Lo que nos dicen los santos.

Los tiempos finales se caracterizan por un ataque masivo de los demonios sobre la tierra y la Iglesia, de lo que han tenido visiones varios santos desde hace más o menos un siglo.

Todos lo estamos experimentando, y será más intenso en la medida que se acerque el momento en que el Señor quebrará el poder del maligno.

Esto nos exigirá mucha firmeza, porque la presión para que perdamos la fe será cada vez más intensa.

¿Y cuál es el antídoto espiritual que nos ha dado Dios?

La gran promesa del cielo

Que es la gran meta que no debemos olvidar ni un segundo.

Porque será nuestra guía, y sobre todo nuestro consuelo, en las dificultades y tentaciones en los tiempos que estamos cursando, con los demonios desatados tratando de cosechar la mayor cantidad de almas para su oscuro reino.

Aquí hablaremos sobre las maravillas del cielo contadas por santos que han sido llevados allí, y por qué es tan importante enfocarnos en eso, en estos momentos.

En Alemania había dos monjes muy amigos, Rufus y Rufinus que en sus horas libres no hacían más que imaginar cómo sería el cielo.

Al final llegaron al acuerdo que el primero que muriese volvería la noche siguiente para asegurar al amigo si era como habían imaginado.

La contraseña consistiría en que si era como habían pensado, diría simplemente es así, y si fuese de otro modo, diría es diferente.

Rufinus murió y Rufus veló tembloroso toda la noche, pero no pasó nada. 

Esperó con vigilias y ayunos semanas y meses, pero no pasó nada. 

Finalmente, en el aniversario de su muerte, Rufinus entra en un halo de luz en la celda de su amigo. 

Y viendo que callaba Rufus le preguntó: ¿Es así? Pero el amigo sacudió la cabeza en ademán negativo. 

Desesperado entonces gritó: ¿Es diferente? Y de nuevo, el signo negativo con la cabeza.

Y, finalmente de los labios cerrados de Rufinus brotaron como un soplo dos palabras: totalmente diferente. 

Rufus comprendió inmediatamente que el cielo es infinitamente más de lo que habían imaginado, es algo indescriptible.

Y al poco tiempo Rufus murió por el intenso deseo de experimentarlo.

Ciertamente el cielo es algo imposible de imaginar, pero maravilloso. 

Por eso San Pablo, que tuvo la experiencia celestial, dice que «Ni el ojo vio ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre, lo que Dios ha preparado para los que le aman».

Muchos santos han sido llevados al cielo y han visto estas cosas inefables, que es bueno recordar cada vez que nos asalta una tentación, o cuando pensamos en las cosas amargas de la vida y nuestras frustraciones, o cuando nos amenazan para que perdamos la fe y tenemos miedo.

Esta vida es una prueba, un valle de lágrimas para prepararnos para la vida eterna en el cielo.

El principal gozo del cielo es la visión beatífica de Dios, o sea conocerlo completamente en su amor por nosotros. 

Pero también hay otras alegrías como el reencuentro con nuestros seres queridos, deleites sensoriales del cuerpo glorificado, como la belleza deslumbrante y el deleite para los oídos.

Allí nuestros cuerpos no necesitarán comer para vivir allí, pero la comida será un placer adicional. 

Y el alma se alegrará por la felicidad y la alegría constantes.

Viviremos en un cuerpo glorificado, que Santo Tomás de Aquino dice que en primer lugar, será incapaz de sufrir dolor físico, enfermedad o muerte. 

En segundo lugar, no habrá imperfecciones en el cuerpo sino una nueva forma de belleza. 

Seguirá siendo el propio cuerpo de uno, pero restaurado y glorificado. 

Viviendo en la perpetua juventud de nuestra treintena de años. 

En tercer lugar, los cuerpos glorificados poseerán la sutileza de atravesar paredes por ejemplo, por estar bajo el mando del alma. 

En cuarto lugar, la agilidad le permitirá al cuerpo viajar inmediatamente a cualquier distancia en un abrir y cerrar de ojos. 

El cielo no es estático, el nuevo cuerpo implica movimiento y funcionalidad.

En quinto lugar, el cuerpo glorificado brillará como el sol, el resplandor que vieron los apóstoles en la transfiguración de Jesús en el monte Tabor. 

Todos los santos que tuvieron visiones del cielo hablan de su belleza sublime.

Dios ha permitido estas experiencias en algunos santos para que nos cuenten cómo será nuestra morada eterna.

Por ejemplo, Santa Ana Schaffer vio, en su visita de tres días al cielo, que las nubes se abrieron y apareció un maravilloso jardín lleno de flores, en el que pudo caminar una gran distancia.

