visto en ninguna iglesia cristiana; los que acudían allí parecían turcos. Conservábanse platos y vasos de tierra, que se encontraban en la casa de Loreto cuando fue transportada a Europa. No sé si esos utensilios eran los verdaderos o los imitados, que Santa Helena mandó a hacer. En Loreto hay muchas de estas reliquias. Santa Helena mandó encerrar, tanto los verdaderos como los imitados, en una urna de cristal bien asegurada para que durase mucho tiempo. Me parece que los utensilios que hay en Loreto son los verdaderos. Cuando los vi, estaban muy bien guardados debajo de un altar.
He visto, también, aunque no recuerdo el lugar, en una iglesia griega del Asia, un fragmento del velo de María de un color amarillo pálido. Habían sido distribuidos ya tantos fragmentos de ese velo, que había sido muy extenso, que no quedaba sino un pequeño trozo. Había llegado a aquella iglesia por medio de San Juan Evangelista. He visto un cuadro donde se me mostró como la gente disputaba acerca de si era reliquia verdadera o no. Un hombre temerario se quiso apoderar de aquel paño y quedó con la mano paralizada, mientras su mujer rezaba con mucho fervor por él.
También San Lucas se encontraba allí, en medio de estos hombres, y dio testimonio de la autenticidad de la reliquia: tomando el velo, lo puso sobre la mano herida de aquel hombre y al punto sanó. Lucas entregó a aquella gente una declaración escrita de esta reliquia, y cero que el escrito existe allí todavía. Les contó su vida anterior y como se había dado al cultivo de las bellas artes y se había entregado a los viajes por diversos lugares, teniendo ocasión de ver a María, cuando fue a Éfeso con San Juan. Habló también de los cuadros que había pintado.
Estuve en un paraje donde se conserva un vestido exterior de María. Creo que es en Siria, en las cercanías de Palestina. Era uno de esos vestidos que María había hecho distribuir a dos mujeres poco antes de su muerte. Esta gente no era católica romana; creo que eran griegos cismáticos. Tenían por esa reliquia una pomposa adoración y se gloriaban de poseerla. Creo que San Francisco de Asís había ido por estos lugares y obtuvo un milagro, o, por lo menos, la confirmación de la autenticidad de la reliquia.
He visto que allí donde se conserva la declaración de la autenticidad escrita por San Lucas, se guarda también una carta escrita por mano de María. Es muy breve y esta maravillosamente conservada. La entendí por entero y quizás me venga de nuevo a la memoria su contenido. Juan había deseado que María la escribiese para cierto pueblo que no creía en lo que había predicado sobre Jesucristo.
He visto un cuadro relativo a María y las fajas y pañales de Jesús que se conservaban en otro tiempo en una magnífica iglesia de Constantinopla. El sitio donde se encuentran ahora estas reliquias, no es conocido. He visto también que un peregrino que llevaba consigo una cantidad de reliquias de los vestidos y cabellos de María, volviendo de Tierra Santa fue asaltado por ladrones y herido. Los malhechores echaron al fuego las reliquias. El herido alcanzo a llegar hasta el fuego, halló intactas las reliquias y recobró de pronto la salud.
12. Piedras sobre las cuales celebraron los Apóstoles.
En Éfeso, donde estaba la casa de María, existe aun una piedra sobre la cual los apóstoles Pedro y Juan celebraban la santa Misa. Cada vez que Pedro y Juan llegaban a la Palestina, visitaban la casita de Nazaret y celebraban allí la Misa. Se había erigido un altar donde antes estaba el hogar. Un pequeño armario, usado por María, se había convertido en tabernáculo. La casa de Ana estaba situada en las afueras, a media hora de camino de Nazaret.
Desde allí se podía llegar sin ser observado, por caminos extraviados, hasta la casa de María y de José en Nazaret, sobre una pequeña elevación. No estaba edificada precisamente en la colina, sino en la parte posterior, separada por un estrecho sendero, donde había una pequeña ventana, puesto que aquella parte era muy obscura. La parte posterior de la casa era triangular, como la casita de María en Éfeso; en este triángulo estaba el dormitorio de María, donde recibió el anuncio del Ángel.
