La humildad es la base del éxito.

Todos conocemos gente soberbia y desmedidamente orgullosa.

Sabemos las reacciones negativas que causan y como enrarecen el clima.

Pero en última instancia son perdedores.

Por algo Jesús dijo que el que se enaltece será humillado y el que se humille será enaltecido (Lc 18:14)

Veremos que el orgullo descontrolado es la madre de todos los pecados y le humildad su antídoto.

Los pecados nos apartan de Dios. Y al apartarnos de Dios perdemos la comunión con Él y el derecho de vivir con el Él eternamente luego de nuestro pasaje en la Tierra.

   

HAY QUE DISTINGUIR DOS TIPOS DE ORGULLO

Bajo el término orgullo subsisten dos significados diferentes y hasta opuestos entre sí.

Uno de esos significados es el orgullo como un sentimiento de confianza de haber hecho correctamente algo difícil y desafiante.

Es una sana seguridad en uno mismo, que puede reconocer la mano de Dios en los eventos.

Los filósofos paganos pensaban que el orgullo era algo bueno antes que se volviera pecaminoso, o sea que llega un punto en que lo bueno se vuelve malo.

Porque al principio nos inspira a esforzarnos y a buscar cosas elevadas. Nos inspira el esfuerzo.

Pero hay un umbral luego del cual se vuelve destructivo.

La otra acepción de orgullo es cuando nos sentimos con derecho a un reconocimiento y alabanza constante en el alma.

La buscamos por uno mismo y exigimos a los demás esta actitud hacia nosotros.

Es buscar ser amado s más de lo que es apropiado y denigrar las cualidades de los demás.

En este sentido, nos impulsa a rechazar la sumisión a autoridades legítimas, dentro de la que se incluye Dios.

San Gregorio pensaba que había cuatro tipos de orgullo:

Pensar que el bien es de uno mismo.

Pensar que el bien de uno es de Dios pero que es como consecuencia de nuestros propios méritos.

Jactarse de la excelencia que uno no posee.

Despreciar a los demás y desear aparecer como el único poseedor de lo que uno tiene (esto está relacionado con el pecado de la envidia).

Hablaremos en este artículo del orgullo en el sentido negativo y de su opuesto, la virtud de humildad.

   

DEFINICIÓN DE ORGULLO

El orgullo es una estimación fuera de toda medida de nuestras capacidades.

Está tan extendido en la cultura actual que no nos damos cuenta cuando actuamos orgullosamente en sentido negativo.

La cultura lo exalta, y cuanto más desordenada es la subcultura peor es, piensa en la Marcha del Orgullo Gay.

Está tan extendido que está presente en el resto de los pecados que cometemos.

Porque su base es pensar más en nosotros mismos de lo que deberíamos pensar.

Esta desmedida autoestima nos ensombrece reconocer que los dones los hemos recibido de Dios.

Y es en ese sentido que la humildad es lo opuesto al orgullo.

Porque ser humilde significa reconocer nuestros límites, de quiénes somos y hasta dónde podemos.

Nos hace reconocer que tenemos talentos y dones que son regalos que Dios nos ha dado para usar con los demás.

Y sentir agradecimiento por ellos y por quién nos lo dio.

En cambio el orgullo es autorreferencial porque deja de lado causas externas de nuestros talentos, cultivando una estima excesiva hacia nuestros propios logros.

Nos hace sentir que no debemos nada a nadie y que podemos decidirlo todo por nosotros mismos, con buen juicio y exitosamente.

Y es por eso que está presente en la mayoría de los otros pecados.

Nos hace descuidar de crecer en virtudes y reconocer nuestra necesidad de Dios, cómo ayuda por lo menos.

De modo que el orgullo no sólo implica la desestimación del poder de Dios sino también la desestimación de los que nos rodean.

Esto hace que seamos refractarios a someternos a cualquier autoridad legítima.

Y a admitir que otros tienen también talentos, que incluso pueden ser mejores que los nuestros o complementarios.

Esta visión miope no sólo nos empobrece en nuestro crecimiento sino que nos aísla de los demás.

Se dice que el orgullo es el pecado que compartimos más con el maligno.

El signo central del maligno es la desobediencia y el orgullo.

Y su tarea central es promover la tentación, que es en última instancia fomentar la rebelión de sentirse con derecho a determinar que lo que es bueno y que es lo que es malo, desdeñando las instrucciones de Dios.

   

EL ORGULLO PONE A DIOS EN LA PERIFERIA

El peligro del orgullo, tanto para ateos como para cristianos, es relegar a Dios a un lugar secundario desde el punto de vista moral, espiritual y temporal.

Es volverlo irrelevante y hasta innecesario, mientras nosotros mismos nos situamos en el centro.

