La estrategia que se usó en el Sínodo para vencer las resistencias a empezar a realizar los cambios.

Muchos dicen que en la fase de octubre de 2023 del Sínodo de la Sinodalidad no pasó nada, que no se cumplieron los pronósticos de que se iban a cambiar tramos significativos de la doctrina histórica del catolicismo.

Pero esta es una impresión superficial.

Porque la intención de los organizadores fue establecer bases sólidas para los cambios. 

El Sínodo de la Sinodalidad trabajó sobre la base de que los cambios se producen por etapas y secuencialmente.

Y por lo tanto sí pasó algo importante.

Los organizadores lograron introducir algunos criterios significativos, para que ahora el mundo católico discuta los temas de cambios doctrinales que se proponen.

Y que la ecuación de fuerzas en el pueblo católico decida los cambios.

Lo que sucederá entre noviembre de 2023 y septiembre de 2024, antes de la última fase de octubre de 2024.

Aquí hablaremos sobre cómo funcionó el Sínodo desde el punto de vista interno, cómo se discutieron las posibles reformas doctrinales y qué avances lograron los organizadores en imponer su visión a la Iglesia.

El Sínodo sobre Sinodalidad fue anunciado como la reunión católica más importante desde el Concilio Vaticano II y la pieza central del pontificado de Francisco.

Como sabemos, el Sínodo se desarrolla en dos fases, la de octubre de 2023 y la de octubre de 2024.

Pero previo a estas etapas hubo una primera fase de escucha, de dos años, que involucró a todas las Conferencias Episcopales del Mundo.

En la fase de octubre de 2023 se reunieron 300 obispos, 100 sacerdotes, 65 religiosas y 150 laicos en mesas redondas en el Aula Pablo VI del Vaticano, en un evento mayoritariamente a puertas cerradas.

Los participantes fueron elegidos uno a uno según el criterio de las autoridades, por lo que hubo un sesgo importante, con ausencia de opositores a la línea actual del Vaticano y sobre representación de los más entusiastas defensores de ella. 

El Sínodo de Obispos incluyó más de 300 miembros votantes, con una proporción significativa que no eran obispos.

Y al final de la deliberación se emitió un informe de casi 21.000 palabras.

¿Y cómo funcionó?

El Sínodo duró del 4 al 29 de octubre de 2023.

Cada mesa de discusión tuvo 11 personas elegidas para ser lo más diversa posible, en términos de edad, sexo, procedencia geográfica, experiencia y función.

Y había en ella un facilitador que daba los temas día a día y hacía preguntas.

Cada integrante tenía un tiempo limitado de tres minutos para su intervención.

Y cada uno tenía un monitor delante y su intervención quedaba grabada en vídeo.

La preocupación permanente del facilitador fue escucharse unos a otros, por lo que nadie quería hacer el papel de perturbador oponiéndose frontalmente a otra persona.

Este método de discernimiento fue desarrollado por los jesuitas de Canadá para el manejo comunitario.

Y si bien fue desarrollado por personas formadas en la espiritualidad ignaciana, no es el método de discernimiento de San Ignacio de Loyola, ni el método de discusión interna dentro de la Compañía de Jesús.

Porque mientras en el método desarrollado por San Ignacio el objetivo es conocer la verdad, en este método canadiense el objetivo es lograr consensos.

En este método canadiense cada persona habla 3 minutos sobre el tema del día sin interrupción.

Y luego hay una segunda vuelta en que cada uno describirá sus propias reacciones a lo que los demás han compartido.

En realidad, no es una discusión sobre los temas, porque no es adecuado para discutir los desacuerdos, sino para compartir los propios movimientos internos con los demás. 

De modo que el énfasis está en escuchar y entendernos unos a otros, antes que buscar una solución a los problemas.

Es bueno para ayudar a las personas a entenderse mejor entre sí, pero no es adecuado para un razonamiento teológico o práctico cuidadoso o complejo.

