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El mensaje de las apariciones a Santa Catalina Labouré, contiene una gran riqueza.

El padre René Laurentin lo hace notar en su «Breve tratado de teología Mariana«.

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Cuando se analiza el contenido doctrinal de una manifestación es necesario buscar no sólo en las palabras mismas de la SS. Virgen.
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Las palabras pronunciadas van acompañadas de un conjunto de hechos, de gestos y de signos simbólicos que contienen enseñanzas y sobre las cuales debe detenerse nuestra reflexión.

María cuidó de explicar Ella misma ciertos detalles de su manifestación a Catalina Labouré.

Así cuando dice:

¡Hija mía! Este globo representa al mundo… Estos rayos son símbolos de las gracias que yo derramo sobre aquellos que me las piden.

En cambio ha expresado ciertas verdades que nos quiere enseñar únicamente mediante símbolos.

Esto es particularmente cierto, tratándose de los signos que figuran en el reverso de la medalla.

Estos contienen una lección profunda bastante fácil de leer.

María misma ¿no dijo a la vidente que le preguntaba que debía escribir en el reverso: la letra M y los dos corazones?

Veamos en primer lugar, en este capítulo algunos objetivos generales buscados por la SS. Virgen.

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ÉSTA ES LA «APARICIÓN MADRE»

Lo que primero impacta en las apariciones de la calle du Bac, cuando se las compara con las manifestaciones posteriores de la SS. Virgen, que la Iglesia ha aprobado, son las numerosas relaciones que tienen con estas últimas.

No solamente es necesario relacionarlas con las otras cuatro grandes manifestaciones marianas que se sucederán en Francia a lo largo del siglo XIX:
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en 1846 en la Salette; en 1858 en Lourdes; en 1871 en Pontmain; en 1876 en Pellevoisin.
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Sino también, señalar su nexo con las de Fátima de 1917.

Las apariciones de 1830 contienen en germen todas las otras.
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Son como el resumen de todo lo que María dirá cada vez con más claridad e insistencia en sus manifestaciones sucesivas.
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María tiene un plan que va a desarrollar con mayor precisión en las otras intervenciones.
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Como se ha dicho: la aparición a Santa Catalina Labouré es la aparición-madre de la cual saldrán todas las demás.

Desde este punto de vista, las manifestaciones ulteriores de la Santísima Virgen pueden también ayudarnos a encontrar el sentido de tal o cual detalle simbólico de las apariciones de la Rue du Bac.

Así, en el transcurso de sus apariciones posteriores de los siglos XIX y XX, María va a insistir más y más sobre el Rosario.

En la Salette donde habla también abundantemente por símbolos, María lleva alrededor de su corona, en los bordes de su pañoleta y de su vestido, rosas de color rosado, rojo y oro.

A no dudarlo, María quiere hablarnos del Rosario con sus misterios gozosos, dolorosos y gloriosos.

En Lourdes es ya más precisa, lleva el Rosario en su brazo, lo toma entre sus dedos, hace señas a Bernardita para que lo rece, se asocia también al rezo pasando las cuentas del Rosario, diciendo el Gloria al Padre juntamente con la niña.

En fin, en Fátima será más explícita todavía: María se aparece seis veces y cada vez pide el rezo diario del Rosario.

Y en el desarrollo de la última visión, el 13 de octubre de 1917, declara: «Soy Nuestra Señora del Rosario».

Deseo que se levante aquí una Capilla en honor mío y que se continúe rezando el Rosario todos los días.

Habiendo dicho esto, sería desconcertante no encontrar el anuncio del Rosario en 1830.

Como lo veremos más adelante, parece correcto afirmar que los quince anillos esmaltados con piedras preciosas que María lleva en cada mano, no tienen otro significado más que los quince misterios del Rosario.

La verificación de estas relaciones con las manifestaciones ulteriores de María nos muestra por consiguiente de antemano la importancia y riqueza de la aparición a Catalina Labouré.

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ASIENTA EL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Parece comprobado que la Medalla Milagrosa suscitó la corriente anhelada de fe y de invocación.
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El grado de presión espiritual necesario para la definición dogmática de 1854.

Es debido a millones de medallas que rápidamente la Medalla de la Inmaculada Concepción (como se llamaba al principio), se extendiera como un reguero de pólvora.

No sólo en Europa, sino también en todo el mundo, sembrando gracias de conversiones y a menudo el milagro.

De aquí el nombre que le adjudicó la voz popular «La Medalla Milagrosa».

Desde 1833 (la medalla empezó a acuñarse en 1832) llegan cartas de Obispos a la calle du Bac o al arzobispado de París para atestiguar que la fe renace.

Que la oración florece de nuevo, movimientos de conversión se manifiestan a raíz de la difusión de la medalla de María sin pecado concebida, revelada en París.

Por eso en todas partes reclaman la famosa medalla, no solo las personas particulares, sino parroquias enteras y aún diócesis, por medio de sus párrocos y obispos.

De manera que la invocación «Oh María sin pecado concebida…», que llegó a ser como la oración jaculatoria de los años 1830 a 1850, preparaba todos los corazones católicos al acto solemne de la Inmaculada Concepción.