Este triángulo estaba separado de la casa por la pared del fogón, que consistía, como en Éfeso, en una excavación en la pared, en cuyo centro, sobre el lugar de la leña, se elevaba una chimenea y terminaba en un cano que sobresalía del techo. En la extremidad de esta chimenea he visto mas tarde suspendidas dos campanitas. A derecha e izquierda había dos puertas que conducían a las estancias de María. En el muro del hogar se veían aberturas o nichos donde estaban guardados varios utensilios.
El pequeño lecho donde descansaba María estaba colocado en la parte derecha, detrás de una pared movible, especie de biombo. En la parte izquierda había un armario pequeño. Detrás del fogón había un tirante derecho de madera de cedro, sobre el cual se apoyaba el muro, y de allí salía otro tirante transversal, que se extendía hasta la extremidad del ángulo. El oratorio de María estaba a la izquierda; solía hincarse sobre un pequeño taburete. La ventana se abría de frente, del lado opuesto. Las paredes rústicas estaban cubiertas de largas hojas y encima de ellas pendían algunos tapetes de mimbre. El techo, en la parte superior, estaba entretejido de cortezas de árbol y en los tres puntos de los ángulos se veía un trabajo de tallado que parecía una estrella; la del medio era más grande.
Cuando María se retiro a Cafarnaúm, la casita de Nazaret fué adornada, y se la consideró como un santuario. A menudo iba María desde Cafarnaúm a este lugar consagrado por la Encarnación de Jesucristo, para hacer oración. Mas tarde se colocaron sobre el cielorraso multitud de estrellas. Recuerdo que la parte posterior de la casa y la pequeña ventana fueron llevadas a Europa. Cuando pienso en esto, me parece haber visto que la parte anterior de la casa estaba caída. El techo no era agudo ni alto y el borde un tanto levantado, de modo que se podía pasear alrededor. Todo el techo era plano. No tenía ninguna torrecita, sino sólo la chimenea cubierta, por un techito, como es costumbre. He visto en Loreto muchas lámparas ardiendo en aquella sagrada casa. En el momento de la Anunciación, Ana dormía en la parte izquierda, separada por un tabique, cerca del fogón.
13. Constantino y su conversión (*)
Constantino tenía, por varias apariciones, gran confianza en el signo de la santa Cruz: la hacía llevar en un estandarte, delante de su armada, con mucha veneración. Pero en esto se guiaba más por temor supersticioso, como hoy se ven a personas llevar amuletos sin devoción verdadera. El creía que la Cruz le ayudaba, pero tenía de Cristo la idea de un dios como tantos otros del imperio romano. Obraba cosas buenas mezcladas con otras malas, y aun persiguió a algunos cristianos, excitado por otros, aunque veneraba la Cruz como signo que le traería suerte en sus empresas.
El Papa Silvestre y otros sacerdotes tenían que ocultarse de su vista; se escondían en las cuevas de una montana. Las cosas llegaron a tal punto que Dios se sirvió del castigo para mejorarlo; contrajo la lepra y los sacerdotes idólatras le dijeron que debía bañarse en la sangre de un niño. Cuando oyó esto hizo comparecer al Papa Silvestre y se hizo instruir en las verdades de la fe. Estuvo siete días haciendo penitencia, y lo he visto bautizarse por el Papa Silvestre.
El Emperador entró completamente en el agua y salió sano de su lepra. Cuando se vio limpio y conoció lo que era ser cristiano mandó una carta a su madre con un mensajero, diciéndole que se había hecho cristiano, que estaba sano de su lepra, y que también ella se hiciera cristiana. La madre Helena no sabía mucho del cristianismo; tenía veneración y deseo del Mesías; había oído que el Hijo de Dios había venido al mundo por causa de los judíos; por esto tenía a los judíos por un pueblo escogido y se relacionaba con sabios de esa raza.
