Cómo corroe a las personas y a la sociedad.

Estamos en una época en que hemos perdido el sentido del mal, del pecado.

Porque el maligno ha promocionado su glamour.

El glamour que tiene el pecado se desarrolla a partir de las cosas buenas que Dios puso a nuestra disposición.

Porque el pecado es la corrupción de las cosas buenas.

¿Y cómo es esto?

Aquí te queremos hablar sobre cómo se produce el glamour del pecado, que lleva a alguna gente a adentrarse en el mal sin darse cuenta, cómo se va progresando en esa carrera y cual es la forma de salir de la caída.

Dios nos rodeó de cosas buenas que nos dan placer cuando las usamos.

Pero el uso de esas cosas buenas puede transformarse en un abuso si se pasa determinado límite.

Y así su abuso se convierte en un pecado.

Por lo tanto el glamour del pecado es consecuencia de querer maximizar el placer de las cosas buenas, excederse.

Y a partir de ahí buscar variantes que profundicen el placer de los sentidos, olvidando los efectos negativos que tiene.

Es no darse cuenta que Dios grabó en nosotros un límite de hasta dónde podemos llegar.

Nuestra Señora nos advirtió en Fátima,

«Si los hombres supieran lo que es la eternidad, harían todos los esfuerzos posibles para enmendar sus vidas».

Y a lo largo de los evangelios Nuestro Señor nos llama a estar atentos y en guardia, porque no sabemos el día y la hora en que Él vendrá y nos llevará.

O sea que debemos estar en estado de gracia permanentemente.

Sin embargo esto contrasta con nuestra cultura, porque el papa Pío XII, por la mitad del siglo XX, dijo que el gran pecado de nuestra época era la negación del pecado.

Porque seguir el mal no solo nos priva de la vida eterna sino que nos hace desdichada nuestra vida en la tierra.

El bien está inscripto en toda la creación.

Recordemos que cada día de la creación Dios lo culminó diciendo que lo que había creado era bueno.

Por lo tanto cuando creó todas las cosas del mundo las hizo buenas, inclusive al hombre.

Entonces el mal no es consecuencia de la creación sino un parásito que corrompe la bondad de la creación y que vino después de ella.

Dios creó al mundo lleno de deleites y placeres, para que el hombre sea feliz, en una medida determinada y guiado por su libre albedrío.

Por ejemplo, permitió a los hombres el disfrute de los alimentos en platos sabrosos.

Pero esto se puede pervertir cuándo la persona come mucho y se convierte en gula, lo que luego le ha de acarrear problemas de salud y sociales en general.

Lo mismo podemos hablar de la bebida con alcohol, que Dios permitió para alegrar el corazón de los hombres, sin embargo una perversión de esto es emborracharse.

Dios permitió también que el acto sexual diera placer además de tener la posibilidad de procrear otra vida.

Pero todos vemos como se pervierte a través de la pornografía, del sexo fuera del matrimonio y de las relaciones contranaturales.

Entonces hay un punto en que el bien se puede pervertir en mal.

Y por lo tanto el pecado, o sea hacer una cosa contraria a la que Dios nos pide que hagamos sobre temas de la moralidad, es una perversión de las cosas buenas que Dios nos regaló, en definitiva, es hacer un uso malo de las cosas.

¿Y por qué entramos en la perversión de las cosas buenas?

La lógica nos indicaría que si el pecado no fuera tentador no incurriríamos en él.

Nadie hace cosas malas para ser infeliz, sino porque cree que ese es el camino más corto para llegar a la felicidad.

Entonces lo primordial es que el pecado comienza por una distorsión de lo que nos pueda hacer felices, del oscurecimiento de la razón y los valores.

Y negarse a ver la realidad, sobre cómo personas que han incursionado en ese pecado, terminan mal, ya en su vida en la Tierra.

Detrás de esto está la tentación del maligno, que nos indica un camino perverso para la felicidad y nos lleva a querer más y más placer a través de desviarnos.

Si bien al principio el uso pervertido de esas cosas nos puede dar un placer novedoso, a cortísimo plazo veremos sus consecuencias negativas.

Pero podemos ocultar esos efectos negativos o resistirnos a ver las evidencias externas.

Porque sólo podemos tener un placer duradero por las cosas usadas de la forma en que Dios previó.

¿Y cómo se instala y se desarrolla el pecado en las personas?

La corrupción de las cosas buenas es un proceso in crescendo.

Como ocurre con todas las enfermedades progresivas, el pecado es una enfermedad que se mueve por etapas, debilitando y endureciendo aún más al pecador en sus caminos.