Por el cual Pío IX, proclamaría el 8 de diciembre de 1854, como dogma de fe que debía ser creído por todo el mundo, el hecho de que María fue preservada del pecado original desde el primer instante de su Concepción.

Esta contribución de la Medalla Milagrosa a la creación del clima requerido para la proclamación de este dogma, ha sido reconocida en el Congreso Romano del Cincuentenario de la definición de la Inmaculada Concepción en 1904.

Ha sido afirmada también por el oficio litúrgico de Ntra. Sra. de la Medalla Milagrosa. La Divina Providencia todo lo conduce maravillosamente.

La definición dogmática de 1854 fue preparada por las apariciones de la calle du Bac y fue confirmada magníficamente por las de Lourdes en 1858.

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REMEDIO FRENTE AL RACIONALISMO Y AL MATERIALISMO

Éste es otro fin de María al aparecerse a Catalina Labouré: Dar un antídoto al racionalismo reinante y al materialismo que estaba por aparecer.

En el centenario de las apariciones de Lourdes, el Canónigo Barthas sacó a luz un libro: «De la Gruta a la encina verde (de Fátima)».

Allí muestra que en las manifestaciones marianas de 1830 a 1953 (Siracusa) el dato más evidente es la revelación progresiva de las riquezas del Corazón Inmaculado de María, como antídoto a las falsas místicas de los siglos XIX y XX.

Analiza particularmente los casos de Lourdes y de Fátima y muestra que Lourdes fue un remedio al racionalismo y Fátima al ateísmo.

Pues bien, ambas manifestaciones son intervenciones de la Inmaculada.

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LOURDES: REMEDIO FRENTE AL RACIONALISMO

La Inmaculada Concepción revelada en Lourdes ha sido un remedio providencial contra el racionalismo.
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Los Papas Gregorio XVI y Pío IX, había ya comprendido que el dogma de la Inmaculada Concepción era un contrapeso de los errores modernos.

Pío IX sobre todo había captado el nexo real entre este dogma mariano, que se encuentra en el centro de los misterios de la salvación y las negaciones o alteraciones de la verdad provocadas por el racionalismo.

Por este motivo sobre todo, definió la Inmaculada Concepción, dogma que María debía confirmar cuatro años más tarde en Lourdes.

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FÁTIMA: REMEDIO FRENTE AL ATEÍSMO

Por otra parte la revelación del Corazón Inmaculado de María y del Rosario en Fátima constituyó un remedio contra el ateísmo.
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María se aparecía aquí al mismo tiempo que estallaba en Rusia la revolución roja y declaraba al respecto:
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«Si se hace lo que pido (recitación diaria del Rosario y consagración del mundo a su Corazón Inmaculado) habrá paz y Rusia se convertirá.»

Según esto al aparecerse en la calle du Bac en 1830 y traer la Medalla, la Virgen se declara ya Inmaculada en su Concepción y anuncia la devoción a su Corazón Inmaculado.

Sobre la Medalla hace escribir: «¡Oh María sin pecado concebida…!»; es lo equivalente a lo que dirá en Lourdes: «Soy la Inmaculada Concepción».

Comienza por lo tanto en 1830 a combatir el racionalismo. Por otra parte sobre la Medalla está su Corazón Inmaculado al lado del Corazón de Jesús.

Anuncia de antemano la lucha contra el materialismo que no iba a tardar en aparecer.

Es evidente que las apariciones de la Virgen están en relación con las necesidades de las almas y de la Iglesia.

Están adaptadas a la naturaleza de los errores que era especialmente urgente combatir.

He aquí porqué desde que conoció las manifestaciones de la calle du Bac el Papa Gregorio XVI favoreció con todo su influjo la devoción a la Medalla Milagrosa.

He aquí porqué justamente en nuestro tiempo en que el materialismo, teórico o práctico, hace correr el riesgo de sumergirlo todo, más que nunca es necesario que nos volvamos a la Inmaculada.

Que escuchemos las recomendaciones del Corazón Inmaculado de María hacia el cual nos orienta ya la Medalla y repitamos sin cesar la invocación: «¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!».

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MENSAJE DOCTRINAL DE LA MEDALLA

Lo que impacta primero es que la Medalla presenta el misterio de María en un contexto escriturístico como lo hacen la teología actual y especialmente el Concilio Vaticano II.

 

EL MENSAJE BÍBLICO

El anverso de la Medalla sintetiza la gran promesa de Dios en la primera página de la Biblia.
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La del Redentor y de la Mujer que le será asociada y que aplastará la cabeza de la serpiente infernal.
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Porque el mismo decreto divino que requería al Redentor, requería también la asociación de María a su obra redentora.

Por el contrario el reverso de la Medalla nos muestra la última revelación mariana de la Escritura.

La de esa mujer que San Juan nos presenta en el Apocalipsis «revestida de sol, la luna bajo los pies y coronada de doce estrellas».

Y entre ambas está la página central de la Revelación y de la actitud del amor de Dios a favor de la Humanidad.

El misterio de la Encarnación y el de la Cruz en que el Redentor y su Madre están unidos en la obra común de nuestra salvación.

Así como lo sugieren el simbolismo de la M coronada por la Cruz y el de los dos Corazones doloridos.

