“Es un milagro que nos visite”.
El papa Francisco recibió el jueves las llaves de la ciudad y bendijo las banderas olímpicas, pero lo más significativo fue su visita a la favela Varginha del complejo Manguinhos, en la zona norte de Río de Janeiro, lugar que hasta finales del pasado año estaba controlado por bandas de narcotraficantes y ahora una zona recuperada para la ciudad.
En medio de fuertes medidas de seguridad, con policía con armas de precisión y helicópteros sobrevolando, al llegar a la barrida el papa recibió una guirnalda hecha con papel de varios colores, mientras un grupo de niños se le abalanzaron para abrazarlo y besarlo. Francisco se dejaba y sonreía.
Todos lo estaban esperando, católicos, evangélicos, macumberos y ateos, y la favela se había hermoseado.
Diez familias fueron preseleccionadas por si el Papa decidía visitar casas, y en esas casas las familias (y en las vecinas) se esforzaron por poner elementos que atrajeran al Pontífice: dulces de leche, banderolas del equipo de fútbol argentino «San Lorenzo» (el del Papa)… Amara de Oliveira, de 82 años, explicó a «O Globo» que ella rezaba a la Virgen de Fátima para ver de cerca al Pontífice, y que había puesto en la puerta de casa un enorme crucifijo de madera, una bandera de Pernambuco y dos posters de Francisco.
En poco más de un mes, toda la iluminación de calles y callejuelas se renovó, se instalaron 70 focos de luz, se volvió a asfaltar el suelo, y… ¡lo nunca visto antes!… un equipo de barrenderos limpia regularmente las calles. También es constante la presencia de la policía militar Unidad de Policía Pacificadora (UPP) en Manguinhos.
En su alocución, el papa Francisco dijo que,
«nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que existen en el mundo» y pidió a los poderes públicos que trabajen por un mundo más justo.
«Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo», afirmó el papa Bergoglio.
El papa Francisco pidió a los jóvenes nunca desanimarse por la corrupción, tras las masivas manifestaciones que sacudieron recientemente Brasil exigiendo castigos para políticos corruptos y transporte, educación y salud de calidad.
«Queridos jóvenes, ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés», dijo el papa en la favela de Varginha, ante miles de personas. «A ustedes y todos les repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague», añadió.
La cultura del egoísmo y el individualismo no se va a construir un mundo mejor:
una «cultura de la solidaridad», que ve a los «otros no como rivales o estadísticas, sino como hermanos y hermanas», dijo el Papa Francisco.
«La medida de la grandeza de una sociedad», añadió, «se encuentra en la forma en que trata a los más necesitados, a los que nada tienen, aparte de su pobreza»
Luego el Papa se dirigió a la pequeña iglesia dedicada a San Jerónimo Emiliani, donde se encuentran algunos miembros de la comunidad parroquial. Es una de las dos capillas de la comunidad. Aquí bendice el nuevo altar y ofrece un cáliz como un regalo a la parroquia. Francisco visita una familia y se va a pie hasta el campo de fútbol (donde el campeón del mundo Jairzinho entrena a los niños de la favela) para cumplir con la comunidad.
Varginha, la favela que eligio el Papa para su visita, se encuentra dentro de un complejo más grande que se llama Manguinhos, y en toda la zona la trepidación está por las nubes. Sobre todo en las casas de siete familias. Personas comunes que ahora formarán parte de la historia.
El dueño absoluto era el crack, la “pedra”, como le dicen aqui, derivado de la cocaína y con una mezcla de sustancias químicas. Esta plaga transformó literalmente varios barrios en verdaderas “naciones del crack”. Luego, en octubre de 2012, la primera intervención radical. Varginha fue ocupada por una unidad de la llamada “Policía pacificadora”, un cuerpo especial creado para “limpiar” las zonas más peligrosas de la Cidade Maravilhosa en vista del Mundial de futbol y de los Juegos Olímpicos.
“Solo esperamos que cuando se vaya el Papa las autoridades no se olviden de nosotros”, comentó lacónico Josinaldo, de 35 años.
Varginha nació en 1940 con inmigrantes del nordeste y, como todas las favelas de Brasil, comenzó con una pequeña ocupación de terrenos que fue amentando vertiginosamente hasta convertirse en un verdadero laberinto con muy pocos servicios y mucha desesperación. Además, situada como se encuentra entre una gran avenida y una ex-refinería, Varginha parece encarnar fielmente los valores del Evangelio que Papa Francisco quiere resucitar.
