El ‘milagro del arroz’, la multiplicación del arroz, tuvo lugar el 25 de enero de 1949.
Fue bajo la intercesión de San Juan Macías, santo extremeño de Ribera del Fresno, siendo párroco don Luis Zambrano.
Fue el milagro central para la canonización del santo que vivió parte de su vida en Lima y se lo considera agente de muchos milagros.
Olivenza (Olivença en portugués) es un municipio de España, en la provincia de Badajoz, comunidad autónoma de Extremadura.
CÓMO FUE EL MILAGRO DEL ARROZ
El milagro presentado y aprobado por la Santa Sede, en el proceso de canonización del Beato Juan Macías, tuvo lugar en Olivenza (Badajoz) el día 25 de enero del año 1949.
En la “Casa de Nazareth” sede del Instituto de San José y residencia del vicario ecónomo de la parroquia de Santa María Magdalena estaban acogidos unos cincuenta niños y niñas en régimen de semipensionado.
Quienes recibían gratuitamente instrucción y comida.
Además, los domingos, mediante la cooperación de familias bienhechoras, distribuían comida a los pobres.
Aquel 25 de enero de 1949 la cocinera, señorita Leandra Rebollo Vázquez iba a tener problemas.
Pues la familia que, por turno, tenía que llevarles la comida para los pobres no había aparecido ni en la tarde del sábado ni en lo que iba de mañana del domingo.
Eran las doce del mediodía y no podía esperar más.
Tomó las tres tazas de arroz, unos 750 gramos aproximadamente que no estaban destinados a los pobres sino a los niños del pensionado.
Y los vació en la cazuela, en la que hervía un trozo de carne, la cocinera seguía preocupada por el problema sin resolver de la comida para los pobres.
Con fe se dirigió al entonces Beato Juan Macías: “¡Ah, Beato, y los pobres sin comida!”.
Y pasó a la cocina del párroco para hacer alguna cosa mientras cocía el contenido de la cazuela.
Como a los quince minutos volvió al fogón donde hervía la cazuela para dar unas vueltas al arroz.
Entonces la cocinera tuvo la sensación de que en el recipiente había una cantidad de arroz bastante mayor de la que ella había echado.
Llamó a la madre del párroco que, en aquel momento era la única persona que se encontraba en el piso superior.
Al ver que amenazaba rebosar aconsejó a la cocinera que usase otra cazuela. Así lo hizo.
Llamó al párroco, don Luis Zambrano Blanco y a la directora general del Instituto señorita María Gragera Vargas Zúñiga.
Cuando llegaron, con otras señoritas de la Casa de Nazareth, ya la cocinera estaba trasvasando el arroz de la primera a la segunda cazuela sin que disminuyera el nivel rebosante de la primera cazuela,
Este subía del fondo a borbotones y crudo, mientras que terminaba de cocerse después de trasvasar a la segunda cazuela.
La noticia se extendió por la ciudad y muchas personas acudieron y constataron el hecho.
Recogiendo granos de arroz crudo que salía a borbotones del agua que hervía en el primer recipiente.
El prodigio duró cerca de cuatro horas ininterrumpidamente.
Se distribuyó una porción abundante de sopa a los cincuenta y tantos niños semipensionados.
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Y después, se pasó a distribuir una porción igualmente abundante, fuera del Instituto de San José, a un centenar de pobres.
La sopa, además de ser abundante, estaba mejor condimentada y más sabrosa que nunca.
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A pesar de que, durante las cuatro horas de la multiplicación, no se añadió ningún otro condimento.
La impresión que tuvieron las niñas y niños durante la comida fue que el arroz que comían era absolutamente normal.
A eso de las cinco de la tarde, y sin que el párroco don Luís Zambrano hubiera abandonado ni por un momento el lugar del suceso, exclamó: ¡Basta!, con lo que cesó el prodigio.
Después de 60 años aún viven testigos del milagro que dieron su testimonio.
Pues esto no era más que repetir después de muerto, y al cabo de tres siglos, lo que el Hermano Juan Macías realizó, más de una vez, en la portería del convento de Lima.
SAN JUAN MACÍAS
San Juan Macías nació en Rivera del Fresno el 2 de marzo de 1585.
En 1620 viaja a Lima, que entonces se llamaba la Ciudad de los Reyes, y permaneció allí hasta que murió.
Gregorio XVI lo beatificó en 1837 y Pablo VI lo canonizó en 1975, asistiendo a la canonización en Roma la protagonista del milagro, Leandra Revello.
En el altar de Santo Domingo de Lima reposan los restos de San Juan Macías, junto con los de Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres, todos ellos dominicos.
Hombre muy honrado, pero sin saber leer ni escribir, había llegado a América a sus treinta y cuatro años.