María estaba de pie junto a la Cruz y su corazón traspasado por una espada sufría al mismo tiempo que el de su Hijo, Rey de los Judíos, crucificado y coronado de espinas.

Pero el hecho de mostrar la Medalla a la Virgen asociada a su Hijo, subraya otro aspecto de la verdad teológica mariana.

La de ser Cristocéntrica, es decir que María existe totalmente en función de Cristo y la devoción mariana no tiene otra razón de ser sino la de llevarnos a Cristo.

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CAMINO HACIA CRISTO

La Misión de María era darnos a Cristo. Ella es Madre de Cristo para darlo al mundo.

Esto crea entre Ella y Él un lazo tan profundo y tan único, que en adelante estará ligada inseparablemente a Él para toda la obra de salvación tanto en su fase terrenal como en su fase celestial.

Sin Cristo, María jamás habría existido con sus privilegios incomparables.

Todo en Ella está en función de Cristo: dar a luz a Cristo, ayudar a Cristo en su misión, conducirnos a Cristo.

Lo mismo debe decirse de nuestra piedad mariana. No amamos a María principalmente por Ella ni por nosotros, sino porque es Madre de Cristo.

Y porque esta prerrogativa única de la Madre de Dios le ha valido todos los demás privilegios que admiramos en Ella, que menciona la Medalla y que someramente vamos a recordar.

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LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Es el primer privilegio después de la Maternidad Divina, y exigido además por esta última.

La Medalla lo contiene clarísimamente. Ante todo en la breve invocación que en ella está grabada: «Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos».

Después en la imagen bíblica de la mujer que aplasta la cabeza de la serpiente.

María ha vencido totalmente el pecado. Jamás pudo el demonio perjudicarla en lo más mínimo.

Aún en el primer instante de su concepción, Ella estuvo exenta del pecado original y de sus consecuencias.

Ella es la Inmaculada, la Purísima, la Santísima, poseyendo desde el primer instante de su existencia una santidad en ese momento mayor que la del santo más grande al final de su vida.
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Y aún según muchos teólogos, que la de todos los santos juntos.

Se ha visto más arriba, que uno de los fines de la Virgen o mejor, de Dios al revelar la Medalla Milagrosa y al querer que se repartiese tan rápidamente por millones en el mundo entero, era el de preparar la definición dogmática de la Inmaculada Concepción.

Debemos creer, como un artículo de nuestra fe, revelado por Dios, que María ha sido concebida sin pecado, en virtud de los méritos de su Hijo, que le fueron aplicados anticipadamente.

Porque la Madre de Dios no es una excepción a la ley de la Redención.

Al contrario, fue rescatada más maravillosamente que todos los demás descendientes de Adán.

Estos fueron redimidos por Cristo después de haber caído en el pecado.

María en cambio, se benefició de los merecimientos de su Hijo siendo preservada del pecado.

Complazcámonos en proclamar nuestra fe en este privilegio único de María, tan importante en la economia de la salvación.

Repitamos al mundo la invocación: «Oh María sin pecado concebida…»

Que ésta sea también, en nuestro tiempo en que el materialismo domina, nuestra oración jaculatoria preferida.

A fin de que la Virgen Inmaculada, tan poderosa ante Dios, por no haberlo ofendido jamás y por haberle agradado siempre, nos haga vivir esa santidad que, según el Concilio, es deber de todo bautizado.

para que asista a la Iglesia en las circunstancias actuales en que el demonio se manifiesta tan encarnizado contra Ella.

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MEDIADORA UNIVERSAL

Después de la Inmaculada Concepción, otra prerrogativa de la SS. Virgen, bien puesta en evidencia por la Medalla, es su Mediación Universal.

Bajo su doble forma: Mediación de intercesión y Mediación en la distribución de la gracia.

 

INTERCESIÓN DE MARÍA

En la aparición del 27 de noviembre de 1830, María se presenta desde el primer instante a Santa Catalina, en su esplendor inmaculado y regio con un globo entre las manos, que representaba al mundo entero y a todos los hombres.

Tiene los ojos levantados hacia el cielo en una súplica intensa y ofrece este globo a Nuestro Señor.

He aquí la función que hasta el final de los tiempos, cumplirá María ante su Hijo, porque su mediación depende totalmente de la de Jesús.
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María en el Cielo es la orante suprema de la humanidad.
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Con Jesús y cerca de El, intercede sin cesar por nosotros.
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Nuestra salvación está pendiente de este único misterio de intercesión.

Y esto está plenamente de acuerdo con la doctrina mariana del Vaticano II, el cual enseña esta mediación de la Virgen en el Cielo, pero en dependencia de Cristo, mediador necesario y principal.

La primera fase de la aparición del 27 de noviembre de 1830 contiene la misma enseñanza, es a Nuestro Señor a quien María ofrece el globo, dice Sor Catalina.

Es a Él a quien pide las gracias, porque todo viene de Él, única fuente de salvación.

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DISTRIBUCIÓN DE LAS GRACIAS

A esta mediación de intercesión se agrega la de la distribución de las gracias, como lo deja ver la segunda fase de la misma aparición.

