Cual es la forma de discernimiento que está usando para saber si sus mociones vienen del Espíritu Santo.

El Sínodo de la Sinodalidad reposa en la idea de escuchar al Espíritu Santo para ver hacia dónde quiere guiar a la Iglesia. 

Pero no se menciona cómo distinguir, dentro de sus participantes, la auténtica voz del Espíritu Santo de la de otros «espíritus», que no son de Dios y que pueden desviarlos.

Aquí hablaremos sobre la gran omisión del Sínodo cuando sus organizadores hablan de discernimiento, creando confusión en sus ponencias y entre los fieles, que significa un buen discernimiento de la voz del Espíritu Santo y cuál es la guía que un buen cristiano debe tener para saber si una moción viene del Espíritu Santo, o de otra fuente.

La palabra más mencionada en el Sínodo es «discernimiento» de lo que quiere el Espíritu Santo para la Iglesia, pero no se ha dado ninguna metodología espiritual para una comprensión católica adecuada para discernir. 

La Iglesia tiene una larga tradición de grandes maestros espirituales que han desarrollado métodos probados, a lo largo de los siglos, para discernir adecuadamente las mociones del Espíritu Santo.

Y es realmente extraño, que en un Sínodo que está lleno de jesuitas, no se haya trabajado sobre uno de los mayores métodos espirituales para discernir al Espíritu Santo, el método ignaciano.

Que busca alcanzar un estado de indiferencia hacia nuestros propios sentimientos. opiniones y disposiciones subjetivas, antes de que uno esté listo para escuchar finalmente al Espíritu.

En cambio se ha recurrido a palabras de moda de la psicología popular y de las expresiones típicas empleadas en un taller para ejecutivos, en un hotel elegante, para fomentar mejores dinámicas corporativas.

Y se han escuchado afirmaciones alegres y sin fundamento de que si algo es «nuevo» debe ser del Espíritu Santo y, si se trata de derribar algo «viejo», es porque viene del Espíritu.

Pero lo «nuevo» y lo «viejo» no son criterios para el discernimiento de autenticidad en la vida católica.

El «progreso» es una comprensión secular de la historia humana, característica de la modernidad occidental, y no es una categoría del discernimiento cristiano.

En cambio, la «fidelidad» a Cristo, al Evangelio, a la Palabra de Dios en su conjunto, a la Tradición y al Magisterio, a la Verdad, sí son categorías del discernimiento cristiano.

En el Evangelio de Juan, Jesús se refiere al Espíritu Santo como el que consuela al alma atribulada y abre nuestros ojos a la «verdad». 

¿Pero qué verdad? La verdad que Dios ha revelado en el Antiguo Testamento y que Cristo reveló a los discípulos.

El Espíritu Santo iluminará nuestras mentes para recordarnos nuestra misión, que es conformarnos a Cristo y su ley, haciéndonos así capaces de una vida basada en la verdad.

En la Biblia vemos que Cristo hace todo lo que hace de acuerdo con la voluntad del Padre, «en el Espíritu». 

Es el Espíritu quien empuja a Jesús al desierto durante 40 días, es el Espíritu quien lo unge en el río Jordán con Juan el Bautista, y es el Espíritu quien lo guía hacia su destino en la cruz.

Y estando lleno del Espíritu Santo, se somete a la voluntad del Padre, y no a la suya, y va a la cruz.

Y si esto fue cierto para Cristo, que no tuvo pecados, ¿cuánto más debemos estar en guardia, para no identificar nuestros propios «sentimientos» con el movimiento del Espíritu Santo?

Porque dar testimonio de la revelación de Dios es precisamente la única misión de la Iglesia. 

Y si nos apartamos de esa misión, para poner en primer plano el espíritu de la época, entonces nos volvemos irrelevantes y parte del problema. 

La Iglesia debe escuchar verdaderamente a la gente. 

Pero también debe enseñarnos, guiarnos y ayudarnos a la santificación, sosteniendo la verdad de Cristo como la única métrica adecuada en nuestra vida espiritual.

