El tiempo litúrgico de Navidad empieza el 25 de diciembre y tiene una finalización variable.
Algunos consideran que es el 2 de febrero, fiesta de la Purificación, comprendiendo cuarenta días.
Pero puede dividirse en dos períodos: Período de Navidad, propiamente dicho, que abarca los quince días comprendidos entre esta fiesta y la de Epifanía (6 de enero).
Y el Período de Epifanía, que va hasta el Domingo de Septuagésima (9 semanas antes de Pascua).
El 1º Período es una fiesta ininterrumpida en torno a la cuna de Belén.
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Donde la Iglesia contempla los encantos y grandezas del Divino Infante, y también las alegrías y excelencias de la Virgen Madre.
El 2º Período ensancha más el horizonte litúrgico y pone de relieve las manifestaciones del Hijo de Dios.
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Principalmente en el misterio de la Adoración de los Santos Reyes, en el de su Bautismo, y en su primer milagro, en las bodas de Caná.
Toda esta temporada es de alegría, pero de una alegría reposada y sonriente, como la que inundó a José y a María en la intimidad de la cuna de Belén.
LA NAVIDAD NO ES UN SÓLO DÍA
La tradición popular en Inglaterra e Irlanda tiene su propia denominación para el tiempo santo de navidad.
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Era habitual hablar de los «doce días de navidad» y celebrarlos como tales.
Se trataba de los doce días entre navidad y epifanía.
En Irlanda se encendían las velas de navidad cada atardecer en las ventanas de los hogares, dando la bienvenida a los «santos caminantes».
Se prolongaba el espíritu de gozo navideño.
En la parroquia de Kilmore, Co. Wexford, todavía hoy un coro compuesto por seis hombres que canta los villancicos tradicionales de Kilmore en la misa de cada día.
El día duodécimo, la epifanía, se canta el villancico Ahora para concluir nuestro gozo de Navidad.
Este «día duodécimo» marca la conclusión de las festividades de Navidad.
Si tenemos en cuenta este fondo de la liturgia y de la tradición, de seguro que hay algo equivocado en nuestra manera de celebrar la navidad. Intentamos meter todo en uno o en dos días de celebración.
La celebración de la natividad del Señor no puede quedar reducida a un solo día. Necesitamos tiempo para asimilar la fiesta, para «comprenderla», según la frase de Newman.
Los días que van de navidad a epifanía forman un todo sin solución de continuidad.
Estas son las diversas celebraciones que tienen lugar durante este lapso.
En la octava de Navidad aparece solemnidad de la Madre del Señor (1 de enero) y luego la epifanía propiamente (6 de enero).
LITURGIA DE LA NAVIDAD PROPIAMENTE
La característica litúrgica clásica de la fiesta de Navidad es el uso de las tres Misas, y la celebración nocturna de los Maitines y Laudes, antes y después, respectivamente, de la primera Misa.
La 1ª Misa se celebra justo a media noche, mientras que primitivamente se celebraba en Roma ad galli cantum, «al canto del gallo»; la 2ª al despuntar la aurora; y la 3ª en pleno día.
Con 1ª, la Iglesia se propone honrar sobre todo el Nacimiento, en Belén, del Hijo de Dios.
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Con la 2ª, su aparición a los pastores.
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Y con la 3ª, su manifestación a todo el mundo.
El Oficio de Maitines y Laudes era celebrado en Roma con extraordinaria solemnidad y bajo la presidencia del Papa.
Con pompa inusitada celebrabanlo también las iglesias catedrales y monasteriales de todo el mundo, bajo la presidencia de sus prelados.
Hoy mismo es el Oficio nocturna que se celebra con mayor esplendor, y el único al que suelen asistir algunos fieles.
Comienzan los Maitines a eso de las diez de la noche para terminar a las doce en que principia la llamada «Misa del gallo».