Después que María hubo dirigido a su Hijo una súplica ferviente mostrándole todas las almas y sus necesidades aparecieron en cada mano los quince anillos engarzados con piedras preciosas.

Despidiendo «rayos luminosos, unos más hermosos que otros, rayos que son el símbolo de las gracias obtenidas por María».

Su oración ha sido plenamente escuchada, porque Ella es la omnipotencia suplicante. Y ahora va a distribuirlas.

Efectivamente, de repente, las manos de María cargadas de gracia se dejan caer hacia el globo terráqueo sobre el cual está Ella de pie.
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Y derrama sus gracias sobre todo el mundo particularmente sobre Francia y sobre cada alma en particular.

Mas esta noble Mediación de la Madre de Dios, de intercesión y distribución, supone en nosotros el deber de «recurrir a Ella» a fin de obtener las gracias que necesitamos.

No descuidemos el pedirlas, porque es la ley establecida por Dios que todo lo pidamos.

Hay gracias que no se obtienen porque no se las pide: «Las piedras que no brillan, explica la Virgen a Catalina, son las gracias que no se piden» y sin embargo Ella se sentiría muy feliz en conseguírnoslas.

Dirijámonos pues a nuestra Madre del Cielo, pero con entera confianza; porque siendo Inmaculada, es todopoderosa en el Corazón de Dios, nos puede obtener todo cuanto pedimos lo que es conforme con la voluntad de Dios.

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MARÍA CORREDENTORA

El anverso de la Medalla muestra a María como dispensadora de todas las gracias; el reverso enseña otra verdad.
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Presenta a María unida a Jesús en la adquisición de la gracia.
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Porque la Virgen no es solo distribuidora de todas las gracias.
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Con Cristo en el Calvario es también la CORREDENTORA, adquiriendo con su Hijo las gracias que podrá distribuir.

La letra M lleva encima la Cruz. Esta se apoya sobre María, está como plantada en Ella, por así decirlo.

Puede que haya en esto una alusión a la Maternidad divina de la Virgen.

Pero en este simbolismo queda ciertamente afirmado que Jesús y María no constituyen más que UNO en la obra de la Redención.

Los dos Corazones doloridos de Jesús y María yuxtapuestos tienen el mismo significado.

No solamente un mismo amor, sino también una misma sangre han hecho latir estos dos corazones.

La sangre que el Hijo ofrece sobre la Cruz, es la sangre que recibió de su Madre y cuando la lanza del soldado traspase el Corazón de Jesús, es sangre de María la que correrá.

Es, por otra parte, lo que enseña el Vaticano II en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, en el Capítulo VIII, Nro. 61:

«María fue asociada a la obra redentora de su Hijo a título absolutamente único… padeciendo con su Hijo que moría en la cruz, aportó a la obra del Salvador una cooperación absolutamente sin parangón…para restaurar la vida sobrenatural en las almas.

Por eso ha sido para nosotros, en el orden de la gracia, nuestra Madre.»

Ciertamente, Jesús solo, porque es Dios, podía ser el Redentor pleno y necesario.

Pero ha querido que su Madre participe dependiente de El de un modo secundario y no necesario y por una gracia merecida por El, en el misterio de la Redención.

Al lado del nuevo Adán, Cristo, María es la nueva Eva, que colaboró en nuestro rescate, como la primera Eva contribuyó con el primer Adán a nuestra ruina.

Y que no se vaya a decir que hay aquí una interpretación forzada del Vaticano II y que en el texto citado más arriba no se trata de Co-Redención.

La palabra sin duda no está, pero sí se encuentra la realidad.

Y lo ha dicho un mariólogo tan entendido como el P. Balic, presidente de la Academia Pontificia Mariana, en el Primer Congreso Mundial de Teología Postconciliar, tenido en Roma a fines de septiembre de 1966, ante 1200 teólogos y expertos.

Que el texto conciliar contiene ciertamente la afirmación de la mediación y de la Co-Redención mariana, así como enseña la Maternidad espiritual de María respecto a los fieles, como jamás y en ninguna parte, había sido afirmada con tanto vigor.

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MADRE ESPIRITUAL

Esta Maternidad Espiritual de María, si no está afirmada explícitamente en la Medalla Milagrosa, está sin embargo implícitamente contenida en ella.

Por el hecho de que la Virgen ayudó al Redentor en nuestro rescate, es nuestra Madre espiritual, la que nos dio la vida sobrenatural junto con su Hijo, como lo recalca el texto conciliar citado más arriba.

En efecto es allí, bajo la Cruz, donde se ubica el acto principal de esta maternidad, donde María llega a ser de hecho nuestra Madre, la que lo era ya de derecho por la Encarnación.

Porque llegando a ser la Madre de la Cabeza del Cuerpo Místico, llegaba a ser también la Madre de los miembros.

Pero, además Jesús quiso proclamar la Maternidad espiritual de su Madre en relación con los hombres en el momento en que moría en el Calvario, entregando a Juan en manos de María, porque es en ese momento precisamente en que María sufriendo con Jesús nos daba con Él la vida sobrenatural.

Esta Maternidad espiritual para con nosotros parece encontrar también confirmación en la primera aparición a Catalina Labouré el 19 de julio de 1830.