Un orgulloso que cree en Dios tiene una imagen de Él como únicamente gratificador de sus placeres y que asiente a todo lo que le propone y tiene ganas de hacer y tener.

Dios es el agente que le proporcionará prestigio, poder, dinero, a través del uso de sus propios talentos que desarrolló por sus esfuerzos propios.

Poner a Dios en el costado de nuestra vida es el principal peligro del orgullo.

Por eso se dice que el orgulloso mira hacia abajo, mientras que el humilde mira hacia arriba, a Dios.

Esta ilusión de autosuficiencia se complementa con la noción de que nos vamos a salvar por nuestros propios méritos y no por la gracia de Dios.

Esto lleva indirectamente a conductas viciosas y despóticas con los demás.

Por lo tanto, la ausencia de Dios oscurece la conciencia y es así como se convierte en el peor de los pecados.

Incluso se considera que Dios es más tolerante con los pecados de la carne y la sexualidad, que con los pecados de orgullo, porque son más mortales.

Y esta es la razón por la que San Gregorio consideraba al orgullo como la madre de todos los pecados.

Porque conquista el corazón del hombre, lo enaltece, y es la materia prima para los demás pecados capitales.

El orgullo está detrás de concepciones de Dios que lo alejan de la justicia y lo consideran sólo como un padre amoroso que nos deja hacer lo que tenemos en gana realizar.

Esta es una forma de trivializar a Dios y de exaltar a los hombres, porque Dios existiría sólo para complacernos y afirmarnos.

Es un Dios consolador pero nunca desafiante.

No es el Dios que la Iglesia propone descubrir en la cuaresma. No es el Dios del ayuno y de la oración

Es un Dios hecho a semejanza nuestra, un Dios interior que nunca corrige las imperfecciones.

  

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD

La virtud de la humildad es el contrapeso al pecado del orgullo.

Porque para seguir a Nuestro Señor se necesita “abajarse” uno mismo reconociendo el poder de Dios sobre nuestra vida.

Sólo con la humildad nosotros podemos disponernos a confiar, tener esperanza que nos lleve luego a la caridad y a la obediencia.

Estas son unas citas de Santos respecto a la humildad

“Si eres humilde, nada te tocará, ni alabanzas ni desgracias, porque sabes lo que eres”. Madre Teresa        

“Nuestro Señor no necesita de nosotros ni grandes obras ni pensamientos profundos. Ni inteligencia ni talentos. Él aprecia la simplicidad. Santa Teresita de Lisieux

“El mundo nos dice que busquemos el éxito, el poder y el dinero: Dios nos dice que busquemos la humildad, el servicio y el amor”. Papa Francisco

“La oración, la humildad y la caridad hacia todos son esenciales en la vida cristiana; ellos son el camino hacia la santidad”. Papa Francisco

“Nadie alcanza el reino de los Cielos, excepto por la humildad”. San Agustín

“La humildad no es pensar menos en ti mismo, sino pensar menos de ti mismo”. CS Lewis

“Si tuviera un solo sermón para predicar, sería un sermón contra el orgullo”. GK Chesterton

La humildad es la virtud que nos permite superar el orgullo desenfrenado.

El Catecismo de la Iglesia Católica en los numerales 2559 y 2546 dice que es la virtud por la cual un cristiano reconoce que Dios es el autor de todo bien.

La humildad evita la ambición desmedida y el orgullo, y proporciona la base para recurrir a Dios en oración.

La humildad voluntaria se puede escribir como pobreza de espíritu.

  

CÓMO DESPLEGAR LA HUMILDAD EN LA VIDA DIARIA

Hay tres gracias relacionadas para vivir la humildad:

dejar de lado tus intentos de hacerte sentir “especial” a través de la aceptación y admiración de los demás;

-superar la repugnancia de sentirte emocionalmente herido por los demás;

buscar el bien de los demás en todas las cosas, dejando de lado toda competencia, incluso a costa propia.

Debemos diferenciar nuestra necesidad de que nuestro trabajo sea reconocido y apreciado, de la ambición de que el fruto de nuestros talentos se constituya en una identidad personal.

Evitar que los beneficios de nuestro trabajo se conviertan en una alabanza hacia nosotros y no en una alabanza hacia Cristo.

Por eso San Pablo dice en Gálatas 6: 14 que “nunca me jacte excepto en la cruz de Nuestro señor Jesucristo”.

A veces el orgullo es una defensa cuando nos sentimos heridos y queremos protegernos del dolor.

Lo cual se agrava si ese sentimiento de menosprecio se vuelve más permanente.

No debemos confiar en nuestra propia defensa en esos casos sino en la protección de Cristo.

En los evangelios Jesús dice varias veces que no temamos. Y es famosa la expresión de Juan Pablo II “no tengáis miedo”.