Porque hacer esto requiere un pensamiento crítico, que sopese los pros y los contras de lo que dice la gente y un énfasis en la objetividad, lo que no proporciona este método, porque enfatiza la subjetividad.

Por lo tanto, la elección de este método de intercambio entre los participantes implicaba, desde el principio, que no se llegaría a las conclusiones radicales de cambio que esperaban los progresistas, ni a las declaraciones explosivas que auguraban los opositores más acérrimos.

Pero esto no significa que el Sínodo haya abandonado el proceso revolucionario dentro de la Iglesia, sino que este camino revolucionario se entiende como un proceso dialéctico, largo y complejo, que debe gestionarse pacientemente y por etapas.

Y si se lee el Informe final se ve muy claramente que mantiene todas las puertas abiertas sobre los temas tratados.

Porque la tarea de esta fase fue poner en la mente de todos los católicos que esos cambios son posibles y no cerrar la posibilidad de hacerlos.

El objetivo fue agitar las aguas, presentar los temas, y agudizar los conflictos sin hacerlos estallar, para luego ejercer sobre ellos un poder de moderación y dirección.

Pero no sólo fue importante la discusión en los grupos sino también las declaraciones públicas colaterales. 

Por ejemplo, el cardenal Schönborn aprovechó el clima sinodal para afirmar la posibilidad de cambiar el Catecismo sobre la no heterosexualidad, como Francisco hizo con la pena de muerte.

Por lo tanto el informe final no declaró directamente la licitud o ilicitud de las relaciones sexuales adúlteras o inmorales; no estableció directamente la ordenación de las mujeres o su imposibilidad; no estableció directamente que el celibato debía ser abolido o mantenido.

Sino que puso los argumentos a la vista de los católicos para sensibilizarlos sobre estos temas, pero con una visión donde primaron los argumentos emocionales subjetivos antes que los teológicos y doctrinales. 

Y estos temas y argumentos serán discutidos durante un año en los diferentes países por laicos y sacerdotes.

La única cosa que este Sínodo dejó firme, y que hoy parece que fue el objetivo central, fue que la sinodalidad será un proceso perpetuo.

Que todo en la Iglesia estará sujeto a la discusión, emoción y votación perpetua. 

Lo que de hecho significa que los límites del bien y del mal, de lo verdadero y lo falso no estarán bien definidos por la teología o la biblia o la tradición.

Sino que serán perpetuamente indefinidos y discutibles de acuerdo a la opinión de los católicos en cada momento.

Es el sueño del cardenal Martini de una revolución perpetua en la Iglesia.

Por eso los progresistas se conducen como si la verdad de la fe no fuera una prioridad, sino adaptar la enseñanza de la Iglesia al mundo cambiante.

Y además que la tarea central del Sumo Pontífice no es ser custodio de la fe que viene de los Apóstoles, sino proclamar la fe del pueblo, haciéndola oficial en el catecismo cuando sepa en qué cree el pueblo.

¿Y cómo se logra esto?

A través de un proceso adicional en marcha, para quitar autoridad a los sacerdotes, que son los más formados para dar una opinión teológica y doctrinal sobre los temas planteados.

Presionándolos y cancelándolos cuando hacen valer sus argumentos teológicos y doctrinales de la fe, por sobre el estado ánimo de la gente y el espíritu de la época. 

Y por otro lado, incorporar a la discusión a los laicos, que están muy mal formados sobre las bases de la fe, y como es una masa amorfa es susceptible de ser penetrada por militantes que proponen cambiar la doctrina y están subvencionados desde afuera.

Bueno hasta aquí lo que queríamos hablar sobre lo que sucedió en el Sínodo más allá de lo superficial, y los avances que lograron los organizadores para cambiarle la cara a la Iglesia.

Aunque no se sabe si esta nueva forma de tomar decisiones podrá mantenerse cuando arribe un nuevo pontificado.

Y me gustaría preguntarte si crees que la revolución sinodal en la Iglesia está afianzada o todavía no.

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