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El camino que se está recorriendo para relativizar las enseñanzas de Jesús en la Biblia.

La confusión sobre la fe que hoy vemos en muchos jerarcas, sacerdotes y fieles católicos procede de una bola de demolición lanzada contra la credibilidad de la palabra de Dios que está estampada en la Biblia.

No se trata solamente que se la reinterprete para permitir acciones que antes eran pecados.

Sino de restar credibilidad a que las palabras adjudicadas a Jesús hayan sido realmente dichas por Él y no una mera interpretación de los primeros cristianos.

Aquí hablaremos sobre cómo está transcurriendo la demolición basada en la falacia de que no podemos estar seguros si lo que transmite la Biblia fueron los verdaderos dichos de Jesús.

Y cómo por el contrario los apóstoles fueron estrictos en preservar la palabra de Dios, y a su vez Dios hizo promesas sobrenaturales de que su palabra se preservaría para siempre, para que puedas tener la seguridad en la Biblia.

La apostasía, o sea la erosión de la fe, que vemos dentro de los cristianos hoy, es el signo más terrible del Final de los Tiempos. 

Hay una multitud de supuestos seguidores de Dios que no reconocen sus enseñanzas.

¿Y en qué se basan para no reconocer totalmente en las escrituras la palabra de Dios?

Todo comienza con la deconstrucción de las palabras de Jesús, que teólogos cristianos, con poca fe, han realizado en los últimos dos siglos.

La mayor cizaña ha sido introducir la creencia, entre los católicos sencillos, de que si bien podemos interpretar a Jesús a través de la Biblia en términos generales, no lo debemos hacer en términos estrictos, porque no sabemos exactamente lo que Él dijo.

Ya que, como dijo algún líder de congregación religiosa, no había grabador en ese momento.

Esta perversión ha generado un ridículo ateísmo cristiano, que la persona toma lo que le gusta de lo que Jesús ha dicho, y que coincide con el espíritu de la época, y la persona rechaza lo que no le gusta y tampoco le gusta al mundo moderno.

De modo que reelaboran las enseñanzas de Jesús basándose en los conceptos del amor, la gracia, la bondad y la aceptación por los demás, etc.

Pero se niegan a aceptar las restricciones enseñadas respecto a la pureza, la santidad, evitar el pecado, especialmente sexual, y una vida dominada por los deseos de la carne, etc.

La maniobra de los eruditos cristianos de poca fe, es sostener que al fin y al cabo, no sabemos lo que dijo realmente Jesús, porque los evangelios fueron escritos décadas después.

Y con la preocupación de predicación, o sea de proselitismo, y no de transmitir los hechos objetivos realizados por Jesús y sus palabras concretas.

Por lo tanto los evangelios serían una especie de reinterpretación de los dichos de Jesús de acuerdo a la moral de la época del primer siglo.

En el fondo sólo nos enseñarían lo que las primeras comunidades cristianas creían sobre Jesús, y no una radiografía de las palabras concretas de Jesús.

Y entonces concluyen que cada época debería reinterpretar a Jesús de acuerdo al espíritu de la época.

Esto es una enorme bola de demolición tirada contra el cristianismo para hacer añicos su edificio doctrinal.

Porque cualquier cita de las palabras de Jesús que aparezca en la Biblia, sería sospechosa de que podría haber sido una elaboración que hicieron las primeras comunidades cristianas, para basar su predicación.

Y eso llega hasta los milagros mismos que hizo Jesús.

Por eso muchos sacerdotes tratan los milagros que describe la Biblia como meras fantasías, usados para poder dar una enseñanza moral, lo cual aprendieron en los seminarios, controlados por los que manejan la bola de destrucción.

Obviamente no es todos los casos es así, pero en muchos sí.

Entonces lo que nos debemos preguntar, ¿son confiables los evangelios como palabra de Dios?

Y la respuesta es sí.

En primer término los evangelios de Mateo, Lucas, Marcos y Juan fueron escritos por testigos presenciales apostólicos directos, como el de Mateo y Juan.

O basados en el testimonio de testigos oculares directos, el de Marcos, basado en la predicación de Pedro, y el Lucas basado en entrevistas con testigos presenciales y como compañero de Pablo.   

Y fueron escritos por ellos mismos y no por una comunidad, porque no apareció ningún otro nombre en ningún manuscrito que se haya descubierto.

¿Y cómo podrían estos hombres haber recordado todas las palabras que dijo Jesús para publicarlas luego de varias décadas? 

Porque sabemos que la puesta pública de los evangelios datan de décadas después de la muerte de Jesús.

La respuesta sobre cómo podían recordarlo es que en el mundo antiguo, sin imprenta, la memorización era el don más preciado y el más practicado.

Para un verdadero judío, la Torá, los 5 primeros libros del Antiguo Testamento, no eran objeto de un simple estudio personal, necesitaba un maestro, un rabino, para recibir las enseñanzas, que no eran sólo teóricas sino que llegaban hasta el estilo de vida.

