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El Antídoto contra los Miedos que provoca el maligno.

Difícilmente exista algún cristiano que no haya despertado de que ingresamos en un tiempo histórico de tribulación.

Las señales están en todos lados.

Es una tribulación en que el maligno pretenderá quitarle la paz a las personas, para ofrecerle la paz que él está elaborando.

Que no es más que la inoculación de deseos perversos y la angustia constante de no poderlos alcanzar nunca del todo.

Lo que conduce a una insatisfacción estructural, que promete ser curada por otras cosas perversas, que no la curan y así sigue el círculo vicioso.

Entonces, la primera reacción de las personas es tratar de restablecer la paz acudiendo a los remedios que nos ofrece el mundo.

Los medios de comunicación nos ofrecen y nos ofrecerán muchas formas de estar a salvo, obtener alegrías, confort.

Pero esa forma de alcanzar la paz no es duradera, porque el mundo no puede ofrecer una paz espiritual completa.

Hay una sola cosa que da la paz al ser humano y Dios lo sabe porque nos creó de esa forma, está escrito en nuestro manual de fábrica, sólo de una forma tendremos la paz completa que nos tranquilice.

Aquí hablaremos sobre cómo podemos lograr la paz duradera y profunda, de acuerdo a lo que podemos llamar nuestras especificaciones de fábrica con las que fuimos creados.

Estamos en tiempo de tribulación, los indicadores están presentes, ya fue abierto el segundo sello del que habla el Apocalipsis, salió el caballo rojo fuego y al que lo montaba se le ordenó que desterrara la paz de la tierra.

Por eso en esta época hemos pasado una pandemia y después otra, guerras y amenazas nucleares, la ONU habla de carestía y hambre en el planeta, y para colmo dice que va a ser peor por el cambio climático.

Hay una clara campaña mediática para infundir temor.

Y los cristianos la tienen peor, porque los poderes del mundo le están exigiendo cada vez más, que abandonen las verdades que Jesucristo vino a traer al mundo.

Mientras que la Iglesia se ha mostrado tibia en la defensa de estos valores. 

Sin embargo, ¿no conoces personas a quienes las cosas exteriores no las inmuta y que transmiten paz a los demás?

¿Te gustaría eso para ti? A quien no.

Las personas de hoy anhelan la paz en sus propias vidas.

Porque sienten que su vida está en medio de turbulencias que los perturban constantemente.

Incluso si las naciones del mundo estuvieran en ausencia de conflicto, la mayoría de las personas aún estarían sin paz.

Porque puedes tener problemas financieros o de salud, tener un salario de seis cifras, pero todavía podrías estar despierto por las noches desgarrado por las relaciones fracturadas con tus seres queridos, por ejemplo.

Por eso la paz es tan importante para cada uno de nosotros, no se puede vivir sin paz.

Y en el futuro será cada vez más difícil mantener la paz, ya muchos católicos sucumbieron al temor durante la pandemia, por mirar al mundo y no buscar la paz de Dios.

Y muchos otros están renegando de los valores morales cristianos pensando que si se acomodan al mundo tendrán paz.

Pero nada está más alejado de la realidad.

Porque la verdadera paz está en el corazón de cada persona, ya que el maligno seguirá sembrando el miedo, la ansiedad, la animosidad, los conflictos, las persecuciones en el mundo.

Y si buscamos la paz en el mundo no la encontraremos, encontraremos la falsa paz del maligno.

El Nuevo Testamento habla de dos tipos de paz, la paz subjetiva que tiene que ver con las experiencias de la vida de la persona, y la paz objetiva, que tiene que ver con su relación con Dios.

La paz que viene de Dios no se basa en circunstancias que suceden en la realidad externa.

Y para muchos es difícil concebirla, porque no parece razonable que tal paz pueda existir en medio de los problemas que atraviesa una persona y de los problemas del mundo.

¿Y qué es la paz de Dios?

La Paz de Dios es ese profundo sentido de que Dios está a cargo de mi vida, y que está haciendo lo mejor para mí, aunque no entienda en ese momento lo que está haciendo por mí, pero se por la fe que está haciendo lo mejor. 

Es sentir que Él está diciéndome: «no importa donde estés y lo que va mal en tus circunstancias, te guiaré en el camino hacia Mi paz, porque te amo».

Es por esos que Filipenses 4 nos exhorta, 

«No te preocupes por nada, y en toda situación, con oración y súplica, con acción de gracias, presenta tus peticiones a Dios».

O sea que nos dice cómo pedirle a Dios las cosas que necesitamos.