Desembarca en Cartagena, atraviesa a pie Colombia, Ecuador y llega a Perú.
Solicita la entrada en el convento de los Dominicos, y ya lo tenemos de portero, con fama de santidad creciente cada día: hombre de Dios con oración continua, con penitencias asombrosas, con milagros a la vista…
Le visita un joven que se llama Martín de Porres, ¡y qué bien se entienden los dos!
Amigos en vida, y hoy los dos, con sus sepulcros y sus imágenes, uno a la derecha y otro a la izquierda de Santa Rosa de Lima, en la misma Iglesia de los Dominicos…
El cronista Fray Juan Meléndez así lo describe:
“Era de mediano cuerpo, el rostro blanco, las facciones menudas, de frente ancha, algo combada, partida con una vena gruesa que desde el nacimiento del cabello, del que era moderadamente calvo, descendía el entrecejo, las cejas pobladas, los ojos modestos y alegres, la nariz algo aguileña, las mejillas enjutas y rosadas, la barba espesa y negra”.
Su celda-habitación era pobrísima.
Una tarima de madera cubierta con un cuero de buey le servía de cama, una frazada a los pies, una silla rústica para sentarse y un cajón viejo que usaba como ropero para guardar sus contadas pertenencias.
Su único adorno era una imagen pintada sobre lienzo de Nuestra Señora de Belén que tenía a la cabecera de la cama.
Extenuadas sus fuerzas por el mismo fervor que lo iba consumiendo poco a poco, y por una vida siempre mortificada y penitente, no menos que por las continuas fatigas y frecuentes enfermedades que padecía, rindió su hermosa alma al Creador, el 16 de setiembre de 1645, a la edad de 60 años.
En el lecho de muerte, exclamó alborozado:
-¡Miren, miren quiénes están aquí! Nuestro Señor Jesucristo, su Madre la Virgen, el apóstol y evangelista San Juan, otros Santos y muchos ángeles.
¡Con ellos me voy al Cielo!…
LA ORACIÓN PERMANENTE DE SAN JUAN MACÍAS
Juan Macías era ignorante de letras, pero muy sabio en las cosas de Dios.
Es famosa la visión que tuvo un día siendo niño de siete años. Hubo de contarla por obediencia siendo ya mayor.
Ve a un Santo a quien no conoce, y que le dice:
-Juan, hoy estás de enhorabuena.
El niño le responde igual:
-Tú también estás de enhorabuena.
Y, ¿quién eres?
Le contesta la aparición:
-¿Yo? Me llamo Juan, como tú. Soy Juan el apóstol y evangelista, el discípulo más querido del Señor.
Yo te acompañaré siempre, porque Dios te ha escogido.
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Te llevaré a tierras lejanas, y allí habrás de labrar templos para Dios.
Los templos que el Hermano Juan Macías levantará no serán de piedra ni ladrillo ni madera, sino templos vivos, las almas a las que lleva a la gracia de Dios con su palabra, con su oración, con su caridad.
La oración de Juan Macías es continua.
Mientras atiende solícito la portería, son de seis a siete horas las que se pasa durante el día en oración.
Por la noche se levantaba y se ponía en oración por otras dos o tres horas.
Y si alguna noche no lo hacía, se avergonzaba al despertarse:
-¿Qué has hecho esta noche? ¿Por qué no te has levantado a rezar?…
Dios le premió más de una vez de manara bellísima esta constancia en la oración.
Según confesión propia, en esa oración de la noche se le presentaban pajaritos a cantar.
Y cuenta de manera encantadora:
-Yo me apostaba con ellos a ver quién alababa más al Señor. Ellos cantaban y yo replicaba con ellos.
¿Y su caridad?. Los pobres eran su ilusión.
Pero como Juan Macías no podía salir a pedir limosna para ellos, le encargó a un borrico que lo hiciera él.
Y se producía el milagro de Dios.
El pobre animal iba solo de puerta en puerta, y la gente sabía lo que tenía que dejar en las alforjas..
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Si alguien no le quería dar nada, el borrico daba patadas en la puerta hasta que le echaban encima lo que tenía que llevar para los pobres.
A los pobres el Hermano Macías socorría de mil maneras, hasta multiplicando las provisiones cuando era necesario…, avanzando el milagro que serviría para su canonización.
¡UN MILLÓN DE ALMAS LIBERADAS DEL PURGATORIO!
Juan tenía la costumbre de rezar todas las noches, de rodillas, el Rosario completo.
Una parte la ofrecía por las almas del Purgatorio, otra por los religiosos, y la tercera, por sus parientes, amigos y benefactores.
Oraba el Santo en la capilla de Nuestra Señora del Rosario, cuando de pronto una mano dio un golpe sobre el altar.