En las iglesias benedictinas, las Lecciones del I Nocturno, en que Isaías profetiza y relata con un candor inimitable el nacimiento temporal del Divino, se cantan con una melodía gregoriana encantadora.
Y con otra especial cántase también el Evangelio de las Genealogías de Jesucristo, con que termina ese Oficio.
Después de los Maitines y de la Misa, durante la Edad Media se celebraba en muchas iglesias el Oficio de los Pastores, que era una especie de representación escénica de anuncio a los zagales de Belén del Nacimiento del Niño Jesús.
A él seguían entonces los Laudes, como ahora siguen a la Misa, cuya primera antífona «¿A quién habéis visto, oh pastores? . . . « parecía hecha como para enlazar el drama pastoril con el oficio litúrgico.
El uso de las tres Misas debió empezar en Roma durante el siglo V, pues en el siguiente alude a él expresamente el Papa San Gregorio Magno, en la homilía que hoy leemos en los Maitines de Navidad.
Desde entonces, todos los sacerdotes pueden celebrar ese día tres misas; pero los fieles tan sólo pueden comulgar una vez, y satisfacen el precepto asistiendo a una cualquiera de ellas.
Al principio, en Roma, sólo había una Misa el día de Navidad, que correspondía a la tercera nuestra.
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Pero al reconstruir el Papa Sixto II la basílica liberiana bajo la advocación de Santa María la Mayor, y pasar así (y más cuando luego se instaló allí un Pesebre), a ser como una representación romana de Belén, empezó a celebrar en ella una Misa nocturna.
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A imitación, probablemente, de la que tenía lugar en el verdadero Belén de Palestina.
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La «Misa de la aurora», que se remonta al siglo V, fué en su origen una Misa introducida en Roma por la colonia bizantina en honor de Santa Anastasia, mártir de Sirmio, muy popular en Constantinopla.
El canto típico de la Misa de media noche es el del Gloria in excelsis, entonado un día, precisamente, en ese mismo momento, por los Ángeles del cielo.
La Iglesia saluda su reaparición en la liturgia, después de haberse privado de él durante el Adviento, con alborozados repiques de campana.
Los oficios de Navidad, en los siglos medievales, se comenzaban, se continuaban y se terminaban universalmente en un ambiente de espiritual regocijo.
En el cual del templo trascendía al hogar y a la vida social, donde de ordinario se resolvía en derroches de dulces y chucherías, que hacían las delicias de chicos y grandes, lo mismo que las hacen hoy los turrones y mazapanes.
LA LITURGIA DE NAVIDAD EN BELÉN
Los lugares relativos a la Natividad del Señor han sido, desde los primeros tiempos del cristianismo, espacio de celebración memorial.
Han motivado una liturgia local siempre en consonancia con el misterio celebrado en el ámbito del año litúrgico en cuya creación han influido sin duda.
Cuando por circunstancias ajenas al querer de la comunidad local cambió su fisonomía, la liturgia de Jerusalén supo adaptarse optando por otras formas de expresión siempre adecuadas al misterio celebrado.
LOS ESPACIOS DE LAS CELEBRACIONES
La iglesia local de Jerusalén ha querido conservar vivos los lugares betlemitas donde acontecieron los hechos relacionados con el Nacimiento de nuestro Salvador.
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Actualizando dichos acontecimientos mediante la celebración litúrgica y ello por ser fiel al espíritu genuino de la liturgia de Jerusalén de ser adecuada al día y al lugar.
La Oda anacreóntica 19 de san Sofronio, patriarca de Jerusalén (634-638), habla de los lugares en relación a los acontecimientos evangélicos celebrados en la liturgia, los mismos que aún son venerados actualmente: la Basílica que acoge la Gruta del Nacimiento del Salvador, en la misma Gruta donde hoy vemos la Estrella, el Pesebre donde fue recostado el Señor y las tumbas de los santos Inocentes.
A estos hay que añadir el Campo de los Pastores y la Gruta de la Leche en relación con el Evangelio de la huída a Egipto.