La otra defensa que usamos es considerar que el mundo es una jungla en el que hay que competir con los demás.

Y que colocar a los demás primeros va en contra de nuestra auto preservación natural.

Es absolutamente posible y razonable que podamos actuar en un mundo competitivo sin maximizar nuestro orgullo personal y sí maximizando la compasión por los demás.

Esto no significa ceder posiciones ilegítimas a los demás, sino actuar en la verdad.

No es masoquismo ni autodestrucción sino que es caridad.

No es renunciar a la responsabilidad de desarrollar nuestros talentos al máximo, sino justamente hacerlo para servir a Dios, en base a nuestro amor por Él y por el prójimo.

Es así que el mejoramiento de nuestras capacidades y talentos es una necesidad espiritual, en vez que una forma de egoísmo para sobresalir sobre los demás.

Nuestro objetivo es utilizar los dones que Dios nos dio, al servicio de la salvación de los demás y de nuestra propia salvación.

Pero a veces nos encontramos en situaciones, en este mundo caído, en que alguien nos desprecia, olvida, ridiculiza, comete injusticias, insulta.

Y nuestra forma habitual de reaccionar es maximizando nuestro orgullo pecaminoso, como recurso psicológico de defensa.

En estos casos es bueno tener autocontrol y solucionarlo de estas formas:

-Se honesto contigo mismo sobre cuánto te hiere emocionalmente la ofensa;

Reconoce los impulsos de ira y venganza que aparecerán en tu mente;

-Por el amor y con la confianza de que el amor triunfará sobre el mal, rehúsa a ceder a esos impulsos: álzate sobre ellos y confía el asunto a la justicia perfecta de Dios ;

-Por el hecho de no llevar a otros a tu propia tentación a un orgullo o enojo más profundo que el que causó la ofensa en primer lugar, no discutas ni compitas con ellos.

Puedes decirles gentil y amablemente cómo te sientes, y si se disculpan, está bien.

Pero si te desprecian, reza silenciosamente por su eventual iluminación y conversión.

Si seguimos esta forma de reaccionar con humildad nuestro orgullo pecaminoso disminuirá y aumentará nuestra genuina autoestima.

Porque la diferencia entre una autoestima sana y una autoestima desordenada es nuestro pensamiento dirigido hacia Dios y hacia los demás.

Ser testigos del amor de Dios y no testigos del conflicto provocado por el maligno.

Porque el maligno está detrás de cada acto de falta de humildad y de orgullo descontrolado.

  

¿CÓMO AUMENTAR LA HUMILDAD PARA GANARLE AL ORGULLO?

La verdadera humildad se consigue bajando el orgullo.

Porque ambas conductas tienen una relación de suma cero, cuándo se incrementa una automáticamente baja la otra.

El orgullo tratará de tener su propio camino, controlar las situaciones y a la gente, dominar, manipular.

Es la fuente del autoengaño, la vanidad, la lujuria por el poder.

Que en última instancia cataliza la ira y la violencia en la Tierra, y es una afrenta a Dios.

Es una puerta abierta al maligno.

La palabra humildad proviene del término latín “humus” que significa tierra, polvo, o sea algo insignificante.

Pero no debiera confundirse con timidez y mediocridad, porque la humildad no niega los dones que Dios nos ha dado.

Por el contrario, los reconoce como que provienen de Él y que Él Espera que nosotros lo usemos para la Iglesia.

Sin embargo hay que estar prevenidos de la falsa humildad, que en algunos casos es una excusa para el quietismo.

Todos queremos sobresalir, obtener respeto y admiración de la gente que nos rodea.

Pero la única forma de obtener esa grandeza en el plan de Dios es ser Santos.

Porque la grandeza para Dios no es la que propone el mundo.

Por eso es la grandeza de María fue su pequeñez y su obediencia.

¿Y cómo crecemos en la virtud de la humildad?

Primero, hay que orar a Dios con perseverancia para pedirla.

Segundo, hay que aceptar humillaciones en nuestra vidas, que Dios deja pasar para nuestra santificación.

Tercero, obedecer a nuestros superiores legítimos, en oposición a lo que hizo Lucifer que proclamó no servir a Dios “non serviam”.

Cuarto, reconocer tu insignificancia y la grandeza de Dios.

Quinto, estar en una actitud de análisis y desconfianza de uno mismo especialmente de nuestros pecados.

Porque cada uno de ellos, por más pequeño que sea, se debe a nuestro orgullo.

Sexto, pensar mejor en los demás que en uno mismo.

Por lo tanto no hay que enorgullecernos de nuestras obras, porque no sabemos cuál será el juicio de Dios, ya que es diferente al de los hombres.

Séptimo, imitar la humildad del modelo perfecto que es Jesucristo.

Fuentes:


Sergio Fernández, Editor de los Foros de la Virgen María

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