Todo lo que no sea eso es abandonarnos a nuestras diversas confusiones e idolatrías.

Que pueden ser legión y fomentar ilusiones peligrosas que nos dejan en la esclavitud de nuestros pecados. 

No es misericordia, ni ninguna virtud, escuchar a las personas y luego no pedirles que cambien, con el falso pretexto de ser más «acogedores» y «afirmar» que Dios los ama «tal como son». 

Y tampoco es razonable que líderes de la iglesia hablen en voz muy alta de la importancia de escuchar al Espíritu y de no tener miedo de su movimiento, pero miran con evidente disgusto las manifestaciones de piedad y prácticas populares que no se ajustan a su agenda.

Porque hay individuos con agendas y, sobre todo egos, que utilizan el pretexto del Espíritu Santo, como medio para privilegiar sus propias nociones, planes e intereses.

Y manipulan al resto para que acepten sus discernimientos como que vienen de Dios.

El verdadero problema es cómo saber si una moción que nos llega, la voz que oímos, es la del Espíritu Santo o no, cómo discernirlo.

Los cristianos seguimos a Jesús, ese es nuestro credo.

Por lo tanto debemos ser fieles a las cosas que verdaderamente dijo Él, no las que queremos pensar que dijo.

Hay que leer la Biblia, iluminada por la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. 

Debemos arrepentirnos y creer en Su Evangelio, aceptar claramente que Jesús es la única luz, la única verdad y el único Hijo del Padre. 

Y no engañarnos respecto a Sus enseñanzas, porque Jesús tenía una postura intransigente en todas las cosas que hoy son doctrina de la Iglesia.

Y declaró que si alguien se avergonzaba de Él y de sus enseñanzas, Él se avergonzaría de esa persona en el día del juicio. 

Sin embargo, hoy nuestra cultura y muchos ordenados, se sienten más cómodos con un Jesús que deambula bendiciendo a la gente, contando historias, siendo comprensivo y acompañando, pero no exigiendo. 

Nada de esto podría estar más lejos de lo que registra la Biblia, la Tradición y el Magisterio.

El Señor pedía arrepentimiento ya, y no dilaciones.

Cuando queramos discernir qué es lo que haría Él en nuestro lugar, que se supone debería ser la orientación del Sínodo, o cuando oímos una orientación que supuestamente viene del Espíritu, debemos discernir si lo que nos dice es compatible con lo que Jesús reveló o no.

Porque en realidad, están compitiendo 4 voces en nuestro entendimiento.

Por un lado está el maligno, que está preocupado por mentirnos sobre quién es Jesús, y no nos presenta al Jesús de los evangelios. 

Por otro lado está la voz del mundo, que es el campo de batalla entre Dios y el maligno.

En tercer lugar está la voz audible del Yo, que está moldeada por nuestros gustos y aversiones, miedos y esperanzas.

Y finalmente está la voz del Espíritu Santo, que nos revela la voluntad de Dios con voz apacible pero firme.

Nos instará a desear el bien, a odiar el mal, a amar a los demás, a arrepentirnos cuando pecamos y a mostrar misericordia y justicia a los demás.

Habitualmente se menciona que la prueba básica para determinar si algo viene directamente de Dios es compararlo con las escrituras.

Y que esto es fundamental pero no suficiente, porque el mismo demonio citó las escrituras a Nuestro Señor en el desierto, tratando de tentarlo.

Debemos incorporar la Sagrada Tradición y el Magisterio de la Iglesia en el discernimiento, los siglos de discernimiento de la Biblia por los padres y doctores de la Iglesia y por los excelentes pontífices que hubo. 

¿Hoy la Iglesia le está recordando esto a los fieles? ¿Y a los participantes del Sínodo?

Bueno, hasta aquí lo que queríamos hablar sobre el gran ausente en el Sínodo, y en la orientación que éste debe dar a los fieles: el criterio para discernir si lo que dicen viene del Espíritu Santo o no.

Y me gustaría preguntarte por qué crees que existe esta ausencia de un criterio tradicional cristiano para discernir en el Sínodo.

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