Efectivamente, esa aparición y la confidencia que tuvo lugar entre la Virgen y su vidente, se desarrollan íntegramente en un clima de ternura maternal.

Palabras, actitudes, gestos, todo es maternal en María.

La Virgen está sentada sencillamente en el sillón del Capellán, como su propia madre Santa Ana estaba representada en el cuadro que menciona Sor Catalina.

Esta última queda autorizada a apoyar familiarmente sus manos sobre las rodillas de Nuestra Señora, quien llama a la humilde novicia: «Hija mía».

La previene sobre las dificultades que encontrará y le inspira confianza, como lo hace una madre.

Maternalmente, se interesa por todos y por todo, llora sobre las tristes consecuencias de los sucesos que han de venir.

Pero, sean éstos los que fueren, la tranquiliza. «Ten confianza, le repite, yo velaré por tí».

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REINA UNIVERSAL

Otra prerrogativa es afirmada por las apariciones de la calle du Bac y la Medalla Milagrosa, la de su Realeza universal.
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Y ésta de una manera muy clara.
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El P. Gasnier O.P. en su estudio «La Medalla Milagrosa y la Realeza de María» escribe:
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Las tres apariciones a Catalina Labouré tienen su característica propia, su enseñanza particular que sobresale.
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Es, creemos, un curso graduado en tres lecciones sobre la Realeza Universal de María.

Sor Catalina quedó muy impactada por la insistencia de la Virgen acerca del simbolismo del globo sobre el cual estaba de pie; especialmente en la tercera aparición.

Este globo representa al mundo entero, particularmente a Francia y a cada persona en particular.

Por una inspiración ciertamente sobrenatural, la vidente vio en esto una afirmación de la realeza de María.

Y ella siempre tan reservada y discreta, exclamó con entusiasmo:

«¡Oh! Cuán hermoso será oir decir: María es la Reina del Universo, particularmente de Francia y los niños gritarán con alegría y entusiasmo «y de cada persona en particular».

Será un tiempo de paz, de alegría y de dicha, que durará mucho, será llevada cual bandera y dará la vuelta al mundo.

Parece que en todas las palabras de María, sean estas últimas, en las que vio la afirmación de la Realeza de Nuestra Señora, las que más impactaron a Sor Catalina.

Y el P. Gasnier, quien piensa que la enseñanza particular de las manifestaciones de la calle du Bac es ésta de la Realeza de María, cree aún poder decir lo siguiente:

«La primera aparición – Sor Catalina a los pies de la Virgen – nos revela la Realeza de María sobre «cada persona en particular».
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La segunda aparición simboliza la Realeza de Nuestra Señora sobre «todo el mundo».
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Y la tercera aparición, en la que la Virgen está de pie detrás del altar, teniendo a sus plantas el Sagrario nos recuerda que su Realeza se extiende hasta el «campo de la gracia».

Y el mismo autor analiza todos los detalles de las tres apariciones, relacionándolos con la Realeza de María.

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RENOVACIÓN DE LA TEOLOGÍA MARIANA

También aquí la Medalla Milagrosa y las manifestaciones de María en la calle du Bac, anunciaban un nuevo desarrollo de la teología mariana.

El primero de noviembre de 1954, Pío XII proclamaba a María Reina del Mundo y coronaba la imagen romana de la Virgen, llamada «Salud del Pueblo».
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Al mismo tiempo que instituía la fiesta de María Reina, fijada en adelante el 31 de Mayo.

La idea de la Realeza de María, ciertamente no era nueva en 1830. Se remonta a los primeros siglos de la Iglesia.

Ya en las catacumbas, la Virgen, porque era Madre de Dios, está representada sentada en un trono, como una emperatriz o reina, presentando al Niño-rey a la adoración de los magos.

Y a lo largo de veinte siglos de historia cristiana, María ha sido llamada continuamente Reina. Testigo de esto son las hermosas antífonas marianas: «Dios te salve, Reina y Madre» y otras varias.

Pío XII no hizo sino exponer claramente una verdad ya conocida.

Pero no deja de ser una alegría el pensar que aún aquí el Señor se sirvió de la humilde Medalla Milagrosa para contribuir a poner una nueva perla en la corona real de su Madre.

Las doce estrellas del reverso de la Medalla hacen seguramente alusión al Capítulo XII del Apocalipsis.

Según esto, María es ciertamente esa mujer coronada de doce estrellas que vio San Juan en la gloria del cielo, Reina de los Ángeles y de los hombres.

Además, la imagen de la Virgen coronada con doce estrellas permite probablemente hacer una evocación de su Asunción.

Está revestida de sol, es decir, de la gloria celestial, de esa gloria con que brillaba el cuerpo transfigurado de Jesús sobre el Tabor, en el que su rostro apareció luminoso como el sol dice San Mateo.

He ahí las diferentes verdades de la teología mariana, que según creemos se pueden encontrar en las apariciones de la calle du Bac y en la Medalla Milagrosa.

Esta última es un verdadero libro de teología mariana para uso del pueblo cristiano; un micro-Apocalipsis-mariano, como dice Jean Guitton, una mini-revelación-mariana, una teología mariana en resumen, para uso de humildes y pequeños, como todos debemos serlo, conforme a la afirmación de Jesús.