Si no es resistido y arrepentido en sus ataques iniciales, tiene un costo cada vez mayor en la persona humana, haciendo que el arrepentimiento sea menos probable y más difícil.

Porque actúan tres rechazos progresivamente que nos hacen afianzar en el mal.

El primer rechazo es poner al ser humano por encima del creador, creerse que no hay límites.

El segundo rechazo es considerar que la propia experiencia subjetiva, o sea lo que la persona siente, tiene más valor que la verdad objetiva externa.

Y el tercer rechazo es considerar que Dios no puede perdonar los pecados de los seres humanos, por más graves que éstos sean, o sea que la persona sienta que a la altura que ha avanzado, ya no tiene otra salida que seguir en el pecado.

Podemos identificar cinco etapas de intensidad progresiva en la vida de pecado.

La primera etapa es el «Deterioro» moral y del sentido de la realidad, que ciega el entendimiento. 

Todo mal produce ceguera, y cuanto más se multiplica la conducta mala, mayor es la ceguera que produce.

La visión de los efectos de la conducta pecaminosa se nubla y por el contrario se comienza a dar vuelta alrededor del objeto pecaminoso tomándole el gusto.

Es el momento en que se derriban las barreras de la moral.  

La segunda etapa es la «Indiferencia» y es la consolidación de la moral pecaminosa. 

Después de que se contrae un mal hábito, los males que antes producían rechazo ahora se ven con creciente indiferencia. 

A medida que crece el mal sin arrepentimiento, el pecador no sólo se tambalea y cae, sino que se preocupa cada vez menos por la necedad de sus caminos. 

De modo que los males que alguna vez causaron vergüenza, o el pensamiento que causaba aversión, pasan inadvertidos o parecen normales, incluso atractivos.

La tercera etapa es la «incapacidad de arrepentirse». 

¿Por qué es esto? 

San Agustín responde bien a esto en su obra Confesiones cuando dice, que cuando la lujuria se convirtió en hábito y cuando no se resistió al hábito, se convirtió en necesidad. 

O sea que el hábito pasa a ser una necesidad.

Entonces el mal profundiza su control porque no hay resistencias de parte de la persona.

La cuarta etapa es la «Incorregibilidad».

Los pecadores habituales, hundidos en las tinieblas, desprecian las correcciones, las censuras, las advertencias sobre la pérdida de la verdadera vida y las consecuencias en la tierra; desprecian todo.

Un mal hábito endurece el corazón y el pecador habitual permanece cada vez más impasible y sumido en el desprecio por cualquier corrección o remedio. 

Al punto que elimina gradualmente todo remordimiento y lo reemplaza con una indignación airada ante cualquier intento de corrección.

Por tanto se vuelven incorregibles. 

Se ríen del intento de corrección y celebran sus pecados con orgullo. ¿Les suena esta palabra no?

Y la última etapa es la «Indisposición».

Porque cuando el entendimiento se ve privado de luz, el corazón se endurece y el pecador normalmente muere obstinado en su pecado. 

Algunos pueden decir que enmendarán sus caminos antes de morir, pero es muy difícil para un pecador habitual, incluso en la vejez, cambiar su vida.

Aunque no imposible porque Dios está siempre ahí llamándolo. 

¿Y cómo puede un pecador, debilitado y herido por el pecado habitual, tener la fuerza para levantarse? 

Porque incluso si ve la salida, a menudo considera que los remedios son demasiado severos y demasiado costosos. 

Sin embargo, el arrepentimiento en cualquier etapa es posible, pero se vuelve cada vez más improbable, especialmente cuando el pecador se enorgullece de su pecado y se alegra de su iniquidad.

Pero llega un momento en que los efectos del pecado son tan malos para la persona, que toca fondo y parece que todo se ha destruido.

Y entonces puede ser que vea esa pequeña luz que Dios ha mantenido encendida en su alma, a pesar que se negaba a verla, arrepentirse y comenzar la vuelta.

Sobre todo cuando personas cercanas le han dado el mensaje de que lo que estaba haciendo le traería malas consecuencias y que puede salir de eso enmendándose, porque Dios perdona los pecados y porque ama al pecador.

Bueno hasta aquí lo que te queríamos decir sobre cómo actúa el pecado en las personas, que comienza con el enceguecimiento por el glamour que tiene y la promesa de más felicidad, y luego va progresando por etapas hasta el endurecimiento, en el que el acto pecaminoso se exhibe con orgullo y lo indispone a cualquier corrección.

Pero siempre hay posibilidad de arrepentimiento y de regreso a la moral que Dios nos dejó.

Y me gustaría preguntarte si conoces personas que han estado endurecidas en el pecado y pudieron arrepentirse y volver. 

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