Sobresaltado, vio a su lado una sombra rodeada de llamas que le dijo:
-“Soy Fray Juan Sayago, que acabo de morir y necesito muchísimo de tus oraciones y auxilios; para que, satisfaciendo con ellos a la divina justicia, salga de estas penas expiatorias”, con lo cual desapareció.
Vivió este fraile en el Convento del Santísimo Rosario, contiguo a la Iglesia de Santo Domingo, habiendo expirado a la misma hora en que se le apareció a nuestro Santo.
A la cuarta noche, hallándose Juan postrado en el mismo altar, se le volvió a aparecer el alma de aquel fraile, ahora luminosa.
Para decirle que gracias a sus oraciones y penitencias la Virgen lo había sacado del Purgatorio y llevado a gozar de la bienaventuranza eterna.
A la hora de su muerte, obligado por la obediencia, Juan Macías confesó haber liberado durante su vida a un millón cuatrocientas mil almas.
FRECUENTES LEVITACIONES Y ÉXTASIS
Cabe mencionar un hecho acaecido en 1638, narrado por su biógrafo el Padre Cipolletti:
Entrando por la noche en la iglesia un novicio, temblando y con una candela en la mano, por miedo del cadáver de don Pedro de Castilla que acababa de ser enterrado.
Al llegar al ábside del altar mayor, donde solía Juan orar todas las noches, topó al joven, mientras subía las gradas, con las rústicas sandalias del Santo que estaba elevado en dulcísimo arrobamiento.
El inexperto novicio, imaginando fuese el espectro del difunto, se atemorizó tanto, que dio un fuerte alarido, echó a correr, se accidentó y cayó.
Al grito acudieron dos religiosos, quienes lo encontraron tendido en tierra y quemándose el hábito con la candela que debía prender las velas del altar para Maitines.
Lo alzaron en peso y lo llevaron a la cama.
Sin embargo, ambos observaron que no obstante el estrépito nuestro Juan continuaba en el aire absorto enteramente en Dios.
En cuanto al novicio, cayó gravemente enfermo y se asegura que el mismo Santo, con su oración lo sanó, de modo que en adelante no tuvo más miedo de los muertos.
Nuestro Santo predijo no pocas vicisitudes a las familias, como la caída de su vivienda a una y la pobreza a otra.
OTROS MILAGROS ATRIBUIDOS
Y en cuanto a los milagros, se sabe que salvó la vida a una niña cuyas piernas habían sido despedazadas por las ruedas de un coche.
Y a un negro esclavo llamado Antón que se resbaló y fue a dar de cabeza al fondo de un pozo de gran profundidad.
El primer milagro atribuido a Juan Macías es de niño y muy conocido en la localidad,
Se cuenta que mientras sacaba a pastar su rebaño, Juan encontró a otro chico que realizaba la misma labor y que lloraba entristecido ante la boca de un profundo pozo.
Cuando Juan le preguntó sobre el motivo de sus sollozos, el chico le dijo que uno de sus cerdos había caído en el interior del pozo y que estaba preocupado por la reprimenda que le daría su padre.
Juan le dijo que no se preocupara y se acercó al pozo mientras le rezaba a la Virgen.
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Entonces el agua del pozo comenzó a subir y el cerdo salió a la superficie con vida.
Desde entonces, el “pocito de Juan Macías” se conserva como lugar especial y muchos son los peregrinos que acuden a visitarlo, convencidos de que sus aguas son curativas y milagrosas.
Ya en Lima, otros hechos milagrosos se le recuerdan.
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Como aquella vez que se desató un fuerte terremoto y mientras Juan y otros religiosos corrían intentando escapar del convento de Santo Domingo, escuchó la voz de la Virgen que le dijo que se quedaran en un lugar en concreto.
Y, milagrosamente, todo el convento se vino abajo menos el lugar exacto en el que la Virgen les indicó que se quedaran.
Más tarde, en las labores de reconstrucción, los trabajadores cortaron más de la cuenta una viga de madera que debía de sostener la techumbre.
Los obreros comenzaron a discutir sobre quién había sido el culpable de la chapuza, en ese punto llegó Juan y les dijo que no se preocuparan.
Fue así que bendijo la viga y ordenó subirla y misteriosamente la viga de madera había crecido los centímetros suficientes para poder ser encajada a la perfección.
Muchos más hechos milagrosos se le atribuyen al beato en aquellas tierras Peruanas, como curaciones milagrosas, levitaciones, el poder leer el pensamiento y predecir el futuro.
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Y sobre todo, la habilidad para multiplicar el alimento que repartía entre los pobres.
Treinta años después de su muerte, su cuerpo permanecía incorrupto y continuaba realizando milagros.
Como el de un monje con una hernia estrangulada, que sanó tras poner la imagen del santo sobre la zona afectada.
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