RAZONES POR LAS QUE MARÍA SANTÍSIMA ES REINA DE TODOS

 

EN RESUMEN

En realidad, todo el misterio mariano está aquí condensado:
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desde la Inmaculada Concepción hasta la Asunción gloriosa, en que María es coronada Reina de los Ángeles y de los hombres.
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Desde el Génesis, la primera y misteriosa alusión a la socia del Redentor, aplastando la cabeza de la serpiente.
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Hasta el Apocalipsis en que la Virgen, al mismo tiempo que la Iglesia con quien ella está íntimamente unida, habrá obtenido la victoria definitiva sobre Satanás.
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Pasando por la Maternidad divina, la asociación de María a Cristo en la Redención, la Mediación Universal bajo su doble aspecto, de intercesión y de distribución de las gracias.

Sí, en toda la doctrina mariana de la Iglesia.
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María unida a Cristo y llevando a Cristo, María en el centro mismo de la Iglesia.
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Tal es la enseñanza teológica de la Medalla Milagrosa, tan bíblica, tan Cristocéntrica y tan eclesial.
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Tal cual el Concilio acaba de recordárnosla en el hermoso capítulo VIII de la Constitución dogmática sobre la Iglesia.

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MENSAJE PASTORAL DE LA MEDALLA

 

LLAMADA A LA ORACIÓN

Es ciertamente la primera lección de las apariciones de 1830.

Los historiadores que han hecho un estudio comparado de las diversas apariciones aprobadas por la Iglesia, a partir de 1830, hacen notar que el llamado a la oración no es una excepción en ninguna de ellas.

No hay nada extraordinario en ésta cuando se piensa el lugar privilegiado que ocupa la oración en la vida de la Iglesia.

El fin primordial de la Iglesia, ha dicho Paulo VI, es enseñar a orar.

Recuerda a los hombres la obligación de la oración, excita en ellos la disposición natural necesaria para la plegaria; les enseña por qué y cómo es menester orar

Hace de la oración el gran medio de salvación y la proclama al mismo tiempo fin supremo y próximo de la verdadera religión. (Alocución en la audiencia general del 20 de julio de 1966).

Ahora bien, el llamado a la oración y el papel primordial de ésta en la economía de la salvación son particularmente claros en las apariciones de la calle du Bac.

Desde luego son las únicas, entre todas las que han tenido lugar después y que la Iglesia ha reconocido como sobrenaturales, que se han desarrollado en una Iglesia, «en una casa de oración».

Asimismo las apariciones tuvieron lugar, salvo la primera, mientras la Comunidad de las Hijas de la Caridad estaba en oración, en súplica, durante la meditación de la tarde.

Después María misma aparece en oración, cumpliendo lo que es su gran función hasta el fin de los tiempos: La Mediación de intercesión ante su Hijo.

Finalmente, la Medalla que nos da no es ningún amuleto, fetiche, que hay que tener consigo para ser protegido.

Es sobretodo una invitación a la oración, que es necesario dirigir al único Mediador entre Dios y los hombres -Jesucristo-por medio de María: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimo a Vos!

La Medalla es el instrumento de las gracias que María consigue.

Las gracias, María no las distribuye al azar.
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En sus palabras a Santa Catalina cuida de especificar que derrama las gracias sobre quienes se las piden:
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«La hermosura y el brillo de los rayos tan bellos son el símbolo de las gracias que derramo sobre las personas que me las piden».

Y para que esa lección sea mejor comprendida, la Virgen la repite bajo una forma negativa.

Afirma que hay gracias que no se dan porque no se piden.

«Estas piedras de las que no salen rayos son las gracias que se olvidan de pedirme».

Por consiguiente, no hay que separar la medalla de la oración.

Por el contrario aquella debe ser un estímulo y recordar la necesidad de pedir, por María, todas las gracias que necesitamos.

La Medalla debe excitar nuestra fe, unirnos así más íntimamente con Dios y hacernos conseguir más seguramente las gracias de vida cristiana, pidiéndolas, por medio de María, cuya intercesión es todopoderosa ante su Hijo.

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EL ROSARIO

Pero hay una oración particularmente cara a María y que parece recomendarla al aparecerse a Catalina Labouré, es la del Rosario.

El P. Gasnier, en su folleto: «La Medalla Milagrosa y la Realeza de María», lo demuestra bien en las páginas 18 y 19.

Dejémosle la palabra. Se nos da mayor precisión acerca de la plegaria por excelencia que conviene dirigir a María, en el hecho de que los rayos brotarán de los preciosos anillos que adornan las manos de la Purísima, como las manos de una Reina.

Estos anillos eran tres en cada dedo y cada uno de ellos estaba recubierto de piedras preciosas de tamaño proporcionado.

Ahora bien, en esa época se recitaba precisamente el Rosario con esa clase de anillos recubiertos con diez granos que se hacían pasar con el pulgar alrededor del índice.

Pues, se utilizaban ya en 1830 las decenas para rezar el Rosario, como se practica en nuestros días.