Vio prados y bosques, ríos y montañas, casas y edificios, pero todo es transparente y espiritualizado, mientras que aquí en la tierra todo está contaminado, ella dijo.

Santo Domingo Savio le habló a Don Bosco de una especie de prado florido donde hay plantas que no conocemos.

La misma hierba, las flores, los árboles y la fruta, todos eran de una belleza singular y magnífica. 

Y ni que hablar de sus sabores y aromas maravillosos. 

Y Don Bosco le pidió ver algo, pero Santo Domingo le dijo que nadie puede verlo hasta que haya llegado a ver a Dios tal como es. 

Porque el rayo más débil de la luz del cielo lo golpearía instantáneamente y lo mataría, porque los sentidos humanos no son lo suficientemente fuertes para soportar tanta grandiosidad. 

Santa Teresa de Ávila vio agua muy clara fluyendo sobre un lecho de cristal, iluminada por el sol.

Y por el otro lado vio cómo la luz no se desvanece, no se conoce la noche, siempre hay luz, nada la perturba.

Y dice que mientras estaba allí, disfrutando del esplendor de esos jardines, de repente escuchó la música más dulce que había oído, una melodía tan deliciosa y encantadora que nunca podría describirla adecuadamente.

Los santos místicos nos aseguran que para ver la belleza de Dios vale la pena soportar todo tipo de infiernos en la tierra. 

Imagina por ejemplo algo que te haga intensamente feliz, luego multiplícalo por mil millones. 

Y eso sólo es un bocado de la felicidad que fluye de la visión de Dios.

San Serafín de Sarov, que experimentó un éxtasis que duró cinco días, contempló el gozo y la belleza inexpresables del cielo y explicó que si supieras qué dulzura les espera a las almas de los justos en el cielo, estarías resuelto a soportar con gratitud todos los dolores, persecuciones e insultos en esta vida pasajera.

Santa Faustina Kowalska vio cómo todas las criaturas daban incesante alabanza y gloria a Dios. 

Y vio qué grande es la felicidad en Dios, que se extiende a todas las criaturas, haciéndolas felices.

Y esa felicidad es inmutable, siempre es nueva, se renueva constantemente.

Es la felicidad que viene de contemplar la vida interior de Dios.

No hay límite para la profundidad con la que uno puede sumergirse en Él. 

La felicidad de los santos en el cielo es dar y recibir la propia marea de felicidad de Dios.

Nada finito que suceda en la Tierra, ya sean placeres, riquezas, talentos, poder o prestigio, puede satisfacer el hambre de felicidad infinita que se encuentra dentro del corazón humano.

Sólo la bienaventuranza de estar con Dios puede saciarla, y eso han experimentado los santos que tuvieron visiones del cielo.

Pero además existe una felicidad adicional que se genera por el compartir entre los propios santos del cielo.

Porque ellos no solo reconocen a quienes conocían en este mundo, sino también a los que nunca vieron antes, y conversan con ellos de una manera tan familiar como si en tiempos pasados se hubieran visto y hubieran sido amigos.

Dice San Agustín que no tendremos otro deseo que permanecer allí eternamente.

La armonía será total, el deseo de uno será el deseo de todos y también el deseo de Dios.

San Alfonso María de Ligorio agrega que cada persona tiene un trato diferencial en el cielo, las recompensas no son iguales para todos, son a medida.

Y Santa Mariam Baouardy dice que en el cielo, las almas más hermosas son las que más han pecado, se han arrepentido y utilizaron sus miserias como abono para su crecimiento.

En definitiva, quienes han tenido visiones del cielo son unánimes al decir que es imposible describir la grandiosidad del cielo y la felicidad que una persona puede experimentar allí.

De modo que los problemas de la vida en la tierra se vuelven más fáciles de soportar, así como las persecuciones, cuando pensamos en que estamos viajando hacia el cielo.

Bueno hasta aquí lo que te queríamos contar sobre el cielo, algo sobre lo que muchos sacerdotes se han olvidado de predicar, aunque es consolador para nuestra alma mantener nuestros pensamientos diarios fijados en el cielo, especialmente en la tribulación que empezamos a cursar.

Porque las angustias, los miedos y los dolores se reducen a su verdadera proporción, si los comparamos con la gloriosa recompensa eterna de permanecer unidos al Señor, pase lo que pase.

Y me gustaría preguntarte si piensas en la recompensa del cielo cuando tienes problemas en la vida o sufres tentaciones o miedos, o no.

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