En este ambiente educativo, sólo lo aprendido de memoria podía convertirse en objeto de comentario y explicación. 

Incluso, retener las enseñanzas del maestro era tan esencial que los discípulos las escribían en rollos para luego poder consultarlas. 

Por lo tanto los papiros tenían el objetivo no dejar un documento de las escrituras, sino de retener algunas respuestas que el rabino proporcionaba a sus seguidores.

Porque era una costumbre saberse la torá de memoria. 

Pero incluso varios siglos después, en el mundo occidental, lo mínimo que un monje cristiano podía hacer era aprenderse todos los salmos de memoria.

¿Y cómo lograban lo que hoy consideramos una proeza de memorizar todo?

En ese mundo la transmisión de las palabras se hacía a través de varios métodos para facilitar la memorización, que el propio Jesús usó.

Uno de esos métodos es el uso del paralelismo. 

Por ejemplo Jesús dijo «No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos», Lucas 6.

También están las famosas parábolas, que Jesús usó mucho.

Otro método fue la repetición, que incluso el propio Yavé lo indicó para memorizar los mandamientos, 

«Que estos preceptos que hoy os doy, queden grabados en vuestro corazón, los repetirás a tus hijos», Deuteronomio 6.  

Otro más era la lectura de los textos a memorizar de forma rítmica, como un canto melódico. 

De modo que a través de varios métodos como estos los discípulos llegaban a aprender tal cantidad de textos orales y enseñanzas, que nosotros hoy, acostumbrados a tener siempre escritos a mano, no podemos ni imaginar.

Entonces, ¿por qué el rabino Jesús y sus discípulos habrían actuado de manera diferente? 

¿Por qué deberíamos suponer que los hechos de la vida de Jesucristo, de su enseñanza y sus palabras concretas, no habrían sido fielmente memorizados y transmitidos por sus discípulos, para que las siguientes generaciones los supieran?

Lo más razonable es suponer que los Evangelios relatan fielmente las palabras y hechos de Jesús, porque fueron aprendidos mnemotécnicamente y transmitidos con celo por aquellos que habían sido elegidos por el Maestro.

Jesús mismo envió a los discípulos a anunciar lo que habían visto y oído de Él, para que cualquiera que los escuchara, entonces escuchara al Maestro mismo. 

«Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha», Lucas 10,

O «Quien os recibe a vosotros, me recibe a mí», Mateo 10.

Lo cual indica no sólo la comunión entre Cristo y sus apóstoles, sino también la incorruptibilidad de la enseñanza de Jesús que ellos portaban.

Cuando Jesucristo envía a sus discípulos «vayan por el mundo y prediquen el evangelio» significa que ya habían aprendido adecuadamente las enseñanzas del maestro, gracias a la memorización repetida.

Pero hay más.

Jesús prometió a los escritores de los Evangelios que enviaría el Espíritu Santo, y que «él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho», Juan 14.

O sea que los escritores de los Evangelios tendrían mentes energizadas y empoderadas por el Espíritu de Dios, que traería a sus mentes todo lo que Jesús enseñó, hizo y dijo.

De modo que aunque los recuerdos humanos pueden ser defectuosos, el poder de Dios guió, controló y gobernó a estos testigos oculares en su composición de los evangelios de Mateo, Lucas, Marcos y Juan. 

Y también tenemos una fuerte promesa del Señor para la eternidad referido a la incorruptibilidad.

Jesús hizo una promesa asombrosa a sus seguidores en Mateo 24, sobre el registro de su misión en la tierra.

«El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». 

O sea que la tierra y todos los registros desaparecerán algún día, pero no desaparecerán las Palabras de Jesús.

Mientras que los meros relatos humanos pueden decaer y desaparecer, los Evangelios son un género único.

Nada es como ellos en la historia humana, porque su existencia se basa en una promesa central de Jesús, así como en el poder infalible del Espíritu de Dios, el mismo Espíritu de la Verdad. 

Ningún registro antiguo es comparable a ellos.

Por eso Joseph Ratzinger dijo en su obra Jesús de Nazareth,

«Ni los libros individuales de la Sagrada Escritura ni la Escritura en su conjunto son simplemente una pieza de literatura».

No se puede hacer una exégesis de las escrituras como si fuera un texto humano, porque fue inspirado sobrenaturalmente para que se conservaran las palabras concretas de Jesús para toda la eternidad.

Bueno hasta aquí lo que queríamos hablar sobre, cómo la gran demolición que hombres de poca fe que hay en la Iglesia están haciendo, es quitarles confiabilidad a las palabras de Dios escritas en la Biblia, para así alterar sus enseñanzas, y cómo por el contrario, Dios aseguró su incorruptibilidad hasta más allá del fin del mundo.  

Y me gustaría preguntarte si has presenciado casos en que sacerdotes u otros católicos han puesto en duda las palabras de Jesús sobre algunos temas en particular y sobre qué temas fue.

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