El amor y la comprensión en donde solo existe miseria, degradación, violencia y una lucha despiadada por la supervivencia. Hasta hace poco tiempo, para darnos una idea, esta zona era llamada “la franja de Gaza”. Y en esta tierra de nadie, pues, el Sucesor de Pedro pronunció y dejó su mensaje, tal y como Juan Pablo II en 1980 cuando visitó la favela Vidigal, también en Río.
TEXTO ÍNTEGRO DEL DISCURSO DEL PAPA EN LA FAVELA
Queridos hermanos y hermanas
Es bello estar aquí con ustedes. Ya desde el principio, al programar la visita a Brasil, mi deseo era poder visitar todos los barrios de esta nación. Habría querido llamar a cada puerta, decir «buenos días», pedir un vaso de agua fresca, tomar un «cafezinho», hablar como amigo de casa, escuchar el corazón de cada uno, de los padres, los hijos, los abuelos… Pero Brasil, ¡es tan grande! Y no se puede llamar a todas las puertas. Así que elegí venir aquí, a visitar vuestra Comunidad, que hoy representa a todos los barrios de Brasil. ¡Qué hermoso es ser recibidos con amor, con generosidad, con alegría! Basta ver cómo habéis decorado las calles de la Comunidad; también esto es un signo de afecto, nace del corazón, del corazón de los brasileños, que está de fiesta. Muchas gracias a todos por la calurosa bienvenida. Agradezco a Mons. Orani Tempesta y a los esposos Rangler y Joana sus cálidas palabras.
1. Desde el primer momento en que he tocado el suelo brasileño, y también aquí, entre vosotros, me siento acogido. Y es importante saber acoger; es todavía más bello que cualquier adorno. Digo esto porque, cuando somos generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella -algo de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo- no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos. Ya sé que, cuando alguien que necesita comer llama a su puerta, siempre encuentran ustedes un modo de compartir la comida; como dice el proverbio, siempre se puede «añadir más agua a los frijoles». Y lo hacen con amor, mostrando que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón.
Y el pueblo brasileño, especialmente las personas más sencillas, pueden dar al mundo una valiosa lección de solidaridad, una palabra a menudo olvidada u omitida, porque es incomoda. Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano.
Deseo alentar los esfuerzos que la sociedad brasileña está haciendo para integrar todas las partes de su cuerpo, incluidas las que más sufren o están necesitadas, a través de la lucha contra el hambre y la miseria. Ningún esfuerzo de «pacificación» será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde algo que es esencial para ella. Recordémoslo siempre: sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza.
fabela papa francisco 300×166 Discurso del Papa Francisco en la favela de la comunidad de Varginha (Manguinhos)
2. También quisiera decir que la Iglesia, «abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al cielo» (Documento de Aparecida, 395), desea ofrecer su colaboración a toda iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de todo el hombre. Queridos amigos, ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de justicia. Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar. No hay una verdadera promoción del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales: la vida, que es un don de Dios, un valor que siempre se ha de tutelar y promover; la familia, fundamento de la convivencia y remedio contra la desintegración social; la educación integral, que no se reduce a una simple transmisión de información con el objetivo de producir ganancias; la salud, que debe buscar el bienestar integral de la persona, incluyendo la dimensión espiritual, esencial para el equilibrio humano y una sana convivencia; la seguridad, en la convicción de que la violencia sólo se puede vencer partiendo del cambio del corazón humano.
3. Quisiera decir una última cosa. Aquí, como en todo Brasil, hay muchos jóvenes. Queridos jóvenes, ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés. A ustedes y a todos les repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal, sino a vencerlo.
La Iglesia los acompaña ofreciéndoles el don precioso de la fe, de Jesucristo, que ha «venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10). Hoy digo a todos ustedes, y en particular a los habitantes de esta Comunidad de Varginha: No están solos, la Iglesia está con ustedes, el Papa está con ustedes. Llevo a cada uno de ustedes en mi corazón y hago mías las intenciones que albergan en lo más íntimo: la gratitud por las alegrías, las peticiones de ayuda en las dificultades, el deseo de consuelo en los momentos de dolor y sufrimiento. Todo lo encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida, la Madre de todos los pobres del Brasil, y con gran afecto les imparto mi Bendición.
Fuentes: Agencias, Signos de estos Tiempos