Cuando ella les dijo que el Emperador se había hecho cristiano, levantaron un gran tumulto y se asustaron mucho. Ella escribió a su hijo diciéndole que si abandonaba el paganismo, por lo mismo debía haber abrazado la religión de los judíos, Cuando el Emperador manifestó esto al Papa Silvestre, éste le dijo que escribiera a su madre llamándola a Roma en compañía de los sabios judíos para una disputa pública. Constantino escribió a su madre y ésta busco los mas sabios entre los judíos y partió con dos de ellos a Roma. Estaban presentes varios otros judíos en esta disputa y varios filósofos paganos, que decidirían quién tenía ventaja. He visto que Silvestre contestaba todas las objeciones de los judíos, los cuales se convirtieron, como también Helena, la Emperatriz, que fué luego a Jerusalén para buscar la verdadera cruz de Cristo.
(*) Algunos historiadores dicen que Constantino fue bautizado recién en el ocaso de su vida. Nicéforo llama a esta historia: Figmentum arianorum. La tradición y el Breviario Romano están conformes con lo que ve Ana Catalina. El Breviario dice que fué librado por el bautismo de la lepra de la infidelidad. Esto último fue una añadidura puesto que los parientes se quejaron de que se hiciese público que estaba atacado de lepra.
14. Hallazgo y triunfo de la santa Cruz.
Después de la muerte de Cristo los judíos habían tratado de destruir todos los lugares que los cristianos consideraban sagrados. Habían hecho cavar fosos a través del camino donde Jesús había caído. Los lugares, hermosos de verdor, donde Jesús había predicado, los hicieron intransitables y a los jardines les habían puesto cercos. En algunos sitios habían tendido hasta fosos disimulados para que los peregrinos cayeran dentro. He visto que algunos de estos pérfidos judíos cayeron ellos mismos dentro de los fosos. Habían desfigurado y puesto obstáculos en los caminos que llevaban al Calvario, abriendo fosos en algunos espacios y cercando otros con vallas. Muchos peregrinaban a esos lugares y se habían obrado grandes maravillas allí.
He visto que cavaron y bajaron la cumbre del monte Calvario y la tierra que sacaban de allí la desparramaban sobre los caminos. Los cinco lugares llenos de verdor que en forma de corazón había habido allí y que llevaban al lugar de la crucifixión, los habían deformado. Cuando sacaron la tierra de la cumbre del Calvario, quedo una piedra blanca, desnuda, donde se veía un hoyo cuadrado, de un codo de hondo, donde había estado la cruz. Los he visto en este lugar trabajar penosamente con palancas y troncos de árboles para remover la piedra, pero ella caía siempre mas profundamente. Entonces cubrieron el lugar con tierra. El lugar del santo sepulcro era de propiedad de Nicodemo y quedó como estaba.
Más tarde volvieron estos lugares a ser profanados. El jardín del santo sepulcro era ligeramente inclinado desde la altura en la cual había estado el sepulcro. He visto como cavaban y bajaban la altura y cubrían con la tierra el jardín y desparramaban y disimulaban todo el lugar. He visto esta noche todo el lugar del sepulcro y el Calvario completamente cambiado e irreconocible. Muchos caminos estaban cubiertos de escombros y cortados a través con otros caminos y sendas. El monte Calvario, donde había otras alturas más y en medio de ellas lugares de verdor, estaba bajado e igualado en una grande extensión. Los dos judíos que habían venido con Helena para buscar la cruz tuvieron que fingirse aun judíos para saber de los otros el lugar de la cruz. Cuando de la conversación con los judíos supieron donde estaba el lugar del sepulcro y del Calvario, encontró Helena sobre el santo sepulcro un templo a Venus con mármoles y figuras paganas. Sobre el monte Calvario estaba el ídolo de Adonis. Los judíos no querían decir dónde estaba la cruz de Cristo y decían que se trataba sólo de un antiguo judío.