En tiempos sucesivos se veneraron otros lugares subterráneos como la celda y la tumba de san Jerónimo cercanos a la gruta de la Natividad.
Estos lugares han sido y siguen siendo objeto de peregrinación de los cristianos provenientes de todo el mundo.
Tal peregrinación comportaba siempre una liturgia digamos ocasional, además de la anual, que ha sido diversa durante la historia, pero siempre apta al lugar ya desde el siglo IV.
Este fué el ideal del clero religioso antiguo que vivía al cuidado de los santuarios y lo es del franciscano que desde tiempos de san Francisco hasta ahora ha tratado de hacer posible el encuentro salvífico en estos lugares al clero y a los fieles de la Iglesia católica particularmente.
LOS SANTOS DE NAVIDAD
Inmediatamente después de la navidad se celebran las fiestas de san Esteban, san Juan Apóstol y los Santos Inocentes.
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Las primeras se celebraban en Oriente ya en el siglo IV, y en Occidente a partir del siglo V.
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En cuanto a la fiesta de los Santos Inocentes, el 28 de diciembre, parece ser de origen occidental.
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Aparece por primera vez en el norte de Africa a finales del siglo V.
Estos santos representan un papel subordinado dentro de la octava de navidad.
El punto de mira central de la celebración es Cristo en el misterio de su encarnación y manifestación.
Los comentaristas medievales solían describir estos santos de navidad como «compañeros de Cristo» (comites Christi).
Los consideraban como una corte de honor que acompaña a Cristo niño.
Sin entrar a dilucidar si la explicación es correcta desde un punto de vista histórico, la idea resulta ciertamente muy atractiva.
Esos tres días de fiesta introducen la idea del martirio en la celebración de navidad.
San Esteban fue el primer mártir, san Juan sufrió persecución y exilio a causa de Cristo.
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Y los niños asesinados por orden de Herodes confesaron a Cristo no con palabras, sino con su propia sangre.
Esta idea de martirio introduce una nota de realismo, ligeramente áspera, en nuestras festividades navideñas.
No se nos permite recrearnos durante demasiado tiempo ante la cuna, donde todo parece bañado en una efusión de paz y de luz.
La fe cristiana incluye el seguimiento de Cristo.
Las malas interpretaciones, la oposición, la persecución, incluso el martirio, son la herencia de aquellos que desean pertenecer a Cristo y dar testimonio de él.
En el evangelio para el día de san Esteban (Mt 10,17-22), Jesús mismo nos advierte anticipadamente de esto: «Seréis llevados ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los paganos».
Mas para que nuestro martirio sea una réplica verdadera del martirio de Cristo, para que merezca el calificativo de martirio cristiano, tiene que estar motivado por el amor.
Puede darse un martirio espurio, que es una forma de autoglorificación.
Cristo es nuestro modelo.
Colgado en la cruz, pidió al Padre que perdonara a sus verdugos porque no sabían lo que hacían.
Con el mismo espíritu de amor y de perdón, Esteban gritó cuando era apedreado: «Señor, no les imputes este pecado».
San Juan, el discípulo amado, es el apóstol del amor.
El amor de Dios a nosotros, patentizado en su Hijo, es el amor que debemos tener al Padre y a todos sus hijos: éste es el mensaje que Juan repite insistentemente.
Y es apropiado que este día de fiesta caiga en este tiempo en el que la Iglesia contempla el misterio del amor divino revelado en la encarnación.
Podemos considerar, además, a san Juan como un gran maestro de la encarnación.
Combina una profunda visión espiritual y mística con un valiente sentido de realismo.
Más aún que los restantes evangelistas, insiste en la realidad de la naturaleza humana asumida por la Palabra eterna.
La carne y la sangre de Cristo son reales; y continúan siéndolo después de la resurrección.
Y este sentido de realismo se aplica a los sacramentos, en especial a la eucaristía.
De esta manera, san Juan, mediante su fiesta, nos expone el significado más profundo de navidad.