Y luego nos promete la paz sobrenatural, dice,

«La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús».

La paz de la que habla Jesús permite a los creyentes permanecer en calma en las circunstancias más temibles.

Les permite callar un grito de angustia, regocijarse aún en el dolor y el juicio, y cantar en medio del sufrimiento.

Ésta es la paz divina y sobrenatural que no puede ser descubierta en un nivel humano.

Que sólo viene de lo alto y es transmitida a nuestro corazón por el Espíritu Santo.

Si nos aferramos a la promesa de la paz misma de Cristo, tendremos nuestros corazones tranquilos, sin importar las circunstancias externas.

Y es una paz completa, porque la paz que viene del Espíritu Santo, que está en nuestros corazones, es más que mero alivio del sufrimiento, es una sensación de bienestar o un sentido de ecuanimidad.

Es una paz en la que una calma interior dominará tu corazón.

El fiel creyente experimentará que su corazón y su mente estarán custodiados a pesar de la tempestad que se esté librando.

Por eso nadie que no esté unido firmemente a Cristo será capaz de comprender esa paz.

Y además es un indicador de si una persona está unida firmemente a Cristo o no.

Cuando un católico experimenta temor y falta de paz, lo primero que debe pensar es que no está lo suficientemente unido a Cristo aún.

Y si en ese momento en que lo asalta la angustia, decide confiar plenamente en las promesas de Dios, verá que rápidamente recobra la paz y su corazón se llena de alegría por ese encuentro.  

Pero para la mayoría, seguirá siendo un misterio cómo alguien puede estar tan sereno en medio de la agitación.

Porque en el mejor de los casos, la mayoría de la gente que busca la paz está haciendo sólo un intento de alejarse de los problemas del mundo.

Dicen no quiero malas noticias, no me hablen de ese tema, no me quites la paz.

Pero es la búsqueda de tranquilidad de ponerse las gafas, de ir a la cama y olvidarse de las cosas. 

Es fugaz e inútil, porque las cosas que suceden en el mundo y a la propia persona están allí, no se van mágicamente.

Sin embargo, la gente intenta desesperadamente aferrarse a este tipo de simulacro de paz.

No se dan cuenta que Dios, que es el bien infinito, ha creado al hombre para sí mismo y por tanto sólo Dios puede contentarlo.

El Salmo 36 dice «que el Señor sea tu único deleite y él colmará los deseos de tu corazón».

Cuando una persona se deleita en Dios y no busca sino a Dios, Dios mismo se encargará de satisfacer todos los deseos de su corazón.

Y entonces alcanzará el estado feliz de aquellas almas que no desean otra cosa que agradar a Dios.

Son estas las especificaciones de fábrica con que fueron creados los seres humanos.

Los amantes del mundo parecerán unas veces alegres, otras veces tristes, pero en verdad estarán siempre inquietos.

Los amantes de Dios, en cambio, son superiores a toda adversidad y a los cambios de este mundo, y por eso viven en una tranquilidad uniforme. 

De modo que el que quiera gozar de una paz continua, debe expulsar de su corazón todo lo que no es Dios y apartarse de todas las trampas que lo atraen al mundo.

La clase de paz que todos los hombres realmente quieren es una paz que se ocupe del pasado, en la que ningún veneno de los pecados pasados los torture.

Quieren una paz que gobierne el presente, sin deseos insatisfechos hostigando sus corazones.

Y quieren una paz que tenga una promesa para el futuro, donde ningún temor a lo desconocido amenace el mañana.

Pero tanto el futuro como el pasado, así como el presente, están bajo el cuidado de Dios.

Él promete suplir nuestra necesidad futura, Él ha perdonado el pasado y está con nosotros, ahora en este momento, guiándonos hacia lo mejor para nosotros.

No te preocupes por el mañana nos dice.

Esa es precisamente la paz a través de la cual se nos perdona los pecados del pasado.

Por la cual se superan las pruebas del presente.

Y en la cual nuestro destino futuro está asegurado eternamente.

Por lo tanto no te enfoques en tus problemas, sino en las promesas de Dios para sostenerte y finalmente glorificarte.

Pero esa paz, la paz de Dios, no la pueden obtener aquellos que no están en paz con Él.

Sólo Dios trae la paz verdadera.

Por eso Él es llamado el Dios de la paz.

Bueno, hasta aquí lo que queríamos contar sobre cómo los seres humanos pueden recobrar la paz ante tribulaciones, según las especificaciones de fábrica con las que Dios nos creó.

Y me gustaría preguntarte si en estos últimos tiempos has perdido la paz y que hiciste para recuperarla.

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