Y la prueba está en que el 20 de junio de 1836, Roma intervino para declarar que las indulgencias concedidas a la recitación del Rosario podrán ser aplicadas a los anillos de oro y de plata recubiertos de diez granos.

Nuestra Señora llevaba tres anillos en cada dedo, es decir tenía en cada mano un Rosario entero de quince decenas.
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Manera magníficamente elocuente de advertirnos que la oración que conviene dirigirle, «su oración» es el Rosario.
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Mas que todas las plegarias, el Rosario hace brotar de sus manos sobre las almas, torrentes de gracias.

Se ha visto más arriba que la Virgen volverá sobre esta lección en las apariciones posteriores y siempre con más precisión e insistencia.

El llamado será particularmente solemne y urgente en Fátima. María mira el Rosario como el gran remedio a los males de nuestra época.

Por otra parte es lo que la misma Iglesia no cesa de repetirnos desde hace un siglo, por la voz de los Papas.

Sobretodo de León XIII, quien publicó una docena de encíclicas para llamar al mundo católico a recitar el Rosario, y también, Pío X, Pío XI y Pío XII, Juan XXIII y en fin, Paulo VI.

Todos estos Papas no han cesado de confirmar el llamado de María, y hacerse eco del mismo.

La Madre de la Iglesia y la Iglesia misma no tienen sino una sola voz.

Paulo VI, en su Encíclica sobre el Rosario, del 15 de setiembre de 1966, dice hablando del Rosario:

«Esta oración, el segundo Concilio ecuménico del Vaticano, la ha recomendado a todos los hijos de la Iglesia de manera muy clara, aunque no explícita, cuando dice:

Que estimen en mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia María que el Magisterio ha recomendado a lo largo de los siglos». (Constitución dogmática sobre la Iglesia Nro, 67)

Recemos entonces el Rosario si queremos obtener abundantemente las gracias que María distribuye, puesto que los rayos que simbolizan estas gracias salen de las decenas del Rosario que María llevaba en sus manos.

Pero velemos para decirlo con la devoción requerida.

Si algunas piedras de estas decenas no brillan ¿no es porqué recitamos negligentemente el Rosario?

En su lecho de muerte, Catalina Labouré solícita de decir todavía a sus cohermanas una palabra más sobre la SS. Virgen antes de abandonarlas, murmura sencillamente: «Recomienden que se rece bien el Rosario«.

Ella había comprendido la importancia de su rezo ferviente.

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LA EUCARISTÍA

Señalamos también una lección que brota claramente de las apariciones de la calle du Bac.

María insiste sobre el culto eucarístico y orienta hacia la Eucaristía.
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No sólo se aparece en la Capilla, sino cerca del altar y aún cerca del Tabernáculo.
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Tal fue el caso en la primera y tercera aparición.

El 19 de julio de 1830, Nuestra Señora va a colocarse sobre las gradas del altar, del lado del Evangelio y se sienta en el sillón del celebrante que debía estar contra el altar, puesto que Sor Catalina estando de rodillas delante de la Virgen se apoyaba sobre las gradas del altar.

Más, sobre todo, María invita con vehemencia a su vidente a buscar fortaleza cerca del Tabernáculo en las dificultades que habrá de encontrar en su misión:

«En cuanto al modo de conducirme en mis penas, Ella me mostró con su mano izquierda el pie del altar y me recomendó de acercarme hasta aquí, abrir mi corazón, asegurándome que aquí encontraría los consuelos que necesito.»

Lo mismo en las calamidades que París habrá de sufrir pronto, es cerca del Sagrario donde será necesario buscar ánimo y confianza:

«Pero venid cerca de este altar, ahí las gracias serán derramadas sobre todas las personas que las pidieran con confianza y fervor: serán derramadas sobre grandes y chicos.»

Durante la tercera aparición, como se ha señalado más arriba, la SS. Virgen se aparece no ya a la altura del cuadro de San José como el 27 de noviembre, sino encima del Sagrario y algo detrás.

El Sagrario estaba inundado por los rayos que salían de sus manos. Esto es muy significativo.

Efectivamente, Jesús en la Eucaristía, ¿no es el mayor don que nos ha hecho María? La gracia no nos puede llegar en plenitud sino por la Eucaristía.

Este es el medio esencial y normal de recibir la gracia divina.

La Eucaristía, a la que rodean como otros tantos canales derivados los demás sacramentos cristianos, es el instrumento por excelencia de la gracia, como la síntesis de todas las gracias.

Por eso hacia ella nos orienta finalmente María.

Las apariciones de la calle du Bac acaban como había empezado, orientándonos hacia la Eucaristía.

El verdadero oficio de Nuestra Señora es conducirnos a Jesús.

Al conducirnos a la Eucaristía, María nos muestra también el sacerdocio y la Iglesia entera, con su jerarquía y su culto, cuyo centro es la Eucaristía.

Nos recuerda que todas las gracias distribuidas por la Iglesia, Ella las ha merecido con Jesús y con El las reparte, pero que es necesario pasar siempre por nuestra Madre, la Santa Iglesia para conseguirlas y que no hay que olvidarlo, cuando nos dirigimos a Nuestra Madre, la SS. Virgen.

iglesia de la medalla milagrosa

 

OTROS MENSAJES

He aquí algunas lecciones de esta Epifanía mariana de 1830. No agotan sin duda el rico simbolismo de la Medalla.