LOS SANTOS INOCENTES
Existe una similitud manifiesta entre la narración mateana de la matanza de los niños varones en Belén (Mt 2,13-18) y la del asesinato de niños hebreos en Egipto, esta última recogida en el libro del Exodo (1,8-22).
Ambas narraciones tienen como eje a un salvador y conductor del pueblo de Dios.
El nacimiento de Jesús, como el de Moisés, desencadena las fuerzas del mal, representado por Herodes y por el faraón.
Ambas narraciones hablan de una matanza cruel y de una liberación maravillosa.
De ambas se desprende la misma lección: que Dios lleva adelante su plan para salvar a su pueblo, a pesar de las maquinaciones de los hombres malos.
En su narración de la matanza y de la liberación del niño Jesús, de la huida a Egipto y del posterior retorno de la sagrada familia a su país, san Mateo parece intentar recordarnos dos acontecimientos importantísimos de la historia de la salvación: el éxodo y la vuelta del exilio.
De esa manera presenta a Jesús como el que lleva a cabo y consuma la historia de su pueblo.
Se ha sugerido que Mateo basó su narración en un midrash de la Iglesia primitiva; es decir, en un comentario o en una elaboración de la primitiva narración evangélica.
Para esta hipótesis, el valor de la narración es más teológico que histórico.
Los Padres de la iglesia toman esta historia tal como aparece.
La liturgia refleja la interpretación patrística de lo que tuvo lugar.
Tenemos en la liturgia no un análisis crítico ni una reconstrucción de los acontecimientos, sino una especie de meditación poética sobre el misterio.
Aquí hay también elementos para una teología del martirio, de un tipo especial de martirio en el que se ven implicados niños incapaces de hablar ni de razonar.
La cuestión del martirio suscitó bastantes dudas a lo largo de los siglos.
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No fueron los Padres de la Iglesia, sino los teólogos posteriores quienes dudaron en conceder la corona del martirio a aquellos niñitos.
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Los lectores de más edad recordarán que antiguamente, en la fiesta del día, el sacerdote utilizaba ornamentos de color morado, que significaban luto; y que se suprimía el gloria y el aleluya.
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El Código de Rúbricas de 1960 puso fin a esta situación anómala y declaró con firmeza que hay que venerar a los santos inocentes como mártires.
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Y que, por consiguiente, el tono debe ser el de todas las fiestas de mártires: de gozo y de triunfo.
LA SAGRADA FAMILIA
Se celebra la fiesta de la Sagrada Familia el domingo que cae dentro de la octava de navidad.
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Es una fiesta de devoción, introducida por primera vez como celebración opcional en 1893.
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El culto de la sagrada familia se hizo muy popular en el siglo pasado, sobre todo en Canadá.
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El papa León XIII lo promovió muchísimo.
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En unos tiempos en que las fuerzas secularizantes constituían una amenaza clara para la familia cristiana, se propuso a la sagrada familia de Nazaret como modelo, como fuente de inspiración y de ayuda.
Su origen relativamente reciente y el hecho de que propende al sentimentalismo han hecho que esta fiesta no goce de aceptación universal.
Ciertamente tenemos que disociarla de un tipo de espiritualidad un tanto superficial, que presenta pinturas ñoñas e idílicas de la familia de Nazaret y que se refleja en un determinado tipo de arte religioso muy popular en el siglo pasado.
Si la consideramos de manera positiva, la fiesta puede ayudarnos a ver la encarnación en un contexto más amplio, a considerar sus consecuencias culturales y sociales.
No basta con decir que el hijo de Dios se hizo hombre.
Esto sucedió en un tiempo y en un lugar concretos.
El adoptó una familia, un hogar, una ciudad, un medio cultural determinados; creció en este entorno, fue educado en la fe judía, aprendió el oficio de carpintero e hizo amigos.
Los años pasados en Nazaret fueron años de formación, de preparación para su misión.