He visto a una mujer de grande estatura y majestad, ya de edad, pero aún ágil (Helena) con un velo que cubría una pequeña corona, entrar y salir en muchas casuchas y en oscuras cuevas. en los muros de la ciudad, inquiriendo datos.
He visto también al pequeño viejo y demacrado judío, de larga barba, meterse en una y otra casucha, antes de que entrase la Señora para preguntar. Una vez he visto que hizo congregar a muchos judíos. Otra vez he visto a Helena encaminarse con ese viejo judío y dos hombres que portaban un barreno largo hacia el lugar donde había estado la cruz. El templo del ídolo ya había sido demolido. El viejo judío no sabía tampoco con precisión, y estuvieron barrenando en derredor y siempre más cerca, hasta que vieron una señal en el mismo barreno, que ya no recuerdo cual era. Entonces empezaron a cavar allí. He visto a la Emperatriz, cuando encontró el lugar, quitarse la corona y dejar sueltos sus cabellos. Tomó algo de su cuello y del pecho y quitóse los calzados, dejándolo todo sobre una piedra blanca y limpia. Tuvieron que cavar un foso muy profundo antes de hallar algo. Encontraron primero la cruz de un ladrón; luego, no lejos de allí, la cruz de Cristo, y después la otra. Encontraron la cruz de Cristo desarmada; pero los pedazos estaban allí en cierto orden. La tabla de la inscripción estaba algo más lejos; sobre ella el pergamino con la inscripción. Debajo de un madero del brazo de la cruz estaban los tres clavos en orden: el clavo de los pies era de un palmo y medio de largo; los otros, de un palmo. Helena mandó el clavo más grueso a su hijo Constantino.
No puedo comprender por qué se dice que no podían reconocer la cruz de Cristo de las demás, cuando yo las veo siempre diferentes una de otras. Las cruces de los ladrones eran de madera redonda, sobre la cual el travesaño estaba sujeto con un tarugo de madera y sobresalía por la parte de arriba. La cruz de Cristo era de madera cuadrada, algo más ancha que gruesa, ordenadamente trabajada, y los brazos estaban hincados dentro del madero principal. Tenía también un pequeño sostén para los pies, clavado con un grueso clavo que me pareció remachado. Este sostén de los pies se encontró en la cruz, dado vuelta. He visto que Helena hizo levantar la cruz y la abrazaba. Desarmaron las otras dos cruces y las dejaron a un lado, como maderos sin valor. He pensado siempre, en mi ingenuidad, que debía haber recogido la cruz del buen ladrón. Acudieron muchas personas al lugar. Los soldados tuvieron que intervenir para mantener el orden.
He visto llevar la Cruz en una gran procesión. Traían a hombres tullidos, enfermos y paralíticos, apoyados en brazos de otros, y hasta en carritos, al paso de la procesión, y todos sanaban con solo tocar la Cruz. Creo que se obraban estas maravillas para atestiguar la verdad de la santa Cruz y no para distinguirla de otras. El viejo judío se hizo cristiano y ferviente adorador de la santa Cruz. Llevaba siempre la señal de la cruz en la parte derecha de sus vestiduras. Llegó a ser mas tarde obispo de Jerusalén. He visto que Helena se hizo bautizar en Jerusalén y mandó derruir el templo del ídolo que estaba sobre el santo Sepulcro.
Al principio no querían los judíos poner manos a la obra; pero se levantó una espantosa tormenta y barrió todos los escombros de allí y también muchas casas de los judíos edificadas alrededor. Entonces les entró a los judíos un gran temor y empezaron a trabajar de veras. La primitiva entrada al santo Sepulcro no fue mas utilizada ni abierta y se hizo una entrada al lado. Helena tenía entonces cincuenta años y la vi ocupada intensamente en edificar (la Iglesia del Santo Sepulcro). La iglesia cristiana estaba todavía sobre Sión, donde se había instituido la santa Eucaristía.
Fuente: extraído de “La Dolorosa pasión de Nuestro Señor Jesucristo”