En efecto, al mostrarnos la Cruz que domina la letra M, la Virgen ¿no ha querido acaso significar que nuestra vida como la suya debe tener parte en el misterio de la Cruz?

Al colocar ambos Corazones uno al lado del otro, ¿no ha querido estimular la doble devoción al Corazón de Jesús y a su Corazón Inmaculado?

Al poner en la Medalla las doce estrellas, en las que los Comentaristas del Apocalipsis han visto una alusión a los doce apóstoles, ¿no ha querido recordarnos el deber del apostolado obligatorio para cada cristiano bautizado?

Es posible, aunque menos evidente. Mas, aún sin eso, la Medalla es bastante rica en lecciones para que la amemos.

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LLEVEMOS LA MEDALLA MILAGROSA

Es la recomendación de María misma a Catalina Labouré
– Haz acuñar una medalla según este modelo.

Las personas que la llevaren en el cuello recibirán grandes gracias. Las gracias serán abundantes para las personas que la llevaren con confianza.

María en persona pide, por tanto que se lleve la Medalla e indica de qué modo.

El llevar la Medalla tal cual la Virgen lo recomienda es una manifestación de la auténtica devoción a las sagradas imágenes como lo quiere la Iglesia.
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El 2º Concilio ecuménico de Nicea en 787, definió contra los iconoclastas la devoción católica a las imágenes de los Santos.
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La cual no se opone a la ley del Antiguo Testamento que prohibía las imágenes talladas y otras representaciones de la divinidad.
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Efectivamente, después de la Encarnación, Dios ha tomado una humanidad que puede ser representada.

Por otra parte, se tributa a las imágenes pintadas o esculpidas de Jesús, de la Virgen y de los Santos solamente un culto relativo: no es el trozo de metal o papel pintado que se venera, pero hacer pensar en la persona así representada e invita a honrarla.

Así sucede cuando llevo conmigo y abrazo una fotografía de mi madre; mi acto de piedad filial no va al cartón que la evoca, sino a mi madre en persona.

Por otra parte, es un gesto tan natural y a veces tan necesario entre los seres humanos, aún los más equilibrados, llevar consigo la imagen de un ser querido, especialmente el de la propia madre.

¿Cómo entonces el cristiano no habrá de llevar la imagen de su Madre del Cielo, María? ¿Y principalmente esta imagen que es la Medalla Milagrosa, en la que la Virgen ha indicado ella misma de qué manera deseaba ser representada?

¡Sin contar que la Medalla es una imagen de gran riqueza teológica!

Es la síntesis genial y verdaderamente inspirada de lo Alto, de toda la teología mariana tal como la Iglesia nos la presenta.

Además la Iglesia ha bendecido esta Medalla.

Su gran oración litúrgica ha venido a sancionar la recomendación de la Virgen y transforma así en un sacramental su imagen llevada con fe y confianza.

Un sacramental es un medio instituído o aprobado por la Iglesia y santificado por ella, a fin de animar nuestra fe y nuestra oración y atraer así la gracia sobre nosotros.

La Iglesia sabe muy bien que necesitamos señales externas para suscitar nuestra plegaria.

Sabe que somos seres sensibles que tenemos necesidad de ver, tocar, besar un crucifijo, una medalla, para hacer brotar nuestra fe y nuestro amor por Jesús, por María.

Precisamente el llevar la Medalla Milagrosa nos ayuda eficazmente a tener una actitud filial y amante hacia nuestra Madre del Cielo. Todos los que la llevan lo han comprobado y pueden dar testimonio de ello.

¡Cuántas veces al levantarse no se olvida uno de la oración de la mañana!

Pero aquel que lleva una Medalla Milagrosa al cuello involuntariamente es llamado al orden y así es conducido de nuevo a pensar en María y en Jesús.

Aunque no sea un pensamiento rápido y una breve oración, la jornada ha empezado con María, con Dios.

Lo mismo a lo largo de las horas; ¡cuántas veces la vista de esa medalla que uno lleva eleva nuestro pensamiento a lo sobrenatural, nos incita a una breve oración a María, sobre todo si llevamos la medalla de modo visible!

¿Quién conocerá alguna vez las gracias innumerables que estas invocaciones rápidas y filiales habrán atraído sobre nosotros especialmente si han sido hechas con confianza?

Y, ¿quién sabrá que invocaciones y que buenas inspiraciones suscitará nuestra Medalla en los que nos vean llevarla?

Y, ¡quién dirá la actitud respetuosa que muchas veces un novio, un esposo, se siente obligado a adoptar frente a la persona que ama, pero porque le ve puesta bajo la protección de María, cuya Medalla le está recordando su dignidad cristiana!

Sí, llevemos con confianza la Medalla Milagrosa.
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La Iglesia y María, Madre de la Iglesia, saben lo que hacen, cuando comprometen a sus hijos a llevar con fe y confianza este signo bendito que invita a la oración, atrae la gracia sobre el alma y a menudo protege también el cuerpo.

Ver además:

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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