Navidad es un tiempo hogareño, familiar. Y esto tiene una importancia religiosa y psicológica: necesitamos volver a los orígenes, a las raíces, a la familia de cuando en cuando.
En el plano espiritual hacemos esto en nuestras celebraciones litúrgicas, renovando nuestros «orígenes sagrados» cuando celebramos el nacimiento de nuestro Señor.
La cueva, el pesebre, allí comenzó todo.
Pero el hogar fue el entorno en el que aprendimos la fe por primera vez.
Para los judíos de otros tiempos era una obligación sagrada la de volver al hogar y a la familia.
Toda la noción del Año Jubilar da testimonio de esto: «Cada uno de vosotros recobrará su propiedad, cada uno de vosotros se reintegrará a su clan» (Lev 25,10).
De esta manera, la navidad es una especie de celebración de familia en el plano humano y en el espiritual.
La vida familiar es un valor importantísimo, pero no absoluto. Jesús buscó ante todo la voluntad de su Padre.
Los lazos familiares estaban subordinados a la misión que él había recibido del Padre.
Las lecturas evangélicas para el ciclo trienal aluden de una forma un tanto inquietante a lo que espera a Jesús y a sus padres: él será mal interpretado y perseguido, será «signo de contradicción», y una espada de dolor atravesará el corazón de su madre.
«¿No sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?»
Y llegará el momento en que Jesús abandone el hogar y a sus padres para adoptar la vida incómoda de un predicador itinerante, sin hogar y sin un lugar donde reclinar su cabeza.
No deja de amar a sus padres ni rompe todos los lazos y relaciones con el hogar, pero tiene que distanciarse de la vida segura circunscrita a Nazaret, a fin de entregarse por completo a su misión.
Había que establecer nuevas relaciones que trascendieran el parentesco puramente humano.
Jesús mismo llegaría a declarar que sus padres y sus hermanos eran los que hacían la voluntad de su Padre.
Los seguidores de Jesús están llamados también a dejar la seguridad del hogar y de la familia, a sacrificar todo aquello que es lo más deseable desde una perspectiva humana.
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Ese es el contenido de toda vocación religiosa o de una vocación que encierra una llamada concreta a seguir a Cristo y a servir a sus hermanos.
LA FIESTA DE EPIFANÍA
Las primeras fuentes litúrgicas (Itinerario de la peregrina española Egeria y el Leccionario Armenio de Jerusalén, que transmiten usos litúrgicos de los siglos IV-V) nos dan noticias de la celebración de la fiesta de Epifanía.
La fiesta de Epifanía coincidía entonces con el inicio del año litúrgico que se inauguraba con una celebración el día 5 de enero, hacia las cuatro de la tarde en el Lugar de los Pastores no lejano a Belén.
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Se empezaba cantando el salmo 22 que dice: «El Señor es mi pastor: nada me falta».
Esta reunión vespertina era celebrada juntamente por las comunidades de Belén y de Jerusalén.
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Pero una vez terminada, el obispo de Jerusalén volvía con los suyos pues tenía que celebrar la liturgia en la Ciudad Santa.
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Los de Belén, en particular clero y monjes continuaban en vela en la Basílica de la Natividad o de Santa María hasta el alba cantando himnos y antífonas.
Al día siguiente, fiesta de Epifanía, la Comunidad de Jerusalén leía durante la eucaristía, celebrada en la iglesia catedral del Martyrium, el Evangelio de san Mateo (1,18-25) que narra cómo sucedió el nacimiento del Emmanuel, Dios con nosotros.
El mismo Evangelio se leía, con toda probabilidad, en el lugar del Nacimiento del Señor.
Durante los ocho días que duraba la celebración de Epifanía las dos ciudades vecinas experimentaban igual alegría y se vestían de inigualable esplendor.
Los paramentos del clero lucían bordados de oro y seda, los edificios eran cubiertos por suntuosos cortinajes y la iluminación de antorchas y lámparas de todo tipo iluminaban las vigilias festivas que saludaban el nacimiento del Señor de la Luz.
El Sol de Oriente, se manifestaba a todo el mundo como gozoso pregonero del Alba.
En estos tiempos la fiesta de Epifanía, que incluía el doble misterio del Nacimiento y Manifestación del Señor a las gentes, se celebraba el 6 de enero como manifiesta el Leccionario Armenio (y a los cuarenta días la presentación de Jesús en el templo).
Pero, entrado el siglo V, esta fiesta se anticipó cuando el obispo Juvenal (421-452) de Jerusalén, siguiendo el uso litúrgico de otras iglesias, introdujo la fiesta de Navidad el veinticinco de diciembre.
Esta innovación encontró resistencia en Jerusalén pues muerto Juvenal deja de celebrarse la Navidad el veinticinco de diciembre y vuelve a festejarse Santiago, obispo de Jerusalén, al rey David, como era costumbre y lo atestigua el Leccionario Armenio.
Hay que esperar hacia el 567/8 a que surtieran efecto la carta del emperador Justiniano (561) sobre las fiestas de la Anunciación y Navidad a los responsables de la Iglesia de Jerusalén y el edicto del emperador Justino II (564/5) para ver establecida en Jerusalén la fiesta de Navidad el 25 de diciembre de un modo definitivo como atestigua el Leccionario Georgiano de Jerusalén (de los siglos V-VIII).
Según este documento litúrgico a la hora sexta del día veinticuatro, esto es, a las doce del mediodía, la comunidad de Jerusalén se encaminaba al Ovil o Campo de los Pastores.
En esta estación litúrgica se leía el Evangelio del anuncio del Ángel a los Pastores, la ida apresuraba a estos a Belén, la adoración del Niño y su vuelta al Campo (Lc 2,8-20).
Inmediatamente después la Comunidad, emulando a los Pastores, se dirigía a la Ciudad de David y atravesando la pequeña llanura y subiendo el montículo donde estaba situada la ciudad entraba en la Gruta de la Natividad y hacía el oficio vespertino con la lectura del Nacimiento de Jesús según el Evangelio de san Mateo (1,18-25).
A media noche se celebraba una vigilia con salmos, lecturas bíblicas y cánticos cuyo vértice era el Evangelio de san Lucas (2,1-7) que narra también el Nacimiento de Jesús, cómo fue envuelto en pañales y recostado en el pesebre.
Hacia el alba, se celebraba la divina Liturgia o Eucaristía.
El alba era saludada con el Evangelio de la Epifanía o Manifestación a las gentes; se leía el Evangelio de san Mateo (2,1-23) que conmemora la Visita de los Magos, la huida a Egipto, la matanza de los inocentes y la vuelta de Egipto.
EL BAUTISMO DEL SEÑOR
El mismo Leccionario Georgiano señala la fiesta de Epifanía el seis de enero que iniciaba la víspera a la hora nona o tres de la tarde.
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Como el seis de enero conmemoraba el Bautismo del Señor, la Comunidad de Jerusalén no va a Belén.
Y es que la fiesta de Epifanía entonces se centraba en la memoria de la predicación de Juan el Bautista, el Bautismo del Señor y la bajada del Espíritu sobre Éste según los evangelios que se leían (Lc 3,1-18; Mc 1,1-11; Jn 1,1-28 y Mt 3,1-17).
El acontecimiento salvífico del Bautismo encontraba expresión ritual en la bendición del agua que se efectuaba la víspera de la fiesta fuera de la Iglesia del Martyrium, después de la sinaxis vespertina aquí celebrada.
El peregrino de Piaccenza de finales del siglo VI habla de esta bendición en el rio Jordán donde muchos eran bautizados en esta circunstancia.
Además, el Calendario Palestino-Georgiano del siglo X dice que el día de Epifanía se celebraba la gran sinaxis eucarística en la iglesia de san Juan Bautista junto al Jordán.
Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María
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